Supercomputación para prever el impacto de un desastre


Volcán islandés Grimsvötn en erupción.

ROSA M. TRISTÁN

¿Es posible detectar con tiempo una catástrofe natural y evitar, en lo posible, su impacto? ¿Y qué utilidad puede tener en el caso de una pandemia como la provocada por el SARS-COV-2, que no supimos ver, pese a las alertas que lanzaron hace tiempo algunos científicos? Esas son dos preguntas a las que una pequeña empresa española, Mitiga Solutions, una ‘spin off’ surgida en la Universidad Autónoma de Barcelona, está dando respuesta gracias a un innovador sistema que es capaz de anticipar el impacto de los peligros naturales antes de que se materialicen, además de hacer un seguimiento en tiempo real, gracias a la utilización de grandes supercomputadores.

Estas últimas semanas, los creadores de este sistema están volcando sus esfuerzos en una plataforma de prevención temprana de pandemias en países en desarrollo, una iniciativa con la que comenzaron a trabajar en octubre con Cruz Roja en África y que ahora centran en el COVID-19 . “Se trata de extrapolar el sistema que utilizamos en catástrofes naturales a riesgos sociales, generando modelos por supercomputación que ayuden a conocer la expansión del coronavirus, en principio en Kenia”, comenta Alejandro Martí, su director ejecutivo.

Cruz Roja, en Kenia.

La empresa comenzó con el desarrollo de un software que permitía la detección temprana de catástrofes como la erupción de un volcán. Gracias a su sistema, es posible saber cómo y por dónde se moverán las columnas de partículas que se emiten a la atmósfera, algo especialmente importante en el caso de las compañías de aviación -hay que recordar que hubo 100 000 vuelos cancelados con la erupción del Eyjafjallajökull en 2010 en Islandia- que se han convertido en sus grandes clientes, junto con las aseguradoras. “Estamos en contacto continuo con todos los centros de vulcanología del mundo y una vez que sabemos la altura de la columna que emite un volcán podemos ver hacia dónde irán las partículas de las 48 horas a los siguientes siete días. Es algo fundamental para las rutas de vuelo porque puede conocerse con antelación si tendrá que cerrar un aeropuerto”, explica Marti.

El asunto también es importante para las empresas que fabrican las turbinas de los aviones, dado que pueden predecir cuánto durarán en función del tiempo que estén expuestas a partículas como el polvo del desierto, las provenientes de grandes incendios, como los que el pasado año hubo en Australia o el Amazonas, e incluso la sal marina. “En este caso hacemos mapas de riesgos, modelos y diagnósticos de daños”, señala.

Martí comenta como ahora, gracias a la supercomputación, también realizan para aseguradoras modelos de riesgo de incendios forestales de grandes dimensiones, utilizando para ello datos de fuegos de años anteriores, meteorológicos y de estado de la vegetación, mediante el uso de datos satelitales. “Con ello hacemos un índice de riesgo por kilómetro”, comenta el directivo de Migita Solutions.

Pero también lo hacían ya antes con un objetivo social. En países volcánicos como Guatemala, Filipinas o México, Cruz Roja necesita saber con antelación el riesgo para las poblaciones aledañas a una erupción, es decir, si las cenizas y demás partículas van a afectarlas o no, para poder disponer de medios económicos que permitan su evacuación previa, en lugar de disponer de fondos a posteriori cuando el daño ya está hecho.

Extrapolar este trabajo previo a pandemias era algo en lo que ya trabajaban y que ahora ha tomado una nueva relevancia. Se trata de desarrollar una aplicación para móviles, pero también a través de la web o formularios en centros de salud, a través de las cuales se puedan recabar datos de personas con síntomas de coronavirus, de forma que en Mitiga Solutions puedan realizar modelos de movilidad del COVID-19 según las regiones. “Como la dispersión no es por el aire, sino de persona a persona, hacemos modelos teniendo en cuenta que se transite en torno a metro o metro y medio, de forma que podamos tener la imagen de un brote en una fase temprana”, explica.

De momento se ha iniciado una fase piloto en Sudáfrica y Kenia, en colaboración con Cruz Roja, que utiliza para llegar a la población un sistema de criptomonedas utilizado en otros proyectos: para animar a la gente a participar se les ofrece una cantidad de ciptomonedas, en colaboración con las autoridades, que luego pueden canjear por alimentos o equipamiento agrícola. Alejandro Marti es consciente de que para el brote actual no llegan a tiempo de ponerlo en marcha, pero confía en que ya esté disponible en caso de que hubiera otro e incluso otro tipo de infección general, como hubo en el pasado con el ébola. “Toda la información recabada se envía al sistema de salud, que es donde tendrán que hacer la gestión correspondiente según la información”, añade.

 

 

La ‘reconquista’: de los árabes a los tomates rosas


El pueblo unido en la ‘reconquista de los tomates rosa de montaña’; todos juntos, en la frontera de la cordillera pirenaica, para sacar adelante un proyecto puesto en marcha por un foráneo, pero que ha calado hondo dentro de las gentes de la comarca de Ribagorza. Se trata de ‘Que te quiero verde’, iniciativa de un manchego, el productor y fotógrafo Javier Selva, que ha llegado a las faldas de los Pirineos oscenses dispuesto a ‘reconquistar’ el espacio de un cultivo que ha languidecido, hasta prácticamente desaparecer.

Javier Selva, en el montaje de los invernaderos. |ROSA M. TRISTÁN

Javier Selva, en el montaje de los invernaderos. |ROSA M. TRISTÁN

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¡Quiero reciclar mi ropa, no me lo pongas tan difícil!


Quiero reciclar, quiero que aquello que ya no necesito tenga una segunda vida. ¡Pero qué difícil me lo ponen! Va para un mes que cargo con una bolsa llena de ropa. No está para ser destruida, pero los cambios físicos y por qué no, de gustos también, hacían que algunas prendas llevaran años sin ver la luz. Así que, tras intentar ‘colocarlas’ a las conocidas sin éxito, como tantas otras veces fui  en busca de un contenedor de ropa… Pero ¡Ay!, resultó ser una misión imposible. Ni rastro de uno en todo Arganzuela, en todo Madrid. Fue entonces cuando fui consciente de que el Ayuntamiento de la capital ha ordenado su retirada total, absoluta, una operación en la que se va a gastar más de ¡100.00 euros! porque seguro que ahora no hay nada mejor en lo que invertirlos.

Contenedores retirados en Madrid. |EL MUNDO/ Alberto Di Lolli

Contenedores retirados en Madrid. |EL MUNDO/ Alberto Di Lolli

Los  quitan porque, acusan sin dar nombres,» hay quien se lucra de ellos», y al decirlo da la sensación de que hablan de una multinacional, de un emporio, de aprovechados de los pobres ciudadanos. Como si los madrileños no fuéramos ya víctimas de algo mucho más grave, como son los derroches municipales  a los que nos someten. Ya me gustaría saber quien se lucra de ellos.

Además, desconozco si los que ponían esos contenedores hacen negocio o no. Alguna vez ví a un inmigrante vaciándolos por la noche, al amparo de las farolas. Y ME DA IGUAL. Yo iba a tirar mi bulto a la basura, a sacarlo de mi vida, a destruirlo. Así que si alguien puede comer de lo que yo desprecio ¿por qué me va a parecer mal? Pues bien, a mí no, pero a la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, que decide por mí, por lo visto sí, porque solo ha dejado en pie los de Humana (que tiene una extensa red de tiendas, por cierto, que cuenta sólo con 37 contenedores para cuatro millones de residentes y que si ha firmado un contrato).

Como no me ha tocado la lotería de tener un contenedor Humana en mi barrio, por recomendación familiar, acudí a las parroquias, que recogen en sus horarios de misa, claro, siempre y cuando tengan un almacén y no esté lleno. Porque, de hecho, en las dos cercanas a mi domicilio que pregunté, los párrocos me echaron finamente con mi fardo, mientras me aseguraban que ahora ya no dan abasto para organizar y repartir tanta ropa, que no tienen donde dejarla. Vamos, que no quieren más. Ni verla.

Como ni con la iglesia ni con contenedor de Humana estaba fácil la cosa, hace unos días llamé al teléfono de información municipal 010, donde me indicaron que tenía que acercarme al Punto Limpio del Ayuntamiento de mi distrito. Es decir, a varios kilómetros de distancia, en un horario fijo estricto (el de cualquier jornada laboral) y sin transporte público cercano desde mi zona. Y encima cargada. Todo facilidades. Tantas que, como digo, ando con la bolsa de acá para allá a ver si un día me tropiezo con un contenedor que se les haya despistado, aunque mes y medio después de iniciar la búsqueda estoy por tirar la toalla (y todo lo demás) porque la ‘extinción’ del contenedor ‘ilegal’ ha sido tan meticulosa o más que la que planificaron para la de la viruela.

Cuando este  asunto lo comento, siempre hay alguien que me sale con aquello del ‘negociete’  de la ropa usada, de ‘los aprovechados de la solidaridad’, de ‘las mafias’ de los trapos…. Y en el fondo, lo que veo en ello es una inquina injustificada y egoísta frente a quienes se buscan las castañas como pueden. «¿Prefieres triturarlo o quemarlo en Valdemingómez?, les pregunto». Y no creáis, que hay quien no duda en contestar afirmativamente. Así son algunos  ‘sapiens’ , no todos por fortuna.

En un viaje de Mauritania a España, hace unos años, mi compañero de asiento, un mauritano, me mostraba orgulloso en su móvil fotos de la cadena de tiendas que había montado en Nouadhibou (la segunda ciudad del país) con los contenedores de ropa usada que compraba al peso en Canarias. Lo tenía distribuido por plantas, todo limpio y ordenado («Como El Corte Inglés o Zara», me decía) y daba trabajo a varias decenas de personas. No era una ONG, no era una parroquia, pero esa ‘basura’ que nosotros no queremos, organizada y limpia, daba de comer allí a muchas familias. «Lo que ustedes no quieren, aquí es ropa de lujo», aseguraba.

Sin saberlo, además, aquel señor regordete y avispado, del que no recuerdo el nombre, ayudaba a todo el planeta porque resulta que evitaba la contaminación que genera la destrucción de los desperdicios textiles y una nueva producción  (que no es poca, teniendo en cuenta los tintes, las máquinas, los cultivos, los derivados del petróleo, etcétera), como recuerda la campaña Ropa Limpia. Y no era un mafioso, ni desde luego parecía millonario.

Así que pensando en esas gentes lejanas y en otras que ahora siento mucho más cerca, las que rebuscan cada noche en mi cubo, ando ahora con mi bolsa a cuestas. Quiero reciclarla social y medioambientalmente. Quiero que no me lo pongan difícil porque a Humana tiene un contrato con el Ayuntamiento, del que desconozco como se fraguó. Y si me encuentro mi blusa en un mercadillo, y ayuda a pagar el menú escolar de un crío, sentiré una gran alegría.

Estoy segura que ningún banquero, ni constructor, ni especulador de Bolsa anda en esta empresa. Huele a mercadillo, huele a pobres.