Los residuos electrónicos, un virus con tratamiento


ROSA M. TRISTÁN

Televisores, batidoras, viejos ordenadores… Hace escasos días en una ciudad costera y levantina pude observar cómo el reciclaje de la electrónica en algunos lugares aún deja mucho que desear. Hace años que la Fundación Ecolec organiza la recogida, el tratamiento y la eliminación de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) en todo el país, pero a nadie escapa que hay agujeros negros en lugares donde, como también he comprobado, resulta todavía una odisea dar el primer paso para evitar que esta basura peligrosa acabe en un vertedero incontrolado. En el caso de Torrevieja, encontrar el teléfono del punto limpio o de la empresa que era responsable de su recogida, en este caso Acciona, puede . Al final, en mi caso, tras marearme en el Ayuntamiento de un lado a otro, conseguí el número en Información Turística. Muy surrealista…

Uno de los jóvenes recicladores de Bangladesh, participantes en el trabajo del IDAEA-CSIC.

Quisiera pensar que son pocos los casos de desperdicios electrónicos en las calles, pero es evidente que aún falta mucho por hacer. Estamos en un país en el que se generan anualmente más de un millón de toneladas de basura electrónica, según datos de estudios oficiales. De ellas, 750.000 se podrían reciclar. Según los últimos datos de Ecolec, en los seis primeros meses de este año han recogido 50.162 toneladas, que son casi 7.000 menos que el año anterior (un 12% menos). Es evidente que una razón es que se  han vendido menos productos porque las tiendas han estado cerradas, pero también es verdad que cerraron los puntos limpios en muchos lugares durante el Estado de Alarma.  Entre Madrid, Andalucía y Cataluña suponen, según sus datos, el 43% del total de esa recogida, menos de lo que les correspondería por su población (las tres autonomía aglutinan casi al 48% de los residentes en España). Les sigue la Comunidad Valenciana.

Volviendo a Torrevieja, un ejemplo paradigmático de la falta de control ambiental es lo habitual que resulta ver ‘recicladores informales’ que con sus furgonetas van recogiendo acá y allá residuos de las calles. ¿Adónde acaban? Conviene no olvidar que, según datos de Naciones Unidas, cada año unas 352.470 toneladas de desechos electrónicos viajan desde Europa a países en vías de desarrollo de África y Asia, fundamentalmente. A nivel mundial, se estima que la mitad de todo ello acaba len zonas de pobreza extrema. El informe internacional detalla que esta basura viaja desde nuestro mundo al suyo en coches de segunda mano o ‘disimulado’ como material para utilizar en países y bajar la brecha digital, aunque la realidad es que son totalmente inservibles y allí se desmontan para sacar el oro u otros minerales valiosos, en condiciones insalubres.

Es un  ‘negocio’ que no sólo tiene un grave impacto ambiental, sino también un elevado riesgo para la salud de quienes lo reciclan sin ninguna medida de seguridad. Así lo ha confirmado un estudio publicado recientemente en la revista ‘Science of The Total Environment’ por un grupo de científicos de varios países, entre los que estaba Ethel Eljarrat, del IDEAE-CSIC. “Durante el desmantelamiento de esos aparatos se generan residuos que contienen componentes peligrosos y muy contaminantes; es el caso de ciertos aditivos químicos de los plásticos, retardantes de llama y metales pesados, como el plomo, mercurio o cromo. Para la mayoría de estos compuestos no se cuenta con un control de reciclado adecuado, con el daño que supone para el medio ambiente y la salud humana”, explica Eljarrat.

En su investigación se centraron en el trabajo de 15 recicladores de Bangladesh, en Dhaka. El trabajo revela que encontraron en sus camisetas y pulseras hasta 23 compuestos químicos que se usan en aislamiento de cables, carcasas de plástico, paneles LCD y tableros de circuitos de equipos eléctricos y electrónicos. Incluso tenían el difeniléter prolibromado, un retardante de llama prohibido internacionalmente por la Convención de Estocolmo, pero que aún esta´en equipos antiguos. “Algunos estudios nos dicen que son compuestos cancerígenos y neurotóxicos, así que está claro que su reciclaje es peligroso cuando no se hace en las condiciones de seguridad adecuadas. Incluso en plantas de reciclaje de Canadá se han detectado porque son espacios cerrados, donde el riesgo es alto, pero cuando los trabajadores van con mascarilla no pasa nada. El problema es que estos residuos llegan a lugares donde no existen esas medidas y la realidad es que seguimos exportando una gran parte de estos desperdicios”, asegura Eljarrat.

Una vez en países como Bangladesh, Nigeria o Sierra Leona, además, se contrata a niños de 14 años o menos porque resulta que sus manos son más pequeñas para desmontar las minúsculas piezas de la electrónica actual; son menores que enferman al mismo ritmo que aquí consumimos televisores, móviles o aires acondicionados.

Desde la Fundación Ecolec lanzan campañas para conseguir que más establecimientos recojan lo viejo y estropeado en cada nueva compra y que más municipios entren en el sistema… pero demasiadas toneladas aún andan sueltas.

Mientras los municipios no pongan las cosas fáciles y mientras la ciudadanía no sea penalizada por tirar basuras fuera de los puntos blancos oficiales, es una epidemia que seguirá infectando el mundo. Y hay tratamiento y vacuna.

 

 

Basura a 15 centímetros de profundidad en espacios protegidos


Técnico de SEO/BirdLife recogiendo muestras de agua en el río Jarama. @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTAN

El calor es abrasador en el mediodía de la Laguna del Campillo, una reserva natural y Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA) de Madrid. Pese a los 35º a la sombra, un equipo de SEO/Birdlife se afana en sacar muestras del suelo y del agua del río Jarama. Están recabando datos para la mayor base de datos de suelos contaminados en espacios protegidos de España. Cuando acabe la campaña, dentro del proyecto Libera, en colaboración con Ecoembes. De momento ya llevan recogidas muestras en 24 puntos de toda la geografía y en total tienen previsto ir a 140 de las 469 áreas importantes para aves (IBAS, las llaman, por sus siglas en inglés) hasta marzo del año que viene. En realidad, han ecogido los siete ecosistemas más representativos del país.

Técnicos de SEO/Birdlife recogiendo muestras de tierra para estudiar la contaminación. @Rosa Tristán

Cuando el técnico Carlos Ciudad mete la draga en la tierra fangosa del río o en la misma tierra, sorprende la cantidad de porquería que ya hay enterrada a unos 15 centímetros de profundidad. Si en Madeira se ha encontrado ya plástico incrustrado en roca, en las muestras que recogen son visibles restos de toallitas húmedas , posibles colillas…y aún hay que analizar lo que contienen, tarea que se hace desde el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) y el Instituto de Investigación de Recursos Cinegeticos (IREC), ambos del CSIC. «En sus laboratorios buscarán todo tipo de contaminantes que vengan de la basura, de la agricultura o de la ciudad, compuestos de todo tipo como los de medicamentos, pesticidas, hidrocarburos, y con la Asociación Hombre y Territorio, los microplásticos. Se trata de tener un diagnóstico real de suelos, sedimento y agua para luego con esa información poder plantear medidas», me explica Octavio Infante, coordinador de la parte científica en Libera mientras caminamos junto a la laguna. «Con todo ello tendremos una base de datos real de todo lo que hay encima y debajo de la superficie que será muy eficaz porque si no sabes lo que hay, poco puedes hacer».

Ya en el Jarama, Carlos comienza a recoger los tipos de muesrtas que necesita: de suelo, de sedimento y del agua del río, también buscan heces de animales. No es lejos de una depuradora de aguas residuales (EDAR). Se supone que el agua debiera salir limpia para verter al río… pero solo se supone. En cada lugar escogido, es preciso recoger tres muestras en una distancia de unos 500 metros para comprobar la dispersión.

Carlos lleva recorridos ya muchos kilómetros con todo el equipamiento a cuestas. No siempre es fácil acceder al punto escogido sobre un mapa y el día no acompaña. Estamos en plena ola de calor. De cuando en cuando, alguno de ellos identifica alguna de las hermosas aves que recorren este lugar. Un martín pescador o una garza real o un milano real… «Recogemos heces porque a veces encuentras también rastros de contaminación», añade Miguel Muñoz, responsable en SEO/Birdlife de Libera.

«Encontrar colillas o plásticos a 15 centímetros de profundidad da idea de la cantidad de contaminantes que puede haber. La realidad es que se sabe que estamos contaminando pero no tenemos la certeza de lo que hay y de dónde viene si no se analizan las muestras. Y contaminamos porque estamos mal informados. Creemos que compramos cosas biodegradables y que van a desparecer, pero eso no es así. La definición no está clara y no se sabe ni cuánto tiempo necesitará ni en qué conciciones. Puestos así, una colilla es biodegradable, pero en muchos años», argumenta Miguel.

En Madrid, los puntos elegidos para el muestreo son tres: El Pardo, Rivas y Aranjuez, no lejos del río Tajo. En realidad, en cada uno es una jornada. Cada muestra se recoge, se limpia y se clasifica. Las orgánicas deben seguir una cadena de frío, para lo cual siempre llevan una nevera en la que guardar ‘el botín’. Los protocolos se siguen estrictamente para que no haya peligro de contaminantes aportados por los propios técnicos.

«Es un proyecto que nos ilusiona mucho dentro de este proyecto Libera, que tiene otras muchas iniciativas, como es la de recogida de basuras en la naturaleza o las aplicaciones para móviles en las que los ciudadanos pueden ir introduciendo lo que se van encontrando.

MAPA DE LOCALIZACIONES

 

 

 

 

La basura electrónica, alta tecnología que envenena


Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos acaban en el mar sin ningún tratamiento. |@ROSA M. TRISTÁN

Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos y electrónicos acaban en el mar Ártico sin ningún tipo de tratamiento. Asi lo ví hace un año. Y así sigue. |@ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Cuando hace un año estuve en Groenlandia hubo una imagen que me dejó tan impactada como su fascinante belleza. Junto a un fiordo espectacular se acumulaban toneladas de residuos: coches, bidones de combustible (cuyos restos fluían hacia el agua por el que navegaban los icebergs) y centenares de aparatos eléctricos (lavadoras, frigoríficos, planchas, ordenadores…) cuyos componentes ensuciaban la prístina majestuosidad del entorno. Casi 12 meses más tarde, conocí a la documentalista Cosima Dannonitzer, pues tuve la suerte de presentar su documental ‘Comprar, tirar, comprar’ sobre la obsolescencia programada en unas jornadas de Mediapro en el Matadero de Madrid. Allí me habló de su último trabajo, sobre el que conversamos en esta entrevista, y la imagen de aquel lugar hermoso y trágico me volvió a la mente.

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