África en el Neolítico: el ‘reino’ de pastores que no bebían leche


ROSA M. TRISTÁN

«Sabemos más de los humanos africanos de hace dos o un millón de años que de los que hace unos milenios». La frase me la dice la arqueóloga Mary Prendergast, de la Universidad de Sant Louis (en Madrid), una de las mayores expertas en el Neolítico africano. Es un ‘agujero’ antropológico que, ahora, trata de llenar gracias a un estudio genético que lidera y que publica hoy la revista ‘Science’. Junto a un nutrido grupo de especialistas, nos descubre un retrato de hace 5.000 años de África oriental en el que los pastores iban viajando desde el norte hacia el sur por la reseca sabana con sus vacas, cabras y ovejas. Y no se sabe bien cómo las aprovechaban, porque aún tenían intolerancia a la lactosa. Es fácil imaginarles nomadeando de un lado a otro, no de forma muy distinta a como hoy siguen haciendo ahora los fulani (o peul), los turkanas o los masais que habitan al sur del Sáhara y por el Este del continente. Pero ¿son los mismos que en el pasado? Es precisamente la genética, nueva gran herramienta para los arqueólogos, quien ahora nos da nuevas pistas…

Pastor de origen nilótico, masai, en pastos en Kenia. @Rosa M. Tristán

Gracias al ADN antiguo de 41 individuos del Neolítico (unos 5.500 años) de Kenia y Tanzania han descubierto que los pastores que comenzaron a llegar desde el norte sudanés se mezclaban con los cazadores/recolectores que habitaban el Valle del Rift hasta formar un grupo genético homogéneo, en un proceso que duró unos mil aós. Más tarde, ya en la Edad de Hierro, hace unos 1.200 años, llegaría una nueva oleada de migrantes ganaderos, que también se fundieron con las poblaciones ya asentadas. Son los pueblos nilóticos (masai, samburu, luos, datooga, dinka…) que hoy habitan buena parte del Rift y que siguen siendo, sobre todo lo demás, pastores.

El estudio también detecta ya en aquellos nómadas la huella genética de los bantúes que llegaban del oeste, aunque aún en poca proporción: en el yacimiento de Deloraine Farm  hallaron ADN de un niño con ascendencia occidental, confirmando así la propagación (más tardía) de la agricultura y de las lenguas bantúes.

Sin embargo, pese a esta fusión biológica, aquellos primeros ganaderos se organizaron en grupos que se aislaron totalmente, quizás con fuertes barreras sociales que los hiciron imnunes a intercambios culturales. Sus cerámicas, los materiales que usaban en sus herramientas de piedra, sus asentamientos e incluso sus prácticas de entierro eran diferentes, dando lugar a la  espectacular riqueza cultural en esta inmensa África oriental que aún permanece, aunque cada vez más en lucha contra la uniformidad global y con visos de acabar siendo una ‘curiosidad turística’ que retratar. 

Gishimangeda cueva en Lago Eyasi de Tanzania donde se han encontrado secuencias de ADN. @Mary Prendergast

Desde Dar es Salam, vía telefónica, Prendergast, me explica con detalle cómo surgió la idea de hacer un trabajo tan complejo en el contexto africano. «Para empezar, aquí todo lo que no es Pleistoceno, no interesa demasiado. Pero en 2016, estando un laboratorio de ADN antiguo en Harvard, comprendí que había muchas preguntas pendientes en la arqueología que podíamos descubrir con el ADN, así que contacté con la antropóloga Elizabeth Sawchuk (co-autora), que es una gran especialista. Sabía que en Kenia teníamos más de 100 restos de individuos neolíticos, fósiles que procedían de excavaciones de los Leakey y de grupos de investigadores japoneses de los años 60 que llevaban más de medio siglo sin estudiar, conservados de cualquier manera… Lo sorprendente fue que encontramos ADN antiguo de 41 individuos en perfectas condiciones», señala la investigadora. Y apostilla: «Tuvimos que llevarnos las muestras a Boston porque, por desgracia, en todo ´África no hay ni un laboratorio para ADN antiguo. Es tremenda la situación de la ciencia los países pobres».  

Pueblo hadzabe de cazadores-recolectores, en Lago Eyasi, Tanzania. @Rosa M. Tristán

Me sorprende al contarme que de aquellos restos, 15 se localizaron en el Lago Eyasi de Tanzania, uno de los lugares más espectaculares que he visitado, en cuyos alrededores pude conocer a los cazadores/recolectores hadzabe y ver cómo conviven hoy con pastores datooga. «El ADN nos mostró la relación de estos pastores, enterrados bajo sus casas, con otros de Kenia, aunque hace unos 4.000 años todavía tenían más de cazadores/recolectores que los de más al norte. Es muy interesante detectar, por vez primera con datos fiables, este viaje del pasado», reconoce.

Sobre el misterio de que fueran pastores y a la vez intolerantes a la leche, que les causaba graves problemas digestivos, aún no hay respuesta. De hecho, de los 41 sólo un individuo de hace unos 2.000 años tenía la mutación que permitía tomarla sin consecuencias. «¿Que si la fermentaban?. Es algo que no sabemos, pero pudiera ser», comenta la arqueóloga. Tampoco cree que cuidaran de los animales únicamente por el consumo de carne, algo que hoy sigue siendo algo excepcional en los pueblos pastores africanos. Los surma de Etiopía o los masai de Kenia, por ejemplo, aún mezclan la leche con sangre como bebida energética ¿una fórmula para evitar un daño?

Respecto a la diversidad cultural que surgió entre los neolíticos africanos, en un territorio en el que no había fronteras geográficas como si las hay en Europa, Perdrengast explica que «de momento hay datos muy dispersos en cientos de kilómetros para sacar conclusiones», y remite a futuros trabajos que, si la financiación continúa, deberán realizarse.

Otro asunto interesante es que, si bien los pastores viajaron  de norte a sur, la arqueóloga comenta que «no hay certeza de que entraran por Oriente Próximo con el ganado, no se sabe si hubo intercambio o  un centro independiente de domesticación de animales africano. De hecho, el pastoreo es algo totalmente asentado las raíces culturales de estas regiones, aunque ahora es una actividad amenazada por el cambio climático:  se están quedando sin tierras de pastos.

La investigación también confirma que la ganadería se expandió con más rapidez que la agricultura por este continente, sobre todo en una región donde el clima no lo ponía fácil: salvo en las zona alta de Etiopía o Kenia, cuando no hay lluvias y hay que buscar agua, es más fácil moverse con animales en busca de fuentes y manantiales, explica la arqueóloga. También ese movimiento favorecen las redes sociales, así que los cultivadores no se extenderían hasta hace unos 2.000 años, y se sabe que domesticaron sus propias plantas endémicas, como son el sorgo, el mijo, el cereal teff etíope o el ñame.

El trabajo menciona también al arqueólogo tanzano Audax Mabulla, actual director general de los Museos Nacionales de Tanzania, coautor del estudio, y uno de mis guías en mi último e inolvidable viaje a la Garganta de Olduvai. Mabulla es consciente de que «los resultados de este estudio tendrán un impacto a largo plazo porque los hallazgos importantes tienden a dibujar nuevos generaciones de investigadores regresan a colecciones antiguas de museos». 

Si esas nuevas generaciones, ademas, lo son cada vez más de científicos africanos, será una buena señal para este continente que, sin duda, dio lugar al género ‘Homo’ y que tiene mil historias por descubrir.

 

Cortando cabelleras en una cueva de Córdoba


ROSA M. TRISTÁN

Ritual en la Sima del Ángel. |A.Monclova

Ritual en la Sima del Ángel. |A.Monclova

Hubo un tiempo en el que en la Península Ibérica se cortaban cabelleras, y después, además, se cocían al fuego lento los huesos del muerto. Ocurrió hace entre 9.000 y 7.000 años en una cueva de Lucena (Córdoba) y los restos de aquellos extraños rituales funerarios han sido encontrados ahora gracias a los trabajos del equipo dirigido por Cecilio Barroso Ruiz, Presidente de la Fundación Instituto de Investigación de Prehistoria y Evolución Humana, y José Antonio García Solano, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).

Hace casi 20 años que Barroso llegó a la Cueva del Ángel y comenzaron las excavaciones. En el yacimiento había una sima de unos 100 metros de profundidad utilizada como dolmen de enterramiento por las poblaciones del Neolítico y del Calcolítico. De allí sacaron el año pasado un millar de restos humanos que han analizado este verano, para descubrir que pertenecieron al menos a 50 individuos de todos los sexos y edades.  «Lo que hemos comprobado es que les quitaban el cuero cabelludo y luego cocían los huesos para su descarnamiento, pero no tenemos pruebas de que hubiera canibalismo, no hay marcas de que se los comieran», asegura el investigador desde Lucena.

Foto de la Sima.

Foto de la Sima.

Por lo que han averiguado, los enterramientos tenían lugar en la cueva que hay sobre la sima, pero como era muy pequeña, cada cierto tiempo tenían que ‘limpiar’ el lugar de cadáveres, y éstos eran arrojados por la oquedad para dejar espacio a los nuevos muertos. En definiva, era «un dolmen-cueva», asegura Antonio Monclova, otro miembro del equipo.
La mitad de los cadáveres se corresponden a niños, y la mitad de ellos murieron justo en la edad del destete, que es cuando el riesgo de muerte, ante el paso a una alimentación más insegura, es más alto. Es lo que aún sigue ocurriendo por desgracia en muchos países africanos. Los adultos eran de unos 40 años, pues en esa época de la Prehistoria pocos sobrevivían más allá de esa edad.

El estudio de estos fósiles también ha revelado muchas marcas de corte y señales de que fueron quemados intencionadamente, dentro del mismo ritual.

Los restos del Calcolítico son más recientes y
no tienen ya esas marcas de corte ni fueron quemados, sino tan sólo depositados en la cámara dolménica. Al parecer, se arrojaban a la Sima cuando ya no tenían masa muscular.

Excavación en la Sima del Ángel en 2014

Excavación en la Sima del Ángel en 2014

El equipo ha iniciado un proyecto de bio-medicina con el Instituto Reina Sofía, la Universidad de Málaga y otras dos instituciones extranjeras con el objeto de realizar estudios con estos restos sobre las enfermedades que eran habituales en el Neolítico y la Edad del Bronce. También se realizarán estudios del ADN que permitan conocer la demografía de las poblaciones, las primeras  que comenzaron a cultivar las tierras peninsulares y a domesticar  a sus animales. El material genético se espera conseguir en la campaña del año que viene.

Los investigadores confían en encontrar restos de ‘Homo heildebergensis’ en el fondo de la Sima, después del hallazgo en campañas anteriores de industria achelense, como se publicó en Quaternary International en 2011.

De momento, esperan recopilar más datos sobre el yacimiento para publicar los nuevos resultados.