Científicas: ¿Techo de cristal o de «cemento armado»?


ROSA M. TRISTÁN

Tengo la fortuna de conocer excelentes biólogas, arqueólogas, geólogas, astrofísicas o filólogas. Sin embargo, ninguna ocupa un alto cargo de responsabilidad en su centro. Una cosa es que veamos muchas ‘batas blancas’ con rostro de mujer cuando visitamos un centro de investigación, o muchas esforzadas doctorandas en las universidades, y otra muy distinta que estén en puestos desde los que se ejerce una dirección efectiva. De ahí que a la que le toca, como María Blasco, por ejemplo, se la requiera continuamente para cumplir la cuota en los medios (sin detrimento de su valía) o que se busque a Margarita Salas, que lleva décadas ocupando ese papel mediático. El resto, parece no existir. Digo todo esto al hilo de los datos del informe «Científicas en Cifras 2015», presentado por la secretaria de Estado de Investigación, Carmen Vela.

Para empezar, resulta cuando menos curioso que ella solita represente el 75% de mujeres en el cargo de la presidencia o dirección de consejos rectores en centros de investigación, mediante la fórmula de ocupar varios puestos de ese calibre a la vez  y que ese sea el único una significativa presencia femenina). Los otros datos, lejos de ser positivos, en general son sonrojantes. (SIGUE)

El grado A es el de mayor categoría profesional, y donde más diferencia hay entre sexos. Informe ‘Científicas en cifras»

Y es que el porcentaje de científicas respecto a científicos no está mal, y ronda el 39% (incluso más que en Europa, que anda por el 33% por culpa de Alemania) pero también resulta que es un porcentaje que sigue estancado desde hace una década. Si es cierto que, como Vela señalaba, se cumple «la norma del 60-40», es decir 60% de hombres y 40% de mujeres, si bien en nuestra población general los primeros son el 49% y las segundas el 51%. Luego es una norma que parece poco igualitaria, aunque quiero entender que es un pasito más en una brecha que viene de siglos. Ahora bien, este 39% se refiere a los organismos públicos de investigación (OPIS) y las universidades porque lo que es la empresa privada es puro patriarcado: menos de un tercio de sus investigadoras en áreas de innovación y ciencia es mujer, el 31%.

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Este panorama empeora a medida que subimos en el escalafón. Si bien el informe refleja que las doctorandas leen ahora muchas más tesis que antes (ya son el 50% del total) -luego hay un aumento del interés por seguir la carrera investigadora-, lo cierto es que esta carrera se topa con un techo, no ya «de cristal», sino de cemento armado, porque parece que no hay forma de acabar con él desde hace décadas ni a corto plazo.  A estas alturas del siglo XXI, tenemos  tres rectoras de 50 universidades públicas (en las privadas van mejor, y llegan a ser el 29%), ni una sola directora de un OPI (leasé, CSIC, INTA, CIEMAT, IGME) y un escuálido 18% en las direcciones del centenar centros o institutos de investigación pública o en los de las universidades. Además, sólo 2 de cada 10 investigadores de alto rango son mujeres en esos OPIS, aunque sin embargo son inmensa mayoría entre técnicas, auxiliares y becarias.

Si acercamos más la ‘lupa’ a la universidad nos encontramos otro dato para la reflexión:  si bien el informe refleja que el 50% de las tesis aprobadas las firman «ellas», apenas suponen el 27% de las directoras de departamentos universitarios públicos o de las directoras de escuelas. ¿Está ahi el primer  gran ‘agujero negro’ que las succiona hacia el ostracismo?. Ana Guil, investigadora de género de la Universidad de Sevilla, en un estudio reciente señalaba: «De seguir la evolución en este sentido, habríamos de esperar hasta casi el 2040 para llegar al 50% no ya de catedráticas, sino tan sólo de docentes universitarias. Ello siempre que no sucediera algo que ralentizara su crecimiento, como parece que ya ha empezado a pasar con la crisis económica. Pues las crisis siempre han perjudicado en mayor medida a las mujeres y por diversos motivos, que no pasan necesariamente –aunque también- por la pérdida de empleo femenino».

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Efectivamente, son ellas las que acaban dejando su empelo aunque sean investigadoras de primera, al mismo nivel que sus compañeros, porque otro dato nos dice que presentaron la mitad de las solicitudes de ayudas públicas para sus proyectos y las consiguieron con éxito en el mismo ratio que sus colegas, un buen dato que nos indica que eran buenos proyectos y que al menos ahí no hay un sesgo de sexo.

Pero otro cantar es contar con esas excelentes científicas para dirigir equipos. Ana Puy, de la Unidad de Mujeres y Ciencia y coordinadora de esta trabajo, me reconocía que «hay mucho catedrático que no se mueve del sitio» y Carmen Vela argumentaba que debido a las pocas plazas convocadas en los últimos años para el sistema científico, no ha sido posible que cambie la tendencia, y lanzaba al aire una pregunta: ¿Son pocas porque no se selecciona a mujeres o porque no se presentan a esos puestos?». La propia Puy me diría luego que «lo normal es que a ‘ellos’ sus compañeros les animen a presentarse a un cargo y lo hacen conscientes del apoyo que tienen, lo que no ocurre al contrario». «La respuesta es complicada. Hay casos en los que la mujer decide no seguir con su carrera, pero lo cierto es que tiene lastres sociales, personales y del entorno que lo impiden», apuntaría Carmen Vela. (SIGUE)

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Rosa Huguet, paleobtóloga en el proyecto de Atapuerca, estudiando unos fósiles. @ROSA M. TRISTÁN

Por cierto, de la posición de las investigadoras en el mundo empresarial el informe no cuenta casi nada. No hay datos de la posición que ocupan en esos departamentos de innovación privados, por más que se han pedido. «Las empresas ocultan el género porque saben que el dato es malo», reconocía  Puy.  No información, si un ostracismo fantasmagórico a nivel social.

Como medidas para paliar estas cifras, Vela señaló que su ‘hoja de ruta’ incluye recomendaciones para que todos los tribunales cumplan la regla del 60% hombres y 40% mujeres (los de la Secretaria de Estado ya lo son, pero en otros no tiene una competencia), revisar que no haya sesgos de género en las convocatorias de ayudas a proyectos científicos (y parece que ahí no está el problema), continuar investigando sobre el tema y elaborar directrices de buenas prácticas, a ver si universidades, centros de investigación y empresas tienen a bien ponerlas en marcha. (SIGUE)

Jóvenes investigadoras, en una manifestación de apoyo a la ciencia. @ROSA M. TRISTÁN

Jóvenes investigadoras, en una manifestación por la ciencia. @ROSA M. TRISTÁN

Pero lucha contra esos lastres que las mantienen «pegadas al suelo», como señala Guil, también esta relacionada con liberarlas de su labores de cuidados (familia, allegados, enfermos…) gracias a un mayor apoyo de servicios que están de capa caída, o canales efectivos de denuncia de las ‘microdiscriminaciones sexistas’ a las que muchas se ven sometidas, así como de esas presiones para elegir entre la familia y la ‘carrera científica’ que suelen darse dentro de los despachos.

Mientras no haya más investigadoras en cargos de responsabilidad, el sistema científico español estará cojo. «La mayor incorporación de las mujeres a las más altas posiciones académicas, sin duda redundaría en la calidad de la docencia y la investigación, al aportar éstas no sólo su demostrada excelencia, sino también nuevos puntos de vista que ayuden a construir un conocimiento menos androcéntrico y en consecuencia más universal», afirma Guil en su informe.

Pues bien, eso es lo que estamos perdiendo.

INFORME COMPLETO: «CIENTÍFICAS EN CIFRAS 2015»

INFORME SOBRE SALARIO DE LAS MUJERES RESPECTO A LOS HOMBRES (CCOO): «BRECHA SALARIAL: EL PEAJE DE LA DISCRIMINACIÓN

 

Abro la puerta.. y entro en Alianza por la Solidaridad


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ROSA M. TRISTÁN

Cuando hace mucho tiempo decidí el periodismo como profesión no podía imaginar los vericuetos que habría en ese camino. Como para tantos, los primeros pasos fueron en un pequeño sendero con no pocos baches y algunos desvíos equivocados. Tras no poco esfuerzo, acabé llegando a lo que comenzó siendo una carretera comarcal y acabó convirtiéndose en una autopista, llamada EL MUNDO, donde logré mantener una velocidad constante mucho tiempo. En 2012, y en un proceso similar al que ocurrió en España con las de peaje, aquella vía de comunicación se tambaleó en una crisis en la que se confabularon muchos factores, y el movimiento sísmico, también llamado ERE, acabó expulsándome a un terreno que a simple vista parecía baldío.

Fue entonces cuando este Laboratorio para Sapiens se convirtió en un refugio que gracias a vosotros, los lectores, creció y abrió en el horizonte nuevas sendas. Bifurcaciones que me llevaron de la televisión a la radio, de revisas y periódicos semanales y  digitales. En todo ellos traté de no perder el rumbo ni el empeño por mantener un espíritu crítico e inconformista frente a una realidad global demasiado imperfecta. Y también por conocer el trabajo de todos aquellos  que ayudan a mejorar la vida en este pequeño y valioso planeta.

Ahora, en este 2015 ya estrenado, pero aún poco usado, ese camino me ha llevado hasta una gran puerta: la de Alianza por la Solidaridad, una organización no gubernamental que parece joven, pues se fundó como tal en 2013, pero que es una adulta con muchos años de experiencia, ya que es la suma de fuerzas de otras tres grandes organizaciones, con décadas de trabajo a sus espaldas: Habitáfrica, Ipade y Solidaridad Internacional. 

Y me lleva hasta ahí para entrar y dedicarme a una labor tan gratificante como es trabajar para dar a conocer al resto del mundo, como  coordinadora de comunicación, el trabajo que desempeña esta organización en África, en América, en Oriente Próximo o en Europa «para conseguir un mundo mejor y más sostenible para todas y todos, sin importar donde hayan nacido o donde decidan vivir». Ayudar a hacer aliados contra ese absurdo crecimiento económico «sin fronteras» que está poniendo en un brete los derechos humanos en muchos países, y contra el que Alianza lucha ayuda fortaleciendo las asociaciones locales. Ayudar a hacer aliados por los derechos de las mujeres, porque parece que para esta batalla casi nunca «es el momento», pero mientras siguen sufriendo violencia, miseria y muerte. Ayudar a que la sociedad colabore en paliar, y ser posible evitar, los efectos de desastres humanitarios que dejan tantas víctimas en el camino. Ayudar a que se apoye un desarrollo de esos pueblos, casi siempre olvidados, local y sostenible, porque es la única alternativa sabia que hay para el futuro.

Hay un gran equipo humano detrás de todos estos proyectos en Alianza por la Solidaridad y en sus socias, y están logrando abrir, aunque sea a miles de kilómetros, caminos para que muchas gentes vean en su horizonte una salida. Es una tarea que consiguen pese a que los recursos públicos con los que cuentan son cada vez más exiguos, porque resulta que para este año el Gobierno de España dedica apenas el 0,17% del PIB a ayuda al desarrollo (¡Qué lejos estamos de aquella gigantesca acampada por el 0,7% hace ahora 20 años!). Y lo consiguen porque en la otra cara de esa moneda ‘oficial’ está la cara de la solidaridad de quienes creen firmemente que se pueden cambiar las cosas si se apuesta por ello. Porque aún somos muchos, y debemos ser más, los que pensamos que su salida depende de cada uno de nosotros, como  la nuestra está ligada a la suya .

No hay que olvidar que es una solidaridad que viene de antiguo (en los yacimientos de Atapuerca han descubierto que hace medio millón de años, los ancestros humanos ya cuidaban de los ancianos y de los niños enfermos), porque el altruismo y la cooperación nos ayudaron en el pasado a llegar a ser lo que somos, aunque en algún momento nos perdimos, liados en el entramado de consumismo y el expolio.

Esta solidaridad que busca aliados, y que ya tenía su hueco en este Laboratorio -porque contar con ella era imprescindible su identidad-, tendrá desde hoy más metros cuadrados, entre probetas llenas de medio ambiente, de investigaciones científicas y reflexiones personales.

Ahora, abro la puerta de Alianza por la Solidaridad y entro.

Os espero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un robot, diseñado por una congoleña, revoluciona las calles africanas (VÍDEO)


Thérése Izay Kirongozi. |@ROSA TRISTAN

Thérése Izay Kirongozi. |@ROSA TRISTAN

ROSA M. TRISTÁN
(Vídeo del robot al final)

Un robot, desarrollado por una investigadora africana, se está haciendo con las calles en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. No tiene nombre, pero se está convirtiendo en un héroe en un país donde las muertes por el tráfico son un problema nacional. Su fama ya ha traspasado las fronteras congoleñas y Thérèse Izay Kirongozi, la ingeniera que le ha dado vida (artificial, claro), está empeñada en que triunfe en todo el mundo. Y va camino de conseguirlo. Días atrás ha estado en Madrid, invitada por la Fundación Mujeres por África, que presentaba su proyecto Ellas Investigan, del que ya se ha hablado en este Laboratorio para Sapiens. De sus palabras se deduce el ímpetu con el que nuevas generaciones de mujeres de ese continente están entrando en el mundo la de la ciencia africana e internacional, conscientes de  su: realidad:  «Los africanos debemos ser quienes transformemos nuestros recursos en desarrollo».

En un país donde la situación y los derechos de las mujeres se violan continuamente ¿Cómo ha sido su carrera hasta aquí, y más en una profesión como la electrónica, donde también en Europa hay pocas mujeres? 

Yo era la mayor de seis hermanos. Mi padre era ingeniero electromecánico y fue  él quien me animó mucho a estudiar nuevas tecnologías, pues pensaba que ahí estaba el futuro. Tiene razón que es un profesión muy masculina. De hecho, en mi promoción éramos sólo tres mujeres entre 15.000 hombres. Era un grano de arena. Luego su número han aumentado y ahora somos un 5%, poco pero un gran avance. En mi caso, estudiar estudiar sólo con chicos me vino muy bien para romper la timidez y me demostró que las mujeres podemos hacer todo lo que nos propongamos, exactamente lo mismo que los hombres.

¿Cómo nació este robot? ¿Se había hecho algo similar antes?

Pues no, no se había hecho nada parecido en ningún sitio. El robot nació porque constaté que en África el tráfico era un gran problema. Según informes de la OMS, cada hora mueren 26 personas en accidentes en África, y únicamente tenemos el 2% del parque automovilístico mundial. Eso es lo convierte en la causa principal de fallecimiento. Además, las víctimas más comunes son niños y mujeres. En Kinshasa en 2012 hubo más de 5.500 accidentes en 10 meses, con más de 3.000 muertos. Al conocer estos datos, se me ocurrió diseñar un robot para el control del tráfico, porque hay señales pero no son suficientes porque mucha gente no las entiende. Y porque en mi país hay muchos conductores que no han estudiado y no saben interpretarlas. Respecto a los guardas, no siempre están cuando se necesitan. Por ello, diseñamos un robot que todo el mundo puede entender. En realidad tenemos dos generaciones. Uno que ayuda a los niños a cruzar calles y otro que ayuda a aclararse en las rotondas o cruces, donde hay muchas señales. Y le hemos dado voz: si un niño quiere cruzar, da a un botón y el robot le dice cuando puede cruzar, y le habla para que  aprenda. Incluso canta. Desde que está, la población se siente cercana a la máquina. Antes, nadie les hablaba para informarles. Nuestro robot lo hace.

¿Y qué ocurre cuando alguien comete una infracción?

También tenemos un sistema de vigilancia con cámaras instaladas en el autómata que registra todo lo que pasa y saca fotos de los que van a demasiada velocidad o se saltan una señal. Tiene una visión de 360 grados, que es mucho más que una persona. Incluso en Europa las cámaras tienen un ángulo de visión de 180 grados, así que es una gran innovación. Pero nuestra meta es tener un autómata perfecto, y estamos en ello. Le hemos hecho de 2,5 metros de alto, y sobre una peana, para que infunda respeto a los conductores. Ante un robot, se piensan si cometer una infracción. Otra característica es que, como en Congo hay problemas de suministro eléctrico, funciona con paneles solares. Y como tiene inteligencia artificial, se apaga cuando hay poco tráfico. Todo ésto está conectado con un Centro de Control de Operaciones.

Este desarrollo surgió de una coopeerativa de mujeres ¿Cómo lograron sacarlo adelante?

Efectivamente, es fruto de un diseño que surgió en la cooperativa Women Technology, un grupo que comenzó siendo únicamente de mujeres ingenieras, aunque ahora hemos incorporado a hombres. Nuestro objetivo es crear empleo. De hecho, ya tenemos seis robots instalados en RD Congo y a partir de enero habrá otros 20, que estamos fabricando ahora. Incluso tenemos pedidos en Angola, en Abuya (Nigeria), en Brazzaville (República del Congo) y en Abidjan (Costa de Marfin). En Europa, Bélgica quiere apoyar esta iniciativa y comprará un robot para la ciudad de Namur; también en Paris, la asociación Color de África quieren uno para presentarlo en su país.

¿Cuánto cuesta un robot así? A ver si nos ponen uno en Madrid…

Lo vendemos entre 20.000 y 25.000 euros. Por eso quiero dar las gracias a la Fundación Mujeres por África, que nos ha invitado a venir y darnos a conocer. Su visión de la mujer es como la nuestra. Es la de una mujer que está en el origen del desarrollo. Y queremos que las jóvenes, a través de la ciencia y de las nuevas tecnologías, puedan avanzar. Mi país es el pulmón de África, tenemos muchos minerales, ningún otro país africano tiene tantos recursos, pero sin embargo somos de los más pobres. Y si conseguimos que las mujeres tengan espíritu de empresa e innovación se podrán conseguir cambios de verdad en África, y sobre todo en mi país.

¿Fue fácil implicar a más mujeres en la cooperativa?

La creé hace 10 años porque ví que no teníamos trabajo en las empresas y que al final, pese a tener formación, las tituladas acababan despachando en una tienda. No se si nos subestimaban por ser mujeres o si se debe a que hay mucho desempleo. Pero yo soy muy  emprendedora, así que comencé organizando talleres de electrónica para enseñarles cómo arreglar ordenadores o móviles y, poco a poco, surgieron pequeñas empresas. Más adelante, organicé ferias en las que se mostraban las innovaciones tecnológicas que hacían estas mujeres y los jóvenes, pero no había interés en las empresas. Una de esas innovaciones que se presentaron fue un robot de madera, que me dió la idea de transformarlo en un sistema de tráfico inteligente, puesto yo había hecho la especialización en autómatas; pensé que se podía desarrollar la idea a través de una cooperativa de mujeres, en las que se implicaron muchas.

¿Tienen otros proyectos en mente?

Tenemos los cajones llenos de proyectos, pero uno de los más interesantes es el desarrollo de un sistema mecánico que ayude a las mujeres que cargan peso sobre la cabeza. En Congo hay dos o tres provincias donde llegan a acarrear casi 200 kilos de este modo. Las llamamos las ‘mujeres transportistas’ y queremos buscar una solución. Algo sencillo, sin piezas electrónicas, que encaje en el medio ambiente porque se trata de una zona montañosa.  Además, con el dinero que consigo a través de Womens Technology también tenemos en marcha proyectos sociales de ayuda a mujeres y niños. En Madrid he visto que también podemos desarrollar otros ámbitos importantes para las mujeres. Y todo lo financiamos vendiendo robots, aunque al principio pagué la formación de las mujeres con tres restaurantes que tengo abiertos. Porque en mi país no hay subvenciones y desde que tuvimos dos prototipos en la calle, tardamos dos años en tener el primer pedido.Pero siempre fuimos optimistas. Ahora tenemos seis en acción, además de los 20 que estarán en marcha en enero.

Es una auténtica fábrica

(Risas) Prefiero llamarlo laboratorio. Fabricamos de forma artesanal. Somos sólo 15 personas de momento, pero pienso que podemos llegar a ser más de mil. Una parte para fabricación, otra mantenimiento y también para el centro de control. Además, es un sistema que permitirá al Estado recaudar mucho dinero a través de las multas; si el Estado nos financiara con un 5% de esa cantidad, ayudaría a que la cooperativa sobreviva. En Sudáfrica, el 17% del presupuesto nacional se consigue por las sanciones  de tráfico y en Zambia, hasta un tercio. Pero en mi país, con 70 millones habitantes, es una aportación irrisoria. Quiero decir con ello que no sólo aportamos nueva tecnología, sino también podemos generar ingresos. Y también trabajo para los jóvenes, en un país donde hay un 80% paro juvenil con una tecnología propia. Tendremos que importar los paneles o las cámaras, pero lo demás es diseñado en RD Congo.

¿Qué factor diferencial aporta que sea investigación hecha en África frente a que les llegue de fuera para África?

El padecimiento que tiene este continente es su incapacidad para la transformación. Siempre digo que conseguiremos salir adelante cuando seamos capaces de aprovechar nuestros recursos, como por ejemplo los minerales. Ya hemos dado un primer paso al fabricar algo en el Congo, un país que valora poco la inteligencia humana. En general, en África se tiene en cuenta la riqueza en recursos, pero se olvida que la inteligencia humana es fundamental para el desarrollo, que es algo que si se entiende en Europa. No sirve de nada tener  minerales valiosos si no hacemos nada con ellos. Mientras África no sepa transformar sus materias primas, no se podrá desarrollar.

¿Tiene algo que hacer al respecto la comunidad internacional?

Debemos ser nosotros mismos los que nos demos cuenta. En mi país hay gente viviendo en casas en las que crece el algodón, o en las que se ve el cobalto. Pero lo que hacemos es venderlo y otros se hacen ricos transformándolo. Somos los africanos los que debemos ser conscientes de lo que pasa. Podemos desarrollar África solos.

¿Hay contactos entre investigadoras africanas en los que comparten sus trabajos?

Si, pero no muchos. Ha habido reuniones en Angola o Nigeria. Y en todas animamos a las jóvenes a implicarse en las nuevas tecnologías. Prefieren la medicina, la docencia, incluso el periodismo, pero intentamos que amplíen su escenario porque aquí hay mucho futuro. Desde las instituciones públicas también hablan de ello, pero en África se habla mucho y se hace poco.

¿Está satisfecha con el eco internacional de su robot?

Mucho. Ha sido una sorpresa que esta Fundación española se haya interesado en nuestro proyecto; es la segunda gran sorpresa. La primera la tuvimos cuando la mujer del vicepresidente de Estados Unidos, de visita en Congo, vino a conocer nuestro laboratorio porque la CNN lo había sacado en antena.  Ahora, para mí es un sueño poder haber conocido a alguien como María Teresa Fernández de la Vega y poder colaborar con su programa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El ‘papelón’ de España frente al Fondo de la Población de la ONU


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De 33 millones de euros destinados al Fondo Mundial de la Población de Naciones Unidas (UNFPA) en 2010 a cero, cero disfrazados de cuatro, que son un remanente de lo que se quedó sin ejecutar y que se repartirá en los próximos dos años. Esta es la aportación que, finalmente, reconoció el subdirector general de Políticas de Desarrollo, Javier Hernández Peña, en un acto en el que se presentó el informe ‘Maternidad en la niñez» de este Fondo, en un acto organizado por la Federación de Planificación Familiar en Casa de América.

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Mujeres que endulzan la vida: cacao frente a biocombustibles


ROSA M. TRISTÁN (desde Ecuador)

La pasada semana salió publicado en la revista MIA este reportaje, fruto de mi visita a la costa Ecuatoriana, en Esmeraldas, un lugar donde pequeñas comunidades campesinas se están organizando para que el cultivo ecológico del cacao fino, producto estrella del país sudamericano, resurja frente al ataque de los biocombutibles. Miles de hectáreas de terreno están siendo masacradas en el país para el cultivo de palma africana, que ya ocupa el 30% de la superficie cultivable del Ecuador de Rafael Correa. Es el primer vendedor del subcontinente del aceite que sale de prensar este producto y que se utiliza para alimentar nuestros vehículos.

Muchas mujeres están detrás de esta recuperación del cacao, con ayuda de organizaciones como Maquita Cushunchic y el apoyo financiero de Manos Unidas.

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