Los ‘sucios’ negocios que destruyen África


ROSA M. TRISTÁN


Tengo en la pared un cuadro que refleja a la perfección la situación. Una mujer, negra, en un país africano, cava su campo y sale un chorro negro. “Por favor, que no sea petróleo”, piensa. La viñeta, de Vázquez, tiene muchos años, pero sigue siendo actual porque, para millones de habitantes de ese continente, tener petróleo o el gas natural, que también es un combustible fósil aunque algunos lo olvidan, sigue siendo una desgracia.


Recientemente escribía de lo que está pasando en las cercanías del Delta del Okavango, y el desastre ambiental que puede causar la nueva Texas, dicen, explotada por una empresa canadiense (Recon Africa). Pero después descubrí que sólo es uno más de los grandes proyectos en marcha que implican el negocio con ambos productos del subsuelo terrestre. En Reserva Natural (RNE) os hablaba de ello el otro día, información que ahora amplío.

No solo se quiere extraer la gran bolsa de petróleo en las cercanías de la cuenca del Okavango, en África del este y central. También en el norte de Mozambique, Cabo Delgado, hay un suculento proyecto en marcha para explotar un inmenso yacimiento de gas natural de unos 5,7 billones de metros cúbicos (se podrían cubrir las necesidades de gas del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia durante un período superior a 20 años, según el ICEX). Se descubrió en 2010 en el fondo del mar (base de Rovuma), a más de un kilómetro de profundidad y a 50 kms de la costa africana.

Las infraestructuras necesarias para su puesta en marcha ya han expulsado a miles de familias de pescadores y agricultores de la zona de Cabo Delgado y los conservacionistas y científicos han denunciado los daños que supone, además, para la biodiversidad de una de las regiones costeras más valiosas por su fauna y flora. Cuentan que esas costas de Cabo Delgado albergan manglares y selvas litorales, y sus barreras de coral son el hábitat de tortugas marinas, dugones, delfines, ballenas jorobadas y varias especies de tiburones y mantas raya, mientras que los informes de impacto ambiental de este proyecto han sido denunciados por no reflejar los daños reales.

De momento, la presencia y ataques de islamistas parecen haber puesto un freno temporal a los planes que se han estado elaborando durante más de una década, al menos por parte de la francesa Total, que ha parado sus operaciones. En realidad, hay muchas otras grandes empresas -Total, Exxon Mobil, Chevron, la italiana Eni, BP, Mitsui de Japón, Petronas de Malasia y también CNPC de China- que están involucradas y que aseguran en sus webs que llevarán el desarrollo al país, si es que alguien se lo cree a estas alturas.

UN OLEODUCTO POR EL LAGO VICTORIA

Un poco más al norte, ya está planificado otra de esas infraestructuras en un espacio africano de espectacular riqueza natural: se trata del gran oleoducto que se va a construir desde Uganda a Tanzania, pasando por el lago Victoria, para sacar el petróleo por la costa del segundo. Es un desastre contra el que hace un mes más de 260 organizaciones de 49 países emitieron una carta abierta dirigida a los bancos que participan como asesores e inversionistas en la construcción del llamado Oleoducto de Crudo de África Oriental (EACOP).

@Yale Environment 360

Se trata de construir, con de 3,5 millones de dólares, una inmensa tubería de 1.445 kms de largo que ocuparía en total unos 2.000 km2, que atravesaría ríos, lagos y hasta una docena de reservas protegidas por las que campan leones, elefantes y chimpancés. A eso se suma, como indican los firmantes, que afectaría a unas 400 aldeas y que más de 14.000 familias se quedarían sin tierras de cultivo, muchas también sin casas. Es más, parece que la empresa TOTAL , que también anda detrás de este proyecto, ya ha bloqueado tierras en su favor, sin que los afectados recibirán compensación alguna.


La empresa informa en su web que en la zona de Tilenga (cerca del lago Alberto) hay yacimientos con 1.000 millones de barriles de petróleo y gas licuado que tiene licencia para extraer; datos que disfrazan con mucha información sobre su responsabilidad ambiental, pero mención alguna a que este campo petrolífero se superpone con el Parque Nacional de Murchison Falls en el Lago Alberto. Es decir, ya antes de mover el combustible hacia la costa este campo petrolífero supone una tremenda amenaza potencial para gran cantidad de especies de vida silvestre.

Pero es que luego está el trayecto y, dado que la fauna no sabe de oleoductos, se teme que la construcción de la inmensa tubería atraviese corredores para elefantes y chimpancés orientales y que abra potencialmente reservas protegidas para los cazadores furtivos. De hecho, casi un tercio de la longitud del oleoducto atravesaría la cuenca del Lago Victoria, que da sustento a 40 millones de personas en la región y agua a muchos más millones. ¿Qué sería de ellos y de los humedales aledaños si hubiera un derrame? En realidad, ya se ha visto lo que ocurre en Nigeria o Camerún, donde hay oleoductos similares. “Los posibles derrames de petróleo son una gran amenaza en algunos de los últimos reservorios de agua que quedan en los Grandes Lagos Africanos, alimentando disputas entre los paises», argumenta, por su parte, Bantu Lukambo, director de la ong Innovation for the Development and Protection of the Environment de la RDC.


Muchos más detalles de todo ello vienen en un informe llamado ‘Bank Track’, en el que se estima que el petróleo que fluirá a través del oleoducto liberaría 33 millones de toneladas métricas de CO2 a la atmósfera, que es más que las emisiones de Uganda y Tanzania juntas. Por cierto que entre los bancos ‘asesores’ de este proyecto, al que se pide desde las ONG su inhibición, están Standard Bank (Sudáfrica), Stanbic Bank (Uganda) , the Industrial & Commercial Bank of China y el japonés Sumitomo Mitsui Banking Corporation.


Tanzania, además, tiene otro gran proyecto en la costa, como Mozambique. Hace unos años que Shell (anglo-holandesa) descubrió grandes yacimientos de gas en su mar, situados a más de 2.500 m de profundidad. De momento, el proyecto está medio parado porque en Mozambique era más fácil sacarlo, pero resulta que el presidente del país, que ponía reparos a las empresas extranjeras, ha fallecido y su sucesora podría no ser tan exigente (al parecer las empresas no quieren que nadie les pueda denunciar si cometen una tropelía… ). De momento, este negocio no ha echado andar, pero es posible que se reactive.

Lo que la historia ha demostrado con creces es que el interés de las grandes empresas en sacar más y más combustibles fósiles de África (sumemos lo del norte en Sudán o Argelia o lo del oeste en Nigeria o Chad) no como es evidente, no ha generado ni genera, ni previsiblemente ni generará, ninguna ventaja a las poblaciones afectadas.

Cuando estuve en una comunidad cerca de Kribi (Camerún), hace 18 años, pude vivir en directo cómo en la comunidad donde viví la pesca era mínima por los escapes del oleoducto que llegaba a escasos kilómetros de donde habitaba. Justo enfrente, en el mar, tenía una gran plataforma flotante que de noche parecía una ciudad, a la que llegaba la tubería y desde donde cargaban los petroleros. Era un proyecto que lideraba el Banco Mundial, con partición de Exxon, Chevron, Petronas y la camerunesa COCTO. En una paradisíaca costa, donde los pigmeos iban a coger huevos de tortuga, me contaban los pescadores que no sacaban casi peces, que a veces el agua olía mal y su piel enfermaba. Después han hecho en Kribi un inmenso puerto, pero la miseria continúa.


Y así, mientras el mundo occidental y rico, con una mano da ‘limosnas’ en forma del Fondo Verde del Clima para que los países pobres del sur se adapten al cambio climático y no contaminen, con la otra las empresas de ese mundo destroza en el continente africano los pocos tesoros de biodiversidad que van quedando. El Delta del Okavango, la costa de Cabo Delgado o el lago Victoria. Y cabe preguntarse: ¿Con qué desparpajo vamos luego a pedirles recortes de emisiones, si son empresas francesas, canadienses, inglesas, holandesas o españolas (recuerdo que Repsol trabaja en yacimientos en Indonesia y México a lo grande) las que hacen pingües beneficios para que sigamos manteniendo nuestro nivel de consumo, sin pensar de dónde viene la energía?


No olvidemos que si no hay derrames, ni accidentes, ni incendios como los que hemos visto en Nigeria, en el futuro cercano, esos miles de billones de toneladas de CO2 nos retornará a todos, y más quienes viven en esos territorios, como el ‘sucio negocio’ que es en forma de más cambio climático, es decir, más sequías, más olas de calor, más inundaciones.

Todo indica que algo no estamos haciendo bien contra el cambio climático cuando siguen pasando estas cosas.
Y las hacemos así, sin despeinarnos.
Y si es posible, sin enterarnos.

Día Mundial del Medio Ambiente: Historias del despojo que no vemos


ROSA M. TRISTÁN

Da igual mirar hacia dentro o hacia fuera. Al lado de casa que a la cuenca del río Congo. Da igual, aunque no es lo mismo. Se detecta la misma indiferencia con un deje de hastío cuando la queja es por la invasión del plástico en el supermercado de la esquina que en la denuncia por el destrozo del lago Kivu (en República Democrática del Congo) ante una plataforma de gas metano o la apabullante expansión de cultivos de caña de azúcar en una de las zonas con más problemas con el agua del planeta, Centroamérica. La sensación de caer en ‘saco roto’ es muy parecida en cuanto se sale del círculo de los concienciados, pero no es la misma. Aquí estamos en el bando de los que han generado la crisis ambiental, el despojo. Allá, de Filipinas a Guatemala, pasando por Congo o Mozambique, están los despojados.

Hace unos pocos días veía en el cine ‘Antropoceno’, la película de la canadiense Jennifer Baichwal que, aún conociéndolo, me puso los pelos de punta con sus impactantes imágenes. Baichwal, presente en el pase de la película, contaba cómo fue seleccionando aquello que considera que será nuestra huella geológica para el futuro, un estrato lleno de porquería y de agujeros, como si fuéramos topillos gigantescos a la búsqueda del centro de la Tierra.

Poco después conocí a la congoleña Florence Sitwaminya, en un evento de Amigos de la Tierra. Florence, de la organización CREDDHO,contaba como la empresa anglo-francesa Perenco está empeñada en explotar el gas metano que se esconde bajo el lago africano, destrozando así la forma de vida de miles de pescadores y campesinos que viven en su entorno, en uno de los países más pobres y conflictivos del continente. Los expertos aseguran que el gas es peligroso, pero Florence comentaba que también se pone en riesgo así la forma de vida de los miles de pescadores y campesinos que viven en su entorno. «¿Nos contaminarán el agua?, eso nos tememos», comentaba Sitwaminya.»¿Nos contaminarán el agua?, eso nos tememos», comentaba Sitwaminya.

Un activista filipino, representante de Amigos de la Tierra, una activista de Mozambique y, a la derecha, la activista de RDCongo . @ROSA TRISTAN

El pasado de RDC, que con tanto detalle describe David Van Rey Brouck en «Congo, una historia épica» (recientemente traducido por Taurus) es, pues, presente. Florence añadía otro expolio más a la lista interminable de África: la petrolera TOTAL (francesa también) ha retomado la idea de perforar junto al Parque Nacional de Virunga, proyecto que se logró parar en 2014 cuando lo promovía la empresa Soco, pero que ha resucitado, saltándose no ya por el acuerdo por el clima (en teoría, la Francia de Macron está comprometida con el Acuerdo de Paris), sino los derechos humanos de los afectados. «Sin un tratado vinculante internacional sobre empresas y derechos humanos, casos como éstos los seguiremos sufriendo en muchos países», me decía la profesora y activista africana.

Desde Mozambique, la defensora ambiental Ilham Rawoot nos puso al día de la que se está liando en Cabo Delgado, al norte del país, tras el descubrimiento de bolsas de gas y petróleo en la costa, algo que ya conocía por el personal de Alianza por la Solidaridad en la zona. Aquí la empresa beneficiaria era Anadarko, recién comprada por Chevron (Si, la misma que contaminó la Amazonía ecuatoriana con un derrame que no se ha acabado nunca de limpiar ) y también su competidora Exxon Mobile tiene inversiones. También están implicadas empresas de Francia, China, Japón, India… y el Gobierno del país ya ve incrementar sus arcas en decenas de miles de millones de dólares.

Imagen de Anadarko, en la costa de Cabo Delgado (Mozambique).

Pero la realidad es que desde que llegaron las multinacionales, la violencia en la zona se ha incrementado, lo que se atribuye a grupos islamistas que vienen del norte (Tanzania,) y cada vez hay más cuerpos de seguridad, más militares, más poblaciones desplazadas y más muertos. ¿Y qué hacen las empresas implicadas al respecto? Rawoot fue asi de explícita: «Vengo de una reunión en Francia donde en una de las empresas me dijeron directamente que su prioridad era la economía francesa, por encima de los derechos humanos. Siempre culpan a las filiales y esconde su responsabilidad», afirmaba.

En Filipinas, también el Antropoceno deja huella.

Mina de oro y cobre en Tampakan. Zona indígena B’laan.

René Pamplona, con un apellido muy español que habla del pasado compartido, nos hizo imaginar una mina a cielo abierto (de oro y cobre) de 21.000 hectáreas. La región las minas a cielo abierto que quieren abrirse en la zona indígena de Tampakan, donde viven lo B’laan. Junto con una gran mina de carbón y una central eléctrica en una zona protegida la llaman «la Santa Trinidad de Tampakan», no sin ironía. Aunque al principio el Tribunal Supremo, tras ocho años de litigio, falló a favor de los indígenas  (el 74% del proyecto está en su tierra ancestral), ahora lo ha hecho a favor de la empresa australiana Indophil, que saca 375.000 toneladas de cobre y 360.000 onzas de oro cada año. «Hay miles de hectáreas agrícolas afectadas, unos 1.800 cultivadores de arroz y santuarios de aves dañados. La empresa ofrece dinero, pero los B’laan quieren su tierra, no quieren dinero. Dede 2017, 17 asesinatos ya están en la cuenta de este proyecto filipino que ya deja una huella humana y ambiental difícil de solucionar.

Y si así estamos en África o Asia, qué decir de América,  donde sólo un pequeño país llamado Guatemala acumula 39 muertes en dos años, que se suman a los de Colombia, Brasil, Nicaragua… Por más que Trump imponga aranceles al vecino del sur para que frene a los migrantes, poco puede hacer México (y tampoco quiere) para evitar que los despojados vayan detrás de los recursos naturales que llenan los bolsillos de los del norte, o de los que están al otro lado del océano. Me lo contaba hace poco Ana Cecilia Tercero, de la asociación nicaragüense APADEIM, que trabaja con Alianza por la Solidaridad: «Tenemos un desastre ambiental y social tremendo en Nicaragua. La caña de azúcar se extiende y con ella la miseria. En Chinandega dos grandes ingenios azucareros que están generando mucha enfermedad. Los acuíferos están contaminados y sufrimos enfermedades sin que a cambio veamos ninguna acción social en las comunidades. Por 200 dólares al mes, se trabajan 12 horas o más al día”, asegura. «¿Cómo no va a irse la gente?», se pregunta.

Cultivos de caña de azúcar en Nicaragua. @La Voz del Sandinismo

Si miramos dentro, nos vemos en un lugar lleno de cubos de basura que sacamos y no volvemos a ver (a lo mejor acaban en Malasia…), nos vemos llenando de plásticos las compras (y acaban en los mares), nos vemos orgullosos de que haya más turismo del que encementa lo poco que tenemos de costa (sin pensar en cómo afectará a los seres que antes allí estaban), nos vemos en nuestros coches para trayectos absolutamente innecesarios (porque el CO2 no se ve, habría que pintarlo de negro)…. Y aún así, en mitad de toda esta porquería que nos inunda, si sabemos mirarla, no es igual porque aquí nadie tiene que huir de su casa y su país ante un desastre ambiental para no volver jamás, aquí seguimos adelante, con  nuestras compras y nuestras vidas.

Hay alternativas, pero tengo dudas de si las queremos. Mensajes como el del otro día en TVE de un programa científico, que acababa señalando que «la ciencia nos sacará de esto», son muy poco acertados. ¿Realmente se creen que nos sacará? ¿A todos o sólo a unos pocos privilegiados?, me pregunto. ¿Cómo vamos a querer cambiar con mensajes que, además, son falsos? En cuanto salgo de mi ‘ámbito de confort’, aquel del que forman parte los muchos científicos que me dicen que vamos pro el camino equivocado y no hablan de milagros, y aquel que me sale al encuentro en viajes más allá del mundo de los centros comerciales en el que habitan pueblos indígenas y campesinos, me topo con un inmenso mundo de gentes que no quieren mirar, ni saber, porque molesta. Que miran raro si alguien comenta que es más preocupante ‘robar’ y meter ríos guatemaltecos en tuberías que marcar goles (ya sabréis por quien lo digo), que no se paran a pensar cómo es posible viajar en avión a Amsterdam por 12 euros porque no nos están cobrando el daño que causan esos 250 kilos de CO2…

Feliz Día Mundial del Medio Ambiente… del despojo. Y será inevitable hasta que pidamos y gritemos normas y leyes que lo impidan.

La ciencia quizá un días salve a unos pocos, pero no estamos solos. Ni los humanos solos. Ni los humanos blancos del norte solos. Dejemos de mirarnos el ombligo y pongámonos en marcha, ya sea en con organizaciones, con acciones individuales o solos y solas, transmitiendo a quien aún no lo ve que si es posible evitarlo, pero juntos.