El cóctel explosivo de la ceguera climática


Atardecer en Castilla @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Este verano estamos asistiendo a una debacle ambiental, política y social de proporciones inconmensurables si hablamos en términos ambientales. Tanto es así, que al intentar hacer balance una no sabe por donde empezar. Más de 200.000 hectáreas quemadas –empiezo por los incendios forestales- en un país mediterráneo en ya acelerado proceso de desertificación debiera bastar para que todo el mundo se pusiera manos a la obra para que tamaña barbarie no se repita. Si sumamos la sequía, la falta de agua para beber en muchos pueblos, el agua del mar a 30º, augurando ‘Danas’ otoñales… Este cóctel explosivo debiera ser suficiente para crear un consejo de expertos y expertas, científicos a poder ser, a nivel nacional (un IPCC pero al que se haga más caso) que pusiera datos y realidades sobre las causas, las medidas para prevenirlas más certeras en cada lugar y qué hacer después para no seguir en próximos año, en la medida de lo posible, en la misma debacle.

Sin embargo, atónita, veo cómo en lugar de esos análisis y de aumentar la conciencia ciudadana con continuas “asambleas climáticas” (sólo hemos hecho una, y muy menor), algunos medios ponen el micrófono a cualquiera en un pueblo para que suelte una barbaridad que se hace viral, resulta que consejeros y otros políticos, responsables de los territorios más masacrados en la península, pero absolutamente irresponsables en sus declaraciones, la repiten cual mantra . A saber: que los ecologistas y ambientalistas, que ahora más que nunca se basan en datos científicos, son los culpables de los incendios forestales, que el cambio climático no mata o que es normal que haya calor (44,9ºC en Orihuela el 4 de julio). Y todo así, a bocarrajo.

En el caso de los incendios que nos abrasan el ánimo, ahora resulta que alertar desde hace décadas de lo que iba a pasar –y está pasando- te convierte en incendiario, culpable del estado de unos bosques que resulta que es evidente que están resecos porque no llueve, porque además hace un calor insoportable y porque, como bosques que son, tienen sus arbustos, sus maderos viejos de los que comen cientos de bichos, su capa de humus… y lo que no tienen son la ganadería extensiva (ovejas, principalmente) que limpiaban amplias zona, que no todas.

@Tve

Pero también se olvida que si arden es porque, salvo rayo mediante, en un momento de extrema emergencia climática, hay detrás manos humanas que lo provocan, adrede –lo que ya es de traca- o por obra y gracia de lo que algunos llaman errores no intencionados y debieran ser delitos, imprudentes en muchos en esos pueblos donde hay aún gente que no sabe, o no quiere enterarse, de que el clima ha cambiado y sus ‘tradiciones agrícolas’ no pueden seguir como antes. Es verdad que nuestra España rural se vacía –tampoco es que lo pongan fácil a los recién llegados que quieren quedarse y mejorar cosas, a decir verdad- pero los que hay deben saber que cosechar  a mediodía con 40º C es delito y quemar rastrojos o basuras en ola de calor y tirar fuegos artificiales en fiestas del verano. Idealizar a los humanos por el lugar donde viven me parece de un desconocimiento supino de los pueblos.

El Retiro el domingo 24 de julio, la parte al sol era la permitida para caminar. Los paseantes, infriendo la «norma». @Rosa M. Tristán

Claro que tampoco vamos a pedir peras al olmo, porque si en los pueblos no se enteran de lo que está pasando, en las urbes menos… Que ahí tenemos a alcaldes de pro, elegidos por los urbanitas, como los de Madrid, cerrando parques y sombras y ‘reconstruyendo’ plazas de hormigón –barbacoas humanas, las he bautizado- porque el verde sólo vale si es pintado o en césped de plástico (veasé la Plaza de España de la capital), que a ver si lo vegetal hace daño… Y también tenemos los aires acondicionados a todo trapo en centros comerciales y oficinas donde hay que entrar con rebequita, no sea que del resfriado tengamos mocos y nos entre la paranoia de que es COVID. Y, por supuesto, en las urbes regamos a los que se sientan en las terrazas como si fueran tiestos, con un sistema que requiere consumo de energía continuo y no renovable, eso si, no tanta como la que gastamos en invierno en calentarles con estufas, facilitando en ‘calentamiento climático corpóreo’ en vena.

Todo esto está pasando mientras en España hemos duplicado ya con creces el calentamiento de 2ºC de media que el planeta quería –y lo pongo en pasado- evitar a finales de siglo. Orihuela se lleva la palma, pero las temperaturas récord han proliferado al mismo ritmo que los embalses se han vaciado (y aún he visto cultivos regándose en plena Castilla de secano). Como decía certeramente Fernando Valladares, igual es el verano más fresquito que tendremos en nuestra vida, pero está claro que “no miramos arriba” porque asusta y es mejor seguir ciegos.

Hay que decir que en Europa la cosa no va mejor: también arde Italia y Francia y Grecia y Alemania… mientras en la UE ‘resucitamos’ el carbón como combustible, que es la mejor forma de que salte por los aires el afamado Acuerdo de Paris de 2015, y llamamos «verde» a lo que era negro: el gas; o azul fosforito: las nucleares.

Por cierto, también en California el entorno del maravilloso Parque Nacional de Yosemite (¿sabes que es el segundo creado en el mundo, en 1890?)

Y ¿qué decir de África, donde casi nadie tiene coche, ni hay industrias ni aires acondicionados? Poco se habla estos días de que el Cuerno de África está sufriendo su peor sequía en 40 años, como alertaba el pasado 25 de julio la agencia humanitaria de la ONU. Alerta que cae en oídos sordos, por cierto, aunque haya ya 18,7 millones (18.700.000) de seres humanos en riesgo de severa desnutrición. Los muertos, ni se sabe, pero el millar que se calcula que ya tenemos en España por el calor son una gota. En todo caso, no nos preocupemos, que si los africanos subsaharianos osan acercarse a nuestras fronteras, ya los echamos a patadas, que ya se encarga Marruecos de acusarles de traficantes o abandonarlos en el desierto.

Isla Rey Jorge este mes. Foto de investigadores chilenos @Antarctica_cl

¿Y si miramos a los hielos? Malas noticias… El Ártico, un verano más, presenta un panorama terrible. A mediados de julio en Groenlandia perdió, en sólo tres días (del 15 al 17) 18.000 millones de toneladas de hielo, casi lo mismo que en una semana en 2021 en un área de un millón de kms cuadrados (el doble que la Península Ibérica). En la Península Antártica, científicos chilenos informan de que el pasado 17 de julio, en pleno invierno antártico, tenían 10ºC en Base Esperanza, 15ºC más de lo esperable en esa fecha debido a llegada de masas de aire cálidas.

Avalancha en los Alpes.

De las cordilleras, casi da miedo hablar. Los Alpes, los mayores glaciares de Europa, con grandes avalanchas que causan muertos, refugios ya inaccesibles por las grietas que ha dejado el deshielo; los Andes, tras un inicio seco del invierno austral, ahora parece que comienza a nevar, aunque han perdido ya el 30% de su masa glaciar. En el Himalaya cuentan los últimos estudios que se han secado el 50% de las cascadas y la estación meteorológica South Col detectó el pasado día 21 de julio un récord inimaginable hace nada: una temperatura máxima de -1,5º C a una altitud de 7.945 metros en el mismísimo Everest.

Con todo lo anterior, hay que escuchar que la culpa es de los ecologistas porque, claro, es mucho más fácil acusar a los activistas ambientales (como ya se hace también con las feministas) que al sistema económico tal como está estructurado, igual que más fácil acusar al lobo que a la gran superficie o a la macrogranja que exprime a los ganaderos o, por qué no, a las grandes compañías que estos días nos sonrojan con sus dividendos.

Y para terminar el repaso, reconozco que me va corroyendo el convencimiento de que esto no se arregla con acuerdos internacionales vendidos con muchas alaracas que luego acaban en la basura, por desgracia. Quizás si acabe con una catástrofe a paso lento en la que saldrán perdiendo los de siempre: los pobres.  Aún con esa amenaza delante, sigo creyendo en la apuesta por las renovables, porque no queda otra, porque el humano evolucionó aprendiendo a ser eficiente con la energía y en el camino lo olvidamos; eso si,  serán útiles si logramos que el decrecimiento del consumo sea visto como oportunidad y no como un cataclismo. Y confío en las iniciativas de grupos humanos que no están sujetos a los vaivenes del poder, como tantos políticos, sin olvidar que son elegidos por mayorías. Y sugiero que habrá que dedicar nuestra inmensa creatividad tecnológica no tanto a nuevos móviles (ya no se qué más pueden hacer) como a mejorar el reciclaje de unos materiales terrestres que no podemos seguir expoliando infinitamente, y menos a costa de masacrar pueblos ajenos.

Mi generación ha destrozado la biosfera de un  planeta entero en 60 años.

Si hay responsables lo somos todos. Culpar a los que nos avisaban es, cuando menos, mezquino.

#COP26 : Los científicos del IPCC no creen a los políticos


Una encuesta de ‘Nature’ revela que el 60% cree que llegaremos a los 3ºC más de temperatura global en 2100

ROSA M. TRISTÁN


No, lo científicos no creen a los políticos. En realidad, pareciera que no se creen ni ellos mismos, porque ya hemos visto al primer ministro británico Boris Johnson criticar el “bla, bla, bla” al estilo de Greta Thunberg en la Cumbre del Clima de Glasgow y al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, clamando que la naturaleza no es un váter ante los líderes de más de medio mundo en la misma COP26 (es decir, llevamos 26 años de encuentros anuales…).


No es bueno caer en el derrotismo. Es más, es nefasto. Sin embargo, casi dos tercios de los autores del último informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), formado por un selecto y numeroso grupo de investigadores e investigadoras -los mismos que nos vienen alertando del enfermizo estado del equilibrio planetario desde hace años- son escépticos sobre el futurible de que se va a conseguir limitar el aumento de la temperatura global a 1,5ºC, como escuchamos estos días a los políticos. Dos tercios de los que respondieron a una encuesta enviada por la revista Nature (el 60% exactamente), están convencidos de que el mundo se calentará al menos 3ºC al final de este siglo. De cumplirse tan agorero pronóstico, lo verán sus nietos, y sus hijos si aún son jóvenes. Es evidente que no creen en las promesas de los políticos de que desde 2050 (o 2060 si es China y 2070 si es India) no habrá más emisiones…

El científico del CSIC Fernando Valladares, que no es del IPCC pero si experto en cambio climático, comparte este descreimiento: «No nos creemos a los políticos por razones objetivas. La primera, por la forma en la que son elegidos, con vidas políticas cortas que no guardan relación con planes que precisan décadas. Y la segunda, por las reglas del juego democrático porque deben gustar al electorado y eso no va con las medidas impopulares que avalan los informes del IPCC. Hay pocos valientes que se enfrentan al sistema. Hemos oído tantas veces sus compromisos, que si me preguntan si sus propuestas de ahora son suficientes, la verdad es que me da igual. Lo que quiero es que se cumplan. ¿De qué me sirve que el G20 diga que va a reducir las misiones si se queda en nada? Es objetivo que los políticos distorsionan la realidad para ser votados, que el ‘modus operandi‘ de la democracia no favorece la implantación de medidas impopulares».


El cuestionario de la revista científica, publicado este lunes pasado, fue contestado por el 40% (92) de los 234 científicos que participaron en el informe presentado el pasado mes de agosto del IPCC y sus respuestas expresan sus serias dudas sobre el cumplimiento del Acuerdo de París de 2015, que tanto logró conseguir (décadas) y cuyas acciones concretas están en negociación y debate en esta COP26, seis años después. De hecho, tan sólo un escuálido 4% cree que nos quedaremos en los 1,5ªC que se pretenden para no provocar terribles impactos por toda la Tierra. El resto de los preguntados tira para arriba: 2º, 2,5º… Incluso hay otro 4% que aventura que se llegarán a los 4ºC. El colapso total de grandes zonas.


Entre los científicos del IPPCC que han respondido, también son inmensa mayoría (hasta un 88%) los que tienen claro que estamos viviendo una “crisis climática” e incluso hay otro 82% que está convencido de que verá una catástrofe por este motivo a lo largo de su vida. Se entiende que en directo, porque ya ha habido unas cuantas. A Unai Pascual -uno de los 50 autores del informe conjunto del IPCC y el IPBES (plataforma científica internacional centrada en la biodiversidad) presentado en junio pasado e e investigador en el Basque Centre for Climate Change (BC3)- no le sorprenden estas respuestas: «La comunidad científica lleva alertando a la sociedad y los gobiernos que estamos ante una crisis climática que requiere acciones valientes y urgentes. La labor del IPCC y el IPBES se hace por el bien común, sin cobrar nada por ello. No es extraño que ante la inacción surja la frustración y la desconfianza en la clase política», contesta desde un avión que le lleva a México a una reunión del IPBES.


Como expertos en el tema, ocho de cada 10 también están a favor de involucrarse en este asunto y alertar de las consecuencias; de hecho el 66% ya lo está, ya sea a través de publicaciones, vídeos, conferencias, libros o presionando con cartas y acudiendo a manifestaciones. Están tan preocupados que entre ellos hay un 60% sufre «ansiedad climática» (el 40% de forma esporádica y el resto habitualmente). Del total, 52 de los científicos reconocen que de alguna forma ya han cambiado su vida por este motivo, ya sea a la hora de elegir el lugar donde vivir, de tener más o menos hijos o de consumir y viajar, que ahora hacen de otra forma.

Para Valladares, hay dos grandes grupos de científicos: los que utilizan la frialdad de los datos de la ciencia para poner distancia respecto a la gravedad -«y es bueno que haya gente así»- y los que no pueden evitar implicarse emocionalmente: «Yo soy más emocional y me sale la necesidad de aunar los datos con la parte social y la necesidad de cambiar las cosas y detener los riesgos. Y eso me genera ansiedad, que llevo con dignidad pero es inevitable», reconoce. «Los datos acaban teniendo ese impacto tanto en científicos, que es donde primero se comenzó a estudiar hace ya unos cinco años, como en periodistas dedicados a este tema o part de le de la sociedad».

En general, los científicos consideran que el IPCC como tal no debe jugar un rol a la hora de promover los temas relacionados con el cambio climático, sino dedicarse a investigarlo desde una postura neutral, aunque luego si se involucren a nivel individual, y también creen que la representación de expertos de todos los países es la adecuada en este grupo, aunque algunas de las personas encuestadas señalan que falta camino por recorrer en este asunto, como también falta representación femenina.

Sobre su impacto, señalan que lo más importante del IPCC es hacer llegar los resultados de la ciencia a la sociedad en general y a los políticos (el 38% así lo cree), mientras que sólo un 14% considera que sus informes sirven para adoptar políticas determinadas, a nivel nacional o internacional. Un porcentaje muy escaso, teniendo en cuenta que en Glasgow no hay dirigente que no les mencione.


Hay quien opina también que el IPCC podría hacer más en términos de alcance local para promover la ciencia y para involucrar a los legisladores después de que se publican sus informes, aunque por lo que parece ocurre al contrario: como ha sido revelado por Greenpeace, los grupos de presión (empresas, países petroleros, científicos al servido de…) trabajan intensamente para que sus informes sean ’retocados’ convenientemente para que sus intereses no se vean amenazados.


De hecho, desde 1990, el informe de agosto pasado, el sexto, ha sido el más duro hasta el momento que han presentado, dando por hecho que el impacto de la acción humana está, no ya provocando, sino aceleramiento del cambio climático cada vez más.

La cuestión es que los mismos científicos nos plantean soluciones, nos cuantifican sus efectos, desarrollan tecnologías y recuperan el papel de la naturaleza como factor fundamental. Incluso hablan abiertamente de un cambio de modelo basado en el consumo por otro basado en el bienestar. Es decir, nos ofrecen salidas.

Para Unai Pascual está siendo muy importante la movilización y la organización social a nivel social, «pero la mayoría a nivel local» que asegura que «se han empoderado en gran parte por la labor de la comunidad científica y cada vez más científicos usan su labor conscientemente para que los movimientos sociales presionen a los gobiernos, lo que es muy positivo». «Desde esa relación se puede presionar con más eficacia para dar un giro de 180º a las políticas y atajar en lo posible la crisis climática. En eso estamos cada vez más científicos y esto no va a parar», concluye.

Quedan días por delante en esta COP26 y de momento lo que vemos es que la tendencia de esos mismos políticos es aplazar todo para la década siguiente, la de 2030. El freno a la deforestación, los límites al metano, la reducción de emisiones… Así que los científicos no creen a los políticos cuando hablan de que harán todo lo posible para no superar los 1,5ºC .. .

¿Por qué será?

Indígenas: cuidadores de la Amazonía desde hace 5.000 años


Una investigación revela que en el pasado los amazónicos sólo modificaron de forma intensa las zonas fértiles cercanas a los ríos para asentarse

PNAS

Rosa M. Tristán

Son muchos los estudios científicos que nos dicen que los pueblos indígenas son excelentes guardianes de la biodiversidad cuando mantienen su forma de vida tradicional, especialmente en lugares como la Amazonía, donde hay aún grandes espacios sin ‘reconvertir’ en pastos para vacas. Ahora, se ha dado a conocer que esta capacidad de preservar el entorno –eso si, siempre que estos pueblos no sean ‘colonizados’ y atraídos por otros modos de vida – perdura desde hace milenios, al menos 5.000 años en el caso de esa zona del mundo que sigue siendo un lugar privilegiado pese a las amenazas que se ciernen sobre la inmensa selva sudamericana.

Un trabajo liderado por científicos del Instituto Smithsonian de EEUU ha encontrado evidencias de cómo los pueblos amazónicos prehistóricos no alteraron de forma significativa grandes partes de los ecosistemas forestales en la Amazonía occidental, preservándolos de forma efectiva sin cambios en su composición, unas conclusiones que desmiente estudios previos que apuntaban a que en el pasado estos pueblos fueron moldeando la rica biodiversidad actual o que fue reforestada tras un periodo de cambio climático.  

Los autores señalan que sus nuevos datos pueden ser claves para la conservación de los ecosistemas amazónicos, siempre, claro está, que poderes económicos y políticos lo permitan, algo que en Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Colombia o Venezuela no está nada claro. Es más, no hay más que mirar a la web brasileña de Amazonía Sofocada para comprobar que mientras está leyendo esta noticia hay cientos de incendios en gran parte de esa cuenca y se sabe que prácticamente todos son premeditados.

Volviendo a la zona más inalterada, la distribución de las especies de flora había hecho pensar a algunos científicos que la selva había sido “modelada” de forma intensa por los indígenas precolombinos en función de sus intereses; otros mencionaban como origen de su estado actual el impacto de la llamada Pequeña Edad de Hielo o incluso el hecho de que muchos de los amazónicos murieran tras la llegada de los colonizadores europeos. Veían ahí la explicación a unas supuestas transformaciones. Pero se equivocaban en la premisa, según los resultados publicados estos días en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), donde se sugiere que durante al menos los últimos 5.000 años todas las áreas alejadas de las tierras junto a los ríos se quedaron intactas, sin ser prácticamente deforestadas con fuego, el mismo método que ahora las destruye, y sin ser cultivadas intensivamente.

Como explica en un comunicado del Smithsonian la autora principal, Dolores Piperno, “los asentamientos humanos complejos y permanentes en la Amazonia no tuvieron influencia sobre el paisaje en algunas regiones”. “Nuestro estudio añade evidencias de que la mayor parte del impacto ambiental de la población indígena en el medio forestal se concentró en los suelos ricos en nutrientes cercanos a ríos y que su uso de la selva tropical circundante era sostenible, sin causar pérdidas de especies detectables o perturbaciones durante milenios”.

Para explorar la escala de la posible, o no, modificación indígena de la Amazonía, Piperno y sus colegas recogieron 10 núcleos de suelo (perforaciones de aproximadamente un metro de profundidad) en tres lugares remotos de las cuencas hidrográficas del Putumayo-Algodón, al noroeste de Perú. Querían analizar los fitolitos (microfósiles de plantas mineralizadas) y el carbón vegetal u hollín que se ha acumulado a lo largo del tiempo bajo los bosques más antiguos (los alejados de riberas y que no eran inundables). Esos ‘núcleos de tierra’ les permitieron profundizar en un pasado que se remonta unos 5.000 años, según dataron con carbono 14.

Comprobaron, tras comparar los registros de las muestras halladas con un inventario de árboles, que no había nada que indicara que hubo talas ni un uso agrícola anual que hubiera dejado raíces o semillas. Ni siquiera detectaron un aumento importante de especies de palmeras que eran aprovechables y que hoy son muy dominantes en la flora moderna, es decir, que hace cinco milenios nadie las cultivó. Y lo mismo pasa con otros árboles: a lo largo del tiempo encontraban la misma estructura forestal, estable y diversa.

“Nuestros datos respaldan algunas investigaciones anteriores que indican que áreas considerables de algunos bosques de tierra firme amazónicos no fueron impactadas significativamente por las actividades humanas durante la era prehistórica. Más bien parece que durante los últimos 5.000 años, las poblaciones indígenas de esta región coexistieron y ayudaron a mantener grandes extensiones de bosque relativamente sin modificar, como continúan haciéndolo hoy”, apuntan los autores.

Los tres lugares estudiados están ubicados a un kilómetro de los cursos de los ríos y las llanuras aluviales. Son bosques interfluviales que en realidad suponen más del 90% de la superficie del Amazonas y, por lo tanto, cruciales para comprenden la influencia de los asentamientos humanos que los arqueólogos encuentran cerca de los ríos, como, por otro lado, es natural en todas las civilizaciones. En un lugar donde llueve en grandes cantidades, el fuego ha sido casi siempre de origen humano y, de haberse usado para limpiar grandes áreas, para usos como la agricultura y los asentamientos, habría dejado su huella.

Los investigadores también realizaron estudios de los bosques modernos que se encuentran en el entorno de cada muestra extraída, un inventario extraordinario de 550 especies de árboles y 1.300 de otras especies de flora, que dan idea de la biodiversidad amazónica. «Pero no encontramos evidencias de plantas de cultivo o agricultura; no hay evidencia de tala de bosques ni de incendios; no hay prueba alguna del establecimiento de jardines forestales. Es similar a lo que se encuentra en otras regiones amazónicas «, señala Piperno.

A tenor de estos datos, podemos decir que todavía hoy existen regiones en la selva muy parecidas a las que había hace esos 5.000 años, incluso que permanecen totalmente inalteradas. «Esto significa que los ecólogos, científicos del suelo y climatólogos que buscan comprender la dinámica ecológica y la capacidad de almacenamiento de carbono de esta región pueden estar seguros de que están estudiando bosques que no han sido muy modificados por los humanos sustancialmente», afirma la investigadora.

Pero también alerta de que, por otro lado “no debemos asumir que los bosques alguna vez fueron resilientes frente a perturbaciones importantes», es decir, que más vale conservarlos con las políticas adecuadas porque su respuesta ante la destrucción y su capacidad de recuperación es desconocida.

La explicación que encuentran para que los precolombinos no usaran ese suelo alejado de ríos es que tiene pocos nutrientes, por lo que es poco agradecido para los cultivos, algo que ahora se solventa con la utilización de fertilizantes en el caso agrícola y robando nuevos espacios al bosque en el caso ganadero. Por desgracia, a ello se suman otras graves amenazas en la región del Putumayo, como es la minería ilegal, que está en aumento en Perú.

Para Piperno es importante hacer más trabajos en otras regiones alejadas de ríos y llanuras aluviales de la Amazonía aún no estudiadas para obtener una visión más amplia de lo sucedido en tiempos remotos. “En todo caso, no se trata de que los indígenas no utilizaran de ninguna forma el bosque, sino de que lo usaron de forma sostenible y no modificaron mucho su composición de especies», comenta. «Es un lugar donde los humanos parecen haber sido una fuerza positiva en este paisaje y su biodiversidad durante miles de años».

Desde luego, algo que no podemos decir de muchos otros sitios…

La Cara Invisible del Planeta: una cita para limpiar, tras mucho ensuciar…


Más de 200 grupos en 31 provincias se suman en la recogida de residuos en ríos, playas y montes de toda España bajo el lema “Desplastificar los supermercados”

ROSA M. TRISTÁN

La ‘bola’ ha crecido como si fuera de nieve… hasta fundirse por muchos rincones de este país, desde la Playa de los Genoveses (Almería) a la de Bastiagueiro (en A Coruña). Es la convocatoria de la ‘La Cara Invisible del Planeta’, un movimiento social, independiente y comprometido, que ha logrado reunir a cerca de 200 grupos de activistas ambientales de todo el país en 31 provincias para limpiar, en la jornda próximo sábado12 de junio, los ríos, lagos, pantanos, fondos oceánicos y playas. Celebrarán así el Día Mundial de los Océanos, que en realidad es este día 8.

Para poner el contexto en el que nos movemos, sólo recordaré una de las muchas cifras que dan idea del volumen de plásticos en nuestros mares-vertederos: ocho millones de toneladas de ese material llega cada año a la parte azul del la Tierra, más del 70% a través de los ríos. Ya os he contado que está integrado en los músculos de las tortugas y las sardinas y que es imposible saber cuánto hay en las profundidades. Ni siquiera hay datos fiables de todo lo que flota del Ártico a la Antártida..

La campaña de este sábado, coordinada por las organizaciones “Ola sin plástico” y “Nasti de plastic Bizkaia”, quiere, según sus promotoras, mostrar la conexión que hay entre todos esos espacios: supermercados, espacios naturales y mares. Comenzó a gestarse el pasado mes de octubre, cuando a las asociaciones vascas se sumaron otros colectivos, como Enmienda Tu Mierda, en el corredor del Henares (Madrid). “El boca a boca corrió como la pólvora. Somos independientes totalmente de otras iniciativas similares y no ha sido fácil conseguir los permisos y materiales, dado que no contamos con financiación, salvo puntual en algunas provincias. Para organizarnos, montamos un canal de Telegram, que echa humo, pero visto el resultado estamos muy felices”, cuenta Nuria Atienza, de Nastic de Plastic Vizcaya.

En su caso, están preparando una recogida de plásticos en Plenztia, un lugar conocido por la cantidad de basura que se acumula, ya sea en la zona de playa, en el puerto bajo el agua o en las orillas de la ría.  En esta ocasión, con la colaboración de una organización de personas con discapacidad. “Lo que muchos no saben es que para ir a limpiar Costas nos cobra 190 euros por el permiso para limpiar”, señala Atienza. No deja de ser surrealista, cuando por tirar residuos no se paga, salvo raras excepciones, como prueba la cantidad de porquería que hay en nuestro medio ambiente. 

Limpieza de Enmienda Tu Mierda en río Jarama. @Rosa M. Tristán

En el caso de Enmienda Limpia Tu Mierda, Esther Moraga cuenta que ya tienen 40 inscritos y que volverán otra vez más al río Jarama, “porque ahí tenemos para sacar y sacar basura mucho tiempo” : los colectores cargados de toallitas, bastoncillos y demás residuos se vierten todavía sin control alguno al cauce de este afluente del Tajo. “Es esa cara invisible que no vemos pero está ahí y creemos que limpiar sirve para recuperar, pero también para concienciar, como también lo hacemos al ir los colegios a contar cómo estamos destruyendo la naturaleza”, comenta Ester.

En el caso de Pleintza, explican que Costas no les deja poner una carpa informativa sobre la actividad, que serviría de divulgación ambiental y para dar a conocer el lema de la recogida y promover la vuelta de los supermercados la venta ‘a granel’ . “Lo importante es dejar el mensaje de que no hay que comprar plásticos innecesarios; pensamos que reciclar es el compromiso más light, necesario pero insuficiente. Mucho plástico que tiramos al contenedor amarillo acaba incinerado; con ello, no se trata de desincentivar el reciclaje pero hay que ser conscientes de que el objetivo es comprar menos y sin esperar al 2050”, señala Atienza.

Basta echar un vistazo al mapa para ‘clickar’ en el punto que interesa e inscribirse. En municipios como El Boálo, incluso se convoca para ir a caballo. En otros, como Badalona o Palma de Mallorca, la cita incluye a buceadores dispuestos a limpiar el fondo marino.  Hay convocatorias a las que se han sumado de grupos locales de Ecologistas en Acción, WWF o Fridays For Future, pero también las hay de otros colectivos más pequeños, escuelas de buceo o surf, pequeñas empresas, proyectos europeos, cofradías de pescadores… Todo un catálogo para elegir el más cercano.

La idea que tienen es sumar el peso de todo lo que se recoja y realizar una clasificación para saber qué tipo de objetos son los más frecuentes en cada zona, para lo cual todos los grupos anotarán los datos en una ficha estandarizada, acordada previamente. Estos datos serán volcados en el programa SurfRider y se incluirán en sus informes anuales. En el caso del País Vasco, además, la empresa Tecnalia quiere utilizar lo recogido para un proyecto de investigación europeo sobre el comportamiento del plástico en los mares.

La Cara invisible del Planeta, señala en un comunicado,  no sólo quiere proponer un cambio en los usos y costumbres de los consumidores, sino también “un replanteamiento y toma de responsabilidades de la generación y del uso por parte de la industria, una mejora en la gestión de los residuos que promueva la reutilización y los envases retornables y una mayor responsabilidad tanto de las administraciones como de las personas individuales con el medio ambiente, en general, y el medio marino, en particular”. 

“Nos ha costado dinero porque hay que comprar guantes, bolsas, y hay ayuntamientos  que ayudan y otros que no nos ponen ni un contenedor para echar lo recogido; pero que quede claro que detrás no tenemos ningún interés lucrativo… La Cara Invisible del Planeta está formada por gente que se deja la piel día a día, la mayoría en su tiempo libre, porque quiere vivir en un planeta más sostenible, libre de plásticos” , insisten.

La realidad es que casi sobrepasadas por el éxito, pero encantadas pese a las trabas en el camino, las promotoras de esta limpieza general de nuestra naturaleza no dan abasto para coordinar a tanta demanda de participación como están teniendo, aunque también han tenido alguna baja porque no pagan nada por participar.

Llegados a este punto, recordar que las limpiezas están abiertas a la participación de toda persona interesada y que para conocer los puntos de limpieza en todo el país hay que entrar e inscribirse en www.lacarainvisibledelplaneta.org. El único requisito es tener muchas ganas de ver el paisaje más limpio.

Krill, la ‘gamba de oro’ que puede ‘colapsar’ la vida en la Antártida


El mercado en auge de este crustáceo en China y Noruega y una posible entrada de Rusia ponen en riesgo a la fauna antártica. La protección del océano se discute estos días a nivel internacional

Foca sobre un témpano de hielo en la Antártida. @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Cuanto más se profundiza en algunas cuestiones relacionadas con la especie humana y su relación con el resto de las especies… más se afianza la sensación de que ciencia (raciocinio) y economía (dinero) son mundos paralelos. Esa es la sensación al investigar sobre el krill antártico, esa especie de gamba/langostino, un crustáceo, que es fundamental para la fauna polar, incluidas las ballenas, y que proporciona nutrientes a los mares, gracias a las corrientes que circulan por los océanos del planeta. Además, los 379 millones de toneladas que existen -dicen algunos informes-, también retienen más de 23 millones de toneladas de CO2, ese gas contaminante que expelen nuestros tubos de escape,  chimeneas, aviones, buques, etc, etc… y que está empañando el futuro, el nuestro y el del krill.

Pues bien. Ese pequeña gamba, tan abundante como imprescindible, que se alimenta de algas que crecen bajo un hielo marino que va a menos, es objeto de deseo de quienes, sin ser conscientes del daño que causan, lo consumen convencidos de que es bueno para su salud porque tiene omega-3 (como las nueces, por cierto)  o para sus vacas, porque también se hace harina de pescado para piensos, o incluso para sus perros.

Una entrevista publicada en el portal SeaFood, de Mark Godfried, proporciona datos reveladores, a través del testimonio de Dmitri Sclabos, un agrónomo de Chile que dirige la empresa Tharos, especializada en pesquería de krill. Dice Sclabos que su empresa es sostenible porque ha ideado un sistema que permite conseguir el codiciado aceite de krill de forma más eficiente y productiva en los mismos buques que lo extraen del océano, que ya no se procesa en tierra. Y es sostenible porque así se consume menos petróleo, pero no porque se capture menos.

A finales de 2019, aventuraba que la demanda china de aceite de krill puede alcanzar hasta 4,5 veces la producción mundial actual y hasta cuatro veces la de harina. De hecho, la empresa china Shen Len ya botó el pasado año el barco más grande del mundo diseñado para pescar krill antártico. Y es el primero de dos.

Por cierto que también en la desarrollada Noruega, la empresa Aker Biomarine está buscando desarrollar alimentos y medicamentos de alto valor a partir del krill antártico. Es verdad que en 2018 se sumó al grupo de grandes compañías pesqueras noruegas que dejaron de pescar krill en la Península Antártica –tras una intensa gran campaña de Greenpeace- pero lo cierto es Aker que siguen haciéndolo en otras zonas del continente, también vulnerables, y que por sus proyectos no parece que vaya a rebajar sus cuotas de captura.

El barco chino Shen Lan, especializado la captura de krill antártico. De Web CCAMLR

En la entrevista, Sclabos apunta que la demanda china puede acabar cambiando la gestión del krill antártico, que ahora depende de la Convención para la Conservación de Recursos Marinos Antárticos (CCAMLR), de la que este país forma parte, y que podría trabajar en los próximos cuatro años hacia un sistema que promueva aumentar la pesca, en lugar de limitarla, que es lo que correspondería en un contexto de cambio climático y que es lo que quiere hacer la mayoría de CCAMLR siguiendo criterios científicos. Además ¿Cómo cuadra este hecho con la defensa de la biodiversidad en los grandes foros de la ONU por su presidente Xi Jinping? Y por otro lado, las cuotas de la CCAMLR, convención aprobada en 1982 de la que forman parte 25 países (con la UE), permite capturar un máximo de 620.000 toneladas… Entonces ¿Por qué seguir fomentando la demanda de ese pequeño y valioso animal marino? ¿Por qué buscarle más y más posibles salidas?

Basta entrar en la web de Aker para ver hacia donde van esos nuevos mercados para el krill: introducir su aceite en la comida para perros, como complemento alimenticio en todo el ejército de Estados Unidos, la acuicultura, nuevos fármacos… 

En el caso de China, además, se subvenciona su captura a través de un proyecto lanzado en 2011 destinado a su procesamiento rápido o apoyando la construcción de estos grandes buques arrastreros o invirtiendo en la ciudad de Haimen, donde se ha anunciando hace unos meses la instalación de una gran factoría que manejará ella sola 50.000 toneladas de krill al año (que se valoran en 773 millones de euros). 

La única esperanza que aporta Stablos es que si China se sale de los límites y por tanto de la CCMALR habría una gran reacción en contra en el mercado internacional, arriesgándose a un boicoteo de sus productos. Por otro lado, está la noruega Aker, que aunque dice ser ahora más sostenible en sus arrastreros, tiene una presencia mayor que China y también con creciente producción. Stablos estima que, pese a que el límite de capturas de krill actual es de 620.000 toneladas, para cubrir demanda anual en pocos años serán necesarias hasta 1,2 millones de toneladas, casi el doble que ahora, lo que puede romper el consenso en CCMALR.

Esta ballena azul come cuatro toneladas de krill al día. @BBC

¿Cómo cuadrar esto con el cambio climático y su impacto en este crustáceo? Porque la ciencia nos dice que ya está siendo afectado en su alimentación, pero es que además, ciclos biológicos que antes tenían lugar en febrero y marzo ahora se pueden ver en noviembre o diciembre. De hecho, estas razones, y la necesidad de proteger a la fauna antártica que vive de la ‘gamba de oro rojo’, están detrás de la propuesta para proteger una gran extensión del Océano Antártico de las pesquerías, hasta cuatro millones de kilómetros cuadrados. La propuesta se discute estos días, como os contaba en «Proteger la Antártida antes de que sea tarde».

Pero falta hablar de Rusia, que tampoco es muy proclive a proteger nada más de lo que ya está protegido, que es poco. En mayo de este año, Pyotr Savchuk, presidente de la Agencia Federal de Pesca rusa, señalaba que “hay suficiente stock de krill’ para meterse en el mercado a lo grande. Savchuk dijo que tendrán que construir nuevos barcos especializados, además de instalaciones de procesamiento en tierra pero que los altos niveles de omega-3, vitaminas y otros ácidos grasos saludables del krill «lo hacen muy atractivo como recurso para aplicaciones en alimentos, acuicultura, farmacología y productos nutracéuticos”. Toda una declaración de intenciones.

De hecho, en mayo pasado culminó una expedición rusa a la Antártida de cinco meses (de AtlantNIRO) cuyo objetivo era “estudiar su hábitat y su situación” para así hacer ‘recomendaciones sobre cómo los barcos rusos pueden introducirse en este océano para que sea rentable”. A destacar que no se mencionó la palabra sostenibilidad.

Como miembro de la CCMALR, Rusia puede pescar allí. Es más, ya lo hizo en el pasado, llegando a capturar en 1982 un total de 491.000 toneladas, de las 528.000 totales ese año, vamos el 90%. Tras la caída de la URSS, su interés en el krill decayó hasta prácticamente desaparecer de escena hace 10 años. Claro que fue entonces cuando llegaron China, Noruega, Corea del Sur, Ucrania y Chile a tomar el relevo. En todo caso, aún no está claro si el gobierno ruso considera muy rentable invertir en un mercado con límites y con tanto actor presente, pero si ocurre ¿habrá pastel para tantos?

Con este panorama, cabe preguntarse dónde queda la ciencia y sus conclusiones, la sostenibilidad ambiental en un lugar tan especial como frágil, cabe preguntarse qué pasará con la demanda de crear grandes áreas marinas protegidas para, precisamente, entre otras especies, salvar al krill. Sobre todo, cabe preguntárselo porque hoy el mundo mira hacia otro lado.

De epílogo un dato para recordar: sólo una ballena azul necesita 3,4 toneladas de krill al día para su alimentación. Lleva consumiéndolo millones de años. ¿De verdad nuestros perros necesitan ahora un poco de aceite de esa gamba para vivir? ¿Lo necesitamos los humanos? ¿Y nuestras vacas?

Los residuos electrónicos, un virus con tratamiento


ROSA M. TRISTÁN

Televisores, batidoras, viejos ordenadores… Hace escasos días en una ciudad costera y levantina pude observar cómo el reciclaje de la electrónica en algunos lugares aún deja mucho que desear. Hace años que la Fundación Ecolec organiza la recogida, el tratamiento y la eliminación de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) en todo el país, pero a nadie escapa que hay agujeros negros en lugares donde, como también he comprobado, resulta todavía una odisea dar el primer paso para evitar que esta basura peligrosa acabe en un vertedero incontrolado. En el caso de Torrevieja, encontrar el teléfono del punto limpio o de la empresa que era responsable de su recogida, en este caso Acciona, puede . Al final, en mi caso, tras marearme en el Ayuntamiento de un lado a otro, conseguí el número en Información Turística. Muy surrealista…

Uno de los jóvenes recicladores de Bangladesh, participantes en el trabajo del IDAEA-CSIC.

Quisiera pensar que son pocos los casos de desperdicios electrónicos en las calles, pero es evidente que aún falta mucho por hacer. Estamos en un país en el que se generan anualmente más de un millón de toneladas de basura electrónica, según datos de estudios oficiales. De ellas, 750.000 se podrían reciclar. Según los últimos datos de Ecolec, en los seis primeros meses de este año han recogido 50.162 toneladas, que son casi 7.000 menos que el año anterior (un 12% menos). Es evidente que una razón es que se  han vendido menos productos porque las tiendas han estado cerradas, pero también es verdad que cerraron los puntos limpios en muchos lugares durante el Estado de Alarma.  Entre Madrid, Andalucía y Cataluña suponen, según sus datos, el 43% del total de esa recogida, menos de lo que les correspondería por su población (las tres autonomía aglutinan casi al 48% de los residentes en España). Les sigue la Comunidad Valenciana.

Volviendo a Torrevieja, un ejemplo paradigmático de la falta de control ambiental es lo habitual que resulta ver ‘recicladores informales’ que con sus furgonetas van recogiendo acá y allá residuos de las calles. ¿Adónde acaban? Conviene no olvidar que, según datos de Naciones Unidas, cada año unas 352.470 toneladas de desechos electrónicos viajan desde Europa a países en vías de desarrollo de África y Asia, fundamentalmente. A nivel mundial, se estima que la mitad de todo ello acaba len zonas de pobreza extrema. El informe internacional detalla que esta basura viaja desde nuestro mundo al suyo en coches de segunda mano o ‘disimulado’ como material para utilizar en países y bajar la brecha digital, aunque la realidad es que son totalmente inservibles y allí se desmontan para sacar el oro u otros minerales valiosos, en condiciones insalubres.

Es un  ‘negocio’ que no sólo tiene un grave impacto ambiental, sino también un elevado riesgo para la salud de quienes lo reciclan sin ninguna medida de seguridad. Así lo ha confirmado un estudio publicado recientemente en la revista ‘Science of The Total Environment’ por un grupo de científicos de varios países, entre los que estaba Ethel Eljarrat, del IDEAE-CSIC. “Durante el desmantelamiento de esos aparatos se generan residuos que contienen componentes peligrosos y muy contaminantes; es el caso de ciertos aditivos químicos de los plásticos, retardantes de llama y metales pesados, como el plomo, mercurio o cromo. Para la mayoría de estos compuestos no se cuenta con un control de reciclado adecuado, con el daño que supone para el medio ambiente y la salud humana”, explica Eljarrat.

En su investigación se centraron en el trabajo de 15 recicladores de Bangladesh, en Dhaka. El trabajo revela que encontraron en sus camisetas y pulseras hasta 23 compuestos químicos que se usan en aislamiento de cables, carcasas de plástico, paneles LCD y tableros de circuitos de equipos eléctricos y electrónicos. Incluso tenían el difeniléter prolibromado, un retardante de llama prohibido internacionalmente por la Convención de Estocolmo, pero que aún esta´en equipos antiguos. “Algunos estudios nos dicen que son compuestos cancerígenos y neurotóxicos, así que está claro que su reciclaje es peligroso cuando no se hace en las condiciones de seguridad adecuadas. Incluso en plantas de reciclaje de Canadá se han detectado porque son espacios cerrados, donde el riesgo es alto, pero cuando los trabajadores van con mascarilla no pasa nada. El problema es que estos residuos llegan a lugares donde no existen esas medidas y la realidad es que seguimos exportando una gran parte de estos desperdicios”, asegura Eljarrat.

Una vez en países como Bangladesh, Nigeria o Sierra Leona, además, se contrata a niños de 14 años o menos porque resulta que sus manos son más pequeñas para desmontar las minúsculas piezas de la electrónica actual; son menores que enferman al mismo ritmo que aquí consumimos televisores, móviles o aires acondicionados.

Desde la Fundación Ecolec lanzan campañas para conseguir que más establecimientos recojan lo viejo y estropeado en cada nueva compra y que más municipios entren en el sistema… pero demasiadas toneladas aún andan sueltas.

Mientras los municipios no pongan las cosas fáciles y mientras la ciudadanía no sea penalizada por tirar basuras fuera de los puntos blancos oficiales, es una epidemia que seguirá infectando el mundo. Y hay tratamiento y vacuna.

 

 

Nostalgia de una ‘misión’ antártica


 

ROSA M. TRISTÁN

Cuando dejaba atrás la Antártida y, lentamente, los icebergs fueron desapareciendo de mi vista no imaginaba cuánto echaría de menos ese espacio en el que todo es grandioso, indomablemente salvaje. La mano invisible de nuestra especie está también ahí, echando un maleficio que viene cargado de destrucción y muerte para quien allí habitan, pero lo que llena los ojos y todos los sentidos es la belleza. En estado puro. Hoy, confinada, con el solo respiro de una pequeña terraza, la nostalgia por lo vivido a veces se presenta como un torbellino.

Esa nostalgia viene a acompañada de dos sentimientos contrapuestos que luchan entre si: el entusiasmo por haber conocido un pedazo más de este asombroso hogar que es nuestra Tierra y haberlo hecho de la mano de quienes mejor lo conocen, y la tristeza de comprobar que ni siquiera una amenaza contundente y mortal a nuestra propia vida como es el coronavirus, provocado por nuestra estupidez humana, puede hacernos cambiar el rumbo. Y me pregunto… ¿Qué pasará si volvemos a usar coches privados para todo? ¿Habrá un repunte del uso de plásticos por un aumento de objetos de usar y tirar? ¿Volvemos a la tentación de invertir en construcción (en Madrid) o en turismo (el campo de golf de Nerja) que aumentará el desastre ambiental? ¿Nos olvidaremos de limpiar la casa que ahora nos parece más limpia en aras de un modelo económico que regresará al absurdo del crecimiento infinito?

Os quería compartir aquí, en el Laboratorio para Sapiens, el artículo publicado el domingo día 26 en EL PAÍS SEMANAL. MISIÓN ANTÁRTICA: SALVAR LA TIERRA. Os aconsejo escuchar el podcast y ver el vídeo que lo acompaña de Pepe Molina. Y sobre todo disfrutar con las fotos de Fernando Moreles, todo un artista de la cámara.  Y me gusta el título, que yo no escogí, porque estoy convencida de que para salvar la Tierra primero hay que conocer al detalle qué es lo que allí está ocurriendo, algo que no sería posible si no fuera por los científicos, técnicos y militares, miles en estos 33 años, que participan en las campañas antárticas. Convivir con algunos de ellos, comprender las dificultades a las que se enfrentan, compartir los riesgos, que los hay, y sobre todo ‘absorber’ su conocimiento es algo que no tiene precio. Me pesa no haber podido mencionar los trabajos de todos y cada uno de ellos en el reportaje, pero eran tantos…. ¡Es algo que da para un libro! No me extraña que otros colegas, como Valentín Carrera, hayan terminado escribiéndolos. Yo lo estoy pensando…

Porque, al final, ahí están sus resultados. Como todo en la ciencia, lentos pero contundentes. Estos días de atrás me dejaba perpleja la inmediatez que desde la sociedad se exigía a los investigadores del SARS-CoV19.  Me llegaban comentarios del tipo: necesitamos ya una vacuna, debemos tener test fiables al 100% o ¿qué pasa con los tratamientos?. Pero también veo que ahora ya comenzamos a comprender que este es un trabajo que lleva su tiempo porque no se basa en la magia, ni en creencias religiosas. Se basa en datos que hay que corroborar muchas veces. En el caso de la ciencia antártica además, implica un compromiso personal muy grande: dejar a la familia durante meses, realizar un viaje de casi 14.000 kilómetros del que no puedes volver fácilmente, trabajar a destajo de la mañana a la noche para aprovechar al máximo el tiempo compartido en tan asombroso lugar…

A cambio, la belleza.

Parémonos a reflexionar: basta ya de apoyar a quienes la destruyen, basta de escuchar a quienes en su inconsciencia premeditada nos condenan a un mundo sin futuro habitado por una humanidad sin abrazos.

Posdata:

En este mismo blog encontraréis el DIARIO)

En #SOMOSANTÁRTIDA de El País, muchos artículos por proyectos.

 

 

 

 

 

#COP25: Las incertidumbres de una cumbre con demasiados agujeros


 

Ana Botín, presidenta del Banco Santander, en el plenario de la #COP25 @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Son muchos los que se preguntan para qué sirven las cumbres del clima si las empresas contaminantes siguen contaminando, los gobiernos de los países más ‘sucios’ no vienen y los bancos siguen financiando combustibles fósiles mientras los desastres proliferan por el mundo, sobre todo por el hemisferio sur. Esta cumbre chilena, que tuvo de trasladarse a España precisamente por conflictos sociales generados de una profunda desigualdad social, nació con el pie cambiado. En el fondo, era una cumbre de transición hacia la de Glasgow, en 2020, que es cuando los países que hace cuatro años suscribieron un laborioso Acuerdo de París deberían aumentar sus compromisos con el clima, tomando impulso hacia una descarbonización de la atmósfera terrestre que en su estado actual ya está matando a demasiada gente.

Pues bien, la realidad es que hay poco optimismo en el horizonte. Si algo ha quedado claro estos días en Madrid es que hay un total consenso científico respecto a la emergencia: los investigadores reconocen que sus previsiones se quedaron cortas y nos ‘calentamos’ más de lo esperado. Pero también es evidente que no se frena la contaminación: sólo este año echaremos al aire que respiramos 36.800 millones de toneladas métricas de C02, según un trabajo publicado ayer en ScienceNews. Y es que pese a que aumentan las energías renovables, incluso en Estados Unidos a pesar de Donald Trump, también lo hace el consumo global, un carro que consume mucha energía. “Debemos acordar cómo vamos a ordenar en 2020 nuestros compromisos con arreglo a la ciencia y hay muchas países que dicen que hace falta más ambición, mientras otros quieren que nos quedemos en la letra pequeña, en un paso a paso”, declaraba la ministra española de Transición Ecológica, Teresa Ribera, pocas horas antes del fin de las negociaciones.

En el otro lado de la COP25 ha quedado claro que la presión de la sociedad civil va en alza, y no solo en las manifestaciones. Fuentes oficiales reconocen que ahora los ciudadanos y las empresas quieren estar y quieren tener voz en ella más allá de sus gobiernos. De hecho, es lo que les gritaban unas 200 personas esta semana en una protesta junto a la sala del plenario: ‘Power for people’. Pero es un protagonismo que no todos los dirigentes entienden ni comparten.

Tampoco las gentes del sur comprenden cómo los problemas que les ha generado el cambio climático –provocado por un gas y un petróleo que impulsó el desarrollo en el norte durante el siglo XX- se van a solucionar poniendo precio a la contaminación que otros crean, una ‘suciedad’ que según el mencionado Acuerdo de Paris, firmado en 2015, se venderá en un mercado entre gobiernos y empresas: en otras palabras, permitirá que si alguien contamina más de lo comprometido pueda comprar ‘aire limpio’ (en forma de iniciativas como son reforestaciones, parques eólicos, bosques, etcétera) a quien tiene de sobra. Es el controvertido artículo 6, que se plantea como una alternativa para un mercado de transición. Se trata de resucitar una alternativa que, en términos similares, ya fue aprobada con el Protocolo de Kioto (hace 22 años) que no funcionó porque resulta que los países hacían ‘trampas’ y contaban el ‘aire limpio’ (metafóricamente) dos veces. Ahora se buscaría una mayor transparencia, pero es algo que no gusta a países como Brasil, India o China (por cierto, ahora mismo el más contaminante del planeta), que quieren que les convaliden sus cuentas tal como están.

Pueblos indígenas amazónicos, en la #COP25. @RosaTristán

Este ‘mercado de carbono’ no gusta nada a las organizaciones de la sociedad civil, aunque si a las empresas. Para la mayoría de las primeras, “es una opción que no tienen nada que ver con los derechos humanos y que permitirá seguir contaminando, así que no es una solución real porque ya están echando a la gente con obras como hidroeléctricas o proyectos que se venden como energías limpias”, en palabras de Kwami Kpondzo, de Amigos de la Tierra en Togo. Para las segundas, las compañías, es una oportunidad que se abre ahora que podrían participar en el negocio.

Otro asunto, además, es el precio que se ponga a cada tonelda de carbono porque si es barata, como algunos países pretenden, se desmoronaría el mercado actual en la UE (basado en Kioto), así que parece que tampoco por ahí habrá acuerdo, pese a que desde el primer día el secretario general de la ONU, Antonio Gutérres, lo puso como uno de los objetivos fundamentales de la COP25.

Otro asunto enquistado es el de las ayudas a los países donde ya muere gente, donde ya miles y miles tienen que dejar sus casas por un desastre natural de origen climático. Son millones hoy en África del Sur (impacta ver las cataratas Victoria secas), millones en Haití (la crisis humanitaria arrastrada por la combinación de sequías y corruptelas va en aumento) y más millones en Mozambique, donde los últimos huracanes han generado pérdidas económicas que han endeudado más al país gravemente, aumentando su deuda externa.

El Fondo Verde del Clima que debería servir para que el Sur se adaptara o mitigara los impactos del cambio climático son misérrimos: sus previsiones que tuviera 100.000 millones de dólares en 2020 y no llegan ni a 10.000 (por cierto, España ha aprobado dar 100 millones de euros más). Las críticas a ello han proliferado en la cumbre. Otra cuestión era impulsar otro fondo para esos daños y pérdidas que ya existen (lo llaman mecanismo WIM) que está bloqueado desde 2013. Tampoco en este asunto se ha avanzado, pese que era una de las principales demandas de los países en desarrollo y las organizaciones sociales. En la COP25 se reconoce que es una ‘demanda legítima’ pero todo se quedará en crear otro grupo de trabajo más para hablar del tema.

República de Kiribati, un país del Pacífico en riesgo de inundación total.

Con este panorama, conseguir que ‘las partes’ (vamos, los dirigentes de los países) hagan caso a la ciencia y vayan ‘más allá’ de los insuficientes compromisos de recortes de emisiones (que por cierto no han cumplido y de momento son solo papel) de 2015 es complicado. Algunos, con ese ánimo de retardar el asunto, dicen que es mejor analizar con detalles lo hecho hasta ahora antes de ir hacia adelante y que Paris daba plazo hasta 2023; otros (casi todos europeos) meten prisas ante la emergencia climática, mientras los que quieren retrasarlo no quieren que, de alguna forma, se reconozcan sus frenos para no quedar mal. De momento, tan solo 73 países han anunciado compromisos más firmes de más recortes contaminantes para 2020, pero basta mirar la lista para comprobar que entre ellos faltan casi todos los grandes (EEUU, China, Japon, India…) y ni siquiera está toda la UE (España, si).

A todo esto, y pese a que desde fuera se insiste en soluciones que vayan más allá de estos puntos, y que se incluyan las soluciones que ofrece la biodiversidad natural y las producciones locales, es decir, que se cuente con la naturaleza y los muchos pueblos que la habitan, de momento las menciones son mínimas a estos temas.

La manifestación convocada el viernes frente a Ifema por FRidays For Future y muchas organizaciones más no es sino el espejo de esa doble mirada sobre una misma realidad. Es el grito de protesta de los jóvenes que quieren heredar un planeta como el que algunos conocimos, con luciérnagas en la noche y también los pueblos indígenas acosados por macroproyectos y agronegocios que no son compatibles con sus formas de vida y los pequeños granjeros africanos que abandonan su tierra y cruzan desiertos en migraciones climáticas ocultas bajo la capa de la pobreza. El grito de quienes, una vez más, se sienten decepcionados.

Pero también están en la COP25 empresas que anuncian a bombo y platillo grandes reconversiones, como es el caso de Endesa; o bancos como el Santander que, según el informe Banking on climate change: fossil fuel finance report card 2019 , entre los años 2016 y 2018 aumentó un 566% la financiación a empresas que extraen gas y petróleo en el Ártico. El Santander está presidido por Ana Botín, quien ante el secretario general de la ONU recordaba en esta COP25 el impacto que sufrió al ver con sus ojos el cambio climático en Groenlandia (sólo allí se han perdido 3.800 millones de toneladas desde 1992). «La buena noticia es que las grandes empresas han comprendido que no pueden quedarse atrás en la transición ecológica, y eso ya es un gran paso respecto al pasado. Son lentas y les cuesta, pero saben que no queda otra», reconocen los más optimistas.

Y en medio, lugares como la República de Kiribati, un país entero que podría desaparecer con la subida del nivel del mar. Su presidente Taneti Mamau ha estado en la COP25 para recordar que existen y precisan apoyo. Ya están comprando terreno en las isla Fiji para emigrar en bloque si todo sigue como parece.

 

 

 

 

El último kilómetro virgen de costa «violado» con 1.500 viviendas


 

Los monstruos de Gomendio en Punta Prima. Orihuela @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Un kilómetro.… Esto es todo lo que queda de costa virgen en Orihuela (Alicante). Se trata de Cala Mosca, un lugar pedrogoso y sin playa que permitía tomar un respiro y disfrutar de un pedazo de paisaje sin cemento, de alguna garza, de un paseo en bici junto al mar sin las sombras del ladrillazo… Pero pronto ese kilómetro será historia porque, inexplicablemente, el Consell Valenciano ha dado el visto bueno ambiental a la construcción de ¡¡1.500 viviendas nuevas!! en apenas esos 1.000 metros que pasarán de vírgenes a violados por obra y gracia del grupo constructor Gomendio.

En realidad, son un suma y sigue a las otras tantas torres que ha levantado el mismo grupo Gomendio, horrorosos edificios de hasta 11 plantas junto a Cala Mosca, en Punta Prima. Edificios que han dejado la costa sin sol y el interior sin brisa del mar, mamotretos de hormigón que he visto crecer como monstruos en el horizonte, al mismo tiempo que aumenta la mierda que flota en el agua (y no es metáfora, fijaros en la esquina izda de la foto, el pasado verano). Edificios que se publicitan en ruso porque rusos han sido los ‘nuevos ricos’ a captar, mientras las basuras que dejan se acumulan por doquier (sin reciclaje, por cierto, en muchas de las zonas). Edificios que superan lo recomendable en zona sísmica, como ya publiqué hace unos años,  porque allí se siguen produciendo terremotos un día si y otro también (casi todos menores, pero nunca se sabe).

Pero, dicen los técnicos de Ximo Puig (presidente del Consell de la Generalitat Valenciana) que no hay impacto ambiental  con estas 1.500 viviendas junto al mar y por ello en febrero dieron su dictamen ambiental favorable, como publico Alicante Plaza, para acabar con los 456.000 metros cuadrados bien hormigonados. El último kilómetro. 

Los edificios Gomendio desde Cala Ferris. @Rosa M. Tristán

Como no podía faltar cuando el PP anda cerca, también en este caso se hace presente la corrupción, porque resulta que esta finca era de uso público, pero en 2001 el señor ex alcalde de Orihuela, José Manuel Medina (PP), autorizó permutar unos terrenos que la constructora tenia en el interior del término municipal por estos costeros, mucho más suculentos, y encima por la mitad de su precio real (pagaron unos 30 euros por m2 cuando cinco años antes se valoraron en 60). Vamos, un chollo para Gomendio Construcciones, que por cierto es de la familia de Montserrat Gomendio, ex secretaria de Estado del mismo PP y esposa del inolvidable ex ministro del PP José Ignacio Wert. Y conviene recordar que esta corruptela con el último kilómetro fue denunciada ante la Fiscalía Anticorrupción por la oposición (Cambiemos Orihuela), fiscalía que en marzo de 2018 dijo apreciar «indicios de delito», aunque por desgracia habían prescrito….Prescrito si, pero indicio de delito también.

 

Zona Cala Mosca, el pasado verano. @Rosa M. Tristán

Con todo, no es poco sorprendente que el único impacto ambiental que encuentra la Generalitat Valencia en este ‘pelotazo’ en el último kilómetro, sea que la urbanización afecta a un caracol (Tudorella mauretanica) y una planta (jarilla cabeza de gato) detectados únicamente en tres de las parcelas de apenas 1.500 m2, como si tamaña cantidad de hormigón, aguas residuales, basuras y gentes no impactaran a los otros seres humanos (vecinos y ecologistas llevan mucho tiempo con protestas), ni a las aves que visitan la zona, ni a las aguas del mar donde acabarán los desperdicios de sus tazas de váter, ni a la acumulación de desperdicios que se acumularán (irremisiblemente) con, pongamos, unas 7.000 personas más habitando en ese lugar. Sin olvidar que como no hay playas en ese último kilómetro para ‘tanta gente’, estas 1.500 familias, sumadas a las otras miles de ‘viviendas GOMENDIO’ de la cercana Punta Prima tendrán que coger coches para moverse de un lado a otro, porque lo que les venden como primera linea de  playa es una farsa, pues no hay más playa que unas pequeñas calas rocosas e inaccesibles. Ah, y ahora en sombra desde media tarde.

Todo indica que para el Gobierno de Ximo Puig ese impacto no cuenta. Sólo tiene ojos para el caracol y el ojo de gato (que por otra parte se extiende por toda la zona pese a que nadie se ocupa de limpiarla), así que a los Gomendio no les importa no construir en uno de los terrenitos. A fin de cuentas les han ‘compensado’ dejándoles’tirar’ más hacia lo alto y aunque aún no han empezado las obras, ya tienen pista para despegar cuando quieran.

¿Adiós a un palmeral histórico?

Y si seguimos por la costa y pasamos la ‘frontera’ a Torrevieja… llegamos a otro paraje en vías de extinción. Se trata del palmeral de Cala Ferris, apenas a 500 metros de la Cala Mosca.. En la zona acaba de aprobarse una reserva marina, pero justo en tierra hay un palmeral único, y por desgracia privado, que se deteriora día a día. Resulta que sus propietarios tienen ganas de enladrillar también este paraje y como no les dejan han decidido no cuidarlo. ¿No suena a chantaje puro y duro? Y si así fuera, me pregunto: ¿No hay forma de que ese terreno, no muy grande, pase a ser público antes de firmar su defunción? Total, si rescatamos bancos y autopistas, seguro que este pequeño palmeral es una ganga. Porque es bochornoso ver cómo palmeras con más de 100 años enferman tras un vallado que, además de dificultar el acceso a la costa de los vecinos, ha colaborado en la destrucción de las dunas de la cala, por más que ahora se traten de regenerar desde el Ayuntamiento. A quien quiera saber más de quienes son estos dueños tan preocupados por sus ‘bienes naturales’, le animo a visitar la web de Ferris Hills.

Para colmo, esta empresa, que maneja el patrimonio de una familia murciana según su web, se ha querellado contra la plataforma conservacionista (todos vecinos de la zona) que ya en 2014 denunció que el muro de cemento ocupa parte de una vía pecuaria pública que no está deslindada. Se llama Plataforma Salvemos Lo Ferris y este año tuvo que convocar un crowdfunding porque tras varias manifestaciones junto a la valla, en las que pude ver a decenas de vecinos, les impusieron una fianza tan desorbitada que no podían pagarla. Es algo que me suena a criminalización de una defensa ambiental. Curiosamente, la Justicia ha sido rápida frente a la denuncia de la empresa Ferris Hills, que les acusó de ‘injurias’ por lo dicho en estas manifestaciones, pero el expediente abierto contra su vallado en el municipio ahí está sin resolver.

Por desgracia, que sean Los Verdes quienes gobiernan en Torrevieja hasta ahora no ha servido de mucho en este caso. La valla sigue y las palmeras, que durante años me hicieron soñar que estaba en otro lugar, mueren. Y estando en Cala Ferris, si una levanta la vista hacia la derecha, los monstruos de Gomendio, en la vecina Orihuela, amenazan con engullirme.

Y así acaba la historia del último kilómetro virgen, que pronto será historia.

(Aprovecho para recomendar leer sobre otro ‘pelotazo’ urbanístico, en este caso en la maravillosa playa de El Cotillo de Fuerteventura, por Sofía Menéndez)

No tenemos remedio.