ROSA M. TRISTÁN
La cola daba la vuelta a la calle, inmensa desde dos horas antes de que comenzara la conferencia en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha pasado un año desde la última vez que escuché a la activista eco-feminista india Vandana Shiva y casi 10 desde mi segunda entrevista con ella. La primera no he podido localizarla. «La gente que hoy cultiva la tierra son hoy la mayoría de los hambrientos del mundo, se destruye sus tierras, se roban sus semillas. Y no es admisible». El 80% del público, ya en el Salón de Columnas, eran mujeres, dispuestas a no perderse a quien se ha convertido en el azote de los transgénicos, vilipendiada por unos y aclamada por muchos otros. «En mi lengua, comida es ‘lo que nos sostiene’, pero ahora la comida ya no es lo que era».
Vandana Shiva, con un shari naranja y morado, comenzó puntual y su último libro, ¿Quién alimenta realmente al mundo? (editorial Swing), ya estaba debajo del brazo de muchos asistentes. «Mi primer recuerdo quiero que sea para los 312 líderes asesinados en 2017 por defender el medio ambiente y para las mujeres que siguen defendiendo el agua, la tierra, frente a proyectos en los territorios que son masculinizados por la agroindustria y su trabajo asalariado», señaló nada más comenzar la activista.
A continuación, haciendo un repaso a su propia historia, recordó cómo comenzó la batalla contra las semillas patentadas y modificadas genéticamente en 1994, hace casi 25 años, cuando una compañía de Estados Unido (WR Grace Corporation) patentó el árbol neem como algo propio, una patente que fue revocada en el año 2000 tras la denuncia de grupos relacionados con Shiva que demostraron que era un cultivo ancestral en el Himalaya. Poco después, en 1997, fue la empresa RiceTec, Inc., con sede en Texas, la que patentó el arroz indio basmati y Shiva inició otra batalla. «Hoy las empresas cambian de nombre. Monsanto se fusiona con Bayer, Singenta con ChemChina, pero todas siguen conectadas y en el mundo todo sigue igual», señaló.
Vandana Shiva siempre ha denunciado las consecuencias que tuvo la Revolución Verde en la India que, si bien duplicó las producción de alimentos, explica que «se basó en el consumo de petróleo, en grandes explotaciones agrícolas y en los fertilizantes y pesticidas». «Ahora, los campesinos indios se suicidan con esos mismos pesticidas porque contraen deudas que no pueden pagar y más por el cambio climático», mientras nos cuentan (Oxfam) que un 1% de los más ricos del mundo acabaran el 82% de la riqueza mundial generada en 2017 y la mitad de los más pobres no vio nada de ella».
En realidad, no hay más que darse una vuelta por el mundo en desarrollo (por Haití, Senegal, Guatemala, Mozambique o Perú, por poner ejemplos que conozco) para comprobar donde están los 815 millones de hambrientos que hay en el mundo, según datos de la FAO y cómo son las grandes empresas agro-industriales las que les expulsan de sus tierras o esquilman sus recursos naturales. «La industria agroquímica decía que había que controlar las semillas para acabar con el hambre, pero eso no ha ocurrido. Lo que si ha pasado es que patentan inventos de semillas con el único cambio de un gen. Eso no es crear una semilla. Y además la gente no quería transgénicos, así que al final solo se han extendido en países donde se ha pagado a los gobiernos para legalizarlos porque son un gran lobby dedicado a vender tóxicos, veneno con el que algunos se matan y que no da el rendimiento prometido«. «Así que -añadía- vemos grandes desplazamiento de pequeños agricultores, mientras el 90% del grano se convierte en combustibles y piensos, y vemos también cómo se destruye el suelo y desaparece la biodiversidad».
Shiva mencionó el caso del arroz dorado, aprobado este mismo mes para el consumo humano en Australia y Nueva Zelanda porque «puede salvar de la ceguera a millones de niños» al introducirle más vitamina A. «Esto es otro fraude porque patentan un producto que tiene 300 menos vitamina A que una sencilla zanahoria. ¿No será mejor darles esa zanahoria a los niños para evitar la ceguera? Y lo mismo pasa con el plátano. Quieren ponerle hierro con un gen de tamarindo , un árbol muy común en mi país» [añado otro caso similar: látanos con vitamina A que se investigaban como novedosos, con ayuda de 15 millones de dólares de la Fundación Bill y Melinda Gates, cuando resulta que eran plátanos rojos típicos de Micronesia. Muchas miles de pequeñas granjas habrían salido adelante con esa inversión].
Otra cuestión que abordó la activista india en su conferencia fue cómo «grandes empresas como Monsanto conectan las crisis climáticas con el negocio de los seguros» . «Y ahora se habla de inteligencia artificial para alimentar al mundo. Empresas como Facebook tienen toda nuestra información y la utilizan para vendernos porquerías según nuestros gustos».
CAMBIO CLIMÁTICO
«Pero el cambio climático no es sólo por un aumento del CO2, lo que pasa es que la Tierra está enfadada con nosotros y así nos muestra su poder. Nos dice que cambiemos de paradigmas, que debemos conservar y negarnos a extinguirnos, que los paradigmas de la información y los datos son menos importantes que los paradigmas de la vida, que nos han comprado la mente diciendo que hay que ser eficientes, pero lo importante es la libertad que crece de abajo a arriba, la revolución de lo pequeño».
Ante un auditorio en silencio absoluto, Shiva insistió en que «el camino no es más dióxido de carbono y más huella ecológica para conseguir más desarrollo». «Ahora estoy ayudando al Gobierno de Bután para que su agricultura sea 100% ecológica, para proteger su naturaleza y llevar esa protección a las ciudades porque es posible».
Pero ¿cómo lograr que iniciativas, pequeñas como ésta, no se fragmenten? ¿es posible que se hagan grandes? «Si, uniéndonos. Necesitamos un cambio democrático en la Tierra, donde todo está interconectado. Hay que partir de que la vida no es ingeniería, y hay que resistir a cada intento de división, a la política del odio que nos hará la vida imposible. Y eso va más allá de la comunicación virtual de una sociedad vigilada…Democracia es un término vacío en un sistema en el que un 1% se opone a la descentralización económica. Democracia es el camino de abajo a arriba», repitió. «Y volver a la cultura de nuestros ancestros para aprender de ellos, al cultivo en la comunidad, como en los pueblos originarios».