La forja de piedras con fuego se hacía hace 300.000 años


Una investigación en Israel revela que nuestros ancestros eran capaces de controlar la temperatura del fuego para reforzar sus herramientas líticas

Recreación ‘Homo erectus’ en un museo de Mongolia.

ROSA M. TRISTÁN

El control del fuego, es decir, tener la capacidad de hacerlo, es algo que se ha probado hace ya muchos años en los humanos más primitivos. No porque sea fácil, que basta intentar hacer una llamita con piedras u hojas secas y un palito para comprobar que aquello tenía su dificultad. Pero es que ahora, además, hemos sabido que hace 300.000 años, unos humanos, que para unos eran neandertales, para otros ‘sapiens’ muy arcaicos y que muchos apuestan porque eran una población local muy concreta, no sólo hacían hogares para calentarse, preparar alimentos o espantar bichos grandes y pequeños, sino que tenían un total manejo de las temperaturas que debían utilizar para hacer más eficaces sus herramientas según el uso que querían darles. Una destreza que, por lo que revela una nueva investigación, les convertía en auténticos ‘forjadores’ en pedernal.

Interior de la Cueva Qesem (Israel). @Filipe Natalio

Así nos lo descubren los autores de un artículo publicado ahora en la revista Nature Human Behavior, todos ellos implicados en las excavaciones de una cueva en Israel, la Cueva Qesem, que está dando muchas sorpresas y abriendo aún más incógnitas sobre la evolución humana. Por cierto, investigadores españoles, del proyecto de Atapuerca, también trabajan en este yacimiento desde hace años.

Filipe Natalio, uno de los arqueólogos autores de este trabajo/ Instituto Weizmann

El nuevo estudio, realizado por cinco investigadores, entre ellos Filipe Natalio, del Instituto Weizmann de Israel, revela que el misterioso grupo humano que vivió en Qesem en el Paleolítico Inferior tardío, calentaban las láminas de piedra, usadas como cuchillas, a unos 259ºC, las lascas a unos 413ºC y que para las tapas de las ollas llegaban hasta los 447ºC. Su objetivo, como se ha demostrado experimentalmente, es que se fracturaran lo menos posible, y estos homínidos lo lograban con una pericia sorprendente.

Yacimiento Qesem en Israel. ¡Peligrosa excavación! @FilipeNatalio

¿Cómo lo averiguaron? Pues, según relatan en este trabajo, utilizando una técnica llamada espectroscopia de Raman y utilizando modelos de temperaturas que van a ser muy útiles para otros científicos. En realidad, como me cuenta el arqueólogo del IPHES Jordi Rosell, que desde 2011 trabaja en este yacimiento (también lo hace Ruth Blasco, del CENIEH), «aquellos humanos no sabían de temperaturas, pero aprendieron cuánto tiempo tenían que estar las herramientas al fuego o a qué distancia situarlas, para conseguir el efecto que querían».

Lo misterioso, como explica Rosell, es que esta técnica avanzada de ‘forja’ en piedra, que triunfó localmente en Qesem, acabó por desaparecer con la expansión de la tecnología más típica de los neandertales, la musteriense, aunque para algunos, como el propio Rosell, también eran de esa especie. Es una conclusión a la que ha llegado tras los estudios realizados de los dientes hallados en Qesem por dos grandes especialistas en la materia, José María Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres, del CENIEH, que los han comparado con los de la Sima de los Huesos de Atapuerca encontrando muchas similitudes con los neandertales arcaicos del yacimiento español. Filipe Natalio apunta, sin embargo, que «los dientes que se han encontrado en Qesem no encajan ni con ‘sapiens’, ni con neandertales ni con humanos modernos» y apuesta porquq puedan ser «una especie evolucionada localmente».

En todo caso, la forma que tenían de trabajar la piedra, es decir, su tecnología, es novedosa. Ha sido bautizada como Achelo-Yabrudiense y Natario me cuenta vía email que surgió coincidiendo con la desaparición de los elefantes -no se sabe si por el clima, la caza humana excesiva u otra razón-, y el cambio empujó a aquellos humanos a buscar otros animales más pequeños para alimentarse: «Las cuchillas son mucho más eficientes para matar animales pequeños. Lo novedoso es su comportamiento diferencial y un uso controlado e intencional del fuego, porque supone pensamientos y estrategias abstractas para fabricar diferentes tipos de herramientas. Eso es muy muy sorprendente y emocionante», reconoce el investigador. Natalio está convencido de que este trabajo abre una vía de estudio muy interesante: «Planeamos proporcionar a los arqueólogos el código y ayudarles a implantar esta estrategia en su investigaciones. Lo que más trabajo lleva es construir un modelo, porque hay que recoger la mayor cantidad de materia prima posible y hacer espectroscopía Raman. Una vez hecho, con nuestro código, obtendrán su propio modelo y podrán predecir cómo se hicieron sus herramientas».

El caso es que la Cueva Qesem no deja de sorprender a la comunidad científica. Descubierto en 2003 cerca de Tel Aviv, cuando se hacía la autovía que ahora tiene justo al lado, enseguida de vió que era un lugar especial. Al modo de la Gran Dolina de Atapuerca, se trataba de una cueva enorme colapsada y ‘rellena’ de sedimentos, un libro en piedra que va de los 20.000 años del techo hundido a los 400.000 de la base. De momento, llevan 15 metros excavados…lo que no hace nada fácil los trabajos y miles y miles de piezas arqueológicas de piedra, además de los dientes fosilizados.

La principal incógnita es, como señalaba, qué humano era aquel, tan ‘primitivo’ y a la vez tan ‘moderno’. Tras los primeros hallazgos se publicó que eran ‘sapiens’ muy arcaicos, quizás los primeros que salieron de África, pero el debate está abierto. «Yo creo que son neandertales, después de ver el estudio que realizaron en el CENIEH, pero curiosamente su tecnología era más avanzada que la de los neandertales posteriores. Además, están en una región compleja de Oriente Próximo, donde hay yacimientos de ‘sapiens’ y neandertales que se superponen. Si la hibridación de ambas especies fue justo en esa zona, puede que no sólo intercambiaran genes, sino también tecnologías», apunta Rosell.

Tampoco se sabe por qué desapareció esta forma cultural, muy localizada en Israel, Gran Líbano y zonas de Siria y Jordania. «Igual se quedaron aislados por un cambio del clima o tal vez, como me dijo Avi Gopher (co-director de las excavaciones), Israel es hoy una puerta de entrada y salida de África pero en momentos del pasado era diferente», plantea Rosell.

Ruth Blasco en la Cueva de Qesem junto a Ran Barkai, codirector de la excavación.

Hay que recordar que la arqueóloga Ruth Blasco, del CENIEH, lideró recientemente una investigación en esta cueva con los hallazgos de gran impacto: tras estudiar con otros colegas miles de huesos de patas de cérvidos encontrados en Qesem, que tenían unas extrañas marcas, y compararlas con los de gamos de los Pirineos, se reveló que los habitantes de la cueva israelí no sólo se comían su carne, sino que guardaban estos huesos de patas, a modo de despensa para tiempos de escasez, porque eran conscientes de que contenían un tuétano valiosísimo para su dieta que se podía conservar en perfecto estado hasta seis semana. Hoy, con nuestras neveras, parece poco, pero en aquel pasado remoto la carne que tanto costaba conseguir enseguida se echaba a perder… y el tuétano es una increíble reserva de grasas muy necesarias para el cerebro.

Otro descubrimiento realizado en esta cueva, también con participación española, reveló que sus habitantes eran capaces de cazar aves y que no sólo se las comían, sino que usaban sus plumas, quien sabe si como objeto simbólico de su relación con otros seres de la naturaleza.

Igualmente ha sido en este lugar donde se han encontrado las pruebas más antiguas conocidas de humanos que ‘inventaron’ la barbacoa, no muy distinta a la que seguimos practicando. «En el yacimiento neandertal de Abric Romaní tenemos muchos ejemplos de hogueras, pero es un lugar mucho más reciente (de hace unos 70.000 años). En Atapuerca, sin embargo, en las mismas fechas que en el yacimiento de Israel, que son el nivel TD10 de la Gran Dolina, no hay vestigios de fuego. De hecho, en toda Atapuerca no hemos encontrado restos de fuego. Quizás aparezcan en los nuevos yacimientos pero no hasta ahora. Por ello Qesem nos interesa mucho a quienes trabajamos en Atapuerca», reconoce Rosell.

Filipe Natalio también lo tiene claro: «Este lugar va a dar muchas sorpresas»

 

 

 

La Sierra de Guadarrama: la ‘piel’ de la Tierra después del fuego


ROSA M. TRISTÁN

7-8-2019.- Aún humea el fuego en el Parque Nacional de Guadarrama y en Rascafría (800 hectáreas arrasadas) y ya comienza el triste balance de lo destruido y de lo que puede acontecer en el futuro. En el balance, los árboles perdidos, los arbustos masacrados, los nidos desaparecidos, los arroyuelos contaminados, la fauna grande que habrá huido y la pequeña que habrá resultado incinerada. En el balance, también, la incapacidad que algunos tienen para relacionar nuestro utópico amor a la naturaleza (así, en general, nadie lo niega) con una actitud altiva frente a ella, que demuestra la reivindicación del derecho a disfrutarla sin respetarla, a explotarla sin respetarla, a vivir en ella o junto a ella sin respetarla. Y, por último, en el balance la sospecha de que será otro incendio-delito impune.

Con los incendios que han quemado más de 55.000 hectáreas en lo que va de año en este reseco y semi-desértico país, se va nuestro tesoro.  Y se va sean árboles o arbustos, nidos de biodiversidad que, como señalan los expertos, permiten que la tierra siga en su sitio evitando un desastre.

Bosque de Rascafría, el pasado sábado, un día antes del incendio. @Esperanza Fuertes

SEO/Birdlife informa de que, por suerte, el grueso de la colonia de buitre negro de la zonas de Rascafría (153 parejas)  y de La Granja segoviana (93 parejas), parece haberse salvado de la quema, salvo alguna excepción. Pero es que a los buitres negros se suman otras 132 especies diferentes de aves, desde águilas reales y halcones peregrinos, pasando por los alcaudones y los mirlos acuáticos, hasta búhos reales o los pequeños gorriones. Y reptiles, anfibios o insectos como la maravillosa mariposa isabelina (Graellsia isabelae), que alcanza los 10 centímetros de tamaño. ¡Y  los peces! Truchas o lamprehuelas (entre otras especies), que no sobrevivirán en las aguas contaminadas con cenizas de arroyos como los del Chorro Grande, las Flores, Morete y Carneros, todos ellos tributarios del río Cambrones.

¿Cuánto tiempo llevará recuperarlo en esas 800 hectáreas de ‘piel arrancada a la Tierra’ que hoy luce de luto? Según los expertos de la organización conservacionista, podría tardarse medio siglo, 50 largos años para volver a tener lo que existía hace apenas unos días rebosante de vida.

Pero el daño no ha sido sólo en la epidermis exterior. También las piedras sufren el daño del fuego, como han querido recordar los investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Si bien los Lugares de Interés Geológico catalogados en la sierra -en Madrid (desde 1995) y en Segovia (desde 2005)- no han sido afectados gravemente, los geólogos no están tranquilos. Las llamas -que no olvidemos que todo apunta a que fueron provocadas intencionadamente – han dañado y mucho pequeños manantiales fisurales y coluviales (mencionan la subida a Fuente Infante) y han deteriorado relieves en gneises pseudograníticos, como son lanchares, berruecos y peñas.

¿Y qué puede pasar en el futuro? Pues que sin esa piel de verde-vida que recubría el terreno, las lluvias y tormentas generarán procesos geológicos en el futuro entre los que se mencionan la erosión por arroyada en la zona incendiada, con pérdida de suelos fértiles; el arrastre de cenizas y carbones de vegetación a los pequeños cauces que cruzan la sierra que, a su vez,  pueden ver colmatadas sus pozas y azudes; y también, al ser un suelo más impermeable por falta de vegetación, el aumento de la escorrentía y con ella las inundaciones, aunque llueva lo mismo. Además, con menos raíces (aunque sean de pequeños arbustos) es posible que en la granítica zona quemada de la sierra tengan lugar más desprendimientos de esas rocas que llevan ahí, deteriorándose al albur del agua y el viento, más de 500 millones de años.

Imagen del fuego el pasado domingo, desde las cercanías de Guadarrama.

En resumen, si bien afortunadamente el balance de afecciones al patrimonio geológico de este espacio natural es favorable, el impacto de los procesos geológicos activos que pueden desencadenarse producirán daños y perjuicios a corto y medio plazo. Todos estos procesos potencialmente activos deberían ser monitorizados y articularse medidas correctoras y preventivas, para evitar mayores daños futuros.

Parece evidente que todo ello va a requerir un gran esfuerzo de monitorización, recuperación y vigilancia que deberán ser asumidas por las comunidades autónomas que gestionan el Parque Nacional, Madrid (que presidirá Isabel Díaz-Ayuso, PP) y Castilla y León (PP y Ciudadanos). En esta última, por cierto, Medio Ambiente y Fomento (es decir, construcción e infraestructuras)  están en la misma Consejería. A destacar que ni Díaz-Ayuso ni ningún líder del PP o Ciudadanos que se sepa (ni siquiera el senador por Segovia Javier Maroto, reciente ‘residente’ en el cercano municipio de Sotosalbos) se acercaron al lugar del incendio a interesarse por lo que ocurría en la sierra.

 

 

 

España, la vida sobre un ‘polvorín’ forestal


ROSA M. TRISTÁN

Llevo más de 30 años visitando de forma recurrentemente Cantabria. He visto cómo la ganadería ha ido desapareciendo, los prados se van convirtiendo en bosques, la maleza crece desordenada, las fuentes se secan y lo que era un verde luminoso aún en verano… amarillea. Ahora me paseo entre auténticas yescas y aunque recogemos la leña para nuestro hogar, no no damos a basto y temo lo peor. La peor pesadilla: que un día ese maravilloso bosque de robles de la imagen desaparezca.  Y es que comienza la era de los «superincendios«, según avisa la organización WWF España en el informe «Fuego a las puertas» que acaban de publicar, pero no queremos darnos cuenta. También calculan que al año destinamos 300 millones de euros a la prevención de los fuegos forestales. «¿Y cuánto a la limpieza?». Un misterio. Es la cifra que nadie quiere dar, que ya es para temerse lo peor. En realidad, 300 millones de euros, no me parece caro para salvar los bosques de las llamas. Es lo mismo que la cláusula de rescisión del contrato de un conocido futbolista o lo  recaudado en Madrid en un fin semana gracias a un famoso festival. Sirva esta comparación para ponerlo en su justa medida.


                                                          Cantabria @Rosa Tristán 

No es que la extinción funcione mal. ¡Qué va! Según WWF, el 74% de los incendios se apagó en 2016 antes de que se quemara una sóla hectárea, y eso es un gran éxito. El problema es que están proliferando fuegos que resultan incontrolables (caso Doñana, o Río Tinto, o la Sierra Calderona… por decir los últimos ocurridos estos días). Son incendios ‘explosivos’, como los calificaba Lourdes Hernández, autora del informe que no sólo seguimos provocándolos (el 96% se deben a la acción humana), sino que aumentan exponencialmente el riesgo para las vidas humanas en la medida que ‘colonizamos’ o ‘urbanizamos’ los bosques sin ningún tipo de conciencia de donde estamos. Desde luego,  es evidente que esos ‘superincendios’ requieren ‘supermedidas’ para evitarlos, y  ‘super-presupuestos’ para poder trabajar en ellas. Si ahora se estima que hay una media de 19 al año (de los 12.500 fuegos forestales que sufre nuestro territorio al año), WWF ha constatado que están en aumento y augura que así seguirán mientras la yesca se hace dueña de unos parajes cada año más secos, con menos lluvias y con aún más escasa gestión.

«Hemos comprobado que los grandes incendios aumentan un 25% su tamaño y un 50% la superficie afectada. Esto no son sólo es un problema forestal o rural sino de emergencia civil, porque cada vez hay más personas que ponen en riesgo su vida, que tienen que ser desalojadas. Son incendios más difíciles de apagar y los servicios de extinción también arriesgan su seguridad», recordaba Hernández.

Tres son las causas que convierten los bosques en ‘polvorines’ : un cambio climático que nos hace batir récords de temperatura cada año y enferma los bosques; un abandono del campo, del mundo rural que antes gestionaba los recursos madereros manteniendo la salud de la masa forestal, como compruebo en la cornisa cantábrica; y un caótico desarrollo de urbanizaciones, en medio de pinares, robledales o encinares, que ‘lucen’ estupendas en los folletos promocionales, pero que no sólo no tienen en cuenta que están en zona de riesgo de incendio, como señala WWF, sino que incrementan la posibilidad de que se produzcan ya sea por descuidos o accidentes. «Sin embargo, no hay una cartografía que indique cuáles son las zonas de alto riesgo de incendio. Los últimos datos son del año 2000 y señalan que había un 4% de zonas periurbanas forestales (zonas de riesgo)» , recordaban en WWF.

Si a ello se suma que, según denuncia la organización, la normativa de prevención está descoordinada (por un lado va la Ley de Montes, por otro las normas de urbanismo y por su lado las de Protección Civil) y que las construcciones ilegales acaban por legalizarse (del mismo modo que pozos ilegales, como los del entorno del Parque Nacional Doñana, siguen explotándose como si no fueran una barbaridad), ya tenemos la cerilla sobre la yesca. Y para evitar que prenda y la llama se extienda, apenas un gasto de 12 euros por hectárea ¡al año¡, que sería lo que se gastaría en limpiar, mantener, gestionar, informar para prevenir, etcétera. Y digo sería porque, por lo visto, de esos 300 millones de euros un buen pellizco se van en abrir pistas contra-incendios o dejar depósitos de agua, algo más relacionado con la extinción del fuego que con evitarlo.

Enrique Segovia, coordinador de Conservación en WWF, comentó algunas de las soluciones evidentes a este «fuego a las puertas», pocas pero algunas a largo plazo y, por tanto, poco ‘rentables’ en votos y muy rentables ‘a futuros’. La primera, dar a conocer el riesgo real de las zonas, que todo el que tiene una casita como la del cuento sepa que está en un área de posible incendio y, a ser posible, cuidarlo (muy impopular entre los constructores). La segunda, no permitir que las zonas forestales se urbanicen (aún más impopular que la anterior). La tercera, realizar una buena gestión de los bosques, y ello pasa por su explotación controlada, por fomentar el retorno al ámbito rural y apoyar a los productores locales (¿para qué pudiendo ser camareros a 8 euros la hora?). Y la última, informar y comunicar del riesgo, más allá de ponerlo en los paneles de las autovías, que ya se me ha olvidado el último anuncio televisivo sobre el tema.

Yo añadiría otra: denunciar a quien consiente esas urbanizaciones, a quien recorta los presupuestos, a quien permite que exista una carbonera junto a un Parque Nacional (Doñana) sea o no culpable del incendio, a quien no protege estos bosques que nos dan la vida mientras nosotros se la quitamos.

Mirador de Piedrasluengas @Rosa Tristán