Los hábiles primates ‘pre-humanos’ que fabricaban herramientas para comer hipopótamos


ROSA M. TRISTÁN

Hace más de tres millones de años, unos primates homínidos del género Paranthropus, una especie similar a los australopitecus pero más robusta, pudieron haber usado herramientas de piedra para ‘merendarse’ hipopótamos. Así se entiende por los hallazgos realizados en el yacimiento de Nyayanga, en Kenia, por un equipo de científicos dirigidos por Thomas W. Plummer, que han publicado sus trabajos en la revista Science.

En realidad, no es la primera vez que se encuentran herramientas de piedra realizadas por especies de un género no humano, echando por tierra la denominación de Homo habilis que el famoso paleontólogo Louis Leakey dio -por esa facultad- al más antiguo representante de nuestra rama, pero si parece confirmar que la llamada tecnología Olduvayense (nombre que debe a haberse encontrado en la Garganta de Olduvai) o de Modo 1, era más antigua y estaba más extendida por ese continente de lo que se pensaba.

En las excavaciones del equipo de Plummer, al sureste del país, encontraron 330 artefactos en  la parte superior del yacimiento, otros 135 ‘in situ’ en la excavación y 195 más en la superficie. También había 1.776 fósiles de animales, de los que la mayoría eran de hipopótamo, sobre todo en dos de las secciones. También había bóvidos, cocodrilos, roedores… Junto a las herramientas y los restos de hipopótamos, que tenían señales de haber sido manipulados para sacarles provecho, unos molares del homínidos parántropos, esos primates que vivían en la sabana y tenían un cerebro de medio kilo. Es muy posible, señalan los autores, que fueran ellos, tan similares a los chimpancés, quienes usaron los utensilios de piedra que habrían fabricado previamente para aprovechar mejor la carne o la médula de los huesos, aunque no se puede descartar que esas piezas talladas a golpes fueran obra de algún temprano Homo habilis que ya rondara por la zona en aquel pasado remoto.

En todo caso, lo que si está claro es que al menos 600.000 años antes de lo que sugerían otras evidencias, ya se utilizaba esta tecnología primitiva en África. Mencionan los investigadores que hasta ahora los yacimientos de herramientas olduvayenses más antiguos que se conocían tienen unos 2,6 millones de años  y todos eran de la zona de Afar, en Etiopía. Es verdad que se olvidan de algún otro hallazgo que se explica más adelante. A pesar de su naturaleza rudimentaria, estas herramientas de piedra de bordes afilados, diseñadas intencionadamente, fueron la primera tecnología duradera y extendida geográficamente. Todo un éxito para la especie que lo logró. Como no hay muchos yacimientos en los que se hayan encontrado, aún no se comprende bien cómo fue su origen y su distribución.

En Nyayanga, con varios métodos diferentes, ha datado los restos en fechas entre tres y 2,6 millones de años. Las herramientas no sólo fueron usadas, según han averiguado, para procesar los hipopótamos y otros bóvidos de los que han encontrado restos, sino también vegetales. Además, una de las dos muelas de homínidos encontradas estaba junto a estas piezas de piedra, lo que aumenta la posibilidad de que las usaran e incluso las fabricaran.

Entre los hallazgos anteriores que no mencionan destacan las herramientas de piedra encontradas en 2012 en el yacimiento de Lomekwi 3, también en Kenia, con una antigüedad de 3,3 millones de años, que se asociaron en su día a los Australopithecus afarensis, que vivieron hace entre 3,9 y 2,9 millones de años en esa zona, o al Kenyanthropus platyops, un homínido que también habitaba allí hace entre 3,5 y 3,2 millones de años. Por la forma en que estaban talladas estas piedras se llegó a precisar que quienes las fabricaron estaban de pie, sujetando una piedra en una mano y golpeándola con otra, a modo de martillo, hasta conseguir un borde afilado con el que cortar plantas o carne de animales. Si que mencionan el caso de Gona (Etiopía), donde también se han encontrado herramientas que se puede asociar a los Australopithecus garhi o a los Paranthropus aethiopicus.

En el caso de Nyayanga, han comprobado que los artefactos se usaron para cortar, raspar y machacar tejidos de grandes mamíferos y plantas, lo que demuestra que desde el principio se los usaba para muchas acciones que facilitaban acceder a una amplia gama de alimentos. Como se han localizado tanto más  norte como más al sur del continente africano, parece que era una tecnología muy flexible, con propiedades que la hacía útil ya fueran en hábitats de bosques o de sabana.

Los autores aseguran que, aunque hubiera otras herramientas no hechas por humanos que ya se conocían, estas nuevas evidencian que al menos 600.000 años antes de lo que se pensaba ya había un procesamiento de plantas y grandes animales, mucho antes de que el cerebro de los primates aumentara, hace unos dos millones de años, para evolucionar hacia lo que hoy somos. Además, otros trabajos ya habían señalado que por la biomecánica de la mano de los australopitecos y los parántropos eran capaces de fabricar herramientas. En definitiva… Igual los Homo habilis no fueron tan pioneros…

ARTÍCULO COMPLETO: https://www.eurekalert.org/news-releases/978712

Cómo el clima de la Tierra ‘modeló’ a los seres humanos en dos millones de años


ROSA M. TRISTÁN


Hasta tiempos muy recientes el clima ha modelado nuestra vida y nos ha hecho como somos. Durante dos largos e intensos millones de años, los cambios de temperaturas, lluvias y, por tanto, de biomasa de la que poder alimentarnos, han afectado a la evolución de nuestro cuerpo y nuestro cerebro y también nos han llevado de un lado a otro a medida que nuestro hábitat cambiaba, sin más fronteras que los accidentes geográficos, ni banderas ni visados ni concertinas. Es algo que se intuía, porque igual ha ocurrido con otros animales, y ahora se confirma en un estudio publicado en Nature.

Durante los últimos cinco millones de años, señalan, la Tierra pasó de tener un clima más cálido y húmedo durante el Plioceno (hace entre 5,3 y 2,6 millones de años) a otro más frío y seco en el Pleistoceno (entre 2,6 millones y 10.000 años). Dentro de este marco de tiempo, los cambios en la órbita de nuestro planeta alrededor del Sol, los llamados ciclos de Milankovitch, cambiaron el clima. Los científicos, en el siglo XX, ya han establecido un vínculo entre ese cambio climático forzoso con las migraciones humanas primitivas, pero faltaba demostrar esa relación con datos, que es lo que se ha hecho ahora.

Axel Timmermann y sus colegas han combinado registros ambientales con los análisis de los fósiles y arqueológicos para estudiar los movimientos de seis especies de homínidos, agrupadas en cinco grupos: los más primitivos (Homo habilis y ergaster), los H. erectus, los heidelbergensis o preneandertales, los neandertales y los sapiens. Demuestran que los cambios en la temperatura, las precipitaciones y la producción primaria neta terrestre (una medida de la cantidad neta de carbono capturada por las plantas cada año) tuvieron un gran impacto en la distribución, dispersión y, potencialmente, diversificación de todos los homínidos.

Durante el Pleistoceno Inferior, los más primitivos se asentaron en ambientes con poca variabilidad climática. Sin embargo, hacia el final de Pleistoceno, todo indica que se convirtieron en vagabundos o nómadas globales y se adaptaron a una amplia gama de condiciones climáticas en su deambular. Además, se cree que las perturbaciones climáticas en el sur de África y Eurasia hace entre 400.000 y 300.000 años contribuyeron a la transformación evolutiva de los heidelbergensis en sapiens y neandertales.


Los primeros humanos africanos parece que si que disponían de estrechos corredores en el sur y el este de África -Valle del Rift- que se caracterizaban por una variabilidad de hábitats acorde con la especialización de estas especies, si bien ya los posteriores Homo erectus, hace un millón de años, podían vivir en ambientes muy diferentes, como prueba el hecho de que restos suyos se hayan encontrado en lugares muy distintos. Los más recientes heiderbergensis y los neandertales eran más especiales para buscar un lugar donde asentarse. Pero los más expansivos somos, sin duda, los sapiens, que desde el principio fuimos capaces de vivir en zonas tan secas y calurosas como un desierto o tan frías como las estepas siberianas.

De hecho, los heidelbergensis con los que tenía nuestra especie hábitats compartidos, no disponían tanta capacidad de adaptarse. Para ellos, las zonas donde encontraron un clima adecuado, además de Eurasia, fueron la parte centro-oriental y austral de África. Hace entre 400.000 y 300.000 años, un fuerte estrés climático en el sur, según este trabajo, cambió las condiciones de su hábitat, lo que provocó su desaparición y favoreció que surgiéramos los sapiens, hace entre 300.000 y 200.000 años. Es más, Timmerman y su equipo plantean que una especie se convirtió en otra. No habría habido esa misma transición en África del Este, donde está la llamada Cuna de la Humanidad. Apuntan que hay muchas ‘lagunas’ de fósiles que hacen pensar menos en una transición de una a otra especie que en una llegada, si bien esta hipótesis choca con la más extendida sobre una evolución de nuestra especie multirregional en diferentes grupos de sapiens.

Los mapas de hábitat idóneos que han hecho los investigadores en este trabajo, en todo caso, nos ayudan a conocer las ubicaciones posibles de formación de nuevas especies humanas, su sucesión y su superposición, como ocurre en Europa. Vemos que la tolerancia a las condiciones climáticas secas pudo mejorar la movilidad de nuestra especie, facilitando las dispersiones en oleadas diferentes documentadas en Eurasia a través de la península del Sinaí, el paso de Bab-el Mandeb hacia el Levante o la Península Arábiga.

Pese a ello se mantienen incertidumbres en la atribución de especies, particularmente para el período entre un millón y 300.000 años. Su cálculo de la superposición de especies según el clima, permite ver dónde estaban los espacios habitables para cada especies de acuerdo con una perspectiva multirregional y ahí surgen el sur y el este de África, además de región al norte de la Zona de Convergencia Intertropical, como refugios a largo plazo para varios tipos de humanos arcaicos. A medida que el clima cambiaba en las escalas de tiempo orbitales, estos refugios cambiaron geográficamente, creando patrones de población con mayor complejidad.

En definitiva, los cambios climáticos, forzados a nivel astronómico, fueron claves en la distribución de los humanos y en su diversificación . Ahora son cambios forzados por causas humanas -las emisiones de gases contaminantes- y la diversificación no está siendo biológica, pero una nueva distribución es inevitable bajo la brújula de la supervivencia, que marca al norte.

Una ‘Arabia verde’ fue ruta de los humanos en su viaje a Asia hace 400.000 años


Tormenta de arena durante los trabajos de excavación. @Palaeodeserts Project (Klint Janulis).

ROSA M. TRISTÁN

Siempre se dice que es importante saber lo que ocurrió en el pasado y que la experiencia que debería servir para acumular conocimiento de lo que, inevitablemente, se repite. Durante años, escuché hablar sobre una ruta de migración humana de salida de África más allá de la hoy conocida de Oriente Próximo, un camino que estaba en buena parte oculto bajo el mar por la costa arábiga, y por tanto difícil de estudiar. Pero si algo tiene la ciencia es que rompe fronteras (al menos del conocimiento) y ahora un estudio fascinante, publicado en Nature, nos habla de cómo el interior de esa península de emires y beduinos hoy desértica -si acaso habitada en su interiro por altas torres petrolíferas que exprimen CO2 de la Tierra -, fue también un corredor de migrantes humanos primitivos que se movían al albur del clima, es decir, no de forma muy distinta a como ocurre hoy en muchas zonas del planeta.

La evidencia de que hubo especies de Homo en esas tierras desde hace 400.000 años es una pieza del rompecabezas del viaje de la evolución que nos faltaba para entender cómo nuestra especie y nuestros antepasados se movieron por el mundo hasta habitar casi todos los rincones (y el casi es la Antártida). También lo es haber descubierto que en todo ese largo tiempo hubo periodos de aumento de las lluvias que hacían que la Península Arábiga fuera un buen camino para salir de África hacia el suroeste asiático, pese al aspecto inhóspito que hoy presenta. En lugares del desierto del Nefud, sin agua ni alimentos en miles de kilómetros, hubo lagos y ríos que transformaban la región en pastizales, atrayendo a unos seres que, curiosamente, llevaban culturas diferentes con ellos, como revelan ahora los científicos del Instituto Max Planck de Alemania, en colaboración con la Comisión del Patrimonio del Ministerio de Cultura de Arabia Saudita y muchos otros investigadores saudíes e internacionales, incluidos los Centro Nacional de Investigación en Evolución Humana (CENIEH) de España.

Para el Dr. Huw Groucutt, autor principal de este trabajo, del Max Planck , no hay duda de que las dunas de arena escondían un gran secreto de nuestra Prehistoria. En concreto, en un lugar ya conocido como Khall Amayshan 4 (KAM 4) del Nefud, donde han constatado que hubo hasta seis fases en el pasado en las que se formó un lago de agua dulce y que en cinco de ellas, entre los sedimentos, quedaron atrapadas herramientas de piedra hechas por primitivos humanos hace 400.000, 300.000, 200.000, 100.000 y 55.000 años. Todo un botín que va desde un hacha de mano achelense propia del Paleolítico Inferior, hasta lascas típicas del Paleolítico Medio, en Eurasia neandertal y también otras hechas por los ‘sapiens’. No lejos, en un oasis situado a 150 kms de estas dunas el Oasis de Jubbah, había utensilios de factura humana con 200.000 y 75.000 años.

Stone axe. The Palaeodeserts Project

Llama la atención cómo fue posible encontrar algo en ese mundo infinito, casi uniforme, cambiante al albur del viento. Mathieu Duval, un investigador del programa Ramón y Cajal en el CENIEH que colabora en este trabajo, me cuenta que hace tiempo alguien dió una pista sobre alguna pieza lítica por esa zona del Nefud y hace 10 años, un equipo del Max Planck se lanzó a la búsqueda. «Nadie había buscado ahí antes. Se hacía en la costa, y por eso se encontraban restos allí . Pero la realidad es que si se busca en el desierto también aparecen, sea el Kalahari, el sur de Argelia o el norte de África. Eso nos habla de la cantidad de piezas que aún están por descubrirse sobre el pasado de nuestro género» , comenta Duval.

En este desierto, empezaron haciendo una prospección con fotos satélite buscando depósitos con potencial. Luego se pasó a la fase de hacer sondeos y luego comenzaron las excavaciones, que son muy complejas porque lo que ves un año, desaparece al siguiente. No hay hallazgo que resista la fuerza de una tormenta como la que ilustra la foto superior. «Hace un par de años descubrimos huellas fósilizadas de ‘sapiens’ y otros animales de hace 120.000 años en lo que había sido un lago y hubo que hacer todo el estudio en pocos días en una campaña porque sabíamos que a la siguiente habrían desaparecido», señala el joven científico, que participó en su datación. Un par de años antes también habían encontrado el hueso de un dedo de esas mismas fechas en el yacimiento de Al Wusta.

Pero ahora hablan de episodios muy anteriores y para conseguir estas fechas han utilizado una técnica llamada datación por luminiscencia que se aplica sobre los sedimentos, es decir, registra el tiempo transcurrido desde que los pequeños granos de arena fueron expuestos por última vez a la luz solar, mostrando así las breves fases en las que el desierto se convertía casi en sabana, con miles de lagos, humedales y ríos en los huecos entre las dunas, momentos aprovechados para migraciones tanto humanas como de otros animales – los hipopótamos, por ejemplo- pues la realidad, como tantas veces he escuchado al paleontólogo español Bienvenido Martínez, nunca viajamos solos y lo hicimos siempre que hubo oportunidad, sin más fronteras, vallas ni concertinas que las impuestas por la geografía y el clima. El trabajo de Mathieu desde el CENIEH ha consistido, precisamente, en datar un diente de bóvido mediante otra técnica, denominada de uranio-torio, para comprobar que concordaban las fechas.

La investigación, publicada el 1 de septiembre de 2021, nos descubre, además, una gran variedad de grupos humanos a lo largo del tiempo, poblaciones que podían llegar de diferentes sitios, a tenor de las diferentes formas en las que hacían sus objetos durante los cortos periodos de tiempo que estaban en Arabia. Esto indica, según los arqueólogos, que provenían de lugares diferentes y por tanto certificaría la existencia de grupos muy divididos incluso de especies humanas distintas que eran contemporáneas. Es más ¿Y si Arabia fue otra zona de cruce para homínidos originarios de África y Eurasia? Son muchas las preguntas que surgen al hilo de esta nueva ‘pieza’ enterradas en el desierto. Lo que si parece es que las herramientas halladas son del mismo tipo de las que permanecieron más tiempo en uso en África. También los fósiles de animales que han encontrado muestran características más africanas que provenientes de Oriente Medio, apuntando más a una salida africana hacia Asia del sur que otras opciones.

Falange de ‘sapiens’ @Nature 2018

Y más preguntas ¿Quiénes eran esas especies que pasaron por allí? Ese es el gran misterio, todavía, porque hasta ahora en toda Arabia sólo se había encontrado el mencionado dedo humano de hace unos 85.000 años y las huellas de hace 102.000 y 130.000 que son claramente de Homo sapiens.

«Arabia ha sido vista durante mucho tiempo como un lugar vacío en el pasado», ha señalado el doctor Groucutt en un comunicado. «Nuestro trabajo muestra que todavía sabemos muy poco sobre la evolución humana en vastas áreas del mundo y destaca el hecho de que aún hay muchas sorpresas». «Este mapa coloca a Arabia en el mapa mundial de la Prehistoria humana», agrega su colega, Michael Petraglia, también del Instituto Max Planck. Y es que, como explica el arqueólogo Robin Dennell (Universidad de Exeter), en un articulo paralelo en Nature, resulta que ahora sabemos que hubo más de una ruta de salida de África: una por la pequeña puerta que hoy es Israel, para los ‘sapiens’ abierta desde hace casi 200.000 años; y otra mucho más grande, pero inconstante, que fue la Península de Arabia, más al albur de los monzones y los periodos interglaciares que abrían el camino. Y dado que éste también fue lugar de paso, bien pudo ser que los neandertales que andaban por Oriente Próximo se cruzaran en Arabia con nosotros ‘sapiens’ en ese viaje. Dennell apunta que si hace entre 50.000 y 65.000 años ya estábamos en Australia, está claro que nuestra colonización de la Tierra tuvo que comenzar mucho antes.

Mathieu Duval

También concuerda ese vía árabe con las herramientas de hace entre 172.000 años (Paleolítico Medio) que se encontraron en India y otras , de hace 385.000, en el sudeste asiático. Algunas, como demuestran algunos estudios, probarían que los humanos ya estábamos por aquellas lejanas tierras antes de la gran erupción del volcán Toba en Indonesia (hace 74.000 años) e incluso hay dientes humanos en Sumatra que han sido datados por esas fechas.

El consorcio internacional de científicos que han trabajado en en Nefud incluye miembros de organizaciones y universidades e instituciones de Arabia Saudita, Alemania, Australia, Pakistán, el Reino Unido y España. En nuestro caso, Mathieu Duval, un investigador del programa Ramón y Cajal que trabaja en el CENIEH, que está especializado en geocronología y lleva años vinculado a este proyecto. «Estamos hablando de cientos de miles de años de presencia esporádica en ese desierto. No sabemos cuánto duraba cada fase de estancia, igual unos pocos años o unos pocos miles de años. En los sedimentos no podemos ver periodos tan pequeños, pero se han identificado decenas de yacimientos en el Nefud y hay trabajo para mucho tiempo», asegura.

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MTOTO, el niño amortajado en la Edad de Piedra africana


ROSA M. TRISTÁN

El ‘Niño dormido’ es en realidad  “el niño amortajado” y ese hecho, que nos habla de una sensibilidad humana ancestral, del dolor por la pérdida de una criatura y de un cuidado esmerado a la hora de la muerte, es lo más fascinante de la historia de Mtoto, el pequeño de unos tres años que fue sepultado hace la friolera de 78.000 años en una cueva de Kenia. Su historia nos la ha descubierto el equipo de investigación del CENIEH (Centro Nacional de Evolución Humana) y de la Universidad Complutense de Madrid, en colaboración con otras muchas instituciones internacionales (30, ni más ni menos), todos bajo la batuta de una joven científica española. Y con ellos Mtoto ha hecho historia en la portada de Nature.

Tras haber conocido a lo largo de los años a los pueblos de cazadores-recolectores africanos, no resulta difícil recrear mentalmente la hipotética historia de Mtoto en la cueva Panga ya Saidi, al sur de Kenia y a escasos 15 kilómetros del Indico; es un espacio que, visto en las fotos, recuerda a la cueva Gran Dolina de Atapuerca, casi 100 m2 capaces de albergar a decenas de humanos desde la lejana Edad de Piedra Media, como se denomina una cultura africana que coincide con lo que en Europa es el Paleolítico Medio. El tiempo de los neandertales. Así, mientras a nuestro continente llegaban los primero sapiens con sus nuevas herramientas y adornos y pinturas, en el este de África moría Mtoto (el niño, en swajili) y sus allegados -¿sus padres quizás?- le hacían una fosa en el mismo lugar donde habitaban, comían, tallaban huesos, se pintaban de ocre, para tenerlo cerca de sus vidas. En su hogar.

@Fernando Fueyo

Antes de proceder, tal y como me va describiendo sin disimulado entusiasmo María Martinón-Torres, directora de CENIEH y primera autora de este trabajo, aquellos seres primitivos que vestían pieles y tallaban piedras se esmeraron en colocar al hijo de lado, con las piernas encogidas, como si durmiera en posición fetal, y le colocaron debajo de la cabeza algo hecho de vegetales a modo de almohada, como si pretendieran su comodidad, incluso le envolvieron en una mortaja -quién sabe si hecha con la piel de un animal o con fibras de plantas que ya no existen- con un fin que no conocemos pero que podría ser para protegerlo, como también hicieron los mayas o los egipcios con sus muertos en dos civilizaciones muy posteriores que no llegaron a encontrarse. Alrededor no colocaron, o no nos ha llegado, ningún objeto que pudiera relacionarse con un símbolo, un ‘Excalibur’ que decenas de miles de años después nos indicara lo especial que era ese lugar.

Este enterramiento de un ‘sapiens’ no es que sea el más antiguo conocido, pues se sabe que los neandertales y los sapiens europeos de aquellos tiempos ya enterraban a sus bebés y niños muertos. Es más, en la Sima de los Huesos, hace casi medio millón de años, se ha documentado una fosa común, no excavada pero si intencionada de preneandertales y también se conoce desde 2015 otra en la cueva Rising Star de Sudáfrica -de la especie Homo nadeli, que  podría tener 200.000 años- , pero el caso de Mtoto nos revela unas prácticas mortuorias que no se imaginaban en ese continente en tan lejanos tiempos, y además con niños, que morían con facilidad en torno a esos tres años, con el destete, como aún explican los antropólogos que ocurre en algunas étnias.

@Elena Santos / Jorge González

También se conocían algunos hallazgos que apuntaban a enterramientos de ‘criaturas sapiens’ africanas, aunque no están tan bien documentados. Es el caso del esqueleto de un niño recuperado en una grieta o pozo natural en Taramsa (Egipto) con unos 69.000 años o el que se encontró en la Cueva Border de Sudáfrica, allá por 1941, de hace unos 74.000 años. Pero entonces no se hicieron los trabajos de investigación que hoy son posibles y ya no se puede saber si sus huesos estaban articulados, es decir, en su sitio, o habían sido movidos.

LOS PALEO-DETECTIVES Y FORENSES

El estudio de Mtoto, a largo de tres años, ha sido minucioso hasta la extenuación. “Es un orgullo que la ciencia española esté liderando un trabajo como este; demuestra que el equipo de Atapuerca está en yacimientos de todo el mundo, una señal de que se han hecho bien las cosas, invirtiendo en nuevas generaciones de paleontólogos, arqueólogos y demás disciplinas”, destaca Martinón-Torres.

Vayamos al caso del amortajado. La cueva keniata que habitó se descubrió allá por 2010 como yacimiento paleontológico, un lugar relleno de sedimentos que alcanzan desde esa Edad de Piedra Media hasta hace sólo 500 años. Allí comenzó a trabajar un equipo del Instituto Max Plack de Ciencias de la Historia Humana (el proyecto Sealinks) junto a científicos del Museo Nacional de Kenia. Como en la Gran Dolina, hicieron en un sondeo de pocos metros para ver qué había debajo y allí en 2013 descubrieron algunos huesos y una ondulación extraña en la capa de sedimento. Aún tardarían cuatro años (2017) en saber que la onda registrada se debía a que se había cavado un agujero en el suelo, que se rellenó después con tierra de otra zona de la caverna. Ocultaba un conglomerado de frágiles huesos.

Como 78.000 años son muchos, al ir a sacar el esqueleto, los científicos alemanes y keniatas comprobaron que se desintegraba casi sin tocarlo, así que optaron por escayolarlo y llevarlo a un laboratorio. Descubrieron entonces dos dientes de leche y Michael D. Petraglia no dudó en contactar con la experta paleontóloga española del CENIEH. “Por supuesto le dije que estudiaríamos los dientes, pero también le comenté que en el CENIEH teníamos un laboratorio de restauración muy especializado y puntero a nivel mundial, así que al final Mtoto acabó en Burgos”, recuerda María.

Los equipos del CENIEH y de la Complutense, donde trabajan Juan Luis Arsuaga y Elena Santos, entraron en acción. La restauradora del CENIEH Pilar Fernández y  Santos, que hizo la reconstrucción virtual con técnicas de tomografía computerizadas en 3D, iniciaron un lento trabajo de excavación en la pieza, reconstrucción digital, excavación, reconstrucción…  que duró dos largos años. La historia de cómo el niño había enterrado y conformado el amasijo de huesos fue saliendo a la luz. “Participaron muchas técnicas y fue fantástico ver cómo todas las piezas encajaban en la hipótesis del enterramiento”, señala Martinón-Torres, que trabajó en los dientes con José María Bermúdez de Castro. No había ADN, aunque lo buscaron, pero si hallaron en los tejidos dentales pistas de que Mtoto de sexo masculino, usando el mismo método que permitió averiguar que “El chico de la Gran Dolina” en realidad era “Chica”.

Lentamente, cual detectives o forenses, desgranaron lo ocurrido en la fosa. Encontraron que todos los huesos estaban en el lugar que debían en caso de enterramiento, que tenía una postura deliberada, que la cabeza se apoyó en una almohada que desapareció con el tiempo, provocando que el cráneo rotara 90º, y que las costillas estaban desplazadas hacia dentro, lo que indica que el tórax estuvo envuelto en algo (la mortaja). “En definitiva, le dejaron allí con delicadeza y ternura. Y sepultado, como nos cuenta también el estado de los huesos, tan frágiles porque se enterraron frescos y experimentaron la putrefacción de las bacterias, huesos que tienen los rastros de los caracoles, los insectos… Los pasos tras la muerte”, explica la paleontóloga. Luego, los huecos entre los huesos (algunos como los fémures se hicieron polvo y ya no existen) se fueron rellenando de la tierra circundante.

@Mohammad Javad Shoaee

Este duelo por el ser perdido ocurrió en tiempos de una cultura ‘sapiens’ que fue típica de esa zona de África en la que ya se usaban los pigmentos, las conchas perforadas como adorno, los huesos tallados… Y de todo ello hay muestras cerca de Mtoto, hoy convertido en la prueba de una pena que no fosiliza y que por tanto es difícil de probar, pese a que sabemos que nuestra especie tiene capacidad simbólica en África desde hace 320.000 años y especialmente desde hace 100.000. “Este entierro demuestra que la inhumación de muertos es una práctica compartida por las poblaciones que viven dentro y fuera de África durante el último período interglaciar”, indica el trabajo, que también nos descubre que la diversidad humana viene de muy lejos, de un proceso complejo y regionalmente diverso.

Las primeras apariciones conocidas de un conjunto de innovaciones humanas modernas relacionadas con la tecnología, la organización social, el simbolismo y explotación del paisaje y los recursos ocurrió en África en el periodo que corresponde a la vida del pequeño Mtoto. También, ahora sabemos que los comportamientos mortuorios no eran por cuestiones prácticas, como evitar atraer a carrroñeros o de limpiar la zona habitada. Habrá que esperar para ver si es el único amortajado o hay cuando de excave toda la superficie de la cueva.

La precisión de la reconstrucción en 3D de Elena Santos y Jorge González merece una mención especial porque ellos nos han traído al niño dormido, nos han permitido intuir cómo era su rostro, acercarnos a su vida, lo que sin duda ha facilitado esa gran portada.

Mtoto descansa ya de vuelta en Kenia, y me cuenta María que está en el Museo de Nairobi junto a otros famosos paleo-protagonistas de nuestra remota historia de primates. Con el ergaster Niño de Turkana, el Paronthropus Cascanueces, el cráneo del ‘habilis’ al que llamaron Cenicienta…  Pero de ellos, Mtoto es el único que tuvo una tumba .

El ‘lío’ genético de los humanos del Pacífico


@Eric Lafforgue/Art In All Of Us/Corbis/Getty. NATURE
@Eric Lafforgue/ Corbis/Getty. Nature.

ROSA M. TRISTÁN

La historia del viaje de los seres humanos por el planeta, hasta llegar casi al último rincón en tiempos remotos, es una odisea. Entre esos lugares remotos está esa región del Pacífico, plagada de islas, en las cercanías de Oceanía. ¿Quiénes y cuándo llegaron hasta allí? ¿Cómo lo hicieron? ¿De dónde venían? ¿Se adaptaron a su ambiente insular como ya lo hiciera otra especie, el Homo floresiensis?

Algunas de las preguntas tienen respuesta en el análisis detallado que se revela en Nature gracias a un estudio genómico que nos cuenta detalles de la aventura de llegar a lugares tan paradisíacos como el archipiélago de Bismarck y las Islas Salomón, Micronesia, Santa Cruz, Vanuatu, Nueva Caledonia, Fiji y la Polinesia. Después de que los humanos emigraron fuera de África, todo indica que se establecieron allí hace unos 45.000 años, después de llegar navegando.

Según los restos arqueológicos, lo primero en poblarse fueron las Birmack y las Salomón y unos 10.000 años después las demás.  Mucho más tarde, hace unos 5.000, llegarían desde Taiwan los humanos de la llamada cultura ‘lapita’, que acabaría poblando Oceanía, que llevaron la agricultura y las lenguas austronesias a ese continente.

Pero lo que revela este trabajo es que la historia en el Pacífico es más compleja de lo que se pensaba, como suele ocurrir con lo relacionado con nuestra especie, y para explorarla más a fondo Lluis Quintana-Murci, Étienne Patin y sus colegas han analizado los genomas de 317 individuos actuales de 20 poblaciones repartidas por la región del Pacífico y también individuos de otras regiones, en total 462.

Sus hallazgos nos cuentan que el acervo genético de los antepasados ​​de los individuos esas islas se redujo antes de que se asentaran en la región y que las poblaciones divergieron hace unos 20.000 a 40.000 años. Mucho más tarde, después de la llegada de los pueblos indígenas desde Taiwán, hubo episodios recurrentes de mezcla con las poblaciones de las cercanías de Oceanía.

En sus análisis encuentran que los individuos de las poblaciones del Pacífico también portan ADN de neandertales, como todos los no africanos, y de los denisovanos, genes estos últimos que les han venido muy bien para adaptarse a esta región del mundo. El ADN denisovano lo adquirieron a través de múltiples episodios de hibridación entre humanos modernos y estos homínidos arcaicos, un fenómeno común en toda la región de Asia y el Pacífico. Calculan que toda la población tiene el mismo porcentaje de genes neandertales, pero el de denisovanos varía mucho más, entre el 0 % y el 3,2 %, dado que se cruzaron en diferentes ocasiones. Y si los genes de neandertal están asociados con funciones relacionadas con beneficios para el desarrollo neuronal, el metabolismo y la pigmentación de la piel, el de los denisovanos está implicado en el funcionamiento inmunológico frente a muchos patógenos y podría haber proporcionado una reserva de genes que ayudaron a los colonos originales a combatir infecciones locales, ayudándolos a adaptarse a sus nuevos hogares en la isla. De hecho, los isleños del Pacífico presentan niveles más altos de genética de estas dos especies ancestrales que el resto de los humanos, dado el aislamiento genético que hubo entre archipiélagos tras su llegada porque la navegación durante la época del Pleistoceno era posible pero limitada.

En definitiva, los humanos modernos del Pacífico recibieron múltiples  de diferentes grupos relacionados con los denisovanos y que hubo una población en Asia oriental muy relacionada con ellos. A ello se suma otro grupo lejanamente relacionado con los denisovanos detectado en las poblaciones cercanas a Oceanía. Es decir, que no hubo un origen común entre las poblaciones de las cercanías de Oceanía y Asia Oriental, sino que éstas últimas heredaron segmentos arcaicos indirectamente, a través del flujo de genes de una población ancestral de las poblaciones de Agta o islas del Pacífico, una hibridación o mezcla que tuvo lugar hace unos 46.000 años posiblemente en el sudeste asiático, antes de las migraciones a las islas. Y en tercer lugar, hay otro grupo de papúes que se deriva de un grupo más lejanamente relacionado con los denisovanos, hace unos 25.000 años,  en Sondolandia (también sudeste asiático).

También otros homínidos arcaicos, como Homo floresiensis y Homo luzonensis , estaban relacionados con los denisovanos, humanos que pudieron persistir hasta hace entre 21.000 y 25.000 años.

La forja de piedras con fuego se hacía hace 300.000 años


Una investigación en Israel revela que nuestros ancestros eran capaces de controlar la temperatura del fuego para reforzar sus herramientas líticas

Recreación ‘Homo erectus’ en un museo de Mongolia.

ROSA M. TRISTÁN

El control del fuego, es decir, tener la capacidad de hacerlo, es algo que se ha probado hace ya muchos años en los humanos más primitivos. No porque sea fácil, que basta intentar hacer una llamita con piedras u hojas secas y un palito para comprobar que aquello tenía su dificultad. Pero es que ahora, además, hemos sabido que hace 300.000 años, unos humanos, que para unos eran neandertales, para otros ‘sapiens’ muy arcaicos y que muchos apuestan porque eran una población local muy concreta, no sólo hacían hogares para calentarse, preparar alimentos o espantar bichos grandes y pequeños, sino que tenían un total manejo de las temperaturas que debían utilizar para hacer más eficaces sus herramientas según el uso que querían darles. Una destreza que, por lo que revela una nueva investigación, les convertía en auténticos ‘forjadores’ en pedernal.

Interior de la Cueva Qesem (Israel). @Filipe Natalio

Así nos lo descubren los autores de un artículo publicado ahora en la revista Nature Human Behavior, todos ellos implicados en las excavaciones de una cueva en Israel, la Cueva Qesem, que está dando muchas sorpresas y abriendo aún más incógnitas sobre la evolución humana. Por cierto, investigadores españoles, del proyecto de Atapuerca, también trabajan en este yacimiento desde hace años.

Filipe Natalio, uno de los arqueólogos autores de este trabajo/ Instituto Weizmann

El nuevo estudio, realizado por cinco investigadores, entre ellos Filipe Natalio, del Instituto Weizmann de Israel, revela que el misterioso grupo humano que vivió en Qesem en el Paleolítico Inferior tardío, calentaban las láminas de piedra, usadas como cuchillas, a unos 259ºC, las lascas a unos 413ºC y que para las tapas de las ollas llegaban hasta los 447ºC. Su objetivo, como se ha demostrado experimentalmente, es que se fracturaran lo menos posible, y estos homínidos lo lograban con una pericia sorprendente.

Yacimiento Qesem en Israel. ¡Peligrosa excavación! @FilipeNatalio

¿Cómo lo averiguaron? Pues, según relatan en este trabajo, utilizando una técnica llamada espectroscopia de Raman y utilizando modelos de temperaturas que van a ser muy útiles para otros científicos. En realidad, como me cuenta el arqueólogo del IPHES Jordi Rosell, que desde 2011 trabaja en este yacimiento (también lo hace Ruth Blasco, del CENIEH), «aquellos humanos no sabían de temperaturas, pero aprendieron cuánto tiempo tenían que estar las herramientas al fuego o a qué distancia situarlas, para conseguir el efecto que querían».

Lo misterioso, como explica Rosell, es que esta técnica avanzada de ‘forja’ en piedra, que triunfó localmente en Qesem, acabó por desaparecer con la expansión de la tecnología más típica de los neandertales, la musteriense, aunque para algunos, como el propio Rosell, también eran de esa especie. Es una conclusión a la que ha llegado tras los estudios realizados de los dientes hallados en Qesem por dos grandes especialistas en la materia, José María Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres, del CENIEH, que los han comparado con los de la Sima de los Huesos de Atapuerca encontrando muchas similitudes con los neandertales arcaicos del yacimiento español. Filipe Natalio apunta, sin embargo, que «los dientes que se han encontrado en Qesem no encajan ni con ‘sapiens’, ni con neandertales ni con humanos modernos» y apuesta porquq puedan ser «una especie evolucionada localmente».

En todo caso, la forma que tenían de trabajar la piedra, es decir, su tecnología, es novedosa. Ha sido bautizada como Achelo-Yabrudiense y Natario me cuenta vía email que surgió coincidiendo con la desaparición de los elefantes -no se sabe si por el clima, la caza humana excesiva u otra razón-, y el cambio empujó a aquellos humanos a buscar otros animales más pequeños para alimentarse: «Las cuchillas son mucho más eficientes para matar animales pequeños. Lo novedoso es su comportamiento diferencial y un uso controlado e intencional del fuego, porque supone pensamientos y estrategias abstractas para fabricar diferentes tipos de herramientas. Eso es muy muy sorprendente y emocionante», reconoce el investigador. Natalio está convencido de que este trabajo abre una vía de estudio muy interesante: «Planeamos proporcionar a los arqueólogos el código y ayudarles a implantar esta estrategia en su investigaciones. Lo que más trabajo lleva es construir un modelo, porque hay que recoger la mayor cantidad de materia prima posible y hacer espectroscopía Raman. Una vez hecho, con nuestro código, obtendrán su propio modelo y podrán predecir cómo se hicieron sus herramientas».

El caso es que la Cueva Qesem no deja de sorprender a la comunidad científica. Descubierto en 2003 cerca de Tel Aviv, cuando se hacía la autovía que ahora tiene justo al lado, enseguida de vió que era un lugar especial. Al modo de la Gran Dolina de Atapuerca, se trataba de una cueva enorme colapsada y ‘rellena’ de sedimentos, un libro en piedra que va de los 20.000 años del techo hundido a los 400.000 de la base. De momento, llevan 15 metros excavados…lo que no hace nada fácil los trabajos y miles y miles de piezas arqueológicas de piedra, además de los dientes fosilizados.

La principal incógnita es, como señalaba, qué humano era aquel, tan ‘primitivo’ y a la vez tan ‘moderno’. Tras los primeros hallazgos se publicó que eran ‘sapiens’ muy arcaicos, quizás los primeros que salieron de África, pero el debate está abierto. «Yo creo que son neandertales, después de ver el estudio que realizaron en el CENIEH, pero curiosamente su tecnología era más avanzada que la de los neandertales posteriores. Además, están en una región compleja de Oriente Próximo, donde hay yacimientos de ‘sapiens’ y neandertales que se superponen. Si la hibridación de ambas especies fue justo en esa zona, puede que no sólo intercambiaran genes, sino también tecnologías», apunta Rosell.

Tampoco se sabe por qué desapareció esta forma cultural, muy localizada en Israel, Gran Líbano y zonas de Siria y Jordania. «Igual se quedaron aislados por un cambio del clima o tal vez, como me dijo Avi Gopher (co-director de las excavaciones), Israel es hoy una puerta de entrada y salida de África pero en momentos del pasado era diferente», plantea Rosell.

Ruth Blasco en la Cueva de Qesem junto a Ran Barkai, codirector de la excavación.

Hay que recordar que la arqueóloga Ruth Blasco, del CENIEH, lideró recientemente una investigación en esta cueva con los hallazgos de gran impacto: tras estudiar con otros colegas miles de huesos de patas de cérvidos encontrados en Qesem, que tenían unas extrañas marcas, y compararlas con los de gamos de los Pirineos, se reveló que los habitantes de la cueva israelí no sólo se comían su carne, sino que guardaban estos huesos de patas, a modo de despensa para tiempos de escasez, porque eran conscientes de que contenían un tuétano valiosísimo para su dieta que se podía conservar en perfecto estado hasta seis semana. Hoy, con nuestras neveras, parece poco, pero en aquel pasado remoto la carne que tanto costaba conseguir enseguida se echaba a perder… y el tuétano es una increíble reserva de grasas muy necesarias para el cerebro.

Otro descubrimiento realizado en esta cueva, también con participación española, reveló que sus habitantes eran capaces de cazar aves y que no sólo se las comían, sino que usaban sus plumas, quien sabe si como objeto simbólico de su relación con otros seres de la naturaleza.

Igualmente ha sido en este lugar donde se han encontrado las pruebas más antiguas conocidas de humanos que ‘inventaron’ la barbacoa, no muy distinta a la que seguimos practicando. «En el yacimiento neandertal de Abric Romaní tenemos muchos ejemplos de hogueras, pero es un lugar mucho más reciente (de hace unos 70.000 años). En Atapuerca, sin embargo, en las mismas fechas que en el yacimiento de Israel, que son el nivel TD10 de la Gran Dolina, no hay vestigios de fuego. De hecho, en toda Atapuerca no hemos encontrado restos de fuego. Quizás aparezcan en los nuevos yacimientos pero no hasta ahora. Por ello Qesem nos interesa mucho a quienes trabajamos en Atapuerca», reconoce Rosell.

Filipe Natalio también lo tiene claro: «Este lugar va a dar muchas sorpresas»

 

 

 

Atapuerca: una excavación adaptada al coronavirus


Nuevos andamios en la Gran Dolina de Atapuerca @EudaldCarbonell

ROSA M. TRISTÁN

Atapuerca no está dispuesta a rendirse al COVID-19. «Los que estudiamos evolución humana sabemos que la clave es adaptarse para sobrevivir, así que nos hemos adaptado a la nueva realidad y Atapuerca no para». Así de claro lo tiene Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones que un año más van a desarrollarse en la famosa sierra burgalesa. Son ya 43 años seguidos de excavaciones en un lugar emblemático que nos ha descubierto grandes momentos de nuestro pasado humano.

Bien es verdad que lo hará en condiciones especiales, con limitaciones que impone la ‘nueva normalidad’ y que hará que esta campaña recuerde a las de hace ya muchos años: en total 50 personas, todas españolas, cuando el año pasado participaron un total de 283 de 22 nacionalidades distintas. De hecho, sólo se trabajará en tres yacimientos: la Gran Dolina, Sima del Elefante, Cueva Fantasma, Sima de los Huesos y Galería de las Estatuas. En Cueva del Mirador,  La Galería, La Paredeja o El Penal esta campaña no se podrá trabajar. El equipo que trabaja en el río Arlanzón cribando los sedimentos, que dirige Gloria Cuenca, también estará activo, con unas cinco personas. Además, en vez de 45 días de trabajo serán 25: del 1 al 25 de julio.

En los que si se podrá, se tomarán medidas especiales de seguridad. Así, en cada yacimiento habrá entre cinco y siete personas como máximo (Gran Dolina es grande así que permite mantener las distancias) y la logística de cada uno de los tres yacimientos activos (comidas, transporte…) será independiente para evitar que haya concentración de personas en ningún momento dentro del complejo. «Estamos contentos de contar finalmente con la financiación de la Junta de Castilla y León que nos permite mantener la excavación y estamos haciendo ya muchos cambios», me explica Carbonell. Respecto a posibles prevenciones sanitarias, se ha recomendado a todos los que vayan este año a trabajar a las excavaciones que se hagan unos test de coronavirus, si bien es algo voluntario.

Los cambios en marcha es lo que han bautizado como «Tormenta metálica», porque se están cambiando algunos de los andamios que durante años han definido el paisaje de esta sierra habitada desde hace más de un millón de años por parientes humanos. En concreto, con el apoyo de la Consejería de Cultura y Turismo se ha colocado una estructura metálica de refuerzo en la cubierta del yacimiento de Gran Dolina, con una inversión de más de 50.000 euros.

También está previsto que se reanuden las visitas turísticas. «Confiamos en que se pueda volver a la normalidad totalmente en julio, así que quien quiera podrá venir a vernos, también con las medidas de seguridad correspondientes», explica el codirector del proyecto.

Por lo pronto, ya ha abierto sus puertas el Museo Nacional de Evolución Humana, en Burgos, y los paseos por la Trinchera de Ferrocarril se reanudarán una vez que  se levante el Estado de Alarma, ya superado el brote de una enfermedad humana que, por lo que se sabe hasta ahora, nunca antes en la historia de la especie había sido tan global.

 

3.000 años transformando cada rincón de la Tierra


 

ROSA M. TRISTÁN

¿Cuándo el ser humano comenzó a transformar el planeta que habita de forma global? La respuesta, según arqueólogos de todo el mundo, se remonta a hace unos 3.000 años, inicio de la expansión de una forma de vida, basada en la agricultura y la ganadería, base desde entonces de la alimentación de la especie, que sigue detrás de los grandes destrozos de la naturaleza, como son los incendios, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el cambio de curso de los ríos o la contaminación de las aguas de los mares.

Han pasado, dicen los investigadores, tres milenios para que todos los continentes y territorios, salvo la Antártida, hayan sido entendidos como un recurso a explotar, dejando al margen tan sólo algunos reductos, los espacios protegidos, de la voracidad de la especie. Así lo certifica el mayor estudio arqueológico jamás realizado a nivel mundial, un intento de globalizar la información conseguida en excavaciones en todos los continentes que llega a la conclusión de que nuestro impacto general en la vida planetaria es anterior a lo que se pensaba. A más tiempo pasado, menos tiempo para reaccionar y dar la vuelta a la situación.

No deja de ser curioso cómo se ha pergeñado el estudio. Los líderes del proyecto ArcheoGlobe (Universidad de Maryland), Lucas Stephens y Erle Ellis, dividieron la Tierra en 146 regiones y contactaron con 1.000 arqueólogos de los cinco continentes ara implicarles en el trabajo. Entre ellos, los españoles Ferrán Borrell y José Antonio López-Saéz (CSIC). Al final, les llegaron respuestas de 255 y un total de 711 cuestionarios.

Todos los interesados debían rellenar unos extensos formularios de las zonas que investigan proporcionando datos que luego se cruzaron para elaborar diferentes ‘mapas-mundi’. En ellos se refleja la evolución del uso del planeta en los últimos 10.000 años, ateniéndose a los ‘restos arqueológicos’ que fuimos dejando. “Es interesante porque hasta ahora los estudios de ciencias ambientales no han incorporado la información arqueológica. Este estudio demuestra que hay que tenerla en cuenta”, señala Borrell, de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) y experto en Próximo Oriente. Esta zona es precisamente desde la que se expandió la agricultura. Borrell, hasta que estalló la guerra en Siria, dirigía excavaciones en Qarassa, la zona neolítica en este país hoy prácticamente destruido.

Borrell explica que las categorías de los formularios que le enviaron eran muy genéricas y que puede haber algunas distorsiones porque hay grandes zonas de Rusia, África Central y Occidental o del Sudeste Asiático que no cuentan con suficientes datos por falta de excavaciones, pero defiende que pese a ello es un primer retrato en movimiento que nos dice cómo hicimos una transformación que se inició desde el primer gran impacto agrícola en Oriente Próximo hasta extenderse también en remotos lugares de Asia, Sudamérica o Australia.

Fue un proceso en el que agricultura y ganadería fueron de la mano. Y no sólo mediante la selección de semillas o animales que fueron transformando las especies de cereales o de la fauna en función de sus características más apreciadas, sino además por el transporte de un lugar a otro cuando ya existían grandes concentraciones humanas.

“No cabe duda de que como especie tuvimos y tenemos un gran impacto que pone en juego nuestra supervivencia misma. Y vemos que es algo que viene de lejos, si bien ahora se acelera la velocidad de la destrucción. Es algo que nos aboca a un estallido final si no cambiamos, pero es un cambio que debe hacerse a nivel planetario, no puede ser la decisión de un Estado”, apunta el científico del IMF.

Y es que en esos inicios, en el 82% de la Tierra los humanos vivíamos de la caza y la recolección, pero para la época del Imperio del Antiguo Egipto (III dinastía) esas cifras habían caído un 63%. De hecho, desde mil años antes cuatro de cada 10 regiones de la Tierra ya tenían implantadas algo de agricultura extensiva. El pastoreo se había ido extendiendo a su vez por zonas cercanas a ecosistemas más áridos, que eran más propicios para esta actividad que para cultivos ante la falta de lluvias.

No es que la caza y la recolección fueran inocuas. Antes de la agricultura ya quemábamos bosques para cazar más fácilmente , cambiando ya los ciclos del agua, pero entonces se conocía profundamente el ecosistema, se sabían los ciclos de vida de todas las plantas y animales; también hubo un periodo en el que el forrajeo y la agricultura convivieron fusionados. A medida que la población creció, se redujeron las posibilidades de ser flexibles en nuestras estrategias de subsistencia, se comenzó a olvidar recurrir a la caza y la recolección en momentos necesario. Y se inició el “proceso que parece en gran medida irracional e irreversible a largo plazo”, en palabras de los autores del trabajo.

Atapuerca, a las puertas de ‘abrir’ un Penal


 

Pisando sobre el futuro yacimiento de El Penal en Atapuerca. @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

No hay visita a los yacimiento de Atapuerca que no traiga consigo una sorpresa… Este año, la planificación de la apertura de un nuevo yacimiento, que no es sino la continuación, al otro lado de la Trinchera del Ferrocarril, del espectacular de la Gran Dolina, una gran cueva de la sierra burgalesa que el tiempo rellenó de restos del pasado y que la vía de un partió por la mitad para dejar al descubierto lo que escondía. Ahora ya sabemos que había en el margen derecho, pero ¿Y al otro lado?

Por un camino entre encinas y hojas con forma de corazón, Eudald Carbonell, María Martinón-Torres y Jordi Rosell llegan al punto, casi enfrende de la Gran Dolina en la que tienen previsto comenzar a excavar la próxima campaña. «Nos esperan aquí muchas sorpresas, y mucho trabajo», les dice Carbonell, mientras les hago una foto, quien sabe si histórica, de esa primera visita a lugar del equipo que dirigirá los trabajos, este año inmerso en el nivel TD4 del yacimiento de enfrente sacando fósiles de hace casi un millón de años…

Palmira Saladié me muestra una de las estalagmitas de TD8, Gran Dolina de Atapuerca. @ROSA M. TRISTÁN

En realidad, ya queda poco para llegar a la base del TD4 . «La calidad de los huesos grandes que hay, es de los mejores sitios de Atapuerca. Este años seguimos sacando osos que venían a invernar a la cueva, rinocerontes, cérvidos (seguimos con el ataque de cuernos, muchos de desmogue) y también era una trampa natural. Sólo de cuernos hemos sacado seis o siete enteros», explica entre el ‘toc toc toc’ permanente de los martillos, entre otros el de Martinón-Torres. «Son seis metros de capas lo que llevamos excavado, pero ya nos queda poco, aunque aún puede haber sorpresas», comenta Jordi, quizás pensando en esa herramienta de piedra que encontraron en 2013.

Aprovecho para  preguntar a la directora del CENIEH por el sorprendente trabajo científico que afirma que hubo ‘Homo sapiens’ en Europa hace 210.000 años. «No creo que fuera una colonización, si acaso un individuo o pequeño grupo que salió de Africa con antelación, pero hasta hace unos 50.000 años no fue cuando la especie se extendió en el continente», explica, expresando dudas que comparten otros muchos colegas expertos en el tema. «Pero está publicado en Science Advance’, no podemos obviarlo», puntualiza.

Sobre sus cabezas, el panorama es este año increíblemente distinto. Donde hasta 2018 se veían decenas de cuadrículas y huesos surgiendo entre los sedimentos, ahora salen estalagmitas como hongos… El pasado año ya dijeron adiós a la capa TD10, que es la que habitaron los ‘Homo heidelbergensis’ de la Sima de los Huesos hace entre 500.000 y 200.000  años, y que tanta información ha proporcionado sobre su forma de vida y sus estrategias de caza. «El TD9 era un nivel pequeño que no tenía casi nada y ha sido fácil eliminarlo. Ahora en la parte superior del TD8 nos encontramos estalagmitas, pero estamos en un nivel que sabemos que tiene restos paleontológicos y cuando lleguemos más abajo, habra´mucho material»,  me dice Antonio Rodríguez, que se define como uno más de los ‘nómadas paleontólogos’ que cada año participa en las campañas en este baúl de fósiles de la sierra.

El hoyo de la Sima del Elefante, cada año más profundo. @Rosa M. Tristán

Debajo de los andamios de La Galería, otro de los yacimientos de la Trinchera, se ‘esconde’ Josep Maria Vergués, el arqueólogo experto en dataciones. Anda buscando hierro para determinar la datación exacta del yacimiento que en su día fue una trampa, un auténtico ‘paleo-supermercado’ para los humanos que rondaban estas tierras. «Mira esta zona más oscura. Creo que pueden ser niveles con materia orgánica», me dice.

Ya en La Galería, Isabel Cáceres, sigue al pie del cañón. Me lleva hasta el punto exacto en el que acaba de asomar un bifaz de piedra, que parece clavado en el suelo, con la punta hacia arriba. Es el cuarto a día de hoy de la campaña. «Si es que, claro, preferían llevarse la carne y dejar aquí las herramientas, que no tenían bolsillos donde guardarlas», comenta con meridiano sentido común. ¿Y qué más dejaban? Pues cotillas y cabezas, como las de los caballos que han encontrado no lejos de los bifaces.

Impresionante montaje en la Cueva Fantasma, donde esperan encontrarse neandertales. @Rosa M. Tristán

El cambio de panorama más espectacular, no obstante, me espera en Cueva Fantasma. Es espectacular el panorama con un gran techado que cubre lo que en su dia fue una caverna y hoy en un espacio donde el sol machaca las neuronas. Aún andan limpiando las zonas removidas, bajo la batuta de Josep Vallderdú y Ana Isabel Ortega. También aquí están encontrando restos de caballos para aburrir… «Parece que debía ser una galería con muchas bifurcaciones, no una sala grande, pero aún estamos comenzando el trabajo», me explican. El mirador que han hecho para que las visitas puedan asomarse al yacimiento es impresionante. Por un lado, vistas a toda la sierra y alrededores; por otro, al espacio que, quizás, un lejano día habitaron los neandertales de Atapuerca.

Con Eudald Carbonell, Marta Navazo y miembros del equipo en La Paredeja.

Como el año pasado no pude visitar Cueva Mayor, este año me acerco al Portalón, donde no dejan de aparecer restos del Neolítico, ya sea un molino primitivo, hogares, restos de adornos… Es uno de los lugares más frescos para excavar en un año que está siendo duro por el calor, y que sobrellevan con lo que llaman el ‘año hippy’, por aquello que fomentar el ‘buen rollo’ entre todo el equipo. Aún más fría y húmeda es la Sima de los Huesos donde no llegó, pero imagino al equipo de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal dándole al buril.

Sin tiempo para pasar por la Sima del Elefante, otro yacimiento a punto de llegar al final de su recorrido y donde se halló el resto humano más antiguo de Europa (el s.p.), Eudald Carbonell me acerca a conocer el más reciente, hasta que El Penal (o ‘Papillon’, que así quieren llamarle algunos) inicie su andadura. Es La Paredeja, que ya conocí el año pasado y que dirige Marta Navazo. En lo que va de campaña ya han encontrado 240 piezas de piedra elaboradas por neandertales. El equipo ansía que llegue el día en el que aparezcan restos fósiles, pero aún está por llegar..

 

 

 

 

 

 

África en el Neolítico: el ‘reino’ de pastores que no bebían leche


ROSA M. TRISTÁN

«Sabemos más de los humanos africanos de hace dos o un millón de años que de los que hace unos milenios». La frase me la dice la arqueóloga Mary Prendergast, de la Universidad de Sant Louis (en Madrid), una de las mayores expertas en el Neolítico africano. Es un ‘agujero’ antropológico que, ahora, trata de llenar gracias a un estudio genético que lidera y que publica hoy la revista ‘Science’. Junto a un nutrido grupo de especialistas, nos descubre un retrato de hace 5.000 años de África oriental en el que los pastores iban viajando desde el norte hacia el sur por la reseca sabana con sus vacas, cabras y ovejas. Y no se sabe bien cómo las aprovechaban, porque aún tenían intolerancia a la lactosa. Es fácil imaginarles nomadeando de un lado a otro, no de forma muy distinta a como hoy siguen haciendo ahora los fulani (o peul), los turkanas o los masais que habitan al sur del Sáhara y por el Este del continente. Pero ¿son los mismos que en el pasado? Es precisamente la genética, nueva gran herramienta para los arqueólogos, quien ahora nos da nuevas pistas…

Pastor de origen nilótico, masai, en pastos en Kenia. @Rosa M. Tristán

Gracias al ADN antiguo de 41 individuos del Neolítico (unos 5.500 años) de Kenia y Tanzania han descubierto que los pastores que comenzaron a llegar desde el norte sudanés se mezclaban con los cazadores/recolectores que habitaban el Valle del Rift hasta formar un grupo genético homogéneo, en un proceso que duró unos mil aós. Más tarde, ya en la Edad de Hierro, hace unos 1.200 años, llegaría una nueva oleada de migrantes ganaderos, que también se fundieron con las poblaciones ya asentadas. Son los pueblos nilóticos (masai, samburu, luos, datooga, dinka…) que hoy habitan buena parte del Rift y que siguen siendo, sobre todo lo demás, pastores.

El estudio también detecta ya en aquellos nómadas la huella genética de los bantúes que llegaban del oeste, aunque aún en poca proporción: en el yacimiento de Deloraine Farm  hallaron ADN de un niño con ascendencia occidental, confirmando así la propagación (más tardía) de la agricultura y de las lenguas bantúes.

Sin embargo, pese a esta fusión biológica, aquellos primeros ganaderos se organizaron en grupos que se aislaron totalmente, quizás con fuertes barreras sociales que los hiciron imnunes a intercambios culturales. Sus cerámicas, los materiales que usaban en sus herramientas de piedra, sus asentamientos e incluso sus prácticas de entierro eran diferentes, dando lugar a la  espectacular riqueza cultural en esta inmensa África oriental que aún permanece, aunque cada vez más en lucha contra la uniformidad global y con visos de acabar siendo una ‘curiosidad turística’ que retratar. 

Gishimangeda cueva en Lago Eyasi de Tanzania donde se han encontrado secuencias de ADN. @Mary Prendergast

Desde Dar es Salam, vía telefónica, Prendergast, me explica con detalle cómo surgió la idea de hacer un trabajo tan complejo en el contexto africano. «Para empezar, aquí todo lo que no es Pleistoceno, no interesa demasiado. Pero en 2016, estando un laboratorio de ADN antiguo en Harvard, comprendí que había muchas preguntas pendientes en la arqueología que podíamos descubrir con el ADN, así que contacté con la antropóloga Elizabeth Sawchuk (co-autora), que es una gran especialista. Sabía que en Kenia teníamos más de 100 restos de individuos neolíticos, fósiles que procedían de excavaciones de los Leakey y de grupos de investigadores japoneses de los años 60 que llevaban más de medio siglo sin estudiar, conservados de cualquier manera… Lo sorprendente fue que encontramos ADN antiguo de 41 individuos en perfectas condiciones», señala la investigadora. Y apostilla: «Tuvimos que llevarnos las muestras a Boston porque, por desgracia, en todo ´África no hay ni un laboratorio para ADN antiguo. Es tremenda la situación de la ciencia los países pobres».  

Pueblo hadzabe de cazadores-recolectores, en Lago Eyasi, Tanzania. @Rosa M. Tristán

Me sorprende al contarme que de aquellos restos, 15 se localizaron en el Lago Eyasi de Tanzania, uno de los lugares más espectaculares que he visitado, en cuyos alrededores pude conocer a los cazadores/recolectores hadzabe y ver cómo conviven hoy con pastores datooga. «El ADN nos mostró la relación de estos pastores, enterrados bajo sus casas, con otros de Kenia, aunque hace unos 4.000 años todavía tenían más de cazadores/recolectores que los de más al norte. Es muy interesante detectar, por vez primera con datos fiables, este viaje del pasado», reconoce.

Sobre el misterio de que fueran pastores y a la vez intolerantes a la leche, que les causaba graves problemas digestivos, aún no hay respuesta. De hecho, de los 41 sólo un individuo de hace unos 2.000 años tenía la mutación que permitía tomarla sin consecuencias. «¿Que si la fermentaban?. Es algo que no sabemos, pero pudiera ser», comenta la arqueóloga. Tampoco cree que cuidaran de los animales únicamente por el consumo de carne, algo que hoy sigue siendo algo excepcional en los pueblos pastores africanos. Los surma de Etiopía o los masai de Kenia, por ejemplo, aún mezclan la leche con sangre como bebida energética ¿una fórmula para evitar un daño?

Respecto a la diversidad cultural que surgió entre los neolíticos africanos, en un territorio en el que no había fronteras geográficas como si las hay en Europa, Perdrengast explica que «de momento hay datos muy dispersos en cientos de kilómetros para sacar conclusiones», y remite a futuros trabajos que, si la financiación continúa, deberán realizarse.

Otro asunto interesante es que, si bien los pastores viajaron  de norte a sur, la arqueóloga comenta que «no hay certeza de que entraran por Oriente Próximo con el ganado, no se sabe si hubo intercambio o  un centro independiente de domesticación de animales africano. De hecho, el pastoreo es algo totalmente asentado las raíces culturales de estas regiones, aunque ahora es una actividad amenazada por el cambio climático:  se están quedando sin tierras de pastos.

La investigación también confirma que la ganadería se expandió con más rapidez que la agricultura por este continente, sobre todo en una región donde el clima no lo ponía fácil: salvo en las zona alta de Etiopía o Kenia, cuando no hay lluvias y hay que buscar agua, es más fácil moverse con animales en busca de fuentes y manantiales, explica la arqueóloga. También ese movimiento favorecen las redes sociales, así que los cultivadores no se extenderían hasta hace unos 2.000 años, y se sabe que domesticaron sus propias plantas endémicas, como son el sorgo, el mijo, el cereal teff etíope o el ñame.

El trabajo menciona también al arqueólogo tanzano Audax Mabulla, actual director general de los Museos Nacionales de Tanzania, coautor del estudio, y uno de mis guías en mi último e inolvidable viaje a la Garganta de Olduvai. Mabulla es consciente de que «los resultados de este estudio tendrán un impacto a largo plazo porque los hallazgos importantes tienden a dibujar nuevos generaciones de investigadores regresan a colecciones antiguas de museos». 

Si esas nuevas generaciones, ademas, lo son cada vez más de científicos africanos, será una buena señal para este continente que, sin duda, dio lugar al género ‘Homo’ y que tiene mil historias por descubrir.