Daniel Lieberman: «Evolucionamos para correr cuatro horas al día»


 

Daniel Lieberman, haciendo un experimento en la Universidad de Harvard. @Havard University

ROSA M. TRISTÁN

«Es el epicentro del conocimiento sobre la evolución de la fisiología humana». Con estas palabras presentó, hace unos días, al profesor de la Universidad de Harvard Daniel E. Lieberman su colega y amigo, el arqueólogo español Manuel Dominguez-Rodrigo, del Instituto de Evolución en África. Fue la introducción a una fascinante conferencia sobre cómo nuestro cuerpo humano evolucionó para correr a lo largo de cientos de miles de años, hasta el punto de que somos capaces de correr de fondo más que un caballo.

El hecho de que en la actualidad el sedentarismo sea nuestra forma de vida no hace sino generar patologías que nuestros antepasados no padecieron, explicó Lieberman en el Museo Arqueológico Regional. Domínguez-Rodrigo, que co-dirige con Enrique Baquedano, director del museo el único yacimiento de un equipo europeo en Olduvai (Tanzania), reconocía que fue una de sus cobayas en sus experimentos. «Solamente desde la era industrial, el esqueleto humano se ha debilitado mucho y es algo que hay que tener en cuenta porque es cierto que vivimos más tiempo, pero con más enfermedades», aseguró el científico norteamericano.

Lieberman, cada día que ha pasado en Madrid, se ha levantado al amanecer para correr por el parque de El Retiro. Ya no puede no hacerlo cada día, señaló. El autor del artículo  ‘Born to run‘, que fue portada en ‘Nature’ en 2004,  comenzó a interesarse por esta capacidad humana y su relación con la salud a raíz de sus investigaciones sobre la evolución de nuestra cabeza y su relación con el sistema locomotor. «En los libros de medicina se habla muy poco de evolución humana cuando creo que estos estudios pueden utilizarse para mejorar nuestra salud», argumentó.

Con este afán, Lieberman viajó a México y a África, donde el español estudia a los primeros cazadores humanos de hace unos dos millones de años. Además, comenzó a diseñar infinidad de experimentos de biomecánica en su laboratorio de Harvard. En su charla en Alcalá de Henares, recordaba que ya hace 7 millones de años el homínido Sahelantrophus tchadensis (conocido como Toumai)  era bípedo; que hace 4,4 millones de años, también lo era el Ardipithecus ramidus; y que hace 3 millones de años,  el Australophitecus afarensis (‘Lucy’) ya caminaba bastante erguida. Aún así, ese caminar suponía un gran esfuerzo para estos primates, que aún no corrían, así que ¿por qué lo hacían?

«Unas hipótesis dicen que  así podían llevar más cosas en las manos, como herramientas, o coger más frutas de los árboles, pero es algo que hacen los chimpancés; mi hipótesis es que al final de Mioceno hubo un gran enfriamiento en la Tierra y eso les obligaba a ir más lejos a encontrar comida. Los chimpancés, al ir agachados, gastan más energía que los que van erguidos. Si un chimpancé gasta 165 calorías en 4 kms, un humano sólo consume 80, como hemos visto en algunos experimentos de laboratorio», señaló Lieberman. «Ya los primeros bípedos, como los Australipithecus eran capaces de andar de forma eficiente.

Otra cosa es el correr. En velocidad, evidentemente la especie es muy inferior a otras (Usain Bolt logra los 35,5 km/h y un guepardo los 112 kms/h) . Pero si comparamos con un chimpancé salimos ganando: este pariente no corre más de 100 metros hasta agotarse, mientras que un ‘sapiens’  puede correr entre 10-15 kms/día sin grandes problemas. Y los hay que corren 100. En esas carreras de fondo, asegura, somos grandes campeones, incluso por encima de perros o caballos: «Los cuadrúpedos trotan, pero corriendo en largas distancias no tiene nuestra resistencia». Y es que estamos llenos de adaptaciones para correr: tenemos las piernas cargadas de muelles que nos ayudan, tenemos grandes glúteos, el tamaño de las articulaciones y un sistema de termoregulación que tiene entre 5 y 10 millones de glándulas sudoríparas para eliminar el calor sudando. Son adaptaciones que tienen casi dos millones de años, que aparecen con la especie humana», aseguró.

Lieberman, en medio, con Manuel Domínguez-Rodrigo y la autora de la crónica.

Lieberman, aludiendo al trabajo de Manuel Domínguez-Rodrigo en Tanzania, mencionó que hace más de millón y medio de años, los Homo erectus o ergaster ya cazaban grandes animales en cooperación.  Y para eso tenían que correr mucho. «Cuando un cuadrúpedo galopa no puede jadear y se agota pronto. Aquellos primeros homínidos los hacían correr hasta que superaban su velocidad normal y gastaban más energía. Los acosaban hasta que desfallecían, y los cazaban. En el Kalahari, los san también utilizan esta técnica», mencionaba. De los Homo habilis, añadió, no hay pruebas de que fueran capaces de correr, dada la escasez de fósiles postcraneales que se han encontrado.

Tras múltiples experimentos, Lieberman ha concluido que aquellos primitivos cazadores/recolectores corrían una media de 4 horas al día, que es para lo que evolucinó nuestro organismo. Sin embargo, en la actualidad hacemos un 20% menos que aquellos ancestros africanos, y muchos ni eso, lo que supone que quemamos 400 calorías menos que para lo que fuimos deiseñados. «Este desajuste», afirmó, «genera cardiopatías, hipertensión síndrome metabólico, diabetes, osteoporosis, ansiedad, Alzheimer e incluso algunos cánceres, pero si hacemos 30 minutos de ejercicio, cinco días por semana, reducimos un 50% la media de padecer enfermedades porque hemos evolucionado para ser atletas de resistencia, no para que nos guste estar sentados».

Apuntó, no obstante, que igualmente importante es mantener una dieta que evite el sobrepeso, una vez comprobado que los que lo tienen mueren un 90% más pronto que los que no lo tienen.

Y como colofón, nos habló del calzado:  «Tiene ventajas, porque protege del terreno, pero también muchos costes, porque genera lesiones. El pie no evolucionó para estar calzado y por ello hay menos casos de pies planos en África, donde van más descalzos, que en EEUU, donde un tercio de las personas tienen este problema.