#COP26 : Los científicos del IPCC no creen a los políticos


Una encuesta de ‘Nature’ revela que el 60% cree que llegaremos a los 3ºC más de temperatura global en 2100

ROSA M. TRISTÁN


No, lo científicos no creen a los políticos. En realidad, pareciera que no se creen ni ellos mismos, porque ya hemos visto al primer ministro británico Boris Johnson criticar el “bla, bla, bla” al estilo de Greta Thunberg en la Cumbre del Clima de Glasgow y al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, clamando que la naturaleza no es un váter ante los líderes de más de medio mundo en la misma COP26 (es decir, llevamos 26 años de encuentros anuales…).


No es bueno caer en el derrotismo. Es más, es nefasto. Sin embargo, casi dos tercios de los autores del último informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), formado por un selecto y numeroso grupo de investigadores e investigadoras -los mismos que nos vienen alertando del enfermizo estado del equilibrio planetario desde hace años- son escépticos sobre el futurible de que se va a conseguir limitar el aumento de la temperatura global a 1,5ºC, como escuchamos estos días a los políticos. Dos tercios de los que respondieron a una encuesta enviada por la revista Nature (el 60% exactamente), están convencidos de que el mundo se calentará al menos 3ºC al final de este siglo. De cumplirse tan agorero pronóstico, lo verán sus nietos, y sus hijos si aún son jóvenes. Es evidente que no creen en las promesas de los políticos de que desde 2050 (o 2060 si es China y 2070 si es India) no habrá más emisiones…

El científico del CSIC Fernando Valladares, que no es del IPCC pero si experto en cambio climático, comparte este descreimiento: «No nos creemos a los políticos por razones objetivas. La primera, por la forma en la que son elegidos, con vidas políticas cortas que no guardan relación con planes que precisan décadas. Y la segunda, por las reglas del juego democrático porque deben gustar al electorado y eso no va con las medidas impopulares que avalan los informes del IPCC. Hay pocos valientes que se enfrentan al sistema. Hemos oído tantas veces sus compromisos, que si me preguntan si sus propuestas de ahora son suficientes, la verdad es que me da igual. Lo que quiero es que se cumplan. ¿De qué me sirve que el G20 diga que va a reducir las misiones si se queda en nada? Es objetivo que los políticos distorsionan la realidad para ser votados, que el ‘modus operandi‘ de la democracia no favorece la implantación de medidas impopulares».


El cuestionario de la revista científica, publicado este lunes pasado, fue contestado por el 40% (92) de los 234 científicos que participaron en el informe presentado el pasado mes de agosto del IPCC y sus respuestas expresan sus serias dudas sobre el cumplimiento del Acuerdo de París de 2015, que tanto logró conseguir (décadas) y cuyas acciones concretas están en negociación y debate en esta COP26, seis años después. De hecho, tan sólo un escuálido 4% cree que nos quedaremos en los 1,5ªC que se pretenden para no provocar terribles impactos por toda la Tierra. El resto de los preguntados tira para arriba: 2º, 2,5º… Incluso hay otro 4% que aventura que se llegarán a los 4ºC. El colapso total de grandes zonas.


Entre los científicos del IPPCC que han respondido, también son inmensa mayoría (hasta un 88%) los que tienen claro que estamos viviendo una “crisis climática” e incluso hay otro 82% que está convencido de que verá una catástrofe por este motivo a lo largo de su vida. Se entiende que en directo, porque ya ha habido unas cuantas. A Unai Pascual -uno de los 50 autores del informe conjunto del IPCC y el IPBES (plataforma científica internacional centrada en la biodiversidad) presentado en junio pasado e e investigador en el Basque Centre for Climate Change (BC3)- no le sorprenden estas respuestas: «La comunidad científica lleva alertando a la sociedad y los gobiernos que estamos ante una crisis climática que requiere acciones valientes y urgentes. La labor del IPCC y el IPBES se hace por el bien común, sin cobrar nada por ello. No es extraño que ante la inacción surja la frustración y la desconfianza en la clase política», contesta desde un avión que le lleva a México a una reunión del IPBES.


Como expertos en el tema, ocho de cada 10 también están a favor de involucrarse en este asunto y alertar de las consecuencias; de hecho el 66% ya lo está, ya sea a través de publicaciones, vídeos, conferencias, libros o presionando con cartas y acudiendo a manifestaciones. Están tan preocupados que entre ellos hay un 60% sufre «ansiedad climática» (el 40% de forma esporádica y el resto habitualmente). Del total, 52 de los científicos reconocen que de alguna forma ya han cambiado su vida por este motivo, ya sea a la hora de elegir el lugar donde vivir, de tener más o menos hijos o de consumir y viajar, que ahora hacen de otra forma.

Para Valladares, hay dos grandes grupos de científicos: los que utilizan la frialdad de los datos de la ciencia para poner distancia respecto a la gravedad -«y es bueno que haya gente así»- y los que no pueden evitar implicarse emocionalmente: «Yo soy más emocional y me sale la necesidad de aunar los datos con la parte social y la necesidad de cambiar las cosas y detener los riesgos. Y eso me genera ansiedad, que llevo con dignidad pero es inevitable», reconoce. «Los datos acaban teniendo ese impacto tanto en científicos, que es donde primero se comenzó a estudiar hace ya unos cinco años, como en periodistas dedicados a este tema o part de le de la sociedad».

En general, los científicos consideran que el IPCC como tal no debe jugar un rol a la hora de promover los temas relacionados con el cambio climático, sino dedicarse a investigarlo desde una postura neutral, aunque luego si se involucren a nivel individual, y también creen que la representación de expertos de todos los países es la adecuada en este grupo, aunque algunas de las personas encuestadas señalan que falta camino por recorrer en este asunto, como también falta representación femenina.

Sobre su impacto, señalan que lo más importante del IPCC es hacer llegar los resultados de la ciencia a la sociedad en general y a los políticos (el 38% así lo cree), mientras que sólo un 14% considera que sus informes sirven para adoptar políticas determinadas, a nivel nacional o internacional. Un porcentaje muy escaso, teniendo en cuenta que en Glasgow no hay dirigente que no les mencione.


Hay quien opina también que el IPCC podría hacer más en términos de alcance local para promover la ciencia y para involucrar a los legisladores después de que se publican sus informes, aunque por lo que parece ocurre al contrario: como ha sido revelado por Greenpeace, los grupos de presión (empresas, países petroleros, científicos al servido de…) trabajan intensamente para que sus informes sean ’retocados’ convenientemente para que sus intereses no se vean amenazados.


De hecho, desde 1990, el informe de agosto pasado, el sexto, ha sido el más duro hasta el momento que han presentado, dando por hecho que el impacto de la acción humana está, no ya provocando, sino aceleramiento del cambio climático cada vez más.

La cuestión es que los mismos científicos nos plantean soluciones, nos cuantifican sus efectos, desarrollan tecnologías y recuperan el papel de la naturaleza como factor fundamental. Incluso hablan abiertamente de un cambio de modelo basado en el consumo por otro basado en el bienestar. Es decir, nos ofrecen salidas.

Para Unai Pascual está siendo muy importante la movilización y la organización social a nivel social, «pero la mayoría a nivel local» que asegura que «se han empoderado en gran parte por la labor de la comunidad científica y cada vez más científicos usan su labor conscientemente para que los movimientos sociales presionen a los gobiernos, lo que es muy positivo». «Desde esa relación se puede presionar con más eficacia para dar un giro de 180º a las políticas y atajar en lo posible la crisis climática. En eso estamos cada vez más científicos y esto no va a parar», concluye.

Quedan días por delante en esta COP26 y de momento lo que vemos es que la tendencia de esos mismos políticos es aplazar todo para la década siguiente, la de 2030. El freno a la deforestación, los límites al metano, la reducción de emisiones… Así que los científicos no creen a los políticos cuando hablan de que harán todo lo posible para no superar los 1,5ºC .. .

¿Por qué será?

Antártida, crónica de una frustración anunciada


Hoy comienza la COP26 ¿Habrá más suerte?

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ROSA M. TRISTÁN


El Océano Antártico no será protegido, tampoco este año. Con ser una decisión que se preveía en casi todas las esferas diplomáticas, políticas y científicas, no deja de ser una frustración, anunciada, que la decisión de crear nuevas áreas marinas con protección sea de nuevo aplazada otros 12 meses.


Frustración porque si no somos de capaces de considerar una prioridad dejar sin explotar un mar al que los humanos llegamos hace apenas 150 años, ¿cómo pensar en conseguirlo para ese 30% de todo el planeta, con sus minerales, sus maderas, sus ríos, sus plantas y animales, que ya está inmerso, de un modo u otro, en algún negocio, algún consumo, algo que alguien considera fundamental para ‘seguir creciendo’?


En el juego de la diplomacia internacional, la baza dependía de China y Rusia, dos países que se han quedado solos en la Convención sobre la Conservación de los Recursos Vivos Marinos (CCAMLR, en inglés) que se ha reunido las pasadas dos semanas y que se cerró el pasado viernes con sus posturas inamovibles. China y Rusia, precisamente dos grandes implicados en el cambio climático –el uno por ser uno de los mayores contaminantes al acaparar buena parte de la producción mundial- y otro por ser quien tiene grandes reservas de gas natural (combustible fósil como el petróleo, por si alguien no lo sabe) con las que ‘chantajea’ a diestro y siniestro. Pues bien, la biodiversidad antártica no les preocupa, y lo dicen justo los días que en el gigante asiático se celebraba una reunión preliminar de la Cumbre de la Biodiversidad…. Ver para creer.


No ha bastado el impulso internacional que se intentó dar el asunto en España, coincidiendo con el 30 aniversario del Protocolo de Madrid, este ‘anexo’ al Tratado Antártico que sirvió para proteger la tierra de la minería y otro impactos. En realidad, pocos de los presentes –políticos, ministros, científicos y activistas- confiaban que hubiera el necesario consenso; que el millón y medio de firmas recogidas en el mundo para que cuatro millones de kilómetros cuadrados de turbulentas y ricas aguas (en el Mar de Weddell, la Península Antártica y la Antártida Oriental) dejaran de ser visitadas por grandes buques pesqueros que rompen sus frágil equilibrio.


“Estamos muy decepcionados al presenciar una vez más esta oportunidad perdida de asegurar lo que podría han sido el acto más grande de protección de los océanos en la historia mediante el establecimiento de tres AMP en la Antártida. El planeta y las preciosas aguas de la Antártida no pueden permitirse un año más de inacción ”, ha declarado después Claire Christian, directora ejecutiva de la Coalición Antártica y del Océano Austral (ASOC), que también estuvo en Madrid recientemente. Similares declaraciones se han hecho desde WWF y Greenpeace.


Es más, para ASOC esta demora en las negociaciones y la incapacidad de avanzar “pone en riesgo la credibilidad internacional de la CCAMLR”, porque resulta que esta Convención habla de desarrollar recomendaciones científicas y la ciencia ya ha hablado hace tiempo, señalando la imperiosa necesidad de proteger el Austral y hacerlo cuanto antes.


Destaca, eso si, que de los 26 países que forman parte de CCAMLR, este año a la iniciativa de la protección de estas tres áreas se sumaron como co-patrocinadores otros cuatro países (India, Corea del Sur, Ucrania, Uruguay e incluso Noruega, éste último aunque tiene importantes empresas que capturan el krill). Pero no bastó. Al menos si se llegó a un consenso para evitar la sobrepesca de ese crustáceo, que proporciona el 96% de las calorías de todos los mamíferos y aves marinas de la Antártida (pingüinos, focas, ballenas…).


La cuestión es que estamos hablando de un lugar lejano, frío, inhóspito, de cuyos recursos no depende la alimentación humana. Si no somos capaces de consensuar este asunto ¿qué pasará con los retos que la COP26 tiene por delante? ¿Qué acciones serán capaces los líderes del mundo de iniciar? ¿cómo conseguir un compromiso firme y real de que se van a recortar emisiones contaminantes cuando resulta que líderes fundamentales para ello ni siquiera van a ir a Glasgow?


Las soluciones las tenemos, como también sabemos qué hay que hacer para no esquilmar ecosistemas que ni siquiera conocemos bien, como los antárticos. Sabemos que hay que reducir la presión del consumo a mansalva, que hay que cortar una globalización comercial que marea productos de acá para allá a bordo de ‘chimeneas de CO2’ flotantes, que las renovables están aquí para quedarse –a ser posible sin generar más destrozo- , que aunque está cara (y cada vez más) seguimos derrochando energía fósil y que, con todo ello, hemos generado un cambio climático que ya está causando miles de muertos, millones de desplazados, miles de millones de pérdidas económicas.


Uno de los temas fundamentales de esta cumbre será la financiación climática para mitigar, adaptarse y pagar los daños del cambio climático. Mitigar es invertir en tratar de que no vaya a más, adaptarse es prepararse para los impactos que ya están llegando y que, todo indica, que se agravarán, y pagar daños es asumir la responsabilidad de quien ha generado catástrofes climáticas que afectan más a quienes menos tienen, los países del sur global. Hasta ahora, no se han cumplido los compromisos de dotar de dinero estos fondos, y de lo que hay el 80% son créditos a devolver por quienes los pidan, aumentando así su deuda externa.


Otro tema es el de los mercados de carbono, es decir, crear un mecanismo que permita a los países más contaminantes compensar sus emisiones comprando ‘créditos de carbono” que pueden venir de acciones de reforestación, captura de CO2, proyectos de renovables y de países que tienen de sobra. Pero la cuestión es que ya existe en mecanismo puesto en marcha en Kioto y que unos países quieren mantener esos derechos ya adquirios (China, India y Corea el Sur) mientras la UE quiere partir de cero.

También está el riesgo de que en esa compraventa, los dos países implicados se apunten el tanto, lo que en el fondo es ‘trucar’ la cuenta de carbono. En definitiva, si bien según algunos aseguran que sin mercado de carbono es muy difícil que los grandes contaminadores cumplan el Acuerdo de Paris de 2015, según otros no deja de ser una ‘trampa’ para seguir contaminando a costa de pagar, mientras el clima en la Tierra sigue calentándose, con el grave riesgo de superar los 1,5ºC marcados.


Según el IPCC, de seguir así, las emisiones aumentarán un 16% más para 2030 y la temperatura subirá hasta 2,7ºC. Con esas temperaturas los hielos antártico y árticos acelerarían exponencialmente su derretimiento, el nivel del mar subiría inundando tierras donde viven millones de personas, países como España sufrirían olas de calor cada vez más intensas, superando quizás muchos días los 47ºC que ya hubo el pasado verano en Egipto, escasearía la comida y las migraciones climáticas serían un flujo continuo…


Comienzan dos semanas que son claves para la vida en la Tierra, la nuestra también. Visto lo ocurrido con la Antártida y la protección de su océano, no parece que vivamos tiempos de consensos… Ojalá me equivoque.