Tu ‘forro polar’, un peligro para los océanos: las microfibras


ROSA M. TRISTÁN

En los mares de la Tierra aparecen nuevas islas ‘artificiales’, grandes extensiones hechas con pedazos de plásticos diminutos, incluso microscópicos, que cambian de lugar y que acaban transformando a los organismos vivos que los ingieren. Se calcula que cada segundo 200 kilos acaban en los océanos, una cantidad que ha aumentado hasta un 450% en tan sólo medio siglo y, lo más preocupante, que no deja de incrementarse debido a las microfibras de la ropa o las microesferas de los cosméticos. Acabar con ellas es un reto pendiente para la ciencia y no seguir abusando de su uso el objetivo pendiente de la Humanidad.

@Discovery

Habitamos un planeta en el que el 23% de la población vive cerca de mares de los que, en buena medida, depende para su alimentación. Sin embargo, ese masa de agua que ocupa el l 75% de la superficie terrestre en el último siglo han sufrido una transformación insospechada. Recientes estudios científicos estiman que cada año ocho millones de toneladas de plásticos acaban en los océanos, y que el 80% proviene de tierra, cifras que no son fáciles de probar. El ser humano ha encontrado en el plástico la bicoca de un material resistente al paso del tiempo que, sin embargo, ha convertido del consumo de ‘usar y tirar’. De momento, según los científicos consultados por Estratos, la única solución factible pasa por reducir la cantidad de los vertidos mediante la concienciación ambiental, pues las alternativas factibles o no dan abasto o requieren desarrollos tecnológicos que están muy lejos en el horizonte.

Salud Deudero.

Así lo defiende, entre otros investigadores, la bióloga Salud Deudero, del Centro Oceanográfico de Baleares, que lleva muchos años navegando por uno de los mares más contaminados del planeta, el Mediterráneo. “En realidad, ni siquiera sabemos con exactitud la cantidad de fibras micro-plásticas que hay, pues lo que hacemos los investigadoes son muestreos que se extrapolan, pero lo de lo que no hay duda es que los polímeros del petróleo están en todos los lados, desde los polos a las aguas profundas, en los sedimentos. No hay un lugar en la Tierra libre de esta contaminación”, asegura.

El impacto más evidente tiene que ver con envases de plástico, desde botellas a bolsas. Ya antes de degradarse hasta convertirse en pequeñas partículas, acaban con la vida de seres como las tortugas marinas -que los confunden con medusas o se enredan entre ellos-. Cada año se calcula que mueren 300.000. Este tipo de residuos se están convirtiendo en grandes acumulaciones en costas y playas paradisíacas de Senegal, Haití o de la India, donde no existen sistemas de recogida. “Todos los productos envasados que nos llegan acaban en los ríos y el mar. Aquí no hay sistemas de reciclaje ni educación ambiental por falta de recursos, y los envases nos colapsan los sistemas de alcantarillado, generando inundaciones”, reconoce a ESTRATOS el responsable de Medio Ambiente en el sudeste de Haití, Pierre Debrousse.

Playa en Jacmel (Haití). @Rosa Tristán

Con todo, es el plástico ‘menos visible’ el que más preocupa hoy a muchos investigadores, las ‘micro-fibras’ y ‘microesferas’ de polietileno, polyester (PET), polipropileno (PP) o cloruro de polivinilo (PVC), partículas tan diminutas que las depuradoras no son capaces de detectarlas, y tan persistentes que han acabado formando cinco grandes islas de basura, en su mayor parte microscópica, que navegan a la deriva por el Pacífico (2), el Atlántico (2) y el Índico (2). “También las hemos visto en el Mediterráneo, pues las corrientes tienden a concentrarlos en algunos puntos y ni siquiera conocemos bien cuánto tiempo perduran. A veces, lo calculamos por la fecha que pone en una etiqueta, pero ¿cómo saberlo en un micro-plástico?”, señala la bióloga, quien ha publicado en la revista Marine Pollution Bulletin un estudio que identifica efectos de estos materiales en 137 especies.

El origen de estas pequeñas partículas, que no miden más de un milímetro de diámetro, no sólo está en la desintegración -debido a las mareas, los rayos ultravioletas o las olas- de los residuos visibles, que pueden tardar en degradarse de meses a cientos de años, sino también en muchos productos de uso cotidiano que ya, desde su fabricación, utilizan microfragmentos de este material. Son los cosméticos, los detergentes, los dentríficos y también la ropa sintética. Basten dos ejemplos para hacerse idea de su volumen: una crema ‘peeling’ para la piel puede contener más de 150.000 micro-perlas plásticas -lo que se puede probar en casa cogiendo una pequeña muestra, agitándola con agua y colándola a continuación- y un único forro polar libera en cada lavado hasta 1.900 partículas de fibra. Todo ello puede acabar en el estómago de una ballena, como probó en 2015 Mark Anthony Browne, de la Universidad de New South Wales (Australia), dada su capacidad para mezclarse con el placton que es la base de su alimento.

Mark Anthony Browne, recogiendo muestras en la costa americana.

Browne determinó el impacto que tiene nuestra ropa después de visitar 15 playas en los cinco continentes para muestrear la arena. Descubrió que en las zonas más cercanas a las depuradoras había un 250% más de micro-plásticos que donde no había vertidos, y que la mayoría eran partículas de polyester (56%) y acrílico (23%). Teniendo en cuenta que la industria textil transforma cada año 70 millones métricos de fibras en 400.000 millones de metros cuadrados de tela -con las que se hacen unos 15.000 millones de prendas de vestir-, las islas flotantes de nylon no tienen visos de desaparecer a corto plazo. “En este estudio comprobé que eran seis veces más abundantes en número que la gran basura plástica, como son bolsas, botellas o envases”, ha señalado Browne en artículo en The New York Times, en el que reclama más responsabilidad a las autoridades y las empresas para limitar este tipo de desechos. De momento, el Congreso de Estados Unidos es el único que ha dado un primer paso, al prohibir en enero de 2016 la utilización de las microperlas. De las micro-fibras, de momento, no se habla.

También en el estrecho de Vancouver (Canadá-Estados Unidos), el biólogo Peter Ross detectó en 2014 hasta 9.200 partículas de plástico en cada metro cúblico de agua marina, no lejos del lugar por donde pasan las ballenas. “Zooplancton que las ingiere, a su vez, es el alimento de muchos peces, como el salmón y de mamíferos marinos, para las que son un grave riesgo porque pueden bloquear su intestino o genera la lixiviación de sustancias químicas en su cuerpos”, afirma en la presentación de su trabajo.

Isla artificial de plásticos en el Pacífico detectada en junio de 2017. @UNAM

En España, incluso Parques Naturales como la Isla de Cabrera, que lleva décadas protegida como reserva integral, han sido ‘colonizados’ hasta los sedimentos marinos, como ha comprobado Daudera con sus investigaciones. “El peligro añadido es que es un material al que, por sus características químicas, se adhieren bacterias, virus y otros compuestos tóxicos, incrementando el daño que causa a los ecosistemas”, apunta la investigadora balear.

En los últimos años, abundan los estudios que ya han probado los cambios biológicos generados en peces y mariscos: en el Mediterráneo, Daudera y otros colegas compilaron trabajos europeos sobre la interacción con el plástico de 17.334 ejemplares de 134 especies diferentes, detectado el grave peligro de su ingestión, variable según la especie; en el Mar del Norte se han visto micro-plásticos en el intestino del 5,5% de los peces (Rummeel et al. 2016); en el Pacífico Norte, ya están contaminados el 9,2% (Davison y Asch, 2011) y también lo están los organismos de los mejillones o en las ostras del Atlántico (Cauwenberghe y Janssen 2014).

“No es fácil determinar qué cambios biológicos generan porque hay otros muchos factores que pueden influir y hacen falta más”, reconoce Salud Deudero. La alternativa ha sido realizar estudios de laboratorio, cuyas conclusiones no son halagüeñas. En un ensayo con lubinas realizado en Francia por David Mazurais, se probó que la mitad de los peces contaminados sufrían alteraciones intestinales; otro trabajo sobre el cangrejo común de mar ha determinado que al ingerir plásticos eclosionaban menos huevos; y también se ha visto que estos compuestos provocan la perdida de energía en gusanos ‘Arenicola marina’, un pequeño ser vivo fundamental porque remueve el sedimento oceánico.

Si estos cambios tienen lugar con esos ocho millones de basura plástica que echamos a los mares al año ¿hasta cuando podrán soportar los océanos el reinado de este material? ¿Cómo eliminar las microfibras de los jerseys sintéticos antes de que se incorporen a la cadena trófica?

El problema ya está sobre la mesa, pero las soluciones tecnológicas van lentas. En Estados Unidos, las empresas que venden ropa deportiva para el aire libre apenas han comenzado a recopilar información sobre su impacto ambiental; tampoco las de electrodomésticos parecen mostrar interés por el desarrollo de máquinas que eviten estos ‘microvertidos’, centradas como están en el ahorro de agua y de electricidad. Y las depuradoras capaces de detectarlos, aún son muy costosas.

Otro tipo de soluciones son las científicas, como la del hongo que ‘come’ plásticos parecen poco realistas: “Es tan poco el material que son capaces de depredar que no darían abasto”, afirma Decausa. De momento la única solución pasa por la sensibilización y la reducción del consumo, algo en lo que coinciden los científicos de todo el mundo con las organizaciones ecologistas. “En países en desarrollo no hay normas, ni conciencia social que impida que tiren su basura plástica a ríos y mares, pero aquí si la hay y no somos conscientes de que generamos microfibras continuamente, cada vez que lavamos o usamos una crema.

 

La basura electrónica, alta tecnología que envenena


Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos acaban en el mar sin ningún tratamiento. |@ROSA M. TRISTÁN

Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos y electrónicos acaban en el mar Ártico sin ningún tipo de tratamiento. Asi lo ví hace un año. Y así sigue. |@ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Cuando hace un año estuve en Groenlandia hubo una imagen que me dejó tan impactada como su fascinante belleza. Junto a un fiordo espectacular se acumulaban toneladas de residuos: coches, bidones de combustible (cuyos restos fluían hacia el agua por el que navegaban los icebergs) y centenares de aparatos eléctricos (lavadoras, frigoríficos, planchas, ordenadores…) cuyos componentes ensuciaban la prístina majestuosidad del entorno. Casi 12 meses más tarde, conocí a la documentalista Cosima Dannonitzer, pues tuve la suerte de presentar su documental ‘Comprar, tirar, comprar’ sobre la obsolescencia programada en unas jornadas de Mediapro en el Matadero de Madrid. Allí me habló de su último trabajo, sobre el que conversamos en esta entrevista, y la imagen de aquel lugar hermoso y trágico me volvió a la mente.

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Porquería química irrespirable en el Ebro


Así hay que entrar en la planta de descontaminación de AcuaMed, donde se 'limpian' los tóxicos del río Ebro.

Así hay que entrar en la planta de descontaminación de AcuaMed, donde se ‘limpian’ los tóxicos del río Ebro.

Crónica Huffington Post: http://www.huffingtonpost.es/2014/03/28/ebro-supura-toxicos_n_5042376.html?utm_hp_ref=es-ciencia-y-tecnologia

En el enlace anterior podéis leer el resultado de la visita que, organizada por AcuaMed, realicé el 24 de marzo de 2014 a las instalaciones de esta empresa en el municipio de Flix, con la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA).

 

 

 

¡Por una vida sin tóxicos!


Productos prohibidos fuera de España, pero que aquí se consumen sin ser conscientes de los problemas que conllevan para la salud. Este es el tema del reportaje que he publicado en la revista MÍA y que pretende informar de cómo está la situación legal de productos que son tóxicos (al menos así lo estipulan normativas en otros países de nuestro entorno), pero que aquí las autoridades no se deciden por vetarlos.

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El menú ‘atraganta’ a la Tierra


ROSA M. TRISTÁN

A la Tierra se le ha ‘atrangatado el menú que servimos a la mesa. Garbanzos, trigo, piensos, frutas, hasta los ajos vienen de regiones a miles de kilómetros de nuestros platos. ¿Podemos permitirnos el lujo de que un trago de vino viaje desde Chile hasta España en avión, que el de España viaje a Sudáfrica, que el de Sudáfrica se consuma en Londres? En la Hora del Planeta apagamos la luz durante 60 minutos en protesta por el calentamiento global que genera la contaminación por CO2. ¿Nos preguntamos luego de dónde viene nuestra comida’ ¿Cuál es su impacto? En este artículo en la revista MÍA de esta semana, podéis obtener algunas respuestas.

Al final he incluido el texto completo.

 

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Eco-emprendedoras en tiempos de crisis


ROSA M. TRISTÁN

La revista MÍA publicaba la semana pasada este reportaje que he escrito sobre  cuatro jóvenes mujeres que, pese a la crisis y la debacle de pequeñas empresas en España, se han atrevido a poner nuevos proyectos empresariales en marcha. Y lo han hecho pensando en el medio ambiente, por lo que a finales de 2012 recibieron los premios EmprendeVerde que otorga la Fundación Biodiversidad. Son un ejemplo de que es posible crecer ‘de forma sostenible’ con proyectos en los que han puesto mucha investigación y, sobre todo, muchas ganas.

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La selva ecuatoriana, en manos de petroleras


CONFERENCIA-DEBATE SOBRE PETRÓLEO Y AMAZONÍA:

Con Ermel Chávez, responsable del Frente de Defensa de la Amazonía en Ecuador.

«Chevron: una historia de 26 años de genocidio ambiental en el Amazonas»

Día 13 de febrero de 2013; 19. 30 horas.

Lugar: Sede de Ecologistas en Acción. C/Marqués de Leganés, número 12.

Organiza: Ecologistas en Acción 

Presenta: Rosa M. Tristán

Publicado en ‘Cuarto Poder’ (23 de diciembre de 2012):

SUCUMBÍOS (ECUADOR). Diana tiene la mirada triste y la cara pálida. A los ocho años, es víctima de un cáncer de huesos. A menos de 100 metros de su casa, el mechero de un pozo de petróleo quema gas durante 24 horas al día y el humo contamina el agua que ha estado bebiendo desde que nació. Diana, que vive con su madre y sus cuatro hermanos, pertenece al grupo de 30.000 afectados por la explotación petrolífera en la Amazonía de Ecuador, en la provincia de Sucumbíos, aunque aún no había nacido cuando su tierra se tiñó de negro.

Diana, a la izquierda, junto a su madre y hermanas. |RMT.

Diana, a la izquierda, junto a su madre y hermanas. |RMT.

Nada más llegar a  Coca, en la provincia de Orellana, se respira un aire turbio. Es una ciudad levantada en un antiguo campamento de obreros de los pozos, con un crecimiento descontrolado. Hasta sus alrededores llegan ríos de tuberías del Oleoducto de Crudos Pesados. Se entrelazan, crecen y desaparecen a los bordes de la carretera Aucas, succionando el oro negro de las profundidades de la selva. Petroecuador, Repsol, la canadiense Ivanhoe, Petrobras, los chinos de SINOPEC… “Todos sacan tajada y dejan un rastro visible de miseria y enfermedad”, asegura Ermel Chávez, del Frente de Defensa de la Amazonía (fda.org.ec). Chávez, responsable de Incidencia Política y ex presidente del Frente, es quien muestra ríos y campos contaminados, los vertidos descontrolados hoy ocultos bajo la vegetación, los frutos con un inconfundible tufo a combustible. Es lo que llama el ‘Texaco-tour’.

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