200 científicos revelan que la Amazonía y otros bosques tropicales se secan


ROSA M. TRISTÁN

Hay unos umbrales para los seres vivos más allá de los cuales la vida es imposible. Y no hay retorno posible. Ese es el punto al que están llegando los bosques tropicales debido a unas temperaturas máximas diarias que ya están situándose por encima de los 32,2ºC, según un reciente estudio publicado en la revista ‘Science’ , en el que han participado 178 instituciones de todo el mundo. A esas temperaturas, aseguran casi 200 investigadores de cuatro continentes, los árboles pierden el carbono que almacenan más rápidamente, no ya porque a más calor más riesgo de incendios, que también, sino por la propia fisiología de una vegetación que evolucionó en zonas donde las olas de calor eran esporádicas y las lluvias más continuas.

Los científicos que publicaban estas conclusiones señalan la urgencia de tomar medidas inmediatas para conservar estos bosques tropicales y estabilizar el clima global. Y lo explicaban así: el dióxido de carbono, como sabemos gas de efecto invernadero, es absorbido por los árboles a medida que crecen y se va almacenando como madera. Pero cuando se calientan demasiado y se secan (como cualquier planta) van cerrando los poros de sus hojas para ahorrar agua, algo que han comprobado que les impide absorber más carbono. Al morir, vuelven a liberar ese carbono almacenado a la atmósfera. Un dato a no olvidar es que los bosques tropicales contienen aproximadamente el 40% de todo el carbono almacenado por las plantas terrestres.

Vista aérea del bosque tropical en la Isla Barro, Panama. @Smithsonian Tropical Research Institute

Para este estudio, los investigadores midieron la capacidad que tienen a gran escala porque  «crecen en una amplia gama de condiciones climáticas», según explica Stuart Davies, director de los Observatorios de la Tierra Global del Bosque del Smithsonian (ForestGEO), una red mundial en la que participan 70 espacios de 27 países para realizar estudios forestales. En esta investigación participan, además,científicos de Brasil, Ghana, Liberia, Congo, Colombia, Venezuela… «Queríamos evaluar su resistencia y sus respuestas a los cambios en las temperaturas y explorar las implicaciones de las condiciones térmicas, lo que es algo muy novedoso», señala Davies, del Instituto Smithsonian. 

En la actualidad, el almacenamiento de carbono en los árboles en casi 600 lugares en todo el mundo se conoce gracias a diferentes iniciativas de monitoreo, como RAINFOR, AfriTRON, T-FORCES y la mencionada ForestGEO. En este caso, con el equipo de investigación dirigido por Martin Sullivan de la Universidad de Leeds y la de Manchester, primer firmante del trabajo, se monitorearon más de medio millón de árboles de 10.000 especies en un total de 813 áreas de bosques tropicales. En total, hicieron más de dos millones de mediciones del diámetro de estos árboles en 24 países distintos. 

En su análisis posterior, detectaron grandes diferencias en la cantidad de carbono almacenado por los bosques tropicales en América del Sur, África, Asia y Australia. Los de Sudamérica, fundamentalmente la Amazonía, según sus conclusiones almacenan menos carbono que los bosques del Viejo Mundo, tal vez debido a las diferencias evolutivas en las especies de árboles. También encontraron que los dos factores que predicen cuánto carbono pierden los bosques son la temperatura máxima diaria a la que están sometidos y la cantidad de lluvia que reciben en las épocas más secas del año. La buena noticia es que estos bosques siguen almacenando altos niveles de carbono aún cuando hace calor y que se pueden adaptar a las altas temperaturas, pero la mala es que tienen un umbral crítico de tolerancia, que es un máximo de 32ºC durante el día. El aumento de la temperatura en las noches lo llevan mejor…

Como explican en ‘Science’, a medida que las temperaturas alcanzan los 32,2ºC, liberan el carbono que almacenan mucho más rápido. Y predicen, además, que los bosques de América del Sur serán los más afectados por si no frenamos el calentamiento global porque, de hecho, las temperaturas allí ya son más altas que en otros continentes y las proyecciones de futuro también son más altas para esta región. Steve Paton, director del programa de monitoreo físico de STRI, señala que en 2019 ya hubo 32 días con temperaturas máximas de más de 32º en una estación meteorológica en Panamá y un primer vistazo a sus datos indica que los días excepcionalmente calurosos se están volviendo más comunes.

¿Y qué puede pasar? Pues, por un lado, el aumento de carbono en la atmósfera puede exacerbar el calentamiento pero, por otro, los bosques podrían adaptarse a temperaturas más altas, es decir, podría pasar que las especies de árboles que no pueden soportar el calor mueran y sean reemplazadas gradualmente por otras más tolerantes. Lo que pasa es que eso puede llevar varias generaciones humanas y no tenemos tiempo para tanto. Además, habría que mantener los bosques intactos, cuando estamos en la senda de la deforestación y los incendios.

El autor principal de este gran estudio global, Martin Sullivan, insiste sobre el hecho de que los bosques tropicales «son sorprendentemente resistentes a pequeñas diferencias de temperatura» y que podrían continuar almacenando una gran cantidad de carbono en un mundo más cálido, pero también en que eso pasa porque tengan tiempo para adaptarse y, sobre todo, no alcanzar esa frontera de los 32ºC, algo a lo que parece que se acercan cada día un poco más: “Si llegamos a temperaturas promedio globales de 2°C por encima de los niveles preindustriales, casi tres cuartas partes de los bosques tropicales estarían por encima de ese umbral y cualquier aumento adicional conduciría a pérdidas rápidas del carbono forestal que acumulan», augura. La cuenta para la vida en la Tierra sería muy negativa: el carbono que liberarían los bosques a la atmósfera por la muerte y descomposición de los árboles sería mucho mayor que el que captan por su crecimiento.

Para Jefferson Hall, también coautor del trabajo y director del Proyecto Agua Salud del Smithsonian en Panamá, la solución pasa por conservar y por encontrar nuevas formas de restaurar la tierra ya degradada, como es plantar especies de árboles que ayuden a que los bosques tropicales sean más resistentes a las realidades del siglo XXI. Es lo que se hace desde este proyecto que busca especies nativas que pueden utilizarse para administrar el agua, almacenar carbono y promover la conservación de la biodiversidad en ese punto crítico que es Panamá, donde se conectan América del Norte y del Sur. Curiosamente, por culpa del COVID-19, se ha suspendido por primera vez en 40 años el monitoreo de su estación de investigación en la isla panameña de Barro Colorado.

Desde Brasil, Beatriz Marimon, de la Universidad Estatal de Mato Grosso, destaca que «cada aumento de un solo grado por encima de este umbral de 32ºC  libera cuatro veces más dióxido de carbono que el que se hubiera liberado por debajo del umbral» y lanza un mensaje sobre la imperiosa necesidad de «proteger y conectar los bosques que quedan». Lo hace desde un país amazónico donde últimamente la deforestación ha aumentado su ritmo de destrucción un 54% en sólo 10 meses y donde el fuego ya campa a sus anchas. 

A por un ‘sistema de alerta’ del coronavirus


ROSA M. TRISTÁN

¿Podríamos prevenir por dónde y cuándo la expansión del coronavirus que genera el COVID-19 va a ser mayor, igual que ahora podemos predecir, con cierta antelación, cuándo lloverá o nos afectará una ola de calor? Cuando aún nos queda mucho por saber sobre este microorganismo que ha puesto el planeta patas arriba, esta es la posibilidad en la que ya están trabajando investigadores de la Agencia Española de Meteorología y del Instituto de Salud Carlos III: la puesta en marcha de un sistema de alerta temprana que adelante posibles ‘picos’ favorables a su expansión, a tenor de factores como la temperatura, la humedad, la radiación ultravioleta, la contaminación ambiental y el polvo sahariano (mineral) que tan a menudo nos llega del Sáhara.

Apenas se ha iniciado el estudio con los últimos 14 días (a fecha 14 de abril) y ya tienen algunos datos que pueden ser de gran interés porque resulta que confirman que a menor temperatura de promedio en un comunidad autónoma, hay un mayor número de casos de contagio por cada 100.000 habitantes, que son los datos de incidencia que se han proporcionado desde el Carlos III. Es decir, el aumento de temperatura frenaría los contagios, como apuntaban ya algunas investigaciones internacionales. También lo haría el aumento de la humedad ambiental. Sin embargo, tal como ya han señalado otros trabajos en Estados Unidos, la contaminación ambiental aumentaría los riesgos y lo mismo ocurriría con el polvo saharaino, dado que son partículas a las que podrían ‘pegarse’ los diminutos coronavirus para permanecer en el ambiente.

«Hemos buscado indicadores que sean sencillos de explicar como temperatura o humedad, aunque ésta última varía mucho según se viva cerca de un río, pero el objetivo es hacer este diagnóstico para tener modelos y poner en marcha un sistema de alerta temprana trabajando por áreas, como lo hacemos para el sistema de olas de calor mediante la elaboración de mapas de riesgo según las condiciones atmosféricas», me explica Fernando Belda, científico encargado en Aemet de este estudio. En el caso de las olas de calor, Aemet lanza una alerta (verde, amarilla, naranja o roja) según el grado de riesgo que hay para la población.

Aunque de momento, las dos instituciones han comenzado a analizar los datos por comunidades autónomas, tienen previsto iniciar el mismo trabajo en Madrid, Valencia, Barcelona y Vitoria, que son las ciudades que han resultado más afectadas por la pandemia. De este modo, juntando datos ambientales y de salud (también con variables como ingresos hospitalarios, ingresos en UCI y mortalidad) se pueden llegar a identificar las zonas de riesgo en tiempo real  diseñar estrategias de diagnóstico y prevención para la gestión de medidas de actuación adecuadas desde el ámbito de la salud pública.

Por lo pronto, los resultados preliminares apuntan a que a medida que se acerque el verano tendremos menos coronavirus en el entorno, siempre y cuando mantengamos los niveles de contaminación que estos días de confinamiento han bajado como nunca antes.

 

 

#COP25: Las incertidumbres de una cumbre con demasiados agujeros


 

Ana Botín, presidenta del Banco Santander, en el plenario de la #COP25 @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Son muchos los que se preguntan para qué sirven las cumbres del clima si las empresas contaminantes siguen contaminando, los gobiernos de los países más ‘sucios’ no vienen y los bancos siguen financiando combustibles fósiles mientras los desastres proliferan por el mundo, sobre todo por el hemisferio sur. Esta cumbre chilena, que tuvo de trasladarse a España precisamente por conflictos sociales generados de una profunda desigualdad social, nació con el pie cambiado. En el fondo, era una cumbre de transición hacia la de Glasgow, en 2020, que es cuando los países que hace cuatro años suscribieron un laborioso Acuerdo de París deberían aumentar sus compromisos con el clima, tomando impulso hacia una descarbonización de la atmósfera terrestre que en su estado actual ya está matando a demasiada gente.

Pues bien, la realidad es que hay poco optimismo en el horizonte. Si algo ha quedado claro estos días en Madrid es que hay un total consenso científico respecto a la emergencia: los investigadores reconocen que sus previsiones se quedaron cortas y nos ‘calentamos’ más de lo esperado. Pero también es evidente que no se frena la contaminación: sólo este año echaremos al aire que respiramos 36.800 millones de toneladas métricas de C02, según un trabajo publicado ayer en ScienceNews. Y es que pese a que aumentan las energías renovables, incluso en Estados Unidos a pesar de Donald Trump, también lo hace el consumo global, un carro que consume mucha energía. “Debemos acordar cómo vamos a ordenar en 2020 nuestros compromisos con arreglo a la ciencia y hay muchas países que dicen que hace falta más ambición, mientras otros quieren que nos quedemos en la letra pequeña, en un paso a paso”, declaraba la ministra española de Transición Ecológica, Teresa Ribera, pocas horas antes del fin de las negociaciones.

En el otro lado de la COP25 ha quedado claro que la presión de la sociedad civil va en alza, y no solo en las manifestaciones. Fuentes oficiales reconocen que ahora los ciudadanos y las empresas quieren estar y quieren tener voz en ella más allá de sus gobiernos. De hecho, es lo que les gritaban unas 200 personas esta semana en una protesta junto a la sala del plenario: ‘Power for people’. Pero es un protagonismo que no todos los dirigentes entienden ni comparten.

Tampoco las gentes del sur comprenden cómo los problemas que les ha generado el cambio climático –provocado por un gas y un petróleo que impulsó el desarrollo en el norte durante el siglo XX- se van a solucionar poniendo precio a la contaminación que otros crean, una ‘suciedad’ que según el mencionado Acuerdo de Paris, firmado en 2015, se venderá en un mercado entre gobiernos y empresas: en otras palabras, permitirá que si alguien contamina más de lo comprometido pueda comprar ‘aire limpio’ (en forma de iniciativas como son reforestaciones, parques eólicos, bosques, etcétera) a quien tiene de sobra. Es el controvertido artículo 6, que se plantea como una alternativa para un mercado de transición. Se trata de resucitar una alternativa que, en términos similares, ya fue aprobada con el Protocolo de Kioto (hace 22 años) que no funcionó porque resulta que los países hacían ‘trampas’ y contaban el ‘aire limpio’ (metafóricamente) dos veces. Ahora se buscaría una mayor transparencia, pero es algo que no gusta a países como Brasil, India o China (por cierto, ahora mismo el más contaminante del planeta), que quieren que les convaliden sus cuentas tal como están.

Pueblos indígenas amazónicos, en la #COP25. @RosaTristán

Este ‘mercado de carbono’ no gusta nada a las organizaciones de la sociedad civil, aunque si a las empresas. Para la mayoría de las primeras, “es una opción que no tienen nada que ver con los derechos humanos y que permitirá seguir contaminando, así que no es una solución real porque ya están echando a la gente con obras como hidroeléctricas o proyectos que se venden como energías limpias”, en palabras de Kwami Kpondzo, de Amigos de la Tierra en Togo. Para las segundas, las compañías, es una oportunidad que se abre ahora que podrían participar en el negocio.

Otro asunto, además, es el precio que se ponga a cada tonelda de carbono porque si es barata, como algunos países pretenden, se desmoronaría el mercado actual en la UE (basado en Kioto), así que parece que tampoco por ahí habrá acuerdo, pese a que desde el primer día el secretario general de la ONU, Antonio Gutérres, lo puso como uno de los objetivos fundamentales de la COP25.

Otro asunto enquistado es el de las ayudas a los países donde ya muere gente, donde ya miles y miles tienen que dejar sus casas por un desastre natural de origen climático. Son millones hoy en África del Sur (impacta ver las cataratas Victoria secas), millones en Haití (la crisis humanitaria arrastrada por la combinación de sequías y corruptelas va en aumento) y más millones en Mozambique, donde los últimos huracanes han generado pérdidas económicas que han endeudado más al país gravemente, aumentando su deuda externa.

El Fondo Verde del Clima que debería servir para que el Sur se adaptara o mitigara los impactos del cambio climático son misérrimos: sus previsiones que tuviera 100.000 millones de dólares en 2020 y no llegan ni a 10.000 (por cierto, España ha aprobado dar 100 millones de euros más). Las críticas a ello han proliferado en la cumbre. Otra cuestión era impulsar otro fondo para esos daños y pérdidas que ya existen (lo llaman mecanismo WIM) que está bloqueado desde 2013. Tampoco en este asunto se ha avanzado, pese que era una de las principales demandas de los países en desarrollo y las organizaciones sociales. En la COP25 se reconoce que es una ‘demanda legítima’ pero todo se quedará en crear otro grupo de trabajo más para hablar del tema.

República de Kiribati, un país del Pacífico en riesgo de inundación total.

Con este panorama, conseguir que ‘las partes’ (vamos, los dirigentes de los países) hagan caso a la ciencia y vayan ‘más allá’ de los insuficientes compromisos de recortes de emisiones (que por cierto no han cumplido y de momento son solo papel) de 2015 es complicado. Algunos, con ese ánimo de retardar el asunto, dicen que es mejor analizar con detalles lo hecho hasta ahora antes de ir hacia adelante y que Paris daba plazo hasta 2023; otros (casi todos europeos) meten prisas ante la emergencia climática, mientras los que quieren retrasarlo no quieren que, de alguna forma, se reconozcan sus frenos para no quedar mal. De momento, tan solo 73 países han anunciado compromisos más firmes de más recortes contaminantes para 2020, pero basta mirar la lista para comprobar que entre ellos faltan casi todos los grandes (EEUU, China, Japon, India…) y ni siquiera está toda la UE (España, si).

A todo esto, y pese a que desde fuera se insiste en soluciones que vayan más allá de estos puntos, y que se incluyan las soluciones que ofrece la biodiversidad natural y las producciones locales, es decir, que se cuente con la naturaleza y los muchos pueblos que la habitan, de momento las menciones son mínimas a estos temas.

La manifestación convocada el viernes frente a Ifema por FRidays For Future y muchas organizaciones más no es sino el espejo de esa doble mirada sobre una misma realidad. Es el grito de protesta de los jóvenes que quieren heredar un planeta como el que algunos conocimos, con luciérnagas en la noche y también los pueblos indígenas acosados por macroproyectos y agronegocios que no son compatibles con sus formas de vida y los pequeños granjeros africanos que abandonan su tierra y cruzan desiertos en migraciones climáticas ocultas bajo la capa de la pobreza. El grito de quienes, una vez más, se sienten decepcionados.

Pero también están en la COP25 empresas que anuncian a bombo y platillo grandes reconversiones, como es el caso de Endesa; o bancos como el Santander que, según el informe Banking on climate change: fossil fuel finance report card 2019 , entre los años 2016 y 2018 aumentó un 566% la financiación a empresas que extraen gas y petróleo en el Ártico. El Santander está presidido por Ana Botín, quien ante el secretario general de la ONU recordaba en esta COP25 el impacto que sufrió al ver con sus ojos el cambio climático en Groenlandia (sólo allí se han perdido 3.800 millones de toneladas desde 1992). «La buena noticia es que las grandes empresas han comprendido que no pueden quedarse atrás en la transición ecológica, y eso ya es un gran paso respecto al pasado. Son lentas y les cuesta, pero saben que no queda otra», reconocen los más optimistas.

Y en medio, lugares como la República de Kiribati, un país entero que podría desaparecer con la subida del nivel del mar. Su presidente Taneti Mamau ha estado en la COP25 para recordar que existen y precisan apoyo. Ya están comprando terreno en las isla Fiji para emigrar en bloque si todo sigue como parece.

 

 

 

 

Una Cumbre del Clima de ‘emergencia’ ¿Dónde están los líderes?


Sede de la COP 25 en Madrid @ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

A punto estuvo de no celebrarse, pero en tiempo récord, la Cumbre del Clima COP 25 comienza y  el mundo se enfrenta a la última posibilidad de que se logre algún compromiso real y contundente para desacelerar la velocidad con la que nos encaminamos a un desastre global. Sin embargo de los 190 países firmantes del Acuerdo de Paris hace apenas cuatro años,  de momento sólo 43 jefes de Estado y Gobierno -junto con altos cargos de instituciones internacionales como ONU, EU, OCDE, etc- anunciado que vendrán a Madrid para fijar sus compromisos reales en reducción de emisiones contaminantes. Conviene recordar que en París, en la COP 21, se reunieron 150 jefes de Estado y de Gobierno, pero lo cierto es que en este tiempo, a medida que los datos científicos empeoran en todos los parámetros y las previsiones tornan más negras, la presencia de los líderes decae. Y eso no es buena noticia.

JEFES DE ESTADO

  1. 2015 en Paris: 150
  2. 2016 en Marrquech: 80 
  3. 2017 en Bonn: 25;
  4. 2018 en Katowice: 40
  5. 2019 en Madrid: 43

Para la COP 25 chilena (española por delegación) no esperamos a los presidentes ni de Estados Unidos (si que vendrá Nancy Pelosi), Rusia, China, India, Brasil, Indonesia, México, Canadá, Reino Unido, Alemania. Sólo unos ocho de países de Latinoamérica y Caribe de 42 existentes; siete de los 54 africanos y de Asia el único muy poblado que acude es Bangladesh. Es decir, más del 80% de la población global no tendrá a sus máximos dirigentes ‘empapándose’ de la que se viene encima y de cómo evitarlo. Y, sin embargo, todo indica que esta COP 25 es clave porque si algo ha pasado en estos cuatro años es la verificación científica de que el cambio climático ya está aquí, que el tope de aumento de 1,5º C previsto en Paris es una quimera y que los impactos están siendo ya brutales en muchas zonas del planeta, incluido nuestro país. ¿Hasta cuándo la ceguera de los dirigentes políticos? ¿Hasta cuando la ceguera de quienes les votan?

Precisamente, coincidiendo con la Cumbre que ahora comienza el Observatorio de la Sostenibilidad (OS) hizo público un informe, otro más, con muchos datos que nos retratan donde estamos. Es uno de los muchos de estos últimos días, pero pone números interesantes de lo que ocurre, como recordaba el científico Jorge Lobo (Museo Nacional de Ciencias Naturales) en esa «fina capa de vida de apenas unos pocos metros que tiene el planeta». Del exhaustivo documento, me quedo con el dato de que en España tenemos hoy 1,57º más de temperatura que cuando nací (recordemos que eso es la media y hay temporadas en la que es mucho más) y que en mi ciudad (Madrid) mis veranos son nueve días más largos. Pero también llama la atención que tengamos 850 grandes instalaciones de emisiones de gases con efecto invernadero (los que generan el cambio climático) pero que sólo 10 grandes empresas generen un 25% de las emisiones de España, empezando por Endesa y siguiendo por Repsol, Naturgy o Acelor Mittal. No parecen muchas. «Lo importante no es acabar con estas empresas, sino que haya el marco adecuado para cambiar el consumo y cubrirlo con energías renovables», apuntaba Fernando Prieto, del OS.

Federico Mayor Zaragoza, en el acto del Observatorio de la Sostenibilidad. Junao al científico Jorge Lobo. @Rosa M. Tristán

Pese a la alarma que ello debiera generar, el propio presidente de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol, señalaba el pasado viernes  en Madrid que hoy hay más carbón en el mundo que en el año 2000, en concreto 2.250 GW más, pero que el consumo en Asia no deja de aumentar y además sus centrales térmicas tienen 12 años, cuando su vida útil es de más de 40. Son décadas que no tenemos. Y por si fuera poco el carbón, los investigadores del informe  ‘The Production Gap’ del PNUD nos dicen que los productores de gas y petróleo esperan aumentar su producción ¡¡un 120%!! A destacar que este informe (con 50 científicos implicados) se ha llevado cabo con las proyecciones de 10 países y que los máximos dirigentes de siete de los principales productores (China, EE.UU., Rusia, India, Australia, Indonesia y Canadá) no tiene previsto pisar la COP 25.

Federico Mayor Zaragoza, en el acto de Observatorio de la Sostenibilidad, recordaba la frase de que «los presidentes van de cumbre en cumbre y los pueblos de valle en valle» y mencionaba que ya en 1972 (hace medio siglo) el Club de Roma hablaba de futuros impactos del cambio climático, para denunciar a continuación que la UE, aún siendo aún el motor de un posible cambio, está perdiendo su relevancia a medida que ganan votos los negacionistas…. ¿Cómo es posible?, cabría preguntarse. Y a su lado,  la inmensa indignación que transmitía Nicolás Elíades, de Extincion Rebellion, sobre el planeta que vamos a dejar a las generaciones futuras y el hartazgo de quienes no se creen los compromisos: «En los 35 años de mi vida he visto como desaparecían las luciérnagas de mi vida», comentó Elíades trayéndome del pasado esa imagen de mi infancia en la que las veía brillar.

Y junto a las quejas de estos nuevos grupos de rebeldes y jóvenes de Friday For Future o Greta Thunberg, están los pueblos y gentes que no vienen a la cumbre, pero que ya tienen su vida ‘patas arriba’ porque ya viven en el caos climático. Y sus vidas no son números. Es Christine, en Haití, a la que un huracán seguido de la sequía que se prolongó meses dejó sin hogar, sin cosecha y sin semillas; es Anjou Mbaye, de Guinea Bissau, a la que conocí cuando desesperaba porque los pozos cada vez son más profundos  tienen menos agua; es la guatemalteca Ana Rutilia Ical, criminalizada y acosada porque no quiere que el agua de su río acabe en una hidroeléctrica mientras las comunidades alrededor se quedan secas; es Honorio Souza, de Mozambique, que un día me contó cómo se quedó sin nada tras el paso del ciclón Idai…

¿Y quién paga estos desastres? Uno de los temas que la COP 25 pondrá en la mesa es la creación de un fondo para pagar ya las pérdidas y los daños, que se calculan en unos 300.000 millones de dólares para 2030 que ya están pagando los estados y que los países en desarrollo no pueden asumir sin endeudarse aún más. Más de 150 ONGs de todo el mundo, entre ellas Action Aid (en España, Alianza por la Solidaridad) lanzan estos días una propuesta bien conocida: quien contamina, paga, en este caso a través de tasas que penalicen a las empresas más contaminantes. No puede ser que la cuenta afectada sea la de  Anjoy ni la de Christine, mientras seguimos sin ver, volcados en los ‘black friday’ y las lucecitas navideñas.

Pese a todo, deberíamos estar y estamos, a tiempo de dar un giro espectacular. Por ello es importante que los compromisos que salgan de estos 11 días de cumbre sean grandes, globales y personales, económicos y financieros, y sobre todo en las urnas cuando toca. La gran parte de la humanidad cuyos líderes no estarán en Madrid no se lo merecen. El millón de especies que ahora sabemos que están en riesgo de extinción, tampoco.

 

La dura ‘carta’ del Defensor del Pueblo sobre Madrid Central


 

Respuesta a las quejas ciudadanas por la eliminación o ‘rebaja’ de las restricciones en Madrid Central

ROSA M. TRISTÁN

Soy de una de esas miles de ciudadanas y ciudadanos que al enterarse de que la Corporación municipal de Madrid planeaba eliminar las restricciones de tráfico en Madrid Central envió una queja a la Oficina del Defensor del Pueblo. Ayer, finalmente, recibí una carta de Francisco Fernández Marugán, que ocupa el cargo en funciones, en la que queda claro que la respuesta que ha recibido de la Comunidad de Madrid, a la que ha exigido información dado que tiene una Estrategia de calidad del Aire y Cambio Climático 2013-2020, deja mucho que desear. En la dura misiva, el Defensor del Pueblo recuerda que dicha estrategia, aprobada por un Gobierno del PP, incluye crear «zona de bajas emisiones y áreas de prioridad residencial» en núcleos urbanos y menciona también un decreto de 2017 en el que se insta a los municipios con más de 75.000 habitantes a elaborar protocolos de actuación para ello (protocolos que sólo tienen aprobados Madrid y Alcobendas).

De la carta, sorprende especialmente que la Consejería de Sanidad madrileña considere que la calidad del aire es un asunto es ajeno a sus competencias, si bien según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la contaminación atmosférica provoca cada año 4,2 millones de defunciones prematuras en el mundo y que numerosos estudios científicos, como el publicado en ScienceDirect , demuestran sus efectos en la salud respiratoria, sobre todo en los niños, ancianos y enfermos. Por si no lo conoce, Fernández Marugán recuerda al consejero Enrique Ruiz Escudero que el informe del Ministerio de Transición Ecológica analiza con detalle el impacto en la calidad del aire de partículas PM10 y PM2,5, ozono y dióxido de carbono. «Se concluye que numerosos estudios atribuyen un amplio abanico de enfermedades y efectos adversos en la salud por exposición a mala calidad del aire», indica, por lo que insiste en que «al menos, dicha Consejería debería poner proporcionar estadísticas sobre este asunto», algo que no hace. Es más, recuerda al consejero que parte de su trabajo es «la vigilancia epidemiológica y la información al sistema sanitario y a la población de las medidas preventivas oportunas a aplicar» cuando se superan los niveles de contaminantes.

También ha respondido al Consorcio Regional de Transportes, que le había indicado que no tiene datos sobre impacto de Madrid Central porque lleva poco tiempo en activo y que se queja de que el anterior Consistorio no pidió un informe sobre cómo afectaban las restricciones en el centro de la capital al conjunto de la movilidad regional. Dado que el alcalde José Luis Martínez-Almeida insiste en ‘rebajar’ las restricciones, el Defensor del Pueblo cree que habrá que esperar a ver qué pasa. Por lo pronto, se sabe que sigue habiendo menos contaminación que años anteriores, aunque la bajada se ha frenado desde que se lanzaron dudas sobre su eficacia, por cierto, sin datos objetivos de ningún tipo.

Más crítico es con la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. Si bien valora positivamente que exista una estrategia de calidad del aire, critica que se base en simulaciones en lugar de datos reales, que si existen en la Red de Calidad del Aire, «como sería lo deseable». Y recuerda, en este caso a la consejera Paloma Martín, que según su propia estrategia, su responsabilidad es coordinar la implatación de medidas para limitar el tráfico de coches muy contaminantes en municipios de más de 100.000 habitantes, entre los que está Madrid, pero también otros nueve (Móstoles, Fuenlabrada, Alcalá de Henares, Leganés, Getafe, Alcorcón, Torrejón de Ardoz y Alcobendas). ¿Y qué hace la Comunidad? Pues, según el Defensor del Pueblo sólo recoger información, pero de coordinar nada, por lo que le exige un informe al respecto.

En resumen, que Fernández Marugán vuelve a pedir a la Consejería de Presidencia que haga el favor de ordenar al resto de consejerías del gobierno madrileños que informen de forma adecuada, porque no lo hacen.

En todo caso, en la carta queda en evidencia que tenemos en la Comunidad de Madrid una estrategia que es evidente que no se toma en serio. Que esta Comunidad, en cuya ciudad capital, además de eliminar restricciones al tráfico rodado (que generan el 41% de las emisiones), se supriman carriles-bici, se eliminen zonas peatonales para poner más coches y se tiene amenazas de multas de la UE por ello, vaya a ser sede de la COP 25 , la cita mundial para luchar contra el cambio climático, no deja de ser irónico. No se sabe si el alcalde Martínez-Almeida y la presidenta Isabel Díaz Ayuso se pasarán por allí, si finalmente España es la sede, aunque igual les venía bien.

Mientras, mi queja , como la de miles y miles de residentes en Madrid, sigue su trámite…. y seguiremos informando.

LOS ‘CHANCHULLOS’ DE LOS PAÍSES CON EL ACUERDO DE PARIS


ROSA M. TRISTÁN

Hace tres años que se firmaron los Acuerdos de Paris sobre reducciones de emisiones. Lo han firmado 195 países y hoy es el único instrumento que trata de poner freno a una #EmergenciaClimática global que moviliza a millones de personas estos días. Fue de lo más nombrado en la Asamblea General de la ONU esta semana…

Pero ¿cómo se controla lo que cada país hace con el mismo acuerdo? Esto es lo que se preguntaron dos investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona, que acaban de publicar la respuesta en la revista Environmental Research Letters. En su trabajo, los dirigentes que hemos visto en la ONU hablando de cambio climático quedan bastante mal parados. Y es que de seguir así, apuntan, como otros mucho miles, estos científicos, vamos de cabeza a una nefasta subida de la temperatura global de más de 2ºC para 2050, con todo lo que implica. La falta de trasparencia en los datos, las manipulaciones interesadas de lo que se contabiliza como emisiones, en definitiva, los ‘chanchullos’ para quedar bien en los foros mientras se hace poco, o nada, están convirtiendo el que fuera esperado Acuerdo de Paris en papel mojado. ‘Inoperante’, indican.

El análisis, firmado por Lewis King y Jeroen van den Bergh, es exhaustivo. Para empezar, niegan la mayor: con los compromisos nacionales de emisiones fijados en Paris no se impedirá que la temperatura suba 2ºC. ¿Y cómo lo han hecho? Porque han recogido las emisiones de CO2 que cada país tenía en 2015 y han comprobado las que, según los compromisos adoptados por cada país, tendrán en 2030. De hecho, ya estudios previos indicaban que si todos esos compromisos se cumplieran, la temperatura global subiría entre 2,6º y 3,1ºC, según fuéramos capaces, no ya de no contaminar, sino de recoger de nuestra atmósfera lo que ya está ahí, es decir, capturando el CO2, algo aún más teórico que práctico. ¿Demasiado poca ambición?. Eso parece…

Las manipulaciones o disfunciones detectadas son variopintas, si bien King y Bergh las clasifican en cuatro categorías, según los compromisos nacionales de emisiones (NDC). Hay que recordar que cuando elaboraban la investigación, un total de 147 firmantes (incluidos los 28 de la UE) tenían ya sus NDC concretos.

Lo primero que encontraron es que casi el 80% de los compromisos nacionales de reducción de emisiones están condicionados a factores como el acceso a las finanzas internacionales, la transferencia de tecnología y la cooperación internacional, y ni aunque esto fuera favorable, que ya es difícil, sería probable que las emisiones permitieran mantenernos bajo esos 2ºC. Ademas, ocurre que como los países pueden elegir qué gases del Protocolo de Kyoto incluyen en sus descuentos, los hay que excluyen de sus cuentas contaminantes gases como hidrofluorocarburos, perfluorocarbonos e incluso el metano y el óxido de nitrógeno. China, por ejemplo, sólo incluye el CO2 en sus compromisos, lo que significa que excluye al 4.9% de las emisiones globales con efecto invernadero. El Acuerdo también permite que los países decidan qué sectores económicos incluyen en sus NDC, y ahí están los que suelen excluir el uso de la tierra y la silvicultura (explotación de bosques). Es otro 1% de las emisiones globales sin contabilizar.

Con todo ello, la primera categoría para los científicos de la UAB serían la de los países que presentan reducciones absolutas de emisiones para un año objetivo en términos porcentuales en relación con un año base histórico. La cuestión es que ese base lo establece el país y oscila entre 1990 y 2014, mientras que el año objetivo es típicamente 2030 y, en algunos casos, 2025. Ahí está la UE.

Luego están los países que indican que la reducción estará al albur ‘un escenario de negocios habitual’, escenario que cada cual decide y que causará una gran variación en las emisiones. Son categoría 2 e incluye también a unos pocos países  (Bután, Etiopía, Omán y Sudáfrica) que se han fijado un objetivo de emisión fija.

El tercer grupo sería el que se ha fijado en el PIB para hablar de reducir su contaminación, es decir, si su PIB crece, disminuirán sus objetivos . Y, por último, los que ni siquiera  fijan un límite de emisiones determinado, aunque mencionen programas de energías verdes a poner en marcha.

Con este ‘batiburrillo’, los dos investigadores optaron por unificar y tomar como año base de contaminación para todos el año 2015, que es el anterior a la firma del Acuerdo, y compararlo con porcentajes emisiones previstas para 2030. Comprobaron así que las promesas de los de la categoría 1 (reducción absoluta de emisiones con condicionantes) son más ambiciosos que el resto (ahí están Norteamérica y la UE), mientras que se esperan aumentos de contaminación en Oriente Medio, Norte de África y el sur de Asia. Bien es verdad que también recuerdan que  aún con esos ‘recortes’ los de categoría 1 contaminarán más que los demás e incluso más que los que ni siquiera marcan un límite (la 4).

Resultado: en términos globales, auguran un aumento de las toneladas de CO2 de un 23.8% entre 2015 y 2030 . Es decir, en nuestra atmósfera terrestre habría en 10 años más unas 892 gigatoneladas de CO2, suficiente para un calentamiento global superior a los 2ºC, teniendo en cuanta la estimación máxima de los compromisos de los países, que si no se cumplen aún sería peor…

Toman como ejemplo cinco países para ver cómo ha hecho las cuentas:  Australia, India, México, Pakistán y Rusia. Australia y Rusia presentaron promesas similares de límites pero resulta que Rusia habla de reducciones de un 25% respecto a 1990, cuando contaminaba mucho más que ahora comparable. Australia, por su parte, se compromete una reducción de 26% a 28%, pero en relación con 2005. Al unificar los datos de ambos, tomando como base 2015, se descubre que las emisiones de Australia caerán el 9%, mientras que aumentarán en Rusia en un 13%, por más que Putin acabe de ratificar este acuerdo en Nueva York.

Y otro caso más: México y Pakistán, que han anunciado que reducirán emisiones según les vaya la economía, parecen en situación similar (20% y 22%, respectivamente) pero con la referencia del 2015, resulta que las emisiones en México disminuirán un 11%, mientras que en Pakistán aumentarían en un 182%, dado su escenario de crecimiento económico

Algo parecido pasa con países de la categoría 3 (emisiones según PIB), donde están China e India, entre ambas un tercio de las emisiones globales. Los investigadores reconocen que «el resultado de sus objetivos es difícil de predecir porque a más crecimiento, mayores son las emisiones», pero usando proyecciones económicas de la OCDE, estiman que  sólo la India aumentaría un 229% las emisiones desde 2015.

Los autores mencionan también algunos fenómenos que pueden darse para ‘escurrir el bulto’, como es trasladar las empresas contaminantes a países en desarrollo con políticas climáticas menos rígidas, o un mayor trasiego mundial de importaciones de productos que son más baratos de unas zonas que en otras, sobre todo en países donde no han fijado ningún límite.

«En vista de esto, nuestro consejo sería evitar que los países presenten sus promesas en un marco que parece más ambicioso que su verdadero efecto. Probablemente sea un desafío lograrlo políticamente, ya que uno de los factores que atrajo a los países al Acuerdo de París fue la libertad de poder establecer sus propios objetivos en un formato de su elección. Sin embargo, lo que estamos proponiendo no es un cambio radical. Para la mayoría de los países  esto implicaría una conversión simple basada en datos ya disponibles, como lo hemos hecho en este análisis. En cambio, será importante lograr el objetivo del Acuerdo de París», apuntan.

Añaden que este Acuerdo de Paris, que a algunos les parece tan avanzado, tanto que incluso se quieren salir de él, en su forma actual, es «inadecuado en el mejor de los casos y, en el peor, extremadamente ineficaz porque la sociedad civil tiene el derecho de poder comprender y comparar claramente los compromisos de cambio climático de los países, incluso si son justos, ambiciosos y se suman a los objetivos climáticos internacionales».

Aseguran que cada país debería convertir sus promesas en objetivos claros de emisión en relación con el año más reciente disponible en los datos, pero sin trampas: incluyendo todos los gases y sectores importantes, no los que les vengan bien. Apuntan que, en el futuro, a medida que los países actualicen sus NDC, este año base debe actualizarse para mantener las promesas relevantes para el próximo período.

Con ello creen que se ayudará a producir objetivos de mayor ambición y más abiertos al escrutinio externo, a la vez que, una vez uniformizadas las promesas de todos, habrá más presión para ser más ambiciosos  cada cinco años bajo el mecanismo del Acuerdo de París.

Epidemia de grandes ‘charcos’ en Groenlandia


ROSA M. TRISTÁN

Desde hace días, fotos de turistas que pasean por Groenlandia en manga corta hacían presagiar lo peor: una vez más la capa de hielo ártica alcanza límites de deshielo insospechados hace apenas una década. Hace unos días, el 31 de julio, tuvo lugar en la gran isla blanca del hemisferio norte el deshielo más grande registrado en un solo día: hasta el 56% de su superficie blanca perdió al menos un milímetro de hielo. Esa fusión superficial, según el Polar Portal de Dinamarca, que monitoriza la situación vía satélite, han llegado al mar ese día 10.000 millones de toneladas de hielo, cantidad que no incluye la masa generada cuando se desprenden icebergs de los glaciares. Al día siguiente, ayer día 1 de agosto, la situación ha vuelto a repetirse, como indican las estaciones meteorológicas PROMICE, que se han establecido para monitorear los procesos de fusión. Los inmensos ‘charcos’ (en realidad grandes lagos), proliferan por el ‘plateau’ ártico como una plaga. 

El científico danés Jason Box, desde el suroeste de Groenlandia, informa que ha detectado un 1,3 veces más deshielo que en 2010 en el mismo punto y 1,4 veces más que en 2012. Los expertos creían que derretimientos de este tipo sólo se daban cada 150 años. «A medida que el CO2 continúe aumentando, cada paso en la escalera de calor causará una nueva normalidad», ha señalado Box en sus redes sociales. Podría ser, según Box, el segundo episodio de deshielo más grave desde 1950, tras del de 2012, cuando el 97% de la superficie sufrió deshielo

Muchos son los modelos climáticos que auguran lo que pasará en el planeta con ese deshielo, pero se van quedando obsoletos con una rapidez pasmosa. El último estudio publicado, en junio en Science Advance, por científicos del Geophysical Institute at the University of Alaska Fairbanks , indica que en 200 años el nivel de los océanos podría subir entre 48 centímetros y 1,60 metros sólo por el deshielo de Groenlandia, un espectro tan grande como desolador que aumentan al menos en un 80% las estimaciones previas, que atribuían a Groenlandia un futuro aumento del nivel del mar de 89 centímetros como máximo.

VIDEO: https://twitter.com/i/status/1157015875276464129

El equipo prevé tres escenarios climáticos según la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera en los próximos años. En el escenario sin reducción de emisiones, toda la capa de hielo de Groenlandia probablemente se derretirá en un milenio, causando un aumento del nivel del mar de 5 a 7 metros. En el escenario dos, donde las emisiones se estabilizan para fines de siglo, la pérdida de hielo para el año 3000 sería del entre el 26% y el 57% . Y si hay una limitación drástica de las emisiones podría limitarse entre el 8% y el 25% (dos metros de aumento del nivel del mar). Piensen el el mapamundi, e incluso más cerca: piensen en el mapa español e imaginen a qué quedará reducido el territorio habitable. 

Sin embargo, ante esta emergencia climática, el mundo aún discute las reducciones de emisiones contaminantes aprobadas en el Acuerdo de Paris de 2016, con previsiones más favorables que las actuales.

Es más, aumentan la presiones a nivel internacional de gobiernos de grandes países como el de Donald Trump (EEUU) o Jair Bolsonaro (Brasil), negacionistas de lo evidente, como también lo son partidos europeos, como el de Marie Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia) o Vox (España). Incluiría a políticos del PP , como el alcalde de Madrid, José Luis Rodríguez-Almeida, incapaz de ver la relación entre el uso del transporte privado en grandes ciudades (que no quiere limitar) y los ‘inmensos charcos’ que proliferan por el Ártico.

Y mientras todo esto ocurre, a la vez grandes incendios han asolado este mes de julio el norte de Canadá y Siberia, e incluso en Groenlandia (ver foto inferior) fruto de olas de calor que, por repetidas, son ya tempestades. Es más combustible para el ennegrecimiento de la impoluta nieve que tanto me sorprendió cuando visité Groenlandia hace unos años.

 

 

 

 

 

Manu San Félix: «¿Quién ‘siembra’ en los mares? Nadie. Y se vacían de vida»


Manu San Félix @NATIONAL GEOGRAPHIC

El biólogo Manu San Félix @NATIONAL GEOGRAPHIC

ROSA M TRISTÁN

Hace año y medio coincidía con el biólogo marino Manu San Félix en Formentera… Se celebraban las jornadas #SavePosidonia y él estaba junto a Pierre-Ives Cousteau, buceando, registrando la situación de una planta milenaria amenazada por los yates de lujo . San Félix, como todos aquellos que se asoman a las profundidades para ver y mostrar lo que no vemos, salvo si miramos dentro del agua, con los años está cada vez más alarmado. El Mar Mediterráneo, cuna de civilizaciones, se vacía a pasos agigantados de vida. En estos dos millones y medio de kilómetros cuadrados se suman tantos desastres ambientales que prácticamente no entran en los 45 minutos que dura el documental que ha realizado para el canal de National Geographic: «Salvemos el Mediterráneo» (estreno el 3 de junio, a las 22 horas). Pero Manu también quiere dejar claro que hay soluciones y estamos a tiempo.  Y se va a visitar a quienes están trabajando en ellas, como Carlos Duarte (proyecto Pristina), Enric Sala o el chef sevillano Angel León, que aprovecha en sus cocinas los descartes de pesca.

El biólogo asegura que si lo dejamos el paz, nuestro Mare Nostrum volverá a ser lo que era hace apenas unas décadas, cuando comenzó a sumergirse en las aguas verdiazules que son si segundo hogar.

En este documental se tocan muchos de los temas que más preocupan sobre los mares: sobrepesca, plásticos, destrucción de la posidonia… ¿Algo se cree que se ha quedado en el tintero?

Creo que hemos tocado lo principal. En el Mediterráneo, para mí lo más grave es la sobrepesca y la contaminación. No podemos seguir sacando y sacando sin fin. Hay que crear verdaderas áreas protegidas y veremos que se recuperará enseguida. También se notará enseguida la explosión de vida si dejamos de intoxicarlo, porque lo estamos intoxicando cada día del año con nuestras aguas residuales. Tiramos de la cadena y nadie piensa donde van ese agua, pero ese agua, insuficientemente depurada o lo que es peor, sin depurar, acaba en los mares como el Mediterráneo. Es un problema que he visto crecer. Llevo viviendo en Baleares 30 años y conozco aeropuertos mejoras, más los hospitales, más puertos…pero las  instalaciónes de depuración del agua siguen igual aunque la población es mucho mayor.   Si mañana mismo dejáramos de echar nuestras aguas residuales al mar, en meses florecería la vida. Lo malo es que hablamos de algo que no se ve, que la mayoría de la gente no verá en toda su vida. Pero hay que parar. El mar es como una persona que fuma, bebe, no hace deporte, come mal… Si lo deja todo, su organismo mejora.

Ese proceso de recuperación, entonces, es mucho más rápido en el mar que en la tierra

Si, porque el mar tiene una capacidad de absorción y disolución mayor.  Las recuperación de poblaciones de peces es espectacular, mucho más rápida que con animales o flora terrestres porque los ciclos de reproducción son más rápidos y, además, la contaminación se elimina a más velocidad.. Quizás no es así con la posidonia porque es de crecimiento lento. Pero, en general, así como un bosque primario tarda décadas o siglos en recuperarse, los mares son más agradecidos.

¿Y de todo ello, qué es lo más urgente?

Que para el año 2020, España cumpla el compromiso que firmó y tenga el 10% de sus áreas marinas protegidas. Nosotros no estamos ni en 1%, en Baleares aún menos, en el 0,16%. Pero protegido es tener zonas donde no se pueda pescar, #NoTake, y en España hacemos reservas protegidas pero sin prohibir la pesca. Entonces ¿Cuál es la protección?. Ninguna. Es una figura de papel. Nos engañamos a nosotros mismos y es ridículo. Es preciso una protección que permita la recuperación, para que luego se pueda pescar. Recuerda lo que pasó con la veda de la anchoa: cuando finalmente se abrió en un día capturaron toda la anchoa que podían.

Hay muchas presiones contra las vedas del sector pesquero..

Si, pero es como con minería: todos sabían que era un barco que se hundía, que era una economía de ficción. Se cobraba por subvenciones. Y lo mismo pasa con la pesca, es ruinosa,. Si quitaran todas las subvenciones que reciben, muchos barcos dejarían de salir a pescar. Pero es ruinosa porque hay pocos peces en el mar. Esa es la verdad.

¿La solución es la acuicultura?

Es una solución, pero no única. Tendrían que aparecer otras formulas para sacar alimentos del mar. Pero es que somos muchos. Y si llegamos a los 20.000 millones, no habrá ni mar para tanta acuicultura. Hay que poner un límite. El planeta tiene un tamaño. Y la acuicultura también requiere del mar y tiene su impacto. Igual pasa en tierra, que a medida que somos más necesitamos más cultivos y se arrasan los bosques cuando falta superficie. Pero al menos con la agricultura se abona, se siembra, se riega… Pero en el mar ¿quién siembra? Nadie. Todo el mundo tiene derecho a sacar y sacar y  lo único que ponemos dentro son plásticos. Está claro que no puede funcionar sólo recolectar donde nadie ingresa. Es insostenible.

Llevas 40 años buceando, ¿qué sensación tienes ahora cuando te sumerges?

Me siento profundamente triste. Sobre todo en temporada de verano. Tengo la percepción de ver cómo algo bellísimo se muere y es deprimente. En el mundo no hay nada mejor que la naturaleza. Y es porque genere recursos económicos o porque nos de oxígeno, sino porque nos hace felices. Siempre buscamos intereses materiales en lo que nos rodea, pero lo cierto es que cuando vemos naturaleza somos más felices. Estás en una playa y sale una tortuga a desovar  y todo el que lo ve se emociona y se va feliz a casa. Podríamos vivir en un planeta asfaltado, pero está claro que eso no seduce a nadie. Hasta en nuestras casas ponemos plantas como decoración.

Plásticos recogidos con un filtro desde un barco en el Mediterráneo. @ROSA M. TRISTÁN

Ahora que por fin se habla del tema los plásticos, en un mar cerrado como éste, ¿cómo se ve desde abajo? Estuve en el barco Toftevaag, del Centro Alnitak, y parece una sopa de plástico.

Efectivamente, el Mediterráneo es un mar cerrado y muy poblado alrededor, lo que favorece la concentración. Pero con ser muy preocupante , soy optimista porque veo que la respuesta está siendo muy potente y creo que hay ya presiones sociales importantes para que se solucione. Cada vez somos más los que nos horrorizamos con acumulación de envases, así que creo que habrá cambios, que saldrán nuevos materiales biodegradables. Ayer mismo, en un restaurante balear ya me dieron todos los utensilios para comer, que me llevaba, con materiales de fécula de maíz. No dudo de que aparecerá la alternativa sustitutiva y se impondrá. Pero hay que reaccionar ya. Cada litro de agua mineral tiene 15.000 micropartículas de plástico, según la OMS. Y nos las estamos bebiendo. La ventaja es que el plástico es algo que tocamos cada día, que podemos ver alrededor, pero la gente no ve cómo nuestras heces van por grandes tuberías, llamadas ‘emisarios’, y acaban en el mar, y no ve los efectos de la sobrepesca.

En la batalla por la posidonia se ha implicado mucho y parece que hay esperanza también. 

En este tema he trabajado mucho y estoy muy contento. Ya hay un cambio en Ibiza y Formentera unánime. Todo el mundo sabe  que hay que cuidarla y protegerla. De hecho, fue por este tema que comencé el proyecto Posidonia Maps, para identificar las áreas donde está y protegerla. Es una aplicación para el móvil que permite saber dónde hay posidonia para no fondear el barco o el yate sobre ella. Ahora Google Maps y el Govern Balear la va a copiar, así que he inspirado una solución. Y creo que se va a extender por todo el Mediterráneo. En todo caso, creo que en 10 años los barcos no usaran anclas para fondear. Ya muchos llevan ya una hélice en el medio, eléctricas, con placa solar, y el barco se queda quieto.

¿Y cuánto tiempo nos queda para reaccionar? 

Pues muy poco tiempo. La filosofía del documental es positiva, no quedarse en lo malo y recoger propuestas, pero yo no soy optimista respecto al tiempo. Hay que actuar ya porque tenemos ahí la espada sobre la cabeza y nos saltan las alarmas. Desde hace un par de años, casi el 100% de las nacras han muerto por una epidemia, y no se sabe bien la causa, pero estoy casi seguro que detrás estamos nosotros. Hemos creado un ambiente marino insano que favorece que virus y bacterias que proliferen. Si unes el calentamiento del agua con materia orgánica estás creando el caldo de virus y bacterias.

A nivel europeo ¿hay propuestas para salvar el Mediterráneo?

No he visto casi nada y lo que he visto, no me ha gustado. No se habla de protección, ni de sobrepesca. La atención de los partidos está en la economía, y no son conscientes de que detrás  de ella está la buena gestión ambiental. Por ejemplo, en España tenemos mucho turismo porque tenemos la suerte de que las naturaleza nos ha dado un clima, playas… Para mi el tema ambiental es fundamental y yo me veo muy preocupado y a los demás muy tranquilos.

 

Semana de la Ciencia: Los plásticos, la vida, los mares… ¿Te apuntas?


Con motivo de la Semana de la Ciencia en Madrid he organizado, en colaboración con el Ateneo de Madrid, un encuentro sobre el impacto de los plásticos en la biodiversidad del Mar Mediterráneo y otros mares y océanos, bajo el título «Cambios biológicos y daños en los ecosistemas generados por los vertidos plásticos en el Mediterráneo».

¿POR QUÉ TE INTERESA VENIR?

Porque tras un siglo de ‘plastificación’ es hora de hacer balance de cómo destruyendo nuestro entorno con unos materiales que nos rodean por todas las partes, que vestimos, comemos, respiramos… Es importante conocer hasta dónde llegan los cambios para actuar en consecuencia. ¿Sabes lo que ocurre con las redes que caen en el fondo del mar? ¿Qué impacto tiene un globo? ¿Echas plásticos por el desagüe?

Pero hay alternativas y soluciones a la era del plástico-ceno.

¿QUIÉNES ESTAREMOS?

José Templado es biólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Lleva más de 30 años especializado en la investigación de la biodivdersidad marina, la conservación y estudio de especies y espacios marinos protegidos, el estudio de especies invasoras. Vamos, que sabe muchísimo.

Elvira Jiménez, bióloga y responsable de la campaña de Océanos de Greenpeace España desde hace ocho años. Con anterioridad trabajó en reservas naturales en México y Costa Rica. Una luchadora.

Vicente Leal es submarinista y camarógrafo. Primer premio Barandilla de Oro en el Ciclo Internacional de Cine Submarino  de San Sebastián 2015 con su corto “Tiny World” y Barandilla de Plata en 2017 con ‘Khelone’ sobre el impacto de la contaminación de los océanos en la vida subterránea. Desde luego, el que mejor conoce la profundidad de los mares de todos…

Rosa M. Tristán, yo misma, periodista ambiental y de divulgación científica con más de 30 años de profesión en diferentes medios. Últimamente he navegado por el Mediterráneo y he podido ver que ese mar es como una ‘sopa’ de polietileno.

¿CUÁNDO Y DÓNDE?

14 de Noviembre de 2017 (martes) en la Sala Ciudad de Úbeda del Ateneo de Madrid (Calle Prado, 21).  19 horas. Entrada libre. Para todos los públicos.

COPIAR INVITACIÓN Y COMPARTID.

¡¡¡OS ESPERAMOS!!!

La sopa de plástico del Mediterráneo, controlada desde el móvil


Así está el agua del Mediterráneo en Menorca. @ROSA M. TRISTÁN

Campaña para liberar de basura mares y playas gracias a la ‘ciencia ciudadana’

ROSA M. TRISTÁN

Cada segundo 200 kilos acaban en los oceános, unos ocho millones de toneladas al año. Plásticos que perduran hasta que se descomponen y algún cetáceo o tortuga o pez o ave marina se los traga o los estrangula o los apresa hasta la muerte. Plásticos que viajan por el globo terráqueo hasta llegar a zonas inhóspitas como el Polo Norte (allí lo ha detectado una expedición al Polo Norte de la Universidad de Exeter), que causan daño cerebral en los peces (Universidad de Lund) y que se cuelan en la sal de la ensalada (Universidad de Alicante). Plásticos que hacen daño a la vista si se ven, pero que también envenenan si no se ven. Flotando a medias aguas en alta mar o varados en los fondos.

El velero de Alnitak, en aguas de Menorca, en la campaña #Libera1m2. @ROSA M. TRISTÁN

En la foto que preside este artículo hay un frasco lleno de fragmentos plásticos, casi todos de polietileno. Se recogieron hace unos días en menos media hora desde el barco Toftevaag, perteneciente al Centro Alnitak, de la superficie del Mediterráneo, cerca de Menorca. Es un lugar reserva de la biosfera desde hace un cuarto de siglo y zona ZEPA, de especial protección de aves. La imagen contrasta con el mar color esmeralda que hay en esa costa. Es el mismo y engañoso agua.

Alnitak, entidad dedicada a la investigación y educación marina, trabaja en la campaña lanzada por SEO/BirdLife, en colaboración con Ecoembes, con dos fines muy claros: concienciar de que ‘basta ya’ de convertir océanos en vertederos y a la vez hacer ‘ciencia ciudadana’, que consiste en implicar a la sociedad para recoger residuos de playas y océanos y así obtener datos que nos digan qué es lo que hay, en qué cantidad y, gracias a las etiquetas, de donde viene. Es la campaña #Libera1m2  y  se desarrolla en al menos 70 puntos costeros estos días con diferentes organizaciones. En principio dura una semana, aunque debiera extenderse meses y años, hasta que ese ‘consomé’ fruto del petróleo desaparezca.

Filtro del agua, en el que se recogen muestras de plásticos. @RMT

Antes de partir del puerto de Mahón a bordo del velero, Pilar Corzo nos explica en qué consiste la app Marnoba para móviles y tabletas que se ha desarrollado desde la plataforma, del mismo nombre, para extender esa ciencia ciudadana: la aplicación permite que los residuos plásticos marinos queden clasificados y registrados en una base de datos del Ministerio de Medio Ambiente. “Es importante saber qué hay para que se tomen las medidas adecuadas, un estudio que es novedoso y se realiza a nivel europeo”, señala Corzo, mientras el capitán prepara el barco para la salida.

Para que los datos recopilados sean  útiles se dividen en cuatro módulos dentro de la app: playas, fondos para buceadores, barcos arrastreros y basuras flotantes, según donde se recoja la basura, que queda totalmente ‘fichada’ en su localización.  “El impacto de esta basura es tremendo y no sólo dentro del agua, también en aves marinas, aunque es más difícil de determinar; las aves los confunden con alimento y se los tragan, o se enredan en rafias y redes. En un estudio reciente se detectó que el 90% de las aves tenían microplásticos en el estómago. Ahora, queremos más datos para profundizar en estos impactos”, afirma Pep Arcos, el especialista de SEO/BirdLife en aves marinas. 

Lo mismo ocurre con las tortugas, que  los ingieren pensando que son medusas, una delicatessen para su dieta. Es para pensárselo dos veces: las bolsitas inútiles que nos dan en las farmacias y tantas otras tiendas, el flotador que olvidamos, un globo o el tapón de esa botella de agua están detrás de la regresión de las poblaciones de un buen número de fauna en el ‘vertedero’ que es el Mediterráneo. Así lo ha comprobado Ricardo Sagarminaga, propietario Toftevaag y fundador de Alnitak, que colabora con instituciones como el NOAA de Estados Unidos y que acaba de terminar una expedición de dos meses para el seguimiento de ballenas, delfines, tortugas, además de los muestreos y filtrados de basuras. “Todo lo que lleva etiqueta lo fotografiamos para saber de dónde viene y qué es, pues es el único modo de poder  tomar medidas preventivas. Otra cosa es recoger todo este plásticos, eso es imposible. Sólo disminuyendo el consumo es posible acabar con esto”, reconoce el experimentado navegante.

Ya iniciada la singladura con el velero de Alnitak (nombre de una estrella de la constelación Orión), el paisaje va abriéndose a la mirada: las calas costeras, algunas pardelas en el horizonte, delfines saltando. Un paraíso aparentemente inmaculado. Mientras Pep Arcos otea el horizonte en busca de aves, Sagarminaga pone en marcha el ‘transecto’, un filtro de agua que echa al agua y, como la cola de una cometa, flotando, nos va siguiendo la estela. En media hora, el resultado es sobrecogedor: un frasco en el que flotan infinidad de  bolas pelet y otros restos de colores, pequeños fragmentos que no llegan a la categoría de microplásticos, como los que genera nuestra ropa al lavarse, pero que ya están en proceso de descomposición, hasta confundirse  con el placton que alimenta los peces que nos alimentan a los humanos.

A proa, no lejos de los delfines, de repente aparece un besugo. Azul brillante. Con el ojo muy abierto. “Otro globo. No sabes cómo detesto los globos infantiles”, comenta el capitán Juan Manuel Arestre mientras lo ensarta desde la quilla. Son globos de colores, con formas de perros, gatos y soles que salen volando a miles de cientos de cumpleaños. El besugo pasa a formar parte del montón de bolsas que se acumula en la cubierta. Las han recogido con una zodiac en apenas 10 minutos, restos de paquetería de supermercados, envíos, sacos, algunos con etiquetas casi ilegibles en árabe. A saber de dónde vienen. “Si es que lo de cobrar 5 céntimos por una bolsa, no sirve. Mientras no controlemos el consumo, esto no tiene solución. Y reciclar, claro”, apuntan los tripulantes.

El  Toftevaag, con las velas al viento, se acerca a la Isla del Aire, en realidad un islote rocoso en el que solo hay un faro y donde nidifican aves como la pardela cenicienta o el paíño europeo. Desembarcamos. Allí también vive una lagartija negra (subespecie de Podarcis lilfordi lilfordi)  única en el mundo.Una capa de posidonias secas nos indica que allí cerca hay grandes praderas de estas algas que son nichos de biodiversidad. Basta fijar la mirada para que la belleza se trunque. El suelo es una alfombra sembrada de mini-plásticos y otros no tan ‘mini’ traídos por las corrientes. Proliferan los tapones de botellas: «Es que las botellas se llenan  de agua y van al fondo», señala Pilar. En apenas unos minutos, me hago con más de 50 tapones. Otros muchos plásticos son difíciles de identificar. En realidad, la escena no es original: se repite en muchas costas españolas del Levante.

Después de introducir los datos de la recogida en la app Marnoba volvemos a bordo. El azul esmeralda del mar ya nos parece más turbio. Hemos estado cinco horas de travesía. 18.000 segundos. En ese tiempo, 3.800 toneladas de plásticos han llegado a los mares… Campañas como Libera deberían ser obligatorias.

@ROSA M. TRISTÁN