El mundo patas arriba… pero los negocios ‘bien, gracias’ 


ROSA M. TRISTÁN

Llevamos unos días en los que resulta muy difícil dar crédito a lo que estamos viviendo. El batiburrillo en torno a las macrogranjas, que no son otra cosa que fábricas de carne viva, se ha convertido en una cuestión política –en tiempos de campaña electoral – obviando todo tipo de datos científicos, técnicos, sanitarios, por supuesto, al mundo ecologista en su conjunto e incluso los propios programas electorales, las agendas internacionales que se venden a ‘bombo y platillo’ en cumbres mundiales, los comunicados de asociaciones que ahora sacan el estandarte del ‘pobre de mí’… Pero no es solo eso lo que tenemos sobre la mesa: también cultivos en zonas protegidas, aviones sin pasajeros, glaciares gigantes que se resquebrajan, temperaturas récord en América del Sur y Australia… El mundo está ‘patas arriba’, pero los negocios, bien gracias.

Hace más de 10 años, en El Mundo, un encuentro con el escritor e investigador norteamericano Jonathan Safran Foer, que vino a presentar su exitoso libro “Comer animales”, ya me abrió los ojos a lo que estaba pasando en su país con la carne. Al parecer, todo comenzó por un granjero de Virginia que recibió, en 1923, por error, un envío de 500 pollos en vez de 50 y decidió criarlos encerrados. En 1926, tenía 10.000. Fue la primera granja industrial de la historia, me contaba.

Casi un siglo después, el 99,9% de los pollos, el 97% de las gallinas, el 95% de los cerdos y el 78% de las vacas que se crían en su país salen de esas ‘fábricas’ de hacinamiento. Pero también casi un siglo después, hemos pasado por las ‘vacas locas’, la gripe aviar y la triquinosis. Sabemos que ya hace unos años el 30% de la huella humana en el planeta la causaba la ganadería (ScienceDirect), que consumió en menos de 10 años (entre 1996 y 2005) una cantidad de litros de agua potable impronunciable: 2.422.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 . Hoy serán más. De los bosques, la cuenta es un despropósito: 450 millones de hectáreas menos desde 1990 y el 80% en zonas como la Amazonia, donde hoy en donde había árboles hay vacas, dice la FAO.

@United Egg Producers

En un artículo en Ecologismo de Emergencia ya se dan muchos datos del impacto que supone el negocio de las macrogranjas a nivel ambiental en España. En contaminación de acuíferos, ríos, humedales o lagos, nitratos o emisiones atmosféricas. Y basta echar un vistazo para encontrar quienes están detrás: Greenpeace reveló no hace mucho que la mayor y más contaminante macro-granja de España (en Catillejar, Granada) es de la gran marca El Pozo y… ¡¡cría 651.000 lechones al año. No es muy distinto de lo que pasa con Intercalopsa (que proporciona los jamones a Mercadona) y su proyecto de macrogranja en Cuenca ni tampoco de la que Campofrío y Elausa pretendían levantar en la comarca palentina de la Vega-Valdavia. Desistieron ante las quejas generales, para indignación del promotor y alcalde del PP del pueblo vecino.

En este tipo de ‘industrias’, que no granjas, se ‘cría-fabrica’ una parte de la carne de ese pollo deshuesado que encontramos en el supermercado en bandejas plastificadas a 4,5 euros medio kilo; y ese el kilo de cerdo adobado que ronda los 4,6 euros o ese filete que sólo suelta agua por un poco más: 6,7 euros los 600 gr. ¿Es eso es democratizar el consumo, como hay quien argumenta? ¿Realmente pagamos el coste que nos está suponiendo? Y, por otro lado, ¡si con 500 gramos a la semana tenemos de sobra! Lo dice la OMS y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, que algo sabrán del tema…

Contenedores en puerto de la provincia de Zhejiang, en el este de China. @Xhinuanet

Menos he leído estos días sobre el destino final de la ‘gran tajada’ del negocio que emana de este territorio cada día más reseco y contaminado. Se exporta a China: los envíos de porcino, el ganado en el centro del huracán político, crecieron en más de 300.000 y 700.000 toneladas en 2019 y en 2020, respectivamente. Es un aumento de más del 100% . Y es que resulta que os 1.400 millones de chinos se quedaron sin cerdos por una epidemia de peste porcina que afectó a sus granjas y de la que ya se recupera el país asiático. ¿Qué pasará cuando los chinos ya no compren tanto? Pues yo lo veo venir: que los grandes agronegocios que han crecido al albur de ese excepcional evento hablarán de “grave crisis” del sector, ‘desastre’, ‘insostenibilidad’ y obtendrán más subvenciones de las que tienen para mantener ‘sine die’ su burbuja beneficios, en los que va empaquetada nuestra naturaleza. No hay más que ver lo que pasa con el descenso de las aves o la contaminación de aguas superficiales y acuíferos (Cuéllar, por ejemplo) o el insalubre aire que respiramos.

Por si ello fuera poco, esa carne de macrogranjas se alimenta a base de soja que nos llega en parte de Estados Unidos (1,7 millones de toneladas en 2017, de un país donde la soja es transgénica) y en otra gran proporción de dos países con deforestación galopante: en 2018, España compró 1,15 millones de toneladas de soja a Argentina y de ellos el 11% venía del Gran Chaco, un bosque seco en continuo retroceso por la deforestación, como denuncia la ONG Mongabay; al Brasil de Bolsonaro se compraron 2,4 millones de toneladas, el 31 % con sello de la Amazonía y el 10 % de la Mata Atlántica. Y son datos de la Confederación Española de Fabricantes de Alimentos Compuestos para Animales (Cesfac), que no duda en calificar esta soja como “sostenible” sin dar más explicaciones sobre qué significa ese adjetivo para ellos y cómo lo certifican en el terreno.

@Rosa M. Tristán

Aún andaba perpleja con las reacciones a este tema cárnico, que acertadamente está situando a cada cual en su sitio (ya sabemos que si nos hablan algunos de ODS hay que cogerlo con ‘pinzas’), cuando nos enteramos de que uno de los más importantes parques nacionales de Europa, el humedal de Doñana, está en el ‘punto de mira’ de los ‘tiros’ del mismo gran negocio agroalimentario. Otra novedad 2022 de las que quitan el hipo del susto. El gobierno andaluz, al que el medio ambiente le debe parecer un ‘atrezzo’ para que se muevan cazadores y poco más, quiere legalizar 1.400 hectáreas de cultivos de fresas y otros frutos rojos que llevan décadas esquilmando ilegalmente el acuífero de este lugar único en el mundo.

Hace muchos años que visité la zona con WWF y vi los pozos ilegales. Desde entonces se me atragantan las fresas de Huelva. Salvo las que llevan su certificado ‘eco’ y en su temporada de siempre, que aún sigue siendo la primavera. Doñana, así lo alertan científicos y ecologistas, está en grave riesgo por escasez de agua. Incluso tenemos ya una denuncia sobre el tema de la UE del pasado año. Entonces, ¿acaso no nos importa perder algo que es Patrimonio de la Humanidad? Porque esto no es cosa de ecologistas, es de todos, del mundo entero. ¿Y vamos a consentir que acabe como el Mar Menor, hecho una pocilga? Me da por pensar que igual en vez de millones de aves migratorias hay alguien ya está pensando en poner cerdos…

Enclave nuclear de Handfor. 200 millones de toneladas de residuos

Claro que a nivel internacional, también se me ponen los pelos de punta con algunas novedades de este 2022 de estreno. Resulta que para la Unión Europea, la energía nuclear ahora es “verde”. Que digo yo que este color pierde tono a pasos agigantados… Es un cambio de criterio que, por cierto, no se mencionó en la COP26 de noviembre. Que el ‘lobby’ nuclear iba a salir en danza como alternativa al gas y al petróleo, era de prever, pero que volviéramos a los 80 de un plumazo en este asunto tras un Chernóbil, un Fukushima y residuos radiactivos que se acumulan bajo tierra en Francia, Finlandia y con Alemania sin saber dónde meterlos, porque nadie los quiere de vecinos, no era de esperar. De hecho, aquí tampoco queremos cementerios nucleares, así que de momento nuestra porquería radiactiva anda concentrada en El Cabril y otra parte nos la llevamos a acumular a Francia, a un precio nada desdeñable.

He buscado datos y resulta que sólo en Estados Unidos se acumulan ya 80.000 toneladas métricas de basura radiactiva de sus 96 reactores nucleares. Y al parecer en condiciones más que discutibles para ser la primera potencia mundial . Mitch Jacoby, químico en EEUU, escribía para la Sociedad Científica de Química de su país, en 2020, que sólo en los depósitos subterráneos de Hanford (Washington) hay más de 200 millones de litros de estos desechos esperando ser procesados y que se sabe que un tercio de los 180 tanques de almacenamiento, muchos de los cuales han superado su ‘vida útil’, tienen fugas, contaminan el subsuelo y amenazan el cercano río Columbia. Otros 136 millones de litros del material esperan ser procesados en en otro lugar similar junto al río Savannah, en Carolina del Sur. Y todo ello es ‘verde’ para la UE, donde se calcula que hay otras 60.000 toneladas métricas de esta basura indestructible, sin contar lo que tenga Rusia.

Para remate final, en el año que comenzamos en manga corta, con temperaturas tan fuera de lugar en España que son penosas y con olas de calor desde Australia (¡¡51ºC han alcanzado estos días!!) a Argentina (hasta 43º), pasando por Senegal o Mali, resulta que las compañías aéreas nos informan de que van a volar sus aviones vacíos para no perder negocio, ni más ni menos que unos 18.000 vuelos fantasma en una sola compañía europea. Ello cuando acaba de terminar el año en el que alcanzamos una contaminación, a nivel global, de 414 ppm de CO2, que en el caso de España se acercan a las 420 ppm. Un momento perfecto para seguir llenando el cielo de una aviación que contribuye al 2% de las emisiones globales.

Si acaso, la única buena noticia que me ha llegado, según mi criterio, resulta que nos ‘la venden’ como un desastre. Me refiero a la bajada de la población en China, que según explican en un informativo televisivo es funesta porque “se frenaría su desarrollo económico”, es decir, su capacidad de producción. Que la población humana mundial pueda empezar a frenarse, y no por pandemias ni por desnutrición o miseria, sino porque a las familias, y especialmente a las mujeres, no les da la gana tener más hijos e hijas, me parece que es lo único que podría frenar tanto desaguisado planetario… Desde luego, todos podríamos vivir mejor (incluidos animales y plantas) si lo que redujéramos fueran nuestra ansia de tener más y más (y los ejemplos anteriores son un botón) pero creo que en 2022 no va a ser el caso…

Pero la rueda sigue y sigue…. y los negocios, bien gracias. Porque una vez que se consigue el premio de una bicoca de aumento de los beneficios estos se convierte en norma.

Y no me digan que los periodistas ambientales solo damos malas noticias.. ¡Nos lo ponen muy difícil!

La ‘quijotesca’ España rural se enfrenta a los molinos


Paisaje desde las almenas del Castillo de Olite (Navarra) este verano. @ROSA M. TRISTÁN

Hace casi un año, en noviembre de 2020, escribía en Ecologismo de Emergencia un artículo sobre la fórmula elegida para la expansión de la expansión de la energía eólica y fotovoltáica en el territorio español. Poco antes, había acabado la COP25, en Madrid, y si algo quedó claro es que íbamos de cabeza a un planeta caliente e inhabitable en muchas zonas por ir “muy lentos” en la necesaria transición hacia unos ‘combustibles’ que no cambiaran el clima planetario.

Desde entonces hemos vivido incendios devastadores en el Mediterráneo, en California, en Rusia… y sequías terribles en Madagascar o Etiopía mientras se han ahogado en inundaciones en China, Alemania o Guatemala.
La cuestión es: ¿Estamos haciendo bien esa imprescindible transición? ¿no hemos vuelto a repetir los errores del pasado para no mover un dedo por cambiar la causa última del cambio climático, que no es otra la dinámica de un motor de ‘desarrollo’ basado únicamente en el consumo de productos?


Basta salir a las zonas rurales para sentir que la transición energética se apodera de montes y llanos, que el horizonte es otro pero los atascos son los mismos, como lo son los miles de camiones que llevan las mercancías. Basta andar por los pueblos de Castilla, Cantabria, Navarra, Extremadura o Aragón para ver cómo se ha transformado el paisaje que sus habitantes vienen a reivindicar a Madrid este sábado, convocados por 170 organizaciones, casi todas locales o comarcales.


Luis Bolonio, portavoz de la plataforma Aliente que las agrupa, recordaba que el Plan Nacional Integral de Energía y Clima (PNIEC) del Gobierno indica que para 2030 debía haber una producción de 89 gigavatios ‘verdes’ pero que ya habría más de 200 GW en marcha, pese a lo cual se ha dado desde el verano luz verde a otros 17 proyectos nuevos. “Se está alimentando la especulación energética con grandes compañías que, al final, acaban amenazando hasta a los miembros del Gobierno, que ahora vemos que no son soberanos. Si juegas con tiburones, al final te muerden”, denuncia Bolonio.

En realidad, cuando se viaja los pueblos y se habla con sus gentes son muchos los testimonios que indican los fallos en este proceso. Lo he podido comprobar ‘in situ’ directamente. Más que informar sobre los polígonos eólicos o parques solares que van a instalarse, de sus impactos y sus ventajas, los pros y los contras, y de forma independiente para que participen en la decisión, todo indica que se les ocultan datos. Me recuerda a lo visto con grandes proyectos hidroeléctricos en países como Guatemala o Etiopía, donde las decisiones se toman al margen de los pueblos indígenas afectados. Aquí es la España vacía quien alza su voz.

Bolonio asegura tener pruebas de personas que son engañadas e incluso amenazadas con expropiaciones si no aceptan ceder sus terrenos para instalar eólicos o torres de salida de la energía generada. “Una oportunidad histórica como eran las renovables, la hemos convertido en un error histórico al no haber potenciado que se instalaran renovables en las casas, sobre los tejados, como autoconsumo, evitando así impactos en el medio natural y agrícola y lo que supone llevar la energía a larga distancia, ahorrando el 35% que se pierde en el camino y democratizando el sistema”.


En su opinión, se ha olvidado la ventaja que tanto energía eólica como fotovoltaica tienen de ser modulables para “escapar del poder que ejercen las grandes empresas en busca del beneficio a corto plazo” y se obvia que “no queda otra que decrecer para tener futuro”, entendido este decrecimiento no como algo negativo que nos lleve de vuelta a las cavernas, sino como una solución al exacerbado e insostenible nivel de consumo, y por tanto de energía necesaria, en el que vivimos inmersos. Incluso el comedido IPCC lo reconoce en su último informe: el crecimiento perpetuo que conlleva el capitalismo nos lleva al colapso.


“La transición requiere un orden lógico que pasa por rebajar el uso de energía, aumentar la eficiencia para no derrochar tanto y apostar por instalar energías renovables en zonas que ya están impactadas, porque no negamos la necesidad de instalar plantas eólicas o fotovoltáicas a gran escala, pero en zonas ya degradadas y que las decisiones sobre ellas sean democráticas, con participación ciudadana. Ahora, los municipios afectados se enteran por el BOE de turno de lo que les afectará y tienen 30 días para hacer alegaciones y si platean un recurso les cuesta entre 10.000 y 14.000 euros”, denuncia Bolonio.


Mapa con las zonas de sensibilidad ambiental para instalar energía eólica @MITECO

En realidad, no hay un mapa oficial que recoja todas las instalaciones y propuestas sobre la mesa, si bien si existe una zonificación realizada en el Ministerio de Transición Ecológica (MITECO) donde se especifican las zonas en las que el impacto ambiental sería muy elevado. Se excluyen zonas de alta biodiversidad que están protegidas, de impacto en poblaciones, áreas de paso como el Camino de Santiago o vías pecuarias, zonas de agua o inundables y zonas de impacto visual en el paisaje, si bien este último indicador no es excluyente, sino un impacto a ponderar. Es una zonificación orientativa y no obligatoria. “Lo que vemos son lugares destrozados y es verdad que la UE y los compromisos internacionales obligan a reducir emisiones, porque no somos negacionistas del cambio climático, pero lo que no se puede hacer es socializar impactos y centralizar beneficios. De los 400.000 millones de los fondos de la UE para la recuperación post-Covid, 70.000 millones son para autoconsumo, pero para potenciarlo hay que cambiar leyes y normativas porque tienen fallos graves”, asegura el portavoz de Aliente.


Hoy, explica, cualquiera que quiera instalar su propio sistema de autoconsumo en su casa, hace una inversión (unos 3.000 euros de media) pero tarda entre 10 y 12 meses en que su instalación sea reconocida, un tiempo en el que el usuario no puede utilizar esa energía, que se vierte a la red de una compañía distribuidora. “También el excedente que se produce al día debe ir a la red, aunque luego cuando lo necesite, le cobran tres veces más de lo que le han pagado”, denuncia Bolonio.


Conviene recordar al respecto, el informe que en mayo de año pasado hizo el Observatorio de la Sostenibilidad, poco antes de que estallara la burbuja renovable. Según este trabajo, en 2025 se podrían tener en España un millón de de tejados solares (17.603 hectáreas) que producirían 15.400 GWh, suficientes para abastecer a más de la sexta parte de la población (unos 7,5 millones de personas). Sus datos apuntan que, además, se crearían 15.532 empleos y se evitarían 4,2 millones de toneladas de CO2. Es una alternativa por la que han apostado en firme en Alemania, donde ya hay 1,4 millones de tejados solares, en Reino Unido con 800.000 o en Italia con 600.000. Aquí, en el país que vende sol y playa al resto del mundo, se calcula que hay unos 10.000. Incluso, recuerdan en Aliente, a los tejados podrían sumarse placas fotovoltaicas sobre todas las autopistas, que sumadas suponen otros muchos miles de hectáreas.


“El cambio climático está aquí y también la oportunidad de hacer las cosas bien, en lugar de generar malestar e incluso conflictos entre unos pueblos y otros porque unos reciben algunos beneficios y otros solo los impactos. Por ello reivindicamos un cambio de rumbo», concluye Bolonio.


Las cinco grandes ONG ambientales del país (WWF, SEO/BirdLife, Greenpeace, Ecologistas en Acción y Amigos de la Tierra recuerdan, en un comunicado conjunto que apoyan la transición energética, pero a la vez demandan una zonificación vinculante (no como la actual) que garantice que su desarrollo proteja la biodiversidad y ponga en el centro a las comunidades locales. Vender que se genera empleo ya ha quedado claro en muchos lugares que no es cierto, dado que el mantenimiento es muy especializado y requiere poca fuerza de trabajo.

A la voz de esa España vacía que llena su paisaje de infraestructuras, se han sumado además numerosas personas con mensajes de apoyo (Carlos Taibo, César Vea, David Serrano, Gustavo Duch, Javier Sierra, Jorge Reichmann, Joaquín Araujo, Luis Pastor, Marta Bordons, Odile Rodríguez de la Fuente o Yayo Herrero, entre otros.

Es urgente cambiar el sistema energético. Si no, es verdad, el cambio climático arramblará con todo, incluida la biodiversidad que ahora amenazan estos ‘molinos de viento’ contra los que batallan ‘quijotescos’ habitantes del mundo rural. Pero es urgente también apostar por otras vías, que existen, para que el impacto en nuestra rica naturaleza sea el menor posible, aunque las grandes compañías privadas se revuelvan y tengamos que adaptarnos, todos, a un modelo de vida mucho menos derrochador. Nos va en ello el futuro.

El veneno de los monocultivos, en el carro de la compra


Biodiversidad del maíz en Alta Verapaz, Guatemala… Ahora sólo nos venden del amarillo. @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Hubo un tiempo en el que la Tierra era tan biodiversa que varias especies de humanos la habitaban. Y así fue cientos de miles de años, hasta que en un pasado reciente quedó solo una y, tras un lento caminar, comenzó a domesticar cultivos. Los ‘sapiens’ cambiamos nuestra alimentación, comenzó a crecer nuestra población y sin pausa, y en el último siglo con prisa, llegamos a un nuevo ciclo en el que decidimos cambiar cada rincón del planeta: era un mundo de ‘recursos’ o, en su defecto, molestos seres vivos. En ese nuevo ciclo, el sistema creado no tiene como objetivo aquello que nos movió en nuestro pasado, COMER; de hecho, muchos cientos de millones de humanos no pueden garantizar su digna subsistencia. Nos movió, en realidad movió a unos pocos, obtener beneficios. Hoy, metidos en esa vorágine se arrasan selvas, se permite cazar impunemente cientos de lobos, se contaminan aguas de nitratos, se esquilman acuíferos de agua dulce y se socavan tierras en busca de minerales, que tampoco se comen.

Son tantos los impactos a diestro y siniestro que cada nueva investigación científica, deprime, y cada estudio de los impacto sociales que se generan, desesperan. Pero hay que saber, como me decía en una entrevista reciente el autor del libro “El planeta inhóspito’, David Wallace-Well. No podemos mirar a otro lado.

Campesinas de Kenia, cultivando té para exportar. Apenas subsisten con lo que ganan. |ROSA M. TRISTÁN

Campesinas de Kenia, cultivando té para exportar.  |ROSA M. TRISTÁN

Y precisamente ‘saber’ en profundidad es lo que movío a las tres periodistas que componen el equipo de Carro de Combate: Nazaret Castro (que vive en Argentina), Aurora Moreno (ha vivido en varios países de África) y Laura Villadiego (en Tailandia). Acaban de publicar con la editorial Akal un compendio de todo su trabajo bajo el título de “Los monocultivos que conquistaron el mundo”, un retrato de esa historia en la que un día dejamos de cultivar lo que nos daba la tierra que pisábamos para hacerlo a nivel industrial, de lo que venía de lejos, y así exportar lo que manda el ‘mercado’. Eso si, bajo ese argumento ‘paraguas’ de que aquello acabaría con el hambre en el mundo, tristemente irónico porque resulta que sigue habiendo hambre pero gran parte de esa comida ‘industrial’ (más de un 30%) va a la basura y otra gran parte a alimentar coches, no estómagos.

El libro de Nazaret, Aurora y Laura, que os recomiendo, se centra en tres de los cultivos más dañinos a nivel socioambiental: la caña de azúcar, la soja y la palma aceitera. Aportan muchos datos, y mucha historia, pero también numerosos testimonios de quienes padecen las consecuencias estos ‘mono-desastres’ de los que como consumidores no tenemos fácil escapar. “Ni siquiera los certificados de ecológico son completos si no incluyen el impacto social de usar mano de obra esclava o del cambio del uso del suelo”, como recordaba Laura.

Bien es cierto que da apuro demonizar lo poco que hay que se sale de la explotación más impune (léase, etiquetas que garantizan cierto nivel de sostenibilidad del consumo) pero los humanos somos especialistas en pensar más en el bolsillo que en las consecuencias, así que comparto la idea de que habría que mejorar un sistema para que calibre los impactos reales de los productos.

De lo que no hay duda, visto su exhaustivo trabajo de investigación, es que estos tres cultivos son tres graves problemas. Nazaret, que ha vivido en Brasil antes de llegar a Argentina, recordaba el día de la presentación que el 60% de los cultivos en el Cono Sur ya son de soja y un 90% de soja transgénica, es decir, que a su alrededor la biodiversidad de insectos y aves que comen insectos ha desaparecido… Los llaman ‘fitosanitarios’, explica Nazaret en su capítulo, pero son ‘agrotóxicos’ porque envenenan. ¿Y adónde va tanta soja? En realidad, va a alimentar al ganado (carne) cuyo consumo es cada día más exagerado y cuestionado, pero sin visos de cambiar pese a la alarma lanzada por el IPCC en su último informe. Y también va a alimentar vehículos, como biocombustible. “Pero no se exporta sola, con la soja Argentina exporta también agua, biodiversidad, nutrientes de la tierra…”, recordaba la periodista.

Lo mismo ocurre con la palma aceitera africana. Su cultivo se ha extendido por muchos países, como personalmente he podido ver en Ecuador (sobre todo en Esmeraldas), en Colombia (500.000 hectáreas hay ya en este país), en Guatemala (165.000 hectáreas)… Hoy está en casi todo lo que comemos y, además, se ‘vendió’ como un energía renovable, hasta que ocurrio lo que algunos predecían: un brutal aumento de la deforestación de bosques tropicales: Malasia e Indonesia son el gran ejemplo, pues producen el 86% del aceite de palma, pero también aumenta en Camerún. En los tres países, las selvas viajan en camiones para convertirse en plantaciones. En marzo de este mismo año, visto lo visto, la UE decidió poner medio-freno a las importaciones de este producto, pero no basta y su ‘plaga’ sigue extendiéndose a diestro y siniestro por el mapamundi.

Deforestación en Borneo @Forest News

Y qué decir de la caña de azúcar. Los ‘ingenios’ (así se llamaban las fábricas en las plantaciones decimonónicas) han generado capital desde los tiempos de las colonias europeas porque españoles, portugueses e ingleses enseguida vieron las ventajas de producir el preciado endulzante a precio de ganga con mano de obra esclava. Hoy, como señalan las autoras, es una ‘amarga dulzura’ porque es un monocultivo más en pocas manos y las condiciones de sus trabajadores siguen siendo de esclavismo. Da igual que sea en Latinoamérica o en Camboya, que de ese país también dan muchos detalles.

En todo caso, no es culpa del producto, como insisten Nazaret, Laura y Aurora. Es culpa de un sistema que premia la concentración de la producción y penaliza a los pequeños agricultores, en contra de lo que dicen los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de lo que se defiende desde el ámbito científico, de lo que viven en el terreno los líderes sociales y comunitarios, que pierden la vida y la libertad si se niegan a entrar en ‘la rueda’, de lo que denuncian infinidad de ONGs. No es culpa ni de una caña, ni de una palmera o ni de una planta con vainas.

Pero como consumidores debemos saber lo que esconden nuestros alimentos y por ello, ese libro de Carro de Combate es necesario. Y seguir apoyando su trabajo, también.

Libro editado por Foca (Akal)

 

 

La basura electrónica, alta tecnología que envenena


Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos acaban en el mar sin ningún tratamiento. |@ROSA M. TRISTÁN

Fiordo del sur de Groenlandia, donde los residuos eléctricos y electrónicos acaban en el mar Ártico sin ningún tipo de tratamiento. Asi lo ví hace un año. Y así sigue. |@ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Cuando hace un año estuve en Groenlandia hubo una imagen que me dejó tan impactada como su fascinante belleza. Junto a un fiordo espectacular se acumulaban toneladas de residuos: coches, bidones de combustible (cuyos restos fluían hacia el agua por el que navegaban los icebergs) y centenares de aparatos eléctricos (lavadoras, frigoríficos, planchas, ordenadores…) cuyos componentes ensuciaban la prístina majestuosidad del entorno. Casi 12 meses más tarde, conocí a la documentalista Cosima Dannonitzer, pues tuve la suerte de presentar su documental ‘Comprar, tirar, comprar’ sobre la obsolescencia programada en unas jornadas de Mediapro en el Matadero de Madrid. Allí me habló de su último trabajo, sobre el que conversamos en esta entrevista, y la imagen de aquel lugar hermoso y trágico me volvió a la mente.

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La voz de los indígenas quiere oírse en los bosques ‘sostenibles’


Un bosque tropical al norte de Vietnam, que se va río abajo...|ROSA M. TRISTÁN

Un bosque tropical al norte de Vietnam, que se va río abajo…|ROSA M. TRISTÁN

EN 20 AÑOS EL PLANETA HA PERDIDO EL 7% DE SUS ÁRBOLES:  ¿HACIA UN MUNDO SIN SOMBRA?

ROSA M. TRISTÁN (Sevilla)

Cuando los humanos salimos de África, cuentan los investigadores que los bosques escaseaban y la sequía se hacía dueña de buena parte del continente, así que, con muchos otros animales,  fuimos en busca de mejores territorios que habitar. La madera formaba parte de nuestra especie porque las ramas de los árboles servían para hacernos lanzas, o nos cobijaban de la lluvia, o nos calentaban en un fuego que logramos dominar. Hoy, sin embargo, prácticamente todos los bosques de la Tierra forman parte de un negocio que no sabe de fronteras  y que ha ido arrinconando a quienes nunca salieron de la frondosidad de su sombra: los pueblos indígenas del trópico.

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‘No vamos a tragar’ o el camino de vuelta al campo


ROSA M. TRISTÁN

Recuerda Gustavo Duch que con la globalización, la alimentación humana dejó de ser un derecho humano para convertirse en un negocio. Recuerda que más de 40 millones de hectáreas (la mitad de África) han cambiado de manos por no más de 100.000 millones de euros, y que los precios de la comida, y por tanto el hambre, no depende de la escasez o abundancia tanto como de la manipulación en los mercados. Que hoy muere más gente por comer mal que por no comer…. y entre unos y otros suman un tercio de la Humanidad.

Gustavo Duch, junto a la periodista Olga Rodríguez. |RMT

Gustavo Duch, junto a la periodista Olga Rodríguez. |RMT

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José Esquinas: «El hambre no es contagiosa, pero sí peligrosa»


ROSA M. TRISTÁN

Hace años que conocí a  José Esquinas. Entonces estaba en la Organización Mundial de la Alimentación y la Agricultura (FAO), tratando de evitar que el mundo perdiera biodiversidad alimentaria. Seguimos en ello desgraciadamente, pero mucho menos gracias a su trabajo. José Esquinas es ahora el único catedrático de Estudios contra el Hambre y la Pobreza que hay un España, un puesto que ocupa en la Universidad de Córdoba.

José Esquinas, catedrático de Estudios contra el Hambre.| Teresa Rodríguez

José Esquinas, catedrático de Estudios contra el Hambre.| Teresa Rodríguez

Es lo que hasta, antes de ayer, llamábamos primer mundo, frente a los que vivían al sur y llegaban a nuestras fronteras en busca de un futuro. Exactamente lo mismo que buscan hoy miles de españoles en el extranjero, los mejor formados, los más listos, los dispuestos a cambiar para mejorar. Y eso es todo lo contrario que bueno, pese a lo que hemos tenido que oír a una política, de esas que salieron un día elegidas para dirigir este país. 

Esquinas no ha sido elegido por nadie con votos democráticos, ni lo será nunca porque no es político, pero mantiene intacta su conexión con quienes peor lo están pasando. Por eso sabe que no hay futuro si seguimos consumiendo sin sentido, si no nos importa que nuestra ropa huela a muertos de Bangladesh, ni que nuestra comida viaje 10.000 kilómetros para acabar en el cubo de la basura. Y sobre todo si no cambiamos a una clase política que es incapaz de asomarse al balcón de su despacho para ver que pasa por ahí fuera, no sea que un hambriento le pida limosna.

De todo ello y mucho más me habló en la reciente entrevista que le hice para el periódico ESCUELA, que aquí comparto con vosotros…. «El hambre no es contagiosa, pero si peligrosa», asegura. El mensaje de un sabio que no debiera caer en saco roto.

AQUÍ VAN LOS LINKS. ABAJO LA ENTREVISTA ENTERA, PRIMERO, Y EL TEXTO DESPUÉS

Entrevista José Esquinas 1  

Entrevista José Esquinas 2

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El menú ‘atraganta’ a la Tierra


ROSA M. TRISTÁN

A la Tierra se le ha ‘atrangatado el menú que servimos a la mesa. Garbanzos, trigo, piensos, frutas, hasta los ajos vienen de regiones a miles de kilómetros de nuestros platos. ¿Podemos permitirnos el lujo de que un trago de vino viaje desde Chile hasta España en avión, que el de España viaje a Sudáfrica, que el de Sudáfrica se consuma en Londres? En la Hora del Planeta apagamos la luz durante 60 minutos en protesta por el calentamiento global que genera la contaminación por CO2. ¿Nos preguntamos luego de dónde viene nuestra comida’ ¿Cuál es su impacto? En este artículo en la revista MÍA de esta semana, podéis obtener algunas respuestas.

Al final he incluido el texto completo.

 

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La crisis no seca al sector ‘verde’


Nada más hay que ver las estanterías de los supermercados. No todos, desgraciadamente, pero si en muchos comienzan a tener presencia los productos de consumo ecológico. Es la economía ‘verde’, la única que parece crecer en estos tiempos de crisis. La Feria de Biolcultura, que estos días (del jueves 8 al domingo 11) se celebra en Madrid es un ejemplo de ello, como destaca su directora Ángeles Parra. Pese al coste de los stand y lo que supone trasladar personas y productos desde todos los rincones del país, un año más Biocultura ha aumentado el número de participantes en un 7%.

En esta España de ERES y cierres empresariales, cada semana se abre un pequeño negocio relacionado con el consumo y la producción ecológica y cada semana aumenta la cantidad de hectáreas dedicadas a producir hortalizas y frutas sin pesticidas ni otros contaminantes. En la presentación de la Feria se destacabaque somos líderes en cultivos ecológicos en toda la Unión Europea, y no se me ocurre ahora en qué otra cosa podemos seguir ahora siendo los primeros.

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