ROSA M. TRISTÁN
El ‘Niño dormido’ es en realidad “el niño amortajado” y ese hecho, que nos habla de una sensibilidad humana ancestral, del dolor por la pérdida de una criatura y de un cuidado esmerado a la hora de la muerte, es lo más fascinante de la historia de Mtoto, el pequeño de unos tres años que fue sepultado hace la friolera de 78.000 años en una cueva de Kenia. Su historia nos la ha descubierto el equipo de investigación del CENIEH (Centro Nacional de Evolución Humana) y de la Universidad Complutense de Madrid, en colaboración con otras muchas instituciones internacionales (30, ni más ni menos), todos bajo la batuta de una joven científica española. Y con ellos Mtoto ha hecho historia en la portada de Nature.
Tras haber conocido a lo largo de los años a los pueblos de cazadores-recolectores africanos, no resulta difícil recrear mentalmente la hipotética historia de Mtoto en la cueva Panga ya Saidi, al sur de Kenia y a escasos 15 kilómetros del Indico; es un espacio que, visto en las fotos, recuerda a la cueva Gran Dolina de Atapuerca, casi 100 m2 capaces de albergar a decenas de humanos desde la lejana Edad de Piedra Media, como se denomina una cultura africana que coincide con lo que en Europa es el Paleolítico Medio. El tiempo de los neandertales. Así, mientras a nuestro continente llegaban los primero sapiens con sus nuevas herramientas y adornos y pinturas, en el este de África moría Mtoto (el niño, en swajili) y sus allegados -¿sus padres quizás?- le hacían una fosa en el mismo lugar donde habitaban, comían, tallaban huesos, se pintaban de ocre, para tenerlo cerca de sus vidas. En su hogar.

Antes de proceder, tal y como me va describiendo sin disimulado entusiasmo María Martinón-Torres, directora de CENIEH y primera autora de este trabajo, aquellos seres primitivos que vestían pieles y tallaban piedras se esmeraron en colocar al hijo de lado, con las piernas encogidas, como si durmiera en posición fetal, y le colocaron debajo de la cabeza algo hecho de vegetales a modo de almohada, como si pretendieran su comodidad, incluso le envolvieron en una mortaja -quién sabe si hecha con la piel de un animal o con fibras de plantas que ya no existen- con un fin que no conocemos pero que podría ser para protegerlo, como también hicieron los mayas o los egipcios con sus muertos en dos civilizaciones muy posteriores que no llegaron a encontrarse. Alrededor no colocaron, o no nos ha llegado, ningún objeto que pudiera relacionarse con un símbolo, un ‘Excalibur’ que decenas de miles de años después nos indicara lo especial que era ese lugar.
Este enterramiento de un ‘sapiens’ no es que sea el más antiguo conocido, pues se sabe que los neandertales y los sapiens europeos de aquellos tiempos ya enterraban a sus bebés y niños muertos. Es más, en la Sima de los Huesos, hace casi medio millón de años, se ha documentado una fosa común, no excavada pero si intencionada de preneandertales y también se conoce desde 2015 otra en la cueva Rising Star de Sudáfrica -de la especie Homo nadeli, que podría tener 200.000 años- , pero el caso de Mtoto nos revela unas prácticas mortuorias que no se imaginaban en ese continente en tan lejanos tiempos, y además con niños, que morían con facilidad en torno a esos tres años, con el destete, como aún explican los antropólogos que ocurre en algunas étnias.

También se conocían algunos hallazgos que apuntaban a enterramientos de ‘criaturas sapiens’ africanas, aunque no están tan bien documentados. Es el caso del esqueleto de un niño recuperado en una grieta o pozo natural en Taramsa (Egipto) con unos 69.000 años o el que se encontró en la Cueva Border de Sudáfrica, allá por 1941, de hace unos 74.000 años. Pero entonces no se hicieron los trabajos de investigación que hoy son posibles y ya no se puede saber si sus huesos estaban articulados, es decir, en su sitio, o habían sido movidos.
LOS PALEO-DETECTIVES Y FORENSES
El estudio de Mtoto, a largo de tres años, ha sido minucioso hasta la extenuación. “Es un orgullo que la ciencia española esté liderando un trabajo como este; demuestra que el equipo de Atapuerca está en yacimientos de todo el mundo, una señal de que se han hecho bien las cosas, invirtiendo en nuevas generaciones de paleontólogos, arqueólogos y demás disciplinas”, destaca Martinón-Torres.
Vayamos al caso del amortajado. La cueva keniata que habitó se descubrió allá por 2010 como yacimiento paleontológico, un lugar relleno de sedimentos que alcanzan desde esa Edad de Piedra Media hasta hace sólo 500 años. Allí comenzó a trabajar un equipo del Instituto Max Plack de Ciencias de la Historia Humana (el proyecto Sealinks) junto a científicos del Museo Nacional de Kenia. Como en la Gran Dolina, hicieron en un sondeo de pocos metros para ver qué había debajo y allí en 2013 descubrieron algunos huesos y una ondulación extraña en la capa de sedimento. Aún tardarían cuatro años (2017) en saber que la onda registrada se debía a que se había cavado un agujero en el suelo, que se rellenó después con tierra de otra zona de la caverna. Ocultaba un conglomerado de frágiles huesos.
Como 78.000 años son muchos, al ir a sacar el esqueleto, los científicos alemanes y keniatas comprobaron que se desintegraba casi sin tocarlo, así que optaron por escayolarlo y llevarlo a un laboratorio. Descubrieron entonces dos dientes de leche y Michael D. Petraglia no dudó en contactar con la experta paleontóloga española del CENIEH. “Por supuesto le dije que estudiaríamos los dientes, pero también le comenté que en el CENIEH teníamos un laboratorio de restauración muy especializado y puntero a nivel mundial, así que al final Mtoto acabó en Burgos”, recuerda María.
Los equipos del CENIEH y de la Complutense, donde trabajan Juan Luis Arsuaga y Elena Santos, entraron en acción. La restauradora del CENIEH Pilar Fernández y Santos, que hizo la reconstrucción virtual con técnicas de tomografía computerizadas en 3D, iniciaron un lento trabajo de excavación en la pieza, reconstrucción digital, excavación, reconstrucción… que duró dos largos años. La historia de cómo el niño había enterrado y conformado el amasijo de huesos fue saliendo a la luz. “Participaron muchas técnicas y fue fantástico ver cómo todas las piezas encajaban en la hipótesis del enterramiento”, señala Martinón-Torres, que trabajó en los dientes con José María Bermúdez de Castro. No había ADN, aunque lo buscaron, pero si hallaron en los tejidos dentales pistas de que Mtoto de sexo masculino, usando el mismo método que permitió averiguar que “El chico de la Gran Dolina” en realidad era “Chica”.
Lentamente, cual detectives o forenses, desgranaron lo ocurrido en la fosa. Encontraron que todos los huesos estaban en el lugar que debían en caso de enterramiento, que tenía una postura deliberada, que la cabeza se apoyó en una almohada que desapareció con el tiempo, provocando que el cráneo rotara 90º, y que las costillas estaban desplazadas hacia dentro, lo que indica que el tórax estuvo envuelto en algo (la mortaja). “En definitiva, le dejaron allí con delicadeza y ternura. Y sepultado, como nos cuenta también el estado de los huesos, tan frágiles porque se enterraron frescos y experimentaron la putrefacción de las bacterias, huesos que tienen los rastros de los caracoles, los insectos… Los pasos tras la muerte”, explica la paleontóloga. Luego, los huecos entre los huesos (algunos como los fémures se hicieron polvo y ya no existen) se fueron rellenando de la tierra circundante.

Este duelo por el ser perdido ocurrió en tiempos de una cultura ‘sapiens’ que fue típica de esa zona de África en la que ya se usaban los pigmentos, las conchas perforadas como adorno, los huesos tallados… Y de todo ello hay muestras cerca de Mtoto, hoy convertido en la prueba de una pena que no fosiliza y que por tanto es difícil de probar, pese a que sabemos que nuestra especie tiene capacidad simbólica en África desde hace 320.000 años y especialmente desde hace 100.000. “Este entierro demuestra que la inhumación de muertos es una práctica compartida por las poblaciones que viven dentro y fuera de África durante el último período interglaciar”, indica el trabajo, que también nos descubre que la diversidad humana viene de muy lejos, de un proceso complejo y regionalmente diverso.
Las primeras apariciones conocidas de un conjunto de innovaciones humanas modernas relacionadas con la tecnología, la organización social, el simbolismo y explotación del paisaje y los recursos ocurrió en África en el periodo que corresponde a la vida del pequeño Mtoto. También, ahora sabemos que los comportamientos mortuorios no eran por cuestiones prácticas, como evitar atraer a carrroñeros o de limpiar la zona habitada. Habrá que esperar para ver si es el único amortajado o hay cuando de excave toda la superficie de la cueva.
La precisión de la reconstrucción en 3D de Elena Santos y Jorge González merece una mención especial porque ellos nos han traído al niño dormido, nos han permitido intuir cómo era su rostro, acercarnos a su vida, lo que sin duda ha facilitado esa gran portada.
Mtoto descansa ya de vuelta en Kenia, y me cuenta María que está en el Museo de Nairobi junto a otros famosos paleo-protagonistas de nuestra remota historia de primates. Con el ergaster Niño de Turkana, el Paronthropus Cascanueces, el cráneo del ‘habilis’ al que llamaron Cenicienta… Pero de ellos, Mtoto es el único que tuvo una tumba .