Manifiesto de la otra gente: «Hay que poner fin a la guerra contra la naturaleza»


Más de 60 personas del mundo cultural, científico y del periodismo firman un manifiesto en defensa de un medio ambiente en el que se respeten los derechos de todos los seres vivos del planeta

ROSA M. TRISTÁN

El «Manifiesto de la otra gente» surgió por iniciativa del escritor Manuel Rivas y el divulgador y naturalista Antonio Sandoval, que hicieron una primera lectura del mismo en el pasado ‘Festival Eñe’ celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A raíz de ese evento, se creó un grupo en el que compartir novedades que aúnen la defensa de la naturaleza con diferentes expresiones culturales y se abrió el manifiesto a la firma de numerosas personalidades del mundo de la cultura (sigue abierto a nuevas adhesiones). Abajo se adjuntan todos los firmantes.

MANIFIESTO DE LA OTRA GENTE

Vivimos un tiempo de emergencia planetaria. Hay que poner fin a la guerra contra la naturaleza. Poner fin a los procesos de extinción. Acabar con los asesinatos ecológicos en masa contra la Otra Gente. Tenemos que establecer un nuevo contrato con la naturaleza, un contrato de reconciliación.

Es hora de descolonizar y desesclavizar nuestra mente. El respeto a la Otra Gente, a la naturaleza, es también nuestra emancipación. Sin la biodiversidad no habrá lugar para el ser humano en la Tierra.

Frente al fanatismo de la sobreexplotación ilimitada debemos abrir paso a un decrecimiento, entendido como una nueva abundancia. Abundancia en el bienestar de y con la naturaleza. Tenemos que renaturalizarnos para reencantarnos con la madre tierra.

Llegó el momento de pensar en ampliar los derechos de la Otra Gente y extender de forma universal leyes que la defiendan frente a todo tipo de ecocidio.

Hay que actuar. El primer paso, la primera revolución, es comenzar a escuchar las voces de la Otra Gente.

Firman:

María Aguilera, escritora, profesora; Marilar Aleixandre, escritora,
naturalista; Pep Amengual, biólogo; Lois Alcayde Dans, escritor,
xornalista; Rosa Aneiros, escritora; Manuel Bragado, mestre Educación
primaria; Guillermo Busutil, escritor, periodista; José Antonio Caride,
catedrático de universidad; Nati Comas, editora; Carlos de Hita, técnico
de sonido de la naturaleza; Miguel de Lira, actor; Marta del Riego Anta,
escritora, periodista; Mercedes Corbillón, librera; Xosé Diaz Arias de
Castro
, deseñador; Ernesto Diaz, naturalista; Alfonso Domingo, escritor,
cineasta; Michael Donaldson Carbon, gestor público; Pepe Fermoso,
empresario de turismo ecolóxico, profesional da comunicación; Elisenda
Figueras Llavería
, promotora cultural; Xosé A. Fraga, historiador,
divulgador da ciència; José Antonio Gaciño, periodista; Pablo Gallego
Picard
, arquitecto; Unai García Martínez, ingeniero mediambiental;
Txema García Paredes, escritor, periodista; Menchu Lamas, pintora;
Lola Larumbe, librera; Rafael Lema Mouzo, escritor, investigador,
hostaleiro; Suso Lista, escritor; Ignacio López Blanco, músico, productor,
técnico de son e luces; Isabel López Mariño, docente; Xulio López
Valcárcel
, escritor; Brais Lorenzo, fotoxornalista; Ada Lloréns,
arquitecta, urbanista y paisajista; Rosa M. Tristán, escritora, periodista;
Sol Mariño, fotógrafa e poeta; José Manuel Marraco, abogado; Gabi
Martínez
, escritor; Carolina Martínez Gila, gestora cultural; Antón
Masa
, biólogo e investigador; Xacobe Meléndrez, fotógrafo,
videocreador, meteorólogo; Javier Morales, escritor, periodista; Cláudia
Morán Mat
o, xornalista; Ramón Nicolás, profesor, escritor; Javier
Nave
s, biólogo e investigador; Olga Novo, escritora, docente; Antía
Otero, escritora, editora; Mario Obrero, poeta; César-Javier Palacios,
periodista ambiental; Antón Patiño, pintor; Mercedes Peón Mosteiro,
música, compositora, instrumentista; Xosé Manuel Pereiro, xornalista e
escritor; Héctor Pose, docente, escritor; Manuel Rivas, escritor,
periodista; Olga Rodríguez Francisco, escritora, periodista, guionista;
Xesús Ron, dramaturgo, grupo Chévere; Mónica Sabatiello, escritora,
periodista; Ramón Rozas Domínguez, xornalista cultural; Rafa Ruiz,
periodista, director ‘El Asombrario’; María Sánchez, veterinaria, escritora,
José Manuel Sande, escritor e programador cinematográfico; Antonio
Sandoval
, escritor, ornitólogo; Dores Tembrás, escritora, editora; Ruth
Toledano
, escritora, periodista, directora ‘El Caballo de Nietzsche’; Xurxo
Souto
, músico, escritor; Begoña Varela Bárcenas, libreira; Xavier
Villaverde
, director cinematográfico, productor, guionista, fotógrafo;
Yolanda Virseda, profesora, periodista.

África: una bomba de gas y petróleo estalla en el continente


Ballena en Hermanus (costa sur de Sudáfrica) donde se extraerá gas natural.

ROSA M. TRISTÁN

A pocas semanas del comienzo de la próxima Cumbre del Clima que este año tendrá lugar en África, en concreto en Egipto, ni el contexto internacional político ni económico resultan alentadores de cara a sus resultados. Mientras que la ciencia nos dice cómo el cambio climático está dañando la salud de millones de especies, también la humana, y ésta con más ahínco en el continente donde evolucionó, al mismo tiempo proliferan los proyectos que alientan la extracción de combustibles fósiles en ese mismo lugar. Se calcula que sólo los nuevos proyectos de gas natural africano tienen un valor de 400.000 millones de dólares, en clara lo contradicción con la meta de no superar un calentamiento global de 1,5º C a final de siglo. Lo financian y explotan empresas del hemisferio norte y también en los últimos años de China y la India.

El último gran proyecto en las aguas de Sudáfrica ha hecho saltar nuevas alarmas. La empresa francesa ‘TotalEnergies’ –la misma que tiene a sus trabajadores nacionales en huelga por bajos salarios- ha solicitado en septiembre licencia para explotar dos grandes yacimientos de gas en aguas de este país con hasta 1.000 millones de barriles de petróleo.  TotalEnergies planea invertir 3.000 millones de dólares para comenzar a trabajar en una gran área oceánica donde, según las organizaciones ambientales, hay una espectacular biodiversidad marina. “Se haría –denuncian los ambientalistas- a expensas de la vida silvestre y de los medios de subsistencia de los pescadores a pequeña escala de la zona”.

El negocio a la vista se centra en dos bloques, los yacimientos de Brulpadda y Luiperd, que fueron descubiertos entre 2019 y 2020, justo en un lugar que es de paso de grandes ballenas –son fáciles de observar desde la playa de Hermanus, como he comprobado personalmente-, gigantescos tiburones blancos de hasta cuatro metros de largo, miles de focas y leones marinos, orcas y también pingüinos que viajan hasta allí desde la no lejana Antártida.  No es la primera vez que esta empresa europea se ve envuelta en polémicas: la misma compañía construye el mayor oleoducto del mundo desde el Lago Alberto (Uganda-Congo), en el corazón del continente hasta el Indico, 1.440 kilómetros de tubería que atravesará zonas de gran riqueza de vida salvaje y humana y se llama EACOP. Por allí fluirán 1.700 millones de barriles de petróleo fuera de África. También es la misma compañía que ha trabajado, hasta hace unas semanas, en la extracción de gas costero de Cabo Delgado (Mozambique), provocando miles de desplazamientos en la región.

Ahora, para intentar frenar la extracción de esta nueva gran ‘bolsa’ de CO2 sudafricana, se ha lanzando la campaña internacional #OceanTotalDestruction, a la que se han sumado ya dos ganadoras premio ambiental Goldman, Liziwe McDaid (de la organización The Green Connection) y Claire Nouvian (de BLOOM). McDaid ha calificado el proyecto de “fraude” porque “intenta hacer ver que el cambio del carbón al gas como una transición de energía verde para África” pese a que la petrolera, que había renunciado en 2021 a esta explotación, la ha retomado en el contexto de la crisis energética en Europa.  ¿De verdad su destino es la población africana? Además, recuerda que la Agencia Internacional de la Energía  dijo que “más allá de los proyectos ya comprometidos a partir de 2021”, no habría más nuevos”. Pero eso fue antes de la guerra en Ucrania y el corte de suministro ruso, cuando gas aún no era ‘verde’ para la UE.

En realidad, este nuevo operativo de TotalEnergie en Sudáfrica es uno más de los muchos en ciernes encaminados a saciar el mercado de combustibles fósiles. Entre los más importantes, los también nuevos yacimientos de Zimbabue y Costa de Marfil, el aumento de extracción de petróleo en Nigeria, el del gas en Mozambique, la exploración del petróleo en el Okavango, la extracción de gas y petróleo frente a la costa de Mauritania y Senegal (en el ultimo caso explotado por la británica BP y Kosmo Energy de EEUU). De hecho, en el Foro Empresarial de la Energía en África, celebrado el pasado verano, se argumentaba que aprovechar esos recursos son el camino para acabar “con la pobreza energética” del continente,  si bien la mayor parte de esa energía contaminante se va fuera del continente gracias a infraestructuras (como los oleoductos) que siempre acaban en un puerto donde embarcarla.

Mapa de campos gasístico en Sudáfrica

Desde la plataforma Africa Climate Justice, que agrupa a numerosas organizaciones de su sociedad civil, se argumenta que en realidad “los únicos ganadores serán los países ricos y las corporaciones transnacionales que buscan obtener grandes ganancias”. A nivel global, el colectivo ya ha contabilizado 195 gigantescos proyectos petroleros, que producirán 646 gigatoneladas de CO2, unas cifras incompatibles con el Acuerdo de París de 2015 y con los compromisos nacionales posteriores. Y recuerdan que el riesgo en África no es un horizonte. Es hoy.

Sólo en este año, por el continente ha pasado el ciclón Batsirai, que desplazó a 150.000 personas en Madagascar en febrero (impacto agravando los efectos de la peor sequía en 40 años); la  llamada “bomba de lluvia de Durban”, que en abril destruyó miles de casas en KwaZulu-Natal (Sudáfrica); el aumento de las tormentas de polvo en el Sahel; y una escasez de lluvias que tiene a  14 millones de personas del Cuerno de África en riesgo de hambruna. morir de hambre. Estos desastres que tienen su origen en el cambio climático, no sólo socavan la seguridad alimentaria de cientos de millones de personas, sino que alimentan la violencia.

No lo dicen sólo activistas y científicos del ramo ambiental. El pasado 19 de octubre, más de 250 revistas de salud de todo el mundo publicaron de forma simultánea un editorial en el que se instaban a los líderes mundiales a hacer justicia climática por África en la COP27. Entre otras, The BMJ, The Lancet, el New England Journal of Medicine, el National Medical Journal of India y el Medical Journal of Australia.

Los autores afirman que el cambio climático tiene “efectos devastadores” en la salud de los africanos.  Hablan de 1,7 millones de muertes al año por unas condiciones meteorológicas que han cambiado el clima y la ecología, generando catástrofes y aumentando la presencia de malaria, dengue, ébola… Calculan que la crisis climática ha arramblado con un tercio del PIB en los países más vulnerables  y alertan de que mirar a otro lado sólo causará inestabilidad en otros continentes. “Llegar al objetivo de 100.000 millones de dólares anuales de financiación para el clima es ahora globalmente crítico si queremos prevenir los riesgos sistémicos de dejar a estas sociedades en crisis”, aseguran. Y aún así, explican, no bastará con ese dinro ya prometido en el pasado y no cumplido, sino que harán falta recursos adicionales para compensar las pérdidas y los daños, porque si se gasta el dinero en reconstruirse,  no lo habrá para prepararse en evitar el desastre. “Si hasta ahora no se han dejado convencer por los argumentos morales, es de esperar que ahora prevalezca su propio interés”, concluyen.

El oleoducto Eacop a su paso por Kenia. @OilNewsAfrica

Todo indica que en  la próxima COP27 se hablará más de la vulnerabilidad climática de África y de la llamada “transición justa” a energías limpias y que ocurrirá a la vez que aumenta la presión por conseguir nuevos yacimientos de ‘energía sucia’ , incluso en lugares de ese continente que son reductos de una biodiversidad irrecuperable.

Africa Climate Justice lo califica de “hipocresía climática” en países ricos que buscan sus emisiones “cero neto” compensando su contaminación con bonos de carbono y soluciones de geoingeniería, mientras siguen financiando la extracción de combustibles fósiles bajo la tierra y el océano africanos , sin respetar los derechos de los pueblos indígenas y campesinos que viven en lugares como Cabo Delgado (Mozambique), el Okavango en Namibia, la costa sudafricana, la de Senegal o en las comunidades afectadas por el nuevo gaseoducto EACOP que cruzará el este del continente.

África se juega mucho con el clima. Pero la COP27 africana huele mucho al CO2 que se está desenterrando en el continente por parte de grandes empresas, muchas del norte, mientras su población, desprotegida y muy vulnerable, vive con esa “bomba” sobre sus cabezas. COP27 es una oportunidad para desactivarla o al menos reducir los impactos de la explosión saldando la cuenta de la injusticia climática.

Un Starmus Festival «marciano», marcado por la crisis climática en la Tierra


ROSA M. TRISTÁN

Entrega de la Medalla Stephen Hawking de las artes a Brian May

Cuando el músico Rick Wakeman, que marcó la historia de la música con el grupo Yes, anunció la concesión de la Medalla Stephen Hawking de las Artes a Brian May, guitarrista de Queen, el auditorio del Sport and Concert Center en Yerevan (Armenia) explotó en aplausos mientras el músico subía al escenario. Poco después, fueron premiadas la primatóloga Jane Goodall, que se llevó la medalla a la  trayectoria científica -no pudo estar presente pero si envió un vídeo-, la escritora americana Diana Ackerman y la NASA TV, en la categoría de cine. La entrega de estos galardones era uno de los momentos más esperados de un evento que, hasta el día 10, ha logrado reunir en la ciudad a un espectacular grupo de científicos, entre ellos casi una decena de premios Nobel, astronautas y músicos. Es la sexta edición del Starmus Festival, nacido en España y ahora repetido por todo el mundo.

El festival, que este año se dedica a conmemorar los 50 años del envío de una primera nave a Marte, en realidad ha comenzado con el foco más puesto en la Tierra que en otros planetas. Prácticamente todos los participantes, hasta el momento de esta crónica, han hecho referencia a la situación a la que los seres humanos estamos llevando a nuestra ‘casa’ debido al cambio climático que hemos provocado con nuestra actividad en el último siglo. Con diferentes enfoques, desde microbiólogos a físicos, pasando por climatólogos y artistas, tienen muy presente la urgencia que tenemos en actuar para solucionar este problema.

Para empezar, el propio Brian May, gran apoyo del astrofísico Garik Israelian para la organización  del Starmus Festival desde 2011. “El mundo camina en la dirección equivocada y debemos llamar la atención sobre ello porque estamos dejando un terrible impacto y si dejáramos de pensar tanto en nosotros y pensáramos en la humanidad tendríamos un mundo mucho mejor”,  declaraba en una rueda de prensa.

En la misma línea han intervenido los primeros científicos que se han podido escuchar en unas sesiones a las que están acudiendo miles de personas, muchas de ellas jóvenes, que no han querido perderse la ocasión de ver a sus ídolos musicales y acercarse a escuchar a astronautas como Charlie Duke, de la misiones Apolo a la Luna, Chris Hadfiel , que fue comandante de la Estación Espacial Internacional, o Garrett Reisman, que viajó en tres transbordadores distintos (el Discovery, el Atlantis y el Endeavour) y ahora se ha unido a la compañía privada de Elon Musk, SpaceX, y ya sueña con millones de humanos viajando por el espacio.

Uno de los más incisivos respecto a la crisis climática ha sido el científico y divulgador británico Chris Rapley, que fue responsable del Programa Antártico Británico durante nueve años y presidente del comité científico antártico SCAR. Rapley  recordaba a la audiencia los riesgos a los que nos enfrentamos en la Tierra porque, señalaba, “el cerebro humano es muy complejo pero ha evolucionado para vivir el instante y eso es una barrera que debemos romper, pues tenemos la creatividad suficiente como para poner en marcha soluciones”. “Estamos atascados y los medios de comunicación tienen que hacer más para ayudar a salir de ese atasco”, señalaba en una declaraciones antes de su conferencia.

También la microbióloga y Nobel francesa Emmanuelle Chanpertier, Nobel de Química en 2020, se ha referido al reto que suponen las bacterias en un mundo que se calienta y en el que, por un lado, pueden surgir nuevas infecciones y, por otro, hay que adaptarse. En este sentido, explicó cómo el mecanismo que descubrió para editar genomas de seres vivos –lo hizo con una bacteria, pero es extrapolable a otros organismos- puede ayudar, acelerando un proceso que ya se da en la naturaleza, a adaptarse a un planeta con unas condiciones climáticas distintas, que es a lo que nos enfrentamos.

Y aunque la primatóloga Jane Goodall no ha podido estar en Yerevan, si que envió un emotivo mensaje en el que, además de agradecer la medalla, hizo hincapié en la importancia de recordar que no estamos solos en la Tierra, sino que nos acompañan otras especies a las que debemos proteger, algo que no estamos haciendo.

La exploración astronómica, como no puede ser menos, es otro eje fundamental del encuentro. Como me contaba  la astrofísica y directora del Centro Carl Sagan Lisa Kaltenegger, “conocer otros mundos nos ayuda también a conocer el nuestro, sobre todo, a saber cómo va a evolucionar la Tierra en el futuro” . Poco después o se anunciaba a nivel internacional que había sido encontrado otro exoplaneta –ya van más de 5.000 desde que Michel Mayor y Didier Queroz encontraron el primero-, en cuya búsqueda ha participado Kaltenegger, un astro que está en una lejana estrella a unos 100 años luz  -bautizado como Speeculoos 2- y que podría tener respuestas que nos ayuden a saber cómo una ‘ Tierra’ se va convirtiendo en un planeta ‘Venus’ . Por cierto, Mayor también está en Yerevan.

Imposible no mencionar que todo ello tiene lugar entre conciertos de música en los que miles de personas disfrutan de actuaciones de Brian May, Rick Wakeman, el armenio Trigran Hamasian o el grupo Sons of Apollo con el guitarrista Ron «Bumblefoot” (en el pasado en Gun’s and Roses).

El fundador y promotor del Starmus, sin embargo, destacaba de todo el programa las actividades paralelas que se desarrollan en las universidades armenias y en las calles de la capital . “Esta es la gran novedad del Starmus en Armenia, un país al que hace tiempo soñaba con traer el festival  y gracias al apoyo oficial conseguido ha sido posible. Que más de 100.000 personas, al final, participen en alguna parte del programa de Starmus va a ser un gran éxito que nos anima a seguir ya preparando nuevas ediciones”, nos comentaba.

El cóctel explosivo de la ceguera climática


Atardecer en Castilla @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Este verano estamos asistiendo a una debacle ambiental, política y social de proporciones inconmensurables si hablamos en términos ambientales. Tanto es así, que al intentar hacer balance una no sabe por donde empezar. Más de 200.000 hectáreas quemadas –empiezo por los incendios forestales- en un país mediterráneo en ya acelerado proceso de desertificación debiera bastar para que todo el mundo se pusiera manos a la obra para que tamaña barbarie no se repita. Si sumamos la sequía, la falta de agua para beber en muchos pueblos, el agua del mar a 30º, augurando ‘Danas’ otoñales… Este cóctel explosivo debiera ser suficiente para crear un consejo de expertos y expertas, científicos a poder ser, a nivel nacional (un IPCC pero al que se haga más caso) que pusiera datos y realidades sobre las causas, las medidas para prevenirlas más certeras en cada lugar y qué hacer después para no seguir en próximos año, en la medida de lo posible, en la misma debacle.

Sin embargo, atónita, veo cómo en lugar de esos análisis y de aumentar la conciencia ciudadana con continuas “asambleas climáticas” (sólo hemos hecho una, y muy menor), algunos medios ponen el micrófono a cualquiera en un pueblo para que suelte una barbaridad que se hace viral, resulta que consejeros y otros políticos, responsables de los territorios más masacrados en la península, pero absolutamente irresponsables en sus declaraciones, la repiten cual mantra . A saber: que los ecologistas y ambientalistas, que ahora más que nunca se basan en datos científicos, son los culpables de los incendios forestales, que el cambio climático no mata o que es normal que haya calor (44,9ºC en Orihuela el 4 de julio). Y todo así, a bocarrajo.

En el caso de los incendios que nos abrasan el ánimo, ahora resulta que alertar desde hace décadas de lo que iba a pasar –y está pasando- te convierte en incendiario, culpable del estado de unos bosques que resulta que es evidente que están resecos porque no llueve, porque además hace un calor insoportable y porque, como bosques que son, tienen sus arbustos, sus maderos viejos de los que comen cientos de bichos, su capa de humus… y lo que no tienen son la ganadería extensiva (ovejas, principalmente) que limpiaban amplias zona, que no todas.

@Tve

Pero también se olvida que si arden es porque, salvo rayo mediante, en un momento de extrema emergencia climática, hay detrás manos humanas que lo provocan, adrede –lo que ya es de traca- o por obra y gracia de lo que algunos llaman errores no intencionados y debieran ser delitos, imprudentes en muchos en esos pueblos donde hay aún gente que no sabe, o no quiere enterarse, de que el clima ha cambiado y sus ‘tradiciones agrícolas’ no pueden seguir como antes. Es verdad que nuestra España rural se vacía –tampoco es que lo pongan fácil a los recién llegados que quieren quedarse y mejorar cosas, a decir verdad- pero los que hay deben saber que cosechar  a mediodía con 40º C es delito y quemar rastrojos o basuras en ola de calor y tirar fuegos artificiales en fiestas del verano. Idealizar a los humanos por el lugar donde viven me parece de un desconocimiento supino de los pueblos.

El Retiro el domingo 24 de julio, la parte al sol era la permitida para caminar. Los paseantes, infriendo la «norma». @Rosa M. Tristán

Claro que tampoco vamos a pedir peras al olmo, porque si en los pueblos no se enteran de lo que está pasando, en las urbes menos… Que ahí tenemos a alcaldes de pro, elegidos por los urbanitas, como los de Madrid, cerrando parques y sombras y ‘reconstruyendo’ plazas de hormigón –barbacoas humanas, las he bautizado- porque el verde sólo vale si es pintado o en césped de plástico (veasé la Plaza de España de la capital), que a ver si lo vegetal hace daño… Y también tenemos los aires acondicionados a todo trapo en centros comerciales y oficinas donde hay que entrar con rebequita, no sea que del resfriado tengamos mocos y nos entre la paranoia de que es COVID. Y, por supuesto, en las urbes regamos a los que se sientan en las terrazas como si fueran tiestos, con un sistema que requiere consumo de energía continuo y no renovable, eso si, no tanta como la que gastamos en invierno en calentarles con estufas, facilitando en ‘calentamiento climático corpóreo’ en vena.

Todo esto está pasando mientras en España hemos duplicado ya con creces el calentamiento de 2ºC de media que el planeta quería –y lo pongo en pasado- evitar a finales de siglo. Orihuela se lleva la palma, pero las temperaturas récord han proliferado al mismo ritmo que los embalses se han vaciado (y aún he visto cultivos regándose en plena Castilla de secano). Como decía certeramente Fernando Valladares, igual es el verano más fresquito que tendremos en nuestra vida, pero está claro que “no miramos arriba” porque asusta y es mejor seguir ciegos.

Hay que decir que en Europa la cosa no va mejor: también arde Italia y Francia y Grecia y Alemania… mientras en la UE ‘resucitamos’ el carbón como combustible, que es la mejor forma de que salte por los aires el afamado Acuerdo de Paris de 2015, y llamamos «verde» a lo que era negro: el gas; o azul fosforito: las nucleares.

Por cierto, también en California el entorno del maravilloso Parque Nacional de Yosemite (¿sabes que es el segundo creado en el mundo, en 1890?)

Y ¿qué decir de África, donde casi nadie tiene coche, ni hay industrias ni aires acondicionados? Poco se habla estos días de que el Cuerno de África está sufriendo su peor sequía en 40 años, como alertaba el pasado 25 de julio la agencia humanitaria de la ONU. Alerta que cae en oídos sordos, por cierto, aunque haya ya 18,7 millones (18.700.000) de seres humanos en riesgo de severa desnutrición. Los muertos, ni se sabe, pero el millar que se calcula que ya tenemos en España por el calor son una gota. En todo caso, no nos preocupemos, que si los africanos subsaharianos osan acercarse a nuestras fronteras, ya los echamos a patadas, que ya se encarga Marruecos de acusarles de traficantes o abandonarlos en el desierto.

Isla Rey Jorge este mes. Foto de investigadores chilenos @Antarctica_cl

¿Y si miramos a los hielos? Malas noticias… El Ártico, un verano más, presenta un panorama terrible. A mediados de julio en Groenlandia perdió, en sólo tres días (del 15 al 17) 18.000 millones de toneladas de hielo, casi lo mismo que en una semana en 2021 en un área de un millón de kms cuadrados (el doble que la Península Ibérica). En la Península Antártica, científicos chilenos informan de que el pasado 17 de julio, en pleno invierno antártico, tenían 10ºC en Base Esperanza, 15ºC más de lo esperable en esa fecha debido a llegada de masas de aire cálidas.

Avalancha en los Alpes.

De las cordilleras, casi da miedo hablar. Los Alpes, los mayores glaciares de Europa, con grandes avalanchas que causan muertos, refugios ya inaccesibles por las grietas que ha dejado el deshielo; los Andes, tras un inicio seco del invierno austral, ahora parece que comienza a nevar, aunque han perdido ya el 30% de su masa glaciar. En el Himalaya cuentan los últimos estudios que se han secado el 50% de las cascadas y la estación meteorológica South Col detectó el pasado día 21 de julio un récord inimaginable hace nada: una temperatura máxima de -1,5º C a una altitud de 7.945 metros en el mismísimo Everest.

Con todo lo anterior, hay que escuchar que la culpa es de los ecologistas porque, claro, es mucho más fácil acusar a los activistas ambientales (como ya se hace también con las feministas) que al sistema económico tal como está estructurado, igual que más fácil acusar al lobo que a la gran superficie o a la macrogranja que exprime a los ganaderos o, por qué no, a las grandes compañías que estos días nos sonrojan con sus dividendos.

Y para terminar el repaso, reconozco que me va corroyendo el convencimiento de que esto no se arregla con acuerdos internacionales vendidos con muchas alaracas que luego acaban en la basura, por desgracia. Quizás si acabe con una catástrofe a paso lento en la que saldrán perdiendo los de siempre: los pobres.  Aún con esa amenaza delante, sigo creyendo en la apuesta por las renovables, porque no queda otra, porque el humano evolucionó aprendiendo a ser eficiente con la energía y en el camino lo olvidamos; eso si,  serán útiles si logramos que el decrecimiento del consumo sea visto como oportunidad y no como un cataclismo. Y confío en las iniciativas de grupos humanos que no están sujetos a los vaivenes del poder, como tantos políticos, sin olvidar que son elegidos por mayorías. Y sugiero que habrá que dedicar nuestra inmensa creatividad tecnológica no tanto a nuevos móviles (ya no se qué más pueden hacer) como a mejorar el reciclaje de unos materiales terrestres que no podemos seguir expoliando infinitamente, y menos a costa de masacrar pueblos ajenos.

Mi generación ha destrozado la biosfera de un  planeta entero en 60 años.

Si hay responsables lo somos todos. Culpar a los que nos avisaban es, cuando menos, mezquino.

La pandemia del COVID-19 pone en ‘jaque’ a la ciencia en la Antártida


Un brote de COVID-19 a bordo del buque Hespérides le obliga a regresar a Argentina cuando llevaba ocho proyectos a bordo en una campaña que ha afectado a Brasil, Bélgica, EEUU, Uruguay, Rusia, Argentina y a turistas.

El Hesperides en Caleta Cierva (Península Antártica) @Armada

ROSA M. TRISTÁN

“Aquí estamos, en burbuja, encuarentenados” . El mensaje fue enviado hace pocos días desde Punta Arenas (Chile) por la científica polar española Carlota Escutia, que llevaba meses preparando el viaje a la Antártica con su proyecto DRACC22. Pero no ha podido llegar a su destino. Un brote de COVID-19 a bordo del  buque oceanográfico Hespérides, declarado cuando cruzaba la noche de este miércoles el Mar de Hoces (canal del Drake) ha dado al traste con los planes, al detectarse, hasta ahora, nueve casos positivos del corononavirus y otro dos que aún están como “sospechosos”. Por segundo año, el buque de la Armada resulta afectado por la pandemia y se trastoca la campaña antártica española.

A bordo del buque, viajan cuando escribo estas líneas un total de 90 personas, de las que 37 son personal científico de ocho proyectos diferentes. Eran quienes iban a culminar con su trabajo un a 35º campaña antártica que se había salvado hasta ahora de la infección, hasta que el miércoles por la tarde las sospechosas toses de algunos compañeros de travesía –siete de la tripulación, casi todos oficiales, y dos científicos- se convirtieron en la peor noticia posible. “Me avisó el comandante sobre las 19.30 horas y tras reunirse un comité de crisis, se decidió que se dieran la vuelta hasta Ushuaia, en Argentina, y allí esperar que hagan los 14 días de cuarentena que se exige. Estamos buscando hoteles para que, en cuanto toquen puerto, los científicos puedan bajarse y dejar más espacio a bordo para que la tripulación pueda distribuirse mejor, dado que hay camarotes hasta con 10 personas”, señala el secretario técnico del Comité Polar Español, Antonio Quesada. “Pensábamos que este año nos íbamos a librar, pero nos ha tocado”, reconoce.

Y es que ya en la pasada campaña polar, hubo un brote en el Hespérides pocos días  después de salir de Cartagena hacia la Antártida y tuvo que regresar con urgencia a Canarias. Hubo 35 casos y al final un militar acabó falleciendo. En esta ocasión, todos los casos son leves hasta el momento y se espera que no se agraven dado que está todo el mundo vacunado.

Los planes son que los científicos que van a bordo, cuando se recuperen los enfermos y todos pasen la cuarentana, en su mayor parte regresen a España. El proyecto más afectado de todos es el DRACC22, que dirigen Escutia y Fernando Bohoyo, con los que viajan una veintena de personas que iban a investigar sobre la corriente circumpolar antártica y el impacto en ella del cambio climático en una campaña oceanográfica que ya no podrá ser, al menos este año. “Aquí estamos, marcha atrás y de vuelta a Ushuaia”, explica escuetamente Escutia en un mensaje. Su plan era estar unos 20 días navegando.

Según Antonio Quesada, se está valorando que algún otro proyecto, como ROCK-EATERS, o ‘comedores de piedras’, dirigido por la microbióloga Asunción de los Ríos (CSIC), si podría aprovechar algunas jornadas hasta que se cierren las dos bases españolas. “Todavía no está confirmado nada. Nos harán mañana (por hoy) una PCR a todos nada más llegar a Ushuaia. Nosotros de momento estamos bien, aunque si hay casos entre los científicos”, confirma Asunción en otro mensaje.

Carlota Escutia, al fondo el Hespérides.

En la misma incertidumbre están los dos del equipo que estudia los glaciares, que dirige Francisco Navarro. «No saben aún si podrá ir uno de ellos cuando pasen la cuarentena, aunque sería para trabajar solo un par de día. También está el riesgo de que surjan más positivos. Están algo deprimidos», reconoce el científico de la UPM.

De hecho, el plan para la tripulación del Hespérides es que, una vez recuperada, vuelva a cruzar el Drake camino del hielo para así finalizar algunos proyectos y a mediados del mes de marzo recoger a la 73 personas que hay entre la base Juan Carlos I (Isla Livingston) y la Gabriel de Castilla (Isla Decepción), donde se sigue trabajando con normalidad.

Sobre cómo es posible que el brote se haya producido, con los protocolos de aislamientos puestos en marcha, no hay ninguna explicación. El año pasado la Armada hizo una investigación de lo ocurrido, de la que no se sabe aún el resultado. Este nuevo brote se ha declarado cuando el Hespérides llevaba desde diciembre sin pisar un puerto y más de 20 días sin tocar las bases científicas, que se han salvado hasta ahora de contagios. En teoría, la cuarentena era permanente, tanto entre tripulación como resto de personal, pero es evidente que ha habido alguna ‘fuga del coronavirus’.

En todo caso, la pandemia durante esta campaña ha impactado en la Antártida de lleno, mucho más que en la de 2020-2001. Ha hecho tanta mella en las campañas científicas de varios países que no va a ser fácil organizar la salida de todo el mundo que allí se encuentra, algo que preocupa en el CONNAP, el consejo  de directores de programas antárticos.

Se comenzó el verano austral con un brote en la base belga Princess Elisabeth que afectó a 11 de sus residentes. Luego vendrían los casos detectados en la base argentina Esperanza, los de la base brasileña Comandante Ferraz, los de la base uruguaya Artigas, los positivos de los turistas de un campamento sobre el hielo del interior continental, cerca de la base rusa de Novolazárevskaya -también afedctada por el COVID-19-, los positivos en las bases rusas Progress y Vostok (esta última en el lugar más inaccesible de la Antártida por ser el más alejado del océano), el viaje frustrado del rompehielos americano Laurence M. Gould por contagios a bordo, detectados en Punta Arenas, o el también cancelado, hace pocos días, por la misma razón del buque chileno Aquiles, que iba a hacer servicios de logística a varias bases, como la búlgara vecina de los españoles en Isla Livingston o la de checa, en la isla James Ross, que se han quedado colgadas de momento a falta de organizar esa logística, tan compleja en la Antártida.

El rompehielos americano Gould, en una imagen de la Academia de las Ciencias de EEUU

“La situación es muy complicada ahora mismo. Se anulan viajes de buques y también de vuelos a la Isla Rey Jorge por contagios de los pilotos. Y no son fáciles de reemplazar. A nivel internacional, se está tratando de buscar alternativas con otros buques para las bases que se han quedado sin ella. En el Comité Polar Español hemos contratado un avión desde Rey Jorge a mediados de marzo para sacar a parte del personal de la campaña cuando ésta acabe. Pero para ir a esa isla desde donde estamos precisamos del Hespérides. Esperemos que no se declaren más casos porque la cuenta con cada nuevo empieza de nuevo”, explica Quesada.

La situación, así, se dificulta también para campañas siguientes, dado que los proyectos no realizados deberán tener hueco en la del año que viene, lo que podría afectar, a su vez, a los que estaban ya previstos para ella; y hay que tener en cuenta que ya se acumula el retraso de la campaña anterior, cuando el buque oceanográfico se quedó sin viajar.

#COP26 : Los científicos del IPCC no creen a los políticos


Una encuesta de ‘Nature’ revela que el 60% cree que llegaremos a los 3ºC más de temperatura global en 2100

ROSA M. TRISTÁN


No, lo científicos no creen a los políticos. En realidad, pareciera que no se creen ni ellos mismos, porque ya hemos visto al primer ministro británico Boris Johnson criticar el “bla, bla, bla” al estilo de Greta Thunberg en la Cumbre del Clima de Glasgow y al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, clamando que la naturaleza no es un váter ante los líderes de más de medio mundo en la misma COP26 (es decir, llevamos 26 años de encuentros anuales…).


No es bueno caer en el derrotismo. Es más, es nefasto. Sin embargo, casi dos tercios de los autores del último informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), formado por un selecto y numeroso grupo de investigadores e investigadoras -los mismos que nos vienen alertando del enfermizo estado del equilibrio planetario desde hace años- son escépticos sobre el futurible de que se va a conseguir limitar el aumento de la temperatura global a 1,5ºC, como escuchamos estos días a los políticos. Dos tercios de los que respondieron a una encuesta enviada por la revista Nature (el 60% exactamente), están convencidos de que el mundo se calentará al menos 3ºC al final de este siglo. De cumplirse tan agorero pronóstico, lo verán sus nietos, y sus hijos si aún son jóvenes. Es evidente que no creen en las promesas de los políticos de que desde 2050 (o 2060 si es China y 2070 si es India) no habrá más emisiones…

El científico del CSIC Fernando Valladares, que no es del IPCC pero si experto en cambio climático, comparte este descreimiento: «No nos creemos a los políticos por razones objetivas. La primera, por la forma en la que son elegidos, con vidas políticas cortas que no guardan relación con planes que precisan décadas. Y la segunda, por las reglas del juego democrático porque deben gustar al electorado y eso no va con las medidas impopulares que avalan los informes del IPCC. Hay pocos valientes que se enfrentan al sistema. Hemos oído tantas veces sus compromisos, que si me preguntan si sus propuestas de ahora son suficientes, la verdad es que me da igual. Lo que quiero es que se cumplan. ¿De qué me sirve que el G20 diga que va a reducir las misiones si se queda en nada? Es objetivo que los políticos distorsionan la realidad para ser votados, que el ‘modus operandi‘ de la democracia no favorece la implantación de medidas impopulares».


El cuestionario de la revista científica, publicado este lunes pasado, fue contestado por el 40% (92) de los 234 científicos que participaron en el informe presentado el pasado mes de agosto del IPCC y sus respuestas expresan sus serias dudas sobre el cumplimiento del Acuerdo de París de 2015, que tanto logró conseguir (décadas) y cuyas acciones concretas están en negociación y debate en esta COP26, seis años después. De hecho, tan sólo un escuálido 4% cree que nos quedaremos en los 1,5ªC que se pretenden para no provocar terribles impactos por toda la Tierra. El resto de los preguntados tira para arriba: 2º, 2,5º… Incluso hay otro 4% que aventura que se llegarán a los 4ºC. El colapso total de grandes zonas.


Entre los científicos del IPPCC que han respondido, también son inmensa mayoría (hasta un 88%) los que tienen claro que estamos viviendo una “crisis climática” e incluso hay otro 82% que está convencido de que verá una catástrofe por este motivo a lo largo de su vida. Se entiende que en directo, porque ya ha habido unas cuantas. A Unai Pascual -uno de los 50 autores del informe conjunto del IPCC y el IPBES (plataforma científica internacional centrada en la biodiversidad) presentado en junio pasado e e investigador en el Basque Centre for Climate Change (BC3)- no le sorprenden estas respuestas: «La comunidad científica lleva alertando a la sociedad y los gobiernos que estamos ante una crisis climática que requiere acciones valientes y urgentes. La labor del IPCC y el IPBES se hace por el bien común, sin cobrar nada por ello. No es extraño que ante la inacción surja la frustración y la desconfianza en la clase política», contesta desde un avión que le lleva a México a una reunión del IPBES.


Como expertos en el tema, ocho de cada 10 también están a favor de involucrarse en este asunto y alertar de las consecuencias; de hecho el 66% ya lo está, ya sea a través de publicaciones, vídeos, conferencias, libros o presionando con cartas y acudiendo a manifestaciones. Están tan preocupados que entre ellos hay un 60% sufre «ansiedad climática» (el 40% de forma esporádica y el resto habitualmente). Del total, 52 de los científicos reconocen que de alguna forma ya han cambiado su vida por este motivo, ya sea a la hora de elegir el lugar donde vivir, de tener más o menos hijos o de consumir y viajar, que ahora hacen de otra forma.

Para Valladares, hay dos grandes grupos de científicos: los que utilizan la frialdad de los datos de la ciencia para poner distancia respecto a la gravedad -«y es bueno que haya gente así»- y los que no pueden evitar implicarse emocionalmente: «Yo soy más emocional y me sale la necesidad de aunar los datos con la parte social y la necesidad de cambiar las cosas y detener los riesgos. Y eso me genera ansiedad, que llevo con dignidad pero es inevitable», reconoce. «Los datos acaban teniendo ese impacto tanto en científicos, que es donde primero se comenzó a estudiar hace ya unos cinco años, como en periodistas dedicados a este tema o part de le de la sociedad».

En general, los científicos consideran que el IPCC como tal no debe jugar un rol a la hora de promover los temas relacionados con el cambio climático, sino dedicarse a investigarlo desde una postura neutral, aunque luego si se involucren a nivel individual, y también creen que la representación de expertos de todos los países es la adecuada en este grupo, aunque algunas de las personas encuestadas señalan que falta camino por recorrer en este asunto, como también falta representación femenina.

Sobre su impacto, señalan que lo más importante del IPCC es hacer llegar los resultados de la ciencia a la sociedad en general y a los políticos (el 38% así lo cree), mientras que sólo un 14% considera que sus informes sirven para adoptar políticas determinadas, a nivel nacional o internacional. Un porcentaje muy escaso, teniendo en cuenta que en Glasgow no hay dirigente que no les mencione.


Hay quien opina también que el IPCC podría hacer más en términos de alcance local para promover la ciencia y para involucrar a los legisladores después de que se publican sus informes, aunque por lo que parece ocurre al contrario: como ha sido revelado por Greenpeace, los grupos de presión (empresas, países petroleros, científicos al servido de…) trabajan intensamente para que sus informes sean ’retocados’ convenientemente para que sus intereses no se vean amenazados.


De hecho, desde 1990, el informe de agosto pasado, el sexto, ha sido el más duro hasta el momento que han presentado, dando por hecho que el impacto de la acción humana está, no ya provocando, sino aceleramiento del cambio climático cada vez más.

La cuestión es que los mismos científicos nos plantean soluciones, nos cuantifican sus efectos, desarrollan tecnologías y recuperan el papel de la naturaleza como factor fundamental. Incluso hablan abiertamente de un cambio de modelo basado en el consumo por otro basado en el bienestar. Es decir, nos ofrecen salidas.

Para Unai Pascual está siendo muy importante la movilización y la organización social a nivel social, «pero la mayoría a nivel local» que asegura que «se han empoderado en gran parte por la labor de la comunidad científica y cada vez más científicos usan su labor conscientemente para que los movimientos sociales presionen a los gobiernos, lo que es muy positivo». «Desde esa relación se puede presionar con más eficacia para dar un giro de 180º a las políticas y atajar en lo posible la crisis climática. En eso estamos cada vez más científicos y esto no va a parar», concluye.

Quedan días por delante en esta COP26 y de momento lo que vemos es que la tendencia de esos mismos políticos es aplazar todo para la década siguiente, la de 2030. El freno a la deforestación, los límites al metano, la reducción de emisiones… Así que los científicos no creen a los políticos cuando hablan de que harán todo lo posible para no superar los 1,5ºC .. .

¿Por qué será?

La ‘quijotesca’ España rural se enfrenta a los molinos


Paisaje desde las almenas del Castillo de Olite (Navarra) este verano. @ROSA M. TRISTÁN

Hace casi un año, en noviembre de 2020, escribía en Ecologismo de Emergencia un artículo sobre la fórmula elegida para la expansión de la expansión de la energía eólica y fotovoltáica en el territorio español. Poco antes, había acabado la COP25, en Madrid, y si algo quedó claro es que íbamos de cabeza a un planeta caliente e inhabitable en muchas zonas por ir “muy lentos” en la necesaria transición hacia unos ‘combustibles’ que no cambiaran el clima planetario.

Desde entonces hemos vivido incendios devastadores en el Mediterráneo, en California, en Rusia… y sequías terribles en Madagascar o Etiopía mientras se han ahogado en inundaciones en China, Alemania o Guatemala.
La cuestión es: ¿Estamos haciendo bien esa imprescindible transición? ¿no hemos vuelto a repetir los errores del pasado para no mover un dedo por cambiar la causa última del cambio climático, que no es otra la dinámica de un motor de ‘desarrollo’ basado únicamente en el consumo de productos?


Basta salir a las zonas rurales para sentir que la transición energética se apodera de montes y llanos, que el horizonte es otro pero los atascos son los mismos, como lo son los miles de camiones que llevan las mercancías. Basta andar por los pueblos de Castilla, Cantabria, Navarra, Extremadura o Aragón para ver cómo se ha transformado el paisaje que sus habitantes vienen a reivindicar a Madrid este sábado, convocados por 170 organizaciones, casi todas locales o comarcales.


Luis Bolonio, portavoz de la plataforma Aliente que las agrupa, recordaba que el Plan Nacional Integral de Energía y Clima (PNIEC) del Gobierno indica que para 2030 debía haber una producción de 89 gigavatios ‘verdes’ pero que ya habría más de 200 GW en marcha, pese a lo cual se ha dado desde el verano luz verde a otros 17 proyectos nuevos. “Se está alimentando la especulación energética con grandes compañías que, al final, acaban amenazando hasta a los miembros del Gobierno, que ahora vemos que no son soberanos. Si juegas con tiburones, al final te muerden”, denuncia Bolonio.

En realidad, cuando se viaja los pueblos y se habla con sus gentes son muchos los testimonios que indican los fallos en este proceso. Lo he podido comprobar ‘in situ’ directamente. Más que informar sobre los polígonos eólicos o parques solares que van a instalarse, de sus impactos y sus ventajas, los pros y los contras, y de forma independiente para que participen en la decisión, todo indica que se les ocultan datos. Me recuerda a lo visto con grandes proyectos hidroeléctricos en países como Guatemala o Etiopía, donde las decisiones se toman al margen de los pueblos indígenas afectados. Aquí es la España vacía quien alza su voz.

Bolonio asegura tener pruebas de personas que son engañadas e incluso amenazadas con expropiaciones si no aceptan ceder sus terrenos para instalar eólicos o torres de salida de la energía generada. “Una oportunidad histórica como eran las renovables, la hemos convertido en un error histórico al no haber potenciado que se instalaran renovables en las casas, sobre los tejados, como autoconsumo, evitando así impactos en el medio natural y agrícola y lo que supone llevar la energía a larga distancia, ahorrando el 35% que se pierde en el camino y democratizando el sistema”.


En su opinión, se ha olvidado la ventaja que tanto energía eólica como fotovoltaica tienen de ser modulables para “escapar del poder que ejercen las grandes empresas en busca del beneficio a corto plazo” y se obvia que “no queda otra que decrecer para tener futuro”, entendido este decrecimiento no como algo negativo que nos lleve de vuelta a las cavernas, sino como una solución al exacerbado e insostenible nivel de consumo, y por tanto de energía necesaria, en el que vivimos inmersos. Incluso el comedido IPCC lo reconoce en su último informe: el crecimiento perpetuo que conlleva el capitalismo nos lleva al colapso.


“La transición requiere un orden lógico que pasa por rebajar el uso de energía, aumentar la eficiencia para no derrochar tanto y apostar por instalar energías renovables en zonas que ya están impactadas, porque no negamos la necesidad de instalar plantas eólicas o fotovoltáicas a gran escala, pero en zonas ya degradadas y que las decisiones sobre ellas sean democráticas, con participación ciudadana. Ahora, los municipios afectados se enteran por el BOE de turno de lo que les afectará y tienen 30 días para hacer alegaciones y si platean un recurso les cuesta entre 10.000 y 14.000 euros”, denuncia Bolonio.


Mapa con las zonas de sensibilidad ambiental para instalar energía eólica @MITECO

En realidad, no hay un mapa oficial que recoja todas las instalaciones y propuestas sobre la mesa, si bien si existe una zonificación realizada en el Ministerio de Transición Ecológica (MITECO) donde se especifican las zonas en las que el impacto ambiental sería muy elevado. Se excluyen zonas de alta biodiversidad que están protegidas, de impacto en poblaciones, áreas de paso como el Camino de Santiago o vías pecuarias, zonas de agua o inundables y zonas de impacto visual en el paisaje, si bien este último indicador no es excluyente, sino un impacto a ponderar. Es una zonificación orientativa y no obligatoria. “Lo que vemos son lugares destrozados y es verdad que la UE y los compromisos internacionales obligan a reducir emisiones, porque no somos negacionistas del cambio climático, pero lo que no se puede hacer es socializar impactos y centralizar beneficios. De los 400.000 millones de los fondos de la UE para la recuperación post-Covid, 70.000 millones son para autoconsumo, pero para potenciarlo hay que cambiar leyes y normativas porque tienen fallos graves”, asegura el portavoz de Aliente.


Hoy, explica, cualquiera que quiera instalar su propio sistema de autoconsumo en su casa, hace una inversión (unos 3.000 euros de media) pero tarda entre 10 y 12 meses en que su instalación sea reconocida, un tiempo en el que el usuario no puede utilizar esa energía, que se vierte a la red de una compañía distribuidora. “También el excedente que se produce al día debe ir a la red, aunque luego cuando lo necesite, le cobran tres veces más de lo que le han pagado”, denuncia Bolonio.


Conviene recordar al respecto, el informe que en mayo de año pasado hizo el Observatorio de la Sostenibilidad, poco antes de que estallara la burbuja renovable. Según este trabajo, en 2025 se podrían tener en España un millón de de tejados solares (17.603 hectáreas) que producirían 15.400 GWh, suficientes para abastecer a más de la sexta parte de la población (unos 7,5 millones de personas). Sus datos apuntan que, además, se crearían 15.532 empleos y se evitarían 4,2 millones de toneladas de CO2. Es una alternativa por la que han apostado en firme en Alemania, donde ya hay 1,4 millones de tejados solares, en Reino Unido con 800.000 o en Italia con 600.000. Aquí, en el país que vende sol y playa al resto del mundo, se calcula que hay unos 10.000. Incluso, recuerdan en Aliente, a los tejados podrían sumarse placas fotovoltaicas sobre todas las autopistas, que sumadas suponen otros muchos miles de hectáreas.


“El cambio climático está aquí y también la oportunidad de hacer las cosas bien, en lugar de generar malestar e incluso conflictos entre unos pueblos y otros porque unos reciben algunos beneficios y otros solo los impactos. Por ello reivindicamos un cambio de rumbo», concluye Bolonio.


Las cinco grandes ONG ambientales del país (WWF, SEO/BirdLife, Greenpeace, Ecologistas en Acción y Amigos de la Tierra recuerdan, en un comunicado conjunto que apoyan la transición energética, pero a la vez demandan una zonificación vinculante (no como la actual) que garantice que su desarrollo proteja la biodiversidad y ponga en el centro a las comunidades locales. Vender que se genera empleo ya ha quedado claro en muchos lugares que no es cierto, dado que el mantenimiento es muy especializado y requiere poca fuerza de trabajo.

A la voz de esa España vacía que llena su paisaje de infraestructuras, se han sumado además numerosas personas con mensajes de apoyo (Carlos Taibo, César Vea, David Serrano, Gustavo Duch, Javier Sierra, Jorge Reichmann, Joaquín Araujo, Luis Pastor, Marta Bordons, Odile Rodríguez de la Fuente o Yayo Herrero, entre otros.

Es urgente cambiar el sistema energético. Si no, es verdad, el cambio climático arramblará con todo, incluida la biodiversidad que ahora amenazan estos ‘molinos de viento’ contra los que batallan ‘quijotescos’ habitantes del mundo rural. Pero es urgente también apostar por otras vías, que existen, para que el impacto en nuestra rica naturaleza sea el menor posible, aunque las grandes compañías privadas se revuelvan y tengamos que adaptarnos, todos, a un modelo de vida mucho menos derrochador. Nos va en ello el futuro.

Los microplásticos: del Ártico a la Antártida llenando estómagos


ROSA M. TRISTÁN

Un pinguino papúa y otro barbio en Isla Livingston. En sus estómagos es posible que haya microplásticos. @Rosa M. Tristán

La invasión plástica es de tal calibre que cada vez resulta más difícil encontrar un lugar de este planeta adonde no llega para dejar su huella. “Ser conscientes de los microplásticos nos abrió los ojos. Antes de saber de su existencia, veíamos desaparecer una bolsa o envase y creíamos que se había diluido, que ya no estaba, pero no es así, sigue ahí, presente, en lo inerte y lo vivo”, comenta el biólogo español Andrés Barbosa. Su último territorio conquistado: los estómagos de los pingüinos antárticos, según un estudio que acaba de ser publicado por científicos españoles y portugueses en la revista Science of the Total Environment.

Este trabajo científico hace recordar otro que hace justo un año multiplicó de un ‘plumazo’ los datos que teníamos sobre esa ‘basura invisible’ que es el resultado de lo que llevamos décadas vertiendo a los mares descontroladamente: la masa de microplásticos que se encuentran en las aguas superiores del Océano Atlántico, desde Gran Bretaña hasta las islas Malvinas, oscila entre los 12 y los 21 millones de toneladas, según una investigación que salió publicada en la revista Nature Communications por el equipo liderado por Katsiaryna Pabortsava, del National Oceanography Centre (NOC). Es decir, que sólo de diminutos plásticos habría tanta basura como la que pensábamos que era el total acumulado en los últimos 65 años, unos 17 millones de toneladas. Diez veces más de lo que se pensaba. Y aún hay más:  “Si se asumimos que la concentración de microplásticos que han medido a 200 metros de profundidad es representativa de toda la masa de agua hasta el fondo marino a una media de 3.000 metros , entonces sólo el Atlántico podría contener alrededor de 200 millones de toneladas de basura plástica de pequeño tamaño”, declaraba el coautor Richard Lampitt, también del NOC.

Con este panorama, podría no ser extraño que los plásticos y microplásticos presentes en la Antártida vengan de más allá de la corriente circumpolar que rodea al continente, aunque no se sabe con certeza. En realidad, basta pasearse por algunas playas de la Península Antártica para tropezarse con algún objeto del insidioso material ‘duradero’, y sin necesidad de microscopio ni espectroscopio alguno. Lo que se investiga ahora es cómo afecta a una fauna polar que, en principio, habita un lugar prístino, alejado y protegido.

Por ello alarma a los científicos descubrir que tres de las especies de pingüinos del continente (adelia, barbijos y papúa) ya los tienen incorporados a sus dietas y en unos porcentajes muy elevados: hay microplásticos en un 15% de las muestras de las heces de los adelia, en el 28% de los barbijos y el  29% de las de los papúa.

Basura plásticas recogida en la Antártida en la campaña 2020. @RosaTristán

Para esta investigación se han utilizado heces recogidas en siete campañas polares, entre 2006 y 2016. Algunas llevaban tres lustros congeladas por Andrés Barbosa, experto en pingüinos del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. “Nunca se sabe para qué pueden servir en el futuro”, asegura. De las 317 muestras analizadas, se extrajeron 92 partículas contaminantes y el 35%  resultaron ser microplásticos (un 80% polietileno y un 10% poliéster). También identificaron otras partículas de origen humano en el 55% de ellas, como fibras de celulosa. “Es el primer estudio con esta gran amplitud geográfica y de especies que se realiza en el continente antártico. Ahora sabemos que desde 2006 había microplásticos, aunque entonces no se buscaran. Lo que no hay es una variación llamativa por zonas. Ojalá este trabajo sirva para concienciar del impacto tremendo que tienen los plásticos y para seguir mejorando las reglamentaciones que debemos tener quienes vamos a la Antártida, ya sea para investigar, visitar o pescar”, afirma el biólogo.

Esta investigación es una colaboración conjunta con un equipo científico de la Universidad de Coimbra, dirigidos por Joana Fragao. Entre las neveras de Barbosa y las muestras recogidas ‘in situ’ en diferentes lugares de la Península Antártica y las Islas Georgia tenían heces más que suficientes para estudiar una dieta que se basa, fundamentalmente, en el krill.  “Los niveles de microplásticos son similares en todos, algo más altos en el pingüino papúa. Su dieta es más variada y al comer más peces y calamares tienen menos riesgo de ser afectados por el cambio climático, que disminuye el krill, pero más por los plásticos”, señala el científico español, que ya ha detectado contaminantes orgánicos, algunos procedentes del plástico, en huevos, tejidos, corazón y hasta el cerebro de los pingüinos que lleva investigando desde hace muchos años.

Incineradora de basura en la base Juan Carlos I de la Antártida. Sólo emite vapor de agua.

Antes de este estudio, ya se habían encontrado microplásticos en lugares antárticos tan protegidos como la península Byers, en aguas superficiales del Océano Austral y hasta en los sedimentos del continente del sur. Pero, en un lugar tan poco habitado, lo que no se sabe es lo que llega de fuera, sea el Pacífico y sus islas de polietileno o de la ‘sopa plástica’ del Atlántico, y cuánto se genera allí mismo. “En las playas de Byers he visto mucho plástico y su origen es incierto; puede que venga de lejanos territorios tras cruzar el canal del Drake o de cerca. No olvidemos que hay bases científicas, cruceros turísticos y barcos de pesca. La legislación ambiental antártica, fijada en el Protocolo de Madrid, es clara y se cumple, pero siempre se puede mejorar”, reconoce Barbosa, que es también coordinador científico del Programa Polar Español, cargo que dejará en breve.

Gran parte de las partículas que había en las heces de los pingüinos son fibras que provienen de los modernos tejidos que utilizamos para vestirnos en todo el mundo, también allí. Además, había fibras naturales de algodón y lana, que son asimismo parte de nuestro vestuario. Ciertamente, algunas bases modernas, como la española Base Juan Carlos I, en Isla Livingston, han incorporado lavadoras con filtros especiales para retener esas microfibras, que pude ver acumuladas en cubos, pero hasta ahora no es obligatorio para todas y muchas instalaciones antárticas, algunas habitadas durante todo el año, en cada lavado expulsan estos diminutos residuos plásticos que acaban en los estómagos de la fauna. De hecho, en la misma investigación se reclaman nuevos filtros de lavado, además de la implementación de nuevos materiales para las redes de captura de pesca que ahora se utilizan. En realidad, es una medida que, dado el volumen de lavados que diariamente realiza la humanidad, resulta evidente que debiera se adoptada en todo el mundo.

“Lo importante es que artículos como éste sirvan para concienciar de la necesidad de reducir la oferta y demanda de plásticos. Incluso a los concienciados nos resulta complicado no adquirir más de la cuenta. Si los encontramos en lugares como éste, dentro del cuerpo de los pingüinos, pensemos lo que hay en los peces que nos comemos. Si no lo hacemos por los pingüinos y otros animales, debemos hacerlo por nosotros”, argumenta Barbosa.

Entre esos otro animales, por cierto, están también aves marinas como los petreles o las gaviotas. Otro estudio dado a conocer esta misma semana apunta que el 93% de los petreles tienen plásticos en sus estómagos y que algunos aditivos que llevan estos plásticos (como retardantes de llama) se quedan en sus aparatos digestivos hasta al menos tres meses. En el caso de las gaviotas, científicos de la Universidad de Exeter acaban de encontrar que los huevos que ponen ya llevan ftalatos, un componente de los plásticos que tendrán los polluelos que vendrán al mundo.

Pero aún hay más noticias esta semana, que si tienen que ver con nuestra salud, porque resulta que se ha visto que los microplásticos pueden ser el caldo de cultivo perfecto para genes resistentes a los antibióticos (ARG), como se informa en Enviromental Science and Technology: científicos chinos han analizado estos ARG en cinco tipos de microplásticos encontrados a lo largo del río chino de Beilun y concluyen que son mucho más abundantes en regiones urbanas (hasta mil veces más) que en las rurales, donde hay menos contaminación de este tipo. Los autores del trabajo, que recogieron muestras en todo el río, señalan que los microplásticos son una superficie favorable para que las bacterias los colonicen y se conviertan en biopelículas, donde pueden propagar esa bacterias resistentes a casi todos los antibióticos utilizados en humanos y animales. Además, comprobaron que aumentaba la diversidad de ARG. De los cinco tipos de plásticos, el polipropileno era el que más riesgo tiene de propagar estos genes, posiblemente debido a su mayor superficie y capacidad para liberar materia orgánica disuelta.

Todo ello pone de manifiesto, en primer lugar, cómo la ciencia dedicada a la contaminación plástica va en aumento y a medida que se investiga más, salen a la luz los impactos que genera en el conjunto de la biosfera, mientras las medidas para limitar el uso de este material son muy limitadas y los lobbies productores, así como el poderoso sector de la industria alimentaria, lejos de atajarlo, promueven un consumo que, a la vista está, no desaparecerá de la Tierra por más que no lo veamos.

P:D: En Madrid incluso se hizo recientemente un museo temporal dedicado al plástico, con la excusa de que sería reciclado. En su presentación decía que «era sostenible».

La pendiente ‘descolonización’ de África


La ex ministra maliense Aminata Traoré explicó en La Casa Encendida su visión de la violencia en el Sahel africano y su relación con el cambio climático

Aminata Traoré, escritora, ex ministra e intelectual de Malí @ROSA M. TRISTÁN (on line)

ROSA M. TRISTÁN

Aminata Traoré es todo un personaje en la política del continente africano. Escritora, ensayista y en el pasado (1997-2000) ministra de Cultura en Mali, uno de los países más fascinantes y de compleja historia del Sahel, Traoré se ha convertido en una de las voces más contundentes contra el papel de Europa en esa zona del mundo, sacudida por el yidahismo  y machacada por un cambio climático que no concede tregua al filo del Sáhara, condenando a su población a una huida hacia un norte que los recibe con un portazo, cuando no con violencia.

Justo cuando era ministra, recorrí su país en un viaje inolvidable que me llevó en pinaza hasta la curva del Níger, antes de que el mundo cambiara de siglo y se propusieran unos objetivos, remozados en 2015 con la sostenibilidad, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y una Agenda 2030 que camina hacia su fin con visos de ser incumplida. “La idea de la Agenda 2030 era no dejar atrás a nadie pero se está dejando atrás a mucha gente, como los inmigrantes que mueren el desierto o al cruzar el Mediterráneo o las mujeres, que se han olvidado. El problema en el Sahel no es de seguridad. Está generado por el cambio climático y el endeudamiento de  los países africanos… Los yihadistas africanos han instrumentalizado el sufrimiento de los olvidados por las políticas neoliberales”, señalaba la intelectual maliense en una conferencia organizada ‘on line’ por La Casa Encendida, el pasado 22 de junio.

Sus reflexiones sobre la postura de Occidente en la zona, capitaneado por Francia, son un ‘golpe en la mesa’ que, insiste, refleja el hartazgo de la población africana por ser tratados como en tiempos de las colonias que hasta hace tan sólo seis décadas marcaban la vida de cientos de millones de personas. “En Francia ha habido una cumbre en mayo pasado sobre África y su recuperación post-COVID donde las grandes potencias europeas expresaron sus planes colosales para el relanzamiento africano y plantearon el tema del terrorismo como justificación para darnos el dinero [la cumbre marcó el objetivo de ‘inyectar’ 100.000 millones en la economía de África], pero debemos debatir antes sobre el papel de las empresas extranjeras. Nuestros países aún están condenados a exportar recursos naturales para multinacionales a las que luego compramos las cosas. Eso es lo que nos genera la deuda: un proceso de desarrollo que empobrece y que nos encadena», argumentó.

Traoré explicó también que la población africana tiene el sentimiento “de que las grandes potencias vienen al asalto de tierras que parecen no tener propietarios en las que hay habitantes maleables, un racismo sistémico que debe eliminarse al hablar de África”.  Respecto al yihadismo, frente al discurso de la ultraderecha francesa de que están muriendo jóvenes soldados en Malí en su lucha contra él y, más recientemente, frente a la decisión de Francia de sacar de Malí a sus militares tras el último golpe de Estado en su país, recordaba que “en un día en Burkina Fasso han asesinado a 160 personas, tres  veces más que franceses en ocho años” , es decir, que hay muchas más víctimas africanas del terrorismo que de otro continente. “Además, Francia no quiere perder su papel, justificándose en que Mali es su ex colonia y, por ello dice, aunque anuncia que se va, en realidad se queda para europeizar la lucha antiyihadista… Pero mientras estamos a mil leguas de cumplir la Agenda 2030 porque esa lucha antierrorista no es contra el cambio climático que nos atenaza. Y resulta que una guerra que iba a ser rápida en el norte, lleva ocho años y ya ocupa dos tercios del país, con miles de muertos, pueblos incendiados, mujeres violadas…”, enumeraba.

Esa ‘europeización’ considera que se debe a la necesidad del presidente Macron de implicar a la UE en el envío de tropas a un lugar donde son las continuas sequías por el mencionado cambio climático, que se viven allí como en ningún otro lugar del mundo, las que alimentan de seguidores a los extremistas. Y añadía otro factor más: “Este aumento yihadista tiene mucho que ver con los ajustes estructurales que pidió Occidente a África en el pasado, condenando a la gente a la pobreza, tras venderse a pedazos sus servicios públicos a las empresas, muchas de ellas extranjeras”. “Hoy -añadía- se considera a Mali responsable de un terrorismo que llegó de una situación generada desde fuera, mientras sus pueblos son invisibles e inaudibles”.

Traoré no comparte tampoco la visión de democracia que se exige desde Europa: “Nos hacen creer que unas elecciones transparentes son suficientes para que todos tengamos derechos, pero la realidad es que en Mali tenemos 226 partidos políticos sin ideología, sin debate de ideas o proyectos, que es lo que quiere la oligarquía internaciona… El neoliberalismo ha vaciado el Estado y hoy los jóvenes africanos, desde el norte hasta Mozambique, están dispuestos a coger el kalashnikov para vengarse”.

Aminata Traoré recordaba, asimismo, que Francia ya tuvo que pedir perdón en el pasado por su responsabilidad en el genocidio de Ruanda o con lo que ha pasó en Argelia y en Libia. Ahora, dijo, es el Sahel. “Para Francia es insoportable que le pidamos que se vaya, que solucionemos nuestros problemas. Cuando los malienses le pedimos los contactos para hablar con los jefes yihadistas, que son de Mali, nos los negaron. No nos dejan buscar soluciones, cuando las armas que tenemos ahora aquí salieron precisamente de Libia. Nosotros en Mali no queremos solo elecciones transparentes, sino una sociedad civil organizada. Frente a las tres ‘D’ francesas (Diplomacia, Defensa y Desarrollo) yo propongo desmilitarización, descolonización y desglobalización”, afirmó.

En otras palabras, Traoré apuesta por lo que definió como “malianización’ de ideas y acciones. “Hoy la mayor amenaza que tenemos es la vuelta de Francia, que quiere convencer a Europa y a la comunidad internacional de sus proyectos, pero es una recolonización y se utiliza con una explicación humillante de lo que supone el terrorismo. Sin embargo, en el fondo de la cuestión del Sahel siguen estando las sequías provocadas por el cambio climático, que es lo que obligan a la gente a emigrar forzosamente”. Y en ese asunto, concluyó “no se avanza”.

La productividad agrícola global se ha reducido un 21% por el cambio climático


Una investigación en ‘Nature’ revela que la pérdida es mayor a las ganancias por las innovaciones y muy grave en África, Latinoamérica y Caribe

ROSA M. TRISTÁN

El cambio climático, generado por el ser humano con la emisión de gases de efecto invernadero, no está compensando los avances en producción agrícola en grandes áreas de África, América Latina y el Caribe. De hecho, la producción agrícola mundial se ha reducido un 21% desde el año 1961 hasta 1915, respecto a lo que hubiera sido si ese factor no hubiera existido, datos que se analizan en una investigación publicada este mes de abril en la revista ‘Nature’ por un grupo de científicos norteamericanos, liderados por Ariel Ortiz-Bobea, de la Universidad de Cornell.

«Nuestro estudio sugiere que el clima y los factores relacionados con el clima ya han tenido un gran impacto en la productividad agrícola”, señala en un comunicado de su universidad Robert Chambers. Para llegar a esa conclusión desarrollaron un modelo que estima cómo son los patrones de productividad con el cambio climático y cómo hubieran sido sin este fenómeno. Las conclusiones son demoledoras: aunque la investigación agrícola ha fomentado el crecimiento de la productividad, la influencia histórica del cambio climático antropogénico es aún mayor, así que la producción global ha disminuido una quinta parte, lo que supone haber perdido siete años de crecimiento de la productividad que se hubiera producido sin ese calentamiento global y sus consecuencias.

La investigación determina que el impacto es más severo, precisamente, en las zonas de menor riqueza del planeta, alcanzando entre el 26% y el 34% en las zonas más cálidas, que corresponden con África, Latinoamérica y el Caribe. Además, detectan que la agricultura global ha aumentado en su vulnerabilidad al cambio climático.

Los datos utilizados, recabados en el Departamento de Agricultura de EEUU, corresponden a 172 países entre los años 1961–2015 . En total, 9.255 observaciones, si bien en el caso de Palestina son desde 1995 y hay algunos que se han incorporado recientemente (Chechoslovaquia, Yugoslavia, Etiopia, Sudan, etc.)

Mapa del estudio que indica la disminución de la productividad agrícola debida al cambio climático antropogénico

Los investigadores destacan que hasta ahora no se habían cuantificado los impactos en la producción agrícola del aumento de 1ºC en la temperatura global registrada desde hace un siglo. Si había estudios sobre productividad de los cereales, que suponen el 20% de la producción neta global, pero recuerdan que no es igual el impacto en los rendimientos de cultivos básicos que proporcionan la supervivencia a miles de millones de personas en el planeta, sobre todo en zonas como África subsahariana, donde la productividad ha crecido mucho más lentamente. En concreto, el impacto del cambio climático supone un 34% menos de producción agraria en África de lo que hubiera sido sin él, un 30% menos en Cercano Oriente y África del Norte y un 26% menos en Latinoamérica y Caribe, mientras que en América del Norte es sólo un 12% menos y en Europa y Asia Central un 7% menos. “Los grandes impactos negativos para África parecen particularmente preocupantes dada la gran parte de la población empleada en la agricultura”, señalan los autores.

Por otro lado, plantean una cuestión fundamental sobre la adaptación al cambio climático: si la agricultura se está volviendo más o menos sensible a los extremos climáticos. Para ello, hacen un estudio de dos periodos de su y encuentran que en la segunda parte (1989-2015) la respuesta a la temperatura es notablemente más pronunciada que en la primera (1962-1988), lo que significa, explican, que las temperaturas más altas se han vuelto más dañinas, una repuesta que no está impulsada por cambios aislados en países periféricos.

En general, sus hallazgos vienen a confirmar con datos lo que ya se ve sin ellos, habida cuenta de los movimientos migratorios que están produciéndose: el cambio climático generado por el ser humano exacerba la desigualdad entre países ricos y pobres. Es más, los agricultores afectados reducen cantidad de insumos (fertilizantes, insecticidas, etc) que utilizan, dado que disminuyen sus recursos para comprarlos. Así, el impacto del clima no sólo es directo (más sequías, más olas de calor, menos lluvias, más inundaciones, cambios en los ciclos…) sino que hay efectos indirectos. Si se tienen en cuenta estas reducciones, consideran que aún se habría reducido más la producción agrícola global: un 27,6%, siete puntos más.

Ortiz-Bobea declara al respecto en SciTechDaily que “en general, nuestro estudio encuentra que el cambio climático provocado por el hombre ya está teniendo un impacto desproporcionado en los países más pobres que dependen principalmente de la agricultura. Parece que el progreso tecnológico aún no se ha traducido en una mayor resiliencia climática”.

La investigación, eso si, no recoge el impacto positivo que el CO2 ha tenido en la agricultura, dado que los fertilizantes se producen con combustibles fósiles o la presencia de investigación agrícola o intensiva en entradas de carbono.

Sin embargo, señalan que ello no sesga sus estimaciones sino que las hace algo más imprecisas. En todo caso, señalan que su análisis es un primer paso hacia estadísticas más detalladas, si bien no hay duda de que se está reduciendo cada vez más la producción agrícola a medida que nos alejamos de un sistema climático sin influencias humanas, acumulándose ya un impacto detectable y considerable a partir de 2020, año fuera del estudio.

Chambers, por su parte, apunta que el trabajo puede ayudar a ver qué hacer en el futuro con los nuevos cambios en el clima “que van más allá de lo que hemos visto anteriormente”. “Se proyecta que tendremos casi 10.000 millones de personas que alimentar para 2050, por lo que asegurarnos de que la productividad crezca más rápido que nunca es una gran preocupación”, indica.

En este sentido, platea sus dudas sobre si los niveles actuales de inversión en investigación agrícola son suficiente para sostener las tasas de crecimiento de la productividad del siglo XX en el siglo XXI. Los investigadores no entran a valorar, dado que no es el tema de su estudio la cantidad de producción agrícola que no se destina a alimentar humanos, sino como biocombustibles para el transporte, ni tampoco el hecho de que un tercio de la comida que se produce acaba en la basura en el mundo desarrollado, factores que también tienen que ver directamente con la alimentación humana.

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