ROSA M. TRISTÁN
Hace justo 10 años que visité la mina de oro más grande de América Latina y una de las mayores del mundo a cielo abierto: Yanacocha, en Perú. La había olvidado, hasta que estos días recibí una petición de firma de Salva la Selva, contra la condena a una campesina. Máxima rescató de mi memoria ese negocio dorado que agujerea y envenena la tierra y la sangre peruana, y que lava su turbia imagen en una página web que se prodiga en noticias sobre su responsabilidad ambiental y social (como tantas).