ROSA M. TRISTÁN
Hace ya dos años que conocí a Diana. Tenía entonces 8 años y un cáncer de huesos que a punto estaba de terminar con su vida. Demacrada, con los ojos pálidos y las piernas como alambres, vivía con su familia en los márgenes de uno de los mayores desastres ambientales del planeta: los derrames de petróleo que Texaco provocó en las provincias de Sucumbíos y Orellana, en la Amazonía de Ecuador.