Una ‘Arabia verde’ fue ruta de los humanos en su viaje a Asia hace 400.000 años


Tormenta de arena durante los trabajos de excavación. @Palaeodeserts Project (Klint Janulis).

ROSA M. TRISTÁN

Siempre se dice que es importante saber lo que ocurrió en el pasado y que la experiencia que debería servir para acumular conocimiento de lo que, inevitablemente, se repite. Durante años, escuché hablar sobre una ruta de migración humana de salida de África más allá de la hoy conocida de Oriente Próximo, un camino que estaba en buena parte oculto bajo el mar por la costa arábiga, y por tanto difícil de estudiar. Pero si algo tiene la ciencia es que rompe fronteras (al menos del conocimiento) y ahora un estudio fascinante, publicado en Nature, nos habla de cómo el interior de esa península de emires y beduinos hoy desértica -si acaso habitada en su interiro por altas torres petrolíferas que exprimen CO2 de la Tierra -, fue también un corredor de migrantes humanos primitivos que se movían al albur del clima, es decir, no de forma muy distinta a como ocurre hoy en muchas zonas del planeta.

La evidencia de que hubo especies de Homo en esas tierras desde hace 400.000 años es una pieza del rompecabezas del viaje de la evolución que nos faltaba para entender cómo nuestra especie y nuestros antepasados se movieron por el mundo hasta habitar casi todos los rincones (y el casi es la Antártida). También lo es haber descubierto que en todo ese largo tiempo hubo periodos de aumento de las lluvias que hacían que la Península Arábiga fuera un buen camino para salir de África hacia el suroeste asiático, pese al aspecto inhóspito que hoy presenta. En lugares del desierto del Nefud, sin agua ni alimentos en miles de kilómetros, hubo lagos y ríos que transformaban la región en pastizales, atrayendo a unos seres que, curiosamente, llevaban culturas diferentes con ellos, como revelan ahora los científicos del Instituto Max Planck de Alemania, en colaboración con la Comisión del Patrimonio del Ministerio de Cultura de Arabia Saudita y muchos otros investigadores saudíes e internacionales, incluidos los Centro Nacional de Investigación en Evolución Humana (CENIEH) de España.

Para el Dr. Huw Groucutt, autor principal de este trabajo, del Max Planck , no hay duda de que las dunas de arena escondían un gran secreto de nuestra Prehistoria. En concreto, en un lugar ya conocido como Khall Amayshan 4 (KAM 4) del Nefud, donde han constatado que hubo hasta seis fases en el pasado en las que se formó un lago de agua dulce y que en cinco de ellas, entre los sedimentos, quedaron atrapadas herramientas de piedra hechas por primitivos humanos hace 400.000, 300.000, 200.000, 100.000 y 55.000 años. Todo un botín que va desde un hacha de mano achelense propia del Paleolítico Inferior, hasta lascas típicas del Paleolítico Medio, en Eurasia neandertal y también otras hechas por los ‘sapiens’. No lejos, en un oasis situado a 150 kms de estas dunas el Oasis de Jubbah, había utensilios de factura humana con 200.000 y 75.000 años.

Stone axe. The Palaeodeserts Project

Llama la atención cómo fue posible encontrar algo en ese mundo infinito, casi uniforme, cambiante al albur del viento. Mathieu Duval, un investigador del programa Ramón y Cajal en el CENIEH que colabora en este trabajo, me cuenta que hace tiempo alguien dió una pista sobre alguna pieza lítica por esa zona del Nefud y hace 10 años, un equipo del Max Planck se lanzó a la búsqueda. «Nadie había buscado ahí antes. Se hacía en la costa, y por eso se encontraban restos allí . Pero la realidad es que si se busca en el desierto también aparecen, sea el Kalahari, el sur de Argelia o el norte de África. Eso nos habla de la cantidad de piezas que aún están por descubrirse sobre el pasado de nuestro género» , comenta Duval.

En este desierto, empezaron haciendo una prospección con fotos satélite buscando depósitos con potencial. Luego se pasó a la fase de hacer sondeos y luego comenzaron las excavaciones, que son muy complejas porque lo que ves un año, desaparece al siguiente. No hay hallazgo que resista la fuerza de una tormenta como la que ilustra la foto superior. «Hace un par de años descubrimos huellas fósilizadas de ‘sapiens’ y otros animales de hace 120.000 años en lo que había sido un lago y hubo que hacer todo el estudio en pocos días en una campaña porque sabíamos que a la siguiente habrían desaparecido», señala el joven científico, que participó en su datación. Un par de años antes también habían encontrado el hueso de un dedo de esas mismas fechas en el yacimiento de Al Wusta.

Pero ahora hablan de episodios muy anteriores y para conseguir estas fechas han utilizado una técnica llamada datación por luminiscencia que se aplica sobre los sedimentos, es decir, registra el tiempo transcurrido desde que los pequeños granos de arena fueron expuestos por última vez a la luz solar, mostrando así las breves fases en las que el desierto se convertía casi en sabana, con miles de lagos, humedales y ríos en los huecos entre las dunas, momentos aprovechados para migraciones tanto humanas como de otros animales – los hipopótamos, por ejemplo- pues la realidad, como tantas veces he escuchado al paleontólogo español Bienvenido Martínez, nunca viajamos solos y lo hicimos siempre que hubo oportunidad, sin más fronteras, vallas ni concertinas que las impuestas por la geografía y el clima. El trabajo de Mathieu desde el CENIEH ha consistido, precisamente, en datar un diente de bóvido mediante otra técnica, denominada de uranio-torio, para comprobar que concordaban las fechas.

La investigación, publicada el 1 de septiembre de 2021, nos descubre, además, una gran variedad de grupos humanos a lo largo del tiempo, poblaciones que podían llegar de diferentes sitios, a tenor de las diferentes formas en las que hacían sus objetos durante los cortos periodos de tiempo que estaban en Arabia. Esto indica, según los arqueólogos, que provenían de lugares diferentes y por tanto certificaría la existencia de grupos muy divididos incluso de especies humanas distintas que eran contemporáneas. Es más ¿Y si Arabia fue otra zona de cruce para homínidos originarios de África y Eurasia? Son muchas las preguntas que surgen al hilo de esta nueva ‘pieza’ enterradas en el desierto. Lo que si parece es que las herramientas halladas son del mismo tipo de las que permanecieron más tiempo en uso en África. También los fósiles de animales que han encontrado muestran características más africanas que provenientes de Oriente Medio, apuntando más a una salida africana hacia Asia del sur que otras opciones.

Falange de ‘sapiens’ @Nature 2018

Y más preguntas ¿Quiénes eran esas especies que pasaron por allí? Ese es el gran misterio, todavía, porque hasta ahora en toda Arabia sólo se había encontrado el mencionado dedo humano de hace unos 85.000 años y las huellas de hace 102.000 y 130.000 que son claramente de Homo sapiens.

«Arabia ha sido vista durante mucho tiempo como un lugar vacío en el pasado», ha señalado el doctor Groucutt en un comunicado. «Nuestro trabajo muestra que todavía sabemos muy poco sobre la evolución humana en vastas áreas del mundo y destaca el hecho de que aún hay muchas sorpresas». «Este mapa coloca a Arabia en el mapa mundial de la Prehistoria humana», agrega su colega, Michael Petraglia, también del Instituto Max Planck. Y es que, como explica el arqueólogo Robin Dennell (Universidad de Exeter), en un articulo paralelo en Nature, resulta que ahora sabemos que hubo más de una ruta de salida de África: una por la pequeña puerta que hoy es Israel, para los ‘sapiens’ abierta desde hace casi 200.000 años; y otra mucho más grande, pero inconstante, que fue la Península de Arabia, más al albur de los monzones y los periodos interglaciares que abrían el camino. Y dado que éste también fue lugar de paso, bien pudo ser que los neandertales que andaban por Oriente Próximo se cruzaran en Arabia con nosotros ‘sapiens’ en ese viaje. Dennell apunta que si hace entre 50.000 y 65.000 años ya estábamos en Australia, está claro que nuestra colonización de la Tierra tuvo que comenzar mucho antes.

Mathieu Duval

También concuerda ese vía árabe con las herramientas de hace entre 172.000 años (Paleolítico Medio) que se encontraron en India y otras , de hace 385.000, en el sudeste asiático. Algunas, como demuestran algunos estudios, probarían que los humanos ya estábamos por aquellas lejanas tierras antes de la gran erupción del volcán Toba en Indonesia (hace 74.000 años) e incluso hay dientes humanos en Sumatra que han sido datados por esas fechas.

El consorcio internacional de científicos que han trabajado en en Nefud incluye miembros de organizaciones y universidades e instituciones de Arabia Saudita, Alemania, Australia, Pakistán, el Reino Unido y España. En nuestro caso, Mathieu Duval, un investigador del programa Ramón y Cajal que trabaja en el CENIEH, que está especializado en geocronología y lleva años vinculado a este proyecto. «Estamos hablando de cientos de miles de años de presencia esporádica en ese desierto. No sabemos cuánto duraba cada fase de estancia, igual unos pocos años o unos pocos miles de años. En los sedimentos no podemos ver periodos tan pequeños, pero se han identificado decenas de yacimientos en el Nefud y hay trabajo para mucho tiempo», asegura.

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La forja de piedras con fuego se hacía hace 300.000 años


Una investigación en Israel revela que nuestros ancestros eran capaces de controlar la temperatura del fuego para reforzar sus herramientas líticas

Recreación ‘Homo erectus’ en un museo de Mongolia.

ROSA M. TRISTÁN

El control del fuego, es decir, tener la capacidad de hacerlo, es algo que se ha probado hace ya muchos años en los humanos más primitivos. No porque sea fácil, que basta intentar hacer una llamita con piedras u hojas secas y un palito para comprobar que aquello tenía su dificultad. Pero es que ahora, además, hemos sabido que hace 300.000 años, unos humanos, que para unos eran neandertales, para otros ‘sapiens’ muy arcaicos y que muchos apuestan porque eran una población local muy concreta, no sólo hacían hogares para calentarse, preparar alimentos o espantar bichos grandes y pequeños, sino que tenían un total manejo de las temperaturas que debían utilizar para hacer más eficaces sus herramientas según el uso que querían darles. Una destreza que, por lo que revela una nueva investigación, les convertía en auténticos ‘forjadores’ en pedernal.

Interior de la Cueva Qesem (Israel). @Filipe Natalio

Así nos lo descubren los autores de un artículo publicado ahora en la revista Nature Human Behavior, todos ellos implicados en las excavaciones de una cueva en Israel, la Cueva Qesem, que está dando muchas sorpresas y abriendo aún más incógnitas sobre la evolución humana. Por cierto, investigadores españoles, del proyecto de Atapuerca, también trabajan en este yacimiento desde hace años.

Filipe Natalio, uno de los arqueólogos autores de este trabajo/ Instituto Weizmann

El nuevo estudio, realizado por cinco investigadores, entre ellos Filipe Natalio, del Instituto Weizmann de Israel, revela que el misterioso grupo humano que vivió en Qesem en el Paleolítico Inferior tardío, calentaban las láminas de piedra, usadas como cuchillas, a unos 259ºC, las lascas a unos 413ºC y que para las tapas de las ollas llegaban hasta los 447ºC. Su objetivo, como se ha demostrado experimentalmente, es que se fracturaran lo menos posible, y estos homínidos lo lograban con una pericia sorprendente.

Yacimiento Qesem en Israel. ¡Peligrosa excavación! @FilipeNatalio

¿Cómo lo averiguaron? Pues, según relatan en este trabajo, utilizando una técnica llamada espectroscopia de Raman y utilizando modelos de temperaturas que van a ser muy útiles para otros científicos. En realidad, como me cuenta el arqueólogo del IPHES Jordi Rosell, que desde 2011 trabaja en este yacimiento (también lo hace Ruth Blasco, del CENIEH), «aquellos humanos no sabían de temperaturas, pero aprendieron cuánto tiempo tenían que estar las herramientas al fuego o a qué distancia situarlas, para conseguir el efecto que querían».

Lo misterioso, como explica Rosell, es que esta técnica avanzada de ‘forja’ en piedra, que triunfó localmente en Qesem, acabó por desaparecer con la expansión de la tecnología más típica de los neandertales, la musteriense, aunque para algunos, como el propio Rosell, también eran de esa especie. Es una conclusión a la que ha llegado tras los estudios realizados de los dientes hallados en Qesem por dos grandes especialistas en la materia, José María Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres, del CENIEH, que los han comparado con los de la Sima de los Huesos de Atapuerca encontrando muchas similitudes con los neandertales arcaicos del yacimiento español. Filipe Natalio apunta, sin embargo, que «los dientes que se han encontrado en Qesem no encajan ni con ‘sapiens’, ni con neandertales ni con humanos modernos» y apuesta porquq puedan ser «una especie evolucionada localmente».

En todo caso, la forma que tenían de trabajar la piedra, es decir, su tecnología, es novedosa. Ha sido bautizada como Achelo-Yabrudiense y Natario me cuenta vía email que surgió coincidiendo con la desaparición de los elefantes -no se sabe si por el clima, la caza humana excesiva u otra razón-, y el cambio empujó a aquellos humanos a buscar otros animales más pequeños para alimentarse: «Las cuchillas son mucho más eficientes para matar animales pequeños. Lo novedoso es su comportamiento diferencial y un uso controlado e intencional del fuego, porque supone pensamientos y estrategias abstractas para fabricar diferentes tipos de herramientas. Eso es muy muy sorprendente y emocionante», reconoce el investigador. Natalio está convencido de que este trabajo abre una vía de estudio muy interesante: «Planeamos proporcionar a los arqueólogos el código y ayudarles a implantar esta estrategia en su investigaciones. Lo que más trabajo lleva es construir un modelo, porque hay que recoger la mayor cantidad de materia prima posible y hacer espectroscopía Raman. Una vez hecho, con nuestro código, obtendrán su propio modelo y podrán predecir cómo se hicieron sus herramientas».

El caso es que la Cueva Qesem no deja de sorprender a la comunidad científica. Descubierto en 2003 cerca de Tel Aviv, cuando se hacía la autovía que ahora tiene justo al lado, enseguida de vió que era un lugar especial. Al modo de la Gran Dolina de Atapuerca, se trataba de una cueva enorme colapsada y ‘rellena’ de sedimentos, un libro en piedra que va de los 20.000 años del techo hundido a los 400.000 de la base. De momento, llevan 15 metros excavados…lo que no hace nada fácil los trabajos y miles y miles de piezas arqueológicas de piedra, además de los dientes fosilizados.

La principal incógnita es, como señalaba, qué humano era aquel, tan ‘primitivo’ y a la vez tan ‘moderno’. Tras los primeros hallazgos se publicó que eran ‘sapiens’ muy arcaicos, quizás los primeros que salieron de África, pero el debate está abierto. «Yo creo que son neandertales, después de ver el estudio que realizaron en el CENIEH, pero curiosamente su tecnología era más avanzada que la de los neandertales posteriores. Además, están en una región compleja de Oriente Próximo, donde hay yacimientos de ‘sapiens’ y neandertales que se superponen. Si la hibridación de ambas especies fue justo en esa zona, puede que no sólo intercambiaran genes, sino también tecnologías», apunta Rosell.

Tampoco se sabe por qué desapareció esta forma cultural, muy localizada en Israel, Gran Líbano y zonas de Siria y Jordania. «Igual se quedaron aislados por un cambio del clima o tal vez, como me dijo Avi Gopher (co-director de las excavaciones), Israel es hoy una puerta de entrada y salida de África pero en momentos del pasado era diferente», plantea Rosell.

Ruth Blasco en la Cueva de Qesem junto a Ran Barkai, codirector de la excavación.

Hay que recordar que la arqueóloga Ruth Blasco, del CENIEH, lideró recientemente una investigación en esta cueva con los hallazgos de gran impacto: tras estudiar con otros colegas miles de huesos de patas de cérvidos encontrados en Qesem, que tenían unas extrañas marcas, y compararlas con los de gamos de los Pirineos, se reveló que los habitantes de la cueva israelí no sólo se comían su carne, sino que guardaban estos huesos de patas, a modo de despensa para tiempos de escasez, porque eran conscientes de que contenían un tuétano valiosísimo para su dieta que se podía conservar en perfecto estado hasta seis semana. Hoy, con nuestras neveras, parece poco, pero en aquel pasado remoto la carne que tanto costaba conseguir enseguida se echaba a perder… y el tuétano es una increíble reserva de grasas muy necesarias para el cerebro.

Otro descubrimiento realizado en esta cueva, también con participación española, reveló que sus habitantes eran capaces de cazar aves y que no sólo se las comían, sino que usaban sus plumas, quien sabe si como objeto simbólico de su relación con otros seres de la naturaleza.

Igualmente ha sido en este lugar donde se han encontrado las pruebas más antiguas conocidas de humanos que ‘inventaron’ la barbacoa, no muy distinta a la que seguimos practicando. «En el yacimiento neandertal de Abric Romaní tenemos muchos ejemplos de hogueras, pero es un lugar mucho más reciente (de hace unos 70.000 años). En Atapuerca, sin embargo, en las mismas fechas que en el yacimiento de Israel, que son el nivel TD10 de la Gran Dolina, no hay vestigios de fuego. De hecho, en toda Atapuerca no hemos encontrado restos de fuego. Quizás aparezcan en los nuevos yacimientos pero no hasta ahora. Por ello Qesem nos interesa mucho a quienes trabajamos en Atapuerca», reconoce Rosell.

Filipe Natalio también lo tiene claro: «Este lugar va a dar muchas sorpresas»

 

 

 

Una huella digital nos descubre a una joven artista neolítica


 

ROSA M. TRISTÁN

A menudo se representa el arte rupestre con una escena en la que un hombre ‘barbado’ y musculoso se esmera en dibujar un animal en una pared rocosa. Es la típica representación científica en la que las mujeres ocupan, salvo contadas excepciones, un papel de menor enjundia intelectual, pero no hay como aplicar técnicas ‘detectivescas’ para revelar que la huella de ellas también está ahí, aunque no siempre se busque… y se encuentre. Esto es lo que ha ocurrido en un abrigo rocoso granadino del cerro Jabalcón, cuya vista desde la cumbre es todo un espectáculo.

Allí, curiosamente en un abrigo bautizado como «Los Machos», entre más de 32 motivos pintados en dos paneles (uno sobre todo) hace entre 5.000 y 7.000 años, se han identificado dos huellas dactilares y una de ellas tiene un 80% de posibilidades de pertenecer a una mujer joven, según un equipo internacional de científicos que lo ha estudiado, liderado por Francisco Martínez Sevilla, de la Universidad de Granada (UGR). Es, de hecho, la primera vez que se logra determinar el sexo y la edad de los autores de unas pinturas rupestres mediante un análisis que es muy habitual en los trabajos policiales.

En la investigación, que acaba de publicarse en la revista Antiquity, también se identifican las huellas dactilares de un hombre adulto, mayor de 36 años, junto a las de la posible mujer joven. «Con las huellas de la cerámica ya se han habían hecho estudios muy completos pero no con pinturas. También se habían identificado manos de mujeres pintadas en la Prehistoria en otros lugares, pero lo importante es que ahora se abre la opción de poder identificar a los autores por sus huellas dactilares, algo que no se había hecho antes. Además, el trabajo confirma que la representación en estas pinturas no estaba limitada a un conjunto concreto de edad o sexo, sino que podían participar todos”.

El estudio de los ‘paleodermatoglifos’ fue desarrollado  por el grupo de investigación GROB -Grup de Recerca en Osteobiografia- con la profesora Assumpció Malgosa, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Para determinar el sexo y la edad, se fijaron en las crestas dactilares, porque, como explican, hay diferencias entre sexos en el número de crestas y en la anchura. Son mayores en los hombres que en las mujeres. También hay particularidades por la edad, porque el patrón de huellas dactilares no cambia durante la vida, pero si lo hace durante el crecimiento la distancia entre esas crestas.

Muchas de las obras pintadas en los paneles del abrigo son figuras antropomorfas  que forman parte del estilo llamado ‘arte Esquemático’, una forma de representar que se puede ver por abrigos y cuevas de toda la Península Ibérica y que se extendió desde el Neolítico, con las primeras poblaciones humanas sedentarias, hasta la Edad del Cobre, a mediados del siglo VI antes del presente. Algunas de las figuras tienen falo, lo que se identifica con los varones, y en otras se aprecian bultos bajo los brazos que, según Francisco Martínez y su equipo, serían los senos de las mujeres, si bien hay quien lo identifica con ídolos. También hay figuras circulares y geométricas.

En esta investigación, los autores han realizado un análisis del abrigo rocoso y del panel pictórico, incluyendo su morfología geológica (causante de la conservación y durabilidad de las pinturas a lo largo del tiempo); las técnicas utilizadas en la aplicación de la pintura; el contexto arqueológico regional; la atribución cronológica y la identificación del perfil biológico de los autores de las pinturas a través del análisis de paleodermatoglifos (huellas dactilares antiguas). “Además, el análisis del ancho de los trazos nos ha permitido confirmar que el pigmento se aplicó con los dedos y que las huellas dactilares documentadas pertenecen a una fase 2, la más reciente, de un pigmento ocre oscuro, como un repintado posterior”, apuntan los autores.

El Jabalcón, sobre la cuenca de Baza.

El refugio fue descubierto durante un trabajo de campo realizado entre 2004 y 2005. Es una cavidad con una abertura orientada al este en un muro de piedra caliza casi vertical, de unos 100 metros de altura, que ofrece amplias vistas sobre la cuenca de Baza. Es poco profundo y abierto, unos 13 metros en la parte exterior y cuatro de profundidad. El panel con los dibujos está justamente en la zona más profunda, a resguardo de la erosión del agua y el viento.  Al parecer, la evidencia de actividad prehistórica es escasa en la comarca, pues sólo se han hecho estudios de superficie, pero si se sabe que hay 19 yacimientos arqueológicos en un radio de  unos 10 kms, entre el Neolítico y la Edad del Bronce. «No sabemos en realidad por qué hacían estas representaciones rupestres, si estos abrigos eran santuarios o lugares de reunión de las comunidades. Pero esa huella de un dedo en medio de un trazo es algo físicoy tangible, un vínculo con aquellos humanos que podría investigarse en otros sitios para averiguar más datos sobre los aquellos artistas», señala el científico. 

En el estudio han participado, además de Francisco Martínez Sevilla, Meritxell Arqués, Xavier Jordana, la mencionada Assumpció Malgosa, José Antonio Lozano Rodríguez, Margarita Sánchez Romero y Javier Carrasco Rus (Universidad de Granada) y Kate Sharpe (Universidad de Durham en el Reino Unido).

 

 

 

Atapuerca: una excavación adaptada al coronavirus


Nuevos andamios en la Gran Dolina de Atapuerca @EudaldCarbonell

ROSA M. TRISTÁN

Atapuerca no está dispuesta a rendirse al COVID-19. «Los que estudiamos evolución humana sabemos que la clave es adaptarse para sobrevivir, así que nos hemos adaptado a la nueva realidad y Atapuerca no para». Así de claro lo tiene Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones que un año más van a desarrollarse en la famosa sierra burgalesa. Son ya 43 años seguidos de excavaciones en un lugar emblemático que nos ha descubierto grandes momentos de nuestro pasado humano.

Bien es verdad que lo hará en condiciones especiales, con limitaciones que impone la ‘nueva normalidad’ y que hará que esta campaña recuerde a las de hace ya muchos años: en total 50 personas, todas españolas, cuando el año pasado participaron un total de 283 de 22 nacionalidades distintas. De hecho, sólo se trabajará en tres yacimientos: la Gran Dolina, Sima del Elefante, Cueva Fantasma, Sima de los Huesos y Galería de las Estatuas. En Cueva del Mirador,  La Galería, La Paredeja o El Penal esta campaña no se podrá trabajar. El equipo que trabaja en el río Arlanzón cribando los sedimentos, que dirige Gloria Cuenca, también estará activo, con unas cinco personas. Además, en vez de 45 días de trabajo serán 25: del 1 al 25 de julio.

En los que si se podrá, se tomarán medidas especiales de seguridad. Así, en cada yacimiento habrá entre cinco y siete personas como máximo (Gran Dolina es grande así que permite mantener las distancias) y la logística de cada uno de los tres yacimientos activos (comidas, transporte…) será independiente para evitar que haya concentración de personas en ningún momento dentro del complejo. «Estamos contentos de contar finalmente con la financiación de la Junta de Castilla y León que nos permite mantener la excavación y estamos haciendo ya muchos cambios», me explica Carbonell. Respecto a posibles prevenciones sanitarias, se ha recomendado a todos los que vayan este año a trabajar a las excavaciones que se hagan unos test de coronavirus, si bien es algo voluntario.

Los cambios en marcha es lo que han bautizado como «Tormenta metálica», porque se están cambiando algunos de los andamios que durante años han definido el paisaje de esta sierra habitada desde hace más de un millón de años por parientes humanos. En concreto, con el apoyo de la Consejería de Cultura y Turismo se ha colocado una estructura metálica de refuerzo en la cubierta del yacimiento de Gran Dolina, con una inversión de más de 50.000 euros.

También está previsto que se reanuden las visitas turísticas. «Confiamos en que se pueda volver a la normalidad totalmente en julio, así que quien quiera podrá venir a vernos, también con las medidas de seguridad correspondientes», explica el codirector del proyecto.

Por lo pronto, ya ha abierto sus puertas el Museo Nacional de Evolución Humana, en Burgos, y los paseos por la Trinchera de Ferrocarril se reanudarán una vez que  se levante el Estado de Alarma, ya superado el brote de una enfermedad humana que, por lo que se sabe hasta ahora, nunca antes en la historia de la especie había sido tan global.

 

La cuerda de los neandertales: más de 45.000 atando cabos


Scientific Reports (2020).

ROSA M. TRISTÁN

Casi siempre que representamos a nuestros extintos parientes, los neandertales, lo hacemos vistiéndoles con pieles de animales, más bien poniéndoselas encima casi de cualquier forma. En la última década no han dejado de publicarse hallazgos que, de repente, nos han descubierto que esos seres primitivos, en realidad, no eran tan distintos a nosotros mismos, es más, que incluso compartimos sus genes y los heredamos porque durante un tiempo vivíamos en el mismo espacio y tiempo. Y, sin embargo, no dejan de sorprendernos. Ahora, gracias al hallazgo de una cuerda trenzada de seis milímetros de largo, realizada por uno de estos homínidos. Un pequeño objeto que abre un sinfín de posibilidades.

Imagen de la cuerda por un microscopio electrónico @Scientific Reports (2020).

El pequeño cordaje, tres insignificantes haces de fibra vegetal retorcidas, se encontraba sobre una piedra de unos 6 centímetros en un abrigo, es decir una pequeña cueva, conocido como Abri du Maras, cerca del río Ardeche, un afluente del Ródano (Francia). Estaba en un nivel que, según las dataciones, tiene entre 41.000 y 52.000 años, es decir, una fecha media de 45.000 años, cuando los últimos neandertales aún se paseaban por Europa y nuestra especie era, si acaso, una recién llegada.

Los investigadores, que dirige Bruce Hardy y del que forma parte la estudiante del IPHES Céline Kerfant, explican que estaba en el mismo lugar donde ya habían encontrado (desde 2006) más de 4.000 piezas de piedra de unos 15 milímetros, trabajadas con la técnica ‘Levallois’ típica de esta especie, así que no hay duda.

Especulan que el trenzado quizás estaba estar enrollado entorno a la herramienta, como si se tratara de un mango, aunque también podría ser parte de una red para pescar o de una bolsa. Pero son eso, especulaciones.  Si que mencionan que sabía del uso de plantas porque en el yacimiento prehistórico de Poggetti Vecchi (en la Toscana), otros neandertales hicieron palos de madera del boj usando el fuego, si bien  se olvidan que en un yacimiento vasco se encontraron otras herramientas de madera de hace 90.000 años.  Y hay que mencionar el Abric Romaní (en Barcelona), donde se han documentado formas de vida neandertales que hablan de su complejidad cultural.

Con todo, casi todos los restos del Paleolítico Medio que se conocen son huesos y piedras y hay ‘una mayoría que falta’, que es todo lo perecedero porque no fosiliza. De ahí la relevancia de este hallazgo, publicado en la revista Scientific Reports. Es la primera evidencia de que los neandertales usaban fibras naturales para obtener hilos y con ellos elaborar otras cosas. La prueba más antigua de algo similar, hasta ahora, eran unas fibras descubiertas en el  Ohalo II (Israel) de hace 19.000 años, indiscutiblemente de nuestra especie.

De su detallado estudio, con microscopía y espectrocopía, han descubiero que las fibras proceden del interior de una planta sin flores, quizás una conífera, y eso revela que los neandertales tenían un amplio conocimiento del crecimiento y la estacionalidad de estos árboles porque resulta que esas fibras son más fáciles de separar de la corteza y la madera a principios de la primavera, que es cuando la savia comienza a subir. Después, se hacen demasiado grandes y ya no podrían sevirles. ¿Y cómo las separaban de la corteza? Pues se cree que las golpeaban hasta desprenderlas, aunque también se sabe que sumergidas en agua se ablandan y es más fácil separarlas. Luego, una vez conseguidas, retorcían cada una de las fibras en el sentido de las agujas del reloj y, por último, las tres juntas en el sentido contrario.

Yacimiento francés donde ha sido hallada la cuerda. @Scientific Reports (2020).

voilà!. La cuerda.  Algo tan sencillo y que es tan fundamental para tan grande cantidad de actividades humanas, porque no sólo facilitan el transporte y el almacenamiento de alimentos, sino que ayudan en el diseño de herramientas complejas (como redes de pesca, elementos de decoración o arte, la navegación…). Apuntan los científicos que una vez conocida, es muy probable que esta técnica se convirtiera en indispensable y la usaran en su vida cotidiana. También que dedicarían muchas horas a ella, porque hacer encordado requiere mucho tiempo.

Es más, mencionan un aspecto que va más allá del mero objeto: «Las plantas juegan un papel importante en la formación del pensamiento de una cultura, su representación del mundo y su cosmogonía». ¿Qué pensaban los neandertales? Como poco, señalan que hacer cuerdas requiere una comprensión de conceptos matemáticos y realizar un cálculo general que permita poder crear un aestructura de este tipo, por lo que sugieren que algo tan sencillo como este objeto puede contener las «posibles bases cognitivas salvajes para la abstracción y el pensamiento simbólico moderno» porque  requiere realizar un seguimiento de múltiples operaciones secuenciales simultáneamente, a lo que se suma la necesaria memoria operativa. 

En  definitiva, que tenemos cuerda desde hace tiempo…

3.000 años transformando cada rincón de la Tierra


 

ROSA M. TRISTÁN

¿Cuándo el ser humano comenzó a transformar el planeta que habita de forma global? La respuesta, según arqueólogos de todo el mundo, se remonta a hace unos 3.000 años, inicio de la expansión de una forma de vida, basada en la agricultura y la ganadería, base desde entonces de la alimentación de la especie, que sigue detrás de los grandes destrozos de la naturaleza, como son los incendios, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el cambio de curso de los ríos o la contaminación de las aguas de los mares.

Han pasado, dicen los investigadores, tres milenios para que todos los continentes y territorios, salvo la Antártida, hayan sido entendidos como un recurso a explotar, dejando al margen tan sólo algunos reductos, los espacios protegidos, de la voracidad de la especie. Así lo certifica el mayor estudio arqueológico jamás realizado a nivel mundial, un intento de globalizar la información conseguida en excavaciones en todos los continentes que llega a la conclusión de que nuestro impacto general en la vida planetaria es anterior a lo que se pensaba. A más tiempo pasado, menos tiempo para reaccionar y dar la vuelta a la situación.

No deja de ser curioso cómo se ha pergeñado el estudio. Los líderes del proyecto ArcheoGlobe (Universidad de Maryland), Lucas Stephens y Erle Ellis, dividieron la Tierra en 146 regiones y contactaron con 1.000 arqueólogos de los cinco continentes ara implicarles en el trabajo. Entre ellos, los españoles Ferrán Borrell y José Antonio López-Saéz (CSIC). Al final, les llegaron respuestas de 255 y un total de 711 cuestionarios.

Todos los interesados debían rellenar unos extensos formularios de las zonas que investigan proporcionando datos que luego se cruzaron para elaborar diferentes ‘mapas-mundi’. En ellos se refleja la evolución del uso del planeta en los últimos 10.000 años, ateniéndose a los ‘restos arqueológicos’ que fuimos dejando. “Es interesante porque hasta ahora los estudios de ciencias ambientales no han incorporado la información arqueológica. Este estudio demuestra que hay que tenerla en cuenta”, señala Borrell, de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) y experto en Próximo Oriente. Esta zona es precisamente desde la que se expandió la agricultura. Borrell, hasta que estalló la guerra en Siria, dirigía excavaciones en Qarassa, la zona neolítica en este país hoy prácticamente destruido.

Borrell explica que las categorías de los formularios que le enviaron eran muy genéricas y que puede haber algunas distorsiones porque hay grandes zonas de Rusia, África Central y Occidental o del Sudeste Asiático que no cuentan con suficientes datos por falta de excavaciones, pero defiende que pese a ello es un primer retrato en movimiento que nos dice cómo hicimos una transformación que se inició desde el primer gran impacto agrícola en Oriente Próximo hasta extenderse también en remotos lugares de Asia, Sudamérica o Australia.

Fue un proceso en el que agricultura y ganadería fueron de la mano. Y no sólo mediante la selección de semillas o animales que fueron transformando las especies de cereales o de la fauna en función de sus características más apreciadas, sino además por el transporte de un lugar a otro cuando ya existían grandes concentraciones humanas.

“No cabe duda de que como especie tuvimos y tenemos un gran impacto que pone en juego nuestra supervivencia misma. Y vemos que es algo que viene de lejos, si bien ahora se acelera la velocidad de la destrucción. Es algo que nos aboca a un estallido final si no cambiamos, pero es un cambio que debe hacerse a nivel planetario, no puede ser la decisión de un Estado”, apunta el científico del IMF.

Y es que en esos inicios, en el 82% de la Tierra los humanos vivíamos de la caza y la recolección, pero para la época del Imperio del Antiguo Egipto (III dinastía) esas cifras habían caído un 63%. De hecho, desde mil años antes cuatro de cada 10 regiones de la Tierra ya tenían implantadas algo de agricultura extensiva. El pastoreo se había ido extendiendo a su vez por zonas cercanas a ecosistemas más áridos, que eran más propicios para esta actividad que para cultivos ante la falta de lluvias.

No es que la caza y la recolección fueran inocuas. Antes de la agricultura ya quemábamos bosques para cazar más fácilmente , cambiando ya los ciclos del agua, pero entonces se conocía profundamente el ecosistema, se sabían los ciclos de vida de todas las plantas y animales; también hubo un periodo en el que el forrajeo y la agricultura convivieron fusionados. A medida que la población creció, se redujeron las posibilidades de ser flexibles en nuestras estrategias de subsistencia, se comenzó a olvidar recurrir a la caza y la recolección en momentos necesario. Y se inició el “proceso que parece en gran medida irracional e irreversible a largo plazo”, en palabras de los autores del trabajo.

Vera, la pequeña neandertal de Burgos


Diente de Vera, la niña neandertal de Ojos de Guareña de Burgos.

ROSA M. TRISTÁN

Cuando Trino Torres, allá por 1976, se puso a buscar dientes de oso cavernario en las cuevas de Ojos de Guareña, en las Merindades de Burgos, no encontró lo que quería. Los restos recogidos en la conocida como Cueva Prado Vargas quedaron a buen recaudo en el Museo de Burgos, sin que durante décadas nadie intuyera que eran la cerradura que escondía la entrada a la casa de la pequeña neandertal Vera, una criatura de unos ocho años (lo del sexo es imaginación, por cierto) que habitó en esta caverna.

Esa cerradura la encontró un día, allá por el año 2000, la arqueóloga burgalesa Marta Navazo y, sorprendida por la riqueza de los restos guardados, se empeñó en lograr fondos para excavar en el lugar. En 2005, logró por fin algunos recursos para una pequeña excavación de dos metros cuadrados, pero tuvo que esperar hasta 2016 para que la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León le permitiera iniciar un proyecto con un equipo que lleva ya tres años sacando miles de registros de la presencia de aquellos humanos euroasiáticos que dejaron su rastro en nuestro ADN.

Cueva Prado Vargas en plena excavación.

«Comencé el proyecto con ocho alumnos y ya tenemos tres tesis en marcha sobre Prado Vargas. Es asombrosa la calidad y cantidad de los restos que encontramos en el nivel cuatro, de hace 46.000 años. El diente infantil, de un menor neandertal que llamamos Vera porque así se llama la nieta del dueño del prado, Beni, es el más importante, pero sólo este año hemos sacado otros 2.000 registros, unos 6.000 en total en cuatro años. Aquí me jubilo», asegura una entusiasta Navazo, que también coordina en Atapuerca el yacimiento neandertal de La Paredeja.

Si el primer año en Prado Vargas lo dedicaron a eliminar restos superficiales -el padre de Beni usaba la cueva para guardar ganado – al siguiente ya abrieron la entrada original y comprobaron que había hasta nueve metros de sedimentos repletos de vida de hace decenas de miles de años. «En el primer nivel excavamos 40 m2, pero en total queremos abrir más de 100 m2. Ya sabemos que este era un lugar de referencia para los neandertales  de hace 46.000 años -en el momento en el que los ‘sapiens’ llegaban a Europa- porque aquí tenían refugio, fuentes de agua, materia prima para sus herramientas, animales que cazar… y estaban entre la costa y la meseta», comenta la arqueóloga.

Raedera de sílex de Prado Vargas.

Por si no bastara con el diente humano, que certifica sin duda la presencia humana y familiar, también han localizado un hogar en el centro de la cueva de unos 25 centímetros de diámetro donde aquellos neandertales castellanos hacían fuego, como, por otro lado, ya se sabía por los huesos y las herramientas (raederas, puntas, denticulados y retocadores de huesos musterieneses) que habían encontrado quemados. Pocas dudas quedan de que controlaban el fuego…

Siguiendo el ejemplo ‘socializador’ de los yacimientos de Atapuerca,  también aquí Navazo, junto con Rodrigo Alonso, del Museo de la Evolución Humana, han abierto desde el principio la vía de la divulgación e implicación social en los trabajos, con cursos de formación y actividades de voluntariado en las que participan los habitantes de la zona. Este verano, muchos fueron los que participaron en el lavado de los sedimentos de Prado Vargas en el río Trema. Este programa, desarrollado en colaboración con la Casa del Parque de Ojo Guareña y la empresa Ráspano Ecoturismo, ha dado la oportunidad de colaborar con el proyecto a más de 70 niños y adultos, que han recuperado con su trabajo restos de roedores, topillos, conejos y murciélagos que entraron en la cavidad. El estudio de estos fósiles, junto a otros análisis de polen, permitirá en un futuro inmediato conocer que clima y paisaje existía cuando Vera y su grupo se establecieron en la Cueva de Prado Vargas.

En concreto, de momento, entre los huesos y dientes recuperados en esta excavación ya se han identificado restos de ciervo (Cervus elaphus), rebeco (Rupicapra rupicabra), corzo (Capreolus capreolus) caballo (Equus ferus), tejón (Meles meles), conejo (Oryctolagus sp.), oso (Ursus spelaeus), bisonte (Bos bison) y zorro (Vulpes vulpes) entre otros. Son huesos muy fragmentados, sobre todo de de radios, húmeros, metatarsos y tibias. Es decir, que los neandertales transportaron al interior de la cavidad las extremidades de los animales que cazaban para aprovechar su carne y fracturar las cañas de los huesos largos, que les permitían obtener y consumir su médula. Eran las partes más apreciadas de las presas. Del resto del esqueleto se han descubierto varias vértebras, un par de fragmentos de cráneos, costillas, así como la roseta de un asta de ciervo y una cuerna de cabra.

En definitiva, un proyecto en Ojo de Guareña que dará mucho que hablar…

 

 

 

 

Atapuerca, a las puertas de ‘abrir’ un Penal


 

Pisando sobre el futuro yacimiento de El Penal en Atapuerca. @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

No hay visita a los yacimiento de Atapuerca que no traiga consigo una sorpresa… Este año, la planificación de la apertura de un nuevo yacimiento, que no es sino la continuación, al otro lado de la Trinchera del Ferrocarril, del espectacular de la Gran Dolina, una gran cueva de la sierra burgalesa que el tiempo rellenó de restos del pasado y que la vía de un partió por la mitad para dejar al descubierto lo que escondía. Ahora ya sabemos que había en el margen derecho, pero ¿Y al otro lado?

Por un camino entre encinas y hojas con forma de corazón, Eudald Carbonell, María Martinón-Torres y Jordi Rosell llegan al punto, casi enfrende de la Gran Dolina en la que tienen previsto comenzar a excavar la próxima campaña. «Nos esperan aquí muchas sorpresas, y mucho trabajo», les dice Carbonell, mientras les hago una foto, quien sabe si histórica, de esa primera visita a lugar del equipo que dirigirá los trabajos, este año inmerso en el nivel TD4 del yacimiento de enfrente sacando fósiles de hace casi un millón de años…

Palmira Saladié me muestra una de las estalagmitas de TD8, Gran Dolina de Atapuerca. @ROSA M. TRISTÁN

En realidad, ya queda poco para llegar a la base del TD4 . «La calidad de los huesos grandes que hay, es de los mejores sitios de Atapuerca. Este años seguimos sacando osos que venían a invernar a la cueva, rinocerontes, cérvidos (seguimos con el ataque de cuernos, muchos de desmogue) y también era una trampa natural. Sólo de cuernos hemos sacado seis o siete enteros», explica entre el ‘toc toc toc’ permanente de los martillos, entre otros el de Martinón-Torres. «Son seis metros de capas lo que llevamos excavado, pero ya nos queda poco, aunque aún puede haber sorpresas», comenta Jordi, quizás pensando en esa herramienta de piedra que encontraron en 2013.

Aprovecho para  preguntar a la directora del CENIEH por el sorprendente trabajo científico que afirma que hubo ‘Homo sapiens’ en Europa hace 210.000 años. «No creo que fuera una colonización, si acaso un individuo o pequeño grupo que salió de Africa con antelación, pero hasta hace unos 50.000 años no fue cuando la especie se extendió en el continente», explica, expresando dudas que comparten otros muchos colegas expertos en el tema. «Pero está publicado en Science Advance’, no podemos obviarlo», puntualiza.

Sobre sus cabezas, el panorama es este año increíblemente distinto. Donde hasta 2018 se veían decenas de cuadrículas y huesos surgiendo entre los sedimentos, ahora salen estalagmitas como hongos… El pasado año ya dijeron adiós a la capa TD10, que es la que habitaron los ‘Homo heidelbergensis’ de la Sima de los Huesos hace entre 500.000 y 200.000  años, y que tanta información ha proporcionado sobre su forma de vida y sus estrategias de caza. «El TD9 era un nivel pequeño que no tenía casi nada y ha sido fácil eliminarlo. Ahora en la parte superior del TD8 nos encontramos estalagmitas, pero estamos en un nivel que sabemos que tiene restos paleontológicos y cuando lleguemos más abajo, habra´mucho material»,  me dice Antonio Rodríguez, que se define como uno más de los ‘nómadas paleontólogos’ que cada año participa en las campañas en este baúl de fósiles de la sierra.

El hoyo de la Sima del Elefante, cada año más profundo. @Rosa M. Tristán

Debajo de los andamios de La Galería, otro de los yacimientos de la Trinchera, se ‘esconde’ Josep Maria Vergués, el arqueólogo experto en dataciones. Anda buscando hierro para determinar la datación exacta del yacimiento que en su día fue una trampa, un auténtico ‘paleo-supermercado’ para los humanos que rondaban estas tierras. «Mira esta zona más oscura. Creo que pueden ser niveles con materia orgánica», me dice.

Ya en La Galería, Isabel Cáceres, sigue al pie del cañón. Me lleva hasta el punto exacto en el que acaba de asomar un bifaz de piedra, que parece clavado en el suelo, con la punta hacia arriba. Es el cuarto a día de hoy de la campaña. «Si es que, claro, preferían llevarse la carne y dejar aquí las herramientas, que no tenían bolsillos donde guardarlas», comenta con meridiano sentido común. ¿Y qué más dejaban? Pues cotillas y cabezas, como las de los caballos que han encontrado no lejos de los bifaces.

Impresionante montaje en la Cueva Fantasma, donde esperan encontrarse neandertales. @Rosa M. Tristán

El cambio de panorama más espectacular, no obstante, me espera en Cueva Fantasma. Es espectacular el panorama con un gran techado que cubre lo que en su dia fue una caverna y hoy en un espacio donde el sol machaca las neuronas. Aún andan limpiando las zonas removidas, bajo la batuta de Josep Vallderdú y Ana Isabel Ortega. También aquí están encontrando restos de caballos para aburrir… «Parece que debía ser una galería con muchas bifurcaciones, no una sala grande, pero aún estamos comenzando el trabajo», me explican. El mirador que han hecho para que las visitas puedan asomarse al yacimiento es impresionante. Por un lado, vistas a toda la sierra y alrededores; por otro, al espacio que, quizás, un lejano día habitaron los neandertales de Atapuerca.

Con Eudald Carbonell, Marta Navazo y miembros del equipo en La Paredeja.

Como el año pasado no pude visitar Cueva Mayor, este año me acerco al Portalón, donde no dejan de aparecer restos del Neolítico, ya sea un molino primitivo, hogares, restos de adornos… Es uno de los lugares más frescos para excavar en un año que está siendo duro por el calor, y que sobrellevan con lo que llaman el ‘año hippy’, por aquello que fomentar el ‘buen rollo’ entre todo el equipo. Aún más fría y húmeda es la Sima de los Huesos donde no llegó, pero imagino al equipo de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal dándole al buril.

Sin tiempo para pasar por la Sima del Elefante, otro yacimiento a punto de llegar al final de su recorrido y donde se halló el resto humano más antiguo de Europa (el s.p.), Eudald Carbonell me acerca a conocer el más reciente, hasta que El Penal (o ‘Papillon’, que así quieren llamarle algunos) inicie su andadura. Es La Paredeja, que ya conocí el año pasado y que dirige Marta Navazo. En lo que va de campaña ya han encontrado 240 piezas de piedra elaboradas por neandertales. El equipo ansía que llegue el día en el que aparezcan restos fósiles, pero aún está por llegar..

 

 

 

 

 

 

África en el Neolítico: el ‘reino’ de pastores que no bebían leche


ROSA M. TRISTÁN

«Sabemos más de los humanos africanos de hace dos o un millón de años que de los que hace unos milenios». La frase me la dice la arqueóloga Mary Prendergast, de la Universidad de Sant Louis (en Madrid), una de las mayores expertas en el Neolítico africano. Es un ‘agujero’ antropológico que, ahora, trata de llenar gracias a un estudio genético que lidera y que publica hoy la revista ‘Science’. Junto a un nutrido grupo de especialistas, nos descubre un retrato de hace 5.000 años de África oriental en el que los pastores iban viajando desde el norte hacia el sur por la reseca sabana con sus vacas, cabras y ovejas. Y no se sabe bien cómo las aprovechaban, porque aún tenían intolerancia a la lactosa. Es fácil imaginarles nomadeando de un lado a otro, no de forma muy distinta a como hoy siguen haciendo ahora los fulani (o peul), los turkanas o los masais que habitan al sur del Sáhara y por el Este del continente. Pero ¿son los mismos que en el pasado? Es precisamente la genética, nueva gran herramienta para los arqueólogos, quien ahora nos da nuevas pistas…

Pastor de origen nilótico, masai, en pastos en Kenia. @Rosa M. Tristán

Gracias al ADN antiguo de 41 individuos del Neolítico (unos 5.500 años) de Kenia y Tanzania han descubierto que los pastores que comenzaron a llegar desde el norte sudanés se mezclaban con los cazadores/recolectores que habitaban el Valle del Rift hasta formar un grupo genético homogéneo, en un proceso que duró unos mil aós. Más tarde, ya en la Edad de Hierro, hace unos 1.200 años, llegaría una nueva oleada de migrantes ganaderos, que también se fundieron con las poblaciones ya asentadas. Son los pueblos nilóticos (masai, samburu, luos, datooga, dinka…) que hoy habitan buena parte del Rift y que siguen siendo, sobre todo lo demás, pastores.

El estudio también detecta ya en aquellos nómadas la huella genética de los bantúes que llegaban del oeste, aunque aún en poca proporción: en el yacimiento de Deloraine Farm  hallaron ADN de un niño con ascendencia occidental, confirmando así la propagación (más tardía) de la agricultura y de las lenguas bantúes.

Sin embargo, pese a esta fusión biológica, aquellos primeros ganaderos se organizaron en grupos que se aislaron totalmente, quizás con fuertes barreras sociales que los hiciron imnunes a intercambios culturales. Sus cerámicas, los materiales que usaban en sus herramientas de piedra, sus asentamientos e incluso sus prácticas de entierro eran diferentes, dando lugar a la  espectacular riqueza cultural en esta inmensa África oriental que aún permanece, aunque cada vez más en lucha contra la uniformidad global y con visos de acabar siendo una ‘curiosidad turística’ que retratar. 

Gishimangeda cueva en Lago Eyasi de Tanzania donde se han encontrado secuencias de ADN. @Mary Prendergast

Desde Dar es Salam, vía telefónica, Prendergast, me explica con detalle cómo surgió la idea de hacer un trabajo tan complejo en el contexto africano. «Para empezar, aquí todo lo que no es Pleistoceno, no interesa demasiado. Pero en 2016, estando un laboratorio de ADN antiguo en Harvard, comprendí que había muchas preguntas pendientes en la arqueología que podíamos descubrir con el ADN, así que contacté con la antropóloga Elizabeth Sawchuk (co-autora), que es una gran especialista. Sabía que en Kenia teníamos más de 100 restos de individuos neolíticos, fósiles que procedían de excavaciones de los Leakey y de grupos de investigadores japoneses de los años 60 que llevaban más de medio siglo sin estudiar, conservados de cualquier manera… Lo sorprendente fue que encontramos ADN antiguo de 41 individuos en perfectas condiciones», señala la investigadora. Y apostilla: «Tuvimos que llevarnos las muestras a Boston porque, por desgracia, en todo ´África no hay ni un laboratorio para ADN antiguo. Es tremenda la situación de la ciencia los países pobres».  

Pueblo hadzabe de cazadores-recolectores, en Lago Eyasi, Tanzania. @Rosa M. Tristán

Me sorprende al contarme que de aquellos restos, 15 se localizaron en el Lago Eyasi de Tanzania, uno de los lugares más espectaculares que he visitado, en cuyos alrededores pude conocer a los cazadores/recolectores hadzabe y ver cómo conviven hoy con pastores datooga. «El ADN nos mostró la relación de estos pastores, enterrados bajo sus casas, con otros de Kenia, aunque hace unos 4.000 años todavía tenían más de cazadores/recolectores que los de más al norte. Es muy interesante detectar, por vez primera con datos fiables, este viaje del pasado», reconoce.

Sobre el misterio de que fueran pastores y a la vez intolerantes a la leche, que les causaba graves problemas digestivos, aún no hay respuesta. De hecho, de los 41 sólo un individuo de hace unos 2.000 años tenía la mutación que permitía tomarla sin consecuencias. «¿Que si la fermentaban?. Es algo que no sabemos, pero pudiera ser», comenta la arqueóloga. Tampoco cree que cuidaran de los animales únicamente por el consumo de carne, algo que hoy sigue siendo algo excepcional en los pueblos pastores africanos. Los surma de Etiopía o los masai de Kenia, por ejemplo, aún mezclan la leche con sangre como bebida energética ¿una fórmula para evitar un daño?

Respecto a la diversidad cultural que surgió entre los neolíticos africanos, en un territorio en el que no había fronteras geográficas como si las hay en Europa, Perdrengast explica que «de momento hay datos muy dispersos en cientos de kilómetros para sacar conclusiones», y remite a futuros trabajos que, si la financiación continúa, deberán realizarse.

Otro asunto interesante es que, si bien los pastores viajaron  de norte a sur, la arqueóloga comenta que «no hay certeza de que entraran por Oriente Próximo con el ganado, no se sabe si hubo intercambio o  un centro independiente de domesticación de animales africano. De hecho, el pastoreo es algo totalmente asentado las raíces culturales de estas regiones, aunque ahora es una actividad amenazada por el cambio climático:  se están quedando sin tierras de pastos.

La investigación también confirma que la ganadería se expandió con más rapidez que la agricultura por este continente, sobre todo en una región donde el clima no lo ponía fácil: salvo en las zona alta de Etiopía o Kenia, cuando no hay lluvias y hay que buscar agua, es más fácil moverse con animales en busca de fuentes y manantiales, explica la arqueóloga. También ese movimiento favorecen las redes sociales, así que los cultivadores no se extenderían hasta hace unos 2.000 años, y se sabe que domesticaron sus propias plantas endémicas, como son el sorgo, el mijo, el cereal teff etíope o el ñame.

El trabajo menciona también al arqueólogo tanzano Audax Mabulla, actual director general de los Museos Nacionales de Tanzania, coautor del estudio, y uno de mis guías en mi último e inolvidable viaje a la Garganta de Olduvai. Mabulla es consciente de que «los resultados de este estudio tendrán un impacto a largo plazo porque los hallazgos importantes tienden a dibujar nuevos generaciones de investigadores regresan a colecciones antiguas de museos». 

Si esas nuevas generaciones, ademas, lo son cada vez más de científicos africanos, será una buena señal para este continente que, sin duda, dio lugar al género ‘Homo’ y que tiene mil historias por descubrir.

 

Miguelón, protagonista inesperado del estreno del libro #Atapuerca40años


Inesperado invitado en la presentación de «Atapuerca, 40 años inmersos en el pasado». @Miguel Angel Nieto

ROSA M. TRISTÁN

No estaba previsto. De repente, entre el público alguien sacó un cráneo de una bolsa. «A ver si Eudald Carbonell nos puede decir de quién es», desafiaron al arqueólogo. Ambos, nos quedamos de piedra. Según me contó después Eudald, no es la primera vez que alguien va a una conferencia o presentación suya con un resto humano, pero un cráneo era demasiado. Ocurrió hace unos días, mientras ‘estrenábamos’ oficialmente el libro «Atapuerca, 40 años inmersos en el pasado» (National Geographic, RBA), que hemos escribo a cuatro manos, en la Librería Lé de Madrid.

Fue una tarde especial, cargada de emociones, en la que no faltaron ni la familia ni los amigos. No tengo palabras para describir la sensación que tuve al entrar en el espacio destinado a la presentación y ver tanta gente. Entre la incredulidad y la satisfacción plena, entre el gusanillo de los nervios y el bloqueo por no saber a quien saludar primero. Como el espacio no era muy grande, muchos estaban de pie, entre las columnas, por las escaleras o sentados en el suelo. Había una cámara de televisión y un micrófono de RNE. También algunos colegas tomando notas. ¿Qué más se puede pedir?

Habíamos pensado que aquello fuera como un diálogo entre los dos, que no hablaríamos tanto de lo que es Atapuerca como del libro y que procuraríamos no alargarnos para que hubiera espacio para preguntas del público, que las hubo. Creo que seguimos el plan sin desviarnos, y que algunas de las anécdotas con las que Eudald jalonó su intervención, que recogemos en el libro, pusieron la nota divertida en algo que no queríamos que resultara ‘muy académico’. Entre otras cosas porque, aunque hemos intentado ser rigurosos en el contenido, queríamos que esta obra resultara entretenida para cualquier persona ajena a la materia, que sirviera de resumen de una historia no sólo de los hallazgos, sino también de las personas que han pasado por allí en estas cuatro décadas dejando su huella, algunas ya desaparecidas, otras convirtiéndose en los y las grandes especialistas que hoy son.

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Se me pasó el tiempo volando, así que fue Eudald quien, más consciente del tiempo, puso el colofón: «Somos más de 7.000 millones de individuos en el planeta y en nuestras  manos está el futuro. En otro caso caminamos hacia el colapso de la especie», dijo.

@Miguel Angel Nieto

Y luego, las firmas… Creo que a cada persona le gusta llevarse algo distinto, una dedicatoria que tenga algo que ver con ella, con el por qué compró ese libro y no otro de los cientos que había alrededor. Así, sin darnos cuenta, entre conversación y conversación, la cola se alargó y hubo gente a la que no puede saludar como hubiera querido.

Ahora, a esperar las opiniones de los lectores y lectoras. Eso es lo importante. Tras cuatro años de trabajo conjunto, mi deseo -y puedo decir que seguramente el de Eudald Carbonell también- es que cada uno de ellos se sienta más cerca de este gran proyecto de la ciencia española, que se acerquen así al fascinante mundo de la investigación, sus dificultades, sus preocupaciones y sus éxitos. A lo mejor así un día tenemos gobernantes en este país que visiten lugares como éste a menudo (por cierto, Rajoy no se ha pasado por Atapuerca, pero creo recordar que un día visitó un laboratorio…), que entiendan que sin ciencia no hay futuro y sin presupuestos no hay ciencia.

Los medios, en la presentación. @Miguel Angel Nieto.

 

Con la editora de RBA, Anna Periago. @Miguel Angel Nieto.

@Miguel Angel Nieto.