¿Adiós a la Amazonía en sólo 245 años?


@Victor Moriyama (Greenpeace Brasil): PORTO VELHO, RONDONIA,

ROSA M. TRISTÁN

Hace más de 15 años, cuando aún se financiaban en TVE grandes documentales, hubo una serie que me dejó huella: «Amazonía, la última llamada«, de Luis Miguel Domínguez. Ahora, tras casi un mes de incendios en la selva que oxigena este planeta, y cientos de miles de hectáreas quemadas, está claro que la llamada quedó sin respuesta. La situación es hoy mucho más dramática, hasta el punto de que podría desaparecer en sólo 245 años de seguir los actuales niveles de degradación, dejando a la Tierra sin el 20% de oxígeno que nos proporciona esta selva. De hecho, ya ha dejado de ser el sumidero de CO2 que era en el pasado, debido a la muerte prematura de millones de árboles y la quema actual no hace sino empeorar la situación. O los derrames de petróleo. ..

La dramática fecha del año 2.264 que se avecina en la Amazonía sudamericana no dirá nada a los políticos de hoy, empeñados en estrellar la nave Tierra que pilotan, ni a los millones de ciudadanos que les votan, incapaces de pensar en la herencia carbonizada que dejarán, pero está en el horizonte según las previsiones de una investigación liderada por el geógrafo Mark Mulligan, del King’s College de Londres, basándose en el histórico ratio de degradación de las áreas protegidas de esta zona del planeta. Según sus resultados, si la deforestación no se detiene, el bosque amazónico desaparecerá en unos dos siglos y, además, justo antes de su fin, ya dejará de proporcionar servicios ambientales que ayuden a mantener la vida en el planeta, como el almacenamiento de carbono almacenamiento para la regulación climática (algo que ya disminuye), el suministro de agua o el control de erosión, entre otros relacionados con la biodiversidad, de la que no se habla lo suficiente, pero está también en crisis. «Tener más áreas protegidas de forma eficaz es vital. Con  áreas de protección ineficaces, el bosque amazónico, con 55 millones de años, tiene este futuro muy corto», ha señalado Mulligan a través de Twitter al hilo de los incendios, activos en este momento.

Y es que son más de 72.800 focos los detectados entre enero y agosto  de 2019 en la Amazonia, según los datos recogidos vía satélites por el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de Brasil, el mismo del que ha sido despedido su director, Ricardo Galvao, por tener el atrevimiento de denunciar el brutal deterioro de la selva desde que Jair Bolsonaro llegó al Gobierno, hace apenas unos meses. Ciertamente, la deforestación para uso agrícola siempre ha existido en este país y aledaños (Bolivia, Colombia, Ecuador..) pero datos de satélites indican que el pasado mes de julio se duplicaron las tasas de fuegos registradas, hasta suponer unos 60 km cuadrados de destrucción al día. Un kilómetro mientras lee este artículo..

En la revista científica ‘Nature Sustainability‘ se publicaba a finales de julio una investigación de la Universidad de Oklahoma que ya alertaba de pérdidas insostenibles antes de la ‘era Bolsonaro. El estudio, con datos satelitales entre los años 2000 a 2017 del área amazónica brasileña, señalaba que si bien había un 15% más de masa forestal que lo que decían fuentes oficiales del PRODES (Brasil), se reflejaban uno tasas de deforestación duplicaban lo que este mismo PRODES decía años antes, sobre todo desde 2013. El Niño y la sequía de un año en 2015/2016 incrementaron, según este estudio, las  pérdidas forestales,  que eran de un 11%  ‘áreas protegidas’. ¿Medidas del nuevo Gobierno? Desmantelar el sistema de protección y control sobre la deforestación, mientras anima a los grandes  intereses agroindustriales y mineros a expandirse hacia la selva amazónica. El indigenista Sydney Possuelo denunciaba en una entrevista en este blog lo que se avecinaba para los pueblos indígenas.

Bien es verdad que no sólo la Amazonía arde. Pero lo triste es que en este planeta donde sabemos quien marcó un gol al segundo a la otra punta del globo, nos enteramos del desastre dos semanas tarde. Y lo triste es que sólo por ello descubrimos que también África arde, que los bosques de Angola, República Democrática del Congo,  Zambia o  Mozambique desaparecen. Son lugares que habitan una extraordinaria fauna salvaje y, si bien es cierto que los incendios de sabana son habituales para regenerar pastos en este continente, la NASA detecta que también se está quemando la cada vez más escasa y rala selva africana por el mismo afán agrícola que mueve los hilos al otro lado del Océano Atlántico.

Por desgracia, nada indica que la tendencia vaya a cambiar porque desde que el ser humano se hizo campesino dejó de ver la naturaleza como un bien para verla como un recurso a explotar dentro de unas fronteras determinadas que nada tienen que ver con la vida planetaria ni con nuestra propia evolución biológico, como nos recuerda en ‘Sapiens‘ el historiador israelí Yuval Noah Harari.

Ahora bien, no basta quejarse. A comienzos de agosto el Panel Intergubernamental de expertos en Cambio Climático (IPCC) alertaba de cómo el consumo de carne está generando esta deforestación global catastrófica. La soja que consumen en pienso las vacas españolas (y muchas otras) sale en gran medida de este mismo Brasil que se carboniza: en 2018, este país batió su récord con más de 82 millones de toneladas exportadas de este cultivo , un 22% más que el año anterior. El 80% fue para una China cada vez más carnívora. Pero no hace falta irse tan lejos: España recibe el 40% de su soja de Brasil, según el reciente informe de Greenpeace «Enganchados a la carne«. De hecho, somos el segundo país de la UE que más carne consume, alimentada con piensos que destruyen los bosques.

No deja de ser llamativo que el Gobierno en funciones español haya sido uno de los principales impulsores de un acuerdo comercial de la UE con Mercosur que favorece, precisamente, importaciones agrícolas y ganaderas de países como Brasil y Argentina hacia Europa. También es llamativo su silencio frente al G-7. Los dirigentes de Francia, Irlanda o Luxemburgo ya han dicho que no ratificarán ese acuerdo si Bolsonaro no hace más por proteger la Amazonía.

Otros prefieren el estómago lleno por delante de los pulmones.

Lo irónico es que sin aire que respirar apenas sobrevivimos cinco minutos.

 

 

 

África en el Neolítico: el ‘reino’ de pastores que no bebían leche


ROSA M. TRISTÁN

«Sabemos más de los humanos africanos de hace dos o un millón de años que de los que hace unos milenios». La frase me la dice la arqueóloga Mary Prendergast, de la Universidad de Sant Louis (en Madrid), una de las mayores expertas en el Neolítico africano. Es un ‘agujero’ antropológico que, ahora, trata de llenar gracias a un estudio genético que lidera y que publica hoy la revista ‘Science’. Junto a un nutrido grupo de especialistas, nos descubre un retrato de hace 5.000 años de África oriental en el que los pastores iban viajando desde el norte hacia el sur por la reseca sabana con sus vacas, cabras y ovejas. Y no se sabe bien cómo las aprovechaban, porque aún tenían intolerancia a la lactosa. Es fácil imaginarles nomadeando de un lado a otro, no de forma muy distinta a como hoy siguen haciendo ahora los fulani (o peul), los turkanas o los masais que habitan al sur del Sáhara y por el Este del continente. Pero ¿son los mismos que en el pasado? Es precisamente la genética, nueva gran herramienta para los arqueólogos, quien ahora nos da nuevas pistas…

Pastor de origen nilótico, masai, en pastos en Kenia. @Rosa M. Tristán

Gracias al ADN antiguo de 41 individuos del Neolítico (unos 5.500 años) de Kenia y Tanzania han descubierto que los pastores que comenzaron a llegar desde el norte sudanés se mezclaban con los cazadores/recolectores que habitaban el Valle del Rift hasta formar un grupo genético homogéneo, en un proceso que duró unos mil aós. Más tarde, ya en la Edad de Hierro, hace unos 1.200 años, llegaría una nueva oleada de migrantes ganaderos, que también se fundieron con las poblaciones ya asentadas. Son los pueblos nilóticos (masai, samburu, luos, datooga, dinka…) que hoy habitan buena parte del Rift y que siguen siendo, sobre todo lo demás, pastores.

El estudio también detecta ya en aquellos nómadas la huella genética de los bantúes que llegaban del oeste, aunque aún en poca proporción: en el yacimiento de Deloraine Farm  hallaron ADN de un niño con ascendencia occidental, confirmando así la propagación (más tardía) de la agricultura y de las lenguas bantúes.

Sin embargo, pese a esta fusión biológica, aquellos primeros ganaderos se organizaron en grupos que se aislaron totalmente, quizás con fuertes barreras sociales que los hiciron imnunes a intercambios culturales. Sus cerámicas, los materiales que usaban en sus herramientas de piedra, sus asentamientos e incluso sus prácticas de entierro eran diferentes, dando lugar a la  espectacular riqueza cultural en esta inmensa África oriental que aún permanece, aunque cada vez más en lucha contra la uniformidad global y con visos de acabar siendo una ‘curiosidad turística’ que retratar. 

Gishimangeda cueva en Lago Eyasi de Tanzania donde se han encontrado secuencias de ADN. @Mary Prendergast

Desde Dar es Salam, vía telefónica, Prendergast, me explica con detalle cómo surgió la idea de hacer un trabajo tan complejo en el contexto africano. «Para empezar, aquí todo lo que no es Pleistoceno, no interesa demasiado. Pero en 2016, estando un laboratorio de ADN antiguo en Harvard, comprendí que había muchas preguntas pendientes en la arqueología que podíamos descubrir con el ADN, así que contacté con la antropóloga Elizabeth Sawchuk (co-autora), que es una gran especialista. Sabía que en Kenia teníamos más de 100 restos de individuos neolíticos, fósiles que procedían de excavaciones de los Leakey y de grupos de investigadores japoneses de los años 60 que llevaban más de medio siglo sin estudiar, conservados de cualquier manera… Lo sorprendente fue que encontramos ADN antiguo de 41 individuos en perfectas condiciones», señala la investigadora. Y apostilla: «Tuvimos que llevarnos las muestras a Boston porque, por desgracia, en todo ´África no hay ni un laboratorio para ADN antiguo. Es tremenda la situación de la ciencia los países pobres».  

Pueblo hadzabe de cazadores-recolectores, en Lago Eyasi, Tanzania. @Rosa M. Tristán

Me sorprende al contarme que de aquellos restos, 15 se localizaron en el Lago Eyasi de Tanzania, uno de los lugares más espectaculares que he visitado, en cuyos alrededores pude conocer a los cazadores/recolectores hadzabe y ver cómo conviven hoy con pastores datooga. «El ADN nos mostró la relación de estos pastores, enterrados bajo sus casas, con otros de Kenia, aunque hace unos 4.000 años todavía tenían más de cazadores/recolectores que los de más al norte. Es muy interesante detectar, por vez primera con datos fiables, este viaje del pasado», reconoce.

Sobre el misterio de que fueran pastores y a la vez intolerantes a la leche, que les causaba graves problemas digestivos, aún no hay respuesta. De hecho, de los 41 sólo un individuo de hace unos 2.000 años tenía la mutación que permitía tomarla sin consecuencias. «¿Que si la fermentaban?. Es algo que no sabemos, pero pudiera ser», comenta la arqueóloga. Tampoco cree que cuidaran de los animales únicamente por el consumo de carne, algo que hoy sigue siendo algo excepcional en los pueblos pastores africanos. Los surma de Etiopía o los masai de Kenia, por ejemplo, aún mezclan la leche con sangre como bebida energética ¿una fórmula para evitar un daño?

Respecto a la diversidad cultural que surgió entre los neolíticos africanos, en un territorio en el que no había fronteras geográficas como si las hay en Europa, Perdrengast explica que «de momento hay datos muy dispersos en cientos de kilómetros para sacar conclusiones», y remite a futuros trabajos que, si la financiación continúa, deberán realizarse.

Otro asunto interesante es que, si bien los pastores viajaron  de norte a sur, la arqueóloga comenta que «no hay certeza de que entraran por Oriente Próximo con el ganado, no se sabe si hubo intercambio o  un centro independiente de domesticación de animales africano. De hecho, el pastoreo es algo totalmente asentado las raíces culturales de estas regiones, aunque ahora es una actividad amenazada por el cambio climático:  se están quedando sin tierras de pastos.

La investigación también confirma que la ganadería se expandió con más rapidez que la agricultura por este continente, sobre todo en una región donde el clima no lo ponía fácil: salvo en las zona alta de Etiopía o Kenia, cuando no hay lluvias y hay que buscar agua, es más fácil moverse con animales en busca de fuentes y manantiales, explica la arqueóloga. También ese movimiento favorecen las redes sociales, así que los cultivadores no se extenderían hasta hace unos 2.000 años, y se sabe que domesticaron sus propias plantas endémicas, como son el sorgo, el mijo, el cereal teff etíope o el ñame.

El trabajo menciona también al arqueólogo tanzano Audax Mabulla, actual director general de los Museos Nacionales de Tanzania, coautor del estudio, y uno de mis guías en mi último e inolvidable viaje a la Garganta de Olduvai. Mabulla es consciente de que «los resultados de este estudio tendrán un impacto a largo plazo porque los hallazgos importantes tienden a dibujar nuevos generaciones de investigadores regresan a colecciones antiguas de museos». 

Si esas nuevas generaciones, ademas, lo son cada vez más de científicos africanos, será una buena señal para este continente que, sin duda, dio lugar al género ‘Homo’ y que tiene mil historias por descubrir.

 

Denegados dos proyectos ‘bandera’ de la ciencia española en África


 

ROSA M. TRISTÁN

La arqueología y la paleontología están de capa caída en los Proyectos Nacionales de I+D aprobados a finales del pasado año, la convocatoria del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, tanto en la categoría de ‘excelencia’, como en la de ‘Retos para la Sociedad’. Al menos, así es para dos de los proyectos ‘bandera’ a nivel internacional, uno en Tanzania y otro en Egipto. Ni los investigadores que llevan 30 años trabajando en la Garganta de Olduvai (Tanzania) en busca de las raíces de nuestra especie humana, hace dos millones de años, ni los investigadores del Proyecto Djehuty, que en Luxor (Egipto) están sacando a la luz una necrópolis entera de hace 3.800 años, las raíces de nuestra cultura occidental, han merecido recibir fondos públicos para seguir haciendo ciencia, según criterio de los responsables de esta decisión en el Ministerio. Para otros responsables, los de ambos proyectos, esta falta de recursos pone su continuidad  en peligro, por tanto podría echar por tierra el esfuerzo y el trabajo de muchos años en el continente africano.

Empecemos por el más ‘primitivo’, tanto por los hallazgos como por el tiempo que lleva en marcha.

Sin fondos para el proyecto español en la Cuna de la Humanidad

Hace ya 30 años que el arqueólogo Manuel Domínguez-Rodrigo desembarcó en la Cuna de la Humanidad, en el corazón de Tanzania, un lugar que he tenido el privilegio de visitar de su mano hace cinco años. En la zona que excava, y donde con mucho esfuerzo se ha hecho un hueco con su equipo entre las grandes universidades anglosajonas, ha logrado duplicar el número de yacimientos que se conocían. Fue allí donde los famosos Leakey encontraron en los años 60 los primeros restos de ‘Homo habilis‘, de hace dos millones de años. Desde que llegó Domínguez-Rodrigo, en 2006, el número de yacimiento abiertos ha pasado de cuatro a ocho y con ello no sólo han hecho nuevos y sorprendentes hallazgos sino que ha logrado abrir una superficie tan extensa que puede recrear cómo era el paisaje en aquel pasado remoto. «Queremos reconstruir el ecosistema del lugar, los riachuelos que había, las plantas, los animales, ubicar donde estaban nuestros ancestros, que hacían y cómo lo hacían», explica el arqueólogo.

La Garganta de Olduvai en el fondo es como una foto fija. Hace dos millones de años un volcán entró en erupción y cubrió todo lo que había bajo más de medio metro de cenizas. Y se selló. En muchos lugares, así estuvo hasta que llegó este arqueólogo español, que codirige el yacimiento con el también arqueólogo Enrique Baquedano. Gracias a tan especial circunstancia, están averiguando cómo los homínidos se movían por el lugar, incluso cómo era su organización social, su comportamiento: «Vemos que no se organizaban por familias, sino como lo hacen las manadas de leones: cazaban un antílope y en vez de repartirse en trozos para cada grupo familiar, se lo comían juntos», afirma. Hay un yacimiento en el que se han identificado claramente ese patrón.

Otro, curiosamente, les ha permitido averiguar que la gran migración del Serengueti no comenzó hace 200.000 años, como se pensaba hasta ahora, sino que tiene casi dos millones de años. Por ello, en algunas capas encuentran ñús y en otras no los hay; varía según la estación. También han descubierto que la dieta de los homínidos se basaba en carne de animales similares a las gacelas steenbock o antílopes waterbuck o ñús, pero nunca mas grandes. Como ya saben que era una zona con mucho bosque, se cree que los cazaban emboscados en los árboles, quizás después de haberles perseguido corriendo hasta allí.

No menos fascinante es el ‘tesoro’ de  fósiles de homínidos que han encontrado, en total una docena entre restos de ‘habilis‘ ‘parantropos’ y una especie que podría ser un ancestro del Homo erectus . «Estos tres primates convivían en el espacio sin hacerse competencia. No está claro que los ‘habilis‘ comieran carne de animales de 300 kilos, como un antílope grande, más bien lo hacía el  primitivo ‘erectus‘, que ya medía 1,80 y que tenía un pie como el nuestro y una mano capaz de hacer herramientas», apunta el arqueólogo. La cuestión es que para estudiar todos los fósiles que han encontrado precisan tiempo, dado que no se los pueden traer a España, y tiempo es dinero, así que allí están, a la espera de sacarles toda la información.

Un gran paso para el proyecto ha sido la creación  del Instituto de Evolución en África (IDEA)  . Tan importante es su prestigio en el país africano que el equipo ha sido el responsable de la nueva gran exposición en el nuevo Museo de Olduvai, por el que pasan todos los turistas , y de todo el mundo, que visitan el Parque Nacional del Serenguetti para descubrir dónde están sus raíces.

En total, cada campaña 60 personas participan en las excavaciones, un tercio de ellas, alumnado de la Universidad de Carolina del Sur que paga por ir, como vía que se ha encontrado para ayudar a financiar los gastos. Y luego está el ‘surrealismo’ del sistema: en todos estos años no ha podido comprar ni un vehículo para el proyecto, porque no está autorizado, pero si alquilarlo, lo que sale mucho más caro. Desde 2001, además, el equipo contaba con financiación del Programa Nacional de I+D,+i ,pero este año alguien decidió que no merecía la pena: «El último recurso que nos queda es dejar el proyecto en manos de la Universidad de Carolina del Sur, que lo quiere, pero dejaría de ser español después de tanto trabajo y esfuerzo por estar aquí», se  desespera Domínguez-Rodrigo. De momento, con una ayuda del Ministerio de Cultura y algunos ahorros, tiene para la campaña de este año. El siguiente, está en el aire, ¿quizás volando hacia USA?

Crisis financiera en la necrópolis de Tebas

Djehuty, el tesorero de Hatshepsut, fue la puerta de entrada del equipo de José Manuel Galán, del CSIC, en Luxor, y tras asomarse por ella se topó con la necrópolis de Dra Abu El Naga frente al Nilo de la antigua Tebas, en la que lleva ya 17 años excavando. Desde entonces, el proyecto no ha dejado de crecer y crecer, como pude comprobar ‘in situ’ hace unos años. La presentación de sus hallazgos cada temporada son objeto de rueda de prensa en el CSIC, la última sobre un espectacular jardín de unos 4.000 años de antigüedad, en el que esta campaña están centrando sus esfuerzos. Son noticias que dan la vuelta al mundo, en publicaciones como National Geographic y hallazgos que se exponen en museos, en concreto, en el de Luxor.

Por ello sorprende, como en el caso anterior, que el Proyecto Djehuty  no sea considerado de interés para el Plan Nacional de I+D+i como ‘Reto para la Sociedad’. El Ministerio también lo ha dejado fuera de la financiación pública. Un batacazo, como reconocía Galán pocas horas antes de salir para Egipto, del que no saben cómo van a salir en los años siguientes…

No hay que olvidar que ya este año tuvieron que lanzar un crowdfunding para poder tener fondos y realizar la actual campaña. En ella, al equipo de investigadores nacionales e internacionales se unen 100 trabajadores egipcios, sin los que sería imposible su desarrollo. Tampoco hay que olvidar que su iniciativa de recurrir a la financiación ciudadana fue mal vista en el CSIC, cuando es una institución que no apoya a la hora de conseguir patrocinadores. Vamos, como si a los científicos les divirtiera hacer ‘crowdfunding’.

Si este año optó por presentar el proyecto en la categoría de ‘Retos de la Sociedad’ fue, asegura, porque le comentaron que tendría más posibilidades de conseguir fondos públicos para su proyecto. Pero ha dado igual. «No nos lo esperábamos porque estamos convencidos de que hay interés en nuestro trabajo, pero no sabemos cómo vamos a continuar si no tenemos apoyo ni para excavar ni para investigar; el colmo es que me echen en cara que parte del dinero lo iba a utilizar para contratar a una persona, como si eso fuera algo negativo», explicaba el egiptólogo. «El dinero que nos da el Ministerio de Cultura  y las aportaciones de empresas como Técnicas Reunidas o Indra no es suficiente para un proyecto de esta envergadura», añadía.

En su caso, hay que mencionar que hubo un tiempo que disfrutó de una financiación privada cuantiosa, de Unión Fenosa Gas, pero acabó al tiempo del interés de la compañía en el gas egipcio y no ha sido sustituida por otra porque ya se sabe que a las grandes empresas del IBEX, apostar por la ciencia, salvo excepciones, parece crearles urticaria.

Si en Tanzania buscamos los orígenes de la especies humana, gracias a Djehuty sabemos hoy mucho más de cómo era aquella civilización milenaria que sentó las bases de la nuestra, conocemos la fauna y la flora que había en aquel momento, hace casi cuatro milenios, las relaciones de poder, las redes comerciales, sabemos más de su sistema educativo y las relacione de poder. No en vano, muchos de los hallazgos del equipo español están, como ya se mencionaba, en el Museo de Luxor, un lugar que se disputan los arqueólogos más prestigiosos del mundo. «No sabemos que pasará en 2019, pero no hay muchas posibilidades si las cosas no cambian», reconoce Galán.

Un vistazo a las resoluciones de ambas convocatorias da idea de cual ha sido el criterio en Humanidades: mejor repartir ‘a poquitos’ , proyectos pequeños, unipersonales y poco ambiciosos sobre asuntos como el estudio de «la variación diastrática en las variedades habladas del árabe vernáculo de Marruecos» o de «la memoria e historia en el contexto de la literatura contemporánea en inglés«. El documento de resolución de los proyectos  está plagado de ejemplos de este tipo, con repartos de 10.000 o 15.000 euros para tres años, un dinero que no dan para casi nada, desde luego para nada de impacto real a nivel internacional, y que parece basarse más en el criterio de dar un poco a todos y NADA  a proyectos como éste que en promover una real «ciencia de excelencia». Es, como señala Galán, «justo lo contrario de lo nos que dicen en público», condenando a las Humanidades, a medio plazo, a la mediocridad y al localismo.

Así nos va…

 

 

 

 

Daniel Lieberman: «Evolucionamos para correr cuatro horas al día»


 

Daniel Lieberman, haciendo un experimento en la Universidad de Harvard. @Havard University

ROSA M. TRISTÁN

«Es el epicentro del conocimiento sobre la evolución de la fisiología humana». Con estas palabras presentó, hace unos días, al profesor de la Universidad de Harvard Daniel E. Lieberman su colega y amigo, el arqueólogo español Manuel Dominguez-Rodrigo, del Instituto de Evolución en África. Fue la introducción a una fascinante conferencia sobre cómo nuestro cuerpo humano evolucionó para correr a lo largo de cientos de miles de años, hasta el punto de que somos capaces de correr de fondo más que un caballo.

El hecho de que en la actualidad el sedentarismo sea nuestra forma de vida no hace sino generar patologías que nuestros antepasados no padecieron, explicó Lieberman en el Museo Arqueológico Regional. Domínguez-Rodrigo, que co-dirige con Enrique Baquedano, director del museo el único yacimiento de un equipo europeo en Olduvai (Tanzania), reconocía que fue una de sus cobayas en sus experimentos. «Solamente desde la era industrial, el esqueleto humano se ha debilitado mucho y es algo que hay que tener en cuenta porque es cierto que vivimos más tiempo, pero con más enfermedades», aseguró el científico norteamericano.

Lieberman, cada día que ha pasado en Madrid, se ha levantado al amanecer para correr por el parque de El Retiro. Ya no puede no hacerlo cada día, señaló. El autor del artículo  ‘Born to run‘, que fue portada en ‘Nature’ en 2004,  comenzó a interesarse por esta capacidad humana y su relación con la salud a raíz de sus investigaciones sobre la evolución de nuestra cabeza y su relación con el sistema locomotor. «En los libros de medicina se habla muy poco de evolución humana cuando creo que estos estudios pueden utilizarse para mejorar nuestra salud», argumentó.

Con este afán, Lieberman viajó a México y a África, donde el español estudia a los primeros cazadores humanos de hace unos dos millones de años. Además, comenzó a diseñar infinidad de experimentos de biomecánica en su laboratorio de Harvard. En su charla en Alcalá de Henares, recordaba que ya hace 7 millones de años el homínido Sahelantrophus tchadensis (conocido como Toumai)  era bípedo; que hace 4,4 millones de años, también lo era el Ardipithecus ramidus; y que hace 3 millones de años,  el Australophitecus afarensis (‘Lucy’) ya caminaba bastante erguida. Aún así, ese caminar suponía un gran esfuerzo para estos primates, que aún no corrían, así que ¿por qué lo hacían?

«Unas hipótesis dicen que  así podían llevar más cosas en las manos, como herramientas, o coger más frutas de los árboles, pero es algo que hacen los chimpancés; mi hipótesis es que al final de Mioceno hubo un gran enfriamiento en la Tierra y eso les obligaba a ir más lejos a encontrar comida. Los chimpancés, al ir agachados, gastan más energía que los que van erguidos. Si un chimpancé gasta 165 calorías en 4 kms, un humano sólo consume 80, como hemos visto en algunos experimentos de laboratorio», señaló Lieberman. «Ya los primeros bípedos, como los Australipithecus eran capaces de andar de forma eficiente.

Otra cosa es el correr. En velocidad, evidentemente la especie es muy inferior a otras (Usain Bolt logra los 35,5 km/h y un guepardo los 112 kms/h) . Pero si comparamos con un chimpancé salimos ganando: este pariente no corre más de 100 metros hasta agotarse, mientras que un ‘sapiens’  puede correr entre 10-15 kms/día sin grandes problemas. Y los hay que corren 100. En esas carreras de fondo, asegura, somos grandes campeones, incluso por encima de perros o caballos: «Los cuadrúpedos trotan, pero corriendo en largas distancias no tiene nuestra resistencia». Y es que estamos llenos de adaptaciones para correr: tenemos las piernas cargadas de muelles que nos ayudan, tenemos grandes glúteos, el tamaño de las articulaciones y un sistema de termoregulación que tiene entre 5 y 10 millones de glándulas sudoríparas para eliminar el calor sudando. Son adaptaciones que tienen casi dos millones de años, que aparecen con la especie humana», aseguró.

Lieberman, en medio, con Manuel Domínguez-Rodrigo y la autora de la crónica.

Lieberman, aludiendo al trabajo de Manuel Domínguez-Rodrigo en Tanzania, mencionó que hace más de millón y medio de años, los Homo erectus o ergaster ya cazaban grandes animales en cooperación.  Y para eso tenían que correr mucho. «Cuando un cuadrúpedo galopa no puede jadear y se agota pronto. Aquellos primeros homínidos los hacían correr hasta que superaban su velocidad normal y gastaban más energía. Los acosaban hasta que desfallecían, y los cazaban. En el Kalahari, los san también utilizan esta técnica», mencionaba. De los Homo habilis, añadió, no hay pruebas de que fueran capaces de correr, dada la escasez de fósiles postcraneales que se han encontrado.

Tras múltiples experimentos, Lieberman ha concluido que aquellos primitivos cazadores/recolectores corrían una media de 4 horas al día, que es para lo que evolucinó nuestro organismo. Sin embargo, en la actualidad hacemos un 20% menos que aquellos ancestros africanos, y muchos ni eso, lo que supone que quemamos 400 calorías menos que para lo que fuimos deiseñados. «Este desajuste», afirmó, «genera cardiopatías, hipertensión síndrome metabólico, diabetes, osteoporosis, ansiedad, Alzheimer e incluso algunos cánceres, pero si hacemos 30 minutos de ejercicio, cinco días por semana, reducimos un 50% la media de padecer enfermedades porque hemos evolucionado para ser atletas de resistencia, no para que nos guste estar sentados».

Apuntó, no obstante, que igualmente importante es mantener una dieta que evite el sobrepeso, una vez comprobado que los que lo tienen mueren un 90% más pronto que los que no lo tienen.

Y como colofón, nos habló del calzado:  «Tiene ventajas, porque protege del terreno, pero también muchos costes, porque genera lesiones. El pie no evolucionó para estar calzado y por ello hay menos casos de pies planos en África, donde van más descalzos, que en EEUU, donde un tercio de las personas tienen este problema.

 

Hallan un revolucionario ‘kit’ de herramientas de hace 1,7 millones de años


El arqueólogo Manuel Domínguez Rodrigo en Olduvai

El arqueólogo Manuel Domínguez Rodrigo en Olduvai. @ROSA M. TRISTÁN

Científicos españoles descubren los bifaces de piedra (hachas de mano) más antiguos que se conocen

Un yacimiento de la Garganta de Olduvai contenía más de 2.200 piezas de piedra tallada y fósiles de animales que sirvieron de alimento a los homínidos

Impresionante bifaz de hace 1,7 millones de años, encontrado en Olduvai por un equipo español. @FERNANDO DÍEZ MARTIN

Impresionante bifaz de hace 1,7 millones de años, encontrado en Olduvai por un equipo español. @FERNANDO DÍEZ MARTIN

ROSA M. TRISTÁN

El equipo hispano-tanzano que trabaja en la Garganta de Olduvai, bajo la dirección de los arqueólogo Manuel Dominguez-Rodrigo y Enrique Baquedano, por parte española, sigue haciendo historia. Esta semana han publicado en la revista Nature (ScientificReports) el hallazgo de las herramientas achelenses mejor talladas, más antiguas que se conocen: tienen 1,7 millones de años.

 El achelense, también llamado Modo 2, es fundamental en la historia humana, pues es un modo de tallar la piedras, una tecnología, que supone la aparición de un comportamiento complejo, que es capaz de realizar grandes herramientas en las que se seguía un modelo previo. Su aparición significó un cambio trascendental respecto a lo anterior, el Modo 1 u Olduvayense, en el que ancestros más primitivos se limitaban a hacer utensilios con filo, sin seguir un estándar. Una revolución mayor que la invención de internet.
La especie que los fabricaba era, posiblemente, el Homo erectus, o ergaster africano, aunque también se han encontrado restos de estos humanos primitivos junto a herramientas mucho más sencillas, que habían sido atribuidas hasta ahora a Homo habilis, y que ahora se ha puesto en duda.
Otro de los bifaces, en diferentes posiciones. @FDIEZMARTIN

Otro de los bifaces, en diferentes posiciones. @FDIEZMARTIN

Los arqueólogos firmantes, del Instituto de Evolución en África (IDEA), creado en 2010, han localizado un total de 2.120 piezas diferentes en un solo yacimiento de Olduvai, el FLK West. Estaban en seis unidades estatigráficas diferentes cuando salieron a la luz en 2012. La inmensa mayoría (más del 73%) son de cuarzo, pero también las hay de materiales volcánicos y de esquistos. Entre ellas, había 28 hachas de mano, algunas bifaciales (que se denominan bifaces) de gran tamaño: una de ellas tiene 30 centímetros de longitud. Algo similar no se ha encontrado hasta 700.000 años más tarde. También había decenas de lascas y los restos que dejaron al fabricarlas. Entre estas últimas, la mayoría no son simétricas, pero si que fueron retocadas varias veces para conseguir cuchillos eficaces . Como  están junto a los bifaces, que si tienen simetría, no hay duda de que la técnica la conocían, aunque no siempre la utilizaban.

Ciertamente, no es la primera vez que se encuentran herramientas achelenses tan antiguas.. Antes de este hallazgo, cuyo trabajo ha dirigido Fernando Díez Martín, ya se habían descubierto algunos utensilios con 1,7 millones en Kokiselei (Kenia) y en Konso (Etiopía), pero las  de FLK West están talladas con más habilidad, lo que demuestra que aquellos humanos desde los inicios tenían la capacidad cognitiva suficiente como para producirlas;  otra cosa es que a unos  erectus les salieran mejor que a otros, como ocurre hoy en día: no todos somos igual de hábiles con los trabajos manuales, aunque nuestro cerebro sea igual. También es posible que hubiera una gran diversidad de formas de hacer las herramientas en función del lugar. «Lo que está claro es que el cerebro complejo ya existía hace 1,7 millones de años y que esta tecnología puede ser incluso anterior», señala Domínguez Rodrigo a este Laboratorio. Y tiene razón… ¿Por qué iban a haber encontrado justamente las primeras?

Pero si esto es importante, no lo es menos que FLK West es el primer yacimiento en que los utensilios de piedra aparecen junto a los restos de los animales para los que se utilizaron, cosa que no se encontró en Kenia ni en Etiopía, por lo que era difícil saber para qué las habían fabricado.  Es el mismo problema que había en otros yacimiento (como Koobi Fora o Peninj, algo posteriores). Y es que una piedra cortante podía servirles para desmembrar y sacar la carne de la presa, para trabajar la madera, para machacar una planta o para excavar la tierra y conseguir un tubérculo…. En Peninj, se concluyó que las usaban para la madera y en Konso (Etiopía) que el objetivo era cortar la carne. Sólo FLK W no deja lugar a interpretaciones: allí los homínidos se dedican a la explotación de los animales que conseguían; descuartizaban los cadáveres y al hacerlo dejaban marcas de cortes en los huesos.

Entre los animales identificados por sus fósiles, hay un mínimo de 2o bóvidos (antílopes de tamaño grande), jabalíes y équidos, de los que se conservan huesos largos, dientes y costillas. Y son muchos los que tenían cortes, señales de haber sido machacados para sacar el tétano o marcas de dientes. Al menos en dos niveles estatigráficos (el 5 y el 6) se ha confirmado que herramientas y restos de animales estaban juntos. Saber para qué usaban cada pieza es algo que aún no se ha averiguado, pero será objeto de un estudio posterior.

Una cuestión añadida es que en ese momento África vivía un momento de grandes cambios climáticos, como han revelado los estudios que también ha realizado los investigadores. El paisaje tendía a la aridez, abriendo grandes espacios en los bosques, tanto en Olduvai como en otros lugares, como la cuenca etíope del río Omo. Para los autores «la coincidencia en el tiempo de estos cambios y la aparición de las primeras industrias achelenses sugiere que hubo un disparador climático para esta innovación tecnológica y su impacto en la evolución humana».

 

La mano ‘humana’ que cambia dos millones de años de evolución humana


La falange Olduvai Hominin 86 (OH86), comparada con la nuestra. |Nature Communication

La falange Olduvai Hominin 86 (OH86), comparada con la nuestra. |Nature Communications

ROSA M. TRISTÁN

Un hueso de apenas dos centímetro de longitud, enterrado en una fina capa de lodos carbonatados, pueden dar la vuelta a la historia de la Humanidad. Perteneció a una mano, la izquierda, de un individuo que vivió hace casi dos millones de años en África, un primate que podría medir más de 1,70 de altura y que era capaz de fabricar herramientas con cierta soltura y, posiblemente, cazar animales que eran cientos de kilos más pesados que su cuerpo. Todo ello podría no significar nada, si no fuera porque hasta ahora se pensaba que en ese pasado remoto sólo vivía en este planeta un ser ‘habilidoso’ con las piedras, que precisamente fue bautizado como el Homo habilis; la verdad es que era más bien bajito -apenas 1,60-  y que aún tenía querencia por andar por los árboles, pero fue el primero en clasificarse como ‘humano’.

Manuel Domínguez-Rodrigo, junto a los excavadores del yacimiento PTK. | Javier Trueba

Manuel Domínguez-Rodrigo, junto a los excavadores del yacimiento PTK. | Javier Trueba

Hace dos años, un equipo español, que trabaja en la Garganta de Olduvai (Tanzania) desde hace unos años, se topó en un nuevo yacimiento con un pequeño fósil que resultó ser la falange proximal (la primera) de un meñique y, con tan poco material, los científicos dirigidos por Manuel Domínguez-Rodrigo, Enrique Baquedano y Audax Mabulla, quizás revolucionen nuestro pasado: ¿Quienes eran aquellos seres con manos tan similares a las nuestras, tan esbeltos y fuertes que habitaron esas tierras tanzanas hace 1.840.000 años? «No sabemos, nunca se encontró un hueso similar tan antiguo, pero sólo hay dos posibilidades: o era un Homo erectus o era de otra especie que no conocemos aún. Fuera quien fuera, revoluciona lo que sabemos de evolución humana», me asegura Domínguez-Rodrigo, uno de los firmantes del hallazgo en la revista Nature Communications.

Tengo fresco en la memoria el viaje que hice en 2010 a este proyecto científico del Instituto de Evolución en África (IDEA), un tanto maltratado en este país por las administraciones. Por ello, a medida que el arqueólogo me relata cómo se encontró, puedo imaginarme al geólogo David Uribelarrea prospectando la Garganta en busca de sedimentos ricos en fósiles, con su pico en ristre y su sombrero de alas, y también el momento en el que tropezó -en el punto donde se une esta garganta con otra secundaria- con el yacimiento PTK,  un lugar que escondía «una orgía de fósiles», como la describe ahora. Sabía que tenía la misma antigüedad que otro yacimiento bien conocido: el ZINJ, en el que Mary Leakey en 1969 y otros después que ella, localizaron restos del famoso habilis, a no más de 500 metros de distancia.

La falange OH86, en sus diferentes caras: de frente, de lado y por abajo. |Nature Communications

La falange OH86, en sus diferentes caras: de frente, de lado y por abajo. |Nature Communications

Enseguida se pusieron a excavar. Entre huesos de waterbucks y otros grandes antílopes, en un sedimento donde también había utensilios de piedra de la tecnología Olduvayense (o Modo 1), estaba la falange. Indiscutiblemente era de un primate. Y un primate muy parecido a nosotros.

En el trabajo publicado, que no fue aceptado en Nature por considerar que no es de interés general, según uno de los editores, diseccionan meticulosamente cada rasgo de ese pequeño fósil y lo comparan con los de otros simios bípedos que por entonces vivían en la sabana. Y es distinto: «Los dedos del Paranthropus boisei, del Australopithecus afansesis, incluso del Homo habilis, son alargados, estrechos y curvos porque hace dos millones de años todos subían y bajaban de los árboles y necesitaban esos dedos para agarrarse bien. Pero los de este individuo son más cortos, y más anchos, y rectos. Son manos para manipular objetos, no para trepar. Hasta ahora, la falange moderna más antigua de una mano era la que se encontró en la Sima del Elefante de Atapuerca, con 1,2 millones de años. Esta tiene casi 1,9 millones», explica Domínguez-Rodrigo.

Entre los firmantes, un gran especialista en autópodos de homínidos, el paleontólogo Segio Almécija, que hizo su tesis doctoral sobre estas las manos y pies de los primates del Mioceno de Cataluña, que tuvo una beca postdoctoral en el American Museum of Natural History de Nueva York y que desde este verano tiene ya plaza fija en la Universidad George Washington, con Bernard Wood. ¿Otro cerebro fugado?

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Excavando en PTK con ‘palillos chinos’. O eso parecen. | Nature Communications

La pregunta siguiente respecto a este hallazgo es inevitable. ¿Y a quién pertenece esa mano izquierda que de un sopetón puede cambiar lo que sabemos de nuestro pasado? Pues como pasa con el fósil de Atapuerca, este «tercer hombre» (en alusión al Parántropos y al H. habilis con los que convivió) es un misterio. Un nuevo agujero negro que fue bípedo, alto y fuerte, con una mano similar a la del Niño de Turkana, casi medio millón de años más joven. Así que quizás es un Homo erectus, como él, o algo nuevo, desconocido, relacionado con ese otro pedazo de humano hallado en Etiopía con 2,8 millones de años (una mandíbula), o con esas discutidas herramientas aún más primitivas datadas hace la friolera de 3,3 millones de años. Esa es la disyuntiva del arqueólogo.

Así que, ¿y si el Homo habilis, con ese pequeño cerebro de 600 gramos, poco más que un chimpancé, no era tan listo como lo hemos pintado? ¿Y si fue otro homínido el autor de las herramientas que estaban cerca de sus fósiles y se le atribuyeron por error? A Manuel nunca le cuadró que aparecieran animales cazados por habilis de 300 kilos de peso. Esa caza requería estrategia de grupo, armas eficaces.. ¿Podía hacerlo ese animal pequeño y de pocas neuronas, aunque ya supiera caminar como nosotros? «Yo tenía muchas dudas», me reconoce, aunque entonces, hace cinco años, cuando paseábamos por Olduvai recorriendo la Garganta, me argumentaba explicaciones que aún andaban bajo tierra.

¡Y lo que queda por sacar! Porque, aunque tardará en estar publicado, en la campaña de este año, que aún continúa en Tanzania, han descubierto otro yacimiento aún mejor que el PTK, y también con restos humanos de la misma cronología. Son fósiles de un pie. «Es otro lugar que ocuparon los homínidos y en el que también dejaron herramientas de Modo 1 y restos de animales. Lo encontramos porque lo afloraron las lluvias, así que tuvimos que ponernos a sacar lo que había para que no se deteriorara. Es espectacular. Si en Zinj el 80% de los fósiles están en 20 metros cuadrados, aquí tenemos esa misma concentración en 30o. Hay para muchos años de trabajo», apunta.

Afortunadamente, el proyecto cuenta, además de con la escasa ayuda pública española, con financiación privada de EEUU, a través de la Universidad de Carolina del Norte, cuyos alumnos pagan cada verano por ir a aprender a Olduvai con el equipo. En total, unas 50 personas desplazadas y unas dos decenas de africanos han colaborado este año en una campaña que no deja de crecer año tras año. Ese ‘tercer hombre, o mujer, africano’ va a dar mucho que hablar.

Hace 8.000 años todos éramos negros


La autora y un joven masai, en Tanzania. Pieles distintas, pero desde hace sólo 8.000 años. |R.M.T.

La autora y un joven masai, en Tanzania. Pieles distintas, pero desde hace sólo 8.000 años. |R.M.T.

ROSA M. TRISTÁN
Una reciente investigación ha vuelto a poner sobre el tapete un asunto que adquiere importancia mucho más allá de la ciencia para situarnos en un escenario que deja al racismo en el limbo del absurdo que supone su mera existencia; la piel blanca de los europeos, con la que luego colonizamos buena parte del planeta, tiene apenas 8.000 años de existencia. Ya antes de darse a conocer este trabajo, hace unos días en la 84ª reunión anual de la Asociación Americana de Antropología, se sabía que la piel humana ha sido negra durante el 95% de nuestra historia, o más, pero sólo ahora, gracias a los estudios genéticos, se ha podido confirmar. Si, hasta antes de ayer éramos negros y no podemos asegurar que volvamos a serlo en el futuro.

Para llegar a la conclusión de que lo que nos diferencia es algo muy reciente, un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard secuenció los genomas de antiguas poblaciones de toda Europa. En concreto compararon las parte del ADN implicadas en el color de la piel de 83 individuos encontrados en diferentes yacimientos arqueológicos del continente. Este estudio, como publica en Science Ann Gibson, reveló que los europeos actuales son una mezcla de tres antiguas poblaciones de cazadores-recolectores y de agricultores que llegaron hasta el continente de hace 8.000 años y que hace unos 4.500 años hubo una masiva migración de pastores de Yamnaya, las estepas al norte del Mar Negro, que probablemente trajeron las lenguas indoeropeas.

Pero ¿qué genes eran tan favorables como para expandirse con rapidez en estas tierras? Para averiguarlo el genetista de la población Ian Mathieson, de Harvard, decidió comparar los genomas de esos 83 europeos antiguos con los de europeos de hoy en día, utilizando para ello la base de datos del 1000 Genoma Project, una iniciativa científica lanzada en 2008 a nivel internacional para catalogar las diferencias genéticas humanas. Y Mathieson encontró cinco genes  asociados con cambios en la pigmentación de la piel, y también con la dieta, que experimentaron una fuerte selección natural.

El equipo encontró que en ese cambio de color hubo implicados tres genes diferentes que dan lugar a la piel clara, según las zonas, lo que implica una evolución en mosaico según el lugar a lo largo de esos ocho milenios. Aunque los fósiles muy antiguos no guardan restos de piel, se presume que los humanos que salieron de África hace 40.000 años para llegar a Europa tenían la piel oscura, que es ventajosa en donde hay mucho sol.  Y es una característica que perduró 31.500 años, pues cazadores y recolectores de ese periodo encontrados en España, Luxemburgo Hungría no tuvieron en todo ese tiempo la palidez que nos proporcionan las versiones de los genes SLC24A5 y SLC45A2.

Sin embargo, en el norte del Europa, donde hay poca luz, los cazadores-recolectores de casi el mismo periodo (hace unos 7.700 años) eran ya muy distintos: siete individuos de un yacimiento al sur de Suecia ya tenían esas mutaciones genéticas de la piel blanca, e incluso uno más (la del gen HERC2/OCA2) que proporciona los ojos azules y el pelo rubio. Fue por entonces que llegaron los primeros agricultores de Cercano Oriente, que también traían los genes de piel clara y poco a poco también en el sur comenzamos a ‘aclararnos’, aunque hasta hace 5.800 años aún nos faltaba mutar un gen para ‘barrer’ definitivamente los rastros de negritud.

Los científicos también han encontrado explicación genética a la más baja estatura de los mediterráneos, respecto a los nórdicos. Afirman que con la llegada de los pastores esteparios, en el norte y centro de Europa se extendieron la variantes genéticas de estas poblaciones relacionadas con su mayor estatura, mientras que la selección hizo que en Italia y España, sobre todo en nuestro país, hace 6.000 años, la esbeltez se contrajo debido, apuntan, a unas temperaturas más frías y a una dieta pobre.

Además, en el mismo trabajo han confirmado que los cazadores-recolectores y los primeros agricultores europeos no podían digerir los azúcares de la leche hace 8.000 años, pues carecían de la versión del gen (el LCT) que nos permite tomar este producto cuando somos adultos, una tolerancia que no llegó a Europa hasta hace 4.300 años.
Es muy triste que con este pasado a nuestras espaldas aún haya blancos que sigan pensando que son superiores. Son los mismos que cada día paran en la calle a los negros para comprobar su identidad, los que los tirotean en las calles de Estados Unidos, los que relegan matanzas como la de Kenia a segundo plano en los medios (142 jóvenes asesinados de una tacada) y los que les echan a golpes de vuestras fronteras.
Todos venimos de su tierra africana.. Y hasta antes de ayer todos éramos negros. No lo olvidemos

12.000 manuscritos del Fondo Kati siguen en la estacada


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ROSA M. TRISTÁN

Cuando Ismael Diadié Haidara se empeño en que España fuera quien disfrutara del tesoro heredado de sus antepasados no podía imaginarse que se las veía con un Estado, unos responsables políticos, unas empresas y una sociedad que no iban a saber valorar lo que se le ofrecía: 12.714 manuscritos con 550 años de historia, los mismos que salieron de Toledo en 1467 y que Ismael quería que fueran digitalizados para su estudio en el mismo país donde comenzó su andadura. Pero, por sorprendente que parezca, la realidad es que en este país no se ha valorado su oferta. Quince años después, Diadié aún no tiene salida clara para el FONDO KATI y algunas fuentes señalan que ya hay importantes instituciones extranjeras (en Francia, en Suiza…) que están tanteando cómo hacerse con la versión electrónica para que «sus» investigadores y «sus» expertos tengan acceso a lo que aquí tan alegremente se rechaza.

Hace un par de años  dediqué un artículo a este Fondo. Entonces, un grupo de personas, con más ánimo que capacidad financiera, nos constituimos en Círculo de Amigos del Fondo Kati. Entonces, aún coleaba el conflicto islamista en el norte de Mali, en Tombuctú, la ciudad donde los antepasados de Ismael recalaron tras ser expulsados de España, como recordaba él mismo el otro día en el centro cultural Conde Duque, en el ciclo «El viaje y sus culturas» organizado por Pilar Rubio Remiro.

Ismael  Diadié, durante la conferecia en el Centro Cultural Conde Duque. |R.M.T.

Ismael Diadié, durante la conferecia en el Centro Cultural Conde Duque. |R.M.T.

Ante una embelesada audiencia, Ismael fue relatando cómo un 2 de julio de 1467, tras una cruenta reyertas entre  cristianos,judías y musulmanes, el joven jurista Ali Ben Ziyad al-Quti,  de origen visigodo y una familia islamizada, salió de Toledo con su biblioteca a cuestas. El camino del exilio le llevó a Granada, Sevilla, al sur de Argelia, Siria, Bagdag, Jerusalén, Mauritania… para acabar en Malí, donde se casó con la sobrina del rey. Fue su hijo, Mohamed Kuti, el verdadero artífice de la biblioteca, comprando manuscritos en sus largos viajes, para acabar instalándose en Tombuctú. Casualidades de la Historia, estando en Fez se encontró con León el Africano (Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fasi), cuya familia también había sido expulsada de Granada por los Reyes Católicos. Kuti, el primer historiador, y León, el primer geógrafo, cruzaron sus pasos…

Desde entonces, la biblioteca, de siglo en siglo, fue sufriendo bandazos, como la propia familia Kuti, que iba escribiendo en los márgenes de los manuscritos sus avatares. Siglos en los que turcos, ingleses y españoles se disputaron aquellos legajos, siglos en los que se dispersaron para volver a reunirse y de nuevo perderse en un espacio que iba del Sáhara a El Escorial. Hasta que el padre de Ismael, en los años 80 del siglo pasado, comenzó a trabajar para que volviera a ser el gran tesoro bibliográfico con el que soñó Mohame Kuti. «Lamento profundamente que al final no llegara a ver su tarea totalmente terminada», afirma Ismael.

 

Manuscritos del Fon.do Kati

Manuscritos del Fon.do Kati

Fue a finales de los 90, cuando el heredero comenzó a moverse para que aquel legado único fuera protegido, para que, ya en el siglo XXI, encontrara acomodo en el que asentarse para ser investigada. Se habló de llevar el Fondo, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, a la Biblioteca de Alejandría, traerlo a España… Pero un grupo de intelectuales (Jose Ángel Valente, José Saramago, Juan Goitisolo, etcétera) firmaron un manifiesto defendiendo que su lugar Tombuctú. Y el guante lo recogió la Junta de Andalucía, que financió en la ciudad del desierto un edificio para albergarla. Aquel convenio (firmado en el año 2002) preveía, además, la microfilmación de los manuscritos para su consulta por los investigadores.

El edificio, por cierto una construcción bastante deficiente, se hizo. La microfilmación nunca existió.

Diez años más tarde, Tombuctú había cambiado su mito medieval de «ciudad de oro» por el de «ciudad de la tinta», en palabras de  Diadié Haidara. A la Bilioteca Nacional se unía la del Fondo Kati  y sus 12.714 manuscritos, con más de 7.000 textos marginales, todo un imán turístico. Antologías poéticas, actas de compra-venta de judíos, cartas a reyes… John Hunwick, de la Northwestern University de Chicago, llegó a asegurar que su contenido, aún por desvelar, «puede cambiar la historia de África».

Sin embargo, la Humanidad no aprende y la religión se cruzó de nuevo en el camino de los Kati, y en abril de ese año, 2012, los islamistas entraron en Tombuctú. A Ismael no le quedó más remedio que volver a dispersar la biblioteca para que no fuera quemada por los fanáticos. «Es triste que, 545 años más tarde, el mismo fanatismo religioso que la obligó a dejar Toledo, la alejara de Tombuctú», afirma.

Absurdo el fanatismo, pero no lo es menos que a estas alturas el Fondo siga guardado en cajas de metal (unas en el desierto, otras en Bamako y algunas en Andalucía), sin investigar y sin digitalizar. Y ya van para tres años que la situación no ha cambiado, pese a que la empresa de seguros DKV, desde finales de 2012,  asegura que trabaja para que puedan ser consultados. «A día de hoy, digitalizado no está», afirma  el bibliógrafo y escritor maliense.

DKV ha anunciado la organización exposiciones en varias ciudades con los manuscritos, eventos que pueden costar un millón de euros, como ha salido publicado,  en Toledo, Jerez de la Frontera o Tarifa, con motivo del 550 aniversario de la salida del Fondo Kati de su lugar de origen. Ahora bien, con ello no se avanzará en lo importante, que es agrupar el material para que pueda ser restaurado y puesto a disposición de la investigación, una vez que sea accesible digitalmente. Y a todo esto: ¿ dónde está el Ministerio de Cultura, y dónde  la Biblioteca Nacional? Es muy triste que a final tengan más recursos en Malí, donde hay manuscritos de su bibilioteca ya accesibles en la red, que en España.

Por cierto,  la Sociedad Geográfica Española otorga este año su premio Iniciativa/ Empresa precisamente a DKV por «digitalizar» el Fondo Kati. Un premio que, de momento, se adelanta a la realidad.

Ismael Diadié acaba de publicar un hermoso libro titulado «ZIMMA», de la editorial Vaso Roto.

Un robot, diseñado por una congoleña, revoluciona las calles africanas (VÍDEO)


Thérése Izay Kirongozi. |@ROSA TRISTAN

Thérése Izay Kirongozi. |@ROSA TRISTAN

ROSA M. TRISTÁN
(Vídeo del robot al final)

Un robot, desarrollado por una investigadora africana, se está haciendo con las calles en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo. No tiene nombre, pero se está convirtiendo en un héroe en un país donde las muertes por el tráfico son un problema nacional. Su fama ya ha traspasado las fronteras congoleñas y Thérèse Izay Kirongozi, la ingeniera que le ha dado vida (artificial, claro), está empeñada en que triunfe en todo el mundo. Y va camino de conseguirlo. Días atrás ha estado en Madrid, invitada por la Fundación Mujeres por África, que presentaba su proyecto Ellas Investigan, del que ya se ha hablado en este Laboratorio para Sapiens. De sus palabras se deduce el ímpetu con el que nuevas generaciones de mujeres de ese continente están entrando en el mundo la de la ciencia africana e internacional, conscientes de  su: realidad:  «Los africanos debemos ser quienes transformemos nuestros recursos en desarrollo».

En un país donde la situación y los derechos de las mujeres se violan continuamente ¿Cómo ha sido su carrera hasta aquí, y más en una profesión como la electrónica, donde también en Europa hay pocas mujeres? 

Yo era la mayor de seis hermanos. Mi padre era ingeniero electromecánico y fue  él quien me animó mucho a estudiar nuevas tecnologías, pues pensaba que ahí estaba el futuro. Tiene razón que es un profesión muy masculina. De hecho, en mi promoción éramos sólo tres mujeres entre 15.000 hombres. Era un grano de arena. Luego su número han aumentado y ahora somos un 5%, poco pero un gran avance. En mi caso, estudiar estudiar sólo con chicos me vino muy bien para romper la timidez y me demostró que las mujeres podemos hacer todo lo que nos propongamos, exactamente lo mismo que los hombres.

¿Cómo nació este robot? ¿Se había hecho algo similar antes?

Pues no, no se había hecho nada parecido en ningún sitio. El robot nació porque constaté que en África el tráfico era un gran problema. Según informes de la OMS, cada hora mueren 26 personas en accidentes en África, y únicamente tenemos el 2% del parque automovilístico mundial. Eso es lo convierte en la causa principal de fallecimiento. Además, las víctimas más comunes son niños y mujeres. En Kinshasa en 2012 hubo más de 5.500 accidentes en 10 meses, con más de 3.000 muertos. Al conocer estos datos, se me ocurrió diseñar un robot para el control del tráfico, porque hay señales pero no son suficientes porque mucha gente no las entiende. Y porque en mi país hay muchos conductores que no han estudiado y no saben interpretarlas. Respecto a los guardas, no siempre están cuando se necesitan. Por ello, diseñamos un robot que todo el mundo puede entender. En realidad tenemos dos generaciones. Uno que ayuda a los niños a cruzar calles y otro que ayuda a aclararse en las rotondas o cruces, donde hay muchas señales. Y le hemos dado voz: si un niño quiere cruzar, da a un botón y el robot le dice cuando puede cruzar, y le habla para que  aprenda. Incluso canta. Desde que está, la población se siente cercana a la máquina. Antes, nadie les hablaba para informarles. Nuestro robot lo hace.

¿Y qué ocurre cuando alguien comete una infracción?

También tenemos un sistema de vigilancia con cámaras instaladas en el autómata que registra todo lo que pasa y saca fotos de los que van a demasiada velocidad o se saltan una señal. Tiene una visión de 360 grados, que es mucho más que una persona. Incluso en Europa las cámaras tienen un ángulo de visión de 180 grados, así que es una gran innovación. Pero nuestra meta es tener un autómata perfecto, y estamos en ello. Le hemos hecho de 2,5 metros de alto, y sobre una peana, para que infunda respeto a los conductores. Ante un robot, se piensan si cometer una infracción. Otra característica es que, como en Congo hay problemas de suministro eléctrico, funciona con paneles solares. Y como tiene inteligencia artificial, se apaga cuando hay poco tráfico. Todo ésto está conectado con un Centro de Control de Operaciones.

Este desarrollo surgió de una coopeerativa de mujeres ¿Cómo lograron sacarlo adelante?

Efectivamente, es fruto de un diseño que surgió en la cooperativa Women Technology, un grupo que comenzó siendo únicamente de mujeres ingenieras, aunque ahora hemos incorporado a hombres. Nuestro objetivo es crear empleo. De hecho, ya tenemos seis robots instalados en RD Congo y a partir de enero habrá otros 20, que estamos fabricando ahora. Incluso tenemos pedidos en Angola, en Abuya (Nigeria), en Brazzaville (República del Congo) y en Abidjan (Costa de Marfin). En Europa, Bélgica quiere apoyar esta iniciativa y comprará un robot para la ciudad de Namur; también en Paris, la asociación Color de África quieren uno para presentarlo en su país.

¿Cuánto cuesta un robot así? A ver si nos ponen uno en Madrid…

Lo vendemos entre 20.000 y 25.000 euros. Por eso quiero dar las gracias a la Fundación Mujeres por África, que nos ha invitado a venir y darnos a conocer. Su visión de la mujer es como la nuestra. Es la de una mujer que está en el origen del desarrollo. Y queremos que las jóvenes, a través de la ciencia y de las nuevas tecnologías, puedan avanzar. Mi país es el pulmón de África, tenemos muchos minerales, ningún otro país africano tiene tantos recursos, pero sin embargo somos de los más pobres. Y si conseguimos que las mujeres tengan espíritu de empresa e innovación se podrán conseguir cambios de verdad en África, y sobre todo en mi país.

¿Fue fácil implicar a más mujeres en la cooperativa?

La creé hace 10 años porque ví que no teníamos trabajo en las empresas y que al final, pese a tener formación, las tituladas acababan despachando en una tienda. No se si nos subestimaban por ser mujeres o si se debe a que hay mucho desempleo. Pero yo soy muy  emprendedora, así que comencé organizando talleres de electrónica para enseñarles cómo arreglar ordenadores o móviles y, poco a poco, surgieron pequeñas empresas. Más adelante, organicé ferias en las que se mostraban las innovaciones tecnológicas que hacían estas mujeres y los jóvenes, pero no había interés en las empresas. Una de esas innovaciones que se presentaron fue un robot de madera, que me dió la idea de transformarlo en un sistema de tráfico inteligente, puesto yo había hecho la especialización en autómatas; pensé que se podía desarrollar la idea a través de una cooperativa de mujeres, en las que se implicaron muchas.

¿Tienen otros proyectos en mente?

Tenemos los cajones llenos de proyectos, pero uno de los más interesantes es el desarrollo de un sistema mecánico que ayude a las mujeres que cargan peso sobre la cabeza. En Congo hay dos o tres provincias donde llegan a acarrear casi 200 kilos de este modo. Las llamamos las ‘mujeres transportistas’ y queremos buscar una solución. Algo sencillo, sin piezas electrónicas, que encaje en el medio ambiente porque se trata de una zona montañosa.  Además, con el dinero que consigo a través de Womens Technology también tenemos en marcha proyectos sociales de ayuda a mujeres y niños. En Madrid he visto que también podemos desarrollar otros ámbitos importantes para las mujeres. Y todo lo financiamos vendiendo robots, aunque al principio pagué la formación de las mujeres con tres restaurantes que tengo abiertos. Porque en mi país no hay subvenciones y desde que tuvimos dos prototipos en la calle, tardamos dos años en tener el primer pedido.Pero siempre fuimos optimistas. Ahora tenemos seis en acción, además de los 20 que estarán en marcha en enero.

Es una auténtica fábrica

(Risas) Prefiero llamarlo laboratorio. Fabricamos de forma artesanal. Somos sólo 15 personas de momento, pero pienso que podemos llegar a ser más de mil. Una parte para fabricación, otra mantenimiento y también para el centro de control. Además, es un sistema que permitirá al Estado recaudar mucho dinero a través de las multas; si el Estado nos financiara con un 5% de esa cantidad, ayudaría a que la cooperativa sobreviva. En Sudáfrica, el 17% del presupuesto nacional se consigue por las sanciones  de tráfico y en Zambia, hasta un tercio. Pero en mi país, con 70 millones habitantes, es una aportación irrisoria. Quiero decir con ello que no sólo aportamos nueva tecnología, sino también podemos generar ingresos. Y también trabajo para los jóvenes, en un país donde hay un 80% paro juvenil con una tecnología propia. Tendremos que importar los paneles o las cámaras, pero lo demás es diseñado en RD Congo.

¿Qué factor diferencial aporta que sea investigación hecha en África frente a que les llegue de fuera para África?

El padecimiento que tiene este continente es su incapacidad para la transformación. Siempre digo que conseguiremos salir adelante cuando seamos capaces de aprovechar nuestros recursos, como por ejemplo los minerales. Ya hemos dado un primer paso al fabricar algo en el Congo, un país que valora poco la inteligencia humana. En general, en África se tiene en cuenta la riqueza en recursos, pero se olvida que la inteligencia humana es fundamental para el desarrollo, que es algo que si se entiende en Europa. No sirve de nada tener  minerales valiosos si no hacemos nada con ellos. Mientras África no sepa transformar sus materias primas, no se podrá desarrollar.

¿Tiene algo que hacer al respecto la comunidad internacional?

Debemos ser nosotros mismos los que nos demos cuenta. En mi país hay gente viviendo en casas en las que crece el algodón, o en las que se ve el cobalto. Pero lo que hacemos es venderlo y otros se hacen ricos transformándolo. Somos los africanos los que debemos ser conscientes de lo que pasa. Podemos desarrollar África solos.

¿Hay contactos entre investigadoras africanas en los que comparten sus trabajos?

Si, pero no muchos. Ha habido reuniones en Angola o Nigeria. Y en todas animamos a las jóvenes a implicarse en las nuevas tecnologías. Prefieren la medicina, la docencia, incluso el periodismo, pero intentamos que amplíen su escenario porque aquí hay mucho futuro. Desde las instituciones públicas también hablan de ello, pero en África se habla mucho y se hace poco.

¿Está satisfecha con el eco internacional de su robot?

Mucho. Ha sido una sorpresa que esta Fundación española se haya interesado en nuestro proyecto; es la segunda gran sorpresa. La primera la tuvimos cuando la mujer del vicepresidente de Estados Unidos, de visita en Congo, vino a conocer nuestro laboratorio porque la CNN lo había sacado en antena.  Ahora, para mí es un sueño poder haber conocido a alguien como María Teresa Fernández de la Vega y poder colaborar con su programa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mujeres negras en batas blancas: la ciencia en África


La científica congoleña Thérese Kirongozi. |AFP Getty

La científica congoleña Thérese Kirongozi. |AFP Getty

ROSA M. TRISTÁN

África, el continente de la miseria, del expolio y los virus más mortíferos, es también un espacio de crecimiento, de nuevas artes en ebullición, de diseño, y de ciencia. Y eso es lo que quieren descubrir, a quienes solo ven su lado oscuro, en la Fundación Mujeres por África, presidida por María Teresa Fernández de la Vega.  Hacia esa cara luminosa del progreso se dirige su último proyecto: «Ellas investigan». Y ‘ellas’ son mujeres negras con batas blancas. Astrofísicas, genetistas, expertas en robótica, biomédicas… Africanas que, sin salir de sus países, andan metidas en precarios laboratorios de los que salen hallazgos que ayudan a mejorar la vida subcontinente.  Mujeres negras en batas blancas que saben muy bien qué es lo más urgente y necesario para los africanos.

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