Un espacio creado por ROSA M. TRISTÁN para investigar y profundizar en el trabajo y la vida de aquellos seres humanos que aportan sabiduría en este pequeño y maltratado planeta azul
Desde los quioscos de prensa, nos saludan la ‘Eva africana‘, el Miguelón preneandertal de Atapuerca o la huella de la australopitecus Lucy. Están en las portadas de los libros de una nueva colección, editada por Salvat, que acaba de salir a la venta y que ha logrado reunir a lo más destacado de la ciencia relacionada con la evolución humana en lo que, sin duda, es la mayor recopilación sobre el pasado de la humanidad que se ha editado hasta ahora, al menos en castellano.
Puesta a la venta desde el pasado 3 de enero -se pueden recuperar números anteriores- , la idea nació a mediados del pasado año del interés de los responsables de Salvat por un tema del ámbito de la investigación que aúna gran cantidad de disciplinas científicas -paleontología, genética, arqueología, física, química, geología, entre un largo etcétera- para ayudarnos a comprender cómo fue que un primate, cuya historia se remonta a millones de años atrás, ha logrado a ser como es, con sus luces -grandes avances tecnológicos que incluso le han sacado del planeta que habitan- y sus sombras, entre las que destaca los cambios acelerados de la Tierra tal como ha sido hasta hace poco más de 100 años, poniendo en peligro su supervivencia.
La dirección de esta colección, compuesta por 60 volúmenes, corre a cargo del paleontólogo Jordi Ahgustí, de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA) en la Universidad Rovira i Virgili, que ha logrado implicar en esta gran ‘enciclopedia’, como las de antes de la era digital, a los y las más grandes de la investigación en las diferentes áreas de conocimientos que se tratan. El primer volumen, como no podía ser menos por su importancia a nivel nacional y mundial, es el dedicado a los yacimientos de Atapuerca, con el arqueólogo y codirector de sus excavaciones Eudald Carbonell, y la doctora Marta Navazo, como autores, pero les siguen otros muchos con nombres que ya tienen su hueco en la historia de estas investigaciones: José María Bermúdez de Castro, María Martinón-Torres, Marina Mosquera, el propio Agustí, Palmira Saladié, Clive Finlayson, Davinia Moreno, Bienvenido Martínez, Xosé Pedro Rodríguez… También la autora de este blog, Laboratorio para Sapiens, ha sido invitada a participar con un libro, además de colaborar en la edición científica de gran parte de la colección.
Vistos los títulos en marcha y los que están por venir, se puede asegurar que nada ha quedado fuera del ojo escrutador de este plantel de expertos y expertas: las migraciones humanas desde hace más de dos millones de años, cómo ha cambiado nuestra alimentación, el papel de las mujeres en la prehistoria, quién fue el primer ‘homo’ en llegar a Europa, lo que hoy sabemos de la vida de los neandertales, cómo se formó el cerebro que tenemos, lo que significa y significó el canibalismo en nuestra evolución, los cambios climáticos y sus impactos en la vida de los homínidos, el origen de las religiones… y tantos otros temas más que, al final, han tenido como resultado que hoy haya sobre la Tierra más de 8.000 millones de seres humanos ‘sapiens’, ocupando prácticamente cada nicho ecológico planetario (incluso se habita en la Antártida, aunque no en los fondos oceánicos) y, eventualmente, el espacio exterior (en la Estación Espacial Internacional).
Si algo caracteriza esta magna enciclopedia, os puedo adelantar, es que toda la información que contiene está basada en infinidad de investigaciones publicadas desde mediados del siglo XIX, cuando Charles Darwin puso sobre la mesa que el ser humano era fruto de la evolución de otras especies, como todas las demás, y el pasado 2022, ya inmersos en pleno siglo XXI. El rigor está garantizado, pero, además, se ha buscado que su contenido sea lo suficientemente divulgativo para que personas ajenas a este ámbito de la ciencia sean capaces de comprender lo que se ha avanzado. También lo mucho que queda por saber y, como no podía ser menos, aquello que aún está en discusión dentro de la comunidad científica, pues los rastros de nuestro pasado nos han llegado incompletos y entre las ‘migajas’ que quedaron enterradas en los yacimientos no siempre resulta fácil llegar a una única y clarividente conclusión. La ciencia avanza a golpe de hallazgos y de interpretaciones, algo que esta Biblioteca de la Evolución Humana recoge con exhaustividad.
“En su totalidad, la obra constituye un escaparate que muestra la vitalidad de los estudios sobre evolución humana. Se trata, en definitiva, de un trabajo editorial inédito en nuestro entorno científico que ha contado con el entusiasmo de los autores que han participado en la redacción de cada uno de los libros”, asegura Jordi Agustí, cuyo título es «El gran éxodo de la Humanidad: la salida de África hacia Eurasia«. Carbonell, por su parte, destaca que la colección resume cómo los centros de investigación que su generación contribuyó a construir «han dado unos rendimientos científicos importantísimos, tanto para conocer como para hacernos pensar sobre la historia y la ciencia de la evolución de la humanidad”.
Mi última visita a un yacimiento, Cueva Mayor en la Sierra de Atapuerca, con Eudald Carbonell, siempre mi anfitrión.
Una investigación revela el sistema de ‘ciencia del paracaídas’ que aún practican investigadores de fósiles que van a trabajar a países del Sur Global
ROSA M. TRISTÁN
Desde tiempos históricos, expediciones científicas, europeas primero y después también norteamericanas, han viajado a países del hemisferio sur en busca de especímenes y fósiles para su estudio y análisis. Su papel fue fundamental para el avance de la ciencia. Ahora, una investigación revela que un ‘colonialismo científico’, que se expandió durante el siglo XIX y XX, sigue muy vivo en pleno siglo XXI. Así lo revela, en la revista Nature Ecology & Evolution, un grupo de científicos de ambos hemisferios. Según sus resultados, en los últimos 30 años, el 97% de los datos sobre fósiles han sido aportados por originarios de países ricos (Estados Unidos y Europa Occidental, fundamentalmente) y “con poca o ninguna colaboración en el país” donde estaba el material. Aseguran que los legados coloniales y los factores socioeconómicos asociados no sólo han sesgado en el pasado la investigación paleontológica, sino que lo siguen haciendo.
Los autores, que proceden de Alemania, India, Brasil, Sudáfrica o Reino Unido, llaman ‘ciencia del paracaídas‘ a aquella en la que los extranjeros llegan al sur como caídos del cielo, a menudo sin interactuar con las comunidades locales, lo que hace que haya “un sesgo de muestreo, con impactos potenciales en las estimaciones de la biodiversidad pasada”. Nussaïbah Raja, Emma Dunne y otros miembros del equipo, tras analizar lo ocurrido en estas tres décadas gracias a la base de datos Paleobiology Database, advierten de que “los análisis globales pueden enmascarar prácticas de investigación colonialistas dentro del país”.
Por países, señalan que EEUU y Europa Occidental son los que más invierten en investigación, por lo que es lógico que tengan más presencia. De hecho, el 50% de los datos sobre fósiles los aporta el primero, que tiene tantos trabajos dentro de sus fronteras como fuera. Le siguen Alemania, Reino Unido y Francia, cada uno con un 10% del total, pero en estos casos lo llamativo es que publican más cantidad de fósiles no europeos que europeos: hacen más fuera de sus países que dentro y, además, casi la mitad de esa investigación que hicieron en el extranjero no involucró a ningún científico local (es ciencia de paracaídas al 100%).
También destacan el llamativo el caso de Suiza (el 86% de las investigaciones paleontológicas suizas las hacen fuera de sus fronteras) y que en países con territorios de ultramar, como Dinamarca en el caso de Groenlandia o Francia en el caso de la Polinesia Francesa, la población local figure rara vez en un trabajo. No digamos ya alguien de la población indígena…
En el otro lado de la balanza, estarían los países cuyos científicos trabajan, sobre todo, con fósiles de su territorio, como China (el 75% es nacional), Argentina (66%) y Japón (50%). La razón, explican, es que son ‘centros regionales de conocimiento paleontológico’ y se ha impulsado su estudio, con yacimientos como los de Lagerstätten , de fama mundial, o en el caso de Argentina con sus yacimientos espectaculares de dinosaurios. Además, tienen leyes que impiden sacar fósiles de estos países.
Los ‘paracaidistas’ de la ciencia en África
Muy llamativo es el caso de África, el continente por excelencia de la ‘ciencia del paracaídas’ . Casi todo el conocimiento desde 1990 sobre los fósiles africanos se ha producido fuera del continente, especialmente ligado a sus ex potencias coloniales: un 25% de todas las investigaciones en Marruecos, Túnez y Argelia las hicieron franceses, el 17% de los fósiles tanzanos los estudiaron alemanes y el 10% de investigación paletontológica en Sudáfrica o Egipto es obra de británicos.
En todo caso, Europa occidental no se limita a investigar en antiguas colonias, siguiendo la tendencia extractiva de los siglos anteriores, sino que se extiende por el mundo entero y el suyo es un modelo que ya comienzan a seguir nuevos actores. China, por ejemplo, ya ¡ ha puesto el foco en los fósiles en ámbar de Myanmar, trabajos que los chinos hacen sin ninguna colaboración local.
Precisamente Myanmar, pero también República Dominicana, Marruecos, Mongolia y Kazajistán son algunos de los países preferidos para los investigadores extranjeros, y por tanto, los más proclives al colonialismo científico. Si en el caso de Myanmar y República Dominicana el imán es el ámbar, que ya es comercial, en el desierto de Marruecos, Mongolia y Kazajistán, los atraen los espectaculares fósiles de vertebrados . Los autores explican que los vertebrados consiguen más fácilmente financiación para proyectos y, además, en esos casos hay desde hace décadas un tremendo tráfico de fósiles .
En definitiva, los autores denuncian que “la dinámica del poder observadas actualmente en la disciplina siguen siendo análoga a la que existió durante la era del saqueo colonial”. Es decir, que la Paleontología moderna se basa aún «en un sistema de explotación propio de la colonización” y que, si bien es verdad, que se están creando ‘centros regionales’ importantes (China, Brasil, Argentina…), en ellos se siguen las directrices científicas del Norte global y se discrimina a lo local. Leyes como las de China, Argentina, Brasil o Tanzania, que impiden sacar los fósiles, si que potencian los trabajos de sus investigadores nacionales, pero no existen en todos los lugares.
Otro factor discriminador, apuntan, es el hecho de que el inglés sea el rey de la ciencia: el 92% de las publicaciones registradas en la base de datos entre 1990 y 2020 son en ese idioma, seguido de chino, alemán, alemán, francés y español. Y detectan que, incluso donde figuran como coautores algunos científicos locales y nacionales de donde se extraen los fósiles, éstos no ocupan prácticamente nunca el puesto de ‘autores principales’, estando siempre “en una posición de subordinación”.
En sus conclusiones, recuerdan que lo que pasa en Paleontología también se ha detectado en otras áreas de la ciencia, como la genómica, las ciencias marinas y la ecología. Dado que ya se llevan al menos 70 años haciendo excavaciones paleontológicas, parece que tiempo ha habido para crear profesionales, si se hubiera querido.
Para dar la vuelta a esta situación, los firmantes del artículo recomiendan más colaboraciones científicas basadas en el respeto y los intereses de la población local, en las que los extranjeros, antes de llegar a un país, se informen sobre si ya hay científicos locales trabajando el tema y, si es así, diseñen el proyecto conjuntamente. No basta, dicen, recurrir a ese tipo de asociaciones sólo para facilitarse los trámites burocráticos, como no basta formar a paleontólogos en el país si no es para que se conviertan en los líderes de sus proyectos nacionales. Además, recuerdan, científicos del norte también pueden aprender de sus pares del sur por sus experiencias y prácticas locales.
Financiar ciencia colaborativa con el Sur Global
En el caso de la UE, por ejemplo, critican que el Consejo Europeo de Investigación promueva la financiación de proyectos en los que los científicos de instituciones europeas son evaluados individualmente por sus resultados y no se tengan en cuenta otros factores, como la colaboración local. “Incluso en el caso de colaboraciones con investigadores locales, la difusión de los resultados generalmente ocurre en la “base de operaciones” de los investigadores principales, marginando a estos investigadores locales y sus contribuciones”, añaden.
Como fósiles hay en todo el mundo, consideran que la Paleontología es un campo “ideal” para financiarse de esa forma colaborativa. “En lugar de luchar por el individualismo o competir entre sí, los paleontólogos de diferentes países podrían unir sus recursos, experiencia y esfuerzos para explorar una miríada de preguntas de investigación que tienen importancia global”.
Desde luego, apuntan que es fundamental que los países del sur global inviertan en sus instituciones para recoger y organizar las colecciones de fósiles y datos localmente, demás de promover la formación de sus paleontólogos, pero ello, reconocen, requiere esa colaboración entre países que podría ayudar a garantizar apoyos para ello. También consideran que tienen solución los problemas de visados a los que se enfrentan científicos del Sur, así como una cultura editorial académica que se basa en publicar en revistas que están en el norte, en las que la ciencia local está poco o nada representada tanto por la barrera idiomática, como el bajo gasto en I+D y la ‘ciencia del paracaídas’.
El artículo acaba mencionando que “se requieren con urgencia cambios sistémicos generalizados para abordar desequilibrios de poder global en la disciplina de la Paleontología que han persistió durante más de dos siglos”. Y es algo que, dicen, deben hacer los investigadores para evitar este colonialismo, pero sobre todo está creen que en manos de los organismos que financian sus investigaciones, sociedades y revistas científicas “que deben garantizar que las prácticas de investigación poco éticas y explotadoras existentes estructuralmente integradas en la Paleontología se conviertan en una cosa del pasado”.
Como colofón, señalar que en el caso de España, los proyectos paleontológicos españoles que he visitado, como es el caso del que IDEA desarrolla en Olduvai (Tanzania), cuentan con un potente equipo local, y como codirector el tanzano Audax Mabulla. Es más, los propios españoles se enfrentaron al ‘colonialismo’ anglosajón en la zona, que hace años no veían con buenos ojos su presencia. Además, si bien hay numerosas colaboraciones de españoles con equipos extranjeros, son pocos los proyectos que nuestros investigadores realizan fuera, tanto por falta de fondos como porque la riqueza paleontológica española es mucha en nuestro territorio. A destacar, el trabajo de exploración que Eudald Carbonell y Bienvenido Navarro hicieron en Eritrea hace unos años.
También falta una reflexión profunda sobre la escasez de fondos para la investigación paleontológica en países del Sur Global, una investigación que, si bien tiene muchos ‘agujeros negros’, ha permitido averiguar tanto del pasado de la vida en la Tierra a lo largo de 200 años. Sin acceso a esos materiales, es posible que muchos de los materiales se hubieran perdido antes de ser puestos en valor.
A menudo se representa el arte rupestre con una escena en la que un hombre ‘barbado’ y musculoso se esmera en dibujar un animal en una pared rocosa. Es la típica representación científica en la que las mujeres ocupan, salvo contadas excepciones, un papel de menor enjundia intelectual, pero no hay como aplicar técnicas ‘detectivescas’ para revelar que la huella de ellas también está ahí, aunque no siempre se busque… y se encuentre. Esto es lo que ha ocurrido en un abrigo rocoso granadino del cerro Jabalcón, cuya vista desde la cumbre es todo un espectáculo.
Allí, curiosamente en un abrigo bautizado como «Los Machos», entre más de 32 motivos pintados en dos paneles (uno sobre todo) hace entre 5.000 y 7.000 años, se han identificado dos huellas dactilares y una de ellas tiene un 80% de posibilidades de pertenecer a una mujer joven, según un equipo internacional de científicos que lo ha estudiado, liderado por Francisco Martínez Sevilla, de la Universidad de Granada (UGR). Es, de hecho, la primera vez que se logra determinar el sexo y la edad de los autores de unas pinturas rupestres mediante un análisis que es muy habitual en los trabajos policiales.
En la investigación, que acaba de publicarse en la revista Antiquity, también se identifican las huellas dactilares de un hombre adulto, mayor de 36 años, junto a las de la posible mujer joven. «Con las huellas de la cerámica ya se han habían hecho estudios muy completos pero no con pinturas. También se habían identificado manos de mujeres pintadas en la Prehistoria en otros lugares, pero lo importante es que ahora se abre la opción de poder identificar a los autores por sus huellas dactilares, algo que no se había hecho antes. Además, el trabajo confirma que la representación en estas pinturas no estaba limitada a un conjunto concreto de edad o sexo, sino que podían participar todos”.
El estudio de los ‘paleodermatoglifos’ fue desarrollado por el grupo de investigación GROB -Grup de Recerca en Osteobiografia- con la profesora Assumpció Malgosa, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Para determinar el sexo y la edad, se fijaron en las crestas dactilares, porque, como explican, hay diferencias entre sexos en el número de crestas y en la anchura. Son mayores en los hombres que en las mujeres. También hay particularidades por la edad, porque el patrón de huellas dactilares no cambia durante la vida, pero si lo hace durante el crecimiento la distancia entre esas crestas.
Muchas de las obras pintadas en los paneles del abrigo son figuras antropomorfas que forman parte del estilo llamado ‘arte Esquemático’, una forma de representar que se puede ver por abrigos y cuevas de toda la Península Ibérica y que se extendió desde el Neolítico, con las primeras poblaciones humanas sedentarias, hasta la Edad del Cobre, a mediados del siglo VI antes del presente. Algunas de las figuras tienen falo, lo que se identifica con los varones, y en otras se aprecian bultos bajo los brazos que, según Francisco Martínez y su equipo, serían los senos de las mujeres, si bien hay quien lo identifica con ídolos. También hay figuras circulares y geométricas.
En esta investigación, los autores han realizado un análisis del abrigo rocoso y del panel pictórico, incluyendo su morfología geológica (causante de la conservación y durabilidad de las pinturas a lo largo del tiempo); las técnicas utilizadas en la aplicación de la pintura; el contexto arqueológico regional; la atribución cronológica y la identificación del perfil biológico de los autores de las pinturas a través del análisis de paleodermatoglifos (huellas dactilares antiguas). “Además, el análisis del ancho de los trazos nos ha permitido confirmar que el pigmento se aplicó con los dedos y que las huellas dactilares documentadas pertenecen a una fase 2, la más reciente, de un pigmento ocre oscuro, como un repintado posterior”, apuntan los autores.
El Jabalcón, sobre la cuenca de Baza.
El refugio fue descubierto durante un trabajo de campo realizado entre 2004 y 2005. Es una cavidad con una abertura orientada al este en un muro de piedra caliza casi vertical, de unos 100 metros de altura, que ofrece amplias vistas sobre la cuenca de Baza. Es poco profundo y abierto, unos 13 metros en la parte exterior y cuatro de profundidad. El panel con los dibujos está justamente en la zona más profunda, a resguardo de la erosión del agua y el viento. Al parecer, la evidencia de actividad prehistórica es escasa en la comarca, pues sólo se han hecho estudios de superficie, pero si se sabe que hay 19 yacimientos arqueológicos en un radio de unos 10 kms, entre el Neolítico y la Edad del Bronce. «No sabemos en realidad por qué hacían estas representaciones rupestres, si estos abrigos eran santuarios o lugares de reunión de las comunidades. Pero esa huella de un dedo en medio de un trazo es algo físicoy tangible, un vínculo con aquellos humanos que podría investigarse en otros sitios para averiguar más datos sobre los aquellos artistas», señala el científico.
En el estudio han participado, además de Francisco Martínez Sevilla, Meritxell Arqués, Xavier Jordana, la mencionada Assumpció Malgosa, José Antonio Lozano Rodríguez, Margarita Sánchez Romero y Javier Carrasco Rus (Universidad de Granada) y Kate Sharpe (Universidad de Durham en el Reino Unido).
Fósil del huevo gigante encontrado en la Antártida. @Legendre et al.
ROSA M. TRISTÁN
Cuando conocí a Julia A. Clarke en Punta Arenas, en el Instituto Antártico Chileno donde estaba de visita, el director de este centro, Marcelo Leppe, me dijo: «Tiene un gran hallazgo que contarte». Y lo hizo, aunque no es hasta ahora que, tras ser publicado en Nature, podía publicarse: el descubrimiento de un gigantesco huevo de lagarto que se ha conservado en la Antártida desde el Cretácico, hace 66 millones de años, que nos recuerda que ese continente de hielo entonces no lo estaba -de hecho, el cambio comenzó hace unos 35 millones de años.
Este huevo, el primero encontrado en la Antártida, fue descubierto en el año 2011 por científicos chilenos en una formación llamada López de Bertodano, en la Isla Seymour o Isla de Marambio, que es uno de esos casos antárticos en los que el mismo lugar tiene dos nombres distintos. Los investigadores se quedaron perplejos ante lo que parecía un balón de fútbol desinflado, así que lo guardaron sin etiquetar ni estudiar en las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Para ellos era «La Cosa», apodo inspirado en la película de ciencia-ficción de 1982. Y ahí siguió acumulando polvo hasta que un día Julia Clarke, de la Universidad de Texas, pasó por el Museo y lo ‘redescubrió’. En realidad, David Rubilar-Rogers, del Museo Nacional de Chile de Historia Natural, que había sido uno de los científicos que descubrió el fósil, se lo mostraba a cuanto geólogo visitaba el museo, esperando que alguien tuviera una idea, pero no encontró a nadie que diera con ello, hasta que Clarke, profesora de la Escuela Jackson Departamento de Ciencias Geológicas, apareció por allí en 2018. «Se lo mostré y, después de unos minutos, Julia me dijo que podría ser un ¡huevo desinflado!», recuerda Rubilar-Rogers. «Si, debo reconocer que tengo buen ojo para ver lo que para otros pasa desapercibido».
Recreación del posible mosasaurio poniendo huevos. @Legendre et al.
Junto con su equipo, la geóloga inició entonces un análisis que ha revelado que era un fósil gigante del caparazón blando de un huevo con 66 millones de años. Mide 29,7 centímetros de largo por 17,7 de ancho, lo que hace del fósil de huevo blando el más grande jamás descubierto hasta ahora y el segundo mayor de cualquier otro huevo conocido. Además, es el primero encontrado en el continente de hielo, un lugar nada fácil donde escasean estos hallazgos debido a su cobertura blanca.
«No nos podíamos imaginar que existiera un huevo tan grande, y menos con una cáscara blanda, pero cuando lo ví, pensé que no podía ser otra cosa», me comentaba Julia en el despacho de Punta Arenas el pasado mes de marzo.
Pero si su tamaño es una sorpresa, no lo es menos la especie a la que podría pertenecer, porque creen que era un reptil marino gigante, ya extinto, similar a lo que eran los mosasaurios, que recuerdan a gigantescos cocodrilos de hasta 19 metros de largo. Lo que pasa es que este descubrimiento desafía el pensamiento predominante de que tales criaturas no ponían huevos. «Lo que está claro es que pertenece a un animal del tamaño de un dinosaurio grande, pero es completamente diferente a un huevo de dinosaurio», señala Lucas Legendre, un postdoc que figura como primer fimanante, en un comunicado de la Universidad de Texas. «Más bien, es muy similar a los huevos de lagartos y serpientes, pero de un pariente verdaderamente gigantesco».
Legendre fue el encargado de estudiar las muestras utilizando un conjunto de microscopios y encontró varias capas de membrana que confirmaron que era un huevo y con una estructura parecida a la que requiere la incubación rápida y transparente de algunas serpientes y lagartos actuales. Como el huevo está eclosionado y no contiene esqueleto, tuvo que recurrir a otros medios para ver qué tipo de animal podía poner un huevo así, así que recopiló datos para comparar el tamaño del cuerpo de 259 reptiles vivos con el tamaño de sus huevos y así descubrió que ‘La Cosa’ medía más de seis metros de largo desde la punta del hocico hasta el final del cuerpo, y sin contar una cola. Todo encajaba con un reptil marino.
Además, en la formación rocosa donde se descubrió el huevo también hay esqueletos de bebés mosasaurios y plesiosaurios, junto con especímenes adultos, que no sufrieron el triste destino del huevo. El documento no discute cómo el antiguo reptil podría haber puesto los huevos. Pero los investigadores tienen dos ideas en competencia.
Por cierto, ‘La Cosa’ antártica ya tiene nombre y apellido: se llama ,Antarcticoolithus bradly, en una referencia al lugar donde fue encontrado y por otro a la palabra del griego antiguo «oolithus’ que se refiere a huevo y a piedra y la palabra ‘bradús’ que significa tardanza, en referencia a los 160 años que han pasado desde la descripción del primer huevo mesozoico en depósitos marinos. Es decir, «huevo de piedra antártico tardío».
¿Cuándo el ser humano comenzó a transformar el planeta que habita de forma global? La respuesta, según arqueólogos de todo el mundo, se remonta a hace unos 3.000 años, inicio de la expansión de una forma de vida, basada en la agricultura y la ganadería, base desde entonces de la alimentación de la especie, que sigue detrás de los grandes destrozos de la naturaleza, como son los incendios, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el cambio de curso de los ríos o la contaminación de las aguas de los mares.
Han pasado, dicen los investigadores, tres milenios para que todos los continentes y territorios, salvo la Antártida, hayan sido entendidos como un recurso a explotar, dejando al margen tan sólo algunos reductos, los espacios protegidos, de la voracidad de la especie. Así lo certifica el mayor estudio arqueológico jamás realizado a nivel mundial, un intento de globalizar la información conseguida en excavaciones en todos los continentes que llega a la conclusión de que nuestro impacto general en la vida planetaria es anterior a lo que se pensaba. A más tiempo pasado, menos tiempo para reaccionar y dar la vuelta a la situación.
No deja de ser curioso cómo se ha pergeñado el estudio. Los líderes del proyecto ArcheoGlobe (Universidad de Maryland), Lucas Stephens y Erle Ellis, dividieron la Tierra en 146 regiones y contactaron con 1.000 arqueólogos de los cinco continentes ara implicarles en el trabajo. Entre ellos, los españoles Ferrán Borrell y José Antonio López-Saéz (CSIC). Al final, les llegaron respuestas de 255 y un total de 711 cuestionarios.
Todos los interesados debían rellenar unos extensos formularios de las zonas que investigan proporcionando datos que luego se cruzaron para elaborar diferentes ‘mapas-mundi’. En ellos se refleja la evolución del uso del planeta en los últimos 10.000 años, ateniéndose a los ‘restos arqueológicos’ que fuimos dejando. “Es interesante porque hasta ahora los estudios de ciencias ambientales no han incorporado la información arqueológica. Este estudio demuestra que hay que tenerla en cuenta”, señala Borrell, de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) y experto en Próximo Oriente. Esta zona es precisamente desde la que se expandió la agricultura. Borrell, hasta que estalló la guerra en Siria, dirigía excavaciones en Qarassa, la zona neolítica en este país hoy prácticamente destruido.
Borrell explica que las categorías de los formularios que le enviaron eran muy genéricas y que puede haber algunas distorsiones porque hay grandes zonas de Rusia, África Central y Occidental o del Sudeste Asiático que no cuentan con suficientes datos por falta de excavaciones, pero defiende que pese a ello es un primer retrato en movimiento que nos dice cómo hicimos una transformación que se inició desde el primer gran impacto agrícola en Oriente Próximo hasta extenderse también en remotos lugares de Asia, Sudamérica o Australia.
Fue un proceso en el que agricultura y ganadería fueron de la mano. Y no sólo mediante la selección de semillas o animales que fueron transformando las especies de cereales o de la fauna en función de sus características más apreciadas, sino además por el transporte de un lugar a otro cuando ya existían grandes concentraciones humanas.
“No cabe duda de que como especie tuvimos y tenemos un gran impacto que pone en juego nuestra supervivencia misma. Y vemos que es algo que viene de lejos, si bien ahora se acelera la velocidad de la destrucción. Es algo que nos aboca a un estallido final si no cambiamos, pero es un cambio que debe hacerse a nivel planetario, no puede ser la decisión de un Estado”, apunta el científico del IMF.
Y es que en esos inicios, en el 82% de la Tierra los humanos vivíamos de la caza y la recolección, pero para la época del Imperio del Antiguo Egipto (III dinastía) esas cifras habían caído un 63%. De hecho, desde mil años antes cuatro de cada 10 regiones de la Tierra ya tenían implantadas algo de agricultura extensiva. El pastoreo se había ido extendiendo a su vez por zonas cercanas a ecosistemas más áridos, que eran más propicios para esta actividad que para cultivos ante la falta de lluvias.
No es que la caza y la recolección fueran inocuas. Antes de la agricultura ya quemábamos bosques para cazar más fácilmente , cambiando ya los ciclos del agua, pero entonces se conocía profundamente el ecosistema, se sabían los ciclos de vida de todas las plantas y animales; también hubo un periodo en el que el forrajeo y la agricultura convivieron fusionados. A medida que la población creció, se redujeron las posibilidades de ser flexibles en nuestras estrategias de subsistencia, se comenzó a olvidar recurrir a la caza y la recolección en momentos necesario. Y se inició el “proceso que parece en gran medida irracional e irreversible a largo plazo”, en palabras de los autores del trabajo.
Diente de Vera, la niña neandertal de Ojos de Guareña de Burgos.
ROSA M. TRISTÁN
Cuando Trino Torres, allá por 1976, se puso a buscar dientes de oso cavernario en las cuevas de Ojos de Guareña, en las Merindades de Burgos, no encontró lo que quería. Los restos recogidos en la conocida como Cueva Prado Vargas quedaron a buen recaudo en el Museo de Burgos, sin que durante décadas nadie intuyera que eran la cerradura que escondía la entrada a la casa de la pequeña neandertal Vera, una criatura de unos ocho años (lo del sexo es imaginación, por cierto) que habitó en esta caverna.
Esa cerradura la encontró un día, allá por el año 2000, la arqueóloga burgalesa Marta Navazo y, sorprendida por la riqueza de los restos guardados, se empeñó en lograr fondos para excavar en el lugar. En 2005, logró por fin algunos recursos para una pequeña excavación de dos metros cuadrados, pero tuvo que esperar hasta 2016 para que la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León le permitiera iniciar un proyecto con un equipo que lleva ya tres años sacando miles de registros de la presencia de aquellos humanos euroasiáticos que dejaron su rastro en nuestro ADN.
Cueva Prado Vargas en plena excavación.
«Comencé el proyecto con ocho alumnos y ya tenemos tres tesis en marcha sobre Prado Vargas. Es asombrosa la calidad y cantidad de los restos que encontramos en el nivel cuatro, de hace 46.000 años. El diente infantil, de un menor neandertal que llamamos Vera porque así se llama la nieta del dueño del prado, Beni, es el más importante, pero sólo este año hemos sacado otros 2.000 registros, unos 6.000 en total en cuatro años. Aquí me jubilo», asegura una entusiasta Navazo, que también coordina en Atapuerca el yacimiento neandertal de La Paredeja.
Si el primer año en Prado Vargas lo dedicaron a eliminar restos superficiales -el padre de Beni usaba la cueva para guardar ganado – al siguiente ya abrieron la entrada original y comprobaron que había hasta nueve metros de sedimentos repletos de vida de hace decenas de miles de años. «En el primer nivel excavamos 40 m2, pero en total queremos abrir más de 100 m2. Ya sabemos que este era un lugar de referencia para los neandertales de hace 46.000 años -en el momento en el que los ‘sapiens’ llegaban a Europa- porque aquí tenían refugio, fuentes de agua, materia prima para sus herramientas, animales que cazar… y estaban entre la costa y la meseta», comenta la arqueóloga.
Raedera de sílex de Prado Vargas.
Por si no bastara con el diente humano, que certifica sin duda la presencia humana y familiar, también han localizado un hogar en el centro de la cueva de unos 25 centímetros de diámetro donde aquellos neandertales castellanos hacían fuego, como, por otro lado, ya se sabía por los huesos y las herramientas (raederas, puntas, denticulados y retocadores de huesos musterieneses) que habían encontrado quemados. Pocas dudas quedan de que controlaban el fuego…
Siguiendo el ejemplo ‘socializador’ de los yacimientos de Atapuerca, también aquí Navazo, junto con Rodrigo Alonso, del Museo de la Evolución Humana, han abierto desde el principio la vía de la divulgación e implicación social en los trabajos, con cursos de formación y actividades de voluntariado en las que participan los habitantes de la zona. Este verano, muchos fueron los que participaron en el lavado de los sedimentos de Prado Vargas en el río Trema. Este programa, desarrollado en colaboración con la Casa del Parque de Ojo Guareña y la empresa Ráspano Ecoturismo, ha dado la oportunidad de colaborar con el proyecto a más de 70 niños y adultos, que han recuperado con su trabajo restos de roedores, topillos, conejos y murciélagos que entraron en la cavidad. El estudio de estos fósiles, junto a otros análisis de polen, permitirá en un futuro inmediato conocer que clima y paisaje existía cuando Vera y su grupo se establecieron en la Cueva de Prado Vargas.
En concreto, de momento, entre los huesos y dientes recuperados en esta excavación ya se han identificado restos de ciervo (Cervus elaphus), rebeco (Rupicapra rupicabra), corzo (Capreolus capreolus) caballo (Equus ferus), tejón (Meles meles), conejo (Oryctolagus sp.), oso (Ursus spelaeus), bisonte (Bos bison) y zorro (Vulpes vulpes) entre otros. Son huesos muy fragmentados, sobre todo de de radios, húmeros, metatarsos y tibias. Es decir, que los neandertales transportaron al interior de la cavidad las extremidades de los animales que cazaban para aprovechar su carne y fracturar las cañas de los huesos largos, que les permitían obtener y consumir su médula. Eran las partes más apreciadas de las presas. Del resto del esqueleto se han descubierto varias vértebras, un par de fragmentos de cráneos, costillas, así como la roseta de un asta de ciervo y una cuerna de cabra.
En definitiva, un proyecto en Ojo de Guareña que dará mucho que hablar…
Cráneo MRD, el más completo de un ‘Australopithecus anamensis’ @Nature
ROSA M. TRISTÁN
Hace casi un cuarto de siglo (1995) que la paleoantropóloga Meave Leakey describió con unos pocos fósiles una especie de primate bípeda de la que quedan muchos misterios por descubrir: los Australopithecus anamensis, extraños ‘monos sureños del lago’. Desde entonces, algunos científicos han defendido que este primitivo ancestro, que vivió hace entre 4,2 y 3,8 millones de años en el este de África, había sido un ‘abuelo’ directo de la famosa ‘Lucy‘, la Australophitecus afarensis, que a su vez ha sido considerada la ‘abuela’ lejana de nuestro género humano.
Yohannes Haile-Selassie con el fósil en sus manos. @NATURE
Ahora, la revista Nature publica en dos artículos el hallazgo del cráneo más completo de un ‘A. anamensis‘, datado hace 3,8 millones de años y descubierto en Woranso-Mille, la reseca región de Afar (Etiopia) por un equipo de científicos entre los que figura un español.
El primer pedazo del cráneo fue encontrado en 2016 por un pastor afar. En un área de unos 30 m2 aparecieron más fragmentos, medio ocultos bajo una capa de excrementos de cabra acumulados durante muchos años. Estaban algo alejados del campamento que el proyecto norteamericano WORMILL tiene en la zona desde que se inició, allá por 2005.
Bautizado con el poco glamuroso nombre de MRD, el cráneo es espectacular. Los autores, dirigidos por Yohannes Haile-Selassie, afirman que es de un macho adulto y que proporciona nuevas ideas sobre los primeros Australopithecus y sus orígenes. Entre otras cuestiones, confirma que las especies de MRD y de ‘Lucy’ convivieron durante 100.000 años, por lo que la afarensis no puede ser descendiente lineal del primero, aunque quizás si tengan el mismo origen. «El árbol evolutivo cada vez se complica más y más porque vemos, con pocas piezas del puzzle, que hubo muchas especies de homininos que convivieron. Cráneos como éste son inusuales pero indican que el registro es dicontinuo y que siempre debemos estar dispuestos a cambiar paradigma», cuenta desde la Universidad de Berkely (California), y vía Skype, el geólogo Luis Gibert (Universidad de Barcelona), que es coautor de uno de los artículos.
Por tanto, MRD bien podría haberse paseado con otros Australopithecus por los alrededores del lago que existía donde fue encontrado, lago que tuvo entre 5 y 8 metros de profundidad, explica Gibert, y que estaba rodeado de bosque, si bien no lejos había praderas de arbustos por las que caminarían aquellos primates.
Gibert reconoce que le sorprendió mucho el método de trabajo de Haile-Selassie, Museo de Historia Natural de Cleveland) . «En los 15 años que lleva el proyecto Woranso-Mille ya han localizado 230 restos de diferentes homininos», explica Gibert y lo hacen con la técnica de ‘recolección’ en superficie. «El pastor afar encontró el maxilar y se lo llevó a Yohannes; luego fueron a ‘peinar’ el territorio en superficie, sin ninguna excavación. Allí, la erosión cada año deja al aire los materiales y luego se recogen. Yo mismo encontré un esqueleto de elefante fosilizado y no les interesó recogerlo porque hay tanto que sólo quieren los restos humanos. Tampoco hay espacio en el museo de Addis Abeba para todo», argumenta Gibert. Eso sí, aunque no los guardan, si que saben que en el entorno que recorría MRD habitaban al menos 24 especies de vertebrados. «En el fondo, es más productivo que centrarse en sólo 200 m2», apunta el geólogo.
Gibert, que lleva desde 2010 involucrado en el proyecto, participó en este trabajo en el estudio del contexto ambiental del cráneo. Al año siguiente del hallazgo, en 2017, hizo un primer intento de recogida de muestras en Woranso-Mille, pero la intensa lluvia les impidió acceder al área del yacimiento, así que tuvo que regresar el año pasado para recoger muestras de polen, de biomarcadores, de sedimentos….
De su análisis, se descubrió que MRD se encontró en lo que fue un delta que desembocaba en un lago salino. También que el bosque circundante le podía proporcionar hojas, frutos y huevos para alimentarse, aunque será el futuro estudio de los dientes lo que confirmará su dieta. Además, se sabe que aquel no era un lugar fácil para la vida. En el área se juntan tres placas tectónicas, por tanto, con muchos movimientos que hacen que los lagos aparezcan y desaparezcan en diferentes lugares, que coladas de lava rellenaran valles y metros de cenizas cubrieran el paisaje, obligando a migraciones de la fauna, incluidos los Australopithecus como MRD.
El geólogo Luis Gibert, coautor del trabajo.
Gibert asegura que continuará en el Woranso-Mille, pero también tiene ya un pie científico en Kenia, a orillas del lago Baringo, donde hay restos de hace entre 2,2 y 3,5 millones de años y ya está trabajando también con un equipo de la Universidad e Michigan. «Comencé en Orce, con mi padre, e hice mi tesis sobre sedimentos lacustres. En ello sigo», apunta el científico desde el otro lado del océano.
«Parece que este cráneo se convertirá en otro icono célebre de la evolución humana», reconoce Fred Spoor, del Museo de Historia Natural de Londres, en un artículo adjunto de News & Views de la misma revista. Concluye que el descubrimiento «afectará sustancialmente nuestro pensamiento […] sobre el árbol genealógico evolutivo de los primeros homínidos». De momento, ya es otra pieza para el rompecabezas de nuestro pasado más remoto de las que pasarán a formar parte del álbum familiar.
Pisando sobre el futuro yacimiento de El Penal en Atapuerca. @RosaTristán
ROSA M. TRISTÁN
No hay visita a los yacimiento de Atapuerca que no traiga consigo una sorpresa… Este año, la planificación de la apertura de un nuevo yacimiento, que no es sino la continuación, al otro lado de la Trinchera del Ferrocarril, del espectacular de la Gran Dolina, una gran cueva de la sierra burgalesa que el tiempo rellenó de restos del pasado y que la vía de un partió por la mitad para dejar al descubierto lo que escondía. Ahora ya sabemos que había en el margen derecho, pero ¿Y al otro lado?
Por un camino entre encinas y hojas con forma de corazón, Eudald Carbonell, María Martinón-Torres y Jordi Rosell llegan al punto, casi enfrende de la Gran Dolina en la que tienen previsto comenzar a excavar la próxima campaña. «Nos esperan aquí muchas sorpresas, y mucho trabajo», les dice Carbonell, mientras les hago una foto, quien sabe si histórica, de esa primera visita a lugar del equipo que dirigirá los trabajos, este año inmerso en el nivel TD4 del yacimiento de enfrente sacando fósiles de hace casi un millón de años…
Palmira Saladié me muestra una de las estalagmitas de TD8, Gran Dolina de Atapuerca. @ROSA M. TRISTÁN
En realidad, ya queda poco para llegar a la base del TD4 . «La calidad de los huesos grandes que hay, es de los mejores sitios de Atapuerca. Este años seguimos sacando osos que venían a invernar a la cueva, rinocerontes, cérvidos (seguimos con el ataque de cuernos, muchos de desmogue) y también era una trampa natural. Sólo de cuernos hemos sacado seis o siete enteros», explica entre el ‘toc toc toc’ permanente de los martillos, entre otros el de Martinón-Torres. «Son seis metros de capas lo que llevamos excavado, pero ya nos queda poco, aunque aún puede haber sorpresas», comenta Jordi, quizás pensando en esa herramienta de piedra que encontraron en 2013.
Aprovecho para preguntar a la directora del CENIEH por el sorprendente trabajo científico que afirma que hubo ‘Homo sapiens’ en Europa hace 210.000 años. «No creo que fuera una colonización, si acaso un individuo o pequeño grupo que salió de Africa con antelación, pero hasta hace unos 50.000 años no fue cuando la especie se extendió en el continente», explica, expresando dudas que comparten otros muchos colegas expertos en el tema. «Pero está publicado en Science Advance’, no podemos obviarlo», puntualiza.
Sobre sus cabezas, el panorama es este año increíblemente distinto. Donde hasta 2018 se veían decenas de cuadrículas y huesos surgiendo entre los sedimentos, ahora salen estalagmitas como hongos… El pasado año ya dijeron adiós a la capa TD10, que es la que habitaron los ‘Homo heidelbergensis’ de la Sima de los Huesos hace entre 500.000 y 200.000 años, y que tanta información ha proporcionado sobre su forma de vida y sus estrategias de caza. «El TD9 era un nivel pequeño que no tenía casi nada y ha sido fácil eliminarlo. Ahora en la parte superior del TD8 nos encontramos estalagmitas, pero estamos en un nivel que sabemos que tiene restos paleontológicos y cuando lleguemos más abajo, habra´mucho material», me dice Antonio Rodríguez, que se define como uno más de los ‘nómadas paleontólogos’ que cada año participa en las campañas en este baúl de fósiles de la sierra.
El hoyo de la Sima del Elefante, cada año más profundo. @Rosa M. Tristán
Debajo de los andamios de La Galería, otro de los yacimientos de la Trinchera, se ‘esconde’ Josep Maria Vergués, el arqueólogo experto en dataciones. Anda buscando hierro para determinar la datación exacta del yacimiento que en su día fue una trampa, un auténtico ‘paleo-supermercado’ para los humanos que rondaban estas tierras. «Mira esta zona más oscura. Creo que pueden ser niveles con materia orgánica», me dice.
Ya en La Galería, Isabel Cáceres, sigue al pie del cañón. Me lleva hasta el punto exacto en el que acaba de asomar un bifaz de piedra, que parece clavado en el suelo, con la punta hacia arriba. Es el cuarto a día de hoy de la campaña. «Si es que, claro, preferían llevarse la carne y dejar aquí las herramientas, que no tenían bolsillos donde guardarlas», comenta con meridiano sentido común. ¿Y qué más dejaban? Pues cotillas y cabezas, como las de los caballos que han encontrado no lejos de los bifaces.
Impresionante montaje en la Cueva Fantasma, donde esperan encontrarse neandertales. @Rosa M. Tristán
El cambio de panorama más espectacular, no obstante, me espera en Cueva Fantasma. Es espectacular el panorama con un gran techado que cubre lo que en su dia fue una caverna y hoy en un espacio donde el sol machaca las neuronas. Aún andan limpiando las zonas removidas, bajo la batuta de Josep Vallderdú y Ana Isabel Ortega. También aquí están encontrando restos de caballos para aburrir… «Parece que debía ser una galería con muchas bifurcaciones, no una sala grande, pero aún estamos comenzando el trabajo», me explican. El mirador que han hecho para que las visitas puedan asomarse al yacimiento es impresionante. Por un lado, vistas a toda la sierra y alrededores; por otro, al espacio que, quizás, un lejano día habitaron los neandertales de Atapuerca.
Con Eudald Carbonell, Marta Navazo y miembros del equipo en La Paredeja.
Como el año pasado no pude visitar Cueva Mayor, este año me acerco al Portalón, donde no dejan de aparecer restos del Neolítico, ya sea un molino primitivo, hogares, restos de adornos… Es uno de los lugares más frescos para excavar en un año que está siendo duro por el calor, y que sobrellevan con lo que llaman el ‘año hippy’, por aquello que fomentar el ‘buen rollo’ entre todo el equipo. Aún más fría y húmeda es la Sima de los Huesos donde no llegó, pero imagino al equipo de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal dándole al buril.
Sin tiempo para pasar por la Sima del Elefante, otro yacimiento a punto de llegar al final de su recorrido y donde se halló el resto humano más antiguo de Europa (el s.p.), Eudald Carbonell me acerca a conocer el más reciente, hasta que El Penal (o ‘Papillon’, que así quieren llamarle algunos) inicie su andadura. Es La Paredeja, que ya conocí el año pasado y que dirige Marta Navazo. En lo que va de campaña ya han encontrado 240 piezas de piedra elaboradas por neandertales. El equipo ansía que llegue el día en el que aparezcan restos fósiles, pero aún está por llegar..
Una historia cada 10 días… Sobre la vida, la Tierra y el Universo, el pasado y el presente, que se entremezclan en mi mundo y en el que este Laboratorio para Sapiens es una vía de escape para seguir contando, para no tirar la toalla cuando la realidad levanta un muro. Así nació este blog hace ya cinco años y 350 historias. A veces, a medio gas cuando el tiempo se encoge o abierto sin vacaciones cuando la necesidad de contar apremia. Ahora, acabando otro año, es un buen momento para hacer balance, agradecer a los casi 500 suscriptores, a los cerca de 30.000 visitantes de los últimos 12 meses, a los 260.000 ese lustro, que sigan siendo fieles a un lugar que está hecho para descubrir lo que hacen los sabios ‘sapiens’ y los que no lo son tanto, para relatar y denunciar cuando es preciso.
Desde luego, si algo ha marcado el devenir de este año, ha sido la publicación de «Atapuerca: 40 años inmersos en el pasado«, el libro del que soy coautora con Eudadl Carbonell, editado con National Geographic (RBA). Hoy, ya está en todas las librerías, incluso entre los más vendidos en algunas listas. Como podéis imaginar, a este acontecimiento personal, en el que estoy acompañada de un científico y arqueólogo de primer orden a nivel mundial, ha sido objeto de varios artículos en un blog donde los ‘vistazos al pasado’ son habituales.
Inesperado invitado en la presentación de «Atapuerca, 40 años inmersos en el pasado». @Miguel Angel Nieto
Recordaros que 2017 ha sido el del hallazgo de aquel extraño trilobites con patas espinosas de hace 487 millones de años, un descubrimiento de quien siempre será para mí el ‘paleontólogo de Cabañeros’ Juan Carlos Gutiérrez-Marco, aunque tiene pateados muchos otros lugares de este planeta; y el de este otro más reciente, con Enrique Peñalver a la cabeza, de unas garrapatas que parasitaban dinosaurios hace 100 millones de años.
Vayamos a nuestra familia. Este año, a los preneadertales de Atapuerca, les apareció un primo desconocido en Portugal, mientras que en la sierra burgalesa encontraban entre ‘estatuas’ un pedazito del pie de unos de sus ‘nietos’, un neandertal tan deseado como esquivo había sido hasta ahora. También en Cataluña dieron con otros parientes de la misma especie, en este caso asentados junto al Torrente del Mal en lo que fue un ‘cobijo de tejones’. Destacar que en el libro de honor de este Laboratorio ya figura Nick Connard, que dirige el fascinante yacimiento de Schönningen, donde los ‘sapiens’ primitivos nos dejaron tantas muestras de su arte. Y también el fotógrafo de nuestro patrimonio cultura, José Latova (Fito para los amigos), el investigador de la luz.
(sigue debajo de la imagen)
Recogiendo basura en Menorca. @Rosa Tristán
Ya en el presente, el medio ambiente, nuestro escenario de vida, dispone de un gran armario en este el Laboratorio para Sapiens. Un cuatro puertas, lleno de belleza, como la de los gorilas gemelos que me mostró Luis Arranz, pero también de desastres. En un frasco, una muestra de la ‘sopa de plástico’ que son los oceános y que puedes ver desde tu móvil, y denunciarla; en otro, el SOS de los humedales españoles, algunos ya prácticamente desaparecidos ante la falta de lluvia de este año más que seco, deshidratado; al lado un ‘desecador de cristal’ con un fragmento de esa posidonia con 100.000 años que habita entre Ibiza y Formentera que arrasó uno yate. Y el último estante, una colección de rescoldos de esos incendios monstruosos que ya en julio se vaticinaban y que superaron los peores presagios durante el verano pasado. De estas cosas y muchas otras quisimos hablar un grupo de periodistas de APIA con la ministra del ramo, Isabel García Tejerina, aunque al final la ministra nos habló mucho más de cuestiones económicas que de la conservación de la naturaleza, de la necesidad de contar con ella, aunque para muchos no sea más que por el egoísmo de nuestra propia supervivencia como especie. ¿Cuándo nos pararemos a reflexionar, como dice mi amigo Eudald Carbonell, sobre el peliagudo asunto de hacia dónde queremos ir en el futuro?
Prueba de que cada vez hay más gente preocupada por el rumbo que tomamos en algunas cuestiones fundamentales, porque el camino que tomamos nos aleja de lo que nos ofrece la naturaleza y nos hizo tal como somos, es el éxito del reportaje titulado «Somos lo que comemos«, que se publicó primero en la revista ‘Cuadernos de Pedagogía’ y que se centraba en la alimentación ‘antinatura’ de los escolares españoles en la actualidad. Desde la infancia, cómo les alejamos de ella.
(Sigue debajo de la imagen)
Con Michel Mayor (descubrirdor del primer exoplaneta) y el astronauta suizo Claude Nicollier en Starmus 2017.
De ahí, permitidme este salto a la más alta tecnología. La que es capaz de ver un garbanzo en la Luna, la que busca el silencio cósmico, la que nos permite detectar un asteroide peligroso para la Tierra o la que nos ‘resucita’ un satélite español llamado PAZ que creíamos olvidado y que en enero, dicen, saldrá al espacio, 10 años después de cuando comenzó a diseñarse. Así como hemos ido vaciando nuestros bosques, mares, campiñas y ríos, hemos ido llenando huecos con objetos que nos permiten aumentar el conocimiento de lo que está más allá de nuestros ojos, y también diagnosticar los males que provocamos. De todo ello se habló también en el Starmus Festival, al que tuve la suerte de acudir este año como invitada.
El equipo de Djehuty, en parte, en el Museo Arqueológico Nacional.
Desde luego, las quejas no han faltado. Denuncias de investigadores de las más diversas áreas del saber. Y es que pese a todo lo anterior, y muchísimo más que no está en el este Laboratorio, el Gobierno de España sigue apostando por el turismo de masas, la construcción, los chiringuitos playeros y las minas, mientras la ciencia continúa un año más languideciendo en los presupuestos , los científicos de centros públicos tienen que recurrir crowdfunding y a los que se marcharon ‘exiliados’ por los recortes se les quiere ‘captar’ como diplomáticos en el extranjero de una ciencia que pagan otros. A destacar la cada vez más visible cara de las mujeres que hacen ciencia y que ya no se callan para reivindicar el techo de hormigón con el que se encuentran. Algunas, con libros destinados a los jóvenes y otras con largas expediciones a la Antártida.
No se qué deparará el 2018. Sólo tengo claro que este Laboratorio seguirá abierto. Contra viento y marea.
Quienes acostumbran a pasear campos es probable que alguna vez se hayan encontrado con una sin percatarse, hasta que comienza a picar al pierna y se ve un pequeño punto negro ‘enganchado’ en la piel, un bicho que no es fácil de arrancar y que es portavoz de algunas enfermedades graves. Son las garrapatas, supervivientes de un pasado que al menos se remonta 105 millones de años, como acaba de descubrir un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero (IGME), y que no sólo convivieron con los dinosaurios sino que se alimentaron, probablemente, de su sangre como hoy lo hacen de cuanto animal se pone a tiro de su minúsculo cuerpo.
Los científicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), con Enrique Peñalver a la cabeza, llevan muchos años revelando los secretos que esconde el ámbar. Han descubierto ya 150 especies de insectos, algunos con unas peculiaridades que los hacen especiales. En 2011, encontraron una chicharrilla en el yacimiento turolense de Just (Utrillas), en 2011 nos descubrieron unos insectos polinizadores con 110 millones de años en el yacimiento de Peñaferrada (Álava) y más recientemente han estado volcados con las garrapatas, tanto las nacionales (una nueva especie rescatada del ámbar de El Soplao, en Cantabria), como las internacionales (de Birmania).
La garrapata española con 105 millones de años, en el original (mano de Enrique Peñalver) y su recreación aumentada. @Rosa Tristán
Con éstas últimas, las conocidas por los dinosaurios, se ‘tropezaron’ en un congreso internacional, donde se las presentó el investigador norteamericano Scott R. Anderson. «Le pedimos varias piezas de ámbar para investigarlas porque eran muy interesantes», señala Peñalver. Ese interés provenía, fundamentalmente, de que en una de ellas se veía una pluma, que no podía ser de otra cosa que de un dinosaurio ‘emplumado’ (los ancestros de las aves) con una garrapata. Con una antigüedad de unos 99-100 millones de años, aquello era una escena excepcional. «La garrapata no tiene sangre del dinosaurio en su interior, así que todo indica que quedó atrapada en la resina con la pluma sobre la que estaba antes de comer. Es asombroso que se haya conservado así». En este caso, la familia de la garrapata, Ixodoidea, era conocida, y de hecho aún existe. «¿Y la habrá con sangre de dinosaurios?», es la pregunta inevitable. Pues de momento, no, aunque no se descartar que se encuentre en el futuro.
Pero no es el único descubrimiento que han realizado en el IGME porque en otras piezas de ámbar birmano han encontrado hasta cuatro ejemplares del diminuto parásito que pertenecieron a una familia nueva y hoy desaparecida, que ha sido bautizada como ‘Deinocrotonidae‘ (deino=feroz y croto=garrapata) y ‘draculi (en homenaje al Conde con similar afición gastronómica). «Es algo extraordinario, no sólo hemos podido relacionar las garrapatas con los dinosaurios sino que hemos descubierto una cuarta familia que era desconocida y quizá se extinguió cuando cayó el meteorito», explica Peñalver. Las garrapatas en cuestión tenían pegadas algunos pelos con larvas de escarabajos y otros restos, unas pruebas de las que infieren, al más puro estilo CSI, que estos parásitos estaban en nidos de dinosaurios, de los que se alimentaban.
Excavación en yacimiento de ámbar de Rábago-El Soplao en octubre de 2008. @IGME
Todo ello ha sido publicado en un artículo en Nature Communications por Peñalver, Antonio Arillo, Xavier Declós, David Peris, David A. Griamaldi y Anderson. Ahí detallan cómo con potentes microscopios detectaron algunas diferencias biológicas entre los organismos de unas y otras garrapatas, aunque las variaciones han sido mínimas. «En la nueva familia hay cambios, pero en general hace 100 millones de años ya eran prácticamente como ahora, lo que quiere decir que son mucho más antiguas, que existen desde hace mucho tiempo. El ámbar precisamente nos permite ver esa evolución, aunque de momento es una larga película de la que tenemos solo unos fotogramas», reconoce.
De momento, por tanto, habrá que esperar a ver si algún día se encuentra un ejemplar que tenga sangre de dinosaurio en su interior, lo que podría determinarse por la existencia de elementos como el hierro o comparándola con la de las actuales aves, si bien de momento, no deja de ser una posibilidad, como reconocían los científicos.
El equipo de investigadores del IGME, del trabajo sobre las garrapatas . @Rosa Tristán
El otro hallazgo del IGME, aún pendiente de publicar, es la garrapata más antigua descubierta hasta ahora en el planeta, con una antigüedad de 105 millones de años. Este insecto quedó atrapado en el ámbar de El Soplao y es otra nueva especie. En realidad, será una más de las 150 encontradas en España por el equipo de Peñalver. Sólo el ‘fotograma’ de ámbar, de unos 3×2 cm2, que tiene en la mano en la imagen y en el que murió está ‘garrapata cretácica española» (aún por bautizar) asegura que quedaron encapsulados otros 40 insectos, por lo que en aquel bosque debía hacer calor, con una biodiversidad en efervescencia, cuando aquella resina cayó del árbol. «Para describir todo lo nuevo que encontramos en un único pedazo de ámbar como éste tendremos años de trabajo», reconocen.
En todo caso, de momento las campañas de excavación en El Soplao están paradas desde hace ya seis años Se realizaron entre 2008 y 2012, pero la crisis económica, que ha tenido un tremendo impacto en la ciencia en España, las paralizó totalmente. Ahora parece que hay de nuevo interés por parte del Gobierno de Cantabria para reactivarlas. No hay que olvidar que El Soplao es un atractivo recurso turístico para la comunidad cántabra dada su espectacular belleza. Además, esconde minúsculos paleo-tesoros, como esa garrapata que aún no ha sido bautizada. Eso si, cuando lo haga será la más vieja de las garrapatas conocida, al menos hasta que aparezcan sus ancestros. (Dicen que en Líbano hay ámbar de 130 millones de años, así que igual es el lugar, pero hasta ahora no ha aparecido ninguna).
Un espacio creado por ROSA M. TRISTÁN para investigar y profundizar en el trabajo y la vida de aquellos seres humanos que aportan sabiduría en este pequeño y maltratado planeta azul
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