Un estudio en ‘Nature’ revela gran parte de los créditos de bancos chinos, por valor de casi 500.000 millones de dólares, se destina a obras de ‘desarrollo’ que dañan la biodiversidad y las tierras indígenas

ROSA M. TRISTÁN
Raro es visitar hoy un país del hemisferio sur, especialmente de América Latina o África, donde China no tenga presencia. Si en el pasado fueron Europa y luego los Estados Unidos quienes pusieron el mundo del sur a su servicio, permitiendo así el desarrollo económico del que aún gozan, ahora el gigante de Asia se ha convertido en uno de los mayores prestamistas de mundo de carreteras, ferrocarriles, centrales eléctricas o grandes presas allá donde le llaman.
Un estudio publicado en la revista científica Nature ha examinado cómo estos proyectos tienen lugar en zonas de alto riesgo para la biodiversidad y las tierras de los pueblos indígenas, sin que los impactos ambientales y los derechos vulnerados sean tenidos en cuenta. En definitiva, el ‘modus operandi’ sigue siendo el mismo desde el siglo XIX para las ‘nuevas’ potencias económicas.
El trabajo, dirigido por Kevin Gallagher, de la Universidad de Boston, se centra en los proyectos de desarrollo financiados por China entre 2008 y 2019 fuera de sus fronteras. En total, han rastreado 859 préstamos internacionales en 93 países otorgados por los dos principales bancos chinos, el CDB y CHEXIM, por valor de 462.000 millones de dólares. En 594 de estos préstamos se han cartografiado las zonas donde tienen lugar (marcados con puntos, líneas o polígonos en el mapa que acompaña esta noticia).

Pues bien, en esa década, el 63% de los proyectos financiados por China están en hábitats críticos, protegidos o de tierras indígenas, con hasta un 24% de las aves, mamíferos, reptiles y anfibios amenazados del mundo potencialmente afectados. Son proyectos que se concentran, principalmente, en África Central, el sudeste asiático y partes de América del Sur, especialmente la cuenca amazónica. Apuntan los científicos que “en general, estos proyectos de desarrollo de China plantean mayores riesgos que los del Banco Mundial, particularmente los del sector energético”, aunque éste tampoco se libra de las críticas. “Estos resultados proporcionan una perspectiva global de los riesgos socioecológicos que existen y pueden servir para orientar estrategias para ecologizar la financiación del desarrollo de China en todo el mundo”, proponen Gallagher y sus colegas. El hecho de que China ya cuente con instrumentos aprobados que, supuestamente, defienden el desarrollo sostenible, no da alas al optimismo de que vayan a hacerlo.
Los territorios indígenas, a tenor de estos resultados, están siendo especialmente afectados. Ocupan el 28% del planeta, el 40% de las áreas protegidas terrestres y el 37% de los bosques intactos, pero a falta de ser reconocidos sus derechos de forma eficaz (en realidad, el convenio 169 de la OIT habla de esos derechos), los proyectos de desarrollo se implantan sin su consentimiento generando no sólo conflictos sociales, económicos y políticos, como señala la investigación, sino persecución y muerte de sus líderes.
En Nature demuestran que los bancos de China están atrayendo a los proyectos de más riesgo, evidentemente porque tienen menos reparos éticos que otros, y les recomiendan tomar medidas que eviten estos impactos, como sería proporcionar asistencia técnica a los países anfitriones que no pueden evaluar y monitorear los riesgos ambientales y sociales de los proyectos. Es más, señalan que aunque pudieran tenerse en cuenta algunas medidas de mitigación o algún beneficio a las comunidades, hay que tener en cuenta consecuencias menos visibles y muy graves en áreas con riesgos excepcionales. Incluso denuncian que aumentan a tal ritmo estos proyectos de desarrollo que los daños a la biodiversidad o los conflictos sólo se documentan después de realizados. De hecho, ni siquiera los bancos tienen personal para ello. El CHEXIM’s, con más activos que el Banco Mundial, sólo cuenta con 3.000 empleados, menos de la quinta parte que el BM.
Pero además de más personal, proponen otras soluciones, como contar con los conservacionistas a la hora de identificar proyectos y, si ya están en marcha, monitorizar y mitigar los impactos, como es el caso de una carretera que pueda expandir la frontera agrícola en zona boscosas. También apuntan que debieran utilizarse herramientas como el mapa global de riesgos que ha elaborado este grupo de científicos, si bien reconocen que es precisa una evaluación in situ para comprobar los riesgos no visibles, y considerar factores como qué se construye, cómo se gestiona o que medios de vida o prácticas culturales hay en la zona.
No deja de ser llamativo que el 38% de los proyectos financiados por China estén a menos de un kilómetro de hábitats críticos, protegidos o indígenas (70.000 km2 ) y si ampliamos el círculo a 25 kms, son 1.710. 000 km2. De todo ello, las tierras indígenas son el área más grande en riesgo (el 20%) mientras que las protegidas son el 6%. Al margen del impacto humano, habría 1.114 especies de las 7.000 amenazadas en el planeta que están en estas zonas de potenciales impactos.
Por continentes, señalan que las zonas más amenazadas (un 4,6% de la superficie terrestre) se concentran en el sudeste asiático, la cuenca del Amazonas y la zona al sur del Sáhara. Incluso en países donde, en general, el riesgo para los pueblos indígenas sería bajo, como Mali, Nigeria, Chad , Irán, Egipto o Namibia, los prestamos chinos están justamente en zonas de alto riesgo. Y lo mismo ocurre con áreas de gran biodiversidad en Benin o Bolivia.
La comparativa con el Banco Mundial en esta década, indican que en lo que se refiere a los indígenas, ambos mecanismos financieros les ponen igualmente en riesgo, salvo si son proyectos energéticos, donde China parece que es más dañina.
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