Andrés Barbosa, el guardián de los pingüinos


ROSA M. TRISTÁN


El mundo tiene un agujero que supura tristeza por el sur del planeta. Andrés Barbosa, científico, pajarero, músico… Cuánta sabiduría y cuánto interés en compartir sus conocimientos tenía Andrés Barbosa, el investigador que ha fallecido tras una enfermedad, el cáncer, que en poco tiempo no le dio opción de salir adelante. “Y no será porque no hago una vida sana”, me decía hace unas pocas semanas, en una de esas ocasiones -ahora me parecen pocas- en las que contacté con él para compartir alguna información de ese continente gélido que nos unía. Ya no recuerdo la primera vez que entrevisté a Andrés, seguramente cuando estaba en la sección de Ciencia de El Mundo, pero si cuando le conocí más personalmente, al hilo de su apoyo incondicional al Trineo de Viento, del explorador Ramón Larramendi. Aunque en el hielo interior que recorre este vehículo polar no habitan los pingüinos, a los que tantos años dedicó, como gestor del programa polar español –es decir, responsable de coordinar los proyectos científicos de cada campaña antártica- entendió enseguida las muchas posibilidades que para sus colegas en la ciencia tenía ese fascinante diseño. Que no contaminara le parecía una maravilla.

Biólogo de formación, la de este año iba a ser la 16 campaña polar antártica de este científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN). De nuevo, iba para investigar sobre esos pingüinos a los que dedicó más de media vida y un buen número de artículos científicos de impacto mundial, convirtiendo a esas aves polares en auténticos vigilantes de la salud de la Antártida y, por ende, de la vida en el planeta. El periodista José Miguel Viñas, que coincidió con él en ese continente, le llamaba “el hombre que susurraba a los pingüinos” en un artículo.

No tuve la suerte de coincidir con él en mi viaje al sur, pero tuvo mucho que ver en que fuera posible. Andrés fue quien me dijo cómo solicitarlo y quien me avisó cuando salió la convocatoria en ese maremágnum de web del Ministerio de Ciencia. También fue una de las personas que antes de irme, en enero de 2020, se reunió conmigo para darme consejos imprescindibles. “Y, por supuesto, que te lleven a la pingüinera de Isla Decepción”. Y lo hice y le enviaba fotos para que viera que había cumplido. Además, allí me hice adicta a ‘pingüinear’, una afición que dudo que pueda recuperar. Me pasaba horas observando el comportamiento de esos seres a los que, como nos reveló Andrés, estamos ‘trufando’ de microplásticos, mercurio y otros venenos,l mientras les quitamos el krill del que se alimentan y derretimos su inmensa casa.

Este año 2023, tenía previsto volver con el proyecto PERPANTAR, para estudiar, como me contaba cuando le llamé para saber de la campaña antártica de este año, sobre la personalidad de los pingüinos. Con su equipo, el objetivo de PERPANTAR era instalarles emisores y ver así por donde se mueven, quienes son los más avispados y los menos atrevidos. Era una nueva fase dentro del proyecto PINGUCLIM con el que llegó a la Antártida 20 años antes para analizar los múltiples impactos que el cambio climáticos y la contaminación povocan en estos animales. Allí volvía una y otra vez hasta convertirse en un ‘crack’ en lo suyo, que fue siempre la defensa de la biodiversidad, la misma que le llevó a ser miembro del grupo de Aves y Mamíferos Marinos del SCAR (el comité científico que coordina todo lo que se investiga en la Antártida). Cuando hablamos de los planes para este año, ya sabía que no iría pero sabía que el proyecto estaba en buenas manos y quería seguirlo en la distancia.

Son muchos los científicos de todo el mundo que ha puesto de relieve la gran pérdida que supone su desaparición, y no sólo como investigador, sino como alguien que siempre estaba dispuesto a echar una mano a los demás, con una sonrisa y con energía suficiente para ir de pingüinera en pingüinera. En definitiva, un buen ser humano. Desde Australia, Chile, Argentina, México, la Eurpean Polar Board, Gran Bretaña o Estados Unidos, la redes se llenan de mensajes de condolencias y recuerdos.

Entre 2017 y 2021, Andrés fue nombrado gestor del Programa Polar español, en definitiva, coordinador de los proyectos que cada institución presentaba para la campaña de cada año, un lío en el que no sumaba más que horas de trabajo y compromiso con la ciencia, a la intensa jornada que ya tenía con sus proyectos en marcha. Cuando se salió de ese lío, el mismo 2021 comisarió la exposición “El museo en la Antártida”, abierta hasta marzo del año pasado, una muestra que acercó el mundo científico español en el sur del mundo al común de los ciudadanos, y especialmente de los estudiantes. “Hay que hacer cantera”, decía.

Y luego estaban sus pasiones más personales, como ese espíritu de ‘pajajero’, por el que empezó de socio y acabó de vicepresidente en la Sociedad Ornitológica Española (SEO/Birdlife), cuyos actos públicos fueron otros lugares de encuentro habitual. Ahí también estuvo hasta el final, asesorando, participando, cuando no andaba perdido por la sierra de Guadarrama –vivía en San Lorenzo de El Escorial- con los prismáticos al hombro buscando pájaros, o con las acuarelas, porque también le gustaba pintar en la naturaleza. También recuerdo que en algún encuentro, más de una vez me comentó que se tenía que ir deprisa porque tenía ensayos o conciertos con la Big Band Toni la banda de su pueblo en la que tocaba el saxo, que tuve la suerte de escuchar en un acto en el MNCN.

Enviada por @Andrés Barbosa

He dejado para el final su parte, quizás, más trascendente, que fue su afán de divulgar, de dar a conocer cómo los humanos estamos impactando a la vida en este mundo y lo importante que es saber lo que pasa lejos pero nos afecta cerca. Puedo decir con poco temor a equivocarme que a cuantos le propusieron eventos, charlas, conferencias, artículos o programas dijo que si, si nada lo impedía. Estuviera en España o en la Antártida. En el propio Museo organizaba Seminarios Polares para el público y para colegas de otras disciplinas que quisieran saber de todo lo que los y las polares españoles hacían por el esos lugares gélidos y desconocidos. Siempre me avisaba. El pasado año tuve la fortuna de compartir con él varios de estos eventos de divulgación, on line o presenciales, y recuerdo especialmente uno en el Museo, en el que ambos hablamos de la contaminación de los océanos ante un grupo de adolescentes que, debo reconocer, parecían poco entusiasmados. “Algo les queda, seguro”, me aseguró ante la inevitable cara de frustración que yo tenía.

Una de las últimas veces que hablamos me dijo que seguía trabajando, hasta el final, aunque a menor ritmo, pero que así mantenía ocupada la cabeza para no pensar en otras cosas, más chungas, y eso le ayudaba. El pasado día 25 publicaba en The Conversation un extenso artículo sobre los 20 años de su proyecto PINGUICLIM, un resumen que se queda corto en el inmenso legado investigador que ha dejado, pero que confirma que su mayor pasión y su vida eran una misma cosa.

Mi último contacto con Andrés fue el pasado viernes 27 de enero. Le había llamado el martes 24 y me contó que estaba «a la espera de cómo responda el organismo», con esa pasmosa y admirable serenidad que hoy me hace admirarle aún más. El viernes le envié a su WhatsApp, como tantas veces de temas polares, el link a un programa en RNE del Comité Polar por si no lo había escuchado… Por primera vez, no tuve respuesta en pocas horas.

Hoy, a la profunda tristeza porque ya no está, se suma ver que los grandes medios de este país, en los que nos enteramos de la muerte de actores, literatos, tertulianos, deportistas de todo pelaje, modistos y estilistas, no han dado la noticia de que ha fallecido un científico ambiental como era Andrés Barbosa, uno de los que más han hecho por diagnosticar durante décadas los males que causamos a esta maravillosa Tierra, alguien cuyos trabajos perdurarán por mucho más tiempo que el de otros personajes más reconocidos por la sociedad.

Los que tuvimos la suerte de conocerte, Andrés, sabemos que son muchas las lágrimas que caen por tí por donde pasaste dejando huella con tu humanidad y tu ciencia. Y los pingüinos de la Antártida, sin saberlo, también te lloran.

@Andrés Barbosa.

Groenlandia se derrite como nunca en 1.000 años y la Antártida, en récord de temperatura


Nature

ROSA M. TRISTÁN

Vivimos tiempos convulsos en los que resucitan negacionismos al mismo tiempo que la realidad nos certifica que andamos dando tumbos, arrastrados por un sistema que como bien hemos visto recientemente en Davos o comprobamos en la última Cumbre Climática –el colmo será ver cómo la siguiente la organiza un estado petrolero, los Emiratos Árabes Unidos- . El mismo día que en Alemania se detiene a una activista que marcó un antes y un después en la lucha contra el cambio climático, Greta Thunberg, mientras se manifestaba contra una mina de carbón, el combustible fósil más contaminante, nuevas investigaciones ofrecen datos preocupantes a los que no hay político que pueda poner peros científicos: Groenlandia se derrite como nunca en mil años, cuando andaban por allí los vikingos, y el mundo lo habitaban unos 350 millones de humanos; y la Antártida, calienta.

Desde Chile, el científico antártico Raúl Cordero, envía un trabajo que confirma que el 2022 fue el año más cálido de los registrados hasta ahora en la Península Antártica, batiendo el récord de 2016. En realidad, hubo temperaturas altas en gran parte de la costa del continente, para ese lugar, pero lo de la península, donde precisamente están las dos bases españolas, en sendas islas, es lo más llamativo: hubo una media de casi los 2°C sobre valores normales para la Antártida, donde la tendencia de calentamiento parece imparable: de los 10 años más cálidos registrados desde 1980, seis han tenido lugar desde comienzos de siglo.

A ello se suman esporádicas olas de calor que causan estragos en las plataformas de hielo que contienen sus glaciares, de las que hubo dos: una en enero, que hizo colapsar la plataforma de hielo marino de la bahía Larsen B y otra, al mes siguiente, en la que llegaron a registrarse más de 13,6°C en la base argentina Carlini  y de 11,5°C en la base ucraniana Vernadsky, donde se rompió el récord de 1988. Y si ya es preocupante lo que pasa en el verano austral, también lo es que igualmente se calientan los inviernos. Cordero señala que “los del 2021 y el 2022 han sido los más cálidos registrados en la isla Rey Jorge en los últimos 32 años”, con un promedio de temperaturas, entre mayo y octubre pasados, que está entre los cinco más elevados de los registros conocidos.

Por si fuera poco, a ello se suma que la extensión del hielo marino que rodea la Antártica tuvo en 2022 su mínimo histórico, especialmente durante el invierno, en el que hubo un déficit de casi un millón de kilómetros cuadrados.

Vayamos ahora a las cercanías del Polo Norte. Estos días, en la revisa Nature, se publica un exhaustivo trabajo que indica que no ha habido temperaturas tan altas en la capa de hielo de Groenlandia en mil años. ¿Y cómo se sabe? Pues gracias a las perforaciones que se han hecho en el hielo en el norte y centro de la gran isla y ha datos recogidos en campañas recientes. Gracias a ello se ha reconstruido el clima entre el año 1.100, cuando ocurrió el Periodo Cálido Medieval y los vikingos habitaban Groenlandia, y el año 2011. El resultado es que, en temperaturas, la capa de hielo tuvo de media 1,5 °C más entre 2001 y 2011 que durante todo el siglo XX.

Los investigadores, dirigidos por glacióloga alemana Maria Hörhold, del Instituto Alfred Wegener, reconocen que no es fácil saber qué pasa en el inmenso interior helado groenlandés, salvo de forma puntual. Si que hay bases científicas donde se perfora el hielo donde se recogen testigos que tienen registrado el clima pasado, pero recuerdan que la última gran expedición que perforó varios lugares, la North Greeenlad Traverse, finalizó en 1995 y faltaba observaciones de años clave, así que volvieron en 2012 a los mismos sitios y los hicieron de nuevo. Fue así como descubrieron que la temperatura entre 2001-2011 fue 1,7 °C más cálida que entre 1961-1990 y 1,5 °C más cálida que todo el siglo anterior. Eso si, reconocen que hay una variabilidad natural, porque algo aumentan las temperaturas desde el siglo XIX, pero también un impactante factor humano.

La cuestión es que, paralelamente a ese aumento, lo hay en la escorrentía de agua de deshielo, lo que demuestra el impacto que el calentamiento antropogénico está teniendo en el centro-norte de Groenlandia,  que puede acelerar la velocidad del derretimiento: “Lo que más sorprende es la marcada diferencia entre el calentamiento natural de los últimos mil años y el que tiene lugar entre 2001 y 2011”, señala Hörhold en un comunicado. ““Si seguimos con las emisiones de carbono como lo hacemos ahora, para el 2100, sólo Groenlandia habrá contribuido hasta 50 centímetros al aumento del nivel del mar y esto afectará a millones de personas que viven en las zonas costeras”, avisa la glacióloga. “Nuestros hallazgos  -continúa- sugieren que estas temperaturas excepcionales surgen de la superposición de la variabilidad natural, tendiente al calentamiento a largo plazo desde el año 1800 en el norte de Groenlandia, y otra antropogénica que podría acelerar aún más la pérdida total de masa”.

En su trabajo, analizaron los testigos de hielo previos y los suyos, dividiéndolos en periodos de 11 a 51 años. Las escorrentías de agua actuales, que llegan a formar lagos y ríos interiores en la gran isla, aseguran que no tienen precedentes en el último milenio. Para cuantificar la conexión entre las temperaturas y el derretimiento en los bordes de la capa de hielo, utilizaron datos de un modelo climático regional que abarca de 1871 a 2011 y observaciones satelitales sobre  cambios en la masa de hielo. Consiguieron así datos fundamentales para la investigación climática: una mejor comprensión de la dinámica de derretimiento de la capa de hielo en el pasado mejora las proyecciones de un aumento futuro del nivel del mar, de forma que sean más precisas.

Recordemos que la última vez que el planeta se quedó sin hielos en el Ártico fue hace cuatro millones de años, en la época en la que nuestra rama evolutiva aún andaba por unos pocos australopitecus africanos…

La ciencia antártica española entre macroalgas, pingüinos, volcanes, ‘comepiedras’ y glaciares


Camino del glaciar Jonhson en Isla Livingston, la Antártida @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Una nueva campaña polar está en marcha. Desde hace ya unos días y hasta finales de marzo, más de 230 personas, entre personal científico, técnico y militar, desarrollarán en las dos bases españolas, ambas en dos islas de la Península Antártica, un total de 26 proyectos científicos que nos ayudan a diagnosticar qué está pasando en el continente más desconocido del planeta. Las imágenes que llegan desde allí, a simple vista, muestran un paisaje menos nevado de lo esperado para estas fecha, y también los datos son preocupantes: este 26 de diciembre la extensión de hielo marino era de 700.000 kms2 menos que la media de los últimos 30 años y la más baja registrada nunca para ese día del año. El mínimo anterior, de 2018, era un 5,2% más extensión, según los datos captados por satélite.

Son datos coherentes con un cambio climático que está desmoronando gigantescos glaciares en el sur del mundo, como el Thwaties, y también las plataformas de hielo que los contienen, así como provocando olas de calor nunca antes vistas y cambiando la flora y la fauna, hasta el punto que del 60’% podría desaparecer antes de finales de este siglo, como se publicaba recientemente Plos Biology.

En esta ocasión, sólo el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides ha viajado hasta el continente del sur, y de momento sin incidentes debido a brotes de COVID-19, como hubo en las dos campañas anteriores (2020-2021 y 2021-2022). En la primera, el buque no pudo llegar a la Antártida como esperaba. En la segunda, tampoco pudieron desarrollarse todos los proyectos por otro brote a bordo. Cruzando los dedos, este año pasarán por las bases Juan Carlos I , el campamento Byers (ambos en Isla Livingston), y la base Gabriel de Castilla (Isla Decepción) un total de 104 investigadores e investigadoras. En esta campaña ya en marcha se les suman 15 colegas de otros países, fruto de esa colaboración internacional que es intrínseca al mundo polar, otras 50 personas entre técnicos y militares y los 60 miembros de la tripulación del Hespérides, cuyo sucesor, por cierto, ya ha sido presupuestado y será construido por Navantia en Cádiz.

En manos de todos ellos estarán 13 proyectos nacionales de investigación, la recogida de datos para cuatro series históricas que llevan años en marcha, un proyecto de defensa, servicios de vigilancia volcánica, responsabilidad del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y de predicción meteorológica (AEMET) y también se apoyará a ocho proyectos de los programas de Portugal, Chile, Canadá, Alemania y Colombia.

Hagamos un pequeño repaso de lo que se hará allí en estos próximos meses.

Líquenes en Polar-Rocks

Leopoldo García-Sancho, de la Universidad Complutense, lleva media vida viajando a la Antártida y ya se conoce muchos secretos de los líquenes y musgos que la habitan. Pero es un mundo cambiante y aún lleno de misterios, así que este año viaja con la intención de dejar colocados sensores en algunas de esas piedras que emergen del hielo, que los inuit árticos llaman ‘nunataks’, para comprobar se comportan estos seres supervivientes al frío invierno antártico y ver si reaccionan al cambio climático. Leo espera que los sensores funcionen hasta la siguiente campaña. Imagino que también estará muy pendiente de los otros líquenes costeros que rodean la base Juan Carlos I, que tiene muy protegidos de inoportunas pisadas, como pude comprobar cuando anduve, con cuidado, entre ellos.

Las Rock-Eaters: creando suelos

Esperemos que este año nada impida a la microbióloga Asunción de los Ríos , del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), llegar a la Antártida. El año pasado se quedó a las puertas por un brote de COVID-19 en el Hespérides, pero ahora anda pensando ya en cruzar la Tierra para estudiar cómo se forman los suelos polares gracias a unos microorganismos –asunto en el que es experta- que colonizan las rocas volcánicas o habitan en las que quedan libres del hielo glaciar. El proceso se llama, nos explica, “biometeorización” , que no es otra cosa que el proceso de millones de estos minúsculos seres disgregando piedras a la vez que liberan nutrientes. Asunción y su equipo tienen previsto moverse por varias islas, llevando a cuestas un laboratorio móvil con el que son capaces de secuenciar su ADN.

Los microorganismos en el aire

Hace años que sigo de cerca el proyecto MicroAirPolar pero cada campaña tiene novedades. Se adapta a todo, ya sea un Trineo de Viento, como el de Ramón Larramendi, o un globo, como este año. Y, además, en un lugar único como es la península Byers de Isla Livingston. La científica Ana Justel, su codirectora con Antonio Quesada, me confesaba poco antes de iniciar el viaje su fascinación por ese lugar que conoce bien. Allí, instalarán un globo cautivo y una torre de captación de 9 metros de altura, especialmente diseñada para esta investigación, con los que estudiarán por primera vez la distribución de los microorganismos atmosféricos en un perfil vertical de hasta 500 metros. También harán su seguimiento más a ras de tierra. El objetivo es descubrir como se mueven esos microorganismos (algo nada baladí como hemos visto con la pandemia) y ver su papel como dispersores de especies invasoras o contaminantes.

La ORCA del Sol

Unas líneas para hablar de ese proyecto ORCA que estudia la actividad solar detectando rayos cósmicos en Isla Livingston. Una sorprendente ‘caja negra’ en la que imagino a científico Juanjo Blanco, de la Universidad de Alcalá de Henares, pasando las horas en su detección.

Challenger, el reto de la presión humana

El equipo de la bióloga gallega Conxita Avila vuelve a la Antártida para estudiar como la presión humana y el cambio climático está dañando a las especies del fondo marino o bentos antártico. Quieren averiguar cómo el aumento de la temperatura o la acidificación del océano, quizá también las especies invasoras, están afectando a unos organismos que han seleccionado previamente. Explican que se trata de conocer para así proteger mejor, aunque la verdad es que no siempre se consigue: por desgracia, este año tampoco fue posible aumentar las zonas marinas antárticas protegidas en la reunión de la comisión CCAMLR (dedicada a la conservación de los recursos marinos vivos antárticos) debido, de nuevo, al veto de Rusia y China… Una pena.

Los pingüinos y.. ¡su personalidad!

De lo más fascinante que he hecho en mi vida es ‘pingüinear’. En mi viaje a la Antártida me quedaba horas observando que había pingüinos ‘pasotas’, iracundos, aventureros, vagos, juguetones… Este año el proyecto PERPANTAR, dirigido por el biólogo del MNCN Andrés Barbosa, va a estudiar precisamente su personalidad y cómo les influye para tomar decisiones distintas sobre sus migraciones. Para ello, me cuenta Barbosa, pondrán ‘emisiores’ a los pingüino barbijos y dispositivos geolocalizadores que, vía satélite, les darán la información de las zonas del océano austral que esta especie utiliza durante el invierno. Una de las encargadas en el terreno será la también gran pingüinera Josabel Belliure, de la Universidad de Alcalá de Henares. Sus conclusiones debieran ser importantes de cara a tomar decisiones sobre las capturas de ese crustáceo llamado krill que es su principal comida y que los humanos pescamos en ingentes cantidades para ‘complementos alimentarios’ absolutamente prescindibles.

¿Electricidad bajo el manto terrestre polar?

Un equipo español, dirigido por la científica Lourdes González Castillo, vuelve esta campaña a la Antártida con una investigación, bautizada GOLETA, que estrenó en la de 2021-2022 y que busca revelar qué pasa bajo el manto terrestre polar con sus propiedades eléctricas cuando se producen procesos de deshielo, que llevan aparejados el aumento del nivel del mar. Y es que hay una capa profunda en el manto terrestre que se llama astenosfera y se comporta de forma plástica-viscosa según la presión que se le ejerce desde arriba: con el peso del hielo se hunde, pero cuando éste desaparece la astenosfera vuelve a subir. Todo ello afecta a su conectividad eléctrica y están tratando de descubrir cómo ocurre en diferentes puntos de la Península Antártica.

Recorriendo los glaciares

Décadas lleva Francisco Navarro, de la UPM, estudiando los glaciares Johnson y el Hurd de Isla Livingston. Desde allí me envía una foto recorriéndolos con esquís y le imagino contando cuántas estacas de las que dejaron clavadas a comienzos del 2022 hay enterradas o cuántas están caídas en el suelo. Las estacas les sirven de control sobre el terreno para medir el balance de masa de los glaciares. Aunque el proyecto DINGLAC cuenta, además, con los satélites de apoyo y georradares para detectar los cambios en esa masa, tener puntos de control sobre el hielo es fundamental para comprobar a qué velocidad a la que se mueven los glaciares y, así, conocer su contribución al aumento del nivel del mar. El año 2020, cuando lo recorrí con su colega Ricardo Rodríguez, hubo récord de estacas caídas, prueba de que el balance de hielo iba a menos. A ver qué nos depara su trabajo este año…

El pasado y presente en el hielo antártico

El proyecto PARANTAR, que agrupa a 18 investigadores e investigadoras de España, Francia, Reino Unido, Chile y Argentina tiene como objetivos este año reconstruir temporal y espacialmente el proceso de deglaciación del archipiélago de las Shetland del Sur (Antártida Marítima) desde el Último Máximo Glaciar global, así como estudiar la respuesta de las áreas libres de hielo generadas a distintas escalas temporales. En definitiva, el equipo dirigido por Jesús Ruiz Fernández, de la Universidad de Oviedo, busca la respuesta geológica y ecológica a la retirada de los glaciares tanto en tiempos remotos del pasado, mediante técnicas cosmogénicas de datación (usadas también en paleontología, por cierto) como con la monitorizando la vegetación actual o recogiendo datos con escáneres de láser, entre otras técnicas.

Macro-algas en la Antártida

Basta pasear por la costa junto a la base Gabriel de Castilla para comprobar la gran acumulación de algas que hay en las orillas. Los fondos sumergidos de Puerto Foster, en Isla Decepción, producen unas 1.800 toneladas anuales de macroalgas y el 2% acaban en las playas de la bahía. Pero ¿cómo afecta el cambio climático, el debilitamiento de la capa de ozono y esa descomposición de algas al litoral? Eso trata de descubrir el proyecto Radiant, dirigido por Mariano Lastra, de la Universidad de Vigo.

En busca de las invasoras

El equipo de Miguel Angel Olaya (Universidad Rey Juan Carlos) persigue a las especies invasoras en la Antártida, donde cada vez son más numerosas. Allí está con Pablo Escribano. Si aquí nos invaden el mejillón cebra o las cotorras argentinas, en la Antártida lo hacen nuevos colémbolos, unos pequeños organismos invertebrados, que pude ver por el microscopio en un laboratorio del Hespérides durante mi viaje, que se encargan de degradar la materia orgánica del suelo. En Isla Decepción hay hasta seis especies de colémbolos recién llegados y los científicos españoles están tratando de averiguar cómo se comportan en las zonas termales que hay en esta isla volcánica y en las que no lo son, es decir, ver cómo responden a diferentes entornos como los que puede estar generando el cambio climático.

Incendios y nubes que llegan a la Antártida

Las nubes, el vapor de agua y, especialmente, aerosoles atmosféricos, es decir partículas, entre las que están las procedentes de grandes incendios forestales o que tienen su origen en la acción humana, están llegando a Antártida y afectando al deshielo. Dado que el calentamiento produce vapor de agua, se generan nubes y, por tanto, la lluvia aumenta, lo que no es bueno para el hielo. A la vez, las partículas de lejanos fuegos están siendo arrastradas hasta allí por la circulación atmosférica, depositándose sobre la una capa blanca que se ennegrece, impidiendo el efecto albedo (reflejo de la luz solar). Evidentemente, también aumenta el deshielo. El proyecto Trípoli, del Grupo de Óptica Atmosférica de la Universidad de Valladolid, ya el año pasado ya instaló en la Base Juan Carlos I una cámara de todo el cielo y en esta campaña pondrán en marcha un fotómetro solar-lunar, que se englobará en una red mundial (AERONET) de 600 estaciones, con los que monitorizán qué está pasando exactamente.

El reto de predecir una erupción volcánica

El nombre no puede ser más certero: “EruptING”. Es el proyecto de la Universidad de Salamanca que quiere hallar las claves sobre cómo prevenir una erupción volcánica en un laboratorio excepcional como es isla Decepción, un volcán en activo. El equipo se centrará en comprender los procesos relacionados con los gases que se liberan en una erupción, que como hemos visto en el caso de La Palma, generan graves problemas a la población afectada (aún hay una localidad cerrada por emanación de gases en la isla canaria). Tratarán, desde la otra punta del planeta, de comprender la geoquímica de esos gases en la fuente de magma profunda, durante su ascenso por la corteza terrestre y cuando emanan en la superficie.

Vigilantes del volcán

En la base Gabriel de Castilla, en Isla Decepción, la vigilancia volcánica de Instituto Geográfico Nacional (IGN) se hace desde “tres patas”, me cuenta el geólogo Rafael Abella: la sísmica, que estudia todo tipo de movimientos del suelo, con sensores que registran desde las caídas de hielo en los glaciares cercanos hasta los seísmos ocurrido al otro lado del mundo; la geodesia, con estaciones GNSS (GPS) que detectan si hay aportaciones de magma del volcán que eleven en terreno, intrusiones que también genera terremotos que los registramos con la red sísmica; y la geoquímica, que estudia todo tipo de variaciones en la propiedades químicas de las fumarolas, las aguas que se pueden producir al variar la condiciones del volcán. La pasada campaña instalaron una red sísmica potente y permanente que enviaba datos ‘on line’ hasta la sede en Madrid y en ésta la van a consolidar e instalar estaciones GPS en paralelo.

Y aún hay más…

No me detengo en los proyectos que recopilan datos históricos sobre geomagnetismo (Observatorio del Ebro); la recogida de datos para series geodésicas y oceanográficas del equipo de Manuel Berrocoso (Universidad de Cádiz); o la de información de los sensores instalados en el permafrost (proyecto PermaThermal), que Miguel Ángel de Pablos de la Universidad de Alcalá de Henares vigila desde el año 2000 con unos sensores que estas últimas campañas está modernizando. Y, por supuesto, el equipo de Aemet, que es fundamental para que todo lo demás sea posible, organizando cada día el trabajo según sus previsiones meteorológicas, además de controlar todos los datos de los diferentes observatorios, como bien me recuerda Manuel Bañón.


A todos ellos y ellas, ¡¡mucha suerte!!

Vuelve Starmus Festival: de Armenia a Marte en un viaje ‘cósmico’ irrepetible


ROSA M. TRISTÁN
Cuando el otro día veía en una televisión un especial sobre las misiones Apollo de la NASA y la épica del primer viaje a la Luna, recordé aquella ocasión en la que subí con Neil Armstrong en el ascensor. Ocurrió en el primer Starmus Festival, en Canarias, en el que el gran estreno de un evento que ya ha hecho historia –al poco tiempo Armstrong murió- y que este año se repite, tras el parón de la pandemia, y viaja hasta Armenia, cuna de una de las civilizaciones humanas más antiguas del mundo. Hasta allí irán premios Nobel, astronautas y cosmonautas, directivos de agencias espaciales, expertos en cosmonáutica, innovadores de la tecnología y artistas que podrán música e imágenes a unas conferencias que abordarán un tema tan apasionante como es la conquista de Marte.


“Este año lo dedicamos a Marte porque se han cumplido 50 años de la llegada del primer artefacto humano a ese planeta”, explica su director y fundador, el astrofísico Garik Israelian, armenio asentado en España desde hace décadas. En total, en esta ocasión estarán en Yerevan, la capital, entre el 5 y el 10 de septiembre, ocho premios Nobel (Kip Thorne, Michel Mayor, Emmanuel Chapentier…) , astronautas como Charlie Duke, Yuri Baturin o Jim Bagian, científicas como Maureen Raymon (directora del Lamont-Doherty Earth Observatory en Columbia y una autoridad en la ciencia que estudia el pasado climático de nuestro planeta) o la astrónoma Ewine Fleur van Dishoeck, que dirige la Unión Astronómica Internacional y Premio Albert Einstein en 2015.

Con el Nobel Michel Mayor y Francois, su esposa.

Pero antes de seguir con este intenso programa científico de impacto mundial, como los anteriores, conviene recordar el origen del Starmus Festival. Nació de la iniciativa de Israelian, astrofísico en el Instituto de Astrofísica de Canarias, que tiene en su haber importante reconocimiento internacional y muy buenos contactos, allá por el año 2011. Quería, me contaba entonces, organizar un evento que animara a los jóvenes a interesarse por la ciencia, y más concretamente con la que tiene que ver con el Cosmos, tanto en su faceta más astronómica como aeroespacial. Su idea era reunir a los mejores investigadores del mundo y acompañarlos de grandes músicos, bandas que atrajeran a esa juventud que veía alejarse de la investigación. Además, quería sumar a la ecuación a grandes divulgadores científicos, personas que ya sea con su pluma, su cine, sus libros o sus programas en medios debían ser reconocidos en Starmus.


Muchos son los altibajos que Garik Israelian ha tenido en el camino. Para empezar, la búsqueda de financiación para que el festival no perdiera nivel. España “no es país para ciencia”, por más que se insista en ello y aquí las autoridades no se lo pusieron nada fácil. Pero lo superó viajando a otros países . Logró implicar al famoso Stephen Hawking –muy ilusionado con la creación de la Medalla Hawking que concede Starmus al mejor divulgador o divulgadora – y pese a sus dificultades físicas, no dudo en viajar hasta Canarias en varias ocasiones para participar activamente. “Disfruté mucho del festival. Es una combinación de ciencia y música rock, las cuales me encantan. Espero que haya un STARMUS el próximo año, y me invites. En un mundo acosado por tantos problemas terribles y tan falto de soluciones, STARMUS ofrece un rayo de esperanza. Starmus confirma su posición como una cámara de debate única para el futuro de la raza humana”, dijo el físico en la primera ocasión.


Como ya señalaba, no lo pudo hacer Neil Amrstrong, pero si volvió a repetir Buzz Aldrin en 2019, y también el no menos mítico cosmonauta ruso Alexei Leonov –que fue un habitual hasta su fallecimiento-, el biólogo Richard Dawkins, la cosmonauta Valentina Tereshkova… y así hasta un sinfín de grandes científicos y científicas de renombre mundial, entre ellos 25 ganadores del premio Nobel, algunos de los cuales están de nuevo en el programa este 2022.


La Medalla Hawking para la Comunicación Científica, que con tanta ilusión crearon el propio Stephen Hawking, Alexei Leonov y la estrella de rock y astrofísico Brian May, de Queen, cada año tiene más prestigio. Ya la han conseguido Elon Musk, Jean-Michel Jarre, Neil deGrasse Tyson, Hans Zimmer y el documental The Particle Fever. ¿Quién será este año?


En este Starmur VI, volveremos a disfrutar con el Nobel Michel Mayor (ya me ha escrito para confirmarme que nos veremos, algo que no ocurre desde 2017, antes de que fuera Nobel, en 2019), con la astrofísica Jill Tarter y con Jean-Jacques Dordain, ex director general de la Agencia Espacial Europea – siempre sorprenden en sus conferencias- pero también con nuevas incorporaciones, como es el caso del ex administrador de la NASA Charles Bolden, bajo cuyo mandato se lanzó el Curiosity rover a Marte (2012), Tony Fadell, uno de los creadores del Iphone, o el científico chino Ju Wi, presidente de la Chinese Society of Space Research. En definitiva, será una ocasión única para conocer el estado de la investigación astronómica y la ‘conquista’ del espacio exterior, entendida como un conocimiento que nos sitúa en el diminuto lugar que nos corresponde. La ocasión de estar cerca de seres humanos que nos han enriquecido a todos con su curiosidad infinita.


Y luego está la parte cultural. Este año, no podrá asistir Brian May, que se encuenta en gira mundial con el nuevo Queen, pero si artistas de la talla de Rick Wakeman, el rockero Jeff Scot Soto, el actor David Zambuka (ya estuvo en Starmus III, dejando perplejo al mismo Hawking) o el guitarrista William Sheehan. Por supuesto, habrá espacio para grandes artistas de la rica cultura armenia e incluso está previsto un concierto de la Orquesta Sinfónica del país.


“Estoy feliz de que finalmente el festival Starmus llegue a Armenia, un país que sigue siendo un gran desconocido pese a la tremenda riqueza cultural que tiene. Es una buena oportunidad para atraer turistas con una agenda científica y posicionarlo en el mapa mundial como país de ciencia y de cultura. Debemos hacer todo lo posible para lograr este objetivo”, anima Garik Israelian a quienes estén interesados en la asistencia.
La entradas se pueden adquirir ya están a la venta en su WEB: https://www.starmus.com/

‘Cuchillos en el aire’ en la reunión del Tratado que rige la Antártida


Christopher Michel via Flickr under CC BY 2.0

España ha logrado que sus propuestas sobre el impacto del turismo y la coordinación científica se aprobaran en una cita marcada por la guerra y los recelos en aumento de China

ROSA M. TRISTÁN

La Antártica ya no es inmune a las tensiones políticas y a las guerras, sean frías o calientes y así ha quedado de manifiesto en la 44ª Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA) que esta semana ha tenido lugar en Berlín. Mientras hablaba el delegado ruso, 25 delegaciones de otros tantos países abandonaron la sala. El representante de Ucrania, por su parte, recordaba que la ciencia polar antártica se ha quedado desmantelada a causa de la invasión ordenada por Vladimir Putin, cuando no destruidos sus centros de investigación. “¿Cómo vamos a hacer ciencia ahora – se preguntaba- si ni siquiera puede tener el puerto de Odesa para el nuevo buque polar que acababa de adquirir?


Al final, no hubo suspensión de la reunión en el seno del Tratado, como si la hubo en el Consejo Ártico el pasado mes de abril, pero tampoco se ha conseguido introducir ninguna de las medidas más urgentes que se exigían desde algunas delegaciones y también desde la sociedad civil, representada con las ONG, dada las amenazas que se ciernen sobre el continente blanco. El éxito más rotundo es de dos propuestas del Comité Polar Español: una sobre coordinación científica y otra sobre los impactos del turismo antártico.


Jennifer Morgan, ex presidenta de Greenpeace y actual titular de la secretaría del Tratado Antártico, ya dijo en la conferencia inaugural que «lo que ocurre en la Antártida no se queda en la Antártida”, en referencia a como nos afecta a todos. Pero es que a la vez, lo que ocurre fuera de la Antártida la afecta en gran medida, en términos de impactos ambientales, y la casi paralización en las decisiones es hoy tan grande que los reunidos en la capital alemana ni siquiera han sido capaces de designar a los emblemáticos pingüinos emperador, los más grandes del planeta, como “especie especialmente protegida”, cuando ya se sabe que sus poblaciones están amenazadas por el cambio climático, como toda la fauna del continente de hielo.

De hecho, un estudio internacional publicado en Global Change Biology en agosto de 2021 augura que el 98% podrían desaparecer en sólo siete décadas si no se disminuyen drásticamente las emisiones contaminantes que generan el cambio climático. “El bloqueo vino de China, que dice que no es necesario, que falta ciencia”, señala Antonio Quesada, responsable del Comité Polar Español y máximo representante de la delegación española en el encuentro de Berlín.


La propuesta de protección fue presentada por el Reino Unido y contaba con el apoyo de muchos gobiernos occidentales a un plan de acción específico, pero China argumentó que hacía falta más investigación científica sobre las amenazas a las que se enfrenta esta especie polar. Es la misma postura que esgrime desde 2016, junto con Rusia, para bloquear las declaración de nuevas áreas protegidas en el Océano Austral, que hoy está amenazadas por el aumento del deshielo y el impacto en especies como el krill, base de la cadena trófica, es decir, de la alimentación de la vida polar.


Como observadora del Tratado, la organización ASOC (Antarctic and Southern Ocean Coalition) mostraba al término del encuentro su perplejidad porque esta iniciativa fuera rechazada. “Todos los países que son Partes del Tratado Antártico y el Protocolo de Madrid tienen obligaciones de proteger a las especies antárticas. Esta designación habría sido una medida lógica para mitigar las amenazas que pesan sobre una especie majestuosa y muy querida por gente de todo el mundo”, afirmaba su directora ejecutiva Claire Christian.

Desde días antes, ASOC y otras organizaciones habían apostado fuerte porque esta medida de protección saliera adelante. Ricardo Roura, presente en las reuniones de Berlín, nos declaraba: “Nos hemos movilizado ante la Puerta de Brademburgo por la protección del pingüino emperador, que es el único que anida sobre el hielo marino para conseguir la máxima protección posible, que puede poner límites a la visitas turísticas a sus colonias”, explicaba. De momento, el ‘emperador’ deberá esperar.


Otra de las esperanzas estaban puestas en que se adoptara un plan completo de respuesta al cambio climático, dado que ya hay pruebas científicas incuestionables de que la Antártida se halla en la primera línea de fuego de la crisis climática. Cada vez son más frecuentes las noticias sobre olas de calor, con subidas de temperaturas de hasta 40º C sobre las habituales –incluso se ha llegado a un registro de 18º C-, desplomes de plataformas de hielo marino que contenían hasta ahoar la salida de grandes masas de hielo interior glaciar y, este mismo año, récords de mínimos de ese mismo hielo marino invernal, tan fundamental para mantener el frágil equilibrio en esa zona del globo.


El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —una evaluación de vanguardia sobre el cambio climático realizada por cientos de científicos de todo el mundo— ya ha lanzado un funesto mensaje de advertencia sobre los riesgos para todo el planeta derivados de no actuar con determinación frente al derretimiento de los polos. No sólo por el aumento del nivel del océano global y el daño la biodiversidad de esas zonas únicas, sino porque cambia las corrientes oceánicas que ‘diseñan’ el clima terrestre.

Esta misma semana, en un evento en el Instituto Francés, el director del Instituto Polar Francés, Jerome Chappellaz, recordaba que realmente no sabemos qué va a pasar cuando lancemos más CO2 a la atmósfera. Hay mucha incertidumbre. “Gran cantidad de energía acumulada en la Tierra, que hemos añadido como CO2, está almacenada en el océano en un 90% porque la absorbe, y el 70% está en el Océano Austral. Pero no tenemos idea de cuánto más de si seguirá ahí en el futuro, si dejará de captarlo o si comenzará a emitir ese CO2. Nos faltan respuestas -reconocía – y es una dinámica climática monstruosa, como un petrolero que entra en un puerto a toda velocidad. Cuantos más esperemos para frenar, con más fuerza chocará. No hay que esperar a más trabajos científicos para tomar medidas, ni esperar al final de la guerra de Ucrania. Pero todos los políticos siguen hablando de crecimiento, cuando hacerlo de otro indicador: el estado del planeta”.


“Lo importante es mantenerse por debajo de una subida de 1,5 grados. En las cumbres del clima, los gobiernos se comprometen a hacer cambios y hay empresas ya comienzan a cambiar, pero también debemos hacerlo con nuestros hábitos. Debemos reducir al máximo el cambio climático”, señalaba, por su parte, la investigadora polar Carlota Escutia, representante de España en el comité científico antártico SCAR en temas de evolución del cambio climático.


Ambos saben de lo que hablan. Chapellaz lleva muchos años taladrando el hielo antártico para obtener ‘testigos de hielo’ que nos hablan de lo que ocurrió hasta hace 800.000 años y Escutia recoge sedimentos en el fondo oceánico, retrocediendo muchos millones de años en el pasado, que nos da pistas de lo que puede pasar. Los trabajos de su equipo han permitido averiguar que hace entre tres y cuatro millones de años con una contaminación de unos 400 ppm (partes por millón de CO2) similar a la que tenemos hoy (en realidad, tenemos 414 ppm) en la Antártida había hielo, pero mucha más vegetación. «Era como hoy el sur de Chile», señala Escutia. El nivel del mar aumentó hasta 20 metros en todo el planeta. ¿Cuántos miles de millones de personas verían sus hogares y tierras submarinas si esto acontece? “Si se cumpliera el Acuerdo de París, a finales de este siglo tendríamos medio metro más de agua, aquí, en nuestra costa, pero si no se cumple podrá ser hasta un metro”, alertaba la científica.


Sin embargo, pese a estas y otras muchas alarmas, el Tratado Antártico no avanza. Todas las decisiones se toman en su seno por un consenso que cada vez es más difícil y también hay cada vez más voces que hablan de crisis. No sólo por la actual guerra. Es verdad que el conflicto ha hundido a la ciencia ucraniana –de hecho, sus científicos están saliendo a otros países a trabajar, incluido España, donde habría ya cerca de un centenar- y que si se ha frenado la inclusión de Canadá como miembro consultivo del Tratado, el veto de Rusia y China tiene mucho que ver, pero lo más grave, según los asistentes a estos días de cumbre polar, es que se han paralizado los posibles avances relacionados con el cambio climático, retrasándose una resolución oficial para un plan concreto de respuesta. Es como una vuelta a la situación en 2016, cuando debería caminarse hacia el 2030…


La clave estaría en el papel de China, protagonista indiscutible de los últimos desencuentros, más preocupante que Rusia. “Sus posiciones de bloqueo a posibles avances desde 2019 son una culpa compartida –reconoce Quesada- porque hasta ahora hemos aplicado el ‘rodillo occidental’ con nuestra forma de hacer ciencia, desde nuestra óptica, cuando hay otros modos, con un control más gubernamental, como es el caso chino; ahora es una potencia y ya no se calla, no acepta que se la ningunee en estos foros, así que al final el resultado es que no se avanza”.


En similares términos habla Jerome Chappellaz, consciente de que China está en vías de establecer un nuevo orden mundial y, en pleno siglo XXI, ya no sigue las órdenes ni de Europa ni de Estados Unidos: “Es inquietante, porque se oponen a menudo en detalles, pero eso indica una posición de principios, un pulso con el que quieren demostrar que China decide; y la realidad es que si una sola nación no quiere aprobar algo, no avanzamos en las reuniones del Tratado, así que habrá que sentarse con China en las negociaciones y reconocer que la situación está cambiando, que tiene peso en el nuevo orden mundial, y habrá que llevarles hacia una postura que vaya más allá de sus intereses nacionales porque hay que trabajar juntos”, declaraba el científico y responsable polar francés.


DOS APORTACIONES FUNDAMENTALES DE ESPAÑA


Lo más importante que se ha logrado en la reunión anual en Berlín, casi lo único, están dos avances que se deben a la propuestas de España, una en materia de coordinación científica y otra sobre el turismo. Gracias a la primera, desde ahora los trabajos científicos en el continente se coordinarán mejor que hasta ahora, gracias a un sistema de intercambio de estos trabajos entre países que permita sistematizar mejor la información. “Se trata de saber mejor qué queremos investigar cada país y qué información interesa de cara al futuro”, señala Quesada.


La otra gran propuesta de la delegación española, un éxito total apoyado por 22 países, es la de investigar cómo el turismo antártico está impactando en el continente, analizar los impactos acumulativos. Recordemos que en la temporada estival de 2019-2020 fueron 74.400 turistas (concentrados en pocos meses y zonas), cifras que cayeron por el COVID-19 y que ya han empezado a remontarse, esperando que se alcancen los 106.000 en la temporada 2022-2023 según la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO, por sus siglas en inglés). Como explica el representante español, “desde ahora los países, por una resolución del Tratado, tendrán que monitorizar cómo están impactando estas visitas en las zona cercanas a sus bases científicas, algo de lo que hay información, pero no suficiente”.


Esta decisión, que fue cofirmada por Estados Unidos, se basa en artículos científicos publicados por el equipo del investigador Javier Benayas, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, sobre turismo antártico. Según Benayas “nos faltan datos de los impactos reales y si no se conocen, no se puede hacer una gestión turística adecuada, adaptada a cada lugar”. Tiene muy presente lo ocurrido en la pequeña Isla Barrientos, un lugar cercano a la isla Rey Jorge, muy visitado por su espectacular belleza. Allí, los visitantes acabaron creando senderos muy impactantes para la fauna que hubo que acabar cerrando después de que analizaran a fondo los daños. De cara al futuro, el proyecto con su equipo es aplicar lo que denomina ‘gestión adaptativa’ a seis lugares cercanos a la dos bases españolas, con apoyo de financiación española y holandesa.


La resolución sobre el turismo también se opone a ciertos tipos de infraestructuras turísticas permanentes, dado que sigue siendo un continente dedicado a la ciencia, aunque sea visitable.


Pero de momento, otros asuntos tan fundamentales como urgentes, tendrán que esperar a más adelante. En el aire sigue la decisión sobre la protección del Océano Austral en la sensible área del Mar de Weddell, pero también en la Península Antártica y un área de la zona oriental del continente. En total, cuatro millones de kilómetros cuadrados que dependen de que la Comisión para la Conservación de los Recursos Marinos Vivos Antárticos (CCAMLR, en inglés) logre algún día solventar el veto de China y Rusia. Con ‘los cuchillos en el aire’, metafóricamente hablando, de momento parece más imposible que el fracaso con los pingüinos empererador…. La 37º reunión (presencial) de CCAMLAR tendrá lugar en octubre en Australia y no pinta bién.


Y mientras tanto, los hielos antárticos, como los árticos, siguen su camino de deshielo…

Olas de calor en la Antártida: un 25% más cálidas por el cambio climático de origen humano


En Isla Decepción, en febrero de 2020, cuando se alcanzado los 13,3º C. @ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Viajar hacia la Antártida en un buque oceanográfico como el Hespérides casi en mangas de camisa, no es normal, pero si es una experiencia que es hasta 10 veces más probable que se repita debido a la emergencia que está generando transformaciones en el clima del planeta, causada por la intervención humana. Por primera vez, un estudio científico, español, nos dice expresamente que un 25% de esa intensificación del calor se debe el cambio climático, confirmándose así lo que hasta ahora se sabía, pero no se había cuantificado.

Esta es la principal conclusión de un artículo que el grupo antártico de la Aemet, junto con la Universidad de Barcelona, la de Lisboa y el Instituto de Geociencias del CSIC, publica esta semana en la revista “Communications Earth & Environment. Se centran, precisamente, en la ola de calor que vivió la autora de este artículo cuando llegó a la base española Juan Carlos I, en febrero de 2020. El termómetro entre los días 6 y 11 llegó a marcar allí los 12,6º C -al sol, la sensación térmica aún era mayor- pero es que en la base argentina Esperanza marcó los 18,3º C, en la de Marambio los 15,8º C y en la Gabriel de Castilla, los 13,3º C. ¿Qué probabilidad había de que me tocara un evento así?

Ahora ya sabemos, gracias a estos investigadores, que tenía 10 veces más de probabilidad de tenerla que si hubiera viajado entre 1950 y 1984, cuando las olas de calor eran un 25% más fresquitas. «Lo que hemos hecho es un estudio de atribución, es decir, utilizando la estadística para ver qué pasaba antes en situaciones similares, con análogas circulaciones del aire, y qué es lo que sucedió diferente en esos días de 2020. De este modo, descartamos el posible efecto que pudiera haber tenido la parte dinámica y lo que queda es la subida de temperatura que tiene que ver con el cambio climático de origen humano, al que es atribuida la ola de calor», asegura el científico de Aemet, Sergi González, primer firmante de este trabajo.

En realidad, momentos puntuales con subidas de temperatura no son nuevos en la Antártida. Pero si que ahora se certifica que son 0,4º C más cálidas de lo que eran antes, según señala este trabajo, y además son mucho más probables, según dice otro trabajo chileno reciente, al margen de que haya cambios de circulación de las corrientes, también llamados ríos atmosféricos. Es más, desde ese mes de febrero ahora estudiado, ha habido nuevas olas de calor en ese continente. En ninguna se superado los más de 18º C, ni se han aproximado a esa temperatura, pero si se han superado las que son las medias habituales (hasta ahora) en algunas zonas, tanto en el verano como en el invierno polar. La ola más reciente, en marzo pasado, en la Antártida Oriental se superaron en 40 grados sobre lo que se considera habitual, produciéndose apenas unos días después el colapso de una gran plataforma de hielo milenario de 1.200 kilómetros cuadrados.

Siempre que se mencionan estos episodios en un lugar tan lejano, conviene recordar el impacto que tiene el deshielo antártico en el aumento del nivel del mar -justamente estos días se habla en España de playas en el Levante que se quedan sin arena tras grandes tormentas, pero sobre todo hay que hablar de comunidades enteras que se quedarán inundadas- y en el cambio de las corriente océanicas, tan relacionadas con el clima global de la Tierra. También conviene recordar que todo ello tiene que ver con las emisiones contaminantes generadas por la actividad humana en apenas 100 años, sobre todo en las últimas décadas, un ciclo basado en el consumo, y derroche, de combustibles fósiles que no parece tener fin.

LINK al artículo científico: https://www.nature.com/articles/s43247-022-00450-5

Ríos de aire tropicales que desintegran hielos antárticos


Isla Livingston en febrero 2020, días después de la ola de calor. @Rosa Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Tras los últimos eventos climáticos en la Antártida y los colapsos del hielo que les han acompañado, incluso en la zona más fría de la Tierra, algunos científicos polares apuntaban a corrientes de aire tropicales, húmedas, que están llegando hasta el continente del sur, provocando olas de calor que acaban acelerando el deshielo y con él los cambios en el nivel del mar y en las corrientes oceánicas a nivel global.

Faltaba poner datos a estos fenómenos, especialmente numerosos en la Península Antártica, la zona del continente de hielo que se calienta a doble velocidad que el resto, y ahora es que han hecho los investigadores de Francia, Portugal, Bélgica, Alemania y Noruega en el trabajo que acaban de publicar en la revista “Communications Earth and Environment”.

Los datos que han recopilado indican que el 60% de los eventos de desprendimientos de hielo alrededor de las plataformas de hielo Larsen de la Península Antártica entre los años 2000 y 2020, fueron provocados por condiciones atmosféricas extremas, olas de calor polares que, si se cumplen las proyecciones –y todo indica que así va a ser si no se frenan las emisiones contaminantes globales- pueden poner en riesgo de colapso a la plataforma marina Larsen C. Al tratarse de hielo marino podría pensarse que ello no tiene que afectar al aumento del nivel del mar a nivel planetario, pero  resulta que el 80% del hielo interior antártico se ‘evacúa’ por los glaciares y éstos son contenidos, como si de un contrafuerte se tratara, por estas plataformas heladas. Sin ese contrafuerte, el hielo interior sale “como el vino espumoso se vierte tras la expulsión del corcho”, señalan los científicos en un comunicado. Y la Larsen C es el ‘tapón’ más grande que contiene el hielo interior en la zona del Mar de Weddell.

Estas olas de calor -entre las que destaca la que tuvo lugar en febrero de 2020, cuando se alcanzaron más de 18,3º C en una base polar argentina- se producen, según explican, porque llegan hasta la Antártida ríos atmosféricos de aire cargados de humedad que se originan en zonas subtropicales o latitudes medias y que aumentan las temperaturas bruscamente. La última de estas corrientes de aire llegó en marzo de este año a la Antártida Oriental, donde si bien no se llegaron a rebasar los cero grados en el interior, si subió la temperatura 40º respecto a lo normal y se provocó el colapso de la plataforma de hielo frente al Glaciar Conger.

Irina Gorodetskaya, una de las autoras de este trabajo y gran experta en este tema, nos deja claro que estos ríos atmosféricos están relacionados con el cambio climático global, que aumenta su frecuencia y su intensidad, pero especifica que su causa última son eventos en los que se superan umbrales de temperatura máxima. “Las proyecciones climáticas futuras nos muestran la extensión de la temporada de deshielo y su migración hacia el sur de la plataforma Larsen C, pero también una mayor frecuencia e intensidad de ríos atmosféricos que llegarán a tierra en la Antártida, en concreto a la Península”. Todo ello, afirma, “conlleva el riesgo de tener un impacto perjudicial en la estabilidad de la Larsen C”.

Irina Gorodetskaya . Foto del proyecto antártico HYDRANT

No conviene olvidar que esta plataforma de hielo marino es la más grande que queda en torno a la Península Antártica y que, como se explicaba, funciona como un ‘tapón’ de un hielo interior que es suficiente para aumentar 60 metros el nivel del mar global si de derrite en su totalidad. Esos 60 metros más de agua supondría la inundación de grandes extensiones de la tierra, hoy habitadas por miles de millones de seres humanos que no estaban cuando hace decenas de millones de años la Antártida era verde.

En realidad, lo que puede pasar con el hielo marino de la Larsen C no es muy distinto de lo que ya ocurrió con las Larsen A y Larsen B en la misma zona: la primera colapsó en 1995 y la segunda en 2002. En su momento, ambos eventos se relacionaron con el derretimiento superficial de su hielo, que las debilitó, y con el fuerte oleaje oceánico provocado por las tormentas. Ahora, Jonathan Wille y sus colegas han añadido el factor «vientos cálidos» que provocan ‘olas de calor’ puntuales.

En las dos primeras décadas de este siglo han identificado un total de 21 eventos de desprendimiento y colapso de plataformas marinas y en 13 detectaron que antes hubo una llegada de fuertes ríos atmosféricos, con una diferencia de unos días con el colapso. Como en marzo pasado. Estos corredores en la atmósfera por los que viaja vapor de agua tropical, elevan las temperaturas y generan charcos de agua que se acumula en lagos o rellena grietas y que acaba fracturando las plataformas y desestabilizándolas. A  ello se añade que sus bordes se desintegran, permitiendo que entren corrientes desde el océano.

Gorodetskaya nos cuenta que estos ríos atmosféricos cálidos también están llegando al Ártico si bien allí no existen plataformas del tamaño de las antárticas. “En el Ártico, los ríos atmosféricos y las olas de calor se han relacionado con fuertes impactos en la reducción del hielo marino y el extenso derretimiento de la superficie sobre la capa de hielo de Groenlandia”, responde. Precisamente, Irina acaba de regresar este 16 de abril de participar en la campaña ártica del avión HALO que estudia estas corrientes de viento árticas.

Un estudio científico se pregunta: «Medio billón de toneladas de basura de plásticos ¿dónde están?»


@KYUSHU UNIVERSITY

ROSA M. TRISTÁN

Mientras se escribe este artículo decenas de miles de kilos de plástico en todo el planeta están vertiéndose al océano en algún punto. Seguramente, en 2022 superaremos la producción de 461 millones de toneladas de plásticos de todo tipo a nivel global y sólo un 9% será reciclado de algún modo. Si bien no es nada fácil calcular qué cantidad acaba en los mares y las cifras son muy dispares según la fuente, un nuevo equipo de la Universidad de Kyushu, en Japón, acaba de publicar una investigación que podría acercarse a la realidad: pueden ser más de 25 millones de toneladas (25,3 millones de toneladas exactamente) y dos tercios de ellos ni siquiera se pueden monitorear.

Flujo de plásticos en el Atlántico

El trabajo está dirigido por uno de los más importantes expertos en la materia a nivel internacional, el japonés Atsuhiko Isobe, que ha liderado numerosas expediciones por el Pacífico y el Indico para visibilizar lo que no vemos bajo las olas. Se ha publicado en la revista Science of Total Environment, donde se asegura que pese a ser cifras alarmantes, son la punta del iceberg, dado que hay al menos otros 540 millones de toneladas de basura plástica mal gestionada en el mundo, casi el 10% de la producción global, que aún están atrapadas en la tierra y no se sabe dónde. Además, aunque tanto Isobe como muchos científicos inspeccionan fundamentalmente las superficies y playas, hay grandes cantidades de plásticos oceánicos muy por debajo de la superficie o en el lecho marino, ocultos del alcance de la observación científica más habitual.

“Para evaluar la cantidad y el paradero de los desechos plásticos en los océanos de la Tierra, debemos considerar todo el proceso desde su nacimiento hasta su enterramiento, comenzando con la emisión desde los ríos al océano y continuando con su transporte y fragmentación en pedazos”, dice Isobe en un comunicado de su Universidad.

Flujo de plásticos en el Pacífico

Para hacer los modelos que nos permiten aproximarnos a esta realidad, los japoneses se basaron en estudios previos que describen cómo se descomponen y envejecen los plásticos y los cruzaron con datos del viento obtenidos por satélite, que permiten saber hacia dónde y cómo se mueven. Para conocer las fuentes de estos desechos, ajustaron las estimaciones más recientes sobre este tipo de basura en los ríos en función del PIB de los países y las predicciones sobre lo que no se está reciclando adecuadamente desde 2010 (por cierto, que en Japón más que reciclar se incinera y hay incineradoras hasta en el centro de Tokio). Además, tuvieron en cuenta el dato de que el 20% del plástico oceánico proviene de la industria pesquera mundial.

Incineradora de Higashisumida (Tokio, 2019) @Rosa M. Tristán

SÓLO UN 3% DE LOS PLÁSTICOS FLOTA

Según sus resultados, los plásticos grandes y los microplásticos que flotan en la superficie del océano suponen sólo el 3% de todos los plásticos oceánicos. Si bien hay en torno a otro 3% de microplásticos en las playas, el 23% de los plásticos del océano son más grandes y están cerca de las costas. Pero sus simulaciones sugieren que los otros dos tercios restantes pueden estar ocultos (66.7%). Más de la mitad, estarían en el lecho marino porque pesan y son más densos que el agua de mar, como es el caso de aquellos que incluyen tereftalato de polietileno (PET) y cloruro de polivinilo (PVC), que son muchos.

El resto son microplásticos viejos que llevan muchos años almacenándose en el fondo y en otros lugares de los océanos del mundo.

Con todo, señalan que lo más preocupante -y ya lo es que nos comamos el pescado con plástico o forme parte de los músculos de las tortugas, como han relevado trabajos españoles en el IDAEA- es la cantidad de residuos de este material que están siendo mal gestionados en la tierra y que podrían llegar a los ecosistemas y al océano en el futuro, multiplicando por 20 la cantidad actual. Para concluir que son esa décima parte de los 5.700 millones de toneladas producidas hasta la fecha, combinaron las estimaciones sobre lo que llega anualmente al océano con datos disponibles sobre lo que realmente se recicla o incinera. Y alertan de que más de medio billón de toneladas, al no descomponerse en la naturaleza , «sobrevivirán a los humanos en este planeta». De hecho, se han encontrado del Ártico a la Antártida.

La autora con Atsuhiko Isobe, en Tokio @Rosa M. Tristán

«Pudimos estimar el presupuesto de los plásticos oceánicos, pero son solo la punta del iceberg», asegura Isobe, al que tuve la oportunidad de conocer en Tokio durante la cumbre climática del G-20 en 2019, cita en la que la basura plástica fue tema prioritario, junto con el hidrógeno.

Ahora, anuncia que su próxima tarea es investigar y evaluar el paradero de esos más de 500 millones de toneladas que aún no ha llegado al océano, pero podrán hacerlo: “Esa va a ser una tarea hercúlea. Se han logrado pocos avances hasta ahora en el campo de los ‘plásticos terrestres‘ debido a la falta de métodos de observación”, reconoce.

Isobe lanzó hace unos años un programa de ciencia ciudadana en su país utilizando fotos de colaboración colectiva e Inteligencia Artificial para evaluar la masa de desechos plásticos vertidos en ciudades y playas.

En esta investigación, de impacto mundial, se recuerda que de los 32 millones de toneladas de plástico que cada año tiramos al medio ambiente, entre 1,8 y dos millones acaban, como mínimo, en los océanos a través de los ríos, plásticos que duran de cientos a miles de años, aunque ese período puede acortarse debido a la remineralización por bacterias. De hecho, hay estudios que dicen que están mutando bacterias para convertirse en ‘come-plásticos’ .

ARTICULO COMPLETO: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0048969722010270?via%3Dihub

¿Una sabana en la Amazonía? El futuro que viene, nos alerta la ciencia


Vista de los yacimientos de la Garganta de Olduvai, por la mañaña.|ROSA M. TRISTÁN
Vista de la sabana en la Garganta de Olduvai.|ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Científicos, activistas y pueblos indígenas llevan ya tanto tiempo alzando la voz de alarma sobre la Amazonía que pareciera que nos hemos acostumbrado y que pensáramos que la vida nuestra, la cotidiana, seguiría igual si no estuviera, que no pasa nada porque podremos ‘reconstruirla’ como una catedral francesa.


Pero no, esa selva amazónica que aún era un misterio cuando nací y que estudié en el colegio como “el pulmón de la Tierra” –ahora sabemos que también lo son los océanos-, está llegando a un punto de inflexión en el camino a su desaparición, es decir, al borde de un precipicio en el que será inevitable que sus frondosidades se conviertan en sabana hasta en un 40% de su extensión y que la fauna que la habita desaparezca. ¿Y quién lo dice? Pues lo concluye así un grupo de investigadores que han comprobado empíricamente sobre el terreno cómo en tan sólo 20 años la Amazonía ha perdido su resiliencia en más del 75% de su territorio, es decir, su capacidad de poder superar el trauma que supone el cambio climático, unido a una deforestación galopante.


Los autores -Chris A. Boulton y Timothy Lenton, de la Universidad de Exeter, y Niklas Boers, del Centro de Investigación del Clima de Postdam- se ha servido de datos captados por los satélites, que es el modo más eficaz hoy en día de controlar un área tan extensa como es ésta del continente americano. Y no olvidemos que es un lugar que sigue siendo fundamental para regular el clima y es fundamental porque es cuna de una biodiversidad única en la Tierra y un gran almacén de CO2.


Lo que hicieron fue analizar imágenes enviadas desde 1991 hasta casi nuestros días y luego las compararon con los datos climáticos y llegaron a la conclusión de que ese punto crítico está cerca y que esa pérdida de capacidad de recuperación es especialmente grave cuanto más próxima es una zona a la actividad humana, casi siempre ganadera, y también en las que reciben menos lluvias. El problema es que, además, no es una pérdida visible, como lo son con las talas masivas, que también las hay, sino que en buena parte de la cuenca amazónica los árboles y la vegetación de hojas más grandes –depósitos de un carbono que no desaparece, sólo se transforma en gas-, están perdiendo masa. De hecho, durante dos importantes sequías en 2005 y 2010, recuerdan que esta selva ya se convirtió temporalmente en una fuente de carbono porque los árboles comenzaron a morirse.


La cuestión, señalan, es que con el cambio climático hay fenómenos que se esán retroalimentando, como los incendios: al producirse amplían los efectos de la sequía dando lugar a gigantescos megacincendios. A su vez, la deforestación que ocasionan reduce la humedad, así que hay menos lluvias y eso acaba debilitando más a los árboles. “La Amazonía puede mostrar una potente muerte regresiva a fines del siglo XXI”, alertan. Vamos, que en 100 años nos habremos cargado un mundo que lleva 20 millones de años vivo, desde el surgimiento de los Andes.


Hay que tener en cuenta que cualquier sistema poco estable es más lento a la hora de responder a perturbaciones, como pueden ser variaciones del clima en el caso de un ecosistema. Pero ¿cómo hacerlo en tamaña una inmensidad de 6,7 millones de kilómetros cuadrados? En este caso, utilizaron instrumentos que miden cambios en la biomasa de la vegetación y su verdor (es decir, actividad fotosintética) y encontraron las relaciones con dos “factores estresantes” de la Amazonía que están cambiando su resiliencia: la disminución de las precipitaciones y la influencia humana.


En concreto, dividieron las selva en cuadrículas y se fijaron en las zonas de hoja perenne y ancha, comprobando así que ha habido una disminución general de la llamada Profundidad Óptica Vegetal (VOD) entre 2001–2016. En ese periodo, observaron que la vegetación perenne ha cambiado mucho en el sureste de la cuenca amazónica y en algunas zonas del norte y que los bosques de planicies aluviales cerca de los ríos, que cubren el 14% del territorio amazónico, son mucho menos resilientes a modificaciones que los bosques no inundables.

Mapa de incendios en la Amazonía en 2019. @INPE


Entre unas zonas y otras, resulta que un 76,2 % de la selva amazónica muestra desde principios de la década de 2000 poca capacidad de superar las nuevas condiciones, y la cosa se agrava en los lugares donde las lluvias están por debajo de 3500–4000 mm o cerca de asentamientos humanos. Y la mala noticia añadida es que en grandes partes del área estudiada cada vez lluvia menos debido al cambio climático, que aumenta la temperatura en el Atlántico tropical norte, causando sequías como las de 2005 y 2010 y que intensifica impactos de El Niño, con la sequía que hubo en 2015-16 .


Respecto al impacto humano, la expansión del uso de la tierra se ha acelerado desde 2010, generando perturbaciones como la eliminación directa de árboles, la construcción de caminos o los incendios. Hay que alejarse entre 200 y 250 kilómetros de esas actividades humanas para ver una selva resistente y fuerte. Además, el cambio o sustitución de unas especies vegetales por otras más resistentes a la sequía es mucho más lento que el de las precipitaciones escasas.


Dado que el riesgo de tener una sabana donde había selva es mucho mayor en áreas más cercanas al uso humano, los científicos señalan que es imprescindible desde ya reducir la deforestación, que no solo protegerá las partes del bosque que están directamente amenazadas, sino que también beneficiará a la resiliencia de toda la selva amazónica.
Artículo completo: https://www.nature.com/articles/s41558-022-01287-8


Por cierto que esta misma semana en Nature Communications se publica otro estudio sobre incendios en zonas naturales con previsiones poco halagüeñas. Aducen los firmantes que el calentamiento global alterará el potencial de incendios forestales y la gravedad de la temporada de incendios, especialmente en algunas zonas, entre las que, por cierto el área del Mediterráneo sale muy mal parada. Según sus modelos, lo incendios aumentaran un 29% de media, sobre todo en zonas boreales (un 111% más) y templadas (un 25%), donde serán más frecuentes y durante una temporada anual más larga, según los modelos climáticos.


Pero volviendo a la Amazonía, en este caso concluyen que su zona oriental pasará a tener muchos más incendios que hoy porque aumentará la superficie propensa al fuego por la falta de precipitaciones. Por ello, recomiendan cesar prácticas agrícolas y pastoriles como la tala de vegetación por el fuego. Creen que sólo reduciendo estos fuegos provocados, se podrá reducir el área quemada global, dada las grandes extensiones que acaban afectando.

La pandemia del COVID-19 pone en ‘jaque’ a la ciencia en la Antártida


Un brote de COVID-19 a bordo del buque Hespérides le obliga a regresar a Argentina cuando llevaba ocho proyectos a bordo en una campaña que ha afectado a Brasil, Bélgica, EEUU, Uruguay, Rusia, Argentina y a turistas.

El Hesperides en Caleta Cierva (Península Antártica) @Armada

ROSA M. TRISTÁN

“Aquí estamos, en burbuja, encuarentenados” . El mensaje fue enviado hace pocos días desde Punta Arenas (Chile) por la científica polar española Carlota Escutia, que llevaba meses preparando el viaje a la Antártica con su proyecto DRACC22. Pero no ha podido llegar a su destino. Un brote de COVID-19 a bordo del  buque oceanográfico Hespérides, declarado cuando cruzaba la noche de este miércoles el Mar de Hoces (canal del Drake) ha dado al traste con los planes, al detectarse, hasta ahora, nueve casos positivos del corononavirus y otro dos que aún están como “sospechosos”. Por segundo año, el buque de la Armada resulta afectado por la pandemia y se trastoca la campaña antártica española.

A bordo del buque, viajan cuando escribo estas líneas un total de 90 personas, de las que 37 son personal científico de ocho proyectos diferentes. Eran quienes iban a culminar con su trabajo un a 35º campaña antártica que se había salvado hasta ahora de la infección, hasta que el miércoles por la tarde las sospechosas toses de algunos compañeros de travesía –siete de la tripulación, casi todos oficiales, y dos científicos- se convirtieron en la peor noticia posible. “Me avisó el comandante sobre las 19.30 horas y tras reunirse un comité de crisis, se decidió que se dieran la vuelta hasta Ushuaia, en Argentina, y allí esperar que hagan los 14 días de cuarentena que se exige. Estamos buscando hoteles para que, en cuanto toquen puerto, los científicos puedan bajarse y dejar más espacio a bordo para que la tripulación pueda distribuirse mejor, dado que hay camarotes hasta con 10 personas”, señala el secretario técnico del Comité Polar Español, Antonio Quesada. “Pensábamos que este año nos íbamos a librar, pero nos ha tocado”, reconoce.

Y es que ya en la pasada campaña polar, hubo un brote en el Hespérides pocos días  después de salir de Cartagena hacia la Antártida y tuvo que regresar con urgencia a Canarias. Hubo 35 casos y al final un militar acabó falleciendo. En esta ocasión, todos los casos son leves hasta el momento y se espera que no se agraven dado que está todo el mundo vacunado.

Los planes son que los científicos que van a bordo, cuando se recuperen los enfermos y todos pasen la cuarentana, en su mayor parte regresen a España. El proyecto más afectado de todos es el DRACC22, que dirigen Escutia y Fernando Bohoyo, con los que viajan una veintena de personas que iban a investigar sobre la corriente circumpolar antártica y el impacto en ella del cambio climático en una campaña oceanográfica que ya no podrá ser, al menos este año. “Aquí estamos, marcha atrás y de vuelta a Ushuaia”, explica escuetamente Escutia en un mensaje. Su plan era estar unos 20 días navegando.

Según Antonio Quesada, se está valorando que algún otro proyecto, como ROCK-EATERS, o ‘comedores de piedras’, dirigido por la microbióloga Asunción de los Ríos (CSIC), si podría aprovechar algunas jornadas hasta que se cierren las dos bases españolas. “Todavía no está confirmado nada. Nos harán mañana (por hoy) una PCR a todos nada más llegar a Ushuaia. Nosotros de momento estamos bien, aunque si hay casos entre los científicos”, confirma Asunción en otro mensaje.

Carlota Escutia, al fondo el Hespérides.

En la misma incertidumbre están los dos del equipo que estudia los glaciares, que dirige Francisco Navarro. «No saben aún si podrá ir uno de ellos cuando pasen la cuarentena, aunque sería para trabajar solo un par de día. También está el riesgo de que surjan más positivos. Están algo deprimidos», reconoce el científico de la UPM.

De hecho, el plan para la tripulación del Hespérides es que, una vez recuperada, vuelva a cruzar el Drake camino del hielo para así finalizar algunos proyectos y a mediados del mes de marzo recoger a la 73 personas que hay entre la base Juan Carlos I (Isla Livingston) y la Gabriel de Castilla (Isla Decepción), donde se sigue trabajando con normalidad.

Sobre cómo es posible que el brote se haya producido, con los protocolos de aislamientos puestos en marcha, no hay ninguna explicación. El año pasado la Armada hizo una investigación de lo ocurrido, de la que no se sabe aún el resultado. Este nuevo brote se ha declarado cuando el Hespérides llevaba desde diciembre sin pisar un puerto y más de 20 días sin tocar las bases científicas, que se han salvado hasta ahora de contagios. En teoría, la cuarentena era permanente, tanto entre tripulación como resto de personal, pero es evidente que ha habido alguna ‘fuga del coronavirus’.

En todo caso, la pandemia durante esta campaña ha impactado en la Antártida de lleno, mucho más que en la de 2020-2001. Ha hecho tanta mella en las campañas científicas de varios países que no va a ser fácil organizar la salida de todo el mundo que allí se encuentra, algo que preocupa en el CONNAP, el consejo  de directores de programas antárticos.

Se comenzó el verano austral con un brote en la base belga Princess Elisabeth que afectó a 11 de sus residentes. Luego vendrían los casos detectados en la base argentina Esperanza, los de la base brasileña Comandante Ferraz, los de la base uruguaya Artigas, los positivos de los turistas de un campamento sobre el hielo del interior continental, cerca de la base rusa de Novolazárevskaya -también afedctada por el COVID-19-, los positivos en las bases rusas Progress y Vostok (esta última en el lugar más inaccesible de la Antártida por ser el más alejado del océano), el viaje frustrado del rompehielos americano Laurence M. Gould por contagios a bordo, detectados en Punta Arenas, o el también cancelado, hace pocos días, por la misma razón del buque chileno Aquiles, que iba a hacer servicios de logística a varias bases, como la búlgara vecina de los españoles en Isla Livingston o la de checa, en la isla James Ross, que se han quedado colgadas de momento a falta de organizar esa logística, tan compleja en la Antártida.

El rompehielos americano Gould, en una imagen de la Academia de las Ciencias de EEUU

“La situación es muy complicada ahora mismo. Se anulan viajes de buques y también de vuelos a la Isla Rey Jorge por contagios de los pilotos. Y no son fáciles de reemplazar. A nivel internacional, se está tratando de buscar alternativas con otros buques para las bases que se han quedado sin ella. En el Comité Polar Español hemos contratado un avión desde Rey Jorge a mediados de marzo para sacar a parte del personal de la campaña cuando ésta acabe. Pero para ir a esa isla desde donde estamos precisamos del Hespérides. Esperemos que no se declaren más casos porque la cuenta con cada nuevo empieza de nuevo”, explica Quesada.

La situación, así, se dificulta también para campañas siguientes, dado que los proyectos no realizados deberán tener hueco en la del año que viene, lo que podría afectar, a su vez, a los que estaban ya previstos para ella; y hay que tener en cuenta que ya se acumula el retraso de la campaña anterior, cuando el buque oceanográfico se quedó sin viajar.