Andrés Barbosa, el guardián de los pingüinos


ROSA M. TRISTÁN


El mundo tiene un agujero que supura tristeza por el sur del planeta. Andrés Barbosa, científico, pajarero, músico… Cuánta sabiduría y cuánto interés en compartir sus conocimientos tenía Andrés Barbosa, el investigador que ha fallecido tras una enfermedad, el cáncer, que en poco tiempo no le dio opción de salir adelante. “Y no será porque no hago una vida sana”, me decía hace unas pocas semanas, en una de esas ocasiones -ahora me parecen pocas- en las que contacté con él para compartir alguna información de ese continente gélido que nos unía. Ya no recuerdo la primera vez que entrevisté a Andrés, seguramente cuando estaba en la sección de Ciencia de El Mundo, pero si cuando le conocí más personalmente, al hilo de su apoyo incondicional al Trineo de Viento, del explorador Ramón Larramendi. Aunque en el hielo interior que recorre este vehículo polar no habitan los pingüinos, a los que tantos años dedicó, como gestor del programa polar español –es decir, responsable de coordinar los proyectos científicos de cada campaña antártica- entendió enseguida las muchas posibilidades que para sus colegas en la ciencia tenía ese fascinante diseño. Que no contaminara le parecía una maravilla.

Biólogo de formación, la de este año iba a ser la 16 campaña polar antártica de este científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN). De nuevo, iba para investigar sobre esos pingüinos a los que dedicó más de media vida y un buen número de artículos científicos de impacto mundial, convirtiendo a esas aves polares en auténticos vigilantes de la salud de la Antártida y, por ende, de la vida en el planeta. El periodista José Miguel Viñas, que coincidió con él en ese continente, le llamaba “el hombre que susurraba a los pingüinos” en un artículo.

No tuve la suerte de coincidir con él en mi viaje al sur, pero tuvo mucho que ver en que fuera posible. Andrés fue quien me dijo cómo solicitarlo y quien me avisó cuando salió la convocatoria en ese maremágnum de web del Ministerio de Ciencia. También fue una de las personas que antes de irme, en enero de 2020, se reunió conmigo para darme consejos imprescindibles. “Y, por supuesto, que te lleven a la pingüinera de Isla Decepción”. Y lo hice y le enviaba fotos para que viera que había cumplido. Además, allí me hice adicta a ‘pingüinear’, una afición que dudo que pueda recuperar. Me pasaba horas observando el comportamiento de esos seres a los que, como nos reveló Andrés, estamos ‘trufando’ de microplásticos, mercurio y otros venenos,l mientras les quitamos el krill del que se alimentan y derretimos su inmensa casa.

Este año 2023, tenía previsto volver con el proyecto PERPANTAR, para estudiar, como me contaba cuando le llamé para saber de la campaña antártica de este año, sobre la personalidad de los pingüinos. Con su equipo, el objetivo de PERPANTAR era instalarles emisores y ver así por donde se mueven, quienes son los más avispados y los menos atrevidos. Era una nueva fase dentro del proyecto PINGUCLIM con el que llegó a la Antártida 20 años antes para analizar los múltiples impactos que el cambio climáticos y la contaminación povocan en estos animales. Allí volvía una y otra vez hasta convertirse en un ‘crack’ en lo suyo, que fue siempre la defensa de la biodiversidad, la misma que le llevó a ser miembro del grupo de Aves y Mamíferos Marinos del SCAR (el comité científico que coordina todo lo que se investiga en la Antártida). Cuando hablamos de los planes para este año, ya sabía que no iría pero sabía que el proyecto estaba en buenas manos y quería seguirlo en la distancia.

Son muchos los científicos de todo el mundo que ha puesto de relieve la gran pérdida que supone su desaparición, y no sólo como investigador, sino como alguien que siempre estaba dispuesto a echar una mano a los demás, con una sonrisa y con energía suficiente para ir de pingüinera en pingüinera. En definitiva, un buen ser humano. Desde Australia, Chile, Argentina, México, la Eurpean Polar Board, Gran Bretaña o Estados Unidos, la redes se llenan de mensajes de condolencias y recuerdos.

Entre 2017 y 2021, Andrés fue nombrado gestor del Programa Polar español, en definitiva, coordinador de los proyectos que cada institución presentaba para la campaña de cada año, un lío en el que no sumaba más que horas de trabajo y compromiso con la ciencia, a la intensa jornada que ya tenía con sus proyectos en marcha. Cuando se salió de ese lío, el mismo 2021 comisarió la exposición “El museo en la Antártida”, abierta hasta marzo del año pasado, una muestra que acercó el mundo científico español en el sur del mundo al común de los ciudadanos, y especialmente de los estudiantes. “Hay que hacer cantera”, decía.

Y luego estaban sus pasiones más personales, como ese espíritu de ‘pajajero’, por el que empezó de socio y acabó de vicepresidente en la Sociedad Ornitológica Española (SEO/Birdlife), cuyos actos públicos fueron otros lugares de encuentro habitual. Ahí también estuvo hasta el final, asesorando, participando, cuando no andaba perdido por la sierra de Guadarrama –vivía en San Lorenzo de El Escorial- con los prismáticos al hombro buscando pájaros, o con las acuarelas, porque también le gustaba pintar en la naturaleza. También recuerdo que en algún encuentro, más de una vez me comentó que se tenía que ir deprisa porque tenía ensayos o conciertos con la Big Band Toni la banda de su pueblo en la que tocaba el saxo, que tuve la suerte de escuchar en un acto en el MNCN.

Enviada por @Andrés Barbosa

He dejado para el final su parte, quizás, más trascendente, que fue su afán de divulgar, de dar a conocer cómo los humanos estamos impactando a la vida en este mundo y lo importante que es saber lo que pasa lejos pero nos afecta cerca. Puedo decir con poco temor a equivocarme que a cuantos le propusieron eventos, charlas, conferencias, artículos o programas dijo que si, si nada lo impedía. Estuviera en España o en la Antártida. En el propio Museo organizaba Seminarios Polares para el público y para colegas de otras disciplinas que quisieran saber de todo lo que los y las polares españoles hacían por el esos lugares gélidos y desconocidos. Siempre me avisaba. El pasado año tuve la fortuna de compartir con él varios de estos eventos de divulgación, on line o presenciales, y recuerdo especialmente uno en el Museo, en el que ambos hablamos de la contaminación de los océanos ante un grupo de adolescentes que, debo reconocer, parecían poco entusiasmados. “Algo les queda, seguro”, me aseguró ante la inevitable cara de frustración que yo tenía.

Una de las últimas veces que hablamos me dijo que seguía trabajando, hasta el final, aunque a menor ritmo, pero que así mantenía ocupada la cabeza para no pensar en otras cosas, más chungas, y eso le ayudaba. El pasado día 25 publicaba en The Conversation un extenso artículo sobre los 20 años de su proyecto PINGUICLIM, un resumen que se queda corto en el inmenso legado investigador que ha dejado, pero que confirma que su mayor pasión y su vida eran una misma cosa.

Mi último contacto con Andrés fue el pasado viernes 27 de enero. Le había llamado el martes 24 y me contó que estaba «a la espera de cómo responda el organismo», con esa pasmosa y admirable serenidad que hoy me hace admirarle aún más. El viernes le envié a su WhatsApp, como tantas veces de temas polares, el link a un programa en RNE del Comité Polar por si no lo había escuchado… Por primera vez, no tuve respuesta en pocas horas.

Hoy, a la profunda tristeza porque ya no está, se suma ver que los grandes medios de este país, en los que nos enteramos de la muerte de actores, literatos, tertulianos, deportistas de todo pelaje, modistos y estilistas, no han dado la noticia de que ha fallecido un científico ambiental como era Andrés Barbosa, uno de los que más han hecho por diagnosticar durante décadas los males que causamos a esta maravillosa Tierra, alguien cuyos trabajos perdurarán por mucho más tiempo que el de otros personajes más reconocidos por la sociedad.

Los que tuvimos la suerte de conocerte, Andrés, sabemos que son muchas las lágrimas que caen por tí por donde pasaste dejando huella con tu humanidad y tu ciencia. Y los pingüinos de la Antártida, sin saberlo, también te lloran.

@Andrés Barbosa.

Groenlandia se derrite como nunca en 1.000 años y la Antártida, en récord de temperatura


Nature

ROSA M. TRISTÁN

Vivimos tiempos convulsos en los que resucitan negacionismos al mismo tiempo que la realidad nos certifica que andamos dando tumbos, arrastrados por un sistema que como bien hemos visto recientemente en Davos o comprobamos en la última Cumbre Climática –el colmo será ver cómo la siguiente la organiza un estado petrolero, los Emiratos Árabes Unidos- . El mismo día que en Alemania se detiene a una activista que marcó un antes y un después en la lucha contra el cambio climático, Greta Thunberg, mientras se manifestaba contra una mina de carbón, el combustible fósil más contaminante, nuevas investigaciones ofrecen datos preocupantes a los que no hay político que pueda poner peros científicos: Groenlandia se derrite como nunca en mil años, cuando andaban por allí los vikingos, y el mundo lo habitaban unos 350 millones de humanos; y la Antártida, calienta.

Desde Chile, el científico antártico Raúl Cordero, envía un trabajo que confirma que el 2022 fue el año más cálido de los registrados hasta ahora en la Península Antártica, batiendo el récord de 2016. En realidad, hubo temperaturas altas en gran parte de la costa del continente, para ese lugar, pero lo de la península, donde precisamente están las dos bases españolas, en sendas islas, es lo más llamativo: hubo una media de casi los 2°C sobre valores normales para la Antártida, donde la tendencia de calentamiento parece imparable: de los 10 años más cálidos registrados desde 1980, seis han tenido lugar desde comienzos de siglo.

A ello se suman esporádicas olas de calor que causan estragos en las plataformas de hielo que contienen sus glaciares, de las que hubo dos: una en enero, que hizo colapsar la plataforma de hielo marino de la bahía Larsen B y otra, al mes siguiente, en la que llegaron a registrarse más de 13,6°C en la base argentina Carlini  y de 11,5°C en la base ucraniana Vernadsky, donde se rompió el récord de 1988. Y si ya es preocupante lo que pasa en el verano austral, también lo es que igualmente se calientan los inviernos. Cordero señala que “los del 2021 y el 2022 han sido los más cálidos registrados en la isla Rey Jorge en los últimos 32 años”, con un promedio de temperaturas, entre mayo y octubre pasados, que está entre los cinco más elevados de los registros conocidos.

Por si fuera poco, a ello se suma que la extensión del hielo marino que rodea la Antártica tuvo en 2022 su mínimo histórico, especialmente durante el invierno, en el que hubo un déficit de casi un millón de kilómetros cuadrados.

Vayamos ahora a las cercanías del Polo Norte. Estos días, en la revisa Nature, se publica un exhaustivo trabajo que indica que no ha habido temperaturas tan altas en la capa de hielo de Groenlandia en mil años. ¿Y cómo se sabe? Pues gracias a las perforaciones que se han hecho en el hielo en el norte y centro de la gran isla y ha datos recogidos en campañas recientes. Gracias a ello se ha reconstruido el clima entre el año 1.100, cuando ocurrió el Periodo Cálido Medieval y los vikingos habitaban Groenlandia, y el año 2011. El resultado es que, en temperaturas, la capa de hielo tuvo de media 1,5 °C más entre 2001 y 2011 que durante todo el siglo XX.

Los investigadores, dirigidos por glacióloga alemana Maria Hörhold, del Instituto Alfred Wegener, reconocen que no es fácil saber qué pasa en el inmenso interior helado groenlandés, salvo de forma puntual. Si que hay bases científicas donde se perfora el hielo donde se recogen testigos que tienen registrado el clima pasado, pero recuerdan que la última gran expedición que perforó varios lugares, la North Greeenlad Traverse, finalizó en 1995 y faltaba observaciones de años clave, así que volvieron en 2012 a los mismos sitios y los hicieron de nuevo. Fue así como descubrieron que la temperatura entre 2001-2011 fue 1,7 °C más cálida que entre 1961-1990 y 1,5 °C más cálida que todo el siglo anterior. Eso si, reconocen que hay una variabilidad natural, porque algo aumentan las temperaturas desde el siglo XIX, pero también un impactante factor humano.

La cuestión es que, paralelamente a ese aumento, lo hay en la escorrentía de agua de deshielo, lo que demuestra el impacto que el calentamiento antropogénico está teniendo en el centro-norte de Groenlandia,  que puede acelerar la velocidad del derretimiento: “Lo que más sorprende es la marcada diferencia entre el calentamiento natural de los últimos mil años y el que tiene lugar entre 2001 y 2011”, señala Hörhold en un comunicado. ““Si seguimos con las emisiones de carbono como lo hacemos ahora, para el 2100, sólo Groenlandia habrá contribuido hasta 50 centímetros al aumento del nivel del mar y esto afectará a millones de personas que viven en las zonas costeras”, avisa la glacióloga. “Nuestros hallazgos  -continúa- sugieren que estas temperaturas excepcionales surgen de la superposición de la variabilidad natural, tendiente al calentamiento a largo plazo desde el año 1800 en el norte de Groenlandia, y otra antropogénica que podría acelerar aún más la pérdida total de masa”.

En su trabajo, analizaron los testigos de hielo previos y los suyos, dividiéndolos en periodos de 11 a 51 años. Las escorrentías de agua actuales, que llegan a formar lagos y ríos interiores en la gran isla, aseguran que no tienen precedentes en el último milenio. Para cuantificar la conexión entre las temperaturas y el derretimiento en los bordes de la capa de hielo, utilizaron datos de un modelo climático regional que abarca de 1871 a 2011 y observaciones satelitales sobre  cambios en la masa de hielo. Consiguieron así datos fundamentales para la investigación climática: una mejor comprensión de la dinámica de derretimiento de la capa de hielo en el pasado mejora las proyecciones de un aumento futuro del nivel del mar, de forma que sean más precisas.

Recordemos que la última vez que el planeta se quedó sin hielos en el Ártico fue hace cuatro millones de años, en la época en la que nuestra rama evolutiva aún andaba por unos pocos australopitecus africanos…

La ciencia antártica española entre macroalgas, pingüinos, volcanes, ‘comepiedras’ y glaciares


Camino del glaciar Jonhson en Isla Livingston, la Antártida @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Una nueva campaña polar está en marcha. Desde hace ya unos días y hasta finales de marzo, más de 230 personas, entre personal científico, técnico y militar, desarrollarán en las dos bases españolas, ambas en dos islas de la Península Antártica, un total de 26 proyectos científicos que nos ayudan a diagnosticar qué está pasando en el continente más desconocido del planeta. Las imágenes que llegan desde allí, a simple vista, muestran un paisaje menos nevado de lo esperado para estas fecha, y también los datos son preocupantes: este 26 de diciembre la extensión de hielo marino era de 700.000 kms2 menos que la media de los últimos 30 años y la más baja registrada nunca para ese día del año. El mínimo anterior, de 2018, era un 5,2% más extensión, según los datos captados por satélite.

Son datos coherentes con un cambio climático que está desmoronando gigantescos glaciares en el sur del mundo, como el Thwaties, y también las plataformas de hielo que los contienen, así como provocando olas de calor nunca antes vistas y cambiando la flora y la fauna, hasta el punto que del 60’% podría desaparecer antes de finales de este siglo, como se publicaba recientemente Plos Biology.

En esta ocasión, sólo el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides ha viajado hasta el continente del sur, y de momento sin incidentes debido a brotes de COVID-19, como hubo en las dos campañas anteriores (2020-2021 y 2021-2022). En la primera, el buque no pudo llegar a la Antártida como esperaba. En la segunda, tampoco pudieron desarrollarse todos los proyectos por otro brote a bordo. Cruzando los dedos, este año pasarán por las bases Juan Carlos I , el campamento Byers (ambos en Isla Livingston), y la base Gabriel de Castilla (Isla Decepción) un total de 104 investigadores e investigadoras. En esta campaña ya en marcha se les suman 15 colegas de otros países, fruto de esa colaboración internacional que es intrínseca al mundo polar, otras 50 personas entre técnicos y militares y los 60 miembros de la tripulación del Hespérides, cuyo sucesor, por cierto, ya ha sido presupuestado y será construido por Navantia en Cádiz.

En manos de todos ellos estarán 13 proyectos nacionales de investigación, la recogida de datos para cuatro series históricas que llevan años en marcha, un proyecto de defensa, servicios de vigilancia volcánica, responsabilidad del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y de predicción meteorológica (AEMET) y también se apoyará a ocho proyectos de los programas de Portugal, Chile, Canadá, Alemania y Colombia.

Hagamos un pequeño repaso de lo que se hará allí en estos próximos meses.

Líquenes en Polar-Rocks

Leopoldo García-Sancho, de la Universidad Complutense, lleva media vida viajando a la Antártida y ya se conoce muchos secretos de los líquenes y musgos que la habitan. Pero es un mundo cambiante y aún lleno de misterios, así que este año viaja con la intención de dejar colocados sensores en algunas de esas piedras que emergen del hielo, que los inuit árticos llaman ‘nunataks’, para comprobar se comportan estos seres supervivientes al frío invierno antártico y ver si reaccionan al cambio climático. Leo espera que los sensores funcionen hasta la siguiente campaña. Imagino que también estará muy pendiente de los otros líquenes costeros que rodean la base Juan Carlos I, que tiene muy protegidos de inoportunas pisadas, como pude comprobar cuando anduve, con cuidado, entre ellos.

Las Rock-Eaters: creando suelos

Esperemos que este año nada impida a la microbióloga Asunción de los Ríos , del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), llegar a la Antártida. El año pasado se quedó a las puertas por un brote de COVID-19 en el Hespérides, pero ahora anda pensando ya en cruzar la Tierra para estudiar cómo se forman los suelos polares gracias a unos microorganismos –asunto en el que es experta- que colonizan las rocas volcánicas o habitan en las que quedan libres del hielo glaciar. El proceso se llama, nos explica, “biometeorización” , que no es otra cosa que el proceso de millones de estos minúsculos seres disgregando piedras a la vez que liberan nutrientes. Asunción y su equipo tienen previsto moverse por varias islas, llevando a cuestas un laboratorio móvil con el que son capaces de secuenciar su ADN.

Los microorganismos en el aire

Hace años que sigo de cerca el proyecto MicroAirPolar pero cada campaña tiene novedades. Se adapta a todo, ya sea un Trineo de Viento, como el de Ramón Larramendi, o un globo, como este año. Y, además, en un lugar único como es la península Byers de Isla Livingston. La científica Ana Justel, su codirectora con Antonio Quesada, me confesaba poco antes de iniciar el viaje su fascinación por ese lugar que conoce bien. Allí, instalarán un globo cautivo y una torre de captación de 9 metros de altura, especialmente diseñada para esta investigación, con los que estudiarán por primera vez la distribución de los microorganismos atmosféricos en un perfil vertical de hasta 500 metros. También harán su seguimiento más a ras de tierra. El objetivo es descubrir como se mueven esos microorganismos (algo nada baladí como hemos visto con la pandemia) y ver su papel como dispersores de especies invasoras o contaminantes.

La ORCA del Sol

Unas líneas para hablar de ese proyecto ORCA que estudia la actividad solar detectando rayos cósmicos en Isla Livingston. Una sorprendente ‘caja negra’ en la que imagino a científico Juanjo Blanco, de la Universidad de Alcalá de Henares, pasando las horas en su detección.

Challenger, el reto de la presión humana

El equipo de la bióloga gallega Conxita Avila vuelve a la Antártida para estudiar como la presión humana y el cambio climático está dañando a las especies del fondo marino o bentos antártico. Quieren averiguar cómo el aumento de la temperatura o la acidificación del océano, quizá también las especies invasoras, están afectando a unos organismos que han seleccionado previamente. Explican que se trata de conocer para así proteger mejor, aunque la verdad es que no siempre se consigue: por desgracia, este año tampoco fue posible aumentar las zonas marinas antárticas protegidas en la reunión de la comisión CCAMLR (dedicada a la conservación de los recursos marinos vivos antárticos) debido, de nuevo, al veto de Rusia y China… Una pena.

Los pingüinos y.. ¡su personalidad!

De lo más fascinante que he hecho en mi vida es ‘pingüinear’. En mi viaje a la Antártida me quedaba horas observando que había pingüinos ‘pasotas’, iracundos, aventureros, vagos, juguetones… Este año el proyecto PERPANTAR, dirigido por el biólogo del MNCN Andrés Barbosa, va a estudiar precisamente su personalidad y cómo les influye para tomar decisiones distintas sobre sus migraciones. Para ello, me cuenta Barbosa, pondrán ‘emisiores’ a los pingüino barbijos y dispositivos geolocalizadores que, vía satélite, les darán la información de las zonas del océano austral que esta especie utiliza durante el invierno. Una de las encargadas en el terreno será la también gran pingüinera Josabel Belliure, de la Universidad de Alcalá de Henares. Sus conclusiones debieran ser importantes de cara a tomar decisiones sobre las capturas de ese crustáceo llamado krill que es su principal comida y que los humanos pescamos en ingentes cantidades para ‘complementos alimentarios’ absolutamente prescindibles.

¿Electricidad bajo el manto terrestre polar?

Un equipo español, dirigido por la científica Lourdes González Castillo, vuelve esta campaña a la Antártida con una investigación, bautizada GOLETA, que estrenó en la de 2021-2022 y que busca revelar qué pasa bajo el manto terrestre polar con sus propiedades eléctricas cuando se producen procesos de deshielo, que llevan aparejados el aumento del nivel del mar. Y es que hay una capa profunda en el manto terrestre que se llama astenosfera y se comporta de forma plástica-viscosa según la presión que se le ejerce desde arriba: con el peso del hielo se hunde, pero cuando éste desaparece la astenosfera vuelve a subir. Todo ello afecta a su conectividad eléctrica y están tratando de descubrir cómo ocurre en diferentes puntos de la Península Antártica.

Recorriendo los glaciares

Décadas lleva Francisco Navarro, de la UPM, estudiando los glaciares Johnson y el Hurd de Isla Livingston. Desde allí me envía una foto recorriéndolos con esquís y le imagino contando cuántas estacas de las que dejaron clavadas a comienzos del 2022 hay enterradas o cuántas están caídas en el suelo. Las estacas les sirven de control sobre el terreno para medir el balance de masa de los glaciares. Aunque el proyecto DINGLAC cuenta, además, con los satélites de apoyo y georradares para detectar los cambios en esa masa, tener puntos de control sobre el hielo es fundamental para comprobar a qué velocidad a la que se mueven los glaciares y, así, conocer su contribución al aumento del nivel del mar. El año 2020, cuando lo recorrí con su colega Ricardo Rodríguez, hubo récord de estacas caídas, prueba de que el balance de hielo iba a menos. A ver qué nos depara su trabajo este año…

El pasado y presente en el hielo antártico

El proyecto PARANTAR, que agrupa a 18 investigadores e investigadoras de España, Francia, Reino Unido, Chile y Argentina tiene como objetivos este año reconstruir temporal y espacialmente el proceso de deglaciación del archipiélago de las Shetland del Sur (Antártida Marítima) desde el Último Máximo Glaciar global, así como estudiar la respuesta de las áreas libres de hielo generadas a distintas escalas temporales. En definitiva, el equipo dirigido por Jesús Ruiz Fernández, de la Universidad de Oviedo, busca la respuesta geológica y ecológica a la retirada de los glaciares tanto en tiempos remotos del pasado, mediante técnicas cosmogénicas de datación (usadas también en paleontología, por cierto) como con la monitorizando la vegetación actual o recogiendo datos con escáneres de láser, entre otras técnicas.

Macro-algas en la Antártida

Basta pasear por la costa junto a la base Gabriel de Castilla para comprobar la gran acumulación de algas que hay en las orillas. Los fondos sumergidos de Puerto Foster, en Isla Decepción, producen unas 1.800 toneladas anuales de macroalgas y el 2% acaban en las playas de la bahía. Pero ¿cómo afecta el cambio climático, el debilitamiento de la capa de ozono y esa descomposición de algas al litoral? Eso trata de descubrir el proyecto Radiant, dirigido por Mariano Lastra, de la Universidad de Vigo.

En busca de las invasoras

El equipo de Miguel Angel Olaya (Universidad Rey Juan Carlos) persigue a las especies invasoras en la Antártida, donde cada vez son más numerosas. Allí está con Pablo Escribano. Si aquí nos invaden el mejillón cebra o las cotorras argentinas, en la Antártida lo hacen nuevos colémbolos, unos pequeños organismos invertebrados, que pude ver por el microscopio en un laboratorio del Hespérides durante mi viaje, que se encargan de degradar la materia orgánica del suelo. En Isla Decepción hay hasta seis especies de colémbolos recién llegados y los científicos españoles están tratando de averiguar cómo se comportan en las zonas termales que hay en esta isla volcánica y en las que no lo son, es decir, ver cómo responden a diferentes entornos como los que puede estar generando el cambio climático.

Incendios y nubes que llegan a la Antártida

Las nubes, el vapor de agua y, especialmente, aerosoles atmosféricos, es decir partículas, entre las que están las procedentes de grandes incendios forestales o que tienen su origen en la acción humana, están llegando a Antártida y afectando al deshielo. Dado que el calentamiento produce vapor de agua, se generan nubes y, por tanto, la lluvia aumenta, lo que no es bueno para el hielo. A la vez, las partículas de lejanos fuegos están siendo arrastradas hasta allí por la circulación atmosférica, depositándose sobre la una capa blanca que se ennegrece, impidiendo el efecto albedo (reflejo de la luz solar). Evidentemente, también aumenta el deshielo. El proyecto Trípoli, del Grupo de Óptica Atmosférica de la Universidad de Valladolid, ya el año pasado ya instaló en la Base Juan Carlos I una cámara de todo el cielo y en esta campaña pondrán en marcha un fotómetro solar-lunar, que se englobará en una red mundial (AERONET) de 600 estaciones, con los que monitorizán qué está pasando exactamente.

El reto de predecir una erupción volcánica

El nombre no puede ser más certero: “EruptING”. Es el proyecto de la Universidad de Salamanca que quiere hallar las claves sobre cómo prevenir una erupción volcánica en un laboratorio excepcional como es isla Decepción, un volcán en activo. El equipo se centrará en comprender los procesos relacionados con los gases que se liberan en una erupción, que como hemos visto en el caso de La Palma, generan graves problemas a la población afectada (aún hay una localidad cerrada por emanación de gases en la isla canaria). Tratarán, desde la otra punta del planeta, de comprender la geoquímica de esos gases en la fuente de magma profunda, durante su ascenso por la corteza terrestre y cuando emanan en la superficie.

Vigilantes del volcán

En la base Gabriel de Castilla, en Isla Decepción, la vigilancia volcánica de Instituto Geográfico Nacional (IGN) se hace desde “tres patas”, me cuenta el geólogo Rafael Abella: la sísmica, que estudia todo tipo de movimientos del suelo, con sensores que registran desde las caídas de hielo en los glaciares cercanos hasta los seísmos ocurrido al otro lado del mundo; la geodesia, con estaciones GNSS (GPS) que detectan si hay aportaciones de magma del volcán que eleven en terreno, intrusiones que también genera terremotos que los registramos con la red sísmica; y la geoquímica, que estudia todo tipo de variaciones en la propiedades químicas de las fumarolas, las aguas que se pueden producir al variar la condiciones del volcán. La pasada campaña instalaron una red sísmica potente y permanente que enviaba datos ‘on line’ hasta la sede en Madrid y en ésta la van a consolidar e instalar estaciones GPS en paralelo.

Y aún hay más…

No me detengo en los proyectos que recopilan datos históricos sobre geomagnetismo (Observatorio del Ebro); la recogida de datos para series geodésicas y oceanográficas del equipo de Manuel Berrocoso (Universidad de Cádiz); o la de información de los sensores instalados en el permafrost (proyecto PermaThermal), que Miguel Ángel de Pablos de la Universidad de Alcalá de Henares vigila desde el año 2000 con unos sensores que estas últimas campañas está modernizando. Y, por supuesto, el equipo de Aemet, que es fundamental para que todo lo demás sea posible, organizando cada día el trabajo según sus previsiones meteorológicas, además de controlar todos los datos de los diferentes observatorios, como bien me recuerda Manuel Bañón.


A todos ellos y ellas, ¡¡mucha suerte!!

‘Cuchillos en el aire’ en la reunión del Tratado que rige la Antártida


Christopher Michel via Flickr under CC BY 2.0

España ha logrado que sus propuestas sobre el impacto del turismo y la coordinación científica se aprobaran en una cita marcada por la guerra y los recelos en aumento de China

ROSA M. TRISTÁN

La Antártica ya no es inmune a las tensiones políticas y a las guerras, sean frías o calientes y así ha quedado de manifiesto en la 44ª Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA) que esta semana ha tenido lugar en Berlín. Mientras hablaba el delegado ruso, 25 delegaciones de otros tantos países abandonaron la sala. El representante de Ucrania, por su parte, recordaba que la ciencia polar antártica se ha quedado desmantelada a causa de la invasión ordenada por Vladimir Putin, cuando no destruidos sus centros de investigación. “¿Cómo vamos a hacer ciencia ahora – se preguntaba- si ni siquiera puede tener el puerto de Odesa para el nuevo buque polar que acababa de adquirir?


Al final, no hubo suspensión de la reunión en el seno del Tratado, como si la hubo en el Consejo Ártico el pasado mes de abril, pero tampoco se ha conseguido introducir ninguna de las medidas más urgentes que se exigían desde algunas delegaciones y también desde la sociedad civil, representada con las ONG, dada las amenazas que se ciernen sobre el continente blanco. El éxito más rotundo es de dos propuestas del Comité Polar Español: una sobre coordinación científica y otra sobre los impactos del turismo antártico.


Jennifer Morgan, ex presidenta de Greenpeace y actual titular de la secretaría del Tratado Antártico, ya dijo en la conferencia inaugural que «lo que ocurre en la Antártida no se queda en la Antártida”, en referencia a como nos afecta a todos. Pero es que a la vez, lo que ocurre fuera de la Antártida la afecta en gran medida, en términos de impactos ambientales, y la casi paralización en las decisiones es hoy tan grande que los reunidos en la capital alemana ni siquiera han sido capaces de designar a los emblemáticos pingüinos emperador, los más grandes del planeta, como “especie especialmente protegida”, cuando ya se sabe que sus poblaciones están amenazadas por el cambio climático, como toda la fauna del continente de hielo.

De hecho, un estudio internacional publicado en Global Change Biology en agosto de 2021 augura que el 98% podrían desaparecer en sólo siete décadas si no se disminuyen drásticamente las emisiones contaminantes que generan el cambio climático. “El bloqueo vino de China, que dice que no es necesario, que falta ciencia”, señala Antonio Quesada, responsable del Comité Polar Español y máximo representante de la delegación española en el encuentro de Berlín.


La propuesta de protección fue presentada por el Reino Unido y contaba con el apoyo de muchos gobiernos occidentales a un plan de acción específico, pero China argumentó que hacía falta más investigación científica sobre las amenazas a las que se enfrenta esta especie polar. Es la misma postura que esgrime desde 2016, junto con Rusia, para bloquear las declaración de nuevas áreas protegidas en el Océano Austral, que hoy está amenazadas por el aumento del deshielo y el impacto en especies como el krill, base de la cadena trófica, es decir, de la alimentación de la vida polar.


Como observadora del Tratado, la organización ASOC (Antarctic and Southern Ocean Coalition) mostraba al término del encuentro su perplejidad porque esta iniciativa fuera rechazada. “Todos los países que son Partes del Tratado Antártico y el Protocolo de Madrid tienen obligaciones de proteger a las especies antárticas. Esta designación habría sido una medida lógica para mitigar las amenazas que pesan sobre una especie majestuosa y muy querida por gente de todo el mundo”, afirmaba su directora ejecutiva Claire Christian.

Desde días antes, ASOC y otras organizaciones habían apostado fuerte porque esta medida de protección saliera adelante. Ricardo Roura, presente en las reuniones de Berlín, nos declaraba: “Nos hemos movilizado ante la Puerta de Brademburgo por la protección del pingüino emperador, que es el único que anida sobre el hielo marino para conseguir la máxima protección posible, que puede poner límites a la visitas turísticas a sus colonias”, explicaba. De momento, el ‘emperador’ deberá esperar.


Otra de las esperanzas estaban puestas en que se adoptara un plan completo de respuesta al cambio climático, dado que ya hay pruebas científicas incuestionables de que la Antártida se halla en la primera línea de fuego de la crisis climática. Cada vez son más frecuentes las noticias sobre olas de calor, con subidas de temperaturas de hasta 40º C sobre las habituales –incluso se ha llegado a un registro de 18º C-, desplomes de plataformas de hielo marino que contenían hasta ahoar la salida de grandes masas de hielo interior glaciar y, este mismo año, récords de mínimos de ese mismo hielo marino invernal, tan fundamental para mantener el frágil equilibrio en esa zona del globo.


El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —una evaluación de vanguardia sobre el cambio climático realizada por cientos de científicos de todo el mundo— ya ha lanzado un funesto mensaje de advertencia sobre los riesgos para todo el planeta derivados de no actuar con determinación frente al derretimiento de los polos. No sólo por el aumento del nivel del océano global y el daño la biodiversidad de esas zonas únicas, sino porque cambia las corrientes oceánicas que ‘diseñan’ el clima terrestre.

Esta misma semana, en un evento en el Instituto Francés, el director del Instituto Polar Francés, Jerome Chappellaz, recordaba que realmente no sabemos qué va a pasar cuando lancemos más CO2 a la atmósfera. Hay mucha incertidumbre. “Gran cantidad de energía acumulada en la Tierra, que hemos añadido como CO2, está almacenada en el océano en un 90% porque la absorbe, y el 70% está en el Océano Austral. Pero no tenemos idea de cuánto más de si seguirá ahí en el futuro, si dejará de captarlo o si comenzará a emitir ese CO2. Nos faltan respuestas -reconocía – y es una dinámica climática monstruosa, como un petrolero que entra en un puerto a toda velocidad. Cuantos más esperemos para frenar, con más fuerza chocará. No hay que esperar a más trabajos científicos para tomar medidas, ni esperar al final de la guerra de Ucrania. Pero todos los políticos siguen hablando de crecimiento, cuando hacerlo de otro indicador: el estado del planeta”.


“Lo importante es mantenerse por debajo de una subida de 1,5 grados. En las cumbres del clima, los gobiernos se comprometen a hacer cambios y hay empresas ya comienzan a cambiar, pero también debemos hacerlo con nuestros hábitos. Debemos reducir al máximo el cambio climático”, señalaba, por su parte, la investigadora polar Carlota Escutia, representante de España en el comité científico antártico SCAR en temas de evolución del cambio climático.


Ambos saben de lo que hablan. Chapellaz lleva muchos años taladrando el hielo antártico para obtener ‘testigos de hielo’ que nos hablan de lo que ocurrió hasta hace 800.000 años y Escutia recoge sedimentos en el fondo oceánico, retrocediendo muchos millones de años en el pasado, que nos da pistas de lo que puede pasar. Los trabajos de su equipo han permitido averiguar que hace entre tres y cuatro millones de años con una contaminación de unos 400 ppm (partes por millón de CO2) similar a la que tenemos hoy (en realidad, tenemos 414 ppm) en la Antártida había hielo, pero mucha más vegetación. «Era como hoy el sur de Chile», señala Escutia. El nivel del mar aumentó hasta 20 metros en todo el planeta. ¿Cuántos miles de millones de personas verían sus hogares y tierras submarinas si esto acontece? “Si se cumpliera el Acuerdo de París, a finales de este siglo tendríamos medio metro más de agua, aquí, en nuestra costa, pero si no se cumple podrá ser hasta un metro”, alertaba la científica.


Sin embargo, pese a estas y otras muchas alarmas, el Tratado Antártico no avanza. Todas las decisiones se toman en su seno por un consenso que cada vez es más difícil y también hay cada vez más voces que hablan de crisis. No sólo por la actual guerra. Es verdad que el conflicto ha hundido a la ciencia ucraniana –de hecho, sus científicos están saliendo a otros países a trabajar, incluido España, donde habría ya cerca de un centenar- y que si se ha frenado la inclusión de Canadá como miembro consultivo del Tratado, el veto de Rusia y China tiene mucho que ver, pero lo más grave, según los asistentes a estos días de cumbre polar, es que se han paralizado los posibles avances relacionados con el cambio climático, retrasándose una resolución oficial para un plan concreto de respuesta. Es como una vuelta a la situación en 2016, cuando debería caminarse hacia el 2030…


La clave estaría en el papel de China, protagonista indiscutible de los últimos desencuentros, más preocupante que Rusia. “Sus posiciones de bloqueo a posibles avances desde 2019 son una culpa compartida –reconoce Quesada- porque hasta ahora hemos aplicado el ‘rodillo occidental’ con nuestra forma de hacer ciencia, desde nuestra óptica, cuando hay otros modos, con un control más gubernamental, como es el caso chino; ahora es una potencia y ya no se calla, no acepta que se la ningunee en estos foros, así que al final el resultado es que no se avanza”.


En similares términos habla Jerome Chappellaz, consciente de que China está en vías de establecer un nuevo orden mundial y, en pleno siglo XXI, ya no sigue las órdenes ni de Europa ni de Estados Unidos: “Es inquietante, porque se oponen a menudo en detalles, pero eso indica una posición de principios, un pulso con el que quieren demostrar que China decide; y la realidad es que si una sola nación no quiere aprobar algo, no avanzamos en las reuniones del Tratado, así que habrá que sentarse con China en las negociaciones y reconocer que la situación está cambiando, que tiene peso en el nuevo orden mundial, y habrá que llevarles hacia una postura que vaya más allá de sus intereses nacionales porque hay que trabajar juntos”, declaraba el científico y responsable polar francés.


DOS APORTACIONES FUNDAMENTALES DE ESPAÑA


Lo más importante que se ha logrado en la reunión anual en Berlín, casi lo único, están dos avances que se deben a la propuestas de España, una en materia de coordinación científica y otra sobre el turismo. Gracias a la primera, desde ahora los trabajos científicos en el continente se coordinarán mejor que hasta ahora, gracias a un sistema de intercambio de estos trabajos entre países que permita sistematizar mejor la información. “Se trata de saber mejor qué queremos investigar cada país y qué información interesa de cara al futuro”, señala Quesada.


La otra gran propuesta de la delegación española, un éxito total apoyado por 22 países, es la de investigar cómo el turismo antártico está impactando en el continente, analizar los impactos acumulativos. Recordemos que en la temporada estival de 2019-2020 fueron 74.400 turistas (concentrados en pocos meses y zonas), cifras que cayeron por el COVID-19 y que ya han empezado a remontarse, esperando que se alcancen los 106.000 en la temporada 2022-2023 según la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO, por sus siglas en inglés). Como explica el representante español, “desde ahora los países, por una resolución del Tratado, tendrán que monitorizar cómo están impactando estas visitas en las zona cercanas a sus bases científicas, algo de lo que hay información, pero no suficiente”.


Esta decisión, que fue cofirmada por Estados Unidos, se basa en artículos científicos publicados por el equipo del investigador Javier Benayas, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, sobre turismo antártico. Según Benayas “nos faltan datos de los impactos reales y si no se conocen, no se puede hacer una gestión turística adecuada, adaptada a cada lugar”. Tiene muy presente lo ocurrido en la pequeña Isla Barrientos, un lugar cercano a la isla Rey Jorge, muy visitado por su espectacular belleza. Allí, los visitantes acabaron creando senderos muy impactantes para la fauna que hubo que acabar cerrando después de que analizaran a fondo los daños. De cara al futuro, el proyecto con su equipo es aplicar lo que denomina ‘gestión adaptativa’ a seis lugares cercanos a la dos bases españolas, con apoyo de financiación española y holandesa.


La resolución sobre el turismo también se opone a ciertos tipos de infraestructuras turísticas permanentes, dado que sigue siendo un continente dedicado a la ciencia, aunque sea visitable.


Pero de momento, otros asuntos tan fundamentales como urgentes, tendrán que esperar a más adelante. En el aire sigue la decisión sobre la protección del Océano Austral en la sensible área del Mar de Weddell, pero también en la Península Antártica y un área de la zona oriental del continente. En total, cuatro millones de kilómetros cuadrados que dependen de que la Comisión para la Conservación de los Recursos Marinos Vivos Antárticos (CCAMLR, en inglés) logre algún día solventar el veto de China y Rusia. Con ‘los cuchillos en el aire’, metafóricamente hablando, de momento parece más imposible que el fracaso con los pingüinos empererador…. La 37º reunión (presencial) de CCAMLAR tendrá lugar en octubre en Australia y no pinta bién.


Y mientras tanto, los hielos antárticos, como los árticos, siguen su camino de deshielo…

Olas de calor en la Antártida: un 25% más cálidas por el cambio climático de origen humano


En Isla Decepción, en febrero de 2020, cuando se alcanzado los 13,3º C. @ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTÁN

Viajar hacia la Antártida en un buque oceanográfico como el Hespérides casi en mangas de camisa, no es normal, pero si es una experiencia que es hasta 10 veces más probable que se repita debido a la emergencia que está generando transformaciones en el clima del planeta, causada por la intervención humana. Por primera vez, un estudio científico, español, nos dice expresamente que un 25% de esa intensificación del calor se debe el cambio climático, confirmándose así lo que hasta ahora se sabía, pero no se había cuantificado.

Esta es la principal conclusión de un artículo que el grupo antártico de la Aemet, junto con la Universidad de Barcelona, la de Lisboa y el Instituto de Geociencias del CSIC, publica esta semana en la revista “Communications Earth & Environment. Se centran, precisamente, en la ola de calor que vivió la autora de este artículo cuando llegó a la base española Juan Carlos I, en febrero de 2020. El termómetro entre los días 6 y 11 llegó a marcar allí los 12,6º C -al sol, la sensación térmica aún era mayor- pero es que en la base argentina Esperanza marcó los 18,3º C, en la de Marambio los 15,8º C y en la Gabriel de Castilla, los 13,3º C. ¿Qué probabilidad había de que me tocara un evento así?

Ahora ya sabemos, gracias a estos investigadores, que tenía 10 veces más de probabilidad de tenerla que si hubiera viajado entre 1950 y 1984, cuando las olas de calor eran un 25% más fresquitas. «Lo que hemos hecho es un estudio de atribución, es decir, utilizando la estadística para ver qué pasaba antes en situaciones similares, con análogas circulaciones del aire, y qué es lo que sucedió diferente en esos días de 2020. De este modo, descartamos el posible efecto que pudiera haber tenido la parte dinámica y lo que queda es la subida de temperatura que tiene que ver con el cambio climático de origen humano, al que es atribuida la ola de calor», asegura el científico de Aemet, Sergi González, primer firmante de este trabajo.

En realidad, momentos puntuales con subidas de temperatura no son nuevos en la Antártida. Pero si que ahora se certifica que son 0,4º C más cálidas de lo que eran antes, según señala este trabajo, y además son mucho más probables, según dice otro trabajo chileno reciente, al margen de que haya cambios de circulación de las corrientes, también llamados ríos atmosféricos. Es más, desde ese mes de febrero ahora estudiado, ha habido nuevas olas de calor en ese continente. En ninguna se superado los más de 18º C, ni se han aproximado a esa temperatura, pero si se han superado las que son las medias habituales (hasta ahora) en algunas zonas, tanto en el verano como en el invierno polar. La ola más reciente, en marzo pasado, en la Antártida Oriental se superaron en 40 grados sobre lo que se considera habitual, produciéndose apenas unos días después el colapso de una gran plataforma de hielo milenario de 1.200 kilómetros cuadrados.

Siempre que se mencionan estos episodios en un lugar tan lejano, conviene recordar el impacto que tiene el deshielo antártico en el aumento del nivel del mar -justamente estos días se habla en España de playas en el Levante que se quedan sin arena tras grandes tormentas, pero sobre todo hay que hablar de comunidades enteras que se quedarán inundadas- y en el cambio de las corriente océanicas, tan relacionadas con el clima global de la Tierra. También conviene recordar que todo ello tiene que ver con las emisiones contaminantes generadas por la actividad humana en apenas 100 años, sobre todo en las últimas décadas, un ciclo basado en el consumo, y derroche, de combustibles fósiles que no parece tener fin.

LINK al artículo científico: https://www.nature.com/articles/s43247-022-00450-5

Ríos de aire tropicales que desintegran hielos antárticos


Isla Livingston en febrero 2020, días después de la ola de calor. @Rosa Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Tras los últimos eventos climáticos en la Antártida y los colapsos del hielo que les han acompañado, incluso en la zona más fría de la Tierra, algunos científicos polares apuntaban a corrientes de aire tropicales, húmedas, que están llegando hasta el continente del sur, provocando olas de calor que acaban acelerando el deshielo y con él los cambios en el nivel del mar y en las corrientes oceánicas a nivel global.

Faltaba poner datos a estos fenómenos, especialmente numerosos en la Península Antártica, la zona del continente de hielo que se calienta a doble velocidad que el resto, y ahora es que han hecho los investigadores de Francia, Portugal, Bélgica, Alemania y Noruega en el trabajo que acaban de publicar en la revista “Communications Earth and Environment”.

Los datos que han recopilado indican que el 60% de los eventos de desprendimientos de hielo alrededor de las plataformas de hielo Larsen de la Península Antártica entre los años 2000 y 2020, fueron provocados por condiciones atmosféricas extremas, olas de calor polares que, si se cumplen las proyecciones –y todo indica que así va a ser si no se frenan las emisiones contaminantes globales- pueden poner en riesgo de colapso a la plataforma marina Larsen C. Al tratarse de hielo marino podría pensarse que ello no tiene que afectar al aumento del nivel del mar a nivel planetario, pero  resulta que el 80% del hielo interior antártico se ‘evacúa’ por los glaciares y éstos son contenidos, como si de un contrafuerte se tratara, por estas plataformas heladas. Sin ese contrafuerte, el hielo interior sale “como el vino espumoso se vierte tras la expulsión del corcho”, señalan los científicos en un comunicado. Y la Larsen C es el ‘tapón’ más grande que contiene el hielo interior en la zona del Mar de Weddell.

Estas olas de calor -entre las que destaca la que tuvo lugar en febrero de 2020, cuando se alcanzaron más de 18,3º C en una base polar argentina- se producen, según explican, porque llegan hasta la Antártida ríos atmosféricos de aire cargados de humedad que se originan en zonas subtropicales o latitudes medias y que aumentan las temperaturas bruscamente. La última de estas corrientes de aire llegó en marzo de este año a la Antártida Oriental, donde si bien no se llegaron a rebasar los cero grados en el interior, si subió la temperatura 40º respecto a lo normal y se provocó el colapso de la plataforma de hielo frente al Glaciar Conger.

Irina Gorodetskaya, una de las autoras de este trabajo y gran experta en este tema, nos deja claro que estos ríos atmosféricos están relacionados con el cambio climático global, que aumenta su frecuencia y su intensidad, pero especifica que su causa última son eventos en los que se superan umbrales de temperatura máxima. “Las proyecciones climáticas futuras nos muestran la extensión de la temporada de deshielo y su migración hacia el sur de la plataforma Larsen C, pero también una mayor frecuencia e intensidad de ríos atmosféricos que llegarán a tierra en la Antártida, en concreto a la Península”. Todo ello, afirma, “conlleva el riesgo de tener un impacto perjudicial en la estabilidad de la Larsen C”.

Irina Gorodetskaya . Foto del proyecto antártico HYDRANT

No conviene olvidar que esta plataforma de hielo marino es la más grande que queda en torno a la Península Antártica y que, como se explicaba, funciona como un ‘tapón’ de un hielo interior que es suficiente para aumentar 60 metros el nivel del mar global si de derrite en su totalidad. Esos 60 metros más de agua supondría la inundación de grandes extensiones de la tierra, hoy habitadas por miles de millones de seres humanos que no estaban cuando hace decenas de millones de años la Antártida era verde.

En realidad, lo que puede pasar con el hielo marino de la Larsen C no es muy distinto de lo que ya ocurrió con las Larsen A y Larsen B en la misma zona: la primera colapsó en 1995 y la segunda en 2002. En su momento, ambos eventos se relacionaron con el derretimiento superficial de su hielo, que las debilitó, y con el fuerte oleaje oceánico provocado por las tormentas. Ahora, Jonathan Wille y sus colegas han añadido el factor «vientos cálidos» que provocan ‘olas de calor’ puntuales.

En las dos primeras décadas de este siglo han identificado un total de 21 eventos de desprendimiento y colapso de plataformas marinas y en 13 detectaron que antes hubo una llegada de fuertes ríos atmosféricos, con una diferencia de unos días con el colapso. Como en marzo pasado. Estos corredores en la atmósfera por los que viaja vapor de agua tropical, elevan las temperaturas y generan charcos de agua que se acumula en lagos o rellena grietas y que acaba fracturando las plataformas y desestabilizándolas. A  ello se añade que sus bordes se desintegran, permitiendo que entren corrientes desde el océano.

Gorodetskaya nos cuenta que estos ríos atmosféricos cálidos también están llegando al Ártico si bien allí no existen plataformas del tamaño de las antárticas. “En el Ártico, los ríos atmosféricos y las olas de calor se han relacionado con fuertes impactos en la reducción del hielo marino y el extenso derretimiento de la superficie sobre la capa de hielo de Groenlandia”, responde. Precisamente, Irina acaba de regresar este 16 de abril de participar en la campaña ártica del avión HALO que estudia estas corrientes de viento árticas.

Exploradores españoles, entre los 50 mejores del mundo: Oficialdegui y Carpintero


Ignacio Oficialdegui, miembro del proyecto Trineo de Viento

El explorador y biólogo navarro Ignacio Oficialdegui, uno de los componentes del proyecto polar del Trineo de Viento, ha sido elegido como uno de las 50 personas “que necesita el planeta y es preciso conocer porque están cambiando este mundo” por parte de la prestigiosa sociedad norteamericana Explorers Club de Nueva York, una entidad creada en 1904 y de la que han formado parte a lo largo de su historia personajes como Roald Amundsen, Edmund Hillary o Neil Armstrong. También han escogido al manchego Manuel José Carpintero, maestro en un colegio de Villarta de San Juan (Ciudad Real) y presidente de la Sociedad Astronómica y Geográfica de su provincia.

Los miembros del jurado del Explorers Club han escogido a Oficialdegui y Carpintero entre unos 400 candidatos de 48 países, destacando la capacidad de innovar y explorar que han demostrado a lo largo de toda su trayectoria, tanto a nivel profesional como personal. En el caso de Oficialdegui, ingeniero de profesión y especializado en energías renovables, es miembro del Club norteamericano desde agosto de 2020. Su candidatura fue presentada por otro gran explorador polar español, Ramón Larramendi, con el que participa en el “Trineo de Viento”, el único vehículo polar del mundo movido al 100% por energías renovables y capaz de transportar hasta dos toneladas de peso a lo largo de miles de kilómetros de hielo.

Última expedición a la Antártida con el Trineo de Viento. Oficialdegui, el segundo por la izquierda.

Desde el año 2000, Oficialdegui trabaja en el diseño de las que denomina “Autopistas Eólicas polares” en los lugares más prístinos e inhóspitos del planeta, como son las grandes mesetas heladas de Groenlandia y la Antártida, en las que ha recorrido más de 13.000 kilómetros, cambiando el modelo convencional de investigación en estas regiones gracias al Trineo de Viento.

La última de las expediciones realizada tuvo lugar en 2019, Antártida Inexplorada 2018-2019. En esta última aventura recorrieron 2.500 kilómetros alrededor de la región más fría del planeta, confirmando el modelo de investigación polar más económico y respetuoso con el medio de los existentes hasta el momento. Otros de sus logros son su participación en la “Expedición Navarra al Polo Norte Geográfico”;  la primera expedición “Transantártica española 2005-06” con un primer modelo de Trineo de Viento (se alcanzó por primera vez el Polo Sur de la Inaccesibilidad); la expedición “Polo Sur sin límites”  al Polo Sur Geográfico en 2009 con personas con minusvalías; la expedición transantártica “Acciona WindPowered Antártica” en 2012 , que también pasó por el Polo Sur Geográfico con el vehículo polar;  el cruce de Groenlandia en 2016 a través de su punto más alto de hielo, “Greenland Ice Summit 2016«; y la mencionada “Antártida Inexplorada 2018-19”. En esta última, se realizaron investigaciones para la Agencia Espacial Europea y diferentes universidades en  colaboración con el Comité Polar Español. 

Otra faceta de Oficialdegui está ligada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria, pues ha trabajado en el conflicto de la ex Yugoslavia, Zimbabwe y Rwanda), lo que propició que también dedicara tiempo a la exploración de regiones de sabana y remotas cordilleras del continente africano.

«Es un honor formar parte de ese grupo de 50 personas escogidas en todo el mundo por el Explorers Club tras décadas de viajar por los lugares más inhóspitos con gracias al viento. Creo que este reconocimiento puede ser un gran impulso a nuestros proyectos de exploración y movilidad en regiones polares extremas que, tras dos años de parón por la pandemia, siguen muy vivos ”, señala el explorador navarro.

La distinción abre la puerta a que el Trineo de Viento español y sus “Autopistas Eólicas Polares” sean conocidos más allá del ámbito académico nacional e internacional, donde ya ha conseguido los avales suficientes, además de convertirse en un canal para la divulgación de la situación de los territorios polares más remotos y desconocidos.

Manuel José Carpintero

En el caso de Carpintero, destaca su afán por transmitir a sus alumnos el espíritu de la exploración y el cuidado por el planeta. Su primera aventura la vivió con 20 años, cuando pasó dos meses en la selva colombiana del Chocó. También ha estado en el Ártico -en un viaje con trineo de perros- y en la Antártida, con una embarcación de 14 metros de eslora en la que llegó hasta los 66º 33″ del Círculo Polar Antártico. En México, repitió la aventura del explorador manchego Diego de Mazariegos por la selva de Chiapas.

El Explorers Club pretende precisamente, con la nominación de estas 50 personalidades, dar visibilidad a sus logros más allá de sus fronteras y avalar su trabajo con el prestigio de una institución de la que han formado parte grandes exploradores y científicos, como son Robert E. Peary, los tripulantes del Apolo XI que aterrizó en la Luna, el alpinista Edmund Hillary, la bióloga Jane Goodall, la paleontóloga Mary Leaky, el cineasta James Cameron o la oceanógrafa Silvya Early, entre otros muchas personalidades.

Por último, Ignacio Oficialdegui es también miembro de la Sociedad Geográfica Española y presidente del Club Geográfico de Navarra. En estos momentos participa en la formación de una Agrupación de Geografía, exploración y viajes en el Ateneo de Madrid.

¡Descubierto el «Endurance» de Shackleton! Uno de los tesoros sumergidos antárticos…


Imagen del «Endurance» sumergido a más de 3.000 metros en la Antártida

ROSA M. TRISTÁN

“El Falklands Maritime Heritage Trust tiene el placer de confirmar que la Expedición Endurance22 ha localizado el naufragio del Endurance , el barco de Sir Ernest Shackleton que no había sido visto desde que se resquebrajó y se hundió en el hielo en el Mar de Weddell en 1915”. El breve anuncio pone fin a una de las expediciones más complejas que se han desarrollado en los últimos tiempos: la búsqueda del histórico rompehielos bautizado como “Resistencia” (en inglés) con el que el explorador británico pretendió hace casi un siglo culminar la gran Expedición Imperial Trasantártica: quería cruzar el continente de un lado a otro, apoyado por este barco, en el que viajaba, y el “Aurora”. Pero, atrapado en el hielo, el barco se hundió en el gélido Weddell aquel año, dejando varadas a 28 personas en el hielo flotante, de donde fueron con trineos hasta Isla Elefante durante largos meses.

El «Endurance» antes de hundirse

No voy a detenerme en los detalles de aquella excepcional aventura de supervivencia, por cierto, tan bien retratada por el escritor y científico Javier Cacho en su libro “Shackleton, el indomable” o en  “Endurance: la prisión blanca”, de Alfred Lasing, pero si en los de la historia de este hallazgo durante el verano austral que ahora termina en la Antártida, y sobre una banquisa que va a menos debido a un cambio climático que no pudo imaginar el pionero británico.

Curiosamente, este hallazgo coincide con otro fundamental de la expedición, mucho más modesta, realizada por Greenpeace con el rompehielos “Arctic Sunrise” al mismo Mar de Weddell: han  descubierto una vida espectacular en las mismas profundidades que defienden que hay proteger desde hace tiempo tanto científicos como activistas y políticos, en el marco de la Convención sobre la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR, en inglés). Un ‘tesoro’ de vida que, previsiblemente, no está lejos del esqueleto de un “Endurance” que buscaba también un mayor conocimiento de la Antártida, la última frontera.

El helicóptero regresa al S.A.Agulhas II con científicos que tomaron medidas del hielo flotante en el Mar de Weddell. @EstherHorvath

La expedición Endurande22 inició su rumbo al sur el pasado 5 de febrero desde Ciudad del Cabo. A bordo del buque polar sudafricano S. A. Agulhas II, uno de los más avanzados del mundo, iban – y aún están allí- científicos, ingenieros, arqueólogos y técnicos. El plan era que el viaje durara 35 días, aunque ampliables a 45 si era necesario. Pero ha sido justo en el día 35, el pasado sábado, cuando a 3.008 metros de profundidad dieron con el deseado barco. Está a 6,5 kilómetros de lugar dónde el capitán del Endurance, Frank Worsley, había dejado escrito que lo habían visto hundirse. De hecho, incluso antes de encontrarse, ya se consideraba como un Lugar Histórico y Monumento, protegido por el Tratado Antártico.

Pese a que este año ha habido menos hielo antártico que otros veranos –rompiéndose así la tendencia de las últimas décadas que tanto sorprendía a los científicos- la tarea no ha sido fácil, si bien han contado con una tecnología muy puntera. Han usado los Sabertoot de Saab, que son unos vehículos submarinos autónomos (AUV), que incluso pueden seguir una ruta preprogramada sin tener un vínculo físico con la superficie, y también vehículos de operación remota (ROV), que envían señales digitales a través de un cable de fibra óptica a la superficie en tiempo real. En esta expedición, los Sabertoot estuvieron conectados en todo momento al S. A. Agulhas II para evitar que se perdieran bajo el hielo que cubría el mar. A veces, los desplegaban desde el barco y otras desde campamentos que montaron sobre témpanos de hielo, utilizando para ello los dos helicópteros que llevaban a bordo.

Donald Lamont, presidente del Falklands Maritime Heritage Trust , ha destacado tras anunciar el éxito, que el objetivo no era sólo ha sido localizar, inspeccionar y filmar los restos del naufragio -sin tocar nada, como dice la normativa- sino  también realizar importantes investigaciones científicas y ejecutar un programa de divulgación excepcional gracias a todo el equipo, liderado por el investigador John Shears y la cooperación de otras muchas personas de Reino Unido, Sudáfrica, Alemania, Francia y Estados Unidos, entre otros países.

Mensun Bound, responsable de la exploración y uno de los primeros en ver las imágenes, señala en un comunicado oficial que “es con mucho el mejor naufragio de madera que he visto en mi vida”. “Está ergido, bien orgulloso en el fondo marino, intacto, en un brillante estado de conservación. Incluso se lee “Endurance” arqueado en la popa. Es un hito en la historia polar porque recupera la historia de Shackleton a nuevas audiencias y a la próxima generación, que es a quienes se les confiará la protección de las regiones polares y el planeta. Ojalá este descubrimiento involucre a los jóvenes y los inspire en el espíritu pionero, el coraje y la fortaleza de los que navegaron en el Endurance. También Shears cree que es un instrumento poderoso para divulgar la importancia de la exploración polar, hoy menos geográfica que climática o biológica y, en todo caso, transcendental.

@Nick Birtwistle

Y es que además de buscar el barco se ha hecho ciencia. Bajo el liderazgo de Lasse Rabenstein, un equipo de científicos dedicó cientos de horas a la investigación relacionada con el cambio climático: los miembros del Servicio Meteorológico de Sudáfrica desplegaron globos meteorológicos, flotadores oceánicos y boyas de deriva de hielo; los del Instituto Alfred-Wegener de Alemania han estudiado el hielo marino y aprendido sobre el funcionamiento de los sumergibles de aguas profundas para futuras expediciones; el Centro Aeroespacial Alemán (DLR) ha mapeado toda la zona desde el espacio con imágenes de satélites; y la Universidad Aalto en Finlandia, junto con la Universidad Stellenbosch de Sudáfrica, han desarrollado experimentos de ingeniería sobre el impacto del espesor y la resistencia del hielo marino en el casco y los motores del SA Agulhas I.

Ya anuncian que podrá verse todo en un documental que emitirá National Geographic en su canal “Explorer”, en otoño de ese mismo año. ¡Apuntado queda!

Más información en su web: https://endurance22.org/

La pandemia del COVID-19 pone en ‘jaque’ a la ciencia en la Antártida


Un brote de COVID-19 a bordo del buque Hespérides le obliga a regresar a Argentina cuando llevaba ocho proyectos a bordo en una campaña que ha afectado a Brasil, Bélgica, EEUU, Uruguay, Rusia, Argentina y a turistas.

El Hesperides en Caleta Cierva (Península Antártica) @Armada

ROSA M. TRISTÁN

“Aquí estamos, en burbuja, encuarentenados” . El mensaje fue enviado hace pocos días desde Punta Arenas (Chile) por la científica polar española Carlota Escutia, que llevaba meses preparando el viaje a la Antártica con su proyecto DRACC22. Pero no ha podido llegar a su destino. Un brote de COVID-19 a bordo del  buque oceanográfico Hespérides, declarado cuando cruzaba la noche de este miércoles el Mar de Hoces (canal del Drake) ha dado al traste con los planes, al detectarse, hasta ahora, nueve casos positivos del corononavirus y otro dos que aún están como “sospechosos”. Por segundo año, el buque de la Armada resulta afectado por la pandemia y se trastoca la campaña antártica española.

A bordo del buque, viajan cuando escribo estas líneas un total de 90 personas, de las que 37 son personal científico de ocho proyectos diferentes. Eran quienes iban a culminar con su trabajo un a 35º campaña antártica que se había salvado hasta ahora de la infección, hasta que el miércoles por la tarde las sospechosas toses de algunos compañeros de travesía –siete de la tripulación, casi todos oficiales, y dos científicos- se convirtieron en la peor noticia posible. “Me avisó el comandante sobre las 19.30 horas y tras reunirse un comité de crisis, se decidió que se dieran la vuelta hasta Ushuaia, en Argentina, y allí esperar que hagan los 14 días de cuarentena que se exige. Estamos buscando hoteles para que, en cuanto toquen puerto, los científicos puedan bajarse y dejar más espacio a bordo para que la tripulación pueda distribuirse mejor, dado que hay camarotes hasta con 10 personas”, señala el secretario técnico del Comité Polar Español, Antonio Quesada. “Pensábamos que este año nos íbamos a librar, pero nos ha tocado”, reconoce.

Y es que ya en la pasada campaña polar, hubo un brote en el Hespérides pocos días  después de salir de Cartagena hacia la Antártida y tuvo que regresar con urgencia a Canarias. Hubo 35 casos y al final un militar acabó falleciendo. En esta ocasión, todos los casos son leves hasta el momento y se espera que no se agraven dado que está todo el mundo vacunado.

Los planes son que los científicos que van a bordo, cuando se recuperen los enfermos y todos pasen la cuarentana, en su mayor parte regresen a España. El proyecto más afectado de todos es el DRACC22, que dirigen Escutia y Fernando Bohoyo, con los que viajan una veintena de personas que iban a investigar sobre la corriente circumpolar antártica y el impacto en ella del cambio climático en una campaña oceanográfica que ya no podrá ser, al menos este año. “Aquí estamos, marcha atrás y de vuelta a Ushuaia”, explica escuetamente Escutia en un mensaje. Su plan era estar unos 20 días navegando.

Según Antonio Quesada, se está valorando que algún otro proyecto, como ROCK-EATERS, o ‘comedores de piedras’, dirigido por la microbióloga Asunción de los Ríos (CSIC), si podría aprovechar algunas jornadas hasta que se cierren las dos bases españolas. “Todavía no está confirmado nada. Nos harán mañana (por hoy) una PCR a todos nada más llegar a Ushuaia. Nosotros de momento estamos bien, aunque si hay casos entre los científicos”, confirma Asunción en otro mensaje.

Carlota Escutia, al fondo el Hespérides.

En la misma incertidumbre están los dos del equipo que estudia los glaciares, que dirige Francisco Navarro. «No saben aún si podrá ir uno de ellos cuando pasen la cuarentena, aunque sería para trabajar solo un par de día. También está el riesgo de que surjan más positivos. Están algo deprimidos», reconoce el científico de la UPM.

De hecho, el plan para la tripulación del Hespérides es que, una vez recuperada, vuelva a cruzar el Drake camino del hielo para así finalizar algunos proyectos y a mediados del mes de marzo recoger a la 73 personas que hay entre la base Juan Carlos I (Isla Livingston) y la Gabriel de Castilla (Isla Decepción), donde se sigue trabajando con normalidad.

Sobre cómo es posible que el brote se haya producido, con los protocolos de aislamientos puestos en marcha, no hay ninguna explicación. El año pasado la Armada hizo una investigación de lo ocurrido, de la que no se sabe aún el resultado. Este nuevo brote se ha declarado cuando el Hespérides llevaba desde diciembre sin pisar un puerto y más de 20 días sin tocar las bases científicas, que se han salvado hasta ahora de contagios. En teoría, la cuarentena era permanente, tanto entre tripulación como resto de personal, pero es evidente que ha habido alguna ‘fuga del coronavirus’.

En todo caso, la pandemia durante esta campaña ha impactado en la Antártida de lleno, mucho más que en la de 2020-2001. Ha hecho tanta mella en las campañas científicas de varios países que no va a ser fácil organizar la salida de todo el mundo que allí se encuentra, algo que preocupa en el CONNAP, el consejo  de directores de programas antárticos.

Se comenzó el verano austral con un brote en la base belga Princess Elisabeth que afectó a 11 de sus residentes. Luego vendrían los casos detectados en la base argentina Esperanza, los de la base brasileña Comandante Ferraz, los de la base uruguaya Artigas, los positivos de los turistas de un campamento sobre el hielo del interior continental, cerca de la base rusa de Novolazárevskaya -también afedctada por el COVID-19-, los positivos en las bases rusas Progress y Vostok (esta última en el lugar más inaccesible de la Antártida por ser el más alejado del océano), el viaje frustrado del rompehielos americano Laurence M. Gould por contagios a bordo, detectados en Punta Arenas, o el también cancelado, hace pocos días, por la misma razón del buque chileno Aquiles, que iba a hacer servicios de logística a varias bases, como la búlgara vecina de los españoles en Isla Livingston o la de checa, en la isla James Ross, que se han quedado colgadas de momento a falta de organizar esa logística, tan compleja en la Antártida.

El rompehielos americano Gould, en una imagen de la Academia de las Ciencias de EEUU

“La situación es muy complicada ahora mismo. Se anulan viajes de buques y también de vuelos a la Isla Rey Jorge por contagios de los pilotos. Y no son fáciles de reemplazar. A nivel internacional, se está tratando de buscar alternativas con otros buques para las bases que se han quedado sin ella. En el Comité Polar Español hemos contratado un avión desde Rey Jorge a mediados de marzo para sacar a parte del personal de la campaña cuando ésta acabe. Pero para ir a esa isla desde donde estamos precisamos del Hespérides. Esperemos que no se declaren más casos porque la cuenta con cada nuevo empieza de nuevo”, explica Quesada.

La situación, así, se dificulta también para campañas siguientes, dado que los proyectos no realizados deberán tener hueco en la del año que viene, lo que podría afectar, a su vez, a los que estaban ya previstos para ella; y hay que tener en cuenta que ya se acumula el retraso de la campaña anterior, cuando el buque oceanográfico se quedó sin viajar.

Una ‘ola de calor’ antártica ha roto una plataforma de hielo de 3.000 km2


Científicos chilenos anuncian que el 8 de febrero se batieron récords de temperaturas en varias bases con la llegada de vientos ‘tropicales’ al continente de hielo

@PRuiz (Inach)

ROSA M. TRISTÁN

Los vientos del trópico están transformando la Antártida. No sólo podrían tener influencia en la banquisa –como contaba en un artículo reciente en El País- sino que también andan detrás del colapso de grandes plataformas de hielo y de una subida súbita de las temperaturas, como las que han tenido lugar los pasados 7 y 8 de febrero de 2022: se alcanzaron los 13,7ºC en la base coreana King Sejong, la más alta desde 1988, en la Península Antártica. No se llegó a los 18,3ºC registrados ese mismo mes hace dos años, récord absoluto antártico, pero si que hubo una temperaturas fuera de lo normal para ese continente, tanto de día como de noche .


La explicación, según científicos chilenos, está en lo que denominan un “riego de vientos tropicales”, fenómenos puntuales que están investigando y que podrían estar detrás del fin de grandes plataformas de hielo antártico, como la que colapsó el pasado 20 de enero, más de 3.0000 kms cuadrados al este de la Península, es decir, como toda Álava, justo donde en 2002 también se rompió la gran plataforma Larsen B. En el evento de este año, ese hielo apenas tenía 20 años y unos 10 metros de espesor, frente a la gigantesca Larsen B, que si bien sólo era algo más grande (3.250 kms2) si tenía 20 veces más profundidad (200 metros) porque se trataba de hielo que llevaba allí 12.000 años . Toda la plataforma Larsen está situada la parte noroeste del Mar de Weddell, que por cierto se quiere proteger.


Raúl Cordero, científico del Instituto Nacional Antártico de Chile y en la Universidad de Santiago, explica que ese “riego de viento húmedo en la atmósfera provoca horas o días de altas temperaturas, aunque en general se trate de un verano austral frío”. “Estamos trabajando con colegas de Portugal para ver su posible relación con el cambio climático, que es muy probable, si bien aún no podemos no tenemos la absoluta certeza”.

En realidad, no fue sólo en la base asiática donde hubo una ‘ola de calor’ en esos días de febrero. También hubo récords de máximas en la base argentina Carlini (llegaron a los 13.6°C), en base ucraniana Vernadsky (los 11,5ºC alcanzados fue la temperatura más alta desde 1988) y en la base chilena Profesor Julio Escudero, donde se llegaron a los 8,1 °C a las 17.00 horas. Ésta última fue la tercera temperatura más elevada en medio siglo para un mes de febrero (recordemos que en base Esperanza se registraron 18,3º de hace dos años). “Lo curioso, además, es que también hubo elevadas temperaturas durante la noche, hasta los 6ºC, lo que en la Antártida es mucho”, señala Cordero.


La cuestión está en que estos vientos húmedos y cálidos del trópico provocan en el continente antártico lluvias que contribuyen al deshielo, aunque duren pocas horas. “El evento del pasado día 7 de febrero duró 24 horas. En el verano austral se forman lagos de agua sobre las plataformas de hielo costeras, un agua que con el sol aumenta y puede generar lo que se llama hidro-fracturas. Esos lagos son observables vía satélite. Si la plataforma está como un queso ‘gruyere’, con el empujón de estos vientos húmedos se fragmenta en pedazos, que es lo que ha pasado en enero y febrero de este año, cuando ha habido vientos de hasta 70km/h ”, explica a este blog Raúl Cordero.


Su equipo se muestra convencido de que la gran Plataforma Larser C, que pesa un billón de toneladas de hielos milenarios, podría destruirse totalmente también hacia mediados de este siglo si continúa este combinación de aumento de temperaturas y vientos. De hecho, una gran parte ya colapsó en 2017, desprendiéndose de ella el iceberg más grande detectado desde hace 65 años, el A68. Todo ello, afecta directamente el aumento del nivel del mar global, generando inundaciones y afectando a las corrientes oceánicas. Sólo ese iceberg ha vertido al océano global 150.000 millones de toneladas de agua dulce durante tres años.


Por ello, para los investigadores, el monitoreo de éste y otros fenómenos climáticos en tiempo real en Antártica se vuelve crítico para comprender los efectos del cambio climático. Chile ha instalado en sus bases cuatro nuevas estaciones de monitoreo, que están permitiendo tener datos de unas ‘olas de calor’ puntuales a las que hasta ahora no se les daba tanta importancia. “Las olas de calor de larga duración que se producen actualmente pueden dar lugar a lagunas persistentes de agua de deshielo, que a su vez han demostrado ser los principales mecanismos de colapso de las plataformas de hielo”, señalan las investigadoras chilenas Sarah Feron y Penny M. Rowe. En la misma línea, Irina Gorodetskaya, de la Universidad de Aveiro (Portugal) señala que “estas temperaturas extremas de corta duración ya han mostrado en el pasado impactos devastadores en las plataformas de hielo alrededor de la Península Antártica».


Y, por su parte, Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno (INACH) recuerda que hoy sabemos que la biodiversidad antártica es más rica de los que se pensaba y está siendo amenazada por el aumento de las temperaturas antárticas “pero estos cambios también afectan en el resto del planeta y la ciencia nos está demostrando que el calentamiento global aumenta los incendios forestales, que a su vez liberan material que cae sobre los glaciares y afecta su capacidad de reflejar la radiación solar y, por lo tanto, su capacidad de enfriar el planeta, en un circulo vicioso muy preocupante y que necesitamos comprender”.


Con el Observatorio de Cambio Climático, Chile busca instalar una red de sensores descentralizada de 8.000 kilómetros desde el norte grande a la Antártida, lo que permitirá recopilar información para la formulación de acciones de mitigación y adaptación necesarias para el futuro. Gorodetskaya, que lidera uno de esos equipos, señalaba que sobre el evento extremo de los pasados 7 y 8 de febrero han compartido la información con colegas que trabajan en la Península Antártica (chilenos, portugueses, coreanos, argentinos, españoles, rusos, británicos, ucranianos, entre otros).

Artículo en Nature (Raúl Cordero y grupo)