
Ballena en Hermanus (costa sur de Sudáfrica) donde se extraerá gas natural.
ROSA M. TRISTÁN
A pocas semanas del comienzo de la próxima Cumbre del Clima que este año tendrá lugar en África, en concreto en Egipto, ni el contexto internacional político ni económico resultan alentadores de cara a sus resultados. Mientras que la ciencia nos dice cómo el cambio climático está dañando la salud de millones de especies, también la humana, y ésta con más ahínco en el continente donde evolucionó, al mismo tiempo proliferan los proyectos que alientan la extracción de combustibles fósiles en ese mismo lugar. Se calcula que sólo los nuevos proyectos de gas natural africano tienen un valor de 400.000 millones de dólares, en clara lo contradicción con la meta de no superar un calentamiento global de 1,5º C a final de siglo. Lo financian y explotan empresas del hemisferio norte y también en los últimos años de China y la India.
El último gran proyecto en las aguas de Sudáfrica ha hecho saltar nuevas alarmas. La empresa francesa ‘TotalEnergies’ –la misma que tiene a sus trabajadores nacionales en huelga por bajos salarios- ha solicitado en septiembre licencia para explotar dos grandes yacimientos de gas en aguas de este país con hasta 1.000 millones de barriles de petróleo. TotalEnergies planea invertir 3.000 millones de dólares para comenzar a trabajar en una gran área oceánica donde, según las organizaciones ambientales, hay una espectacular biodiversidad marina. “Se haría –denuncian los ambientalistas- a expensas de la vida silvestre y de los medios de subsistencia de los pescadores a pequeña escala de la zona”.
El negocio a la vista se centra en dos bloques, los yacimientos de Brulpadda y Luiperd, que fueron descubiertos entre 2019 y 2020, justo en un lugar que es de paso de grandes ballenas –son fáciles de observar desde la playa de Hermanus, como he comprobado personalmente-, gigantescos tiburones blancos de hasta cuatro metros de largo, miles de focas y leones marinos, orcas y también pingüinos que viajan hasta allí desde la no lejana Antártida. No es la primera vez que esta empresa europea se ve envuelta en polémicas: la misma compañía construye el mayor oleoducto del mundo desde el Lago Alberto (Uganda-Congo), en el corazón del continente hasta el Indico, 1.440 kilómetros de tubería que atravesará zonas de gran riqueza de vida salvaje y humana y se llama EACOP. Por allí fluirán 1.700 millones de barriles de petróleo fuera de África. También es la misma compañía que ha trabajado, hasta hace unas semanas, en la extracción de gas costero de Cabo Delgado (Mozambique), provocando miles de desplazamientos en la región.
Ahora, para intentar frenar la extracción de esta nueva gran ‘bolsa’ de CO2 sudafricana, se ha lanzando la campaña internacional #OceanTotalDestruction, a la que se han sumado ya dos ganadoras premio ambiental Goldman, Liziwe McDaid (de la organización The Green Connection) y Claire Nouvian (de BLOOM). McDaid ha calificado el proyecto de “fraude” porque “intenta hacer ver que el cambio del carbón al gas como una transición de energía verde para África” pese a que la petrolera, que había renunciado en 2021 a esta explotación, la ha retomado en el contexto de la crisis energética en Europa. ¿De verdad su destino es la población africana? Además, recuerda que la Agencia Internacional de la Energía dijo que “más allá de los proyectos ya comprometidos a partir de 2021”, no habría más nuevos”. Pero eso fue antes de la guerra en Ucrania y el corte de suministro ruso, cuando gas aún no era ‘verde’ para la UE.
En realidad, este nuevo operativo de TotalEnergie en Sudáfrica es uno más de los muchos en ciernes encaminados a saciar el mercado de combustibles fósiles. Entre los más importantes, los también nuevos yacimientos de Zimbabue y Costa de Marfil, el aumento de extracción de petróleo en Nigeria, el del gas en Mozambique, la exploración del petróleo en el Okavango, la extracción de gas y petróleo frente a la costa de Mauritania y Senegal (en el ultimo caso explotado por la británica BP y Kosmo Energy de EEUU). De hecho, en el Foro Empresarial de la Energía en África, celebrado el pasado verano, se argumentaba que aprovechar esos recursos son el camino para acabar “con la pobreza energética” del continente, si bien la mayor parte de esa energía contaminante se va fuera del continente gracias a infraestructuras (como los oleoductos) que siempre acaban en un puerto donde embarcarla.

Desde la plataforma Africa Climate Justice, que agrupa a numerosas organizaciones de su sociedad civil, se argumenta que en realidad “los únicos ganadores serán los países ricos y las corporaciones transnacionales que buscan obtener grandes ganancias”. A nivel global, el colectivo ya ha contabilizado 195 gigantescos proyectos petroleros, que producirán 646 gigatoneladas de CO2, unas cifras incompatibles con el Acuerdo de París de 2015 y con los compromisos nacionales posteriores. Y recuerdan que el riesgo en África no es un horizonte. Es hoy.
Sólo en este año, por el continente ha pasado el ciclón Batsirai, que desplazó a 150.000 personas en Madagascar en febrero (impacto agravando los efectos de la peor sequía en 40 años); la llamada “bomba de lluvia de Durban”, que en abril destruyó miles de casas en KwaZulu-Natal (Sudáfrica); el aumento de las tormentas de polvo en el Sahel; y una escasez de lluvias que tiene a 14 millones de personas del Cuerno de África en riesgo de hambruna. morir de hambre. Estos desastres que tienen su origen en el cambio climático, no sólo socavan la seguridad alimentaria de cientos de millones de personas, sino que alimentan la violencia.
No lo dicen sólo activistas y científicos del ramo ambiental. El pasado 19 de octubre, más de 250 revistas de salud de todo el mundo publicaron de forma simultánea un editorial en el que se instaban a los líderes mundiales a hacer justicia climática por África en la COP27. Entre otras, The BMJ, The Lancet, el New England Journal of Medicine, el National Medical Journal of India y el Medical Journal of Australia.
Los autores afirman que el cambio climático tiene “efectos devastadores” en la salud de los africanos. Hablan de 1,7 millones de muertes al año por unas condiciones meteorológicas que han cambiado el clima y la ecología, generando catástrofes y aumentando la presencia de malaria, dengue, ébola… Calculan que la crisis climática ha arramblado con un tercio del PIB en los países más vulnerables y alertan de que mirar a otro lado sólo causará inestabilidad en otros continentes. “Llegar al objetivo de 100.000 millones de dólares anuales de financiación para el clima es ahora globalmente crítico si queremos prevenir los riesgos sistémicos de dejar a estas sociedades en crisis”, aseguran. Y aún así, explican, no bastará con ese dinro ya prometido en el pasado y no cumplido, sino que harán falta recursos adicionales para compensar las pérdidas y los daños, porque si se gasta el dinero en reconstruirse, no lo habrá para prepararse en evitar el desastre. “Si hasta ahora no se han dejado convencer por los argumentos morales, es de esperar que ahora prevalezca su propio interés”, concluyen.

Todo indica que en la próxima COP27 se hablará más de la vulnerabilidad climática de África y de la llamada “transición justa” a energías limpias y que ocurrirá a la vez que aumenta la presión por conseguir nuevos yacimientos de ‘energía sucia’ , incluso en lugares de ese continente que son reductos de una biodiversidad irrecuperable.
Africa Climate Justice lo califica de “hipocresía climática” en países ricos que buscan sus emisiones “cero neto” compensando su contaminación con bonos de carbono y soluciones de geoingeniería, mientras siguen financiando la extracción de combustibles fósiles bajo la tierra y el océano africanos , sin respetar los derechos de los pueblos indígenas y campesinos que viven en lugares como Cabo Delgado (Mozambique), el Okavango en Namibia, la costa sudafricana, la de Senegal o en las comunidades afectadas por el nuevo gaseoducto EACOP que cruzará el este del continente.
África se juega mucho con el clima. Pero la COP27 africana huele mucho al CO2 que se está desenterrando en el continente por parte de grandes empresas, muchas del norte, mientras su población, desprotegida y muy vulnerable, vive con esa “bomba” sobre sus cabezas. COP27 es una oportunidad para desactivarla o al menos reducir los impactos de la explosión saldando la cuenta de la injusticia climática.