Andrés Barbosa, el guardián de los pingüinos


ROSA M. TRISTÁN


El mundo tiene un agujero que supura tristeza por el sur del planeta. Andrés Barbosa, científico, pajarero, músico… Cuánta sabiduría y cuánto interés en compartir sus conocimientos tenía Andrés Barbosa, el investigador que ha fallecido tras una enfermedad, el cáncer, que en poco tiempo no le dio opción de salir adelante. “Y no será porque no hago una vida sana”, me decía hace unas pocas semanas, en una de esas ocasiones -ahora me parecen pocas- en las que contacté con él para compartir alguna información de ese continente gélido que nos unía. Ya no recuerdo la primera vez que entrevisté a Andrés, seguramente cuando estaba en la sección de Ciencia de El Mundo, pero si cuando le conocí más personalmente, al hilo de su apoyo incondicional al Trineo de Viento, del explorador Ramón Larramendi. Aunque en el hielo interior que recorre este vehículo polar no habitan los pingüinos, a los que tantos años dedicó, como gestor del programa polar español –es decir, responsable de coordinar los proyectos científicos de cada campaña antártica- entendió enseguida las muchas posibilidades que para sus colegas en la ciencia tenía ese fascinante diseño. Que no contaminara le parecía una maravilla.

Biólogo de formación, la de este año iba a ser la 16 campaña polar antártica de este científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN). De nuevo, iba para investigar sobre esos pingüinos a los que dedicó más de media vida y un buen número de artículos científicos de impacto mundial, convirtiendo a esas aves polares en auténticos vigilantes de la salud de la Antártida y, por ende, de la vida en el planeta. El periodista José Miguel Viñas, que coincidió con él en ese continente, le llamaba “el hombre que susurraba a los pingüinos” en un artículo.

No tuve la suerte de coincidir con él en mi viaje al sur, pero tuvo mucho que ver en que fuera posible. Andrés fue quien me dijo cómo solicitarlo y quien me avisó cuando salió la convocatoria en ese maremágnum de web del Ministerio de Ciencia. También fue una de las personas que antes de irme, en enero de 2020, se reunió conmigo para darme consejos imprescindibles. “Y, por supuesto, que te lleven a la pingüinera de Isla Decepción”. Y lo hice y le enviaba fotos para que viera que había cumplido. Además, allí me hice adicta a ‘pingüinear’, una afición que dudo que pueda recuperar. Me pasaba horas observando el comportamiento de esos seres a los que, como nos reveló Andrés, estamos ‘trufando’ de microplásticos, mercurio y otros venenos,l mientras les quitamos el krill del que se alimentan y derretimos su inmensa casa.

Este año 2023, tenía previsto volver con el proyecto PERPANTAR, para estudiar, como me contaba cuando le llamé para saber de la campaña antártica de este año, sobre la personalidad de los pingüinos. Con su equipo, el objetivo de PERPANTAR era instalarles emisores y ver así por donde se mueven, quienes son los más avispados y los menos atrevidos. Era una nueva fase dentro del proyecto PINGUCLIM con el que llegó a la Antártida 20 años antes para analizar los múltiples impactos que el cambio climáticos y la contaminación povocan en estos animales. Allí volvía una y otra vez hasta convertirse en un ‘crack’ en lo suyo, que fue siempre la defensa de la biodiversidad, la misma que le llevó a ser miembro del grupo de Aves y Mamíferos Marinos del SCAR (el comité científico que coordina todo lo que se investiga en la Antártida). Cuando hablamos de los planes para este año, ya sabía que no iría pero sabía que el proyecto estaba en buenas manos y quería seguirlo en la distancia.

Son muchos los científicos de todo el mundo que ha puesto de relieve la gran pérdida que supone su desaparición, y no sólo como investigador, sino como alguien que siempre estaba dispuesto a echar una mano a los demás, con una sonrisa y con energía suficiente para ir de pingüinera en pingüinera. En definitiva, un buen ser humano. Desde Australia, Chile, Argentina, México, la Eurpean Polar Board, Gran Bretaña o Estados Unidos, la redes se llenan de mensajes de condolencias y recuerdos.

Entre 2017 y 2021, Andrés fue nombrado gestor del Programa Polar español, en definitiva, coordinador de los proyectos que cada institución presentaba para la campaña de cada año, un lío en el que no sumaba más que horas de trabajo y compromiso con la ciencia, a la intensa jornada que ya tenía con sus proyectos en marcha. Cuando se salió de ese lío, el mismo 2021 comisarió la exposición “El museo en la Antártida”, abierta hasta marzo del año pasado, una muestra que acercó el mundo científico español en el sur del mundo al común de los ciudadanos, y especialmente de los estudiantes. “Hay que hacer cantera”, decía.

Y luego estaban sus pasiones más personales, como ese espíritu de ‘pajajero’, por el que empezó de socio y acabó de vicepresidente en la Sociedad Ornitológica Española (SEO/Birdlife), cuyos actos públicos fueron otros lugares de encuentro habitual. Ahí también estuvo hasta el final, asesorando, participando, cuando no andaba perdido por la sierra de Guadarrama –vivía en San Lorenzo de El Escorial- con los prismáticos al hombro buscando pájaros, o con las acuarelas, porque también le gustaba pintar en la naturaleza. También recuerdo que en algún encuentro, más de una vez me comentó que se tenía que ir deprisa porque tenía ensayos o conciertos con la Big Band Toni la banda de su pueblo en la que tocaba el saxo, que tuve la suerte de escuchar en un acto en el MNCN.

Enviada por @Andrés Barbosa

He dejado para el final su parte, quizás, más trascendente, que fue su afán de divulgar, de dar a conocer cómo los humanos estamos impactando a la vida en este mundo y lo importante que es saber lo que pasa lejos pero nos afecta cerca. Puedo decir con poco temor a equivocarme que a cuantos le propusieron eventos, charlas, conferencias, artículos o programas dijo que si, si nada lo impedía. Estuviera en España o en la Antártida. En el propio Museo organizaba Seminarios Polares para el público y para colegas de otras disciplinas que quisieran saber de todo lo que los y las polares españoles hacían por el esos lugares gélidos y desconocidos. Siempre me avisaba. El pasado año tuve la fortuna de compartir con él varios de estos eventos de divulgación, on line o presenciales, y recuerdo especialmente uno en el Museo, en el que ambos hablamos de la contaminación de los océanos ante un grupo de adolescentes que, debo reconocer, parecían poco entusiasmados. “Algo les queda, seguro”, me aseguró ante la inevitable cara de frustración que yo tenía.

Una de las últimas veces que hablamos me dijo que seguía trabajando, hasta el final, aunque a menor ritmo, pero que así mantenía ocupada la cabeza para no pensar en otras cosas, más chungas, y eso le ayudaba. El pasado día 25 publicaba en The Conversation un extenso artículo sobre los 20 años de su proyecto PINGUICLIM, un resumen que se queda corto en el inmenso legado investigador que ha dejado, pero que confirma que su mayor pasión y su vida eran una misma cosa.

Mi último contacto con Andrés fue el pasado viernes 27 de enero. Le había llamado el martes 24 y me contó que estaba «a la espera de cómo responda el organismo», con esa pasmosa y admirable serenidad que hoy me hace admirarle aún más. El viernes le envié a su WhatsApp, como tantas veces de temas polares, el link a un programa en RNE del Comité Polar por si no lo había escuchado… Por primera vez, no tuve respuesta en pocas horas.

Hoy, a la profunda tristeza porque ya no está, se suma ver que los grandes medios de este país, en los que nos enteramos de la muerte de actores, literatos, tertulianos, deportistas de todo pelaje, modistos y estilistas, no han dado la noticia de que ha fallecido un científico ambiental como era Andrés Barbosa, uno de los que más han hecho por diagnosticar durante décadas los males que causamos a esta maravillosa Tierra, alguien cuyos trabajos perdurarán por mucho más tiempo que el de otros personajes más reconocidos por la sociedad.

Los que tuvimos la suerte de conocerte, Andrés, sabemos que son muchas las lágrimas que caen por tí por donde pasaste dejando huella con tu humanidad y tu ciencia. Y los pingüinos de la Antártida, sin saberlo, también te lloran.

@Andrés Barbosa.