La ciencia antártica española entre macroalgas, pingüinos, volcanes, ‘comepiedras’ y glaciares


Camino del glaciar Jonhson en Isla Livingston, la Antártida @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Una nueva campaña polar está en marcha. Desde hace ya unos días y hasta finales de marzo, más de 230 personas, entre personal científico, técnico y militar, desarrollarán en las dos bases españolas, ambas en dos islas de la Península Antártica, un total de 26 proyectos científicos que nos ayudan a diagnosticar qué está pasando en el continente más desconocido del planeta. Las imágenes que llegan desde allí, a simple vista, muestran un paisaje menos nevado de lo esperado para estas fecha, y también los datos son preocupantes: este 26 de diciembre la extensión de hielo marino era de 700.000 kms2 menos que la media de los últimos 30 años y la más baja registrada nunca para ese día del año. El mínimo anterior, de 2018, era un 5,2% más extensión, según los datos captados por satélite.

Son datos coherentes con un cambio climático que está desmoronando gigantescos glaciares en el sur del mundo, como el Thwaties, y también las plataformas de hielo que los contienen, así como provocando olas de calor nunca antes vistas y cambiando la flora y la fauna, hasta el punto que del 60’% podría desaparecer antes de finales de este siglo, como se publicaba recientemente Plos Biology.

En esta ocasión, sólo el Buque de Investigación Oceanográfica Hespérides ha viajado hasta el continente del sur, y de momento sin incidentes debido a brotes de COVID-19, como hubo en las dos campañas anteriores (2020-2021 y 2021-2022). En la primera, el buque no pudo llegar a la Antártida como esperaba. En la segunda, tampoco pudieron desarrollarse todos los proyectos por otro brote a bordo. Cruzando los dedos, este año pasarán por las bases Juan Carlos I , el campamento Byers (ambos en Isla Livingston), y la base Gabriel de Castilla (Isla Decepción) un total de 104 investigadores e investigadoras. En esta campaña ya en marcha se les suman 15 colegas de otros países, fruto de esa colaboración internacional que es intrínseca al mundo polar, otras 50 personas entre técnicos y militares y los 60 miembros de la tripulación del Hespérides, cuyo sucesor, por cierto, ya ha sido presupuestado y será construido por Navantia en Cádiz.

En manos de todos ellos estarán 13 proyectos nacionales de investigación, la recogida de datos para cuatro series históricas que llevan años en marcha, un proyecto de defensa, servicios de vigilancia volcánica, responsabilidad del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y de predicción meteorológica (AEMET) y también se apoyará a ocho proyectos de los programas de Portugal, Chile, Canadá, Alemania y Colombia.

Hagamos un pequeño repaso de lo que se hará allí en estos próximos meses.

Líquenes en Polar-Rocks

Leopoldo García-Sancho, de la Universidad Complutense, lleva media vida viajando a la Antártida y ya se conoce muchos secretos de los líquenes y musgos que la habitan. Pero es un mundo cambiante y aún lleno de misterios, así que este año viaja con la intención de dejar colocados sensores en algunas de esas piedras que emergen del hielo, que los inuit árticos llaman ‘nunataks’, para comprobar se comportan estos seres supervivientes al frío invierno antártico y ver si reaccionan al cambio climático. Leo espera que los sensores funcionen hasta la siguiente campaña. Imagino que también estará muy pendiente de los otros líquenes costeros que rodean la base Juan Carlos I, que tiene muy protegidos de inoportunas pisadas, como pude comprobar cuando anduve, con cuidado, entre ellos.

Las Rock-Eaters: creando suelos

Esperemos que este año nada impida a la microbióloga Asunción de los Ríos , del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), llegar a la Antártida. El año pasado se quedó a las puertas por un brote de COVID-19 en el Hespérides, pero ahora anda pensando ya en cruzar la Tierra para estudiar cómo se forman los suelos polares gracias a unos microorganismos –asunto en el que es experta- que colonizan las rocas volcánicas o habitan en las que quedan libres del hielo glaciar. El proceso se llama, nos explica, “biometeorización” , que no es otra cosa que el proceso de millones de estos minúsculos seres disgregando piedras a la vez que liberan nutrientes. Asunción y su equipo tienen previsto moverse por varias islas, llevando a cuestas un laboratorio móvil con el que son capaces de secuenciar su ADN.

Los microorganismos en el aire

Hace años que sigo de cerca el proyecto MicroAirPolar pero cada campaña tiene novedades. Se adapta a todo, ya sea un Trineo de Viento, como el de Ramón Larramendi, o un globo, como este año. Y, además, en un lugar único como es la península Byers de Isla Livingston. La científica Ana Justel, su codirectora con Antonio Quesada, me confesaba poco antes de iniciar el viaje su fascinación por ese lugar que conoce bien. Allí, instalarán un globo cautivo y una torre de captación de 9 metros de altura, especialmente diseñada para esta investigación, con los que estudiarán por primera vez la distribución de los microorganismos atmosféricos en un perfil vertical de hasta 500 metros. También harán su seguimiento más a ras de tierra. El objetivo es descubrir como se mueven esos microorganismos (algo nada baladí como hemos visto con la pandemia) y ver su papel como dispersores de especies invasoras o contaminantes.

La ORCA del Sol

Unas líneas para hablar de ese proyecto ORCA que estudia la actividad solar detectando rayos cósmicos en Isla Livingston. Una sorprendente ‘caja negra’ en la que imagino a científico Juanjo Blanco, de la Universidad de Alcalá de Henares, pasando las horas en su detección.

Challenger, el reto de la presión humana

El equipo de la bióloga gallega Conxita Avila vuelve a la Antártida para estudiar como la presión humana y el cambio climático está dañando a las especies del fondo marino o bentos antártico. Quieren averiguar cómo el aumento de la temperatura o la acidificación del océano, quizá también las especies invasoras, están afectando a unos organismos que han seleccionado previamente. Explican que se trata de conocer para así proteger mejor, aunque la verdad es que no siempre se consigue: por desgracia, este año tampoco fue posible aumentar las zonas marinas antárticas protegidas en la reunión de la comisión CCAMLR (dedicada a la conservación de los recursos marinos vivos antárticos) debido, de nuevo, al veto de Rusia y China… Una pena.

Los pingüinos y.. ¡su personalidad!

De lo más fascinante que he hecho en mi vida es ‘pingüinear’. En mi viaje a la Antártida me quedaba horas observando que había pingüinos ‘pasotas’, iracundos, aventureros, vagos, juguetones… Este año el proyecto PERPANTAR, dirigido por el biólogo del MNCN Andrés Barbosa, va a estudiar precisamente su personalidad y cómo les influye para tomar decisiones distintas sobre sus migraciones. Para ello, me cuenta Barbosa, pondrán ‘emisiores’ a los pingüino barbijos y dispositivos geolocalizadores que, vía satélite, les darán la información de las zonas del océano austral que esta especie utiliza durante el invierno. Una de las encargadas en el terreno será la también gran pingüinera Josabel Belliure, de la Universidad de Alcalá de Henares. Sus conclusiones debieran ser importantes de cara a tomar decisiones sobre las capturas de ese crustáceo llamado krill que es su principal comida y que los humanos pescamos en ingentes cantidades para ‘complementos alimentarios’ absolutamente prescindibles.

¿Electricidad bajo el manto terrestre polar?

Un equipo español, dirigido por la científica Lourdes González Castillo, vuelve esta campaña a la Antártida con una investigación, bautizada GOLETA, que estrenó en la de 2021-2022 y que busca revelar qué pasa bajo el manto terrestre polar con sus propiedades eléctricas cuando se producen procesos de deshielo, que llevan aparejados el aumento del nivel del mar. Y es que hay una capa profunda en el manto terrestre que se llama astenosfera y se comporta de forma plástica-viscosa según la presión que se le ejerce desde arriba: con el peso del hielo se hunde, pero cuando éste desaparece la astenosfera vuelve a subir. Todo ello afecta a su conectividad eléctrica y están tratando de descubrir cómo ocurre en diferentes puntos de la Península Antártica.

Recorriendo los glaciares

Décadas lleva Francisco Navarro, de la UPM, estudiando los glaciares Johnson y el Hurd de Isla Livingston. Desde allí me envía una foto recorriéndolos con esquís y le imagino contando cuántas estacas de las que dejaron clavadas a comienzos del 2022 hay enterradas o cuántas están caídas en el suelo. Las estacas les sirven de control sobre el terreno para medir el balance de masa de los glaciares. Aunque el proyecto DINGLAC cuenta, además, con los satélites de apoyo y georradares para detectar los cambios en esa masa, tener puntos de control sobre el hielo es fundamental para comprobar a qué velocidad a la que se mueven los glaciares y, así, conocer su contribución al aumento del nivel del mar. El año 2020, cuando lo recorrí con su colega Ricardo Rodríguez, hubo récord de estacas caídas, prueba de que el balance de hielo iba a menos. A ver qué nos depara su trabajo este año…

El pasado y presente en el hielo antártico

El proyecto PARANTAR, que agrupa a 18 investigadores e investigadoras de España, Francia, Reino Unido, Chile y Argentina tiene como objetivos este año reconstruir temporal y espacialmente el proceso de deglaciación del archipiélago de las Shetland del Sur (Antártida Marítima) desde el Último Máximo Glaciar global, así como estudiar la respuesta de las áreas libres de hielo generadas a distintas escalas temporales. En definitiva, el equipo dirigido por Jesús Ruiz Fernández, de la Universidad de Oviedo, busca la respuesta geológica y ecológica a la retirada de los glaciares tanto en tiempos remotos del pasado, mediante técnicas cosmogénicas de datación (usadas también en paleontología, por cierto) como con la monitorizando la vegetación actual o recogiendo datos con escáneres de láser, entre otras técnicas.

Macro-algas en la Antártida

Basta pasear por la costa junto a la base Gabriel de Castilla para comprobar la gran acumulación de algas que hay en las orillas. Los fondos sumergidos de Puerto Foster, en Isla Decepción, producen unas 1.800 toneladas anuales de macroalgas y el 2% acaban en las playas de la bahía. Pero ¿cómo afecta el cambio climático, el debilitamiento de la capa de ozono y esa descomposición de algas al litoral? Eso trata de descubrir el proyecto Radiant, dirigido por Mariano Lastra, de la Universidad de Vigo.

En busca de las invasoras

El equipo de Miguel Angel Olaya (Universidad Rey Juan Carlos) persigue a las especies invasoras en la Antártida, donde cada vez son más numerosas. Allí está con Pablo Escribano. Si aquí nos invaden el mejillón cebra o las cotorras argentinas, en la Antártida lo hacen nuevos colémbolos, unos pequeños organismos invertebrados, que pude ver por el microscopio en un laboratorio del Hespérides durante mi viaje, que se encargan de degradar la materia orgánica del suelo. En Isla Decepción hay hasta seis especies de colémbolos recién llegados y los científicos españoles están tratando de averiguar cómo se comportan en las zonas termales que hay en esta isla volcánica y en las que no lo son, es decir, ver cómo responden a diferentes entornos como los que puede estar generando el cambio climático.

Incendios y nubes que llegan a la Antártida

Las nubes, el vapor de agua y, especialmente, aerosoles atmosféricos, es decir partículas, entre las que están las procedentes de grandes incendios forestales o que tienen su origen en la acción humana, están llegando a Antártida y afectando al deshielo. Dado que el calentamiento produce vapor de agua, se generan nubes y, por tanto, la lluvia aumenta, lo que no es bueno para el hielo. A la vez, las partículas de lejanos fuegos están siendo arrastradas hasta allí por la circulación atmosférica, depositándose sobre la una capa blanca que se ennegrece, impidiendo el efecto albedo (reflejo de la luz solar). Evidentemente, también aumenta el deshielo. El proyecto Trípoli, del Grupo de Óptica Atmosférica de la Universidad de Valladolid, ya el año pasado ya instaló en la Base Juan Carlos I una cámara de todo el cielo y en esta campaña pondrán en marcha un fotómetro solar-lunar, que se englobará en una red mundial (AERONET) de 600 estaciones, con los que monitorizán qué está pasando exactamente.

El reto de predecir una erupción volcánica

El nombre no puede ser más certero: “EruptING”. Es el proyecto de la Universidad de Salamanca que quiere hallar las claves sobre cómo prevenir una erupción volcánica en un laboratorio excepcional como es isla Decepción, un volcán en activo. El equipo se centrará en comprender los procesos relacionados con los gases que se liberan en una erupción, que como hemos visto en el caso de La Palma, generan graves problemas a la población afectada (aún hay una localidad cerrada por emanación de gases en la isla canaria). Tratarán, desde la otra punta del planeta, de comprender la geoquímica de esos gases en la fuente de magma profunda, durante su ascenso por la corteza terrestre y cuando emanan en la superficie.

Vigilantes del volcán

En la base Gabriel de Castilla, en Isla Decepción, la vigilancia volcánica de Instituto Geográfico Nacional (IGN) se hace desde “tres patas”, me cuenta el geólogo Rafael Abella: la sísmica, que estudia todo tipo de movimientos del suelo, con sensores que registran desde las caídas de hielo en los glaciares cercanos hasta los seísmos ocurrido al otro lado del mundo; la geodesia, con estaciones GNSS (GPS) que detectan si hay aportaciones de magma del volcán que eleven en terreno, intrusiones que también genera terremotos que los registramos con la red sísmica; y la geoquímica, que estudia todo tipo de variaciones en la propiedades químicas de las fumarolas, las aguas que se pueden producir al variar la condiciones del volcán. La pasada campaña instalaron una red sísmica potente y permanente que enviaba datos ‘on line’ hasta la sede en Madrid y en ésta la van a consolidar e instalar estaciones GPS en paralelo.

Y aún hay más…

No me detengo en los proyectos que recopilan datos históricos sobre geomagnetismo (Observatorio del Ebro); la recogida de datos para series geodésicas y oceanográficas del equipo de Manuel Berrocoso (Universidad de Cádiz); o la de información de los sensores instalados en el permafrost (proyecto PermaThermal), que Miguel Ángel de Pablos de la Universidad de Alcalá de Henares vigila desde el año 2000 con unos sensores que estas últimas campañas está modernizando. Y, por supuesto, el equipo de Aemet, que es fundamental para que todo lo demás sea posible, organizando cada día el trabajo según sus previsiones meteorológicas, además de controlar todos los datos de los diferentes observatorios, como bien me recuerda Manuel Bañón.


A todos ellos y ellas, ¡¡mucha suerte!!

Manifiesto de la otra gente: «Hay que poner fin a la guerra contra la naturaleza»


Más de 60 personas del mundo cultural, científico y del periodismo firman un manifiesto en defensa de un medio ambiente en el que se respeten los derechos de todos los seres vivos del planeta

ROSA M. TRISTÁN

El «Manifiesto de la otra gente» surgió por iniciativa del escritor Manuel Rivas y el divulgador y naturalista Antonio Sandoval, que hicieron una primera lectura del mismo en el pasado ‘Festival Eñe’ celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A raíz de ese evento, se creó un grupo en el que compartir novedades que aúnen la defensa de la naturaleza con diferentes expresiones culturales y se abrió el manifiesto a la firma de numerosas personalidades del mundo de la cultura (sigue abierto a nuevas adhesiones). Abajo se adjuntan todos los firmantes.

MANIFIESTO DE LA OTRA GENTE

Vivimos un tiempo de emergencia planetaria. Hay que poner fin a la guerra contra la naturaleza. Poner fin a los procesos de extinción. Acabar con los asesinatos ecológicos en masa contra la Otra Gente. Tenemos que establecer un nuevo contrato con la naturaleza, un contrato de reconciliación.

Es hora de descolonizar y desesclavizar nuestra mente. El respeto a la Otra Gente, a la naturaleza, es también nuestra emancipación. Sin la biodiversidad no habrá lugar para el ser humano en la Tierra.

Frente al fanatismo de la sobreexplotación ilimitada debemos abrir paso a un decrecimiento, entendido como una nueva abundancia. Abundancia en el bienestar de y con la naturaleza. Tenemos que renaturalizarnos para reencantarnos con la madre tierra.

Llegó el momento de pensar en ampliar los derechos de la Otra Gente y extender de forma universal leyes que la defiendan frente a todo tipo de ecocidio.

Hay que actuar. El primer paso, la primera revolución, es comenzar a escuchar las voces de la Otra Gente.

Firman:

María Aguilera, escritora, profesora; Marilar Aleixandre, escritora,
naturalista; Pep Amengual, biólogo; Lois Alcayde Dans, escritor,
xornalista; Rosa Aneiros, escritora; Manuel Bragado, mestre Educación
primaria; Guillermo Busutil, escritor, periodista; José Antonio Caride,
catedrático de universidad; Nati Comas, editora; Carlos de Hita, técnico
de sonido de la naturaleza; Miguel de Lira, actor; Marta del Riego Anta,
escritora, periodista; Mercedes Corbillón, librera; Xosé Diaz Arias de
Castro
, deseñador; Ernesto Diaz, naturalista; Alfonso Domingo, escritor,
cineasta; Michael Donaldson Carbon, gestor público; Pepe Fermoso,
empresario de turismo ecolóxico, profesional da comunicación; Elisenda
Figueras Llavería
, promotora cultural; Xosé A. Fraga, historiador,
divulgador da ciència; José Antonio Gaciño, periodista; Pablo Gallego
Picard
, arquitecto; Unai García Martínez, ingeniero mediambiental;
Txema García Paredes, escritor, periodista; Menchu Lamas, pintora;
Lola Larumbe, librera; Rafael Lema Mouzo, escritor, investigador,
hostaleiro; Suso Lista, escritor; Ignacio López Blanco, músico, productor,
técnico de son e luces; Isabel López Mariño, docente; Xulio López
Valcárcel
, escritor; Brais Lorenzo, fotoxornalista; Ada Lloréns,
arquitecta, urbanista y paisajista; Rosa M. Tristán, escritora, periodista;
Sol Mariño, fotógrafa e poeta; José Manuel Marraco, abogado; Gabi
Martínez
, escritor; Carolina Martínez Gila, gestora cultural; Antón
Masa
, biólogo e investigador; Xacobe Meléndrez, fotógrafo,
videocreador, meteorólogo; Javier Morales, escritor, periodista; Cláudia
Morán Mat
o, xornalista; Ramón Nicolás, profesor, escritor; Javier
Nave
s, biólogo e investigador; Olga Novo, escritora, docente; Antía
Otero, escritora, editora; Mario Obrero, poeta; César-Javier Palacios,
periodista ambiental; Antón Patiño, pintor; Mercedes Peón Mosteiro,
música, compositora, instrumentista; Xosé Manuel Pereiro, xornalista e
escritor; Héctor Pose, docente, escritor; Manuel Rivas, escritor,
periodista; Olga Rodríguez Francisco, escritora, periodista, guionista;
Xesús Ron, dramaturgo, grupo Chévere; Mónica Sabatiello, escritora,
periodista; Ramón Rozas Domínguez, xornalista cultural; Rafa Ruiz,
periodista, director ‘El Asombrario’; María Sánchez, veterinaria, escritora,
José Manuel Sande, escritor e programador cinematográfico; Antonio
Sandoval
, escritor, ornitólogo; Dores Tembrás, escritora, editora; Ruth
Toledano
, escritora, periodista, directora ‘El Caballo de Nietzsche’; Xurxo
Souto
, músico, escritor; Begoña Varela Bárcenas, libreira; Xavier
Villaverde
, director cinematográfico, productor, guionista, fotógrafo;
Yolanda Virseda, profesora, periodista.

La crisis del ‘Mar Nuestro’: la pesca en el foco


ROSA M. TRISTÁN

A pocos días de que comience la Cumbre Mundial por la Biodiversidad en Montreal (Canadá), de la que cabría esperar un acuerdo similar al de Paris para el cambio climático –y que, además, se cumpliera-, la FAO pone el foco en uno de los lugares más amenazados del planeta: el Mar Mediterráneo. Con  1.500 metros de profundidad media y 2,5 millones de kilómetros cuadrados, el “Mar Nuestro”, como lo bautizaron los romanos, está en crisis y así lo certifica un informe de la FAO, la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU, presentado hoy.

El informe “El estado de la Pesca en el Mediterráneo y el Mar Negro”, elaborado por la Comisión General de Pesca del Mediterráneo (CGPM) de la FAO, nos confirma que, pese a los esfuerzos por evitar que ambos mares se conviertan en cementerios de biodiversidad, nos queda mucho camino por andar para que un día no metamos la cabeza bajo sus aguas y solo veamos latas, toallitas y plásticos. Hoy, se señala, 73% de las especies comerciales de estos mares–las que vemos en el mercado- se sobreexplotan, es decir, que se pescan por encima de su capacidad para reponerse.

En general, esa presión pesquera -a pesar de las quejas del sector, que pareciera que aún querría pescar más días y más cantidad- es el doble de la que debiera ser si se siguieran criterios científicos. En otras palabras: habría que evitar la mitad de las capturas que se hacen si queremos un Mediterráneo vivo y capaz de alimentarnos y deleitarnos en el futuro, como viene haciendo desde que los ‘sapiens’ llegamos a sus orillas hace decenas de miles de años. Y no sólo nosotros: también los neandertales consumían sus productos, como se ha podido comprobar en las cuevas de Gorham, en Gibraltar.

Ciertatemente, la crisis del COVID-19 hizo bajar las capturas hasta un 15% en los años 2020 y 2021, lo que permitió cierto respiro bajo las aguas. Entre las especies que se han recuperado, especialmente porque están sujetas a algún plan de gestión propuesto por la CGPM, están la merluza europea y el lenguado (además del rodaballo, en el Mar Negro), pero la naturaleza precisa de su tiempo desde que se deja de explotar hasta que las poblaciones de especies se recuperan.

El español Miguel Bernal, secretario ejecutivo de la CGPM de la FAO desde poco -si bien lleva 10 años de trabajo en FAO-, nos destaca la importancia de haber logrado poner en funcionamiento 10 planes plurianuales de ordenación pesquera que abarcan unas 15 especies comerciales y afectan a casi 7.000 embarcaciones. También , señala, se han  establecido 10 zonas de acceso restringido para esta actividad que ayudan a mejorar las poblaciones y los ecosistemas de aguas profundas en más de 1,7 millones de km2 res. Pero, a la vez, es consciente del reto.

 Y es que la situación, especialmente en el Mediterráneo, es más que preocupante.

“Aquí se empezó tarde con la gestión, cuando el Mediterráneo es un mar frágil, con ecosistemas en zonas de riesgo y con países costeros muy vinculados a la pesca, al turismo, al transporte por ese mar, y a la vez afectado por la polución plástica, la destrucción de hábitats, los vertidos..”. Se empezó tarde, explica, porque resulta que los planes de gestión mencionados comenzaron hace tan sólo unos ocho años y hace apenas cinco que se aceleró su puesta en marcha. Por el contrario, aún falta por planificar qué pescar y cuánto y dónde para más de la mitad de las especies comerciales (unas 30) en todos los países implicados. Además, ¿son todos igualmente responsables o aquí también ‘pesa el pasado’?

“Si miramos atrás, la pesca en la UE se desarrolló intensamente mucho antes que en la costa africana; sus flotas crecieron mucho más que en los países no comunitarios. Ahora, en la UE la flota disminuye y el control de lo que se hace es mayor, pero la situación es más difícil en los países no comunitarios para se ajusten a la baja, cuando algunos es ahora cuando están ahora desarrollando su sector y quieren pescar. Aún así, se están adaptando”, afirma Bernal.

En la presentación del informe, pudimos escuchar a Raquel Llopis , pescadora, empresaria y miembro de la asociación A Son de Mar. Llopis mencionaba la falta de relevo generacional que hay en el sector pesquero, por otra parte poco atractivo tanto por su dureza como por los escasos salarios. Es un equilibrio entre economía y medio ambiente que no es nada fácil, por mas que desde la CGPM se promueva que “hay que asegurar alimentación y trabajo”. “Se trata de una balanza entre conservación y pesca, que no puede frenarse, pero es verdad que hay tensiones porque el sector está bajo estrés y los planes de gestión generan rechazo, lo que no impide que se sepa que hay que tomar medidas”, apunta el experto de FAO.

Y es que por si fuera poco la sobrepesca y el plástico, el cambio climático, que aumenta la temperatura del agua, propicia la llegada de especies invasoras. Según FAO, en el Mediterráneo Oriental el 50% de las capturas ya son de especies no indígenas. “En estos casos –explica Bernal- la pesca puede ser la solución. Es el caso del cangrejo azul, una especie de fuera que ya se comercializa en Argelia y aue se exporta con éxito a Europa, además de acabar con ella”.

El informe también menciona las técnicas de pesca, algunas tan polémicas como el arrastre, un método poco selectivo que genera un gran número de peces descartados para su venta una vez capturados. Bernal reconoce que es un grave problema y que habría que mejorar la técnica, si bien puntualiza que “no es verdad que se arrastre todo el fondo, pues hay zonas, como las de roca, donde no se accede” y destaca que más del 60% del Mediterráneo está libre de pesca de arrastre. Visto por el otro lado, si lo habría en casi el 40% . Otra cosa son los controles que se hacen de las pesquerías mediante a inspecciones a barcos para impedir actividades ilegales, que considera eficaces.

De lo que hay pocas dudas tras ver este informe es de que tanto el Mediterráneo como el Mar Negro son una de las regiones pesqueras en mayor riesgo. De momento siguen generando unos ingresos anuales de 2.900 millones de dólares y empleando a medio millón de personas, de las que solo una parte son tripulantes y, entre ellos, apenas el 10 % con menos de 25 años. Sin embargo, ¿hay que mantener estos niveles? Si hay sobreexplotación, está claro que sobran barcos o días de pesca o cantidades capturadas. Pero ¿Cuántos? “Es difícil de cuantificar, pero estamos en ello y este año vamos a debatir cuánto habría que disminuir. Todos, eso si, son conscientes de que con sobreexplotacion no hay futuro para este sector “, asegura Bernal.

Por úlimo, el asunto de aumentar las zonas marinas protegidas, que reclaman algunos científicos y activistas ambientales. Actualmente, ni el 2% del Mediterráneo lo está de forma total. Para Bernal,  en este asunto no se trata de proteger de la pesca, sino de otros impactos, como pueden ser la destrucción de hábitats costeros o la polución plástica. “Pesca sostenible y ecosistemas sanos pueden ir de la mano en el Mediterráneo”, defiende el portavoz y responsable de una comisión que aglutina a 23 países.

¿Y el futuro?  “Soy optimista –concluye – pero nuestro secretario general, Antonio Guterres, ya nos alerta de que tenemos que cambiar el sistema de producción y tomar medidas inmediatas. Creo que las cosas están cambiando y que para ello el asesoramiento científico es crucial; ahora bien, las medidas sin consenso, no funcionarán. Hay que debatirlas e identificar las mejores soluciones”.

Las pesquerías en pequeña escala representan el 82 % de las embarcaciones y el 59 % de los puestos de trabajo. Asimismo, dan empleo al número más alto de jóvenes, pero los salarios de los pescadores en pequeña escala son normalmente inferiores a la mitad de los de los pescadores en flotas industriales.

La CGPM está formada por 23 Estados miembros y su principal objetivo es garantizar la conservación y el uso sostenible de los recursos marinos vivos, así como el desarrollo sostenible de la acuicultura.