Una ‘ola de calor’ antártica ha roto una plataforma de hielo de 3.000 km2


Científicos chilenos anuncian que el 8 de febrero se batieron récords de temperaturas en varias bases con la llegada de vientos ‘tropicales’ al continente de hielo

@PRuiz (Inach)

ROSA M. TRISTÁN

Los vientos del trópico están transformando la Antártida. No sólo podrían tener influencia en la banquisa –como contaba en un artículo reciente en El País- sino que también andan detrás del colapso de grandes plataformas de hielo y de una subida súbita de las temperaturas, como las que han tenido lugar los pasados 7 y 8 de febrero de 2022: se alcanzaron los 13,7ºC en la base coreana King Sejong, la más alta desde 1988, en la Península Antártica. No se llegó a los 18,3ºC registrados ese mismo mes hace dos años, récord absoluto antártico, pero si que hubo una temperaturas fuera de lo normal para ese continente, tanto de día como de noche .


La explicación, según científicos chilenos, está en lo que denominan un “riego de vientos tropicales”, fenómenos puntuales que están investigando y que podrían estar detrás del fin de grandes plataformas de hielo antártico, como la que colapsó el pasado 20 de enero, más de 3.0000 kms cuadrados al este de la Península, es decir, como toda Álava, justo donde en 2002 también se rompió la gran plataforma Larsen B. En el evento de este año, ese hielo apenas tenía 20 años y unos 10 metros de espesor, frente a la gigantesca Larsen B, que si bien sólo era algo más grande (3.250 kms2) si tenía 20 veces más profundidad (200 metros) porque se trataba de hielo que llevaba allí 12.000 años . Toda la plataforma Larsen está situada la parte noroeste del Mar de Weddell, que por cierto se quiere proteger.


Raúl Cordero, científico del Instituto Nacional Antártico de Chile y en la Universidad de Santiago, explica que ese “riego de viento húmedo en la atmósfera provoca horas o días de altas temperaturas, aunque en general se trate de un verano austral frío”. “Estamos trabajando con colegas de Portugal para ver su posible relación con el cambio climático, que es muy probable, si bien aún no podemos no tenemos la absoluta certeza”.

En realidad, no fue sólo en la base asiática donde hubo una ‘ola de calor’ en esos días de febrero. También hubo récords de máximas en la base argentina Carlini (llegaron a los 13.6°C), en base ucraniana Vernadsky (los 11,5ºC alcanzados fue la temperatura más alta desde 1988) y en la base chilena Profesor Julio Escudero, donde se llegaron a los 8,1 °C a las 17.00 horas. Ésta última fue la tercera temperatura más elevada en medio siglo para un mes de febrero (recordemos que en base Esperanza se registraron 18,3º de hace dos años). “Lo curioso, además, es que también hubo elevadas temperaturas durante la noche, hasta los 6ºC, lo que en la Antártida es mucho”, señala Cordero.


La cuestión está en que estos vientos húmedos y cálidos del trópico provocan en el continente antártico lluvias que contribuyen al deshielo, aunque duren pocas horas. “El evento del pasado día 7 de febrero duró 24 horas. En el verano austral se forman lagos de agua sobre las plataformas de hielo costeras, un agua que con el sol aumenta y puede generar lo que se llama hidro-fracturas. Esos lagos son observables vía satélite. Si la plataforma está como un queso ‘gruyere’, con el empujón de estos vientos húmedos se fragmenta en pedazos, que es lo que ha pasado en enero y febrero de este año, cuando ha habido vientos de hasta 70km/h ”, explica a este blog Raúl Cordero.


Su equipo se muestra convencido de que la gran Plataforma Larser C, que pesa un billón de toneladas de hielos milenarios, podría destruirse totalmente también hacia mediados de este siglo si continúa este combinación de aumento de temperaturas y vientos. De hecho, una gran parte ya colapsó en 2017, desprendiéndose de ella el iceberg más grande detectado desde hace 65 años, el A68. Todo ello, afecta directamente el aumento del nivel del mar global, generando inundaciones y afectando a las corrientes oceánicas. Sólo ese iceberg ha vertido al océano global 150.000 millones de toneladas de agua dulce durante tres años.


Por ello, para los investigadores, el monitoreo de éste y otros fenómenos climáticos en tiempo real en Antártica se vuelve crítico para comprender los efectos del cambio climático. Chile ha instalado en sus bases cuatro nuevas estaciones de monitoreo, que están permitiendo tener datos de unas ‘olas de calor’ puntuales a las que hasta ahora no se les daba tanta importancia. “Las olas de calor de larga duración que se producen actualmente pueden dar lugar a lagunas persistentes de agua de deshielo, que a su vez han demostrado ser los principales mecanismos de colapso de las plataformas de hielo”, señalan las investigadoras chilenas Sarah Feron y Penny M. Rowe. En la misma línea, Irina Gorodetskaya, de la Universidad de Aveiro (Portugal) señala que “estas temperaturas extremas de corta duración ya han mostrado en el pasado impactos devastadores en las plataformas de hielo alrededor de la Península Antártica».


Y, por su parte, Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno (INACH) recuerda que hoy sabemos que la biodiversidad antártica es más rica de los que se pensaba y está siendo amenazada por el aumento de las temperaturas antárticas “pero estos cambios también afectan en el resto del planeta y la ciencia nos está demostrando que el calentamiento global aumenta los incendios forestales, que a su vez liberan material que cae sobre los glaciares y afecta su capacidad de reflejar la radiación solar y, por lo tanto, su capacidad de enfriar el planeta, en un circulo vicioso muy preocupante y que necesitamos comprender”.


Con el Observatorio de Cambio Climático, Chile busca instalar una red de sensores descentralizada de 8.000 kilómetros desde el norte grande a la Antártida, lo que permitirá recopilar información para la formulación de acciones de mitigación y adaptación necesarias para el futuro. Gorodetskaya, que lidera uno de esos equipos, señalaba que sobre el evento extremo de los pasados 7 y 8 de febrero han compartido la información con colegas que trabajan en la Península Antártica (chilenos, portugueses, coreanos, argentinos, españoles, rusos, británicos, ucranianos, entre otros).

Artículo en Nature (Raúl Cordero y grupo)

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