Un informe alerta de la situación crítica en el continente del Polo Sur y la necesidad de tomar medidas de protección y conservación ligadas al cambio climático, coincidiendo con una reunión del Tratado Antártico

ROSA M. TRISTÁN
Punto de inflexión inminente. Umbrales críticos para un cambio irreversible y rápido. La vida del planeta, en línea directa de los efectos cascada que se pueden provocar. Las frases están en el informe sobre la Antártida que científicos polares líderes en sus áreas acaban de hacer público mientras se celebra, un año más, la Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA), entre los días 14 y 24 de junio, que reúne a los 54 estados firmantes (entre ellos España) de este convenio internacional.
“Crisis Climática y Resiliencia del Océano Austral”, publicado por el Instituto Polar del Wilson Center y la ONG The Pew Charitable Trusts, revisa las presiones climáticas, todas de origen humano, en un continente que está cambiando rápidamente y cómo a su vez, su transformación afectará globalmente a esa misma crisis climática que la provoca y, por tanto a la vida en la Tierra. También la nuestra. Su objetiv es no olvidarnos de que este casquete de hielos del sur y el Océano Austral que lo circunda tienen un rol fundamental en la red de la vida y hay que aumentar sus áreas protegidas.
“La protección de las áreas que están en más riesgo debido a la crisis climática, como la Península Antártica, no sólo nos ayudará a revivir la biodiversidad allí, sino que también a estimular la resiliencia de los ecosistemas marinos lejanos. Además, nos permitirá monitorear los efectos a largo plazo de actividades humanas, como la pesca. De esta manera, al nutrir su salud, estamos nutriendo la nuestra. Al desarrollar su resiliencia a la crisis climática, estamos estimulando la nuestra”. Lo ha dicho Andrea Capurro, investigadora chilena en la Universidad de Boston y co-autora del informe. Toda una llamada de atención a los firmantes de un Tratado que entró en vigor hace 60 años, en unas circunstancias muy distintas.
Preguntada sobre si la situación es irreversible, Capurro, en comunicación ‘on line’ desde EEUU, comenta que “volver atrás es casi imposible” porque “en unas décadas el continente ha cambiado, la mayoría de los glaciares ha desaparecido, las barreras de hielo colapsan y si seguimos con más emisiones, como parece, llegaremos a ese punto de inflexión”.
En realidad el trabajo de estos expertos en ciencias sociales, gobernanza, biogeografía, oceanografía y biología es un compendio de lo mucho que ya se sabe a nivel científico pero tanto cuesta trasladar a nivel social. No ayuda que sea un territorio tan lejano, inhóspito. “Por eso es importante aumentar su visibilidad, comprender que lo que allí ocurre no nos es ajeno porque forma parte de un micro-planeta, que el tema del calor, los nutrientes, el CO2… Y soy optimista pese a que hay que decir que estamos en un momento clave de récords en temperaturas, en calentamiento del permafrost, y lo más grave es la velocidad de los cambios, que conocemos gracias a la cantidad de ciencia que se hace mejor que en el pasado”, señala la investigadora.

Entre las señales de alerta destaca cómo las aguas cálidas alrededor de la Antártida pueden estar provocando una inestabilidad irreversible de la plataforma de hielo que la rodea, lo que, a su vez, puede provocar el colapso de la capa helada interior que la cubre y que ya se adelgaza. El impacto será devastador para las regiones costeras de todo el mundo, con aumentos del nivel de mar de varios metros que los últimos estudios triplican respecto a previsiones previas. Una amenaza, dicen, sobre 1.000 millones de personas. La última investigación en Science Direct, hace unos días, sobre el glaciar Pine Island certificaba esta situación crítica: el Pine Island, que contiene suficiente hielo (5 trillones de toneladas) como para subir medio metro el nivel oceánico global, se está acelerando a medida que se requebraja y se rompe la plataforma helada que tiene delante.
Pero no es sólo deshielo lo que está pasando, avisan. Los océanos absorben el 40% del CO2, pero en Austral, desde la superficie hasta los 2.000 metros de profundidad, ha aumentado ese porcentaje hasta situarse entre el 45% y el 62% entre 2005-2017. Es más, por debajo de esos dos kilómetros, almacena hasta un tercio del calor que hemos generado desde 1992. A más CO2 acumulado, más se acidifica, lo que podría llevar a cambios en el ecosistema marino.
Se menciona, en concreto, el colapso al krill austral, básico en la cadena de la vida antártica, pero también las alteraciones en comunidades de fitoplancton que generan impactos en cascada en ecosistemas regionales pero también lejanos. De hecho, los nutrientes que afloran en este Océano Austral sustentan ¾ partes de la producción marina mundial. Si disminuye la cantidad de peces y cambia la distribución de especies, la pesca global disminuirá, afectando la seguridad alimentaria y otros servicios de los ecosistemas fuera de la Antártida. Todo ello ocurre, además, en ecosistemas aún tienen impactos de las pesquerías de finales de los años 90 y de la demanda creciente de nuevos productos derivados del krill.
Los expertos dejan claro que todos estos cambios son dinámicos en un lugar que contiene el 70% del agua dulce del planeta, con un hielo marino flotante que cubre 1,5 millones de kms2 y conecta el continente con su océano, con glaciares que pierden masa rápidamente, drenando el hielo occidental y oriental. Y hay muchas dudas sobre cómo responderá el hielo interior al inestable hielo marino en el que se sustenta.. “La inestabilidad de la capa de hielo marino, podría causar 4 o 5 metros de aumento del nivel del mar para 2300 en escenarios de altas emisiones contaminantes”, auguran sus modelos. Atrás está quedando ese ciclo de enfriamiento antártico en el que ganaba masa helada. Ahora todo son pérdidas.
“Los científicos nos están diciendo que la Antártida juega un papel vital en el futuro de nuestro planeta y tienen un argumento convincente para que las organizaciones que gestionan la diplomacia antártica incorporen las consideraciones climáticas a su trabajo”, asegura Evan Bloom, del Instituto Polar del Wilson Center y antiguo jefe para Política Exterior Antártica de Estados Unidos.
Esta diplomacia, en la que el Tratado Antártico tiene mucho que ver pero también la CCAMLR (la convención para la conservación de la vida marina antártica), en palabras de Andrea Capurro, “tiene que incorporar el cambio climático en su toma de decisiones: identificar las especies afectadas, preservar hábitats únicos”.
Ahí se encuadra la petición de aumentar la proteccion de áreas marinas antárticas, que se tratan de ampliar y se encuentran con el veto (dado que se require unanimidad) de Rusia y China en el seno de la CCAMLR. “Ha quedado claro que, como parte del manejo de la crisis climática, el establecimiento de una red circumpolar de áreas marinas protegidas en el Océano Austral, entre otras acciones de gestión, contribuirá de gran manera a la ciencia climática y ayudará a desarrollar políticas relacionadas con el clima para todo el planeta”, asegura Mike Sfraga, director del Instituto Polar del Wilson Center.
“El sistema de consenso”, explica Capurro, “es una fortaleza porque las decisiones deben ser adoptadas por todos los países o no servirán, pero eso require negociación, y tiempo”. “Ahora hay una gran presión diplomática de la UE, EEEUU, Argentina y Chile para seguir negociando”.
¿Y de qué sirve proteger si el cambio climático continúa? “Será mejor si reducimos emisiones de CO2, pero esas nuevas áreas generarán mayor resilencia en la Antártida, controlando más la pesca, donde ahora no se tiene en cuenta el cambio climático”, responde.
Y es que ddemás de nuevas áreas protegidas (en el Mar de Weddell, la Antártida Oriental y la Península Antártica) proponen incorporar la crisis climática en las políticas de gestión de pesca y apostar por “una estrategia preventiva” para prevenir cambios irreversibles en las especies, en lugar de tratar de arreglar a posteri lo desastres. Afiman los científicos que la CCAMLR no puede basarse sólo en poblaciones de peces para aprobar cuotas de pesca, sin contar con variable climática. Y ponen de nuevo de ejemplo el krill: la normativa actual puede esatr omitiendo presiones pesqueras en lugares localizados donde ya tienen el impacto de sus depredadores (pingüinos, ballenas y focas).
“Los gobiernos tienen la oportunidad de promover estrategias de mitigación del cambio climático con la conservación de la Antártida. Debido a la importancia que tiene para toda la vida en la Tierra, hacemos un llamado a los estados miembros de la CCAMLR para proteger nuestro futuro estableciendo esa red globalmente coordinada de áreas marinas protegidas alrededor de la Antártida”, ha señalado por su parte Andrea Kavanagh, directiva de The Pew Charitable Trusts.
“El Tratado Antártico es un ejemplo de éxito al dedicar un continente entero a la paz, la ciencia y la cooperación. Ahora la esperanza es que se puede proteger”, concluye Andrea Capurro.