¿Deforestas? Cuatro árboles por persona al año en los países ricos


Una investigación de ‘Nature’ revela el impacto del comercio internacional global en la deforestación tropical

ROSA M. TRISTÁN

Incendio en la Amazonía.

La imagen de los miles de contenedores varados en el Canal de Suez, tras el accidente del gigantesco buque Ever Given (Evergreen, pone en su casco) da idea del volumen de un comercio global que implica millones de toneladas de recursos naturales (léase agua, tierra, biodiversidad, minerales o bosques) viajando de un lugar a otro del planeta. Ahora, una investigación publicada en Nature, pone algunas preocupantes cifras a lo que se refiere a los árboles: cada persona de los países más ricos del planeta consume al año una media de cuatro árboles o 58 m2 de bosque al año y, lo que es peor, muchos proceden de los trópicos. Algunos, comos los suecos, llegan a los 22 árboles. ¿Cómo es posible entonces que en sus informes nacionales florezcan los bosques?

Una investigación de los japoneses Nguyen Tien Hoang y Keiichiro Kanemoto, del Instituto de Investigación de la Humanidad y la Naturaleza de la Universidad de Kioto, contesta a esta pregunta con un análisis de la deforestación global desde el punto de vista del comercio internacional que abarca desde 2001 a 2015. Volviendo al Ever Given ¿Cuánta madera habrá sido talada para llenar un buque de esas dimensiones? ¿Y los más de 300 que esperaban detrás?

Nguyen explica, por email, que  “mientras tienen ganancias forestales netas a nivel nacional, muchas economías importantes, como China, India, los países del G7 (excepto Canadá, donde el área de cubierta forestal se reduce)  y otros países desarrollados han expandido principalmente sus huellas de deforestación no doméstica en todos los biomas forestales, entre los que destacan los bosques tropicales” . Es decir, que “las importaciones de productos básicos relacionados con la deforestación tropical tienden a aumentar, mientras que se informa que la tasa de deforestación global está disminuyendo”.

Gráfico sobre la huella pér cápita de la deforestación

Para esta investigación, Nguyen y Keiichiro han utilizado datos de teledetección y un modelo de entrada-salida de productos de múltiples regiones, mapeando los cambios espacio-temporales en las huellas de deforestación global durante esos 15 años con una resolución de 30 metros.  “Dado que es la deforestación es la principal amenaza para la biodiversidad, nuestros mapas pueden ayudar a los legisladores a seleccionar los puntos críticos de especies que puede priorizar un país específico para reducir el impacto ecológico de su huella de deforestación. Además, políticos y las empresas pueden tener una idea aproximada de dónde y qué cadenas de suministro están causando esa deforestación y revisarlas para buscar soluciones específicas”, argumenta Nguyen.

De hecho, los 3,9 árboles que indirectamente talan al año cada uno de los consumidores que habitan en el G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) proceden de puntos críticos de biodiversidad, como el sudeste asiático, Madagascar, Liberia, América Central y la Amazonía. Y son pérdidas asociadas a las actividades humanas, como la agricultura, silvicultura, urbanización o la producción de servicios básicos, sin considerar los incendios forestales, que no tienen que ver directamente con el comercio internacional, aunque si en gran parte con la actividad huamana. También dejaron fuera lo relativo a los consumos nacionales.

Las huellas de la deforestación, indican, son muy visibles en Brasil, Madagascar, Argentina, Indonesia y Costa de Marfil, que exportan productos que dañan los bosques (ganado, soja, café, cacao, aceite de palma y madera) al G-7 y China. Es llamativa la huella de algunos consumos muy concentrados, como el caso de Singapur (cuyo impacto se siente en Malasia, Sarawak, Madagascar o en el Petén  de Guatemala). La huella deforestadora de China, Japón y Alemania es también muy elevada en África y la Amazonia.

Incluso hacen un mapeo por productos concretos: el consumo de cacao en Alemania destruye los bosques de Costa de Marfil y Ghana, el algodón y sésamo que compran los japoneses, afecta a  la costa de Tanzania y el caucho y la madera que importa los chinos les llega de Indochina y el norte de Laos. En el caso de Estados Unidos, los puntos críticos son sus importaciones de madera de Camboya y Canadá, caucho de Liberia, frutas y nueces de Guatemala, carne y soja de Brasil y Chile. De la UE destacan que está entre los grandes importadores de soja y carne brasileña, que fomenta la destrucción de la Amazonía y la larga mano de China la detectan en las talas en Malasia, de donde importa palma de aceite, caucho y cacao.

Los investigadores encuentran que, pese a que aumenta la concienciación social sobre la deforestación, países como China e India han expandido su huella rápidamente: en 2014, la deforestación causada por sus importaciones fue más de seis veces superior a la de 2001.

Otros países del G20 también entraron en déficit en 2015.

Respecto a la pérdida promedio de árboles importados por persona en Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido fueron similares, alrededor de la mitad de los cinco árboles por estadounidense. Y si el consumo sueco supone 22 árboles por persona (la biomasa representa el 23% del suministro de energía nacional), en Noruega y Canadá rondan los 16. Pero para los autores, lo importante no es tanto el número como el rol que tiene ese árbol en la biodiversidad: “El impacto ambiental de tres árboles de la selva amazónica puede ser más grave que el de 14 árboles de una plantación por un noruego”.

Detectan, además, cómo hay países (como EEUU y Rusia) que importan ‘bosques tropicales’ mientras exportan ‘bosques boreales”. ¿Cómo no va a haber ‘atascos’ de tráfico de impacto global? Porque comprueban que en los 15 años de su estudio es una tendencia que va a más: la deforestación ‘importada’ es ya del 74% en USA y del 77% en Rusia; y en el caso de Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, en 2015 entre el 91% y el 99% y, de ella, entre el 46% y el 57% procedía de zonas tropicales.

Asimismo, ponen en evidencia como la deforestación y el PIB tiene mucho que ver: en esos 15 años todos los países desarrollados, salvo excepciones, aumentaron su PIB per cápita, es decir, su consumo y su dependencia de lo que importan. “El crecimiento económico no evita la deforestación, sino que la potencia, por más que a nivel nacional los países ricos eviten pérdidas de bosques”, aseguran.

Es decir, que si bien detectan un aumento de la concienciación contra la deforestación tropical –con iniciativas como la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación forestal (REDD +), que pone en valor no deforestar, o el consumo de bosques sostenibles, cuyos productos son certificados como tales, no es suficiente. “Los fondos disponibles para asegurar estos acuerdos y las certificaciones son limitados y su efectividad para detener la deforestación sigue siendo incierta. Más del 80% de las áreas forestales certificadas en el marco del Programa para la Aprobación de la Certificación Forestal (PEFC), el sistema de certificación forestal líder en el mundo, se encuentran en Europa y América del Norte, no en los países de acogida de la deforestación tropical”, recuerda Nguyen.

Tampoco está siendo efectiva, a su modo de ver, la Declaración de Nueva York sobre los Bosques, aprobada en 2014, con la que pretendía reducir la deforestación en un 50% para el año 2020. Nada más lejos de lo logrado porque, recuerdan, las acciones son lentas, no cubren toda la oferta de productos y, además, hay poca transparencia y mucho blanqueo y fugas de madera.

¿Soluciones?

Los autores insisten en que proteger los bosques tropicales requiere soluciones integrales y a largo plazo, porque no vale mejorar mucho en el norte si con ello empeoramos la zona más rica del planeta.

Queremos que la gente piense en la deforestación antes de consumir productos que hacen peligrar esos bosques. Combatir la deforestación es una responsabilidad compartida entre los sectores público y privado y entre productores y consumidores. Y los países desarrollados tienen bases financieras y legales sólidas para reducir su huella de deforestación. Por el contrario, la protección de los bosques en los trópicos, principalmente en países pobres, requiere soluciones integrales a largo plazo, junto con una financiación significativa”, señala el investigador japonés. “Noruega ha comenzado recientemente a pagar parte de un acuerdo de 1.000 millones de dólares a Indonesia para reducir las emisiones forestales. También escuchamos que el gobierno alemán había impulsado recientemente ‘regulaciones vinculantes’ para toda la UE sobre el cacao producido de manera sostenible. Son buenos pasos adelante en la reducción de la deforestación tropical incorporada en el comercio y el consumo internacionales”.

No puedo dejar de mencionar otra investigación reciente, publicada en Frontiers in Veterinary Science, que apunta a la deforestación tropical como una de las principales causas de pérdida de biodiversidad con un impacto negativo en la salud humana. En este caso, lo hacen estudiando la cobertura forestal y el aumento de plantaciones de palma aceitera en varios países y encuentran una relación entre brotes de enfermedades zoonóticas, transmitidas por vectores, entre 1990 y 2016, en la deforestación de los trópicos, pero también en la reforestación de zonas templadas, que suele hacerse sin atender a la biodiversidad de especies.

Los autores, en este caso investigadores de Tailandia y Francia, insisten en «la necesidad de construir urgentemente un marco de gobernanza internacional para garantizar la preservación de los bosques y los servicios ecosistémicos que brindan, incluida la regulación de enfermedades», algo que ahora más que nunca se está poniendo en evidencia con la pandemia de coronavirus.

En definitiva, bosques, comercio y salud son un trío hoy indisoluble en un desequilibrio que nos hará caer. Multiplicar 4 árboles per cápita al año por cada uno de nosotros da una cifra de vértigo para una cubierta forestal que ya ocupa apenas el 30% de la tierra de la Tierra.

Los árboles revelan que las mayores sequías en 2.000 años fueron las de 2015 y 2018


@ROSA M. TRISTÁN

ROSA M. TRISTAN

Europa se seca más que en los últimos 2.100 años, cuando el Imperio Romano era el mandamás del continente y promovió una deforestación tan intensa que dejó el suelo del Viejo Continente erosionado en toda la cuenca del Mediterráneo. Ahora es el cambio climático, también generado por los seres humanos, lo que nos está secando y precisamente nos lo cuentan los árboles a los que tan poco aprecio tenía Julio César. 

Utilizando los anillos de los troncos, que son estables en isótopos de carbono y oxígeno, un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge y la Academia de Ciencias Checa, publican en Nature Geoscience esta semana el resultado de un trabajo con más de 27.000 mediciones realizadas en la República Checa y sureste de Bavaria, además de las cercanías (Alemania, Austria, Hungría, Eslovaquia…). Gracias a estos anos nos remontan en la historia, hasta el clima del año 75 a. C. Más de dos milenios atrás, en los que 21 robles vivos y 126 relictos (Quercus spp.) han sido testigos de sequías de tiempos tan remotos como la que hubo en el año 40, el 590 y el 950l 1510 d.C. También las del siglo XXI, que son las más intensas. «Nuestra reconstrucción demuestra que la secuencia de sequías estivales en Europa desde 2015 no tiene precedentes en los últimos 2.110 años. Esta anomalía hidroclimática probablemente sea causada por el calentamiento antropogénico y los cambios asociados en el posición de la corriente en chorro de verano», señalan en sus conclusiones.

En concreto, en el trabajo utilizan dos especies de robles: el Quercus robur y el Quercus petraea, los géneros muy extendidos
en Europa central. Explican que el crecimiento del roble está limitado por la disponibilidad de humedad del suelo, sobre todo en el  período que va desde finales de primavera hasta principios de otoño. Los investigadores, liderados por Ulf Büntgen, además de los árboles vivos, recurrieron a fósiles y a madera histórica de construcciones de campanarios y torres de iglesias, así como muestras arqueológicas que extrajeron en colaboración con varias entidades comerciales durante las excavaciones. «Es la primera vez en la historia que tenemos una visión tan completa de la historia del clima en Europa y se confirma que estamos en el periodo más seco», señala el biólogo Fernando Valladares sobre este trabajo.

Y es que en el artículo mencionan expresamente los graves impactos de las tres últimas grandes sequías europeas: la de 2003 (hubo más de 70.000 muertos por el calor aquel verano), la de 2015 y la de 2018, sobre todo en el sur del continente, donde hubo un aumento de plagas, pérdida de cosechas, límites al tráfico marítimo e incluso problemas de refrigeración en las centrales nucleares. No hay nada parecido en los dos milenios anteriores.

No es que sean las primeras… En lo que llaman Atlas de Sequías del Viejo Mundo recogen otras variaciones de sequedad y humedad antiguas y encuentran que entre la Edad Media y 1978 había sequías son interanuales y por decenios, si bien nunca hubo una tendencia a un clima seco como en las últimas décadas, sobre todo desde los años 50 del siglo XX. Las más extremas, no obstantes, fueron en 2015 y 2018. Antes de estas últimas, señalan, los más episodios más llamativos habían tenido lugar entre  los años 1490 y 1540, con un pico en torno a 1508-9. También hubo un periodo de aridez en torno a la Pequeña Edad de Hielo, en el siglo VI, un momento de grandes migraciones humanas. Siglos después, en la madera quedó registrado un periodo húmedo, en el XIII y XIV, que coincidió con la terrible Peste Negra.  Y más adelante, los anillos retrataron la llamada ‘sequía del Renacimiento’, en pleno siglo XVI, momento en el que Centroeuropa se llenó de más de 70.000 embalses y sistemas de recogida de agua para paliar sus efectos.

«Es una investigación muy interesante porque utiliza los isótopos de carbono y oxígeno para dar una visión muy completa del pasado. Conocíamos un trabajo de reconstrucción de las temperaturas de los últimos 11.000 años [se han hecho análisis con insectos semifosilizados y con sedimentos de tierra y hielo] pero no con este nivel de detalle. Lo más aproximado que había eran trabajos hasta dos siglos atrás, pero aquí usan un bio-indicador como es un árbol y la forma como vive la sequía con un detalle revelador», señala el científico español. 

Los investigadores añaden que, en contraste con hallazgos realizados de Europa Occidental y en el occidente Cuenca mediterránea, el aumento e intensidad de las sequías en Centroeuropa no tiene que ver con grandes erupciones volcánicas. Ninguna de las cuatro erupciones históricas más grandes – la de 536 (desconocida), en 1257 (Samalas), en 1783-1784 (Laki) y en 1815 (Tambora)-, parecen haber afectado a esta zona ni haber causado variaciones de clima. Tampoco lo hicieron las 12 erupciones que ocurrieron entre el año 100 y el año 1200. De ahí que apunten a las emisiones de gases con efecto invernadero de origen en la actividad humana como causantes de las últimas grandes sequías, lo que no hace sino confirmar que el cambio climático es una realidad.

Por último, reconocen que los impactos de la circulación atmosférica y oceánica en el norte del Atlántico sobre las sequías en el continente europeo son un ámbito de estudio que todavía es muy desconocido. Así que queda mucho trabajo pendiente, y habrá que esperar a modelos simulen la variabilidad hidroclimática regional con mayor precisión, pero lo que parece claro es que los árboles y su madera son un buen termómetro de lo que está pasando en la Tierra. Además de arder cada vez en incendios más monstruosos, sucumbir a tormentas extremas (como Filomena, en España) o no prosperar en zonas donde antes si lo hacían, son cuidadosos ‘escribanos’ de lo que estamos haciendo.