Krill, la ‘gamba de oro’ que puede ‘colapsar’ la vida en la Antártida


El mercado en auge de este crustáceo en China y Noruega y una posible entrada de Rusia ponen en riesgo a la fauna antártica. La protección del océano se discute estos días a nivel internacional

Foca sobre un témpano de hielo en la Antártida. @Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Cuanto más se profundiza en algunas cuestiones relacionadas con la especie humana y su relación con el resto de las especies… más se afianza la sensación de que ciencia (raciocinio) y economía (dinero) son mundos paralelos. Esa es la sensación al investigar sobre el krill antártico, esa especie de gamba/langostino, un crustáceo, que es fundamental para la fauna polar, incluidas las ballenas, y que proporciona nutrientes a los mares, gracias a las corrientes que circulan por los océanos del planeta. Además, los 379 millones de toneladas que existen -dicen algunos informes-, también retienen más de 23 millones de toneladas de CO2, ese gas contaminante que expelen nuestros tubos de escape,  chimeneas, aviones, buques, etc, etc… y que está empañando el futuro, el nuestro y el del krill.

Pues bien. Ese pequeña gamba, tan abundante como imprescindible, que se alimenta de algas que crecen bajo un hielo marino que va a menos, es objeto de deseo de quienes, sin ser conscientes del daño que causan, lo consumen convencidos de que es bueno para su salud porque tiene omega-3 (como las nueces, por cierto)  o para sus vacas, porque también se hace harina de pescado para piensos, o incluso para sus perros.

Una entrevista publicada en el portal SeaFood, de Mark Godfried, proporciona datos reveladores, a través del testimonio de Dmitri Sclabos, un agrónomo de Chile que dirige la empresa Tharos, especializada en pesquería de krill. Dice Sclabos que su empresa es sostenible porque ha ideado un sistema que permite conseguir el codiciado aceite de krill de forma más eficiente y productiva en los mismos buques que lo extraen del océano, que ya no se procesa en tierra. Y es sostenible porque así se consume menos petróleo, pero no porque se capture menos.

A finales de 2019, aventuraba que la demanda china de aceite de krill puede alcanzar hasta 4,5 veces la producción mundial actual y hasta cuatro veces la de harina. De hecho, la empresa china Shen Len ya botó el pasado año el barco más grande del mundo diseñado para pescar krill antártico. Y es el primero de dos.

Por cierto que también en la desarrollada Noruega, la empresa Aker Biomarine está buscando desarrollar alimentos y medicamentos de alto valor a partir del krill antártico. Es verdad que en 2018 se sumó al grupo de grandes compañías pesqueras noruegas que dejaron de pescar krill en la Península Antártica –tras una intensa gran campaña de Greenpeace- pero lo cierto es Aker que siguen haciéndolo en otras zonas del continente, también vulnerables, y que por sus proyectos no parece que vaya a rebajar sus cuotas de captura.

El barco chino Shen Lan, especializado la captura de krill antártico. De Web CCAMLR

En la entrevista, Sclabos apunta que la demanda china puede acabar cambiando la gestión del krill antártico, que ahora depende de la Convención para la Conservación de Recursos Marinos Antárticos (CCAMLR), de la que este país forma parte, y que podría trabajar en los próximos cuatro años hacia un sistema que promueva aumentar la pesca, en lugar de limitarla, que es lo que correspondería en un contexto de cambio climático y que es lo que quiere hacer la mayoría de CCAMLR siguiendo criterios científicos. Además ¿Cómo cuadra este hecho con la defensa de la biodiversidad en los grandes foros de la ONU por su presidente Xi Jinping? Y por otro lado, las cuotas de la CCAMLR, convención aprobada en 1982 de la que forman parte 25 países (con la UE), permite capturar un máximo de 620.000 toneladas… Entonces ¿Por qué seguir fomentando la demanda de ese pequeño y valioso animal marino? ¿Por qué buscarle más y más posibles salidas?

Basta entrar en la web de Aker para ver hacia donde van esos nuevos mercados para el krill: introducir su aceite en la comida para perros, como complemento alimenticio en todo el ejército de Estados Unidos, la acuicultura, nuevos fármacos… 

En el caso de China, además, se subvenciona su captura a través de un proyecto lanzado en 2011 destinado a su procesamiento rápido o apoyando la construcción de estos grandes buques arrastreros o invirtiendo en la ciudad de Haimen, donde se ha anunciando hace unos meses la instalación de una gran factoría que manejará ella sola 50.000 toneladas de krill al año (que se valoran en 773 millones de euros). 

La única esperanza que aporta Stablos es que si China se sale de los límites y por tanto de la CCMALR habría una gran reacción en contra en el mercado internacional, arriesgándose a un boicoteo de sus productos. Por otro lado, está la noruega Aker, que aunque dice ser ahora más sostenible en sus arrastreros, tiene una presencia mayor que China y también con creciente producción. Stablos estima que, pese a que el límite de capturas de krill actual es de 620.000 toneladas, para cubrir demanda anual en pocos años serán necesarias hasta 1,2 millones de toneladas, casi el doble que ahora, lo que puede romper el consenso en CCMALR.

Esta ballena azul come cuatro toneladas de krill al día. @BBC

¿Cómo cuadrar esto con el cambio climático y su impacto en este crustáceo? Porque la ciencia nos dice que ya está siendo afectado en su alimentación, pero es que además, ciclos biológicos que antes tenían lugar en febrero y marzo ahora se pueden ver en noviembre o diciembre. De hecho, estas razones, y la necesidad de proteger a la fauna antártica que vive de la ‘gamba de oro rojo’, están detrás de la propuesta para proteger una gran extensión del Océano Antártico de las pesquerías, hasta cuatro millones de kilómetros cuadrados. La propuesta se discute estos días, como os contaba en «Proteger la Antártida antes de que sea tarde».

Pero falta hablar de Rusia, que tampoco es muy proclive a proteger nada más de lo que ya está protegido, que es poco. En mayo de este año, Pyotr Savchuk, presidente de la Agencia Federal de Pesca rusa, señalaba que “hay suficiente stock de krill’ para meterse en el mercado a lo grande. Savchuk dijo que tendrán que construir nuevos barcos especializados, además de instalaciones de procesamiento en tierra pero que los altos niveles de omega-3, vitaminas y otros ácidos grasos saludables del krill «lo hacen muy atractivo como recurso para aplicaciones en alimentos, acuicultura, farmacología y productos nutracéuticos”. Toda una declaración de intenciones.

De hecho, en mayo pasado culminó una expedición rusa a la Antártida de cinco meses (de AtlantNIRO) cuyo objetivo era “estudiar su hábitat y su situación” para así hacer ‘recomendaciones sobre cómo los barcos rusos pueden introducirse en este océano para que sea rentable”. A destacar que no se mencionó la palabra sostenibilidad.

Como miembro de la CCMALR, Rusia puede pescar allí. Es más, ya lo hizo en el pasado, llegando a capturar en 1982 un total de 491.000 toneladas, de las 528.000 totales ese año, vamos el 90%. Tras la caída de la URSS, su interés en el krill decayó hasta prácticamente desaparecer de escena hace 10 años. Claro que fue entonces cuando llegaron China, Noruega, Corea del Sur, Ucrania y Chile a tomar el relevo. En todo caso, aún no está claro si el gobierno ruso considera muy rentable invertir en un mercado con límites y con tanto actor presente, pero si ocurre ¿habrá pastel para tantos?

Con este panorama, cabe preguntarse dónde queda la ciencia y sus conclusiones, la sostenibilidad ambiental en un lugar tan especial como frágil, cabe preguntarse qué pasará con la demanda de crear grandes áreas marinas protegidas para, precisamente, entre otras especies, salvar al krill. Sobre todo, cabe preguntárselo porque hoy el mundo mira hacia otro lado.

De epílogo un dato para recordar: sólo una ballena azul necesita 3,4 toneladas de krill al día para su alimentación. Lleva consumiéndolo millones de años. ¿De verdad nuestros perros necesitan ahora un poco de aceite de esa gamba para vivir? ¿Lo necesitamos los humanos? ¿Y nuestras vacas?

La Antártida amenazada: proteger antes de que sea tarde…


@Rosa M. Tristán

ROSA M. TRISTÁN

Los científicos, políticos y activistas ambientales de todo el mundo se movilizan estos días en busca de lograr una mayor protección del Océano Antártico. Entre ellos, un grupo de investigadoras de diferentes países, que participaron en las expediciones polares Homeward Bound y que han publicado en Nature un artículo que resume la situación, coincidiendo con el inicio de las reuniones de la Convención para la Conservación de los Recursos Marinos Antárticos (CCAMLR), este año on line, que se celebra este mes de Octubre.

La campaña de presión para conseguir proteger uno de los lugares más prístinos y amenazados del planeta no es nueva, pero sigue siendo necesaria dado que hay gobiernos de países que aún no entienden que sin conservación no hay futuro que valga. Organizaciones como la de Philipe Cousteau, Greenpeace o la americana Pew Environment llevan meses reclamando que los mares antárticos dejen de ser expoliados por la infatigable depredación humana. Basta fijarse en el supermercado de al lado de casa para comprobarlo. Fauna antártica a bajo costo, congelada o en píldoras metidas en cajitas.

Un informe firmado, entre otras investigadoras, por Casssandra Brooks en la revista científica PloSOne, recordaba este mismo año que hay un 12% de ese océano calificado entre las Áreas Marinas Protegidas, pero solo un 4,6% (el Mar de Ross) está libre de capturas. Y todo ello en un lugar donde las masacres se han repetido a lo largo de la historia. En concreto, desde que a finales del siglo XVIII llegaron los primeros foqueros (el escritor y científico Javier Cacho cuenta en ‘Héroes de la Antártida’  que se llegaron a cazar tres millones de focas en siete años) y a finales del siglo XIX lo hicieron los balleneros. Pude ver en Isla Decepción los restos de los grandes depósitos en los que se acumulaba su grasa, hoy ruinas entre las que que pasean ceñudos leones marinos y algunos despistados pingüinos.

Pero si bien esa imagen que aún huele a muerte es pasado, el mismo aroma sigue acechando a la fauna antártica. Y con enemigos poderosos y diversos. Para empezar, ahora las víctimas principales de las capturas no son las simpáticas focas y ballenas, pero si otras fundamentales para su futuro. Se trata de una especie de ‘gamba roja’, el krill, que vive bajo los hielos antárticos marinos y es el alimento de sus vecinas mayores. A su vez, sus excreciones alimentan a otros microorganismos. Es decir, está en la base de toda una cadena tejida a lo largo de millones de años.

Y esa cadena se está rompiendo. Desde luego, por el cambio climático: en febrero de este año, cuando yo andaba por allí, las temperaturas alcanzaron los 20,75°C en la Península Antártica, un récord que fue circunstancial pero que se encuadra dentro de una ‘ola de calor’ con medias superiores a las registradas en los 70 años anteriores. Es más, científicos chilenos han comprobado que también el invierno antártico que acaba de terminar ha sido el más cálido en 30 años, y como consecuencia, la mayoría de los glaciares y el hielo marino retrocede, así que el krill pierde su hogar y se desplaza más hacia el Polo Sur buscando frío; con él va el resto de la fauna en busca de su supervivencia. Y, claro, los buques pesqueros…

Pero es que, además, este crustáceo se ha puesto de moda, como un moderno antioxidante, un  suplemento dietético de omega-3 que se vende en tiendas y webs que promocionan ‘la vida natural’. Y también se utiliza como harina de pescado para alimento de nuestras vacas, pollos y cerdos, aunque pocos ganaderos se preguntan por el origen del pienso. ¿Quién va a imaginarse que con un filete está acabando con la vida de los pingüinos? Sólo en 2019, según el artículo de Nature, se capturaron casi 400.000 toneladas de krill, la tercera captura más grande de la historia, y más del 90% se recogió alrededor de la Península Antártica. Como por el deshielo viaja cada vez más al sur, en su búsqueda, como decía, también van los buques pesqueros, que alcanzan zonas donde se reproducen pingüinos, focas y ballenas. A ello se suman otras especies de peces, sobre cuyas poblaciones pocos datos se han conseguido en tan gélidas aguas, aunque si se sabe que la pesca de merluza antártica (también llamado bacalao austral) es un pingüe negocio, y que de merluza austral o de langostinos australes es masiva. Los dos últimos es fácil encontrarlos en supermercados en España ¡Y en oferta a dos euros el kilo!.

Otra amenaza es el turismo. Según este artículo, más de 74.000 personas visitaron en 2019 la Antártida. En algunos sitios hubo hasta 20.000 visitantes, como Isla Rey Jorge. Incluso hay viajes de ida y vuelta en el día desde Punta Arenas por aquello de hacerse el ‘selfie antártico’. Bien es verdad que el coronavirus está poniendo en crisis estos viajes, que ya se resintieron la temporada pasada y aún lo harán más la siguiente, pero todo puede volver a ser lo que era, así que las autoras recuerdan que los barcos contaminan el océano con microplásticos y aceites y que el ruido de motores de naves y aeronaves es también dañino. Eso cuando no hay accidentes porque entre 1981 y 2011, al menos 19 buques encallaron y vertieron petróleo en aguas antárticas. Debo decir que es difícil olvidar el impacto que me produjo encontrarme plásticos mientras paseaba por la costa entre elefantes marinos en Isla Livingston. Los habían llevado las corrientes.

Bien es verdad que hay una Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), que restringe el número de visitantes, pero también lo es que llegan cada vez más veleros descontrolados, que no son de IAATO y para los que no hay normas obligatorias.

En el recuento de daños, no se obvian los impactos que genera el propio mundillo científico, demasiado concentrado en unas zonas. De hecho, en la Península Antártica tienen bases científicas 18 países, incluido España, en dos islas de las Shetland del Sur, y no todo el mundo es igual de respetuoso con el medio ambiente. A destacar, el impacto de los aviones que llegan a Rey Jorge y los edificios bien cimentados que desplazan a flora y fauna, pero también los residuos que se dejan en forma de hidrocarburos, metales, retardadores de fuego o contaminación microbiana de las aguas residuales. Debo añadir que en Isla Rey Jorge me sorprendió mucho ver tirados por el campo hierros retorcidos, alambres y aparatos herrumbrosos, dejados ahí por algún desaprensivo grupo de investigadores. Son pocos los que actúan así, pero haberlos, haylos.

Critican, además, casos como el de la espectacular y gigantesca base brasileña Comandante Ferraz, que se quemó y se ha reconstruido con el doble de su tamaño original; también la nueva española, Juan Carlos I, es mayor, pero está sobre pilotes. Además, recuerdan que Australia planea construir una pista asfaltada de 2,7 kilómetros en la Antártida Oriental. Y que China está construyendo otra estación de investigación en la bahía Terra Nova Bay, la quinta en el continente de este país, precisamente junto al único santuario, el Mar de Ross. Una base para 80 personas, justo en el lugar más protegido, que por cierto en su día no querían proteger.

Con este panorama, la propuesta en discusión estos días es aumentar en tres las Areas Marinas Protegidas (MAP, en inglés). Actualmente, está el mencionado santuario del Mar de Ross, desde 2016 (con 1,55 millones de km2) y hay otra reserva al norte de las Islas Orcadas del Sur (desde 2009, con 94.000 km2) . Ahora se quieren sumar una reserva en torno a la Península Antártica, otra más en el Mar de Wedell y la tercera en la Antártida Oriental . «Va a ser difícil que se aprueben las tres, pero es fundamental que se consiga proteger al menos el área de la Península Antártida», explica Ana Payo, una de las dos científicas españolas firmantes en Nature. Se refiere a un área de 670.000 kms que se divide en dos zonas. En la del norte, se permitiría pescar cupos de krill, pero no en la del sur, que sería otro santuario. Con ello, estiman que el número de ballenas subiría en torno a un 5% y el de pingüinos en un 10%. También proponen que no se revisen estos límites cada 35 años, como ahora, sino cada 70 años.

La cuestión es que se va el tiempo… Sólo las negociaciones para proteger el Mar de Ross llevaron cinco largos años de tira y afloja y, recuerdan, en la CCAMLR hay «algunos miembros que ignoran la ciencia y niegan las amenazas a la vida silvestre y el cambio climático, un movimiento totalmente político». Es la forma diplomática de mencionar a China y a Rusia, los más reticentes. Lo malo es que sin unanimidad, no habrá acuerdo.

Pingüinera en Isla Decepción. @Rosa M. Tristán

Por cierto que  defienden que la tierra antártica requiere mejorar también su protección más allá de lo que ya establece el Tratado Antártico. Ahora lo está un escaso 1,5% de la tierra libre de hielo (el 0,005% del área continental total), cuando la Convención por la Diversidad Biológica indica que debería protegerse el 17% del total.

En todo caso, la reunión en marcha de la Comisión se refiere al mar y este año, bajo presidencia española, no lo tiene fácil. Como es ‘on line’, no habrá oportunidad de negociaciones y encuentros en cócteles y cenas, donde tantas veces se dirimen estas cuestiones… Aún así, hay esperanzas de convencer a los países reticentes. La ministra española de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ya considera un éxito que se haya mantenido el tema en la agenda. «No será fácil pero continuaremos trabajando duro para lograr un consenso. Europa, América Latina, Australia, Rusia y China son claves para un resultado.. La Antártida y el Océano Austral están en primera línea de los impactos del cambio climático y es hora de aumentar la resiliencia de la Antártida«, comentaba hace pocos días en Twitter. «Sería un gran legado que bajo la presidencia española se consiguiera incluir al menos una de las áreas propuestas, la Península Antártica. Ojalá se consiga ya, antes de que sea demasiado tarde«, concluye la oceanógrafa Ana Payo. La otra española firmante es Marga Gual Soler.

La forja de piedras con fuego se hacía hace 300.000 años


Una investigación en Israel revela que nuestros ancestros eran capaces de controlar la temperatura del fuego para reforzar sus herramientas líticas

Recreación ‘Homo erectus’ en un museo de Mongolia.

ROSA M. TRISTÁN

El control del fuego, es decir, tener la capacidad de hacerlo, es algo que se ha probado hace ya muchos años en los humanos más primitivos. No porque sea fácil, que basta intentar hacer una llamita con piedras u hojas secas y un palito para comprobar que aquello tenía su dificultad. Pero es que ahora, además, hemos sabido que hace 300.000 años, unos humanos, que para unos eran neandertales, para otros ‘sapiens’ muy arcaicos y que muchos apuestan porque eran una población local muy concreta, no sólo hacían hogares para calentarse, preparar alimentos o espantar bichos grandes y pequeños, sino que tenían un total manejo de las temperaturas que debían utilizar para hacer más eficaces sus herramientas según el uso que querían darles. Una destreza que, por lo que revela una nueva investigación, les convertía en auténticos ‘forjadores’ en pedernal.

Interior de la Cueva Qesem (Israel). @Filipe Natalio

Así nos lo descubren los autores de un artículo publicado ahora en la revista Nature Human Behavior, todos ellos implicados en las excavaciones de una cueva en Israel, la Cueva Qesem, que está dando muchas sorpresas y abriendo aún más incógnitas sobre la evolución humana. Por cierto, investigadores españoles, del proyecto de Atapuerca, también trabajan en este yacimiento desde hace años.

Filipe Natalio, uno de los arqueólogos autores de este trabajo/ Instituto Weizmann

El nuevo estudio, realizado por cinco investigadores, entre ellos Filipe Natalio, del Instituto Weizmann de Israel, revela que el misterioso grupo humano que vivió en Qesem en el Paleolítico Inferior tardío, calentaban las láminas de piedra, usadas como cuchillas, a unos 259ºC, las lascas a unos 413ºC y que para las tapas de las ollas llegaban hasta los 447ºC. Su objetivo, como se ha demostrado experimentalmente, es que se fracturaran lo menos posible, y estos homínidos lo lograban con una pericia sorprendente.

Yacimiento Qesem en Israel. ¡Peligrosa excavación! @FilipeNatalio

¿Cómo lo averiguaron? Pues, según relatan en este trabajo, utilizando una técnica llamada espectroscopia de Raman y utilizando modelos de temperaturas que van a ser muy útiles para otros científicos. En realidad, como me cuenta el arqueólogo del IPHES Jordi Rosell, que desde 2011 trabaja en este yacimiento (también lo hace Ruth Blasco, del CENIEH), «aquellos humanos no sabían de temperaturas, pero aprendieron cuánto tiempo tenían que estar las herramientas al fuego o a qué distancia situarlas, para conseguir el efecto que querían».

Lo misterioso, como explica Rosell, es que esta técnica avanzada de ‘forja’ en piedra, que triunfó localmente en Qesem, acabó por desaparecer con la expansión de la tecnología más típica de los neandertales, la musteriense, aunque para algunos, como el propio Rosell, también eran de esa especie. Es una conclusión a la que ha llegado tras los estudios realizados de los dientes hallados en Qesem por dos grandes especialistas en la materia, José María Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres, del CENIEH, que los han comparado con los de la Sima de los Huesos de Atapuerca encontrando muchas similitudes con los neandertales arcaicos del yacimiento español. Filipe Natalio apunta, sin embargo, que «los dientes que se han encontrado en Qesem no encajan ni con ‘sapiens’, ni con neandertales ni con humanos modernos» y apuesta porquq puedan ser «una especie evolucionada localmente».

En todo caso, la forma que tenían de trabajar la piedra, es decir, su tecnología, es novedosa. Ha sido bautizada como Achelo-Yabrudiense y Natario me cuenta vía email que surgió coincidiendo con la desaparición de los elefantes -no se sabe si por el clima, la caza humana excesiva u otra razón-, y el cambio empujó a aquellos humanos a buscar otros animales más pequeños para alimentarse: «Las cuchillas son mucho más eficientes para matar animales pequeños. Lo novedoso es su comportamiento diferencial y un uso controlado e intencional del fuego, porque supone pensamientos y estrategias abstractas para fabricar diferentes tipos de herramientas. Eso es muy muy sorprendente y emocionante», reconoce el investigador. Natalio está convencido de que este trabajo abre una vía de estudio muy interesante: «Planeamos proporcionar a los arqueólogos el código y ayudarles a implantar esta estrategia en su investigaciones. Lo que más trabajo lleva es construir un modelo, porque hay que recoger la mayor cantidad de materia prima posible y hacer espectroscopía Raman. Una vez hecho, con nuestro código, obtendrán su propio modelo y podrán predecir cómo se hicieron sus herramientas».

El caso es que la Cueva Qesem no deja de sorprender a la comunidad científica. Descubierto en 2003 cerca de Tel Aviv, cuando se hacía la autovía que ahora tiene justo al lado, enseguida de vió que era un lugar especial. Al modo de la Gran Dolina de Atapuerca, se trataba de una cueva enorme colapsada y ‘rellena’ de sedimentos, un libro en piedra que va de los 20.000 años del techo hundido a los 400.000 de la base. De momento, llevan 15 metros excavados…lo que no hace nada fácil los trabajos y miles y miles de piezas arqueológicas de piedra, además de los dientes fosilizados.

La principal incógnita es, como señalaba, qué humano era aquel, tan ‘primitivo’ y a la vez tan ‘moderno’. Tras los primeros hallazgos se publicó que eran ‘sapiens’ muy arcaicos, quizás los primeros que salieron de África, pero el debate está abierto. «Yo creo que son neandertales, después de ver el estudio que realizaron en el CENIEH, pero curiosamente su tecnología era más avanzada que la de los neandertales posteriores. Además, están en una región compleja de Oriente Próximo, donde hay yacimientos de ‘sapiens’ y neandertales que se superponen. Si la hibridación de ambas especies fue justo en esa zona, puede que no sólo intercambiaran genes, sino también tecnologías», apunta Rosell.

Tampoco se sabe por qué desapareció esta forma cultural, muy localizada en Israel, Gran Líbano y zonas de Siria y Jordania. «Igual se quedaron aislados por un cambio del clima o tal vez, como me dijo Avi Gopher (co-director de las excavaciones), Israel es hoy una puerta de entrada y salida de África pero en momentos del pasado era diferente», plantea Rosell.

Ruth Blasco en la Cueva de Qesem junto a Ran Barkai, codirector de la excavación.

Hay que recordar que la arqueóloga Ruth Blasco, del CENIEH, lideró recientemente una investigación en esta cueva con los hallazgos de gran impacto: tras estudiar con otros colegas miles de huesos de patas de cérvidos encontrados en Qesem, que tenían unas extrañas marcas, y compararlas con los de gamos de los Pirineos, se reveló que los habitantes de la cueva israelí no sólo se comían su carne, sino que guardaban estos huesos de patas, a modo de despensa para tiempos de escasez, porque eran conscientes de que contenían un tuétano valiosísimo para su dieta que se podía conservar en perfecto estado hasta seis semana. Hoy, con nuestras neveras, parece poco, pero en aquel pasado remoto la carne que tanto costaba conseguir enseguida se echaba a perder… y el tuétano es una increíble reserva de grasas muy necesarias para el cerebro.

Otro descubrimiento realizado en esta cueva, también con participación española, reveló que sus habitantes eran capaces de cazar aves y que no sólo se las comían, sino que usaban sus plumas, quien sabe si como objeto simbólico de su relación con otros seres de la naturaleza.

Igualmente ha sido en este lugar donde se han encontrado las pruebas más antiguas conocidas de humanos que ‘inventaron’ la barbacoa, no muy distinta a la que seguimos practicando. «En el yacimiento neandertal de Abric Romaní tenemos muchos ejemplos de hogueras, pero es un lugar mucho más reciente (de hace unos 70.000 años). En Atapuerca, sin embargo, en las mismas fechas que en el yacimiento de Israel, que son el nivel TD10 de la Gran Dolina, no hay vestigios de fuego. De hecho, en toda Atapuerca no hemos encontrado restos de fuego. Quizás aparezcan en los nuevos yacimientos pero no hasta ahora. Por ello Qesem nos interesa mucho a quienes trabajamos en Atapuerca», reconoce Rosell.

Filipe Natalio también lo tiene claro: «Este lugar va a dar muchas sorpresas»