«En la Amazonía tampoco podemos respirar. La Amazonia grita. ¿Nos escuchan?»


@Coica Amazónica

«No deja de ser irónico que en “el pulmón del Planeta” estemos usando máscaras para lidiar con el
humo mientras buscamos controlarlo o buscando tubos de oxígeno para que nuestra gente
sobreviva al cruel Covid-19. Porque tenemos que decirlo: en la Amazonia, tampoco podemos
respirar. La Amazonia grita, ¿ustedes están escuchando?»

(Carta de la COICA Amazónica a los presidentes) 

 

ROSA M. TRISTÁN

Hablaba Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, por una pantalla ante la Asamblea de Naciones Unidas. Y Sônia Bone de Souza Silva Santos, de los guajajara de ese país, más conocida como Sonia Guajajara, no pudo evitar soltar su indignación: «¡Está acusándonos a los indígenas de quemar la Amazonía!». Ocurría durante un encuentro ‘virtual’ de prensa internacional celebrado este martes, día 22, en el que los representantes de los pueblos amazónicos pusieron sobre la mesa el abandono total que sienten por parte de los Estados, mientras son asediados por la pandemia de la COVID-19, los fuegos, la sequía y la violencia: «muerte y sangre de nuestra gente».

El cardenal brasileño Claudio Hummes, Oscar Soria (Avaaz.org), Nadino Calapucha y Sonia Guajajara, en evento informativo el día 22-9-2020

El evento, organizado por la COICA (Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica), que reúne a 511 pueblos indígenas en nueve países, quería lanzar al mundo un grito de auxilio ante la dramática situación que están viviendo, azuzar conciencias y movilizar a esa comunidad internacional que habla tanto y hace tan poco, según sus palabras, para que el mayor bosque tropical del planeta siga estando ahí. «Están en Nueva York hablando de nuestro futuro pero nuestra voz no llega. Habla quien destruye nuestra casa y como mucho hablarán de otro compromiso entre líderes que no se cumplirá. Pero no habrá recuperación tras esta crisis sin respeto a la naturaleza. La pandemia es un ejemplo de que el planeta está enfermo y necesita sanar. Y para ello hay que frenar la destrucción, acabar con acuerdos comerciales que acaban con nuestros bosques, como el de la UE con Mercosur, poner fin a que los bancos del mundo financien la destrucción de la Amazonía». Así de contundente se expresaba José Gregorio Díaz Mirabal, coordinador de la COICA.

Por mucho que se diga, nunca es suficiente: en esa cuenca está un tercio de los bosques tropicales de la Tierra; es el lugar más biodiverso del mundo conocido, reserva de 73.000 millones de toneladas de CO2 y habitado por unos 30 millones de indígenas. Sólo en el pasado mes de julio, el INPE (Instituto de Investigaciones Aeroespaciales de Brasil) detectó 29.307 incendios en su área brasileña, que se suma a lo perdido sólo en 2019, equivalente a la Comunidad de Madrid, que se suma a las llamas que han arrasado hasta ahora (también este año) el 15% del Pantanal (el humedal más rico de la Tierra), que se suma a los gigantescos fuegos que este mes se ha declarado en Bolivia y en Paraguay, que se suma a los derrames de petróleo en Ecuador (abril- 2020), que se suma a los asesinatos…. Hasta que llega el grito. ¿Hay alguien ahí?, preguntan.

José Gregorio Díaz Mirabal, coordinador de COICA.

Al otro lado, adivino que la convocatoria ha tenido poco eco. Apenas les llegan mis preguntas y alguna desde Bolivia. El foco está en Nueva York… En Bolsonaro. Y ¿Qué decía en esos momentos?: Pues que «la Amazonía es rica y por eso hay una campaña internacional interesada» para desprestigiarle,  que la selva no arde porque es húmeda (contra toda evidencia), que «los indígenas ancestrales queman el bosque para cultivar tierras en busca de medios de vida». Y, contradiciéndose, pero sin mención de las grandes agroindustrias, ganaderas, ni a madereros, ni a minerías que asolan la selva,  que hoy Brasil «es el mayor exportador mundial de alimentos».

A los líderes que tengo delante en ese momento, que les acusen de destruir su casa, les parece el colmo de la desfachatez: «Bolsonaro miente al decir que somos responsables de provocar los incendios.

«Debemos denunciar esta catástrofe política que destruye el medio ambiente y nuestro futuro. El mundo entero es testigo de este crimen, demasiado grande para ocultarlo. En lugar de atacar a las personas que trabajan para proteger el medio ambiente, las autoridades brasileñas deben garantizar los derechos de los pueblos indígenas, cumplir sus juramentos constitucionales y presentar a la nación un plan para enfrentar estos incendios que afligen al país», denunciaba Sonia Guajajara. “Las mentiras de Bolsonaro en la ONU solo agregan aún más combustible al desastre humanitario que se desarrolla en la Amazonía, en lugar de extender una invitación necesaria a la comunidad internacional en busca de asistencia urgente. Es una oportunidad perdida”, reconocía Oscar Soria, el argentino que dirige las campañas de Avaaz.org y que apoya esta lucha desde la organización.

Todo ello ocurre en medio de una pandemia que, según datos recopilados por la COICA, ha causado ya 1.800 muertes e infectado a 58.000 personas de 239 pueblos de la cuenca amazónica, son casi el 50% de los 511 existentes. Y, así, mientras Bolsonaro explicaba en la ONU que había invertido mucho en llevar ayuda en alimentación y sanitaria a los indígenas, para éstos esas declaraciones forman parte de una realidad paralela porque sólo han visto a las ONG abrir centros de atención que estaban abandonados (hasta 260 han contabilizado), si bien no han podido llegar a los muchos puntos rojos, álgidos de COVID-19, que se ven en el gráfico que mostraban en pantalla, en lugares como Bolivia porque ni siquiera se permite el paso a quien va a ofrecer esa ayuda.

Mapa de la cuenca donde se ve los lugares con y sin cobertura de ayudas durante la pandemia.

«Hay que evitar llegar a un  punto de no retorno en la Amazonía, lo que tendrá enormes implicaciones para el clima global y la seguridad alimentaria», señala la COICA en una carta dirigida a los líderes mundiales reunidos en la 75º Asamblea de la ONU, titulada «En la Amazonía tampoco podemos respirar». Y no es metáfora. Cientos de científicos de todo el mundo, de diversas disciplinas, han firmado una declaración en la que manifiestan su preocupación por la destrucción de esta inmensa selva y exigen que Bolsonaro tome medidas urgentes, que revierta el recorte del Instituto Nacional de Protección Ambiental (IBAMA),

Pero, además, para Sonia, evitarla pasa por reconocer que son los amazónicos quienes mejor protegen su tierra, no los incendiarios. Un análisis presentado en este encuentro refleja, precisamente, que en la tierra amazónica, dependiendo de cada país, entre un 10% a un 93% de los territorios indígenas, comunidades locales y afrodescendientes todavía siguen sin ser reconocidos como propietarios por los estados nacionales, lo que representa unas 90 millones de hectáreas. El mismo estudio indica, además, que esos territorios son áreas clave en biodiversidad y en buen estado de conservación.

Sin embargo, la presión contra ellos aumenta cada vez más. Hace poco días supimos por Survival que había sido asesinado por indígenas no contactados Rieli Franciscato, coordinador del equipo de FUNAI que protegía sus tierras en Rondonia, incluido el territorio Uru Eu Wau Wau. Pero cómo lo iban a saber quienes le ‘flecharon’, desesperados al ver cómo los ganaderos cercan e invaden su reserva. Era un hombre blanco. Un enemigo. «Seguramente lo confundieron con uno de los muchos enemigos que amenazan su supervivencia. Están en una situación límite «, denunciaba Sarah Shenker, de la ONG. También han sido asesinados guardianes indígenas de la floresta y muchos los líderes comunitarios que se oponen a las invasiones de quienes cuando miran los árboles sólo ven dinero.

¿Y qué espera de la comunidad internacional para reaccionar? ¿Quién contestó a Bolsonaro? ¿Quién exige a Paraguay, o Bolivia o Venezuela o Colombia o Ecuador sus responsabilidades? ¿Acaso no podemos hacer nada? Podemos y los líderes de la COICA amazónica lo saben y también lo gritan al mundo:  «Les pedimos que dejen los discursos vacíos y que se comprometan a mantener al menos el 80% de la Amazonia de pie, que se reconozcan nuestros territorios para que podamos salvaguardar al menos la mitad de la tierra en la próxima década», leía José Gregorio de la carta dirigida al foro de la ONU. «También, que se tengan en cuenta nuestros conocimientos ancestrales para la conservación», añadía Guajajarq. Y Oscar Soria recapitulaba: que no se firmen acuerdos comerciales, como el de Mercosur, que promueven la destrucción amazónica; que «no guarden silencio» ante las tropelías de algunos gobiernos en los pueblos indígenas; que hagan donaciones para ayudar en la recuperación económica en este momento de pandemia, avergonzando así a los Estados (Francia ya donado dos millones de dólares. ¿Y los demás?), qué vigilen a los bancos internacionales que financian esa destrucción, que vigilen el Pacto de Leticia contra la deforestación, firmado en 2019 entre los estados amazónicos, de momento un pacto sin éxito… Son medidas concretas. Una emergencia.

«Llevamos 15.000 años en la Amazonía. Una vida ligada a la naturaleza. Acompáñennos a seguir viviendo»  

(José Gregorio Díaz Mirabal, del pueblo Wakuenai Kurripaco

 

 

 

Multa de 90€ por el robo de un cocodrilo fósil único en el mundo


ROSA M. TRISTÁN

«Se  me quedó cara de pasmo cuando llegamos a la excavación y el fósil perfecto que íbamos a extraer no estaba». El paleontólogo Albert G. Selles, del Instituto Catalán de Paleontología Miquel Crusafont, tiene muy grabado ese día. Su perplejidad sólo fue comparable a la que experimentó cuando conoció la ‘condena’ judicial por expoliar y destrozar aquel ‘tesoro’ de precio incalculable: 90 euros.

Pero ¿de qué pieza estamos hablando? Se trata de una nueva especie bautizada como Ogresuchus furatus, un cocodrilo terrestre de tamaño pequeño que pudo alimentarse de las crías de los dinosaurios que ponían sus huevos en la zona de Coll de Nargó, en los Pirineos. Su nombre significa «el cocodrilo-ogro que fue robado«, para que no se olvide el ‘secuestro’ que sufrió el esqueleto, cuyo análisis ha sido ahora publicado en la revista Scientific Reports. Al parecer, esta familia de sebécidos eran muy comunes hace entre 65 y 15 millones de años, pero en este caso se ha calculado que vivió hace 71,5 millones de años, así que a su valor como  nueva especie se suma que es el más antiguo especímen descubierto. «Su hallazgo nos obliga a redefinir la historia evolutiva de esta familia», explica Sellés, que ha dirigido la investigación.

¿Y un tribunal considera que su valor es de 90 euros?

Recreación cocodrilo prehistórico encontrado en los Pirineos.

Y es que a punto estuvieron que de nada de todo esto fuera descubierto. La historia, con tintes policiacos, se remonta a 2013, cuando una Asociación de Amigos de los Dinosaurios en Coll de Nargó avisó del hallazgo de restos fósiles junto a unos huevos de dinosaurios, que por cierto siempre han sido expoliados en esta rica zona paleontológica. «Enseguida fuimos y empezamos a excavar. Un día apareció por allí un hombre diciendo que aquel terreno era suyo, aunque por lo que sabíamos era comunal. Quería alguna compensación. Nos dijo que si él no sacaba algo de allí, no lo sacaba nadie. No hicimos caso y un jueves dejamos el esqueleto fósil al descubierto para extraerlo al día siguiente. Nos quedamos perplejos el viernes cuando llegamos. No había nada. Inmediatamente avisamos a los Mossos.

Comenzó así una investigación del destacamento de Protección del Patrimonio Histórico de los Mossos. Tomaron muestras, encontraron restos del envoltorio del fósil por los alrededores, identificaron huellas de un vehículo y, un mes después, fueron en busca del expoliador con la certeza de no equivocarse. Le ofrecieron devolver el fósil en un plazo determinado y olvidar lo sucedido, pero no lo hizo y al final hubo que presionar mucho para que entregara el esqueleto del cocodrilo. «Nos lo devolvió hecho trizas, con muchas partes rotas y otras que faltaban, y que han desaparecido, pero que estaban cuando lo excavamos.  Debió sacarlo con un pico. Nos hemos pasado más de año y medio restaurando el destrozo para poder estudiarlo. Una pena», denuncia el paleontólogo.

 

Pero aún quedaban sorpresas: en la denuncia interpuesta por el Departamento de Cultura de la Generalitat de Cataluña, el propio Selles hizo un peritaje de valoración de daños, lo que no fue fácil: «¿Qué precio poner a un fósil que es único en el mundo? ¿300.000 euros? y a la restauración ¿20.000?. Pues al final, sólo le pusieron una multa de 90 euros. Y, claro, luego reincidió y volvió a ir al yacimiento a romper más cosas, creo recordar que en 2016», señala el investigador.

Cabe señalar que a nivel nacional, la última ley que protege el patrimonio paleontológico español es de 2015, la Ley de Patrimonio Natural y la Biodiversidad, que modifica una anterior de 2007. También hay otra previa de 1985.  Otra cosa son las sanciones, que a tenor de este fallo judicial parecen dejar mucho que desear: al culpable del expolio le costó menos el robo y destrozo que una multa de tráfico por mal aparcamiento. «Si que hay normativas que protegen este patrimonio, pero la gente no las conoce, no que no se pueden coger fósiles legalmente porque no se sabe qué información puede contener. En este caso era muy valiosa», comenta Selles.

Este extraño cocodrilo prehistórico, de menos de un metro de largo, se diferenciaba de los actuales en que tenía sus patas situadas debajo del cuerpo, lo que les permitía moverse como cuadrúpedos, como los mamíferos actuales. Sus dientes curvos y esas patas gráciles hacen pensar que eran grandes cazadores de presas pequeñas también en tierra. También su cráneo es distinto a otros similares que ya se conocían, razón por la que es nueva especie.

Dado que estaba tan cerca de un nido de huevos de titanosaurio (animales que podían medir hasta 12 metros de largo) y que había muchas cáscaras de estos huevo, se especula que podría haberse alimentado de sus crías. Según comenta Selles «las crías de dinosaurio probablemente no eran su principal fuente de alimento pero habrían sido una presa fácil para un cocodrilo de estas características que no habría desperdiciado la oportunidad de depredarlos».

Hay que tener en cuenta que entonces la actual cordillera de los Pirineos no era tal como la conocemos. Su proceso de formación comenzó hace unos 80 millones de años, pero no terminó hasta hace 24 millones de años, así que aún era una llanura de vegetación tropical con humedales salobres en los que habitaba una gran diversidad de fauna, incluyendo dinosaurios titanosaurios y hadrosáurios, así como numerosas especies de cocodrilos, tortugas, peces, lagartos, ranas.. De hecho, los dinosaurios de los Pirineos, señalan los científicos catalanes, son los últimos que vivieron en Europa antes de su
extinción en todo el mundo. Durante más de 10 años, han organizado campañas de excavación y sus hallazgos han dado lugar a cientos de publicaciones científicas sobre las faunas del Pirineo durante el Mesozoico.

 

Una huella digital nos descubre a una joven artista neolítica


 

ROSA M. TRISTÁN

A menudo se representa el arte rupestre con una escena en la que un hombre ‘barbado’ y musculoso se esmera en dibujar un animal en una pared rocosa. Es la típica representación científica en la que las mujeres ocupan, salvo contadas excepciones, un papel de menor enjundia intelectual, pero no hay como aplicar técnicas ‘detectivescas’ para revelar que la huella de ellas también está ahí, aunque no siempre se busque… y se encuentre. Esto es lo que ha ocurrido en un abrigo rocoso granadino del cerro Jabalcón, cuya vista desde la cumbre es todo un espectáculo.

Allí, curiosamente en un abrigo bautizado como «Los Machos», entre más de 32 motivos pintados en dos paneles (uno sobre todo) hace entre 5.000 y 7.000 años, se han identificado dos huellas dactilares y una de ellas tiene un 80% de posibilidades de pertenecer a una mujer joven, según un equipo internacional de científicos que lo ha estudiado, liderado por Francisco Martínez Sevilla, de la Universidad de Granada (UGR). Es, de hecho, la primera vez que se logra determinar el sexo y la edad de los autores de unas pinturas rupestres mediante un análisis que es muy habitual en los trabajos policiales.

En la investigación, que acaba de publicarse en la revista Antiquity, también se identifican las huellas dactilares de un hombre adulto, mayor de 36 años, junto a las de la posible mujer joven. «Con las huellas de la cerámica ya se han habían hecho estudios muy completos pero no con pinturas. También se habían identificado manos de mujeres pintadas en la Prehistoria en otros lugares, pero lo importante es que ahora se abre la opción de poder identificar a los autores por sus huellas dactilares, algo que no se había hecho antes. Además, el trabajo confirma que la representación en estas pinturas no estaba limitada a un conjunto concreto de edad o sexo, sino que podían participar todos”.

El estudio de los ‘paleodermatoglifos’ fue desarrollado  por el grupo de investigación GROB -Grup de Recerca en Osteobiografia- con la profesora Assumpció Malgosa, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Para determinar el sexo y la edad, se fijaron en las crestas dactilares, porque, como explican, hay diferencias entre sexos en el número de crestas y en la anchura. Son mayores en los hombres que en las mujeres. También hay particularidades por la edad, porque el patrón de huellas dactilares no cambia durante la vida, pero si lo hace durante el crecimiento la distancia entre esas crestas.

Muchas de las obras pintadas en los paneles del abrigo son figuras antropomorfas  que forman parte del estilo llamado ‘arte Esquemático’, una forma de representar que se puede ver por abrigos y cuevas de toda la Península Ibérica y que se extendió desde el Neolítico, con las primeras poblaciones humanas sedentarias, hasta la Edad del Cobre, a mediados del siglo VI antes del presente. Algunas de las figuras tienen falo, lo que se identifica con los varones, y en otras se aprecian bultos bajo los brazos que, según Francisco Martínez y su equipo, serían los senos de las mujeres, si bien hay quien lo identifica con ídolos. También hay figuras circulares y geométricas.

En esta investigación, los autores han realizado un análisis del abrigo rocoso y del panel pictórico, incluyendo su morfología geológica (causante de la conservación y durabilidad de las pinturas a lo largo del tiempo); las técnicas utilizadas en la aplicación de la pintura; el contexto arqueológico regional; la atribución cronológica y la identificación del perfil biológico de los autores de las pinturas a través del análisis de paleodermatoglifos (huellas dactilares antiguas). “Además, el análisis del ancho de los trazos nos ha permitido confirmar que el pigmento se aplicó con los dedos y que las huellas dactilares documentadas pertenecen a una fase 2, la más reciente, de un pigmento ocre oscuro, como un repintado posterior”, apuntan los autores.

El Jabalcón, sobre la cuenca de Baza.

El refugio fue descubierto durante un trabajo de campo realizado entre 2004 y 2005. Es una cavidad con una abertura orientada al este en un muro de piedra caliza casi vertical, de unos 100 metros de altura, que ofrece amplias vistas sobre la cuenca de Baza. Es poco profundo y abierto, unos 13 metros en la parte exterior y cuatro de profundidad. El panel con los dibujos está justamente en la zona más profunda, a resguardo de la erosión del agua y el viento.  Al parecer, la evidencia de actividad prehistórica es escasa en la comarca, pues sólo se han hecho estudios de superficie, pero si se sabe que hay 19 yacimientos arqueológicos en un radio de  unos 10 kms, entre el Neolítico y la Edad del Bronce. «No sabemos en realidad por qué hacían estas representaciones rupestres, si estos abrigos eran santuarios o lugares de reunión de las comunidades. Pero esa huella de un dedo en medio de un trazo es algo físicoy tangible, un vínculo con aquellos humanos que podría investigarse en otros sitios para averiguar más datos sobre los aquellos artistas», señala el científico. 

En el estudio han participado, además de Francisco Martínez Sevilla, Meritxell Arqués, Xavier Jordana, la mencionada Assumpció Malgosa, José Antonio Lozano Rodríguez, Margarita Sánchez Romero y Javier Carrasco Rus (Universidad de Granada) y Kate Sharpe (Universidad de Durham en el Reino Unido).