Los mineros del oro asesinan a dos indígenas yanomami


Yanomamis superviviente de la matanza de 1993.

ROSA M. TRISTÁN

Infecciones, malaria, malnutrición, mercurio…. Esto son los males que según un estudio publicado en Science en agosto del año pasado estaban acabando con los yanomamis, ese pueblo amazónico disperso por la mayor selva tropical de la Tierra del que apenas quedan unos miles de representantes (unos 20.000). En realidad, detrás de casi todo ello está el oro, el mismo metal precioso que también es culpable del asesinato, hace unos días, de dos guerreros yanomamis a manos de unos mineros en el norte de Brasil. Ocurrió no lejos de la frontera con Venezuela, un lugar donde ya se viene avisando de que las grandes minas están surgiendo como setas, frente a la indiferencia mundial.

La noticia de estos dos crímenes nos llega de Survival Internacional y de Fiona Watson, investigadora de esta organización que lleva muchos años haciendo campaña para denunciar los abusos a los que se someten a los indígenas amazónicos. Las víctimas, explican, pertenecían a la comunidad de Xaruna, no lejos del río Uraricoera. Hoy es el epicentro de la fiebre del oro en la región. Survival recuerda que hace 27 años ya hubo un conflicto entre este pueblo, contactado pero que sigue viviendo según su cultura y tradiciones, y los mineros. En aquella ocasión, 16 yanomamis fueron asesinados, un auténtico genocidio según dictaminó entonces la Justicia brasileña.

Deforestación en el territorio yanomami, junto al río Uraricoera, de Enero de 2016 y Agosto de 2019.

La imagen de satélite que envía Survival lo dice todo: en 2016, selva virgen amazónica; en 2019, en el mismo lugar un agujero que se agranda y en el que el mercurio (que causa graves daños neurológicos en dosis elevadas) no se ve pero se presiente en las aguas de ese río donde los yanomami pescan desde hace siglos.

En realidad, la minería de oro es antigua en la Amazonía, pero a medida que aumenta su demanda -y nuestra electrónica, nuestros móviles y ordenadores tienen mucho que ver- se alcanzan zonas más profundas de los bosques tropicales, lugares donde las autoridades no llegan, aunque resulta evidente que saben de sus existencia. Y no son grandes compañías mineras, sino pequeñas empresas y mineros que ilegalmente se apropian de tierras que consideran libres, cuando no lo están, y que luego ‘blanquean’ su oro ilegal con intermediarios que lo ponen rumbo a nuestro mundo. Según el análisis de un grupo de investigación amazónico, la cuenca recibe al año 150 toneladas de mercurio con esta explotación.

Para protegerse y dar a conocer su realidad, los yanomami fundaron la asociación Hutukara, que desde hace unas semanas venía alertando de que los mineros estaban contagiando la COVID-19 a su étnia, Aseguran que por ello varios murieron y otros están muy enfermos y lanzaron la campaña #ForaGarimpoForaCovid. Ahora, los dos jóvenes que se les enfrentaron, también han perdido la vida: “El asesinato de dos yanomamis más por mineros debe ser investigado rigurosamente, y refuerza la necesidad de que el Estado brasileño actúe con urgencia para expulsar inmediatamente a los garimpeiros [mineros de oro] que están explotando ilegalmente la Tierra Yanomami y acosando y atacando a las comunidades indígenas que viven en ella. Pedimos a las autoridades que adopten todas las medidas necesarias para impedir que la minería siga costando las vidas de yanomamis”, dicen en un comunicado de Hutukara donde han lanzado una recogida de firmas para la expulsión de los 20.000 mineros ilegales que se calcula que hay en sus territorios. Su objetivo es conseguir 350.000 y ya van por 309.000.

Otras étnias amazónicas tampoco se están salvando de la COVID-19 son los  araras del territorio de Cachoeira Seca, en el río Xingú. Allí está la tasa más alta conocida de infección por COVID-19 de la Amazonía brasileña: según datos oficiales, el 46% de los 121 araras que viven en la reserva han contraído el virus, pero quizás cuando escribo esto ya sean más. Los araras son un pueblo contactado recientemente, en 1987, y por tanto muy vulnerable a infecciones, pero es que además su zona está siendo arrasada por madereros, agroganaderos y colonos ilegales a los que tampoco se controla. Es el mismo contexto que sufren los yanomami, coincidiendo con un Gobierno que está desmantelando las políticas indigenistas y recortando los recursos humanos que debían dedicarse a ese control.

De hecho, con la pandemia no sólo ha llegado el coronavirus sino que más mineros ilegales, madereros y demás invasores han aprovechado la circunstancia para llegar a lugares tan alejados como la región del Río Jutaí, territorio de indígenas korubos aislados, el territorio Ituna Itata, el territorio indígena Arariboia de los amenazados awá o la reserva Uru Eu Wau Wau, donde en abril pasado también fue asesinado uno de los guardianes del bosque.

La única buena noticia para los indígenas amazónicos, que por cierto visitaron el Congreso de los Diputados hace un año (querían ‘reforestar el corazón de las personas en Europa’) y luego vinieron a la Cumbre del Clima, es que un juez de Brasil destituyó en mayo al misionero evangélico que el presidente Jair Bolsonaro había puesto al frente de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), como me contó el indigenista Sidney Possuelo en una entrevista. Sarah Shenker, también de Survival, dijo que era como “poner a un zorro al frente de un gallinero”. De hecho, Ricardo Lopes Dias se supo que trabajaba para evangelizar a los indios no contactados y de este modo tener excusa para que sus tierras fueran explotadas comercialmente, que es lo que busca Bolsonaro según los amazónicos.

Por lo demás, el panorama no es bueno para unos pueblos indígenas, que son muchos millones de personas a nivel global,  que con el cambio climático ven que sus bosques se les secan, como revelaban hace unos días más de 200 científicos, o que viven la pérdida de su biodiversidad, cuando no tienen que escapar de un fuego.

 

 

 

Música de del Cosmos para un desconfinamiento terrestre


ROSA M. TRISTÁN

¿A qué suenan las estrellas? Eso se preguntó un día el astrofísico armenio Garik Israelian, del Instituto de Astrofísica de Canarias, y como no hallaba respuesta decidió ‘traducir’ las ondas que nos envían y con ello creó una ‘blibioteca de sonidos’ única. El músico británico Brian Eno, un visionario  que inició su carrera con Roxy Music y que ha conseguido a lo largo de su carrera seis Grammys, un día de 2016, escuchó esos mensajes estelares y el resultado acaba de salir ahora, precisamente durante el confinamiento, como obra para el Starmus Festival, esa convocatoria nómada que lleva a la ciencia y la cultura por el mundo desde que se creó en Canarias, en 2011.

La historia tiene su anecdotario. Fue precisamente un 8 de enero de 2016, durante la fiesta de cumpleaños de Stephen Hawking, cuando Israelian mostró a Eno su tesoro musical. De hecho, en el primer Starmus, el grupo Tangerine Dreams había utilizado alguno de los registros de las estrellas en el concierto de cierre en Tenerife, algo que pude disfrutar en directo, pero se quedó en algo anecdótico que no tuvo más recorrido. Hasta que llegó Eno -por cierto, la música de inicio de Windows es suya- y decidió meterse de lleno en aquella extraña biblioteca.

Hace unos días, mientras españoles y británicos estábamos confinados, Garik recibió una llamada: «Soy Brian Eno. Ahora que todo son noticias tristes, he pensado que es buen momento de sacar algo que no sea del coronavirus, que sea distinto y he hecho una composición con tus grabaciones». Me lo cuenta Garik, que está entusiasmado con el resultado y que me explica, además, que Eno ha utilizado el sonido de cuatro estrellas que están muy lejos, a muchos años luz, pero que aquí nos traslada al auténtico más allá de nuestro pequeño mundo terrestre.

Una ‘supertierra’ junto a su estrella enana roja. @Weiss/ Cfa

El proyecto se ha llamado «Stardsounds» y en esta orquesta cósmica, además de Israelian y Eno, han participado Paul Franklin, Oliver James y DNEG.

Mientras lo escucho, leo que acaban de ser descubiertos dos planetas ‘supertierras’ en torno a una estrella enana roja que también nos envía música como ésta desde un lugar en el Universo a 10,7 años luz. Se llama GJ887 (un nombre muy poco atractivo) y por lo visto es 2.100ºC más fría que nuestro Sol. Los planetas que giran en torno a  ella, GJ887b y GJ887c, tienen una masa mínima de unas cuatro y siete veces la de la Tierra. Según el investigador Eloy Rodríguez, del CSIC, que ha participado en el hallazgo, uno podría tener agua líquida en su superficie y si hay agua quizás exista algún tipo de vida… De momento, imposible confirmarlo. Pero lo que si tiene es música.

Quién sabe en cuantos lugares del Cosmos esos sonidos que Brian Eno ha modulado en su obra podrían ser escuchados, o quizás se pierdan en el infinito. Gracias al artista y al astrónomo hoy podemos disfrutarlo y sentir que el desconfinamiento nos lleva más allá de lo que habíamos imaginado.

 

Un innovador centro científico en Valencia, cercenado


Día de la inauguración del instituto, con el ex rector de la Universidad de Valencia, Luis Gordillo, y la presidenta del CSIC, Rosa Menéndez

ROSA M. TRISTÁN

Mientras vemos cada día en las noticias hablar de la ‘reconstrucción’ Post-COVID19, la situación de la ciencia sigue en precario en España. Estos días, un centro de investigación puntero, y además uno de los que más proyectos relacionados con la investigación del coronavirus tiene aprobados, está siendo ‘cercenado’ en la Universidad de Valencia (UV) porque, parece ser, no hay mejor opción que ‘empequeñecer’ un proyecto para que crezca otro. La víctima es el Instituto Integrado de Sistemas Biológicos (I2SysBio) un centro mixto del CSIC y la UV, situado en el campus de esta última, al que el Rectorado ha decidido ‘recortar’ parte de su espacio (una planta entera) para destinarlo a otros científicos que nada tienen que ver con el tema. El asunto a indignado sobremanera no sólo a los cerca de 200 investigadores que ya trabajan allí, y que deberán ‘apretarse’ cuando lo que pensaban era crecer, sino también a los que desde el extranjero ya tienen el traslado pedido o se presentan a las plazas que han salido para crear allí sus grupos científicos.

El Instituto de Biología Integrativa de Sistemas, el único que existe en España de esta materia, abrió sus puertas en 2018, tras 10 años en proyecto, gracias a un convenio entre la Universidad levantina y el CSIC. Su objetivo es la investigación de la estructura, función, dinámica, evolución y manipulación de sistemas biológicos complejos, como los virus, y hacerlo en colaboración con la industria. Ha sido el primero mixto (universidad-CSIC) creado en los últimos 25 años y en su diseño y construcción se pensaron todos los detalles para que fuera perfecto para compaginar laboratorios experimentales y grandes equipos informáticos. En apenas dos años, el Instituto ha logrado situarse entre los más potentes de España y sólo durante la crisis del COVID19 presentó proyectos, que han sido aprobados, por los que recibirá tres millones de euros. «Es un centro tan joven que aún le queda mucho recorrido por delante», señala una fuente  del I2SysBio.

De ahí la  perplejidad de los investigadores cuando les plantearon la necesidad de que dejaran libre toda una planta (la cuerta) para otros grupos de la Universidad de Valencia, debido, según el Rectorado, a los problemas de espacio en el campus. Una decisión, por cierto, que se ha tomado sin convocar a la comisión del convenio, es decir a los representantes del CSIC, que es parte interesada. Al centro les llegó el pasado viernes por email. Según fuentes del Instituto, los responsables no daban crédito porque este año han conseguido cinco plazas más en las próximas oposiciones del CSIC destinadas al este centro, científicos que querrán montar sus grupos de investigación en un lugar donde ya hay 14 funcionando .»Pero ¿Cómo hacerlo cuando no hay espacio? ¿Qué sentido tiene desmontar una planta diseñada para laboratorios que se necesitan para poner ordenadores, que pueden ponerse en cualquier sitio? ¿Cómo vamos a conseguir que los científicos quieran quedarse aquí si no ven unas condiciones mínimas para crecer?», se preguntan.

Entre los afectados está Javier Buceta, actualmente en la Universidad de Lehigh de Estados Unidos. Es la segunda vez que Buceta se topa con la realidad de la ciencia en este país. En el pasado se fue a California, fue premiado en La Joya, volvió con un contrato Ramón y Cajal con intención de quedarse y se tuvo que volver a ir en 2014 porque le dejaron sin contrato. Por fin, este Instituto mixto le ha recuperado, incluso han comprado un microscopio electrónico para que pueda trabajar en condiciones. Andaba preparando la mudanza cuando le llegó la noticia de que el lugar donde pensaba instalarse ha sido cercenado. «Es tratar de solucionar un problema creando otros, eliminando de un plumazo la planificación y estrategia de este centro; un ejemplo monumental de cortoplacismo en ciencia y una moraleja deprimente. El ultimo que salga que cierre la puerta», comenta Buceta desde EEUU.

Desde la parte del CSIC, José Luis García asegura no conocer precedentes en los que se rompe así lo pactado en un convenio mixto, justamente cuando lo que se quiere con este tipo de centros es promover la colaboración entre instituciones. «Yo a los investigadores sólo les podía ofrecer espacio, porque no tenemos dinero para contratar técnicos. En septiembre, en las oposiciones salen cuatro plazas porque nuestra estrategia era que el centro creciera hasta 2022, pero ya no habrá donde y, además, se están generando tensiones con grupos de la universidad que no existían», señala. Todos indica que  el Rectorado está haciendo un uso patrimonial de un edificio sujeto a acuerdos.

¿Y qué opciones tienen? Una de las alternativas que se han planteado es que construya el segundo edificio que aún está pendiente de hacer porque llegó la crisis y se paralizó. Para ello sería necesario que el CSIC pusiera unos 4,5 millones de euros. De hecho, el actual del I2SysBio costó 9 millones y se financió con dinero de la UE y del CSIC. Otra opción se utilicen espacios de facultades que están fuera del campus. Incluso que, coyunturalmente, se queden en una zona del edificio dedicada a la informática, en lugar ocupar un laboratorio de biología. De momento no hay respuesta. «El CSIC hizo una apuesta por Valencia con este centro puntero y ahora corremos el riesgo de que se nos vayan o no vengan los investigadores que queríamos si ven que no hay espacio en el que crecer. Además, se genera un problema de confianza que rompe una política científica. Esa cuarta planta que nos piden desalojar no está vacía porque hay ya dos grupos trabajando allí que habrá que recolocar y para el futuro estaba planificado que habría tres más. Esperemos que reconsideren esta petición», afirma.

#SinCienciaNoHayFuturo.

 

 

200 científicos revelan que la Amazonía y otros bosques tropicales se secan


ROSA M. TRISTÁN

Hay unos umbrales para los seres vivos más allá de los cuales la vida es imposible. Y no hay retorno posible. Ese es el punto al que están llegando los bosques tropicales debido a unas temperaturas máximas diarias que ya están situándose por encima de los 32,2ºC, según un reciente estudio publicado en la revista ‘Science’ , en el que han participado 178 instituciones de todo el mundo. A esas temperaturas, aseguran casi 200 investigadores de cuatro continentes, los árboles pierden el carbono que almacenan más rápidamente, no ya porque a más calor más riesgo de incendios, que también, sino por la propia fisiología de una vegetación que evolucionó en zonas donde las olas de calor eran esporádicas y las lluvias más continuas.

Los científicos que publicaban estas conclusiones señalan la urgencia de tomar medidas inmediatas para conservar estos bosques tropicales y estabilizar el clima global. Y lo explicaban así: el dióxido de carbono, como sabemos gas de efecto invernadero, es absorbido por los árboles a medida que crecen y se va almacenando como madera. Pero cuando se calientan demasiado y se secan (como cualquier planta) van cerrando los poros de sus hojas para ahorrar agua, algo que han comprobado que les impide absorber más carbono. Al morir, vuelven a liberar ese carbono almacenado a la atmósfera. Un dato a no olvidar es que los bosques tropicales contienen aproximadamente el 40% de todo el carbono almacenado por las plantas terrestres.

Vista aérea del bosque tropical en la Isla Barro, Panama. @Smithsonian Tropical Research Institute

Para este estudio, los investigadores midieron la capacidad que tienen a gran escala porque  «crecen en una amplia gama de condiciones climáticas», según explica Stuart Davies, director de los Observatorios de la Tierra Global del Bosque del Smithsonian (ForestGEO), una red mundial en la que participan 70 espacios de 27 países para realizar estudios forestales. En esta investigación participan, además,científicos de Brasil, Ghana, Liberia, Congo, Colombia, Venezuela… «Queríamos evaluar su resistencia y sus respuestas a los cambios en las temperaturas y explorar las implicaciones de las condiciones térmicas, lo que es algo muy novedoso», señala Davies, del Instituto Smithsonian. 

En la actualidad, el almacenamiento de carbono en los árboles en casi 600 lugares en todo el mundo se conoce gracias a diferentes iniciativas de monitoreo, como RAINFOR, AfriTRON, T-FORCES y la mencionada ForestGEO. En este caso, con el equipo de investigación dirigido por Martin Sullivan de la Universidad de Leeds y la de Manchester, primer firmante del trabajo, se monitorearon más de medio millón de árboles de 10.000 especies en un total de 813 áreas de bosques tropicales. En total, hicieron más de dos millones de mediciones del diámetro de estos árboles en 24 países distintos. 

En su análisis posterior, detectaron grandes diferencias en la cantidad de carbono almacenado por los bosques tropicales en América del Sur, África, Asia y Australia. Los de Sudamérica, fundamentalmente la Amazonía, según sus conclusiones almacenan menos carbono que los bosques del Viejo Mundo, tal vez debido a las diferencias evolutivas en las especies de árboles. También encontraron que los dos factores que predicen cuánto carbono pierden los bosques son la temperatura máxima diaria a la que están sometidos y la cantidad de lluvia que reciben en las épocas más secas del año. La buena noticia es que estos bosques siguen almacenando altos niveles de carbono aún cuando hace calor y que se pueden adaptar a las altas temperaturas, pero la mala es que tienen un umbral crítico de tolerancia, que es un máximo de 32ºC durante el día. El aumento de la temperatura en las noches lo llevan mejor…

Como explican en ‘Science’, a medida que las temperaturas alcanzan los 32,2ºC, liberan el carbono que almacenan mucho más rápido. Y predicen, además, que los bosques de América del Sur serán los más afectados por si no frenamos el calentamiento global porque, de hecho, las temperaturas allí ya son más altas que en otros continentes y las proyecciones de futuro también son más altas para esta región. Steve Paton, director del programa de monitoreo físico de STRI, señala que en 2019 ya hubo 32 días con temperaturas máximas de más de 32º en una estación meteorológica en Panamá y un primer vistazo a sus datos indica que los días excepcionalmente calurosos se están volviendo más comunes.

¿Y qué puede pasar? Pues, por un lado, el aumento de carbono en la atmósfera puede exacerbar el calentamiento pero, por otro, los bosques podrían adaptarse a temperaturas más altas, es decir, podría pasar que las especies de árboles que no pueden soportar el calor mueran y sean reemplazadas gradualmente por otras más tolerantes. Lo que pasa es que eso puede llevar varias generaciones humanas y no tenemos tiempo para tanto. Además, habría que mantener los bosques intactos, cuando estamos en la senda de la deforestación y los incendios.

El autor principal de este gran estudio global, Martin Sullivan, insiste sobre el hecho de que los bosques tropicales «son sorprendentemente resistentes a pequeñas diferencias de temperatura» y que podrían continuar almacenando una gran cantidad de carbono en un mundo más cálido, pero también en que eso pasa porque tengan tiempo para adaptarse y, sobre todo, no alcanzar esa frontera de los 32ºC, algo a lo que parece que se acercan cada día un poco más: “Si llegamos a temperaturas promedio globales de 2°C por encima de los niveles preindustriales, casi tres cuartas partes de los bosques tropicales estarían por encima de ese umbral y cualquier aumento adicional conduciría a pérdidas rápidas del carbono forestal que acumulan», augura. La cuenta para la vida en la Tierra sería muy negativa: el carbono que liberarían los bosques a la atmósfera por la muerte y descomposición de los árboles sería mucho mayor que el que captan por su crecimiento.

Para Jefferson Hall, también coautor del trabajo y director del Proyecto Agua Salud del Smithsonian en Panamá, la solución pasa por conservar y por encontrar nuevas formas de restaurar la tierra ya degradada, como es plantar especies de árboles que ayuden a que los bosques tropicales sean más resistentes a las realidades del siglo XXI. Es lo que se hace desde este proyecto que busca especies nativas que pueden utilizarse para administrar el agua, almacenar carbono y promover la conservación de la biodiversidad en ese punto crítico que es Panamá, donde se conectan América del Norte y del Sur. Curiosamente, por culpa del COVID-19, se ha suspendido por primera vez en 40 años el monitoreo de su estación de investigación en la isla panameña de Barro Colorado.

Desde Brasil, Beatriz Marimon, de la Universidad Estatal de Mato Grosso, destaca que «cada aumento de un solo grado por encima de este umbral de 32ºC  libera cuatro veces más dióxido de carbono que el que se hubiera liberado por debajo del umbral» y lanza un mensaje sobre la imperiosa necesidad de «proteger y conectar los bosques que quedan». Lo hace desde un país amazónico donde últimamente la deforestación ha aumentado su ritmo de destrucción un 54% en sólo 10 meses y donde el fuego ya campa a sus anchas. 

Un ‘balón desinflado’ en la Antártida que resultó ser un huevo gigante


Fósil del huevo gigante encontrado en la Antártida. @Legendre et al.

ROSA M. TRISTÁN

Cuando conocí a Julia A. Clarke en Punta Arenas, en el Instituto Antártico Chileno donde estaba de visita, el director de este centro, Marcelo Leppe, me dijo: «Tiene un gran hallazgo que contarte». Y lo hizo, aunque no es hasta ahora que, tras ser publicado en Nature, podía publicarse: el descubrimiento de un gigantesco huevo de lagarto que se ha conservado en la Antártida desde el Cretácico, hace 66 millones de años, que nos recuerda que ese continente de hielo entonces no lo estaba -de hecho, el cambio comenzó hace unos 35 millones de años.

Este huevo, el primero encontrado en la Antártida, fue descubierto en el año 2011 por científicos chilenos en una formación llamada López de Bertodano, en la Isla Seymour  o Isla de Marambio, que es uno de esos casos antárticos en los que el mismo lugar tiene dos nombres distintos. Los investigadores se quedaron perplejos ante lo que parecía un balón de fútbol desinflado, así que lo guardaron sin etiquetar ni estudiar en las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Para ellos era «La Cosa», apodo inspirado en la película de ciencia-ficción de 1982. Y ahí siguió acumulando polvo hasta que un día Julia Clarke, de la Universidad de Texas, pasó por el Museo y lo ‘redescubrió’. En realidad, David Rubilar-Rogers, del Museo Nacional de Chile de Historia Natural, que había sido uno de los científicos que descubrió el fósil, se lo mostraba a cuanto geólogo visitaba el museo, esperando que alguien tuviera una idea, pero no encontró a nadie que diera con ello, hasta que Clarke, profesora de la Escuela Jackson Departamento de Ciencias Geológicas, apareció por allí en 2018. «Se lo mostré y, después de unos minutos, Julia me dijo que podría ser un ¡huevo desinflado!», recuerda Rubilar-Rogers. «Si, debo reconocer que tengo buen ojo para ver lo que para otros pasa desapercibido».

Recreación del posible mosasaurio poniendo huevos. @Legendre et al.

Junto con su equipo, la geóloga inició entonces un análisis que ha revelado que era un fósil gigante del caparazón blando de un huevo con 66 millones de años. Mide 29,7 centímetros de largo por 17,7 de ancho, lo que hace del fósil de huevo blando el más grande jamás descubierto hasta ahora y el segundo mayor de cualquier otro huevo conocido. Además, es el primero encontrado en el continente de hielo, un lugar nada fácil donde escasean estos hallazgos debido a su cobertura blanca.

«No nos podíamos imaginar que existiera un huevo tan grande, y menos con una cáscara blanda, pero cuando lo ví, pensé que no podía ser otra cosa», me comentaba Julia en el despacho de Punta Arenas el pasado mes de marzo.

Pero si su tamaño es una sorpresa, no lo es menos la especie a la que podría pertenecer, porque creen que era un reptil marino gigante, ya extinto, similar a lo que eran los mosasaurios, que recuerdan a gigantescos cocodrilos de hasta 19 metros de largo. Lo que pasa es que este descubrimiento desafía el pensamiento predominante de que tales criaturas no ponían huevos. «Lo que está claro es que pertenece a un animal del tamaño de un dinosaurio grande, pero es completamente diferente a un huevo de dinosaurio», señala Lucas Legendre, un postdoc que figura como primer fimanante, en un comunicado de la Universidad de Texas.  «Más bien, es muy similar a los huevos de lagartos y serpientes, pero de un pariente verdaderamente gigantesco».

Legendre fue el encargado de estudiar las muestras utilizando un conjunto de microscopios y encontró varias capas de membrana que confirmaron que era un huevo y con una estructura parecida a la que requiere la incubación rápida y transparente de algunas serpientes y lagartos  actuales. Como el huevo está eclosionado y no contiene esqueleto, tuvo que recurrir a otros medios para ver qué tipo de animal podía poner un huevo así, así que recopiló datos para comparar el tamaño del cuerpo de 259 reptiles vivos con el tamaño de sus huevos y así descubrió que ‘La Cosa’ medía más de seis metros de largo desde la punta del hocico hasta el final del cuerpo, y sin contar una cola. Todo encajaba con un reptil marino.

Además, en la formación rocosa donde se descubrió el huevo también hay esqueletos de bebés mosasaurios y plesiosaurios, junto con especímenes adultos, que no sufrieron el triste destino del huevo. El documento no discute cómo el antiguo reptil podría haber puesto los huevos. Pero los investigadores tienen dos ideas en competencia.

Por cierto, ‘La Cosa’ antártica ya tiene nombre y apellido: se llama ,Antarcticoolithus bradly, en una referencia al lugar donde fue encontrado y por otro a la palabra del griego antiguo «oolithus’ que se refiere a huevo y a piedra y la palabra ‘bradús’ que significa tardanza, en referencia a los 160 años que han pasado desde la descripción del primer huevo mesozoico en depósitos marinos. Es decir, «huevo de piedra antártico tardío». 

 

«Primavera con una esquina rota», un vídeo para el recuerdo


Se estrena un vídeo colectivo con imágenes de la naturaleza durante el confinamiento en todo el mundo

Diagrama Producciones acaba de estrenar en las redes sociales y con acceso libre su última producción, con el título de ‘Primavera con una esquina rota’, en referencia al poema del escritor uruguayo Mario Benedetti, que pretende ser un canto poético al resurgir de la naturaleza durante el confinamiento de esta primavera y a una llamada a la generación que lo ha vivido desde la niñez y la juventud.

El vídeo, de 10 minutos de duración, ha sido realizado con aportaciones de cientos de grabaciones realizadas con cámaras de móviles alrededor el mundo por un centenar de personas. La idea original de ‘Primavera con una esquina rota’ es del director y productor de documentales Miguel Angel Nieto, que tiene en su haber numerosos premios por sus producciones, y surgió tras ver cómo las redes sociales se inundaban de imágenes en las que los cielos lucían transparentes, las calles silenciosas, la fauna se adueñaba de espacios de los que habían sido desplazados… Pero también aquellos que nos mostraban cómo en los hospitales y morgues se acumulaba el dolor humano, la metafórica ‘esquina rota’ en el renacer de una vida que en esta primavera se ha hecho más patente que nunca en este siglo.

Durante cuatro semanas, Diagrama Producciones, con la colaboración de Rosa M. Tristán (co-guionista) lanzó la petición pública para recibir imágenes de cómo se veía esa primavera desde las ventanas, los jardines y balcones y comenzó a recibirlas de todo el mundo, en más de una veintena de países de cuatro continentes: muchos provenían de rincones naturales de España libres de presencia humana. También las hay de Taipei, Estambul, Paris, Nueva York, Washington, Boston, Bloomington, Minneapolis, Buenos Aires, Lisboa, Oporto, Ciudad del Cabo, Tanzania, Senegal, Roma, Bologna, Moscú, Krasnodar, Stepanakert (Nagorno Karabaj), Yerevan (Armenia), Ciudad de México, Los Ángeles, Alemania, Tokio, etcétera.

Todas las imágenes y la música han sido cedidas gratuitamente a la productora y también todos los derechos de autor que se devengan del vídeo serán destinados a la Fundación Española de Cooperación sanitaria, una organización solidaria que dedicada a la atención en países en desarrollo, que tanto apoyo necesitan en estos momentos. El guión se ha centrado en textos escogidos de Eduardo Galeano, Mario Benedetti o Claribel Alegría, leídos por ellos mismos, pero también de Albert Camus o Pedro Salinas, entre otros, buscan reflejar, gracias a su poesía, esos sentimientos y emociones que han acompañado a millones de personas.

Según su productor y realizador, Miguel Ángel Nieto, “se trata de dejar un mensaje a las generaciones de los niños y jóvenes que han vivido esta situación excepcional, transmitirles que ellos son el relevo para el resurgir de la vida en este planeta porque esta primavera ha dejado claro que es posible” .

Para más información dejar COMENTARIO en este artículo y nos pondremos en contacto.

 

Atapuerca: una excavación adaptada al coronavirus


Nuevos andamios en la Gran Dolina de Atapuerca @EudaldCarbonell

ROSA M. TRISTÁN

Atapuerca no está dispuesta a rendirse al COVID-19. «Los que estudiamos evolución humana sabemos que la clave es adaptarse para sobrevivir, así que nos hemos adaptado a la nueva realidad y Atapuerca no para». Así de claro lo tiene Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones que un año más van a desarrollarse en la famosa sierra burgalesa. Son ya 43 años seguidos de excavaciones en un lugar emblemático que nos ha descubierto grandes momentos de nuestro pasado humano.

Bien es verdad que lo hará en condiciones especiales, con limitaciones que impone la ‘nueva normalidad’ y que hará que esta campaña recuerde a las de hace ya muchos años: en total 50 personas, todas españolas, cuando el año pasado participaron un total de 283 de 22 nacionalidades distintas. De hecho, sólo se trabajará en tres yacimientos: la Gran Dolina, Sima del Elefante, Cueva Fantasma, Sima de los Huesos y Galería de las Estatuas. En Cueva del Mirador,  La Galería, La Paredeja o El Penal esta campaña no se podrá trabajar. El equipo que trabaja en el río Arlanzón cribando los sedimentos, que dirige Gloria Cuenca, también estará activo, con unas cinco personas. Además, en vez de 45 días de trabajo serán 25: del 1 al 25 de julio.

En los que si se podrá, se tomarán medidas especiales de seguridad. Así, en cada yacimiento habrá entre cinco y siete personas como máximo (Gran Dolina es grande así que permite mantener las distancias) y la logística de cada uno de los tres yacimientos activos (comidas, transporte…) será independiente para evitar que haya concentración de personas en ningún momento dentro del complejo. «Estamos contentos de contar finalmente con la financiación de la Junta de Castilla y León que nos permite mantener la excavación y estamos haciendo ya muchos cambios», me explica Carbonell. Respecto a posibles prevenciones sanitarias, se ha recomendado a todos los que vayan este año a trabajar a las excavaciones que se hagan unos test de coronavirus, si bien es algo voluntario.

Los cambios en marcha es lo que han bautizado como «Tormenta metálica», porque se están cambiando algunos de los andamios que durante años han definido el paisaje de esta sierra habitada desde hace más de un millón de años por parientes humanos. En concreto, con el apoyo de la Consejería de Cultura y Turismo se ha colocado una estructura metálica de refuerzo en la cubierta del yacimiento de Gran Dolina, con una inversión de más de 50.000 euros.

También está previsto que se reanuden las visitas turísticas. «Confiamos en que se pueda volver a la normalidad totalmente en julio, así que quien quiera podrá venir a vernos, también con las medidas de seguridad correspondientes», explica el codirector del proyecto.

Por lo pronto, ya ha abierto sus puertas el Museo Nacional de Evolución Humana, en Burgos, y los paseos por la Trinchera de Ferrocarril se reanudarán una vez que  se levante el Estado de Alarma, ya superado el brote de una enfermedad humana que, por lo que se sabe hasta ahora, nunca antes en la historia de la especie había sido tan global.