ROSA M. TRISTÁN
Cuando dejaba atrás la Antártida y, lentamente, los icebergs fueron desapareciendo de mi vista no imaginaba cuánto echaría de menos ese espacio en el que todo es grandioso, indomablemente salvaje. La mano invisible de nuestra especie está también ahí, echando un maleficio que viene cargado de destrucción y muerte para quien allí habitan, pero lo que llena los ojos y todos los sentidos es la belleza. En estado puro. Hoy, confinada, con el solo respiro de una pequeña terraza, la nostalgia por lo vivido a veces se presenta como un torbellino.
Esa nostalgia viene a acompañada de dos sentimientos contrapuestos que luchan entre si: el entusiasmo por haber conocido un pedazo más de este asombroso hogar que es nuestra Tierra y haberlo hecho de la mano de quienes mejor lo conocen, y la tristeza de comprobar que ni siquiera una amenaza contundente y mortal a nuestra propia vida como es el coronavirus, provocado por nuestra estupidez humana, puede hacernos cambiar el rumbo. Y me pregunto… ¿Qué pasará si volvemos a usar coches privados para todo? ¿Habrá un repunte del uso de plásticos por un aumento de objetos de usar y tirar? ¿Volvemos a la tentación de invertir en construcción (en Madrid) o en turismo (el campo de golf de Nerja) que aumentará el desastre ambiental? ¿Nos olvidaremos de limpiar la casa que ahora nos parece más limpia en aras de un modelo económico que regresará al absurdo del crecimiento infinito?
Os quería compartir aquí, en el Laboratorio para Sapiens, el artículo publicado el domingo día 26 en EL PAÍS SEMANAL. MISIÓN ANTÁRTICA: SALVAR LA TIERRA. Os aconsejo escuchar el podcast y ver el vídeo que lo acompaña de Pepe Molina. Y sobre todo disfrutar con las fotos de Fernando Moreles, todo un artista de la cámara. Y me gusta el título, que yo no escogí, porque estoy convencida de que para salvar la Tierra primero hay que conocer al detalle qué es lo que allí está ocurriendo, algo que no sería posible si no fuera por los científicos, técnicos y militares, miles en estos 33 años, que participan en las campañas antárticas. Convivir con algunos de ellos, comprender las dificultades a las que se enfrentan, compartir los riesgos, que los hay, y sobre todo ‘absorber’ su conocimiento es algo que no tiene precio. Me pesa no haber podido mencionar los trabajos de todos y cada uno de ellos en el reportaje, pero eran tantos…. ¡Es algo que da para un libro! No me extraña que otros colegas, como Valentín Carrera, hayan terminado escribiéndolos. Yo lo estoy pensando…
Porque, al final, ahí están sus resultados. Como todo en la ciencia, lentos pero contundentes. Estos días de atrás me dejaba perpleja la inmediatez que desde la sociedad se exigía a los investigadores del SARS-CoV19. Me llegaban comentarios del tipo: necesitamos ya una vacuna, debemos tener test fiables al 100% o ¿qué pasa con los tratamientos?. Pero también veo que ahora ya comenzamos a comprender que este es un trabajo que lleva su tiempo porque no se basa en la magia, ni en creencias religiosas. Se basa en datos que hay que corroborar muchas veces. En el caso de la ciencia antártica además, implica un compromiso personal muy grande: dejar a la familia durante meses, realizar un viaje de casi 14.000 kilómetros del que no puedes volver fácilmente, trabajar a destajo de la mañana a la noche para aprovechar al máximo el tiempo compartido en tan asombroso lugar…
A cambio, la belleza.
Parémonos a reflexionar: basta ya de apoyar a quienes la destruyen, basta de escuchar a quienes en su inconsciencia premeditada nos condenan a un mundo sin futuro habitado por una humanidad sin abrazos.
Posdata:
En este mismo blog encontraréis el DIARIO)
En #SOMOSANTÁRTIDA de El País, muchos artículos por proyectos.