La silla vacía del PP en un debate sobre la ciencia


Unidas Podemos, silla vacía del PP, Cosce, PSOE. @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Se le esperó pero no apareció. Ningún representante del PP acudió a la cita convocada por la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España), que agrupa a más de 40.000 científicos, para que expusiera cuál serían sus prioridades en el maltratado sector de la ciencia española si ganaran las elecciones. Ahí estuvo el cartel, en la mesa, de Alberto Casero, diputado por Cáceres y secretario nacional de Medio Ambiente del Partido Popular, decorando su silla vacía. Los de VOX declinaron la invitación a participar desde el principio (lo de la ciencia les viene grande, parece ser) pero este diputado popular se había comprometido a asistir, y al final ni fue ni envió a un sustituto o sustituta. Grupos nacionalistas, también declinaron.. pero también previamente. 

Los que si estaban fueron PSOE, Unidas Podemos y Ciudadanos, que intentaron, aunque sin mucho éxito, convencer a los asistentes de las bondades de sus próximas medidas si llegan al Gobierno. Sin mucho éxito porque eran las mismas, prácticamente, que en anteriores convocatorias y la realidad es que el panorama poco ha cambiado, en general, en los últimos años de desesperanza para los que siguen batallando por el I+D contra viento y marea. Lo más destacable de la legislatura terminada ha sido el Real Decreto de Medidas Urgentes para la ciencia que fue aprobado por unanimidad, pero por lo demás, la propia presidenta de COSCE, Perla Wahnón Benarroch (Real Sociedad Española de Física) recibió a los políticos afeándoles que no hubieran cumplido los compromisos asumidos en el debate electoral anterior, ni en el anterior al anterior.

Desde luego, tanto Juan José Moreno (portavoz de Ciencia, Innovación y Universidades en la Asamblea de Madrid del PSOE) como Noelia López Montero (diputada en la Asamblea de Madrid de Ciudadanos) y Gemma Heras-Juaristi (coordinadora en Unidas Podemos del área estatal de políticas científicas de I+D+i) se esforzaron durante más de una hora en destacar la importancia que tiene este sector para sus partidos y coincidieron en la importancia de llegar a un Pacto de Estado sobre el asunto y en aumentar presupuestos, pero la realidad es que cuando llegan al poder lo del pacto queda olvidado… y que, además de presupuestos, los científicos reclaman medidas que no requieren tanto dinero como disposición política real.

Desde el PSOE, su portavoz destacó lo importante que ha sido tener un Ministerio de Ciencia para ‘tener voz’ en el Consejo de Ministros, pero reconoció que las peculiaridades de este ámbito no se tienen en cuenta en leyes que lo afectan y convierten en un viacrucis (perdón por la referencia religiosa) sacar un proyecto adelante. En concreto, se refería a las leyes de subvenciones públicas, de contratos del Estado o de Competitividad. «Es muy necesario el asesoramiento científico en el Congreso de los Diputados», reconocía su representante. Otra cosa es que luego se les haga caso, porque luego vemos casos como el del Mar Menor en el que se crean comités científicos para no tener en cuenta sus conclusiones cuando no gustan. También mencionó la necesidad de tener una nueva Ley de Ciencia porque, dijo, al ser un sector muy innovador «enseguida se quedan obsoletas»y defendió una reforma de la Agencia Estatal de Investigación, ligada a un aumento de los presupuestos, si es que algún día tenemos nuevos presupuestos.

Unidas Podemos, por su parte, destacó de su programa, además del aumento presupuestario, la creación de un banco de inversión para la transición tecnológica (con el ICO, CDTI, ENISA…) para estimular la inversión privada en I+D y la misma apuesta por tener una nueva ley de ciencia y crear comités sectoriales a nivel estatal y en comunidades autónomas como asesores. En todo momento,  Heras-Juaristi dejó claro que la guía ha sido un documento realizado por científicos del CSIC en un encuentro hace unos meses, donde hicieron diagnóstico de sus necesidades más urgentes.

Por su parte, desde Ciudadanos se recordó la importancia de sacar adelante la Ley de Mecenazgo para el I+D y por convertir la Agencia Estatal en una fundación «para mejorar su independencia», además de insistir en la necesidad de un pacto entre partidos como paso previo a cualquier modificación legal, por urgente que sea.

En el debate posterior con los asistentes, que eran pocos, algunos de los científicos dejaron claro su poco convencimiento de que su trabajo fuera a mejorar con lo anunciado, sobre todo en lo referente a la burocracia que les ‘acogota’ (en el sentido de inmovilizar), a la recuperación de los grandes científicos que se fueron de España o a los incentivos para aumentar la inversión privada. Y les dijeron que para qué otra ley de ciencia con principios muy generales, si luego no se ponen en marcha soluciones a los problemas concretos que nos hacen perder posiciones a nivel científico.

Pero de todo ello no se enteraron los del PP porque no estuvieron. Teniendo en cuenta que en sus gobiernos tuvieron lugar los mayores recortes en ciencia de la historia y que ya en 2013 se negaron a firmar un simbólico Pacto por  la Ciencia , no debería extrañar su desinterés en aquello que no es desarrollo económico a base de ‘ladrillazo inmobiliario’ o agricultura extensiva e insostenible para un país con tantos problemas de agua o el turismo masificado de ‘infracalidad’ que inunda costas y ciudades…

Esa silla vacía en el debate de la COSCE es el ejemplo.

(Por cierto, que miré a ver si le había pasado algo a Alberto Casero, pero ayer puso unos cuantos tuits y retuits, así que activo si que estaba)

 

 

 

El veneno de los monocultivos, en el carro de la compra


Biodiversidad del maíz en Alta Verapaz, Guatemala… Ahora sólo nos venden del amarillo. @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Hubo un tiempo en el que la Tierra era tan biodiversa que varias especies de humanos la habitaban. Y así fue cientos de miles de años, hasta que en un pasado reciente quedó solo una y, tras un lento caminar, comenzó a domesticar cultivos. Los ‘sapiens’ cambiamos nuestra alimentación, comenzó a crecer nuestra población y sin pausa, y en el último siglo con prisa, llegamos a un nuevo ciclo en el que decidimos cambiar cada rincón del planeta: era un mundo de ‘recursos’ o, en su defecto, molestos seres vivos. En ese nuevo ciclo, el sistema creado no tiene como objetivo aquello que nos movió en nuestro pasado, COMER; de hecho, muchos cientos de millones de humanos no pueden garantizar su digna subsistencia. Nos movió, en realidad movió a unos pocos, obtener beneficios. Hoy, metidos en esa vorágine se arrasan selvas, se permite cazar impunemente cientos de lobos, se contaminan aguas de nitratos, se esquilman acuíferos de agua dulce y se socavan tierras en busca de minerales, que tampoco se comen.

Son tantos los impactos a diestro y siniestro que cada nueva investigación científica, deprime, y cada estudio de los impacto sociales que se generan, desesperan. Pero hay que saber, como me decía en una entrevista reciente el autor del libro “El planeta inhóspito’, David Wallace-Well. No podemos mirar a otro lado.

Campesinas de Kenia, cultivando té para exportar. Apenas subsisten con lo que ganan. |ROSA M. TRISTÁN

Campesinas de Kenia, cultivando té para exportar.  |ROSA M. TRISTÁN

Y precisamente ‘saber’ en profundidad es lo que movío a las tres periodistas que componen el equipo de Carro de Combate: Nazaret Castro (que vive en Argentina), Aurora Moreno (ha vivido en varios países de África) y Laura Villadiego (en Tailandia). Acaban de publicar con la editorial Akal un compendio de todo su trabajo bajo el título de “Los monocultivos que conquistaron el mundo”, un retrato de esa historia en la que un día dejamos de cultivar lo que nos daba la tierra que pisábamos para hacerlo a nivel industrial, de lo que venía de lejos, y así exportar lo que manda el ‘mercado’. Eso si, bajo ese argumento ‘paraguas’ de que aquello acabaría con el hambre en el mundo, tristemente irónico porque resulta que sigue habiendo hambre pero gran parte de esa comida ‘industrial’ (más de un 30%) va a la basura y otra gran parte a alimentar coches, no estómagos.

El libro de Nazaret, Aurora y Laura, que os recomiendo, se centra en tres de los cultivos más dañinos a nivel socioambiental: la caña de azúcar, la soja y la palma aceitera. Aportan muchos datos, y mucha historia, pero también numerosos testimonios de quienes padecen las consecuencias estos ‘mono-desastres’ de los que como consumidores no tenemos fácil escapar. “Ni siquiera los certificados de ecológico son completos si no incluyen el impacto social de usar mano de obra esclava o del cambio del uso del suelo”, como recordaba Laura.

Bien es cierto que da apuro demonizar lo poco que hay que se sale de la explotación más impune (léase, etiquetas que garantizan cierto nivel de sostenibilidad del consumo) pero los humanos somos especialistas en pensar más en el bolsillo que en las consecuencias, así que comparto la idea de que habría que mejorar un sistema para que calibre los impactos reales de los productos.

De lo que no hay duda, visto su exhaustivo trabajo de investigación, es que estos tres cultivos son tres graves problemas. Nazaret, que ha vivido en Brasil antes de llegar a Argentina, recordaba el día de la presentación que el 60% de los cultivos en el Cono Sur ya son de soja y un 90% de soja transgénica, es decir, que a su alrededor la biodiversidad de insectos y aves que comen insectos ha desaparecido… Los llaman ‘fitosanitarios’, explica Nazaret en su capítulo, pero son ‘agrotóxicos’ porque envenenan. ¿Y adónde va tanta soja? En realidad, va a alimentar al ganado (carne) cuyo consumo es cada día más exagerado y cuestionado, pero sin visos de cambiar pese a la alarma lanzada por el IPCC en su último informe. Y también va a alimentar vehículos, como biocombustible. “Pero no se exporta sola, con la soja Argentina exporta también agua, biodiversidad, nutrientes de la tierra…”, recordaba la periodista.

Lo mismo ocurre con la palma aceitera africana. Su cultivo se ha extendido por muchos países, como personalmente he podido ver en Ecuador (sobre todo en Esmeraldas), en Colombia (500.000 hectáreas hay ya en este país), en Guatemala (165.000 hectáreas)… Hoy está en casi todo lo que comemos y, además, se ‘vendió’ como un energía renovable, hasta que ocurrio lo que algunos predecían: un brutal aumento de la deforestación de bosques tropicales: Malasia e Indonesia son el gran ejemplo, pues producen el 86% del aceite de palma, pero también aumenta en Camerún. En los tres países, las selvas viajan en camiones para convertirse en plantaciones. En marzo de este mismo año, visto lo visto, la UE decidió poner medio-freno a las importaciones de este producto, pero no basta y su ‘plaga’ sigue extendiéndose a diestro y siniestro por el mapamundi.

Deforestación en Borneo @Forest News

Y qué decir de la caña de azúcar. Los ‘ingenios’ (así se llamaban las fábricas en las plantaciones decimonónicas) han generado capital desde los tiempos de las colonias europeas porque españoles, portugueses e ingleses enseguida vieron las ventajas de producir el preciado endulzante a precio de ganga con mano de obra esclava. Hoy, como señalan las autoras, es una ‘amarga dulzura’ porque es un monocultivo más en pocas manos y las condiciones de sus trabajadores siguen siendo de esclavismo. Da igual que sea en Latinoamérica o en Camboya, que de ese país también dan muchos detalles.

En todo caso, no es culpa del producto, como insisten Nazaret, Laura y Aurora. Es culpa de un sistema que premia la concentración de la producción y penaliza a los pequeños agricultores, en contra de lo que dicen los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de lo que se defiende desde el ámbito científico, de lo que viven en el terreno los líderes sociales y comunitarios, que pierden la vida y la libertad si se niegan a entrar en ‘la rueda’, de lo que denuncian infinidad de ONGs. No es culpa ni de una caña, ni de una palmera o ni de una planta con vainas.

Pero como consumidores debemos saber lo que esconden nuestros alimentos y por ello, ese libro de Carro de Combate es necesario. Y seguir apoyando su trabajo, también.

Libro editado por Foca (Akal)

 

 

Michel Mayor, el sabio que nos abrió la ventana a otros mundos


Festival Starmus 2017 @RosaTristán

ROSA M. TRISTÁN

Hay seres humanos que se nos quedan prendidos dentro, personas que irradian sabiduría y sencillez a partes iguales y que con las que merece la pena mantener el fino hilo que un día surgió y que, si bien no crece si que permanece ahí, a la espera de nuevos encuentros. En mi caso, uno de esos hilos me une al nuevo Nobel de Física, Michel Mayor, el científico suizo que hace ya casi 25 años nos descubrió, junto con su alumno Didier Queloz, que más allá de nuestro Sistema Solar había mundos, miles, millones de mundos quizás, a la espera de ser descubiertos. Michel y Didier, un día de 1995 encontraron que cierto movimiento en la velocidad radial de la lejana estrella 51 Pegasi (también llamada Helvetios) era, sin duda, un pequeño planeta, un exoplaneta porque está fuera de nuestro Sistema Solar. Nuestro mundo, con este hallazgo, dejó de ser tan especial. Si a 50 años luz de la Tierra, en la constelación de Pegaso, había un planeta orbitando otra estrella ¿por qué iba a ser el único?

Con Michel Mayor y el astronauta Claude Nicollier en Starmus 2017 @RosaTristán

 

Hoy ya se han localizado 4.031 confirmados y otros 2.420 potenciales y es un número que no deja de aumentar, pero la brecha que abrieron Michel y Didier con el abrasador planeta Dimidio (antes se conocía como 51 Pegasus B) fue clave  y por ello cuando hace 10 años le entrevisté por primera vez el tiempo se me hizo infinitamente corto para tanto como podía aprender con ese hombre tímido y discreto, de los que parece que no tienen más vida que mirar por un telescopio (en realidad las pantallas del telescopio) hacia el mucho más allá de nuestra mirada. Y de repente descubres que no, que esa persona es, además, un sabio, un filósofo de la vida.

En 2011, nos volvimos a encontrar en el Starmus Festival de Tenerife, adonde acudió con su mujer Francoise y en los años siguientes repetimos citas en las nuevas ediciones de ese festival de ciencia, divulgación y música, organizado por su amigo y colega Garik Israelian, al que nunca ha querido faltar. Con ellos, recuerdo una fría y mágica noche mirando las estrellas por un telescopio de aficionados en las cercanías del Teide. «No entiendo como no le han dado ya el Nobel», le dije entonces. Y Michel Mayor se reía mientras me explicaba que, en realidad, poco sabía de constelaciones, que lo suyo era de buscar lo que no somos capaces de ver, de hacer visible lo invisible.

Y tenía que llegar… porque antes del Nobel ya tenía la Medalla Albert Einstein (2004), era Caballero de la Legión de Honor francesa (2004), el Premio Shaw de Astronomía (2005), la Medalla de Oro de la Real Sociedad Astronómica del Reino Unido (2015) y el Premio Wolf de Física (2017), considerado el más prestigioso del área tras el Premio Nobel. Junto con Isaelian, con el que ha publicado más de 40 artículos científicos, también recibió el prestigioso Premio Viktor Ambartsumian, en Rusia. Hoy, por fin, el ansiado premio de la Academia sueca.

La última vez que nos encontramos fue en el Starmus de 2017 en Trondheim. Llegamos a la vez al aeropuerto, aunque la pareja venía de recoger el mencionado Premio Wolf de la calurosa Israel. Les perdieron las maletas y el clima en Noruega no era para andar desabrigados. De aquellos días en Starmus tengo infinidad de recuerdos; desde luego las conferencias de otros Nobel sobre temas apasionantes, las meteduras de pata machistas de algunos, el compartir canapés y cerveza con el mediático periodista Larry King y el no menos mediático Oliver Stone, la recepción con los príncipes noruegos, el concierto de Steve Vai, para el que nos dieron tapones para los oídos…

Con Francoise y Michel Mayor, en Tenerife.

Pero de todo ahora me vienen a la mente las tertulias improvisadas en torno a un café con Michel Mayor, con Francoise, que habla un excelente español, por cierto, y con su amigo de aventuras, el astronauta suizo Claude Nicollier, el primer europeo en viajar al espacio.

Ahí descubrí a un ser humano pegado a la Tierra, a un viajero cuya curiosidad es tan infinita en nuestro planeta como en el Universo, eso sí, siempre con el empuje, a su lado, de una mujer tan fuerte como discreta e imprescindible. Y donde menos lo esperaba encontramos un hilo que nos unía y que pasaba por África subsahariana, que habían recorrido, para viajar desde allí a las estrellas. Tampoco olvido el cariñoso mensaje que Michel me envió cuando se enteró, hace ya más de siete años, de que había dejado de trabajar en El Mundo (en este caso, bien terrenal) a través del cual nos habíamos conocido.

Por eso, cuando hoy supe que este sabio y el que fuera su doctorando, Didier Queloz, son los nuevos Nobel de Física 2019, junto con el norteamericano, James Peebles, he sentido muy cerca la alegría: llega el reconocimiento global que hace tiempo pienso que lo merecía. Así que, desde este Laboratorio para Sapiens, gracias Michel por habernos ‘empequeñecido’ en el Universo. Para los seres humano nos debiera sacudir de soberbia saber que, muy muy probablemente, no somos tan especiales…

Otros muchos mundos están ahí fuera y esa ventana la abristeis Didier y tú a la Humanidad.