ROSA M. TRISTÁN
Quienes acostumbran a pasear campos es probable que alguna vez se hayan encontrado con una sin percatarse, hasta que comienza a picar al pierna y se ve un pequeño punto negro ‘enganchado’ en la piel, un bicho que no es fácil de arrancar y que es portavoz de algunas enfermedades graves. Son las garrapatas, supervivientes de un pasado que al menos se remonta 105 millones de años, como acaba de descubrir un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero (IGME), y que no sólo convivieron con los dinosaurios sino que se alimentaron, probablemente, de su sangre como hoy lo hacen de cuanto animal se pone a tiro de su minúsculo cuerpo.
Los científicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), con Enrique Peñalver a la cabeza, llevan muchos años revelando los secretos que esconde el ámbar. Han descubierto ya 150 especies de insectos, algunos con unas peculiaridades que los hacen especiales. En 2011, encontraron una chicharrilla en el yacimiento turolense de Just (Utrillas), en 2011 nos descubrieron unos insectos polinizadores con 110 millones de años en el yacimiento de Peñaferrada (Álava) y más recientemente han estado volcados con las garrapatas, tanto las nacionales (una nueva especie rescatada del ámbar de El Soplao, en Cantabria), como las internacionales (de Birmania).

La garrapata española con 105 millones de años, en el original (mano de Enrique Peñalver) y su recreación aumentada. @Rosa Tristán
Con éstas últimas, las conocidas por los dinosaurios, se ‘tropezaron’ en un congreso internacional, donde se las presentó el investigador norteamericano Scott R. Anderson. «Le pedimos varias piezas de ámbar para investigarlas porque eran muy interesantes», señala Peñalver. Ese interés provenía, fundamentalmente, de que en una de ellas se veía una pluma, que no podía ser de otra cosa que de un dinosaurio ‘emplumado’ (los ancestros de las aves) con una garrapata. Con una antigüedad de unos 99-100 millones de años, aquello era una escena excepcional. «La garrapata no tiene sangre del dinosaurio en su interior, así que todo indica que quedó atrapada en la resina con la pluma sobre la que estaba antes de comer. Es asombroso que se haya conservado así». En este caso, la familia de la garrapata, Ixodoidea, era conocida, y de hecho aún existe. «¿Y la habrá con sangre de dinosaurios?», es la pregunta inevitable. Pues de momento, no, aunque no se descartar que se encuentre en el futuro.
Pero no es el único descubrimiento que han realizado en el IGME porque en otras piezas de ámbar birmano han encontrado hasta cuatro ejemplares del diminuto parásito que pertenecieron a una familia nueva y hoy desaparecida, que ha sido bautizada como ‘Deinocrotonidae‘ (deino=feroz y croto=garrapata) y ‘draculi (en homenaje al Conde con similar afición gastronómica). «Es algo extraordinario, no sólo hemos podido relacionar las garrapatas con los dinosaurios sino que hemos descubierto una cuarta familia que era desconocida y quizá se extinguió cuando cayó el meteorito», explica Peñalver. Las garrapatas en cuestión tenían pegadas algunos pelos con larvas de escarabajos y otros restos, unas pruebas de las que infieren, al más puro estilo CSI, que estos parásitos estaban en nidos de dinosaurios, de los que se alimentaban.
Todo ello ha sido publicado en un artículo en Nature Communications por Peñalver, Antonio Arillo, Xavier Declós, David Peris, David A. Griamaldi y Anderson. Ahí detallan cómo con potentes microscopios detectaron algunas diferencias biológicas entre los organismos de unas y otras garrapatas, aunque las variaciones han sido mínimas. «En la nueva familia hay cambios, pero en general hace 100 millones de años ya eran prácticamente como ahora, lo que quiere decir que son mucho más antiguas, que existen desde hace mucho tiempo. El ámbar precisamente nos permite ver esa evolución, aunque de momento es una larga película de la que tenemos solo unos fotogramas», reconoce.
De momento, por tanto, habrá que esperar a ver si algún día se encuentra un ejemplar que tenga sangre de dinosaurio en su interior, lo que podría determinarse por la existencia de elementos como el hierro o comparándola con la de las actuales aves, si bien de momento, no deja de ser una posibilidad, como reconocían los científicos.
El otro hallazgo del IGME, aún pendiente de publicar, es la garrapata más antigua descubierta hasta ahora en el planeta, con una antigüedad de 105 millones de años. Este insecto quedó atrapado en el ámbar de El Soplao y es otra nueva especie. En realidad, será una más de las 150 encontradas en España por el equipo de Peñalver. Sólo el ‘fotograma’ de ámbar, de unos 3×2 cm2, que tiene en la mano en la imagen y en el que murió está ‘garrapata cretácica española» (aún por bautizar) asegura que quedaron encapsulados otros 40 insectos, por lo que en aquel bosque debía hacer calor, con una biodiversidad en efervescencia, cuando aquella resina cayó del árbol. «Para describir todo lo nuevo que encontramos en un único pedazo de ámbar como éste tendremos años de trabajo», reconocen.
En todo caso, de momento las campañas de excavación en El Soplao están paradas desde hace ya seis años Se realizaron entre 2008 y 2012, pero la crisis económica, que ha tenido un tremendo impacto en la ciencia en España, las paralizó totalmente. Ahora parece que hay de nuevo interés por parte del Gobierno de Cantabria para reactivarlas. No hay que olvidar que El Soplao es un atractivo recurso turístico para la comunidad cántabra dada su espectacular belleza. Además, esconde minúsculos paleo-tesoros, como esa garrapata que aún no ha sido bautizada. Eso si, cuando lo haga será la más vieja de las garrapatas conocida, al menos hasta que aparezcan sus ancestros. (Dicen que en Líbano hay ámbar de 130 millones de años, así que igual es el lugar, pero hasta ahora no ha aparecido ninguna).
Pingback: 2017: De los fósiles al Cosmos, el mundo en un laboratorio | Laboratorio para Sapiens