ROSA M. TRISTÁN
«Tenemos un ángulo de unos 50º o 60º en el que, debido a la luz solar, no podemos ver el cielo, así que se nos escapan los asteroides que puedan estar en esa zona, no sabemos si son peligrosos», asegura el físico Josep María Trigo Rodríguez, del Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC). «Sería necesario tener telescopios de infrarrojo enfocando esa zona, pero no los hay y los científicos no sabemos cuándo puede haber un gran impacto en la Tierra como el de Tunguska, en 1908, o el de Cheliábinsk, en 2013, o incluso más destructor». Trigo-Rodríguez es uno de los firmantes de una investigación, publicada en la revista Astrophysical Journal, en el que se ha dado un gran avance en un asunto tan recurrente de la ciencia-ficción como es el desvió premeditado de un asteroide que amenace la vida en la Tierra. Sin embargo, sería la única opción real.
Desde el año 2010, Josep María Trigo lidera el grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias en el IEEC y estudia la formación de cometas y asteroides y la composición de los fragmentos (meteoritos) que llegan a nuestro planeta. Además, acaba de publicar un libro («Assessment and mitigation of asteroid impact hazards», con Springer, Nueva York) con las últimas novedades científicas en la materia.
En este trabajo, en el que también colaboran otros científicos españoles, como Carles Moyano, han analizado precisamente la composición del meteorito Cheliabinsk, esa bola de fuego que sorprendió a los rusos hace casi cuatro años y de cuyos restos se han recuperado 1.000 kilos. Hoy se sabe que aquella roca espacial medía unos 18 metros de diámetro, muy lejos de los 1.ooo metros que pueden causar una destrucción masiva, y aún así causó heridas a más de 1.500 personas al desintegrarse en fragmentos sus 11.000 toneladas de peso.
Pero ¿en qué ayuda saber su composición para desviarlos? Esto es lo que han descubierto los científicos españoles, junto con otros colegas europeos. Ahora ya sabemos que la composición de las rocas del Cinturón Principal de Asteroides, esos restos que vagan por el Sistema Solar (entre Marte y Júpiter) desde que se formó, no es invariable. Han descubierto que se va modificando a medida que colisionan con otros cuerpos estelares. Carles Moyano, también el IEEC y cofirmante del trabajo, comentaba en la rueda de prensa dónde se presentó, cómo gracias a nanoimplantaciones en una muestra del Cheliábinsk y a estudios con microscopio, se ha sabido que las zonas más claras de los meteoritos son las mejores para recibir un impacto y poder desviarlo de su trayectoria, dado que las oscuras son demasiado duras. Es un factor fundamental para tener en cuenta, como indicó Trigo, en un supuesto lanzamiento de un misil misil cinético, es decir, una sonda que hubiera que lanzar para estrellarse contra un supuesto y amenazante asteroide .
La cuestión es que de todos los objetos próximos a la Tierra (NEO, por sus siglas en inglés), se conocen 15.573, y de ellos unos 1.000 son «potencialmente peligrosos», pero hay un «ángulo ciego» en el espacio del que no sabemos lo que hay porque el Sol nos impide ver con telescopios ópticos y en estos momentos no hay ni un solo telescopio infrarrojo inspeccionando en todas las direcciones del espacio en busca de asteroides. «El problema es que debemos descubrir los asteroides peligrosos con suficiente antelación como para poder desviarlos. Imaginen si un objeto como Tunguska, que en 1908 destruyó en la taiga siberiana en más de de 2.000 km2, cae en una cuidad. Y es algo que puede ocurrir en cualquier momento, lo sabemos porque la Tierra ya ha sido golpeada en el pasado. Pero para poder lanzar una misión y desviarlos de su trayectoria se requiere saberlo con meses de antelación». «Hay poca sensibilidad para apostar por este tema, somos incapaces de entender que no es ciencia-ficción», argumentaba el científico.
Sus palabras me recuerdaron a las que escuché al astronauta Neil Armstrong en el primer Starmus Festival (2012) al que acudí: “La Tierra es preciosa, está en la situación perfecta; pero yo la he visto de lejos, y he visto meteoritos cayendo bien cerca como una lluvia, he visto tormentas nocturnas iluminadas por rayos y he visto huracanes gigantes y ‘tsunamis’. Si viniera de un planeta de la estrella Vega diría que es un lugar muy peligroso“. Esa esa la imagen con las que nos encogió en el asiento a los presentes.
Sin embargo, la mejor prueba de esa insensibilidad de la que habla el científico español es el finiquito de la Agencia Espacial Europea al programa AIMS (Mision de Impacto en Asteroide) conocido en diciembre pasado. Entonces el consejo ministerial de la ESA, que precisamente presidía Luis de Guindos, decidió no invertir más en un proyecto para estudiar cómo afectaba a dos asteroides (uno de 800 metros y otro de 150 metros) un impacto recibido desde nuestro planeta, enviado por la NASA. Se prefirió apostar por seguir explorando Marte, con la misión ExoMars, cuya primera sonda se estrelló sobre la superficie del planeta rojo. De nada sirvió que más de 100 científicos europeos lanzaran una campaña para intentar que AIMS no fuera enterrado, al menos de momento.
Más importancia se le da en Naciones Unidas, donde consideran que no es un tema baladí y, aunque nada pueden hacer al respecto, si que han decidido declarar el 30 de junio como Día de los Asteroides, coincidiendo con aquel día de 1908 en el que Tunguska arrasó parte de nuestro pequeño planeta.
Ciertamente, son habituales las noticias en medios especializados de nuevos hallazgos de meteoritos, y que hasta ahora ninguno que cause la alarma que podría generar escenas del tipo de la película «Deep Impact«.
Ahora bien, ¿y en ese ángulo muerto? ¿quién sabe lo que esconde?