ROSA M. TRISTÁN
Los hallazgos del paleontólogo Juan Carlos Gutiérrez-Marco, del Instituto de Geociencias (UCM-CSIC), en el borde del desierto del Sáhara, y más en concreto en Fezouata, al sur de Marruecos, nos trasladan ‘ipso-facto’ a ese momento en el que nuestro planeta, hace 478 millones de años, en pleno Ordovícico, en el que los días tenían 21 horas, los continentes aún estaban juntos, los animales vivían todos en los océanos (por escasez de oxígeno en la atmósfera, quien sabe si volveremos a ello) y se formaban los yacimientos de gas y petróleo que en los últimos 100 años explotamos sin pensar en las consecuencias… En ese entorno, vivían los trilobites en zonas poco profundas de los mares de Europa, Asia, África y Sudamérica, que a falta de huesos casi lo único que dejaron fueron sus huellas, en las que Gutiérrez-Marco es capaz de leer la historia de ese pasado remoto.
El investigador comienza 2017 con la publicación de un artículo en la revista Scientific Reports que tiene su origen en sus fructíferos viajes a la llamada «biota de Fezouata», una mina de restos de ese pasado marino del desierto en el que ex pastores marroquíes, reconvertidos en restauradores de piezas que venden a como «souvenirs» o a los museos de medio mundo, no dejan de cometer destrozos irreparables dada la espectacular cantidad de fósiles de estos invertebrados que se encuentran.
Conviene recordar que los trilobites fueron un grupo común de artrópodos marinos que habitaron los mares de la Tierra durante la friolera de 300 millones de años (más del doble que los dinosaurios, aunque sean menos ‘peliculeros’). En ese tiempo llegaron a diversificarse en al menos 20.000 especies distintas (y seguro que más que aún no se conocen) con todo tipo de formas, como recuerda el investigador «Los había lisos, espinosos, de pocos milímetros y de hasta un metro de longitud. Pero casi todo se perdió porque sólo solían fosilizar su caparazón dorsal, mientras que sus patas y otras partes blandas de organismo han desaparecido. Sólo en una docena de sitios en el mundo hay trilobites que preservan apéndices y partes de su anatomía interna, como es Fezouata», explica el paleontólogo. De hecho, muchas veces sólo se encuentran sus huellas, llamadas «cruzianas», de las que hay una buena muestra en el Parque Nacional de Cabañeros, por cierto.
En este último trabajo, que publica con Diego García-Bellido, Isabel Rábano y el portugués Artur Sa , nos describe las patas y las estructuras digestivas de una especie llamada Megistaspis (Ekeraspis) hammondi, un trilobites de hasta 30 cm de longitud que tenía una larga espina caudal. «Los apéndices conservan las dos ramas (locomotora y respiratoria) típicas de los trilobites, pero sorprende que por vez primera se detecte que los tres pares de patas locomotoras situados bajo la cabeza son espinosos, en tanto que las patas torácicas y pigidiales son lisas. Hasta ahora sólo se conocían ejemplares con ellas iguales, tan sólo diferentes por el tamaño. Esta diferenciación es la que dio lugar a la generación de pistas fósiles del tipo Cruziana rugosa por parte de muchos trilobites asáfidos que, según nuestra hipótesis, excavarían con sus patas anteriores manteniendo la cabeza inclinada hacia abajo, dejando tras de sí un doble surco con los arañazos impresos por las espinas de estos apéndices anteriores. Hay muchas «cruzianas rugosas» pero se sabía poco de cómo se producían esas marcas que se alinean en sets de hasta 12 arañazos paralelos, como si ‘peinaran’ el terreno y que están interrumpidos por ondulaciones transversas debidas a las maniobras de avance del organismo», señala el investigador.
En resumidas cuentas, se trata de una especie de trilobites cuyas «partes blandas» presentan unas características únicas, que se conocían por separado en ejemplares raros de Norteamérica y Centroeuropa y aquí se ven con claridad, si bien será difícil saber si sus extrañas patas eran un rasgo muy extendido entre aquellos artrópodos que reinaban en los mares.
Otra curiosidad es que en otro ejemplar del mismo trilobites, descubrieron que conserva un buche y un tubo digestivo en el que desembocan varios pares de glándulas digestivas, que les sirven para alimentarse. Esta combinación de caracteres es nueva para los trilobites, donde las formas con glándulas aparejadas nunca estaban asociadas con un buche entre la boca y el resto del tubo digestivo. «Hasta ahora, los trilobites con un buche detrás de la boca no tenían glándulas digestivas, sino un tubo digestivo simple, pero esta especie combina ambos, además de que posiblemente tuviera esas glándulas digestivas a lo largo de todo el cuerpo, algo único y difícil de concebir. Se pensaba que estos trilobites no se movían para comer, pero esta proliferación de glándulas nos hace pensar en que tal vez fueran algo carroñeros», señala Gutiérrez-Marco.
Este mismo yacimiento de la Biota de Fezouata, al norte de la ciudad de Zagora, ya ha sido objeto de varios artículos en este Laboratorio para Sapiens, pues allí se han encontrado fósiles espectaculares, similares a los de la “Biota de Burgess Shale” en Canadá, como son artrópodos nadadores gigantes (anomalocáridos, de hasta dos metros de longitud) y otros muchos seres de cuerpo blando que en condiciones normales nunca perdurarían. Su datación en 478 millones de años la publicó el mismo Gutiérrez-Marco con fósiles de graptolitos (plancton colonial) en dos artículos aparecidos en 2016.
El equipo investigador lo han formado, además de Juan Carlos Gutiérrez-Marco, el investigador Diego García-Bellido (cuyo exilio científico os relato en este link) de la Universidad de Adelaida; Arturo Sá, de la Universidad de Trás-os-Montes e Alto Douro (Portugal) e Isabel Rábano, directora del Museo Geominero (Instituto Geológico y Minero de España).
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