Svalbard: nuestro seguro alimentario en unas cajas congeladas


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ROSA M. TRISTÁN

Reportaje en PDF 

La tumba de Tutankamón, muerto hace más de 3.500 años, es el primer banco de germoplasma conocido, a decir de algunos, pues cuando se encontró intacta aún guardaba en su interior semillas destinadas a la vida futura del faraón. Hoy, mas de mil bancos de semillas distribuidos por el planeta intentan conservar, también para el futuro, una biodiversidad que se está perdiendo a pasos agigantados y que, podría decirse, tienen su sede ‘central’ en una remota isla cercana del Polo Norte, Spitsbergen, perteneciente al archipiélago noruego de las Svalbard. Es un seguro de vida ante la posibilidad de una catástrofe, una guerra nuclear o un desarrollo agro-industrial que puede acabar con las plantas que desde hace más de 10.000 años nos han permitido alimentarnos adaptándose, y adaptándolas, a las necesidades humanas.

La ‘Bóveda Global de Semillas’, como se la conoce oficialmente, por fuera apenas es un bloque de hormigón hincado en una montaña de arenisca, siempre nevada, en uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra y también más seguros. Su sismicidad es mínima, nunca se inundara y el permafrost mantiene un frío glaciar perfecto que la convierte en la mayor nevera del mundo.

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Inaugurada en 2008 en lo que una antigua mina excavada a 130 metros de profundidad, su pequeña entrada exterior da paso a un espectacular túnel que acaba en tres grandes salas selladas con capacidad para albergar más de 4,5 millones de muestras, un total de más de 2.000 millones de semillas. Todas, metidas en cajas negras de 500 unidades y perfectamente identificadas.

José Esquinas, en la inauguración del Banco Mundial de Semillas en Svalbard.

José Esquinas, en la inauguración del Banco Mundial de Semillas en Svalbard.

En los ocho años que lleva construida, ya son 104 los países que han aportado a este gélido banco muestras de los cultivos que a lo largo de milenios brotaron en sus territorios, dando lugar a una biodiversidad que parecía no tener límites hasta mediados del siglo pasado. Pero ya no es así y después de haber confirmar la pérdida del 90% de la diversidad agrícola en apenas unas décadas, la comunidad internacional optó por conservar todas las simientes posibles rebajando su actividad biológica con menos temperatura, humedad y oxígeno, es decir, congelándolas a 18ºC bajo cero. A día de hoy, sus depósitos subterráneos acumulan más de 860.000 muestras diferentes, cada una en su caja.

 

Hasta 2015, no había sido preciso abrir la bóveda para extraer parte de su tesoro, pero la guerra que asola Siria ha dado pie a esa primera ocasión, después de que se destruyera el valioso banco de semillas que el Centro Internacional de Investigación Agrícola en Zonas Áridas (ICARDA) tenía cerca de la ciudad de Alepo, no lejos del llamado Creciente Fértil, justo donde se cree que el ser humano dio origen a la agricultura. En septiembre, los científicos sirios, refugiados en Marruecos, pidieron a centro de Svalbard parte del material que habían depositado allí hacía unos años para poder seguir investigando sus propiedades: “El valor de este almacén no es solo una previsión para una teórica crisis alimentaria, sino también nos permite seguir analizando las características de la biodiversidad cuando desaparece”, señaló entonces el creador y responsable de la Bóveda, Cary Fowler.

MÁS COMIDA, MENOS GENES

Pero conviene hacer un repaso al origen de este proyecto. El afán por conservar semillas con fines científicos, conservacionistas y alimentarios surgió en las últimas décadas del siglo pasado. Fue tras la II Guerra Mundial cuando el aumento de la población mundial hizo necesario incrementar la producción alimentaria gracias a lo que se llamó la Revolución Verde, que logró su objetivo pero que tuvo como consecuencia una pérdida tremenda de especies al potenciar sólo las más productivas. Cultivos como el trigo o el arroz llegaron a duplicar sus cosechas en tiempo récord, eso sí con un coste muy elevado. “Perdimos en un siglo el 90% de la diversidad agrícola y con ella genes que podían ser útiles para la adaptación, la calidad nutricional o la resistencia a enfermedades de muchas plantas con un larga historia”, apunta a Estratos el catedrático José Esquinas, ex secretario de la Comisión sobre Recursos Genéticos para los Alimentos y la Agricultura de la FAO y uno de los mayores expertos mundiales en la materia. De hecho, fue Esquinas quien promovió la firma de un tratado internacional vinculante que pusiera remedio a esta oculta extinción: el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFAA), aprobado por la FAO en el 2001 y ratificado por el Parlamento español en el 2004.

De las nefastas consecuencias de la pérdida de biodiversidad agrícola ya había pruebas históricas: entre 1840 y 1850 murieron de hambre en Irlanda dos millones de personas y otras muchas emigraron a Estados Unidos, después de las patatas traídas de América se vieran afectadas por una plaga. Si hubiera habido más especies, aquella hambruna no hubiera vaciado un país en tan poco tiempo.

También había evidencias del interés que representaban los bancos de semillas, como lo que ocurrió con la colección del Instituto Vavílov durante la ocupación nazi en Rusia: el biólogo y genetista Nikolài Vavílov había iniciado una colección de semillas que llegó a tener 300.000 muestras y los invasores incluso crearon un comando para apropiarse de esos recursos fitogenéticos.

Frutos colombianos,

Frutos colombianos llamados lulos.

Por último, se había detectado que la pérdida iba ‘in crescendo’: si en 1949 los chinos cultivaban 10.000 variedades de trigo, en 20 años habían pasado a menos de mil; México había perdido el 20% de sus variedades de maíz y en Estados Unidos quedaba apenas el 5% de las especies de manzanos que tenían a comienzos de siglo. “Alimentarnos con buenas y uniformes semillas acababa extinguiendo aquellas útiles para el propio mejoramiento agrícola”, argumenta Esquinas.

Si bien en los años 40 la FAO ya había mostrado su preocupación por este asunto, hasta los años 70 y 80 no comenzaron las negociaciones para recolectar, conservar e intercambiar germoplasma a nivel mundial. La cuestión era que la mayor diversidad estaba en países en desarrollo (zonas tropicales y subtropicales) pero los bancos de semillas estaban solamente en los países desarrollados. Esquinas recuerda bien aquellas discusiones: “El problema era a quien pertenecía el material. Fue entonces cuando España propuso desarrollar un tratado internacional y un banco bajo jurisdicción de la FAO en donde las semillas se conservaran mucho tiempo”.

El Tratado, que promovió el experto español, tardó décadas en ser aprobado y ratificado por 30 los países, hasta que entró en vigor en 2004 (ahora son 136), y el banco abierto en Svalbard también tuvo un largo recorrido hasta ser realidad bajo las nieves permanentes del Ártico.

En Colombia hay una gran variedad de cacao. @RosaTristán

En Colombia hay una gran variedad de cacao. @RosaTristán

Para empezar había que decidir donde construirlo. Esquinas recuerda que en los años 90 visitó varios posibles emplazamientos: en Jujuy (norte de Argentina), algunas cuevas bajo los glaciares de Perú y Svalbard, donde el Gobierno noruego cedía una antiguas minas, finalmente elegidas. Ahora bien, aunque la construcción la financió Noruega -9 millones de euros- estaba además la complicación del pago a perpetuidad de su mantenimiento, pues la FAO no tenía dinero para ello. La solución fue optar por un instrumento financiero: los países o empresas depositantes prestan dinero al Global Corps Trust, que lo gestiona, y con los intereses generados se pagan los gastos.

“La idea original era que todo lo depositado allí fuera Patrimonio de la Humanidad, aunque al final es sólo un depósito de semillas de cada uno de los países, pues siguen siendo suyas. De hecho, según el Tratado hay 64 géneros de plantas que está en un sistema multilateral, lo que implica que están a libre disposición, pero otras están en un sistema bilateral en el que los países propietarios deciden para quien están disponibles. En Svalbard también hay semillas de países que no han firmado el Tratado y que no están disponibles para otros, o de empresas. Es decir, son como las cajas negras de seguridad de un banco, una copia de seguridad con dueños”, señala el catedrático.

Como experto hace hincapié en que, con o sin banco bajo los hielos, el mejor método para conservar la diversidad agraria mundial es “in situ”, en la tierra, porque “es fruto de la adaptación al ambiente y ella no se puede congelar”. Allí las semillas permanecen inalterables, incluso cientos de años. Pero es consciente de que Svalbard y otros bancos son un seguro necesario.

Ya en los años 60 se descubrió que la vida de las simientes, que es de entre cuatro y 15 años, se duplica por cada 5ºC menos y cada 1% menos de humedad. En ello se basa el banco polar y muchos otros. Una alternativa sería conservarlas en nitrógeno (-196ºC) pero es un sistema demasiado costoso. También se sabe que hay semillas “recalcitrantes” que no pueden congelarse, y que requieren una conservación ‘in vitro’.

En España, el frío también es la opción más aceptada. Así lo comenta Isaura Martín, investigadora del Centro de Recursos Fitogenéticos (INIA-CSIC), cuya sede en Alcalá de Henares es el mayor banco de semillas de España, con unas 70.000 muestras congeladas y , de ellas, unas 40.000 variedades españolas. La inmensa mayoría ya no crecen en este país. Sólo de trigo, hay en el banco del INIA más de mil especies diferentes, si bien hoy se cuentan con el dedo de la mano las que se cultivan.

El INIA es uno de los 30 bancos de semillas que hay en todo el territorio, dependientes de instituciones y comunidades autónomas. Es en este centro donde se lleva el inventario nacional, tal como precisó el Programa Nacional de Conservación y Utilización de los Recursos Fitogenéticos, aprobado por el Gobierno en 1993. Además, mantiene importantes colecciones activas y duplicados de seguridad de todas las colecciones de la red.

Mercado en la frontera Haití con República Dominicana. @RosaTristán

Mercado en la frontera Haití con República Dominicana. @RosaTristán

Parte de su colección de cereales y leguminosas fueron recogidas en la primer mitad del siglo XX, pero hace décadas que ya no existen ‘in situ’; otras muchas se las envían y también las recogen en expediciones que aún realizan los investigadores al mundo rural a “la caza” de ese agricultor que guarda unas semillas tradicionales para su autoconsumo, porque ese tomate o las acelgas del abuelo son únicas. “En el banco tenemos semillas de más de mil tomates y mil lechugas diferentes y, como todas, están documentadas e inventariadas por si alguien nos las pide, que cada vez hay más solicitudes”, señala Isaura Martín.

Y es que en los últimos tiempos, tras años de uniformidad, el impulso de la agricultura ecológica ha traído la puesta en valor de aquel producto tradicional que se quiere recuperar, y los eco-agricultores acuden en busca de las semillas al INIA. “Les damos 50 o 100, lo suficiente para que puedan multiplicarlas. Además, aquí también hacemos multiplicación de las semillas, poniendo cuidado en que tengan las mismas condiciones que en el pasado y en que nos se crucen genes de varias”, precisa la investigadora.

Otras muchas peticiones llegan de empresas interesadas en la mejora genética de las especies, así como de científicos de diversas instituciones que trabajan en este mismo área de la ciencia agrícola en busca de genes y propiedades.

Cabe mencionar que una copia de todas estas semillas españolas no han sido enviadas aún a la Bóveda Global de Svalbard, para cuyo mantenimiento España aportó únicamente un millón y medio de euros, pero si que existe la intención de hacerlo cuando los organismos científicos implicados en la tarea cuenten con recursos para ello.

En todo caso, el valor de estas iniciativas está hoy fuera de toda duda: “No debemos olvidar que de las semillas comemos cada día de nuestra vida y que con el cambio climático necesitaremos de ellas para adaptarnos a las nuevas condiciones. Tenemos que contar para el futuro con otras plantas que aguanten y si perdemos esa diversidad genética vamos a estar mal preparados para adaptarnos”, aduce Martín.

José Esquinas, por su parte, recuerda que él llevo su cajita con 360 semillas, recogidas en los años 70, al INIA hace ya algún tiempo. “Ojalá un día, una copia de seguridad de todas ellas acaben en Svalbard y ojalá también que las semillas certificadas por ley no acaben con esos 10 milenios de esfuerzo de la Humanidad”.

Maíz transgénico en lo que eran pastos asturianos. @RosaTristán

Maíz transgénico en lo que eran pastos asturianos. @RosaTristán

APOYO.

La situación geográfica, su geología y el estar a orillas de un mar de cruce de culturas, como es el Mediterráneo, han convertido a España en uno de los 25 puntos calientes de biodiversidad del mundo que se refleja en la producción agraria. Sin embargo, como en el resto del planeta, la uniformidad de la agricultura moderna amenaza la variabilidad de especies y por ello fue preciso crear un instrumento que promoviera su protección, el Programa Nacional de Conservación y Utilización de los Recursos Fitogenéticos, que ya lleva 23 años aprobado, pero que aún tiene algunos puntos por desarrollar.

Uno de los componentes del Programa es la red de 33 bancos de germoplasma y colecciones que existe y financia en parte el Programa Nacional para mantener las colecciones activas españolas en adecuado estado de conservación, documentadas y disponibles para los usuarios potenciales, tanto para investigación como para uso directo por parte de los agricultores.

No fue hasta 2006 que se aprobó la Ley 30/2006, de 26 de julio, de Semillas y Plantas de Vivero y de Recursos Fitogenéticos, según los agricultores, no se ha avanzado mucho en materia de conservación y utilización sostenible de estos recursos ni se ha potenciado sus derechos a producir, intercambiar y vender sus propias semillas o estrategias para poderlas conservar ‘in situ’. Más recientemente, se ha presentado un Proyecto de Real Decreto por el que se aprueba el reglamento del Programa Nacional, en el que se especificarán los derechos y deberes de los operadores de semillas, incluidos los agricultores a pequeña escala. En estos momentos, los responsables están negociando con el sector este reglamento, en el que éstos últimos quieren incorporar algunas

-El respeto del derecho de los agricultores para utilizar, intercambiar y vender sus propias semillas. Los agricultores que hacen venta directa de semillas como complemento de su actividad deben estar exentos de las mismas exigencias que el resto de operadores.

– Las microempresas artesanales que producen y comercializan semillas de variedades locales necesitan reglas adaptadas a su actividad, completamente diferente a la que realizan las grandes empresas de semillas de producciones deslocalizadas y distribución kilométrica.

– Son necesarias reglas adaptadas para el registro de las variedades para la agricultura ecológica y para la agricultura a pequeña escala.

– Los agricultores y consumidores deben tener la posibilidad de elegir los alimentos que consumen y las plantas que cultivan. Demandamos transparencia en los métodos de selección utilizados para generar las variedades y la propiedad intelectual que gestiona su uso. Esta información debe constar obligatoriamente en el etiquetado.

 

Un millón de ‘pajaritos fritos’, alta tensión en la naturaleza


Un busardo ratonero electrocutado yace bajo un tendido. Foto: SIECE.

Un busardo ratonero electrocutado yace bajo un tendido. @SIECE.

ROSA M. TRISTÁN

En un profundo pueblo castellano recordaban un grupo de ancianos «lo ricos» que estaban los «pajaritos fritos». Mientras les escuchaba, no podía por menos de pensar que, afortunadamente, ese gusto gastronómico, por ley, entró en desuso. Si embargo, y aunque hoy es una anomalía que alguien dispare a un gorrión o un jilgero, y aún menos a un quebrantahuesos o un águila perdicera, unos días después de esta conversación me cuentan que cada año cientos de miles de aves mueren «fritas» en este país, achicharradas por tendidos eléctricos que están cómo y dónde no debieran.

Lo cuentan los miembros de la nueva Plataforma SOS Tendidos Eléctricos, la unión de nueve organizaciones ambientales que cansadas de esperar que las leyes se cumplan y se desarrollen, han decidido lanzar una campaña conjunta para que nos enteremos de que las compañías eléctricas, además de inflarnos la factura mensual, del misterioso déficit tarifario y de ser refugio de ex políticos en paro,  se pasan las leyes de protección por alto, tan alto como cada uno de los 25.000 postes peligrosos que tienen repartidos por el territorio español, y tan de largo como los 3.500 kilómetros de cable que son una trampa mortal para nuestras aves.

Los cadáveres de dos cigüeñas blancas yacen junto al apoyo de un tendido eléctrico. @SIECE.

Los cadáveres de dos cigüeñas blancas yacen junto al apoyo de un tendido eléctrico. @SIECE.

La Plataforma no pudo dar una cifra de víctimas, si bien dijo que en Francia se habla de un millón, y aquí tenemos muchas más aves migratorias, así que esa cifra es más que conservadora. El Real Decreto de 2008, donde se habla de medidas de protección para insralar en los tendidos, habla de decenas de miles, que bien pueden ser cientos. Y es esa normativa, precisamente, la que no se cumple porque resulta que las comunidades autónomas, salvo excepciones honrosas y escasas (y la de Madrid no está entre ellas) no la han desarrollado. «Se ha abandonado la solución al problema», comentaban los ecologistas en la presentación de la Plataforma.

Sólo al centro de recuperación de Grefa llegan un millar de ejemplares heridos al año, pero como precisaban son una minoría los que son localizados, pues casi todos los cadáveres desaparecen en muy poco tiempo entre las fauces de algún depredador, o sencillamente nadie los encuentra. «En Madrid, en un solo tendido ya han muerto 12 cigüeñas blancas y algún milano real. Es escandaloso y por eso queremos movilizar a la población», señalaba Iván Rodríguez, representante de los Agentes Forestales. Y otro dato: en Jaén, el grupo SIECE puso en marcha una campaña de sensibilización (‘PON UN TENDIDO EN TU PUNTO DE MIRA’) que permitió localizar 1.850 años en lo que va de 2016.

Precisamente, esta es  una campaña que ahora la Plataforma extiende a todo el territorio nacional, así que si encuentra algún animal con claros signos de haber muerto electrocutado o colisionado junto a un tendido eléctrico, puede colaborar enviando a sostendidos@gmail.com las coordenadas de la ubicación del tendido o animal y algunas fotos.

Pero ¿por qué las eléctricas no se ponen manos a la obra? ¿acaso es demasiada inversión lo que se pide? Según las estimaciones de la Plataforma, arreglar cada apoyo para evitar estas muertes, o minimizarlas en lo posible, cuesta entre 900 y 1.200 euros, que multiplicado por los puntos que están mal dan como resultado 30 millones de euros (las grandes compañías eléctricas rondan los 1.000 millones de beneficios al año). 

De hecho, cuando se les presiona lo hacen: en Baleares una compañía ha corregido ya la mitad de los apoyos por mandato del gobierno balear ante el riesgo que suponían para las águilas pescadoras y en Mallorca, desde 20o2, todos los nuevos tendidos son soterrados o de cable trenzado, también por una normativa. «No tiene sentido que por un lado estemos protegiendo y reintroduciendo especies y por otro mueran electrocutadas o por impactos que son evitables debido a la desidia de las empresas. Si las eléctricas causan las muertes, también deben poner el dinero para solucionarlo», argumentó Theo Oberhuber, de Ecologistas en Acción en la presentación de la campaña. Y en similares términos se expresaron los representantes de SEO Birdlife, WWF España, AMUS, la Fundación para la Conservación de los Quebrantahuesos y el resto de las ongs, a las que se suma la revista Quercus.

Las peticiones para poner fin a esta desidia con nuestras aves son cinco e «inaplazables» para la Plataforma. La primera, mejorar la normativa que protege las aves, porque parece ser que la actual las protege poco; la segunda, que sean las compañías quienes paguen los costes de adecuar sus instalaciones; la tercera, que las administraciones se impliquen y presionen para que se solucione el problema; la cuarta, evitar que se instalen postes en lugares de paso de aves, porque aunque no se posen pueden colisionar; y por último, que no se coloque ni una nueva línea sin tener en cuenta a la avifauna, como por ejemplo las 300 torres de 50 metros de alto que se proyectan instalar en Fuerteventura, de momento parado pero no olvidado, una isla donde hubaras y guirres son potenciales víctimas, o no tan potenciales.

En definitiva, mejor volando o revoloteando (como en el vídeo) que fritas….

 

 

 

Las 8 piezas con historia que Atapuerca 2016 desveló


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ROSA M. TRISTÁN

La campaña en Atapuerca de este año se presentó excelente desde los primeros días. Al final, lo más fascinante, sin duda, son esos restos de hace 400.000 años que aparecieron al final en la Cueva El Fantasma, en la que este año se ha empezado a excavar. «Hay que estudiar ese trozo de parietal, pero estoy casi seguro que será de neandertal primitivo», me asegura Eudald Carbonell, transcurridas ya varias semanas desde aquel momento, y recién acabadas las excavaciones en su otro ‘niño mimado’, el yacimiento neandertal del Abríc Romaní.

Ese hallazgo me pilló a muchos miles de kilómetros de Burgos, pero ya antes de producirse, el equipo de esta sierra castellana había sacado a la luz piezas que escondían grandes historias, como las ocho que, tras ser escogidas por los coordinadores de cada uno de los yacimientos,  he relatado en una serie publicada en el Diario de Burgos. Un pequeño fósil de águila, una gran mandíbula de caballo, un cráneo humano o un toro salvaje son la excusa perfecta para viajar del Neolítico al Pleistoceno sin salir de este pequeño Laboratorio para Sapiens. En cada link, un capítulo de la serie..

EL DEDO QUE SEÑALA LA SIMA DE LOS HUESOS 

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BANQUETE NEOLÍTICO DE UN TORO SALVAJE

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UN CRÁNEO HERVIDO Y CANIBALIZADO 

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LA SONRISA DE UN CABALLO DE ATAPUERCA 

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ATAQUE DE CUERNOS EN LA GRAN DOLINA

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UN NUEVO KIT DE HERRAMIENTAS 

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AGUILAS PESCADORAS DEL PLEISTOCENO

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EL PUERCO ESPÍN Y LOS CUERVOS DE LA TRINCHERA

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Un viaje por el mundo en busca de siete ‘maestros salvajes’


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ROSA M. TRISTÁN

La película documental ‘El viaje de Unai’, de Andoni Canela, no es solamente una hermosa ocasión para disfrutar de las bellezas de los cinco continentes. Es, sobre todo, una oportunidad de disfrutar de la mirada de un niño, Unai, de 10 años, que tiene la oportunidad única de viajar por el planeta. Y lo mejor: sabe transmitirla desde la emoción, la aventura y el aprendizaje que le supuso esa experiencia. Son 70 minutos en los que quedan resumidos los 15 meses que el fotógrafo Andoni Canela pasó con su familia (su mujer, Meritxell Margarit, su hijo Unai y la más pequeña, Amaya) buscando a siete emblemáticos animales de la Tierra, que fueron siete ‘maestros’. Setenta minutos en los que los niños, los hijos, se convierten en protagonistas, sin un guión previo, sin ensayos, sin casting de por medio.

El estreno  tuvo lugar en la Cineteca de Matadero, por cierto a rebosar de público, y nadie salió decepcionado con esas fantásticas imágenes de los elefantes de Namibia (los únicos de los siete que he tenido la suerte de ver en directo); la búsqueda del puma en la Patagonia, que casi les da un susto; el bisonte americano entre las nieves; los pingüinos rey de la Antártida; los cocodrilos australianos o los cálao bicorne que lograron ver en Tailandia.  Pero sobre todo, más allá de las imágenes de la naturaleza, de la belleza que debemos PROTEGER, con mayúsculas, a mí personalmente me caló otro mensaje: ¿qué estamos enseñando a los niños? ¿por qué no es posible salirse del estrecho margen que marcan las directrices oficiales?

Resulta penoso que la familia de Unai tuviera tantos problemas porque decidieron compartir un curso escolar y medio con Unai nomadeando por diferentes culturas, que la burocracia les pusiera trabas a la educación a distancia, que no haya hueco para el aprendizaje de la vida en mitad de la naturaleza, la más sabia maestra. Resulta patético que nadie pida responsabilidades a los padres y madres por las horas que se pasan sus hijos ante una pantalla viendo basura, pero que Andoni y Meritxell tuvieran que andar rogando que les dejaran vivir a sus hijos la experiencia de viajar por desiertos, selvas y glaciares, de conocer niños de los cinco continentes. «Al final, lo conseguimos, pero nos costó y lo cierto es que luego aprobó todo con unas notas muy buenas. Un inspector de Educación lo pudo comprobar él mismo», señalaba la madre. Y comentaron como no tuvieron problemas para escolarizar a Unai en Estados Unidos y en Australia de un día para otro, sin ningún problema, los tres meses que pasaron en cada lugar.

Pero, más allá de que Unai fuera o no a clase, ¿qué libro, qué maestro hubiera sido capaz de transmitirle esa pasión por la naturaleza, de despertarle esa curiosidad que es la base del aprendizaje? ¿qué mejores notas que las que se consiguen aprendiendo de los árboles, de los pájaros o de un ciclón? Es verdad que no todos somos expertos conocedores de nuestro entorno, ni padres ni docentes, como sí lo es el Andoni Canela, pero también es verdad que no es preciso. Basta tener empeño en abrir esa puerta a la naturaleza y mostrársela con emoción, que es el aderezo necesario en estas lides. Tampoco hay que irse a Bostwana, ni a los Andes o las Montañas Rocosas. Siempre tenemos un campo a mano por descubrir, como contaba luego el pequeño Unai, que ahora pasa sus días recorriendo las cercanías de su casa, al pie de los Pirineos, disfrutando del avistamiento de culebras, buitres leonados y quizás algún jabalí.

Por ello creo que ‘El viaje de Unai’ es una película que debería ponerse en todos los colegios, por norma. Esa mirada infantil y hermosa de la Tierra que habitamos permite sacar el cerebro del constreñimiento intelectual al que sometemos a los niños cada día, en cada clase. No es suficiente sacarlos de visita a ‘granjas-escuela’ en las que ver también animales igualmente encerrados y constreñidos. Este film debería ser obligatorio porque libera  convierte en posible un sueño de aventura que ahora la mayoría sólo puede jugar en la ‘playstation’.

Hace unos días en Zumaya comprobé cómo otros niños, como Unai, se emocionaban al ver un pulpo en un charco tanto como el hijo de Andoni lo hizo con un león. También a ellos se les abrió la puerta esa mañana de excursión geo-biológica, que sus padres eligieron en vez de un chapuzón playero. Seguramente ya no verán el mar con los mismos ojos.

Estamos a tiempo de cambiar el rumbo al que dirigimos a los niños-futuro de este planeta.