El dinosaurio ‘cervantino’ que se paseó por Cuenca


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El paleontólogo de la UNED Francisco Ortega, posando en el yacimiento junto a los fósiles del dinosaurio.

ROSA M. TRISTÁN

Va para 10 años que las obras del AVE a Valencia nos descubrieron, a su paso por el municipio de Fuentes (en Cuenca) uno de los yacimientos paleontológicos más importantes de la Península Ibérica, en lo que a dinosaurios del Cretácico se refiere. Es el tiempo que ha tenido que pasar el Lohuecotitan pandafilandi pudiera ser bautizado y registrado oficialmente para la ciencia como el gigantesco titanosaurio que fue, por cierto uno de los últimos grandes saurios que habitaron la Tierra. Durante todo este tiempo, buena parte lo pasó guardado en los cajones de aquel gigantesco almacén de huesos que visité en 2008 en las cercanías del yacimiento de Lo Hueco, lugar en el que fue encontrado y al que debe su nombre. Fue una visita que no olvidaré porque mientras el paleontólogo Francisco Ortega me enseñaba el lugar, mis manos tropezaron con una piedra que resultó ser un pedazo de fósil de aquellos seres del pasado. A saber si era uno de los restos que ahora se presentan…

El apellido del gigante le viene de otro manchego, el monstruo Pandafilando de la Fosca Vista al que dió vida la imaginación de Miguel de Cervantes en su incomparable ‘Don Quijote de la Mancha’. 

El 'Lohuecotitan', un gigante del Cretácico nacido en Cuenca.

El ‘Lohuecotitan’, un gigante del Cretácico nacido en Cuenca.

El investigador de la UNED, que anda detrás de tan peculiar bautismo, reconoce que la crisis económica, y los subsiguientes y brutales recortes en los fondos para la investigación científica, paralizaron la posibilidad de poder estudiar a fondo los restos de los espectaculares ejemplares de dinosaurios que se habían encontrado…. hasta ahora. Eso sí, aún sin nombre, los fósiles han viajado en una exposición por el mundo (han llegado hasta Japón) porque  ya  se tenía claro que esos dos dinosaurios que ‘desenterraron’ unas vías, entre otros muchos animales, eran espectaculares. Todos vivieron en el Cretácico Superior, hace unos 75 millones de años, así que fueron de los últimos en habitar el planeta  antes de que un meteorito acabara con su ecosistema y les llevara a la extinción, o les ‘reconvirtiera’ en las aves que hoy surcan los cielos.

Localizo a Ortega cuando anda en Morella (Castellón) desenterrando un iguanodón en una mina de arcilla. Los paleontólogos no paran ni en agosto. Ya sabe que le llamo porque acaba de publicarse on line en ScienceDirect este saurópodo pandafilandi del que se ha recuperado más del 50% de su esqueleto (teniendo en cuenta que hay partes simétricas), un monstruo que llegó a medir 16 metros de largo y a pesar entre tres y cuatro toneladas. Es, me explica, el ejemplar de titanosaurio más completo encontrado en Europa Occidental. Y pese a sus dimensiones, Ortega comenta que «era muy grácil, mucho más que sus parientes del Jurásico».

El yacimiento que sacó a la luz un AVE.

El yacimiento que sacó a la luz un AVE.

Otra de sus peculiaridades es, además de esa gracilidad, la especie de armadura que, como el mismísimo Don Quijote, llevaba sobre la parte superior de su cuerpo, unas placas que se cree que debían llevar espinas y que le servirían para protegerse y mantener la distancia con otros dinosaurios. «Desde luego, aunque no es el primer titanosaurio que tenemos, pues se han encontrado otros, si que tiene rasgos que nos permiten decir que es una especie que no se conocía».  En concreto, se conocen otros dos en Francia y uno más en España, pero con rasgos diferentes al cervantino.

Ortega, antes de volver a la mina, me recuerda que «aún nos quedan muchos otros restos de Lo Hueco por publicar, lo que esperamos hacer en los próximos meses» y que, seguramente, darán muchas sorpresas. Desde luego, después de ver lo que había en aquel almacén, de un polígono industrial, puedo constatar que Francisco Ortega y su equipo tienen trabajo para mucho tiempo, si los ‘recortes’ no lo impiden. Gran parte del material se encuentra ahora en el Museo de Paleontología  de Cuenca. También en el municipio de Fuentes se ha creado un centro de interpretación con réplicas de los fósiles y vídeos e información para conocer el que se califica como segundo yacimiento más importante de Europa de aquella remota época.

 

 

 

El libro de la vida y la Tierra en la costa vasca, en piedra


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ROSA M. TRISTÁN

Cuesta encontrar palabras para describir el espectáculo que ofrecen los acantilados de las costa vasca entre los municipios de Zumaya y Mutriku. En realidad, lo más aproximado es describirlo como un gran libro hecho en piedra en el que las páginas, con el paso del tiempo, han ido quedando separadas, arrugadas, algunas rotas, como esos grandes volúmenes que de tanto usarlos no hay forma de que recuperen su forma original. Y en el fondo, eso es un flysch como el que se ofrece la vista a lo largo de varios kilómetros: un gran cúmulo de estratos, que parecen hojas, en las que se ha ido escribiendo la historia de la Tierra desde hace más de 100 millones de años, y lo que es más, donde aún infinidad de seres vivos, algunos microscópicos y otros diminutos, siguen rellenando sus líneas de vida.

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El flysch entre Zumaya y Deba. @ROSA M. TRISTÁN

No voy a extenderme en la historia geológica de este impresionante lugar (pues tengo pendiente una visita con un gran experto en la materia) pero para quienes vean las extrañas formas que dibujan estas paredes será fácil ver los pliegues que nos hablan de que hace más de 50 millones de años el pedazo de tierra que entonces era Iberia (recordemos que la península era una isla) chocó con Eurasia, en un proceso que llevó mucho tiempo.

De aquel tumultuoso encuentro no sólo surgió esta cordillera y los montes vascos, sino que los sedimentos que desde hacía 100 millones de años se habían ido acumulando en el fondo marino, salieron a la superficie y se plegaron como si fueran de plastilina. Son las capas que ahora vemos: unas más duras, que son las de caliza, proceden de los fósiles de conchas, corales y fósiles de animales marinos; y otras más blandas, se corresponden con las  de las arcillas que arrastraban los ríos hasta el mar… Hoy, cada una de ellas nos cuenta la historia de unos 10.000 años en esta zona del planeta (su clima, su vegetación, su fauna…). Como es de suponer, las ‘hojas’ más blandas han sufrido más el paso del tiempo, dando origen a ese aspecto de ‘cama de fakir‘ que se siente cuando se camina sobre su filo, como pude hace hace unos días coincidiendo con una de esas grandes ‘mareas vivas’ que dejaron a la luz durante horas una impresionante extensión de este lugar.

Debo decir que me sorprendió que, pese a que era el momento perfecto para una visita de las que organiza el Geoparkea, tan sólo un pequeño grupo de una decena de personas sintió interés acercarse al flysch, que no sólo es impresionante por su belleza sino que, además, esconde tesoros que enseguida comencé a descubrir:  una i20160821_140725nfinidad de seres  marinos habían quedado atrapados en los charcos que dejó el Cantábrico en su retirada. Bien es verdad que la guía del Geoparkea, era avezada, pero también que la jornada fue especialmente fructífera para quienes, procurando molestar lo menos posible, pudimos observar los esfuerzos de un pequeño pulpo de colores por dejar el charco al que le condenó la marea, la danza de una ofiura sobre una roca, las orejas de una ‘libre de mar’, la belleza de una diminuta estrella, las semitransparentes quisquillas, un pepino y hasta un tomate de mar, ambos ingredientes de la ensalada de la vida en este paraje geológico. Y todo ello, apenas a unos pasos de las ‘icnitas’ o ‘trazas’ dejadas hace decenas de millones de años por otros que, como ellos, se paseaban no lejos del mismo lugar.

 

Es por ello, porque la historia sigue, porque el pasado más remoto (incluido el polvo del meteorito que acabó con los dinosaurios) se encuentra en el pequeño recorrido que hay entre Zumaya, Deba y el pueblo pescador de Mutriku, y porque quiero animar a los lectores a observar la naturaleza, que he querido traer al Laboratorio para Sapiens a estos pequeños ejemplares de vida (el más grande, el pulpo, y era poco mayor que una zapatilla) que hoy se pasean por el libro pétreo que emerge del mar vasco y con los que pasé una mañana de este verano.

Y AQUÍ UN RECORRIDO EN IMÁGENES por esta BIODIVERSIDAD A CONSERVAR

El pulpo, que cambiaba de color/ R.M.T.

El pulpo, que cambiaba de color/ R.M.T.

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Tomate de mar (Actinia equina), una especie de anémona. /R.M.T.

Tomate de mar (Actinia equina), una especie de anémona. /R.M.T.

Anémona. @RMT

Anémona. @RMT

Erizos de colores...@RMT

Erizos de colores…@RMT

 

 

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Diminuta estrellas de mar, una joyita. @RMT

Aquí la cría de ‘liebre de mar’.. Fíjate en sus orejas! @RMT

Pepino de mar, un equinodermo amenzado. Se considera un manjar en la cocina china. @RMT

Pepino de mar, un equinodermo amenazado. Se considera un manjar en la cocina china. @RMT

El ofiuro, que nos hizo una danza espectacular. @RMT

El ofiuro, que nos hizo una danza espectacular. @RMT

Y una estrella de mar, mutilada. @RMT

Y una estrella de mar, mutilada. @RMT

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La herramienta paleolítica para hacer sogas


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Hoy no sabríamos vivir sin cuerdas o cables, sean del material más sencillo (fibra vegetal) o el más sofisticado. Las usamos para navegar, para sujetar, para empaquetar, para izarnos a las alturas y descender a los abismos. Y no sigo por solo mencionar algunas posibilidades que hace al menos 40.000 años se abrieron cuando unos ‘Homo sapiens’ idearon, quizás copiando a otros anteriores, unas herramientas que permitían fabricarlas sin grandes complicaciones. Así lo demuestra un reciente hallazgo del equipo de Nicholas Conard, paleontólogo y director del Instituto de Prehistoria en la Universidad de Tubinga(Alemania), que dirige el espectacular yacimiento Paleolítico de Hohle Fels, al suroeste del país.

 Conard, al que ya entrevisté en este Laboratorio, me hace llegar ahora la publicación de su último hallazgo, publicado en la revista alemana Archäologische Ausgrabungen Baden-Württemberg: una pieza hecha en marfil de mamut que mide 20,4 centímetros y que tiene cuatro agujeros entre 7 y 9 milímetros de diámetro. En realidad, parece una flauta. Pero no lo es. Cada uno de los orificios está alineado con incisiones profundas en espiral, que fueron realizadas con gran precisión. El nuevo hallazgo demuestra que estas piezas talladas tenían una utilidad tecnológica: por cada agujero se metían haces de fibras vegetales y luego se iban entrelazando de forma sencilla hasta hacer una cuerda o hilo bramante.
Hasta ahora, se tenían indicios de que hace 40.000 años los cazadores y recolectores nómadas usaban cuerdas porque se habían encontrado impresiones con forma de cadena en restos de barro cocido y en raras ocasiones un dibujo de este tipo fue representado en el arte de la Edad de Hielo, pero eran pruebas poco contundentes, y lo cierto es que cuerda no fosiliza. 
Para probar que la hipótesis sobre el uso de esta extraña pieza era verídica, el colaborador de Conard, Veerle Rot, de la Universidad de Lieja, realizó un sin fin de ensayos experimentales: hizo metros de cuerda con vegetales recogidos en la zona y probó su resistencia. De hecho, no era la primera herramienta de este tipo que se ha localizado, si bien antes fue interpretada como una flauta rota o un objeto de arte decorativo, sin ningún objetivo concreto. «Ahora esta herramienta responde a la pregunta de cómo se hacía la cuerda en el Paleolítico», dice Veerle. «Y es una pregunta que ha intrigado a los científicos durante décadas».
Los excavadores encontraron la herramienta en el yacimiento arqueológico muy cerca de la base de los depósitos del periodo Auriñaciense, el mismo lugar donde en campañas anteriores descubrieron unas famosas estatuillas esculpidas de hembras y flautas hechas con huesos de ave, que se consideran entre las primeras obras de arte simbólico, dado que sus fechas coinciden con el momento en el que los humanos modernos allegaron a Europa.
El descubrimiento pone de relieve la importancia de la tecnología hecha con fibra y la importancia de las cuerdas  para los cazadores y recolectores nómadas que tenían que hacer frente a los desafíos de la vida en la Edad de Hielo.
Recordemos que el equipo del Nick Conard excava en Hohle Fels (Suavia) desde hace 20 años , un proyecto a largo plazo que ha convertido ese lugar en uno de los yacimientos paleolíticos más conocidos del mundo. Hohle Fels y otros yacimientos cercanos han sido nominados para ser declarados Patrimonio Mundial Cultural de la UNESCO.