ROSA M. TRISTÁN
Juntar a los mejores centros de investigación de España con periodistas y con divulgadores en ciencia. Este es el reto que ha asumido el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), con el ánimo de mejorar los canales de comunicación entre unos y otros, de forma que al final tengamos una sociedad que sea menos analfabeta científica y consciente de la apuesta que prefiere: un país que viva del conocimiento o de los servicios de hostelería y la construcción.
Durante tres días, en el encuentro 100xCiencia, el IAC reunió con este fin de los directivos de los 20 centros Severo Ochoa, un distintivo de excelencia del que disfrutan los más destacados y que les permite acceder a un apoyo financiero de cuatro millones de euros durante cuatro años. También nos reunimos allí un buen número de periodistas y divulgadores que llevamos mucho tiempo dedicados a informar sobre los resultados de los investigadores, de dentro y fuera de nuestras fronteras. Es más, a menudo más de fuera que de dentro, y eso tiene solución. «Queremos que os sentéis juntos y veamos cómo mejorar esa comunicación», me decía el director del IAC, Rafael Rebolo, apenas aterrizaba en la isla de La Palma, que tiene el privilegio de acoger uno de los espacios más fascinantes de la ciencia: el Observatorio del Roque de los Muchachos.
En el encuentro, los científicos aprovecharon para echar un rapapolvo al Gobierno, recordando que a punto de acabar la legislatura el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sigue sin transformarse en Agencia y por tanto continúan presos de una burocracia que casa muy mal con el desarrollo científico, a la vez que sujetos a lo que algunos de ellos calificaron de «caos» en la institución tras los últimos ceses y dimisiones.
También reclamaron un Pacto por la Ciencia entre todos los partidos, que les evite estar al vaivén del Gobierno de turno, y pidieron que, de cara a las futuras elecciones generales, todos dejen claro cuál es su apuesta real por la investigación y el desarrollo en España.
No me voy a parar aquí en las presentaciones de esos 20 Severo Ochoa, mucho más desconocidos de lo que sería deseable, y que abrieron las puertas a mil posibles historias, sino en cómo se puso en evidencia lo mucho que queda por avanzar para que seamos capaces de comunicar bien su trabajo y para acabar con ese prejuicio que algunos investigadores mantienen sobre el rigor de los periodistas, así en general. Sobre todo cuando se trata de los títulos.
Kenneth Chang, corresponsal científico del New York Times, fue el primer en poner sobre la mesa algo que practicamos casi todos los del ramo a la hora de trabajar: para informar sobre ciencia hay que sacrificar la precisión, que no el rigor, por la claridad, y además es importante saber relacionar el trabajo científico con las grandes preguntas a las que buscamos respuesta, ya sea con una terapia, un exoplaneta, un fósil o una nueva fuente de energía. La verdad es que todos sentimos la punzada de la envidia cuando Chang comentó que en su sección son 17 reporteros, cinco editores, un editor web y un fotógrafo. Envidia porque en España muchos periodistas, entre las que me incluyo, con la crisis hemos salido de medios. A menudo el relevo le toman científicos divulgadores, que ciertamente saben mucho de sus temas pero cuya función, valiosísima, es muy distinta a la de un informador.
Y es que en el encuentro se puso de manifiesto también la confusión que existe entre divulgación e información periodística. Esta última, por supuesto, necesita algo de la primera para hacerse entender por un público no especializado, pero su objetivo es otro. Es valorar noticias más relevantes, contrastarlas con varias fuentes, darles el contexto general y publicarlas. Sin embargo, muchos centros, al mencionar su interés en la Comunicación, nos hablaron de jornadas de puertas abiertas, vídeos, seminarios o visitas de colegios, pero poco de cómo generan sus noticias. Y la verdad es que no nos llegan. Durante años me he enterado de la presencia de un investigador español en una trabajo importante publicado en Science o Nature al fijarme en los pies de página. Ninguna nota de ese centro me había puesto antes sobre la pista. Ahora, algo ha mejorado el asunto, pero aún así sigo recibiendo mucha más información de fuera de España que de dentro.
En la mesa redonda en la que participé con varios colegas, Michele Cantanzaro puso de manifiesto que los periodistas debemos ser críticos con los científicos si así lo merecen, pues eso marca nuestra independencia . «No somos amigos de los científicos, somos informadores», resumió más tarde la periodista Mónica Salomone. Asimismo, se insistió en que los centros necesitan profesionales de la comunicación que sepan ‘vender’ sus resultados, para que nuestra agenda no la marquen solo las revistas internacionales o grandes instituciones, como la NASA.
Los científicos, por su parte, comentaron su desacuerdo con la imagen de su labor que se ofrece en algunos programas de televisión, «haciendo experimentos con los que parecemos magos», y con titulares que rozan la ciencia-ficción. Y es que la ciencia se está poniendo de moda con programas que tratan de captar al público desde el puro entretenimiento y el espectáculo. Sin embargo, para aquellos que sienten interés por la ciencia, los que convierten el agua en Marte o el bosón de Higgs en las noticias más compartidas en las redes sociales, hay poco donde elegir. Tampoco las noticias se prodigan en la radio.
Algunos investigadores me comentaron después que los periodistas les habíamos dado «una colleja’ por no profundizar en esta relación informativa que es tan necesaria para ambos. Para ellos, porque lo que no se conoce no se valora. Para nosotros, porque dar a conocer los resultados de su trabajo forma parte de nuestro quehacer.
Y no pudo faltar la visita a los telescopios del Roque de los Muchachos. Al Gran Telescopio Canario (GTC), con su espejo de 10,4 metros de diámetro (el más grande del mundo); a los Magic, que captan los rayos gamma que nos llegan de sucesos muy energéticos del Cosmos (explosiones estelares); al Willliam Herschel (capaz de detectar los objetos más lejanos) y al Galileo, donde durante la visita nocturna los astrónomos andaban detrás de un exoplaneta abrasador (está tan cerca de su estrella que su año es de unos cuatro días) situado a 600 años luz de la Tierra. En otras palabras, cuando esa luz que veía en la pantalla salió de allí, aquí Galileo aún no había utilizado su telescopio.
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