La exposición “Cómo aprendimos a leer” en la Casa del Lector de Madrid recoge la historia de la enseñanza de la lectura en los últimos 500 años.
ROSA M. TRISTÁN (Publicado en ESCUELA)
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“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio…” (Mario Vargas Llosa, Estocolmo, 2010).
Nadie sabe con certeza el origen de ese momento, que con tanta nitidez recuerda Mario Vargas Llosa. Se desconoce quién fue el primer ser humano capaz de interpretar los signos o símbolos que otro antes que él había dejado grabados o pintados en una roca. Aquel pudo ser, según científicos como Genevieve von Petzinger, de la Universidad Victoria (Canadá), el inicio de la lectura iconográfica de nuestra especie, la interpretación de una grafía en los puntos, espirales, rayas y manos dejaron en las paredes de las cuevas paleolíticas con arte rupestre de hace entre 30.000 y 10.000 años.
La exposición “Cómo aprendimos a leer”, que el Centro Internacional de Cultura Escolar (CEINCE) ha inaugurado en la Casa del Lector, es un viaje a un pasado mucho más reciente, pero que acaba en una nueva revolución. Es un recorrido por el camino que ha seguido el aprendizaje de las primeras letras desde la Baja Edad Media hasta nuestros días, un momento en el que, con las nuevas tecnologías, los pictogramas vuelven a tener protagonismo, como ya lo tuvieron en la Prehistoria.
La muestra, que estará en esta institución -ubicada dentro de Matadero de Madrid- hasta mediados de enero, tiene un protagonista indiscutible: el individuo que lee. “Sin él no se entiende la literatura. Él es quien que la interpreta, el personaje fundamental”, declara a ESCUELA el director de Casa del Lector y ex ministro de Cultura, César Antonio Molina.
LA ISLA DEL ALFABETO
Para llegar hasta el destino, al final de 250 metros de recorrido, hay que ‘atravesar’ cinco ‘puentes’, que no son otra cosa que cinco etapas en la historia de la lectura y que están estructurados con paneles y vitrinas llenas de objetos que ilustran esa evolución.
Su comisario, Agustín Escolano, que además es el director del CEINCE, eligió para empezar el viaje ‘La Isla del Alfabeto’, un lugar al que nada más llegar se nos recuerda que aún faltan por conocerla unos 800 millones de personas en este planeta, aunque desde la Baja Edad Media su población no ha dejado de aumentar. “Escogí la Baja Edad Media para iniciar la historia porque fue entonces cuando surgieron las primeras escuelas urbanas a las que se iba a aprender a leer y escribir. Gracias al comercio, la enseñanza empezó a salir de los recintos eclesiásticos donde estaba enclaustrada y comenzó la alfabetización laica. Es el prólogo de la Modernidad”, explica a ESCUELA.
De esa época son los primeros silabarios, unas primitivas cartillas, los llamados ‘cristus’ (textos en los que se hablaba de Jesuscristo), los cartones que usaban los primeros lectores de la cultura occidental; y también se conocen las quipas, un sistema de lectura mediante nudos que usaban los indios peruanos; o las conchas atadas a cuerdas que ‘leían’ los indígenas burones.
LAS PRIMERAS ESCUELAS
Y así, sin prisa pero sin pausa, se llega al largo puente dedicado a la Modernidad, pues abarca del siglo XIV al XIX. En palabras de Escolano, un espacio “expuesto para reflejar el proceso de un acontecimiento evolutivo que, como la rueda o el fuego, ha participado de la socialización cultural de la Humanidad”.
Para atravesarlo, hay que partir del momento en el que comerciantes y artesanos leían rezando, o rezaban leyendo, hasta pararse a leer la historia de aquel comerciante belga, de Huy, que envió a su hijo a una Abadía para que aprendiera con un objetivo mucho menos pío: llevar las cuentas del negocio familiar. ¿Fue acaso el primer escolar laico? Difícil de saber, pero lo cierto es que, como refleja la exposición, lentamente el aprendizaje de la lectura pasó del latín a la lengua vulgar y las escuelas urbanas y rurales se extendieron por Europa.
Como no podía ser menos, las congregaciones religiosas decidieron tomar parte en la enseñanza del pueblo. Enseguida entendieron que era un buen instrumento para evangelizar, y tanto católicos como protestantes no lo desaprovecharon. Al mismo tiempo, también aumentaban los preceptores privados y las familias comenzaron a tomarse en serio la alfabetización, pero siempre en la clase alta o la burguesía. Para ello, se idearon nuevos sistemas de aprendizaje, como las tablas de alfabetos, el salterio, o cartillas como la de Valladolid, de la que se imprimieron 50 millones de ejemplares entre 1588 y 1781. En la muestra de la Casa del Lector se pueden conocer diferentes herramientas pedagógicas de hace más de 300 años, algunos tan curiosos como el Alfabeto Vivo de Jan Amos, del siglo XVII, con el que se trataba de fijar en la memoria las letras mediante asociaciones.
En general, todos los métodos de aprendizaje de la lectura se basaban conocer las letras y las sílabas antes de pasar a las frases.
EL PUENTE DE LAS REVOLUCIONES
No fue hasta el siglo XVIII cuando la infancia se reconoció como tal y se introdujo la enseñanza simultánea de la lectura y de la escritura, lo que lleva a otro ‘puente’ sobre el que se asientan las ‘Revoluciones’. “Es el siglo de las revoluciones políticas, de la liberal, de la Industrial, de la Rusa… Y todas llevan como lema la necesidad de alfabetizar al conjunto de la sociedad porque se quieren ciudadanos que puedan leer las constituciones y votarlas, profesionales que sepan idear y manejar las nuevas máquinas. Es un periodo que abarca hasta mediados del siglo XX e incluye el sindicalismo, la emancipación de la mujer, las migraciones… Y es un momento en que la imprenta se abarata y con ella el papel impreso, comenzando el proceso hacia la alfabetización universal, que luego la Unesco potencia apoyando programas por todo el mundo”, señala Escolano, que es también catedrático de Historia de la Educación en la Universidad de Valladolid.
Además, sobre este ‘puente’, y frente a las restricciones de los siglos anteriores, el libro sale a la calle y se convierte en un producto de consumo, al margen de sexos, edades o clases sociales. La enseñanza Primaria se hace obligatoria y la ‘Isla del Alfabeto’ expande sus dominios por buen parte del mundo. En la exposición, se recogen los nuevos sistemas para aprender a leer, que se adaptan mejor a los intereses y capacidades de los niños y de los adultos. Igual proceso siguen los libros. Los editores crean productos cada vez más diferenciados según el público al que se dirigen.
Pero no todo es positivo. También es éste el ‘puente’ en el que los totalitarismos encuentran en la lectura un instrumento para la propaganda política y en los lectores se convierten receptores de los mensajes ideológicos desde su más tierna infancia.
En la cuarta etapa de este viaje se llega al denominado ‘Mito de la Alfabetización Universal’, pues mito será mientras queden 800 millones de náufragos que no han logrado llegar a la ‘Isla’ de la lectura. Aun así, el avance en la segunda mitad del siglo XX hacia ese puerto es rápido durante las últimas décadas y la muestra menciona algunos de los esfuerzos más señalados, como el realizado en Cuba en 1961, en Nicaragua con la llegada al poder de los sandinistas, en Brasil gracias a sistemas como el de Paolo Freire o en Irán durante la ‘Revolución Blanca’.
LA CASA DEL LECTOR
Pero, al mismo tiempo, otros cambios tienen lugar, transformaciones que incitan a redoblar el interés que están perdiendo los libros que en un mundo cada vez más audiovisual y digital. Es en ese contexto en el que se crea en Madrid la Casa del Lector, que lleva dos años abierta y es única en el mundo, para dedicarse a la divulgación, pero también a la investigación del impacto de las nuevas tecnologías. “Hemos cumplido los objetivos con creces”, apunta su director y ex ministro de Cultura, “y eso es bueno, pero somos conscientes de que es una labor que requiere trabajo a largo plazo y de que debemos seguir insistiendo en recuperar la lectura como un hábito prestigioso”.
Y es que éste es el último ‘puente’, el de una nueva revolución que está cambiando los materiales con los que hace más de 500 años se dieron los primeros pasos.

Aprendiendo a leer en una escuela rural del sur de Madagascar, con ayuda de la ONG española Manos Unidas. @ROSA M. TRISTÁN
César Antonio Molina, que era escritor antes de ser político, es un convencido de que hay que recuperar el acercamiento a los libros como un placer, no como una obligación. “A la lectura le han aparecido supuestos enemigos. Hoy se habla como si hubiera diferencia entre el ocio y el divertimento y el hecho de aprender placenteramente. Pero leer es un placer, nos ayuda a pensar y meditar, a no enajenarnos de nosotros mismos, evita la falta de reflexión y hasta ayuda a encontrar trabajo”, asegura.
Sin embargo, señala Molina, vivimos “un momento histórico en el que los poderes y la industria prefieren hacer consumidores a lectores” y en el que el soporte está volviendo a cambiar, y muy rápido. “En el pasado, se cambió el papiro por el pergamino y luego a éste por el papel. Pero las nuevas tecnologías son un cambio más radical porque suponen la ruptura del tiempo y el espacio. Y a la vez es tan rápido que es agresivo, violento. Así que olvidamos que los móviles, las tabletas o los portátiles son creaciones ideadas para ser útiles a los humanos, no para adorarlas. En la Casa del Lector tratamos de que la gente sea consciente de que se puede ser ‘alguien’ a través de la lectura, aunque muchos siguen empeñados en ser solo compradores”, argumenta.
LAS NUEVAS ALFABETIZACIONES
Escolano no podía dejar fuera este mundo de las “nuevas alfabetizaciones” en el que se ‘estrenan’ palabras o nuevas connotaciones para las que ya existían: internet, navegar, enlazar, hipertexto, surfear, hipervínculo, link… Es una lectura que tiene la pantalla como soporte y en la que los textos se bifurcan para que el individuo cree un nuevo orden en función de su selección personal. Un proceso en el que no basta con formar sílabas, y con ellas palabras y más tarde frases, porque hay que aprender a seleccionar, a matizar, a encontrar lo que se busca y puede estar oculto; en el que hay que saber leer gráficos e iconos que resumen frases: un ‘emoticono’ para decir ‘estoy contento’, otro para mostrar enfado o para felicitar un cumpleaños; una exclamación sobre fondo amarillo que indica ‘peligro’; o una mano con el pulgar arriba para dejar claro que algo ‘me gusta’.
“Nunca se escribió y se leyó tanto como con internet. Es la culminación del proceso de alfabetización y quizás de lugar a una nueva forma de estructurar el pensamiento”, indica un panel en este ‘puente’ del siglo XXI.
Su ‘arquitecto’ es Miguel Somoza, profesor en el departamento de Historia de la Educación en la UNED. “Yo no creo que las nuevas tecnologías sean malas. Como en todo, pueden ser utilizadas en positivo o en negativo, pero de lo que no hay duda es de que asistimos a una revolución que comenzó hace 20 años, que aún continúa y que no sabemos adónde nos lleva”, puntualiza a ESCUELA.
En esta etapa de ‘Cómo aprendimos a leer’, Somoza quiso distinguir entre lo que es la ‘alfabetización digital’, en cuanto al manejo de estas tecnologías -imprescindibles para el uso cotidiano, tanto en el ámbito doméstico como profesional-, de lo que es la iniciación a la lectura. “En ese primer ámbito las ventajas son indiscutibles, pero en el segundo son menos positivas porque el software para el aprendizaje de los niños no está a la altura de las circunstancias”, se queja.
Se refiere el historiador a que los programas informáticos diseñados para enseñar a leer son conductistas, meramente repetitivos de una acción en la que el niño deber reconocer una letra o una sílaba y pulsar una tecla. “No es un software competente para los niños pequeños porque se basa en la memoria visual, y leer no es solamente descifrar un código determinado sino también comprender lo que se está leyendo. Es un sistema mecanicista que no contribuye a fomentar la creatividad y el gusto por la lectura, que dificulta la capacidad de expresión y de reflexión de los niños”, argumenta Somoza.
HACIA LA MENTE ‘MULTITAREA’
Otra cosa es la situación cuando ya se ha superado el aprendizaje. Aunque hoy se lee más que nunca, en estas primeras décadas del siglo XXI se ha comprobado que se hace de forma distinta. Muchos estudios, recuerda el profesor, reflejan cómo en internet la lectura es muy superficial, la vista pasa rápido sobre los textos, saltando de un bloque a otro, sin concentración y, en general, sin silencio.
Sin embargo también aquí hace distinciones en función de la máquina: “Ese tipo de lectura apresurada es la que se hace en un portátil o una tableta, porque en los e-book sí que se lee igual que en el papel, con profundidad. Lo malo es que a la industria del software y la comunicación no le interesa esa concentración, sino que prefiere que nos llegue la publicidad, y por ello los buscadores están diseñados para que la atención salte de un lado a otro con continuos ‘clicks’ en la pantalla. Portátiles, móviles y tabletas suponen un gigantesco cambio de paradigma hacia la superficialidad”, afirma, en coincidencia con Molina.
Somoza incluso se aventura más allá del de la exposición y da un salto a un futuro en el que augura que será necesario un nuevo aprendizaje. “El mal de la cultura contemporánea es el exceso de estímulos a los que debemos atender, así que el próximo paso será aprender a seleccionarlos porque, de momento, la existencia de la ‘multitarea’ es un mito. Sólo un ínfimo porcentaje de la población tiene esa capacidad. El resto no puede atender a dos o tres cosas a la vez”, señala.
En este sentido van recientes investigaciones que han descubierto cómo en este tipo de situaciones la capacidad de la memoria es mala y que los errores son comunes porque no se presta la atención suficiente a ninguna de las tareas que se tienen delante. “La neurociencia nos dice que el cerebro es plástico, pero también se sabe que el conocimiento se establece mediante sinapsis entre neuronas y que se refuerza con la repetición o a través de las emociones. La cuestión es que hemos cambiado mucho en muy poco tiempo. Hasta este siglo, la mayoría aprendía durante la infancia, pero ahora estamos aprendiendo toda la vida. Estos cambios tienen que afectar al cerebro, pero aún no sabemos cómo lo hace. Si la evolución humana tuvo que ver en el pasado con los cambios en el medio ambiente, ahora se producen por la presión cultural. Quién sabe si en el futuro sí tendremos todos ese cerebro multitarea”, aventura.
Pero ese futuro tiene sus peligros. Para Somoza, “la cultura contemporánea dificulta los aprendizajes complejos” y menciona el riesgo de que se genere una sociedad digital “en la que unos pocos tengan esa ventajosa capacidad, mientras que la mayoría de la sociedad se queda atascada en la atención superficial de lo que lee”. “Por ello”, añade, “es importante defender una escuela pública, una institución que pueda ayudar a generalizar esas capacidades, porque, por otro lado, es incuestionable que internet ha democratizado una cultura que antes no estaba disponible más que para unos pocos”.
Esta exposición forma parte de la extensa programación de la Casa del Lector, donde también se organizan clubes de lectura, se proyectan películas, se presentan libros, se organizan talleres de narrativa y creación para niños o se programan conferencias. Siempre con el afán de captar adeptos para las letras “que sonla vida”, en palabras de su director: “La lectura debería partir en el seno de la familia y luego seguir en la educación Primaria, pero por desgracia las Humanidades están cada vez más relegadas, y ya no se hacen lecturas, así que cuando los jóvenes llegan a la Universidad la enfermedad es difícil de parar. Por eso la labor de los docentes en los niños es tan importante. La lectura trae cultura y La cultura es vida, justo lo contrario que la muerte”, concluye Molina.
Desde CEINCE esperan que, tras el cierre de la exposición en Madrid, a comienzos del próximo año, la exposición pueda ser trasladada a Soria. “Hay que recordar que nuestra provincia fue, ya desde el siglo XIX, una de las más avanzadas en España en materia de alfabetización”, apuntan desde esta institución, cuya sede está en el municipio soriano de Berlanga de Duero.