ROSA M. TRISTÁN
Hace ya dos años que conocí a Diana. Tenía entonces 8 años y un cáncer de huesos que a punto estaba de terminar con su vida. Demacrada, con los ojos pálidos y las piernas como alambres, vivía con su familia en los márgenes de uno de los mayores desastres ambientales del planeta: los derrames de petróleo que Texaco provocó en las provincias de Sucumbíos y Orellana, en la Amazonía de Ecuador.

Así es el río donde se baña Diana. Le cruza un oleoducto. Sucumbíos (Amazonía de Ecuador). |ROSA M. TRISTÁN
Ocurrió hace décadas, pero aquel crimen ambiental aún contamina sus entrañas. Cuando nos encontramos, me contaron que Diana llevaba unos meses con mejor cara, justo desde el día que comenzó a funcionar el depósito de agua que, gracias a unos filtros por biorremediación, limpiaba de veneno lo que calmaba su sed. El depósito se lo había proporcionado la ONG española Manos Unidas.
La compañía petrolera americana, ahora llamada Chevron, no ha iniciado la limpieza de los ríos y las charcas al que le ha obligado, en diciembre de 2013, una sentencia de la Corte Nacional ecuatoriana. Por cierto, un fallo que llegó 22 años después de que la empresa abandonara el lugar y dejara a 30.000 personas viviendo con un vertido de 680.000 barriles de crudo. Pero lo que sí deja claro la magistratura es que la ‘biorremediación’ es el camino, en otras palabras: hay que utilizar microorganismos que son capaces de captar y fijar metales pesados para sanear la selva petroleada. ¿De qué otro modo se podrían limpiar las aguas subterráneas?

Junto a un cultivo para aceite de palma, Ermel Chávez, del Frente de Defensa de la Amazonía en Ecuador, me muestra cómo bulle el petróleo bajo la tierra. La biorremediación es la solución, afirman los jueces y los ecologistas.|R.M.T.
Es solo un ejemplo de cómo la biorremediación puede paliar graves desastres ambientales. De hecho, fue precisamente un derrame de petróleo, el del Exxon Valez en 1989, lo que puso en evidencia que había bacterias capaces de degradar el crudo hasta hacerlo desaparecer. En la década de los 60, George M. Robinson, un ingeniero americano, ya había experimentado con microbios en frascos contaminados de petróleo, pero lo que ocurrió en Alaska fue definitivo: había un mecanismo de autorregulación en la naturaleza para protegerse de los daños.
Si este proceso ocurría con el este fluido ¿por qué no buscar microorganismos que destruyeran otros elementos contaminantes?, se preguntaron los científicos. Desde entonces, iniciaron su búsqueda, tanto en la naturaleza como en los laboratorios mediante la recombinación de genes. Y fue así como se fue extendiendo su área de acción.
Basta echar un vistazo en Eurekalert, la web de publicaciones científicas, para comprobar que hay cientos de investigaciones en marcha que ayuden a identificar estos microorganismos y cómo mantenerlos en vida. En el caso de los derrames, en los laboratorios se intenta crear cepas que puedan trabajar a temperaturas muy bajas o que sus necesidades nutricionales se adapten al medio acuático en el que van a desarrollar.
Otros investigadores trabajan con cepas descontaminadoras capaces de concentrar metales pesados o que se manipulan para acelerar el ritmo delimpieza natural, como la planta crucífera del género Brassica, que acumula arsénico. Pero hay más: en Chile, han encontrado bacterias que mineralizan los PCBs (compuestos organoclorados dañinos para la salud muy usados en sistemas eléctricos); en Australia, han identificado enzimas que acaban con los pesticidas; y ya se ha logrado diseñar una bacteria por ingeniería genética, la Deinococcus radiodurans, que consume el tolueno (presente en los hidrocarburos) y residuos radiactivos como los iones de mercurio.
También están en estudio unos microorganismos acuáticos que degradan el nonilfenol, un componente muy común en los detergentes que daña los estrógenos de peces, aves y mamíferos, incluido el ser humano; en el Laboratorio de Oak Ridge (Estados Unidos) se ha conseguido la presencia de uranio en el agua mediante otras bacterias que dan estabilidad a este tóxico altamente peligroso; y se están desarrollando plantas transgénicas que concentran las toxinas del suelo en sus partes altas para que, al ser segadas, puedan ser destruidas.
En definitiva, mil y un caminos que se abren para la investigación y en los que la biorremediación biotecnológica aparece como una solución a desastres ambientales que nos rodean, a veces por accidente y otras por inconsciencia, y que a la larga llegan a los organismos vivos y destrozan vidas como la de la pequeña Diana.
Rosa, Gracias por el artículo.
La biorremediación puede ser una esperanza o una solución para muchos problemas. Pero si se trata de organismos modificados genéticamente, creo que los daños ambientales pueden ser y serán aún peores. Además, está demostrado que puede llegar a ser una excusa más para comerciaizar aún más OMG.
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