ROSA M. TRISTÁN
Ocurrió hace unos meses. El fotógrafo José Latova, con el que compartí unos días en Luxor (Egipto), en el Proyecto Djehuty, me invitó a conocer un proyecto en el que anda inmerso, el Sigarep, en colaboración con la empresa de Vicente Bayarri, el arqueólogo Sergio Ripoll y del responsable de los yacimientos en Segovia, arqueólogo también, Luciano Municio. Y fue una jornada de las que no se olvidan. Aquel día iban a visitar varios enclaves visigodos en las Hoces del Duratón y, de ahí, se pasarían a conocer una cueva descubierta no hace mucho y pendiente de su estudio: la Cueva de la Fuente Nueva, en Matabuena.
Fue en esa intenta jornada cuando me enteré de los entresijos del Sigarep y las maravillas que están descubriendo en cuevas de toda la meseta con una nueva técnica, asunto que recientemente publiqué en EL HUFFINGTON POST. Pero aquel día dió mucho más de sí. Para empezar, conocí varias cuevas visigodas, como la de Siete Altares, en las Hoces, donde estuvieron tomando imágenes para hacer una recreación en 3D, que luego me enviaron (abajo).
Para ello tuvieron que coger, con rayos láser, una nube de puntos, que luego permitió hacer una especie de vaciado de la cavidad, una extraña imagen, que arriba puede verse, en la que mediante diferentes programas informáticos van situando las fotos de las paredes.
Pero fue después de comer cuando la aventura adquirió la plenitud de su significado. Nos pusimos botas de agua, monos, cascos, linternas de minero…. Cargamos el material en una barca, y nos introducimos en un agujero en la tierra, sobre el cual alguien con poca cabeza había puesto un caseto de metal para cerrar la entrada en el pueblo de Matabuena (Segovia). «Esto es un desastre. Así cambian el ecosistema interior de la cueva, aumentando la temperatura», indicaban los expertos.
Ese agujero se descubrió hace unos pocos años, cuando se iniciaron las obras de un nuevo frontón para el pueblo castellano, no lejos del manantial de Fuente Nueva, que ahora da nombre a la caverna. Se estima que llevaba más de 300 años cerrada, pues durante un tiempo, hasta el siglo XVI o XVII, como certifican los mensajes de sus paredes, fue utilizada por los habitantes de la zona para refugiarse, para el ganado o quien sabe si para el ocultarse…
Una vez dentro, fuimos avanzando en un barrizal provocado por el río subterráneo que ha ido esculpiendo la cueva a lo largo de millones de años. No fue tarea fácil, pues cuando no te agredía un saliente en la cabeza, lo hacía un agujero en el suelo. Acabar llenos de barro hasta las orejas era lo menos que podía ocurrir hasta llegar al espacio central, más amplio, que nos querían enseñar dos jóvenes arqueólogos que venían con nosotros y ya la conocían.
La sorpresa mayúscula fue cuando levantamos las cabezas y sobre ellas apareció un galimatías de grabados, con figuras que eran plantas, y hojas, y árboles…Todo ello con con miles de años de historia. «Es una pena no tener recursos públicos para investigar todo esto», señalaba Municio.
Durante varias horas, allí en la penumbra, los miembros del equipo Sigarep instalaron sus cámaras, sus rayos láser, las esferas blancas que les servían de referencia para la toma de datos y comenzaron a trabajar. La humedad, lentamente, iba calando hasta los huesos. «Que nadie piense que esto es fácil», comentaba Latova, mientras Ripoll y Municio recorrían la caverna en busca de nuevas obras rupestres.
Dos horas más tarde, el grupo inició el regreso por donde había venido. Justo cuando los murciélagos iniciaban su actividad.
Afuera, caía la tarde. Ya solo quedaba recoger todo el material, limpiarse en la Fuente Nueva y echar el cierre a la caseta que oculta la cavidad. Un lugar cuya historia sólo se podrá conocer investigando dentro para, luego, con la información extraída, hacer visitas ‘virtuales’ con lo que allí se encuentre. Es la tecnología punta al servicio de la divulgación del Patrimonio.
Y ese es el camino que ha escogido este proyecto.
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Al igual que el del Huffington Post, un trabajo excelente de sintesis y dvulgación. Gracias Rosa!!!!!
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