ROSA M. TRISTÁN
Javier Cacho no sólo es uno de los científicos españoles que más tiempo han vivido en la Antártida. También es un gran divulgador. Experto en estudios atmosféricos, en 2011 sorprendió con el relato de la conquista del Polo Sur en su libro ‘Scott-Amundsen: duelo en la Antártida’. Ahora, ha vuelto a editar, pero en este caso el protagonista es ‘Shackleton, el indomable’ (Ed. Fórcola), otro gran explorador polar.
De nuevo se habla del calentamiento del Ártico y la Antártida en los medios ¿Tal mal está la situación?
Quiero ser prudente con este tema. Es evidente que nuestro proceso de desarrollo hay que invertirlo, y no por el cambio del clima. Aunque mañana volviera a hacer frío, deberíamos reducir el consumo de materias primas. Deforestamos, consumimos petróleo hasta límites insostenibles, acabamos con los recursos… y no lo digo como especialista en temas atmosféricos, porque da igual si somos o no culpables del calentamiento. Ahora, llevamos tres años que las temperaturas de la tierra y el mar se han estabilizado. Dicen que el calor lo absorben las aguas profundas de los océanos, pero lo que falta es investigación. Y en las regiones polares es muy costoso construir y mantener estaciones científicas.
El Ártico ¿debería estar protegido por un Tratado internacional como la Antártida?
Es terrible que se estén concediendo tantas licencias de minería y petróleo en zonas como Groenlandia, adonde están llegando los chinos para hacerse con sus recursos. Los intereses económicos están arañando las fronteras árticas, a medida que las condiciones cambian. Y Rusia tiene también muchos intereses allí, así que lo veo poco probable. El de la Antártida se firmó en otro momento. Se pensaba que estaba muy lejos, que nunca se llegaría allí.
Uno de los que llegó fue Ernest Shakelton ¿Por qué un libro sobre él?
Porque con él termina la edad heroica de la exploración polar y porque es un personaje singular que nos atrae a los mediterráneos. Nos gusta ponernos del lado del perdedor, del que queda segundo. Y su historia es así. Intentó llegar al Polo Sur con Scott y no pudo, volvió una segunda vez solo y se quedó a 160 kilómetros, trató de cruza la Antártida y tampoco lo logró. Pero lo que me atrae es su humanidad. Hay en su figura para dar clases de liderazgo y se olvidan de lo más importante: que para ser líder no basta cumplir el objetivo, sino dar prioridad a las personas. Shackleton quería llegar al Polo Sur y entrar en página de la Historia, pero cedió porque no todos se hubieran salvado. Él hubiera llegado, pero no todos los que iban con él.
¿Y un defecto?
Era un manirroto. Se le escapaba el dinero entre las manos. Cuando tenía, gastaba e invitaba a manos llenas, y luego debía pedir dinero para pagar deudas. Se dejaba engañar. Y tampoco se ocupaba mucho de su familia.
Usted ha viajado mucho a la Antártida , como científico. Supongo que tampoco será fácil compaginarlo con la vida familiar.
Yo he estado muchos meses fuera y es difícil. En mi caso, mi mujer también era científica y me entendía, pero falte largas temporadas porque he ido seis veces a la Antártida en periodos de tres o cuatro meses y mi hija era muy pequeña. Aún hoy tiene cierta animadversión a esa dama blanca.
¿Sigue siendo una aventura ir allí?
Sí. Creemos que controlamos todo porque tenemos satélites y comunicaciones, y GPS y mapas y previsiones meteorológicas. Pero hace pocos años se hundió el crucero Explorer, rajado por un iceberg. Y el verano pasado también se quedó atrapado un barco. Y en tierra, la dureza es la misma, la misma sensación de tener que apañarte solo. También es dura la convivencia, porque seguimos siendo personas. Pero en sí la ciencia es una aventura porque no sabes lo que vas a conseguir en la ruta de tu trabajo hasta el final.
¿Esa atracción por el riesgo se ha ido perdiendo en la sociedad? España fue un país de aventureros..
En general, todo está muy estructurado. Las normas nos rodean por completo. Tenemos cada vez más miedo, buscamos más seguridades. Pero los chicos siempre buscan el punto del riesgo, con deportes complicados, que generen adrenalina.
¿Cree que sus libros atraen a los jóvenes?
Las aventuras de exploradores polares pueden ser interesantes para muchos. Los adolescentes deberían recordar estas vidas y aprovecharlas para aprender historia, puede servirles para acometer retos como la investigación. Muchos exploradores, sobre todo desde siglo inicios del siglo XX, hacían ciencia. Robert Scott, que murió en su intento de llegar al Polo Sur, regresaba con piedras. Y a punto de morir, cuando tiraban ropas y equipos, no quiso deshacerse de unas rocas con fósiles vegetales que indicaban que allí hubo plantas en el pasado. Sabía que si morían, al encontrar sus cuerpos también hallarían esos fósiles.
¿Ha ido a algún colegio a hablares de todo esto?
Recientemente lo hice y a los chavales, según me contaron después, les encantó conocer a una persona que ha vivido en esos territorios polares. “Qué niño no sueña con ir a la Antártida”, dijeron. No me lo esperaba.
¿Y soñaba usted de niño con ir a la Antartida?
Pues no, soñaba con hacer cohetes. Y acabé trabajando en el INTA [Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial]. Pero son los dos temas que atraen más a los chavales: el espacio y la Antártida, y ambos les unen a la aventura con la ciencia. Descubren que un científico no es alguien aburrido, sino alguien que escala, que aguanta el frío o navega.
¿Ha pasado algún momento de peligro?
Si, claro. A menudo ni eres consciente. Un día en la Antártida caminamos entre la niebla y al día siguiente unos colegas búlgaros nos dijeron que habían visto nuestra pisadas en una zona de grietas. Podíamos habernos caído. Y en otra ocasión íbamos en una zodiac y se cerró el mar de hielo, empujándonos contra las rocas. Pasamos por los pelos.
¿Escribirá sobre otros exploradores?
De momento estoy ayudando a que este libro camine. Este año es el aniversario de la salida del viaje de Shackleton. Y aquí el Comité Polar no va a organizar nada. Es miope porque tiene en sus manos uno de los dos temas que más apasionan a los chicos y no lo lleva a las escuelas. Se centran en la investigación, que está bien, pero ya les queda poco para jubilarse y alguien debe seguir. Deberían tener más amplitud de miras en la divulgación. Yo trabajo ahora en la Unidad de Cultura Científica del INTA y allí los estudiantes comprueban como esa física pesada que les enseñan en clase hace volar un avión.
Muy interesante, gracias por compartir. Abz
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