Una orgía de trilobites en los mares de Cabañeros


Juan Carlos Gutiérrez-Marco, ante las crucianas, huella de la orgía de trilobites. |R.M.T.

Juan Carlos Gutiérrez-Marco, ante las crucianas, huella de la orgía de trilobites. |R.M.T.

ROSA M. TRISTÁN

Recorrer el sendero del Boquerón de la Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros, es lo mismo que leer un libro pétreo de la historia de la Tierra. Sobre todo si se va de la mano del geólogo y paleontólogo Juan Carlos Gutiérrez-Marco, del Instituto de Geociencias (IGEO-CSIC-UCM), como un gran grupo de aficionados ha tenido el privilegio de hacer el pasado domingo. Gutiérrez-Marco, uno de los mayores expertos del mundo en el Ordovícico, ese periodo geológico que comenzó hace unos 485 millones de años, es el guía de una excursión organizada con motivo del GEOLODÍA.

«Para empezar deben saber que esta superficie era un continente que aglutinaba toda las tierras emergidas  llamado Pangea hace 300 millones de años, un territorio que se fragmentó y dió lugar a dos grandes continentes cien millones de años después; Gondwana, el que pisamos, es anterior y estaba cerca del Polo Sur. Donde estamos ahora, aquí en Ciudad Real, era un mar en aquel entonces, el Ordovícico Inferior».

El paleontólogo muestra las huellas del mar del Ordovícico en Cabañeros.|R.M.T.

El paleontólogo muestra las huellas del mar del Ordovícico en Cabañeros.|R.M.T.

Este recibimiento, deja  perplejos a muchos de los excursionistas, que se ven rodeados de matorrales y alcornoques, a más de 400 kilómetros de cualquier costa… Pero así es la historia de la Tierra y poco a poco se irán metiendo en ella, a golpe de roca, para acabar entusiasmados con ese cuento lítico que el paleontólogo va ilustrando en el camino.

«¿Sabéis por qué se llama Cabañeros?, pues por las cabañas hechas con cañas por sus antiguos habitantes», pregunta y responde mientras abre ruta por el Boquerón de Estena, el entrante a ese océano donde nos sumergimos de cabeza, en un recorrido que resulta ser un paseo en el tiempo: de lo más reciente a lo más antiguo, del Ordovícico al Cámbrico.

El Boquerón del Estena, con Juan C. Gutiérrrez-Marco e Isabel Paz.

El Boquerón del Estena, con Juan C. Gutiérrrez-Marco y la periodista Isabel Paz.

Pero hay que ir con un experto como Gutiérrez-Marco para distinguir lo viejo de lo menos viejo, para encontrar los fósiles y las estructuras que nos indican a qué periodo corresponde cada piedra que pisamos, pues los sedimentos se han movido con las fallas, se han rellenado, erosionado y vuelto a mover y rellenar. Un galimatías geológico que él ha sabido descifrar después de 30 años paseando por estos montes. «Son como las páginas de un libro, necesitas saber el idioma para leerlas», argumenta. Como ejemplo nos muestra una ‘cuarcita armoricana.

Algunos de los 50 inscritos en el paseo ya han empezado a tomar apuntes…Perdón, no, ¡somos más! Hay paseantes ajenos al GEOLODÍA que se han unido al grupo, atraídos por lo que escuchan.

«Si la Tierra fuera una bola de 14 metros de diámetro, toda la Humanidad ocuparía un centímetro cúbico y la atmósfera sólo 5 metros. Nos creemos importantes, pero la Tierra sigue activa al margen de nosotros, la geología ha ido modelando la biodiversidad».

Un excursionista tomando apuntes. R.M.T.

Un excursionista tomando apuntes. R.M.T.

Enseguida nos topamos con las primera crucianas, los rastros que los trilobites han dejado fosilizados hace 485 millones de años, y también con los escolitos, diminutos tubitos blanquecinos que se ven grabados en las piedras y que fueron el lugar por donde pasaron los pequeños gusanos que vivían en el fondo arenoso de esa plataforma continental, cubierta de agua salada. «Sabemos que era un gusano, pero no podemos averiguar cual», explica el paleontólogo, que tan pronto trepa a una ladera que cruza el pequeño río de la garganta de una zancada.

Poco a poco, el color de las rocas que nos rodean pasa del rojizo a un color ‘vinoso’, más oscuro, algo que resulta ser provocado por el hierro soluble que llegó a esta zona marina y quedó depositado en lo que era una zona costera. Allí vivían algas, gusanos, algunos trilobites, pero no hay ni una señal de que habitaran peces; al parecer, eran aguas demasiado frías por estar cerca del Polo. Quien lo diría con el sol achicharrando las  cabezas.

UN ENCUENTRO ENTRE GUSANOS

Con el investigador y la periodista Isabel Paz, en los rastros de los gusanos gigantes.

Con el investigador y la periodista Isabel Paz, en los rastros de los gusanos gigantes.

A medida que caminamos, y nos acercamos por el mar a lo que era la tierra, aumentan las turbulencias. Grandes ríos que desembocaban en este lugar trajeron piedras de otros lugares, las arenas se removieron con las olas y las mareas, el mar se rizó… Es ahí donde vivían los gusanos gigantes, el gran hallazgo de Gutiérrez-Marco en Cabañeros. La huella del más grande tiene 11 metros de longitud, pero son dos, que se entrecruzan en un extraño movimiento que el científico ha sabido descifrar. La historia del ‘Estenaichnus cabanerensis, como le ha bautizado.

«Al pasar y hacer la galería en la arena iban dejando un revestimiento que hizo posible que luego se rellenara su huella por laminación interna. En este lugar lo que pasó fue que se encontraron dos gusanos y ambos escaparon por rutas diferentes. Uno continuó su paso de frente, y se ve que aceleró el ritmo por el diferente grosor de la huella en diferentes tramos, y otro giró para escapar».

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Andando y andando, llegamos al pasado aún más remoto. Al Cámbrico, cuando esta zona se volvió a plegar y replegar, sedimentar y erosionar… pero donde el investigador es capaz de ver las olas chocando contra la orilla, y nosotros con él. Y las anémonas trepando por la arena del fondo fangoso, y también nosotros con él.

Tras una opípara comida rodeados de auténticos fósiles en la casa rural/restaurante Boquerón de Estena, pues Julio y Lola han montado allí un auténtico museo paleontológico, nos queda el plato fuerte: ¡¡¡una orgía de trilobites!!! Y en el sentido literal de la palabra. Para llegar al lugar, antes hay que cruzar un riachuelo que este año, con tantas lluvias, pasa cargadito de agua, pero siempre hay una mano amiga a la que agarrarse.

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En una pared, casi vertical, está la fiesta. Hay huellas de los gusanos que  iban a comer hasta allí las cianobacterias (el ‘verdín’), que era su fuente de comida, y arañazos de los artrópodos que visitaban la zona en el Ordovícico, pero sobre todo hay decenas, cientos de crucianas, huellas dejadas por trilobites, los reyes del Paleozoico.

«Como eran pequeños, venían aquí para reunirse y hacer grupo frente a depredadores como los cefalópodos, que podían tener un metro de largo, pero también se juntaban para aparearse. Por lo que vemos era un frenesí, una auténtica orgía del Ordovícico Inferior. Hay incluso huellas de la persecución de un macho a una hembra. Lo que hicieron aquí, ha quedado grabado», sentencia Gutiérrez-Marco.

Destrozo de crucianas en Cabañeros.|R.M.T.

Destrozo de crucianas en Cabañeros.|R.M.T.

Después de disfrutar, visualmente, de la bacanal, vuelta a cruzar al río y vuelta al siglo XXI del Holoceno actual. Entre alcornoques regresamos al presente, pero llevamos la mochila del cerebro llena de piedras que cuentan historias. Un GEOLODÍA para no olvidar.

«Aprendiendo este tipo de cosas, lo hacemos también a valorar más el planeta en el que vivimos y la necesidad de protegerlo», apostilla el investigador. Qué razón tiene porque entre tanta maravilla resulta muy deprimente  ver las huellas del expolio a martillazos de las fántasticas crucianas, fragmentos que luego se venden en las ferias a cinco euros, como he podido comprobar en algún pueblo de la sierra de Madrid.

Desde luego, a nadie de los que hoy han conocido su historia se le ocurriría una barbaridad similar.

Y por si alguien quiere ayudar a proteger este patrimonio, ahí va una curiosa iniciativa: APADRINA UNA ROCA.

Y un vídeo de aquel día de Angel J. Rojas:

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