Publicado en ESCUELA
ROSA M. TRISTÁN
El primer reportaje que hizo Jesús Maraña fue sobre los yacimientos de Atapuerca, en Burgos. El joven leonés había llegado a Madrid desde Sahagún para estudiar Periodismo y aquella historia científica le abrió la puerta a una profesión en la que ha terminado por convertirse en un referente de la información política y económica independiente. Trabajó en El Mundo, dirigió Interviú y Público y ahora está al frente del diario digital InfoLibre.com y su revista mensual en papel, Tinta Libre. Son dos medios de comunicación privados y no sometidos al poder de las empresas o las instituciones, de las que no depende para su financiación. Es una nueva fórmula informativa en España que permite hacer periodismo de investigación del que duele, como su exclusiva sobre los correos secretos del ex presidente de Bankia, Miguel Blesa, o el hallazgo de etiquetas de El Corte Inglés entre los muertos de una fábrica en Bangladesh.
La cita es en un café, a escasos metros de la céntrica redacción de InfoLibre, espacio conseguido a bajo coste por el apoyo de uno de esos españoles que quieren leer informaciones serias, contrastadas, sin presiones.
¿Realmente la prensa en papel está muriendo?
No me atrevo a hacer vaticinios. Digamos que se va apagando sola. Lanzar hoy un nuevo medio es hacerlo digital; ya no es el futuro sino el presente. En papel sería carísimo. Hoy vivimos una revolución en el mundo de la información, un laboratorio en el que se está probando a ver qué triunfa porque la gente se informa de otro modo. Ahora se utilizan diferentes canales de información, con los que cada uno hace su menú. Unos se informan con un diario generalista y otros con dos blogs especializados, un digital nacional y otro internacional. No es la misma situación que hace 15 años. Otra cosa es saber dónde desembocará.
¿Qué hueco de ese menú quiere cubrir’ InfoLibre’?
Lo que faltan son medios independientes. Sé que esta frase levanta escepticismo, porque todos se declaran independientes, pero no lo son. InfoLibre nació tras el cierre del diario Público, cuando un grupo de periodistas, que compartíamos algunas ideas, llegamos a la conclusión de que el problema de los medios es una pérdida de credibilidad paralela a la de la política, porque los lectores saben que están condicionados por cuestiones partidistas o intereses económico-financieros. Yo doy más importancia a los segundos, que lo condicionan todo. ¿Cómo lograrlo en una empresa periodística? Como InfoLibre quería ser una lucecita realmente independiente, nos fijamos en lo que había fuera y conocimos la experiencia de Medipart, un digital francés que lleva 6 años funcionando y desde el tercer año tiene beneficios. Está fundado también por un grupo de periodistas que captan a pequeños inversores que creen en esos profesionales para investigar asuntos económicos y políticos sin cortapisas, y además creen que hay que reivindicar el valor de esa información, porque tiene un precio. Suena contracorriente, pero ese es nuestro modelo y debemos convencer a la gente de que la información independiente de presiones hay que pagarla. Además, en los medios digitales el coste es mucho menor: por el precio de un cubata al mes te puedes suscribir a un medio de comunicación transparente. Creo que es el camino para sostener el periodismo digital. A la vez sacamos un mensual en papel, Tinta Libre, con vocación de reivindicar las historias bien narradas, con firmas reconocidas. Así hacemos compatible el papel y lo digital.
¿Se están comprometiendo los lectores con este proyecto? ¿Pagan por las noticias?
Cuando nacimos, en marzo del año pasado, pensamos que el punto de equilibro para ser sostenibles llegaría en tres años, en marzo de 2015. Si cuando comenzamos la inversión para resistir era de unos dos millones de euros, ahora ya no necesitamos tanto porque el crecimiento de suscriptores va mejor de lo que pensábamos y son más los que se suscriben por un año. Es un crecimiento lento, y hay que seguir convenciendo a pequeños inversores, a ciudadanos y también a socios, porque al igual que Mediapart, en InfoLibre hemos lanzado una sociedad de amigos con apoyo de gente de la cultura, como Sabina, Almodóvar, Almudena Grandes, profesores de la Universidad… que quieren participar como propietarios. Pero tenemos que mantener ese músculo hasta 2015.
Cobrar por informar en la red se ha criticado en algunos foros.
Lo que no tiene sentido es lo que hace EL PAÍS, que cobra al día siguiente en papel lo que da gratis antes en digital. Ese negocio no funciona. La información que manejamos no es nuestra, sino de los ciudadanos. Yo no denuncio el periodismo ciudadano, que ya existe porque los ciudadanos aportan datos y análisis a cada momento. Pero los periodistas tenemos otra función. Nosotros debemos comprometernos con la información, contrastarla, verificarla y dar un punto de vista honesto, con nuestro nombre y apellidos. Ese es un plus de intermediación que no aporta el ciudadano que pone en internet lo que le parece oportuno. Es muy grave pensar que el periodista no es necesario. Si no existiera, los que manejarían los canales serían los poderes económicos y financieros que pueden permitírselo, porque la saturación es desinformación. Los periodistas debemos dar a esa información el sello de la responsabilidad. Un ejemplo es el hundimiento de la fábrica de ropa de Bangladesh. Fueron voluntarios de ONGs los que vieron entre los escombros etiquetas de marcas de moda que fabricaban allí en condiciones infrahumanas. El testigo, como es lo normal, es un ciudadano pero luego hay que hacer Periodismo. Hay que coger esa información, contrastarla, llamar a las empresas y tener la independencia de poner en el titular como trabajan El Corte Inglés o Zara. El ciudadano debe exigir que se haga así.
Parece que esos poderes que menciona ya tienen los canales…. En este país se han destituido a los directores de los diarios más importantes por en 15 días: Pedro J. Ramírez, de EL MUNDO , y Javier Moreno, en EL PAÍS.
El panorama es desolador y estos dos ejemplos son muy sintomáticos. Tiene que ver con una ciclogénesis explosiva, pero para los ciudadanos. Es tremendo que en esos dos medios se cambie la dirección por condicionamientos ajenos a un relevo periodístico normal. Está claro que si ganaran millones de euros al año, no habría ese relevo. Y, además, son dos cabeceas distintas: en la conservadora, El Mundo, que pidió el voto para el PP en las últimas elecciones, el director asegura que le han relevado; y en la que se dirigía al espectro progresista, ya no basta con el actual acompañamiento a las tesis del Gobierno, sino que debe dar un giro más a la derecha para que el entendimiento sea más visible. En un quiosco español es más difícil encontrar pluralidad que oro bajo una acera de Madrid. No es un quiosco democrático, y eso es terrible.
En la red, sin embargo, proliferan los medios se inclina al otro espectro ideológico progresista: El Diario.es, Cuarto Poder, InfoLibre, El Confidencial, El Plural… ¿Habrá una criba?
Como estamos en un laboratorio, con el tiempo habrá una selección y fusiones, como en el papel, porque el ecosistema no es sostenible. Ahora bien, durante décadas en el quiosco hubo 10 cabeceras del centro a la ultra-derecha y nadie decía que eran muchas, pero cuando salen progresistas siempre sobran, aunque según el CIS el 40% de los ciudadanos se califica de centro-izquierda. Además, nos centramos en lo ideológico, pero lo importante son los intereses económicos y financieros: la prensa está en manos de sus acreedores, que son los bancos, y los medios digitales dependen de las aportaciones de grandes empresas y bancos. Por ello en InfoLibre queremos depender solo de los lectores. Algo puede ser libre, pero costar. Y algo puede ser de pago y no ser libre.
Público, que fue un periódico que dirigió, era progresista y se hundió.
En empresas grandes siempre hay necesidades económicas y financieras, y el poder político presiona para que no se apoye a quien no interesa. Y además está la publicidad institucional, que maneja mucho dinero. En Público nunca tuvimos la que correspondía con nuestro número de lectores. Y también hubo errores. Nadie te compra sólo por afinidad política. Nosotros queremos que los lectores se suscriban porque la información es útil y tiene valor.
¿De qué exclusivas de InfoLibre se siente más orgulloso?
Hay varias en estos meses, pero destacaría dos simbólicas: una fue investigar a las empresas que participaban en la privatización de la gestión hospitalaria en Madrid y descubrir los hilos que demostraban que detrás había fondos ubicados en Islas Caimán y otros paraísos fiscales. Esa documentación la entregamos al juez y en cierto modo participamos en que ese disparate no se ejecutara. Otra exclusiva han sido los emails de Miguel Blesa, ex presidente de Bankia. Durante semanas ningún otro medio se hizo eco, pese a que hablaban de la quiebra y el desastre de gestión que llevó al rescate bancario que pagamos todos, más de 40.00 millones de euros. Luego sí, se sumaron otros medios, pero nosotros seguimos sacando historias todos los días sobre esa gestión. Simbolizan que en InfoLibre pretendemos ir más allá de lo ideológico. Si hay un tema que afecta a una feligresía progresista y a los intereses ciudadanos, siempre iremos a por él.
De la situación actual ¿Qué es peor: la crisis, la corrupción, la pérdida de derechos fundamentales?
Lo peor que pasa en España es que está funcionando la estrategia del miedo, instalar falsedades como que la culpa de todo lo que pasa es nuestra porque hemos gastado por encima de las posibilidades. Y es mentira. El origen de la crisis está en el endeudamiento privado, generado por los intereses económicos y financieros que se impusieron con una desregulación absoluta en Europa. Se produce por fallos institucionales en la zona euro, pero nos han convencido de que las víctimas somos los culpables: el ahorrador que invierte porque son más rentable las preferentes, tiene culpa por avaricia; y el que gasta, se compra una casa y le desahucian, por comprarla… Esto es una derrota democrática. La solución debería ser avanzar en la democracia, no retroceder poniendo cortapisas al desarrollo democrático.
Ante esta situación ¿qué se puede hacer?
Creo que hay que cuatro barreras ante este vendaval antidemocrático. Me refiero a algunos jueces que cumplen honestamente su función, a la movilización ciudadana en la calle, a las redes sociales y a las voces periodísticas independientes que pueden situar en el foco en los asuntos que a esos poderes no les interesan. Esas cuatro barreras pueden frenar el desastre. Es verdad que cuando un Gobierno impone algo por mayoría absoluta y llega un juez y le dice que es ilegal, el cambio es inmediato, pero también la presión social sirve. Un ejemplo es el caso de los desahucios, que ya venía de otros gobiernos.
De todos los ministros del actual Gobierno ¿a cuál suspendería?
Hay una competencia importante. Algunos son más visibles que otros por los asuntos que tratan y su afición a aparecer, como Wert, Gallardón o Cañete. Pero me preocupan otros más callados, y cuyas actuaciones tienen graves repercusiones. Como la ministra de Sanidad, Ana Mato, que ha querido colar el repago sanitario. Dijeron que se ahorraría y al analizar los meses que lleva el medicamentazo resulta que no es verdad. Pero no se trata de un ministro u otro. El problema es la forma de concebir el ejercicio del poder en democracia, y de ello el principal responsable es el presidente del Gobierno. Un ministro no plantea reformar el aborto si el presidente no le da el ok. Ahora Rajoy quiere suavizar ese cambio y entonces ¿dónde estaba antes?.
¿Y respecto a José Ignacio Wert? ¿Qué destacaría de su gestión?
Tengo una gran respeto a la figura de profesorado por la educación que he tenido y porque, además, soy padre de dos niñas. En su caso, lo mínimo que se le podría exigir es que no haga nada que sea exclusivamente suyo, sino que lo comparta con la mayor parte comunidad educativa, la sociedad civil, los padres… Que vea lo que funciona mejor, según los estudios pedagógicos, y trate de conseguir más talento, en vez de provocar más desigualdades. Hubo un momento, con Ángel Gabilondo, que estuvo a punto de llegarse a un consenso, pero ahora es lo contrario. A las críticas responden con que son ideológicas, o que los quieren trabajar menos, o que los padres que no se ocupan. Pero son tópicos, y nada ingenuos porque tratan de imponer un modelo que es más ideológico que educativo. Y ¿a quién favorece? Pues a intereses relacionados con la enseñanza privada y la Iglesia Católica. No he escuchado a una asociación defensora de la enseñanza pública decir que no hacen falta reformas, pero defienden abordar esas reformas hacia la igualdad, acercando a los que menos medios tienen las posibilidades de desarrollar más talento.
La Marea Blanca sí consiguió su objetivo, pero la verde no ha parado los recortes ni la reforma educativa.
En la Sanidad la gente ha percibido inmediatamente el deterioro, las listas de espera, que hay menos médicos y enfermeras… y que eso repercute en su salud. Pero la educación es algo más sutil, los efectos se perciben de forma más prolongada en el tiempo, y la movilización ciudadana no ha sido igual. A nivel político, en la privatización de la sanidad el PP ha tenido un conflicto con su electorado: aparece una asociación de especialistas en medicina que se confiesan votantes de ese partido y le dicen que es una barbaridad; eso tiene unos efectos que no he percibido desde el electorado educativo del PP, que lo habrá. No han dicho es que un disparate.
Zyghmunt Baumann decía el otro día en Madrid que se educa, en general, hacia la competitividad extrema, más que para compartir y luchar por un mismo objetivo.
Baumann hace un relato de cómo nos instalamos en el camino de la desigualdad más profunda que es letal y debería avergonzarnos. Y por esa doctrina del miedo que decía, la aceptamos porque siempre hay algo peor. Cuando mueren 15 emigrantes en Melilla nos remueven las tripas y a la vez decimos que lo de África es peor. Entramos en el discurso de defender lo poco que tenemos para los hijos. Pero en política ese discurso es absurdo. Yo no voto para no ir a peor, sino a mejor. Y luego está la solidaridad entendida como beneficiencia: no avanzamos juntos, pero le doy esto poco para calmar mi conciencia. Durante décadas vino bien que la clase media creciera y aumentara el consumo, pero ahora ha estallado la burbuja, que no se sostenía, y los datos que da Baumann es que el 1% va mejor, el siguiente 10% algo mejor y al 90% nos va peor. Eso abre una brecha de desigualdad cada vez más ancha y es poco inteligente.
Con este panorama ¿Cómo será la sociedad que se encuentren sus hijas?
Es lo que más te aterra, porque no tengo respuesta. Tal como lo veo, es difícil pensar que lo tendrán mejor y da rabia porque no es tan complicado. Hay unas bases mínimas que si las impusiéramos democráticamente, cambiarían ese futuro. Por ejemplo, es importante cambiar el modelo del euro, pero la gente no es consciente. Los desengañados dicen que la política no sirve para nada, y no es verdad. En las próximas elecciones europeas, bastaría con que ganara quien cambie ese sistema para mejorar. Pero nos entretenemos con otras cosas y pasamos muchas horas con todo tipo de circos, sin pensar en otra Europa.
¿Hacia qué Europa debemos caminar?
A la que se pensó en su origen y España apoyó mayoritariamente, pero que se ha ido diluyendo con la crisis: poder moverse con las mismas obligaciones y derechos o tener un Banco Central Europeo que blinde a una economía del acoso de los casinos financieros. Cada vez que alguien instala la creencia de que España u otro país no pueden pagar, hay quien hace negocio. Y eso se resolvería si ese Banco respondiera por ese país. Cuando lo ha hecho, la prima de riesgo ha bajado, pero mientras se sostiene el circo, no hay solución.
Le vemos por la noche en el debate político de ‘La sexta noche’ ¿Cómo se plantea estos debates?
Procuro ir mentalizado y cuando me enfado más de la cuenta me arrepiento En los debates creo que uno sólo escucha lo que quiere: si alguien dice lo que tú piensas, refuerzas tu posición. Si no, no haces caso. Aun así, hay gente que si se identifica con las formas. Y eso no resta. Estamos en un momento en el que no podemos renunciar a ninguna batalla.
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