El pueblo unido en la ‘reconquista de los tomates rosa de montaña’; todos juntos, en la frontera de la cordillera pirenaica, para sacar adelante un proyecto puesto en marcha por un foráneo, pero que ha calado hondo dentro de las gentes de la comarca de Ribagorza. Se trata de ‘Que te quiero verde’, iniciativa de un manchego, el productor y fotógrafo Javier Selva, que ha llegado a las faldas de los Pirineos oscenses dispuesto a ‘reconquistar’ el espacio de un cultivo que ha languidecido, hasta prácticamente desaparecer.
«Fuimos dejando este tomate porque la producción era baja y es muy delicado. Venía mal tiempo, y adiós a la producción. Ya sólo lo hay en algún huerto familiar. Pero su sabor es único, y está muy apreciado», reconocían los vecinos de La Puebla el pasado fin de semana (15-16 de marzo).
Y es que esos dos días el pequeño municipio de La Puebla de Fantova, a unos 10 kilómetros de Graus, se llenó de gentes llegadas de Madrid, de Valencia, de Lleida, de Jaén, del País Vasco…Todos, más de un centenar, habían colaborado con sus aportaciones económicas en la campaña de ‘crowdfunding’ organizada por la plataforma Namlebee para recaudar fondos.
El objetivo de Namlebee era conseguir 5.000 euros para construir dos grandes invernaderos que permitan recuperar ese cultivo en su lugar de origen, donde durante cientos de años fue adaptándose al terreno y al clima de la región. Consiguieron la cifra deseada en poco más de un mes, un escaso margen de tiempo que da idea de cómo va germinando este proyecto ligado a la tierra.
El siguiente paso a dar era la instalación de las estructuras en la parcela prestada por un agricultor de La Puebla de Fantova. El municipio es un histórico enclave donde hoy apenas quedan un centenar de habitantes entre sus murallas de piedra, las mismas que le protegieron en la Edad Media: justo ahí estuvo la frontera que separaba el reino musulmán del cristiano desde el día que los Condes de Ribagorza, allá por el año 960, fundaron en un alto la Iglesia de Santa Cecilia. A su lado se levantaría más tarde la torre defensiva que aún hoy vigila los montes.
Si un vecino aportó la tierra, otro ya se ha comprometido a facilitar las semillas de su vivero, un tercero les aconseja sobre los mejores abonos naturales y uno más anuncia que ayudará en la instalación de un innovador sistema por goteo que no requiere energía fósil. Durante la FIESTA ‘…QUE TE QUIERO VERDE’ del fin de semana, unos cuantos también pasaron horas colocando las piezas del invernadero, mientras los foráneos hacían zanjas con la azada en mano, entrelazaban alambres para sujeción de los hierros, cortaban plásticos, preparaban la comida o iba en busca del agua. O el vino. Trabajo comunitario en Ribagorda.
Todos haciendo callo con el objetivo común de que no desaparezca de esos montes un tomate que es una exquisitez culinaria y que hoy se paga a 10 euros el kilo en la capital, pero que requiere mucho mimo, que dura poco aunque sabe intensamente, que pesa como un pequeño melón y luce un traje de piel fina y rosada. Un señorito que sólo saca sus galas en las tierras altas de montaña, y por ello es un gran desconocido.
«Sería una pena que desapareciera. Por ello puse en marcha esta iniciativa. Con los dos invernaderos podemos conseguir que la producción sea bastante mayor, ya que las plantas estarán protegidas de las heladas. Será un tomate ecológico que queremos comercializar a través de los grupos de consumo que están proliferando en ciudades como Madrid, porque lo pondremos a un precio asequible. También se venderá a través de una página web, que aún está diseñándose,y más adelante en la restauración», explicaba Selva a cuantos curiosos se acercaban a preguntar que hacía tanta gente trabajando en un fin de semana.
Desde luego, frutos distintos de los cultivos de tomates y patatas que pude ver el otro día en los laboratorios del Centro Nacional de Biotecnología. Me los enseñaba Selena Giménez-Ibáñez, que investiga cómo solucionar el problema de las plagas agrícolas mediante manipulación genética. Selena ha ganado este año una beca internacional Unesco-L’Oréal con un trabajo que se centra en revelar los mecanismos que provocan que las plantas se infecten: identifica el gen que bloquea una infección y se introduce en tomates, patatas, etcétera. Como los microbios mutan, nos explicaba, ponen fuertes barreras genéticas y logran que las plantas los eliminen cuando aún son pocas bacterias. «Se trata cerrar las estomas (equivalente a los poros) de las plantas de forma puntual cuando hay una agresión externa»,explicaba la joven investigadora.
Selena, como no podía ser menos, es una gran defensora de los organismos modificados genéticamente: «Aumentan la producción, impiden que se contamine el agua con químicos y evitan plagas. En Inglaterra se han diseñado hasta tomates morados antioxidantes», comentó durante la visita. Afortunadamente, obvió el tema del hambre; habida cuenta quien maneja al final las semillas transgénicas (grandes multinacionales) y quien posee la tierra donde más hambre hay (China tiene ya 30 millones de hectáreas en África, muchas para cultivo de biocombustibles), hubiera resultado chocante. Pero ella hablaba de ciencia, no de cómo funciona la economía y la política a nivel global, que es lo que genera esa falta de comida que no se palía con tomates con antioxidentes, ‘diseñados’ en un mundo donde un tercio de lo que se produce acaba en la basura.
Los tomates rosas tampoco solucionarán el hambre. No es su objetivo. Tan sólo recuperar aquello que la naturaleza y el ser humano fueron creando, juntos, a lo largo de cientos de años en un entorno complicado.
Y los que apoyan el proyecto (pese a la crisis) además quisieron acercarse a arrimar el hombro hasta el valle de Esera, un esfuerzo que luego los vecinos y vecinas de La Puebla agradecieron con una paella comunitaria, y asado, y un menú de postres caseros que sobre la mesa más parecía un altar, pues daba pena hincarle el diente.. Aunque la pena duró poco, ciertamente.
En estos tiempos sombríos, proyectos ecológicos, ligados al paisaje y a sus gentes, cooperativos y solidarios como ‘Que te quiero verde» son de los que merecen la pena. Ya no sólo con dinero (el ‘crowndfunding’ está cerrado), sino comprando sus maravillosos tomates cuando esta primavera comiencen a colorear el campo de Ribagorda. Y si se tiñe el paisaje no será de sangre en una batalla medieval, sino de ese rojo alimento cuyo sabor ya hemos olvidado. Este no es un menú que atraganta a la Tierra, es de los que la dan vida. La nueva reconquista.
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¡Hmmm, QUE APETECIBLES!! Espero poder probar alguno para recordar cómo sabe un tomate auténtico!
Gracias a todos los “agricultores” del fin de semana pasado!
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