José María Bermúdez de Castro, codirector del Proyecto Atapuerca, se inició en el estudio de las dentaduras humanas nada más volver de la mili. Aquella primera investigación, que sería el objeto de su tesis, estaba centrada la antropología dental de los antiguos pobladores canarios, y tuvo que pasar no pocas penalidades económicas para terminarla. La pasada semana ha sido protagonista porque acaba de publicar un trabajo científico que echa por tierra una de las noticias de más impacto mediático publicada en la prestigiosa Science de los últimos tiempos, una exhaustiva investigación que tenía guardada en un cajón y que ha desempolvado para volver a dejar las cosas en su sitio, en lo que al viaje de la especie humana fuera de África se refiere.
En el artículo, publicado en la revista PloSONE, Bermúdez de Castro nos cuenta que en un yacimiento de Georgia llamado Dmanisi, y donde hay fósiles humanos de hace 1,8 millones de años, no todos son de una misma especie, como defienden los investigadores georginanos (para ellos todos son Homo erectus), sino que desde África hubo más de una ‘emigración’ de humanos diferentes que pasaron por allí en busca de nuevos horizontes donde sobrevivir, un instinto animal instrínseco a la existencia de la vida en la Tierra. De hecho, aún lo es, aunque ahora los que salen del vecino continente se encuentran con cuchillos que les cortan la carne (en forma de concertinas), o con gentes que le disparan con botes de humo y pelotas de goma, hasta que se ahogan en el agua ….y en el pánico.
No puedo por menos que hacer una referencia a esos sucesos porque siempre que he viajado a África he sentido que volvía al origen, porque es de allí de donde vengo, y eso es algo que debo a la Paleoantropología.
Este trabajo, dirigido por uno de los mayores expertos del mundo en evolución , del Centro Nacional de Investigación en Evolución Humana (CENIEH), junto con Laura Martín-Francés, María Martinón-Torres y el geólogo Mark J. Sier, nos confirma que la evolución tuvo muchos caminos y que la ciencia son datos, pero también interpretación de esos datos. Y basta para ello leer el titular con reminiscencias bíblicas que utilizó el ABC para hablar del noticia: «En el principio, un único hombre» (por cierto, ¿no había mujeres?).
Bermúdez de Castro conoce bien los fósiles, los ha tenido en su mano (la foto superior), los ha analizado y en 2003 ya avisó al director del yacimiento, David Lordkipanidze (Dato, para los amigos), de que aquellos fósiles estaban todos en el mismo sitio, pero eran de ‘gentes’ muy distintas.
Sin embargo Dato no dijo nada. Por otro lado, el georgiano necesitaba apoyo internacional para su proyecto, y aunque un tiempo trabajó con el equipo de Atapuerca, finalmente optó por buscar a grupos de países más potentes en el asunto de la ciencia (adivinó que aquí no era una prioridad), como fueron los alemanes, los franceses y finalmente los suizos y americanos (uno de ellos Philip Rightmire, de Harvard).
Pese a ello, Bermúdez de Castro siguió interesado en aquellas mandíbulas y continuó trabajando con ellas. Los dientes no sólo son de las partes que mejor se conservan, sino que contienen información fundamental sobre los individuos, su crecimiento, su dieta, sus enfermedades, etcétera y no quería dejar la oportunidad de investigar las excepcionales piezas. «En enero de 2013 informé a Dato que tenía un estudio sobre los dientes, pero me pidió que no lo publicara hasta que saliera en Science la investigación que estaba en marchas sobre el Cráneo 5, y esperé. Cuando ví lo que publicaba en Science me quedé perplejo. Metían todos los fósiles en el mismo saco, algo que no cuadraba con lo que yo había visto, así que decidí publicar mi trabajo», me cuenta.
Bermúdez de Castro y María Martinón-Torres, que también ha estudiado los fósiles, han sido los primeros en lanzarse con datos a un desmentido que otros muchos científicos del mundo, también hicieron al leer el polémico artículo. «Nosotros hemos comparado esos dientes con muchas otras piezas, incluidas todas las de Atapuerca y vemos claramente que hay especies distintas, como lo eran las que vivían entonces en África. No tuvo por qué salir una sola. En estos días, he tenido numerosas respuestas de colegas de otros países que opinan lo mismo y que tienen datos que aportar, así que les animo a que lo hagan, porque no basta decirlo: hay que probarlo«, señala el paleontólogo.
Es lo mismo que cuenta Martinón-Torres, quien comenta que en este trabajo decidieron hacer la comparativa desde el punto de vista del crecimiento de las mandíbulas «que a fin de cuentas es lo que realmente debería de importarnos al hablar de especies y biología». La joven investigadora recuerda que en 2008 ella ya detectó rasgos (Journal of Human Evolution) que difícilmente se podía explicar por diferencias entes sexos y en un estudio reciente sobre las patologías de la mandíbula que corresponde al cráneo (http://dx.doi.org/10.1016/j.crpv.2013.10.007) propone que podría pertenecer a un nicho ecológico distinto al de los otros homínidos, porque resulta que el estudio geológico de Dmanisi es un desastre y no se sabe bien donde apareció cada cosa.
Y, claro, pregunto a Bermúdez de Castro cómo es posible que Science publique algo tan discutido y discutible como pensar que todo lo que se ha averiguado en las últimas décadas (a saber, que hace dos millones de años en África vivían el Australopithecus garhi, y A. sediba, y parantropos, y el Homo habilis, y el H. rudolfensis, y casi el H. ergaster…) era mentira. Y lo que me cuenta me recuerda a lo que ya me han comentado otros científicos: como a veces una buena portada bien vale una interpretación dudosa, porque así se vende mucho más.
En definitiva, que si uno se empeña, ve lo que quiere ver, o no ve lo que no conviene. Y eso pasa igual en la política, cuando uno defiende que tirar botes de humo a personas que nadan malamente en el mar no tiene nada que ver con que al final mueran ahogadas, que en la ciencia, cuando otros se empeñan en que lo que han encontrado en su yacimiento es una cosa revolucionaria que cambiar la Prehistoria, aunque los datos confirmen que son cosas distintas y, por tanto, no cambian nada.
Desde luego que el primer caso es más grave porque los viajeros africanos, que buscaban una vida mejor al llegar a Ceuta, estaban vivos y murieron por culpa de su propia especie, mientras que los Homo georgicus (o como quieran llamarles ahora) llevan ya mucho tiempo muertos, y cuando llegaron a Georgia desde África todo indica que encontraron un hogar y sólo una erupción volcánica acabó con ellos.