Acababa de publicar un reportaje a doble página en el periódico ESCUELA sobre la importancia de que los niños tengan contacto con la tierra, con las plantas, con los otros seres vivos de su entorno cuando salió en las noticias que el ministro de Educación, José Ignacio Wert, tomó una decisión, otra más, que me dejó perpleja: resultaba que los alumnos de Bachillerato que eligieran Ciencias no estudiarían nada que aumentara su conocimiento sobre la biodiversidad del planeta, con los animales, los árboles, las flores, las algas… Nada.
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No se me ocurre nada más triste que los niños dejen de tener contacto con la Naturaleza en las aulas. En muchos casos son el único lugar en donde aprenden y comprenden sus valores, porque sus familias no tienen la capacidad suficiente para ofrecerles ese aprendizaje. Nacieron en un entorno urbano, sin un mundo rural al que acercarse o a menudo recordado por los abuelos como lugar de huida.
Al conocer las intenciones de Wert, no me entraba en la cabeza la razón de ese cambio en el currículo, salvo el temor de las autoridades a que los adolescentes se convirtieran ‘en ecologistas’, en personas adultas capaces de comprender que el sistema en el que estamos inmersos no tiene futuro porque habitamos un planeta finito, pequeñajo en comparación con sus vecinos, demasiado frágil.
Conocer es apreciar, así que si no conocían, no se convertirían en esos ‘subversivos’ que se oponen la fracking, a las matanzas de lobos, a la destrucción de las costas (tan ‘bonitas’ sombreadas con edificios sin fin), a las pistas de esquí en zonas oseras, a la caza en parques nacionales, a los transgénicos que acaban con todo lo que les rodea, a las talas ilegales… y puntos suspensivos, porque es un listado que resulta tan deprimente como real.
La algarabía de sociedades científicas, organizaciones medioambientales, expertos en general ha sido tal con este despropósito que Wert,una vez más (ya lo hizo con la suspensión de las becas Erasmus), ha tenido que dar marcha atrás. Dice ahora la secretaria de Estado, Montserrat Gomendio, que lo que se publicó era un borrador, y que si, que concede que en primero de Bachillerato haya dos bloques sobre biodiversidad, uno dedicado a la evolución, la riqueza biológica y la conservación en el ámbito de las plantas y otro idéntico sobre los animales.
Pero no me fío. No se si esos bloques serán tan extensos como lo que aprenderán sobre la genética o sobre la biología molecular, que no digo que nos sean importante, pero no parecen fundamentales a los 15-16 años, una edad en la que la ligazón con la naturaleza si debe afianzarse para que no se rompa, en muchos casos para siempre.
Al hacer este reportaje sobre huertas escolares sólo encontré bondades en los trabajos que los críos realizan en estos espacios, cuando tienen la suerte de tenerlos, que son los menos. Ví sus caras de felicidad trabajando con las orugas, regando sus repollos, identificando sus parásitos.
Mi amiga Elena García Quevedo, escritora y periodista, acaba de publicar su libro ‘La voz de los sabios’, la historia de los abuelos y su conocimiento ancestral. Son de diferentes culturas, pero todos ellos hablan de las raíces, de la tierra, del agua, de los seres que nos rodean, del equilibro. Y de cómo todo ello se va perdiendo porque son muy pocos los jóvenes interesados en escuchar de sus labios sus enseñanzas.
Que cada niño y cada joven se convierta en un ‘ecologista’, en un defensor activista de los campos, los bosques, los mares y los aires que respiramos debería ser una obligación impuesta por el Estado. Nos jugamos demasiado.
Pero no, Wert y su equipo creo que no lo ven…
Wert y su equipo consideran (por el motivo que sea) que saber pronunciar «tierra, plantas…. naturaleza» en inglés es más importante que entender lo que significan para cada uno de nosotros….
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